martes, 5 de enero de 2010

DeLorean DMC-12, el regalo perfecto de Reyes

Imaginad que este año no hubiera limitaciones de ningún tipo, que el mundo no estuviera sumido en una terrible crisis, que está atemorizado ante diversos medios de toda índole y que se calienta globalmente oteando a un medio plazo una caducidad preocupante. Imaginad que se pudieran pedir quimeras, sueños imposibles, de esas cosas materiales inaccesible que, como todo buen cinéfilo al cine de los 80, desearía tener en su garaje de nostalgia inextinguible. Es el regalo perfecto para unos Reyes Magos sin parangón.
Es un producto que venden en ese supermercado ‘on-line’ de demencia sin fin que es E-Bay. Se trata de un DeLorean DMC-12 de 1981 de acero inoxidable SS304, reconstruido para la ocasión en réplica exacta del coche utilizado en ‘Regreso al futuro’, de Robert Zemeckis. Un facsímile con un detallismo obsesivo al que no le falta su cuadro de mandos de viaje temporal, ni su pantalla de fijación de destino, ni su estructura implantada al milímetro de lectores digitales, que abarca todo tipo de cables necesarios. Y, como no podía faltar, también incluye el mítico condensador de fluzo. Hoy en día, es la máquina del tiempo ficticia de la película más exacta que se puede encontrar en el mundo. El genio que ha llevado a cabo la hazaña es Gary Weaver, el dueño de www.bttfparts.com, que ha consolidado un proyecto en el que ha trabajado durante años. Su afición al filme de Zemeckis le llevó hacer realidad el sueño de millones de seguidores de las aventuras de Marty McFly y “Doc” Emmett Brown. Su precio es inabordable, pero es cierto que, a la vista, reverbera una esplendidez digna de asombro.
Sólo harían falta cuatro cosas para su uso; aplicarle una reacción nuclear que genere 1,21 gigawatios de electricidad para impulsar el condensador de fluzo, teclear la fecha de destino y acelerar hasta que el automóvil alcance los 140 kilómetros por hora. Por último, uno debe llevar encima esto si quiere completar la fantasía final de aquellos que todavía sueñan con conocer a un científico que, el 5 de noviembre de 1955, mientras colgaba un reloj a la pared, cayó sobre un water y se golpeó la cabeza, siendo el inicio de un aventura que todos conocemos de sobra.
Echadle un vistazo a la galería de abajo si queréis ver algo acojonante…

jueves, 31 de diciembre de 2009

Resumen Abismal del 2009 Cinematográfico

TOP TEN 2009
10. ‘El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button)’, de David Fincher.
‘El curioso caso de Benjamin Button’ gira en torno a una curiosa reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la vejez y la juventud, las segundas oportunidades o el amor y la muerte, articulada en un mismo camino de cierto pesimismo. David Fincher y Eric Roth llevan el filme hacia unos cuestionamientos en los que se delibera sobre los códigos morales de la inexorabilidad del tiempo, ya sea hacia delante o en sentido contrario. ‘El curioso caso de Benjamin Button’ juega en un mundo irreal que se nutre de un personaje que tiene una forma distinta avanzar hacia el futuro, sugiriendo un radical ejemplo de heterogeneidad en las personas, la misma que hace a la gente especial. Se plantea con ello una fábula que concierne a la superación de barreras, a las ganas de vivir, incluso cuando la muerte rodea al insólito personaje en todo momento.
La película es una abrumadora muestra de riqueza compositiva, de virtuosismo deslumbrante, de miscelánea de realidad y ficción que evidencia el conocimiento de las posibilidades del medio cinematográfico por parte de este autor. Puede que sea su filme más academicista, más cómodo y más rectilíneo en cuanto a narración, pero resplandece como una obra consciente de su grandeza y sutil en su ejecución.
9. ‘Río helado (Frozen river)’, de Courtney Hunt.
Los parajes helados de esta gran obra regresan a esa alegoría de la aridez humana dentro de la América profunda en otra muestra magistral de desolación más absoluta a través de una cruda historia de contrabando de inmigrantes de Canadá a Estados Unidos, ubicada en el río Saint Lawrence, que une y enfrenta a dos mujeres y madres desesperadas. Un drama de perdición humana y pesimismo, de una solidez y una dureza aplastantes. La desolación y la violencia que rodea a los personajes, su miseria humana, se van acogiendo a los parámetros del ‘thriller’ en un guión de sólidos cimientos, donde la oratoria se desbarata ante las miradas y los silencios, ante la transición lógica de los acontecimientos.
Courtney Hunt crea con ‘Frozen River’ una pieza de artesanía independiente, donde el oficio (a pesar de tratarse de una ópera prima) y su carácter autoral está despojado de etiquetas o falsas ambiciones. Es un retrato de aquellos desheredados que, lejos de cumplir cualquier sueño, aspiran a sobrevivir en un mundo de sufrimiento y desconfianza. Dos personajes que evolucionan hacia el entendimiento, hacia la comprensión mutua y hacia una amistad forjada por compartir los golpes de la vida. Sin duda alguna, lo mejor del filme de Hunt es esa actriz de rostro ajado llamada Melissa Leo, que ofrece una memorable lección interpretativa en el equilibrio de dureza y fragilidad de un personaje irrepetible.
8. ‘Celda 211’, de Daniel Monzón.
Siendo, de lejos, la mejor película española de este 2009, ‘Celda 211’ recrea con impulso y vehemencia la esencia del ‘thriller’, que se nutre de la acción por todos sus costados, sin renunciar a su compromiso con la historia y el género en ningún momento. Su violencia expositiva se manifiesta desde su primer fotograma, con gran crudeza, despojada de cualquier tipo de efectismo a lo largo de su desarrollo. Una violencia que no es purgada con comedimientos estéticos, que supura un realismo que obliga al espectador a una disposición aceptada ante la crudeza de sus imágenes.
En ‘Celda 211’ la acción se superpone al verbo, los personajes están medidos, perfectamente definidos en intenciones y templanza, equilibrados en su retrato a la hora de llevarlos al límite, con diálogos excepcionales que dejan espacio al humor y al drama, sin perder de vista su continuidad de película de acción. La propuesta de Daniel Monzón golpea con fuerza en la retina del espectador, sobrecogiendo y conmoviendo sin aparente dificultad. Y lo que es mejor, lo hace solidificando un ‘thriller’ como la copa de un pino. ‘Celda 211’ reivindica con notables argumentos la valía no sólo de un director que ha logrado su mejor y más aplaudida película, sino el testimonio tangible de una nueva vía de escape al ostracismo temático del cine español.
7. ‘La duda (Doubt)’, de John Patrick Shanley.
‘La duda’ no es un filme de denuncia que aproveche la coyuntura para sacar a la luz los abusos e hipocresía de la Iglesia Católica ante un tema tan espinoso y polémico como es la probada pederastia de clérigos estadounidenses a lo largo de los últimos años. Tampoco es un panegírico en contra de la pederastia clerical. A John Patrick Shanley le interesa profundizar, con apasionante cauce dialéctico, en la naturaleza misma de la verdad, en los prejuicios que la desbaratan por medio de la desconfianza y la sospecha. La realidad, dentro del filme, está subvertida por la manipulación y por la tergiversación. El espectador, dentro del juego de ambigüedad brutal, donde el contexto y la situación se encubren en la duda, es fundamental a la hora de entender los condicionamientos como escritor de Shanley, puesto que exige un posicionamiento del público en un desafiante juego psicológico de misterio y secretos, reales o ficticios, que acaba igual que empieza, sin una respuesta clara a todos los interrogantes que se han ido planteando a lo largo de la historia.
Dotada de un magnetismo y un ritmo sustentado en los diálogos de sus personajes, la elegancia e inteligencia con la que está narrada esta formidable obra se nutre de imágenes simbólicas y teatralidad congénita a la historia, sabiendo utilizarlos más allá de los límites de esos pocos escenarios reducidos donde se desarrolla la acción. Shanley sabe sacar partido a este contexto opresivo, alejándose de los recursos telefílmicos con una planificación medida y sutil, huyendo de los tópicos visuales en los que podía haber caído con gran facilidad.
6. ‘Man on Wire (Man on Wire)’, de James Marsh.
La hazaña de Philippe Petit es de por sí una historia tan fascinante, increíble, temeraria, extravagante e inverosímil que James Marsh convierte con facilidad esta aventura en un documental de prodigioso talento, no sólo por el contagioso entusiasmo del equilibrista que probó sus propios límites al cruzar varias veces las Torres Gemelas caminando sobre un cable a casi 500 metros de altura, sino por la narración con el director va hilvanando la fábula real de Petit. El cineasta controla el ritmo del documental con un dominio descriptivo absolutamente fascinante, dinamizando la trama con cadencia frenética, haciendo crecer la intensidad como si de un ‘thriller’ se tratara. ‘Man on wire’ combina una dramatización creadas para el documental con recreaciones de los hechos y documentos gráficos reales, así como los testimonios de los protagonistas sobre la elaboración del plan y posterior perpetración que consumarían un delito artístico sin precedentes y sus estados de ánimo circunscritos exclusivamente al momento en los que tuvieron lugar.
‘Man on wire’ es la crónica de la constancia de un hombre apoyado en su fe ciega y en una voluntad imperturbable que obtuvo un triunfo inigualable del instinto sobre la materia. Un documental que trata sobre un instante, sobre unos minutos que cambiaron las vidas de este grupo de personas de una forma profunda, casi mística, en contraposición a la entidad de quijotesca fantasía y locura de aquella demostración de valentía.
5. ‘Revolutionary Road (Revolutionary Road)’, de Sam Mendes.
La película de Sam Mendes se centra en la terrible fatalidad de dos seres sumidos en la discordancia, en los sueños no cumplidos, cuando el presente ha terminado por aniquilar los deseos del pasado y todo es distinto a como uno lo había imaginado. El mismo desengaño que subyace bajo la aparente normalidad y la placidez de la rutina que esconde un agotamiento del idealismo juvenil, el mismo que caracteriza la infelicidad, la insatisfacción de ser uno más entre tantos otros que simbolizan una amalgama de vulgar uniformidad. ‘Revolutionary Road’ expone con madurez y solvencia todas estas complicaciones y sufrimientos con una contundencia fuera de toda lógica, sabiendo construir un sólido e inquebrantable retrato de la incertidumbre existencial que queda anulada por la estabilidad económica, por el estatus social adquirido.
‘Revolutionary Road’ es una película monumental, demoledora y sombría, sincera y dolorosa que aporta una visión a ése vacío histórico sobre tantos y tantos hombres y mujeres que han renunciado a la búsqueda de aquello para lo que han nacido, entregando su vida a la comodidad que infecta a la ilusión con el aislamiento, la incomunicación y la falta de plenitud. En último término, almas abocadas al infortunio, ya sea por la inseguridad y el egoísmo que se sustrae del bienestar como de la resignación con que se asume el naufragio de una revolución no consumada.
4. ‘Up (Up)’, de Pete Docter y Bob Peterson.
Siguiendo su particular plasmación de la artesanía cinematográfica, ‘Up’ incide en la idea primigenia de John Lasseter y sus acólitos, que no es otra que la de llevar el entretenimiento hasta nuevos límites inexplorados. La progresión del relato, como en todas las cintas de Pixar, bordean lo tópico, es cierto, pero también lo es que evitan caer en el exhibicionismo dentro del drama, la acción o la aventura con una astucia envidiable. Sólo así una película de fondo adulto, que explora la aceptación y superación de la pérdida de un ser querido y la necesidad de renunciar a los recuerdos y los sueños truncados de una vida para poder seguir adelante, puede oscilar hacia la aventura sin complejos, volando más allá de los límites de la imaginación, para que Carl, acompañado por un niño repipi e inocente, pueda hacer realidad sus fantasías infantiles en otra de esas bienquistas historias de superación y empeño que albergan instantes de verdadera fuerza nostálgica.
‘Up’ juega a trascender el mundo de la animación exhibiendo una esencia cinematográficamente incorruptible. Y aunque haya algunas películas de la factoría Pixar que puedan estar por encima o por debajo de los preceptos cualitativos de esta nueva aventura en 3D, se equipara a sus antecedentes con la concesión de un virtuosismo épico entronizado en la acción del viaje a un mundo ajeno lleno de peligros y sorpresas. Inteligente y cordial, pero sobre todo conmovedora, la cinta de Pixar vuelve a consolidarse en otro pequeño milagro capaz de proseguir con su genuina exquisitez con una narrativa donde lo técnico y estético se funden al amparo de personajes inolvidables.
3. ‘Malditos Bastardos (Inglourious Basterds)’, de Quentin Tarantino.
Quentin Tarantino reformula las bases de un género tan complejo como es el cine bélico en otro sublime testimonio de reinvención a partir de materiales envejecidos que, en esta ocasión, se ubica muy por debajo de la necesidad de atribuir un modelo hermenéutico donde el poder mediador de la imagen y, sobre todo, de la palabra en el proceso de construcción de sentido fílmico es más importante que nunca. Queda constancia con ello de que, para Tarantino, el cine continúa siendo una práctica de liberación creativa llevada al extremo, pero a su vez, el cine ha tomado una apostura más severa y trascendente.
‘Malditos Bastardos’ es la película más abstracta e intertextual del frenético orbe fílmico de Tarantino. Como viene siendo habitual dentro de sus películas, el diálogo es la base que orquesta todos los demás recursos. La conversación entre sus personajes, el cara a cara, es el elemento centralizador de las acciones, el poder discursivo a modo de largas disquisiciones verbales inscriben la importancia de la progresión argumental y de la tensión del momento. La digresión, el énfasis verborreico, es el encargado de esconder los verdaderos propósitos que se llevan a cabo en el devenir del relato, la inflexión necesaria para que la trama vaya avanzando en esa estupenda estructuración literaria de cinco capítulos, donde los personajes amplifican su categoría a medida que se magnifica el diálogo.
2. ‘Donde viven los monstruos (Where The Wild Things Are)’, de Spike Jonze.
Para su tercera película, Spike Jonze ha dejado la estela de Charlie Kaufman para contar con la coescritura de Dave Eggers en transformación cinematográfica de las escasas líneas de texto que contiene el libro original ‘Where the wild thing are’, de Maurice Sendak. Con él, Jonze corrobora que sabe conjugar su innegable rebeldía narrativa con una profundidad deslumbrante en la lectura de imágenes, consolidadas en una comunión de cine deslumbrante y magia imaginativa con el lenguaje verbal y el pictórico del libro original. Siguiendo con ciertas libertades que no traicionan a su referencia literaria, ‘Donde viven los monstruos’ es s una apuesta que se puede apreciar como excesivamente arriesgada en la carrera de un Spike Jonze que no deja de ir a contracorriente. Se trata de un relato demasiado adulto para niños que se muestra, por su grafía y personajes, en algo un tanto infantil para los adultos. Pero lo cierto es que esta película sobre la infancia plantea, por primera vez en mucho tiempo, un cine infantil inteligente y radicalmente inconmensurable.
La película se encauza hacia una profundización dentro de la personalidad y el poder del niño y los monstruos en una atmósfera infiel a la catalogación y al tópico, heterogénea en paisajes y situaciones. Se presenta como una oscura fantasía disfrazada de cuento acerca de los miedos infantiles inscritos en un universo tan surrealista como auténtico, que Jonze determina con suma coherencia y verticalidad a la hora de trazar la narración de ese simbolismo de los fantasmas de la infancia, como el resquemor, la soledad, los celos o el abandono. Y el cineasta lo hace con naturalidad, sin sensiblería, con una madurez fulminante.
1. ‘Déjame entrar (Låt den rätte coma)’, de Tomas Alfredson.
En su exploración acerca de los miedos infantiles, del lapso de la infancia a la adolescencia que esconde a su vez el despertar erótico, ‘Déjame entrar’ puntea el drama sin salirse en ningún momento del formulismo folclórico del mito del vampiro, sin perder su romanticismo, sordidez, desesperanza melancólica y, sobre todo, su violencia implícita y exteriorizada. ‘Déjame entrar’ es un filme de espesos paisajes morales, donde el costumbrismo y la naturalidad congenian a la hora de plasmar el contraste de los dispositivos oníricos y realistas. El tratamiento fílmico propone el placer estético de un discurso cimentado en la fuerza de un vocabulario cinematográfico que es capaz de expresar tantas cosas delimitado al ahorro verbal. Los planos milimétricos poseen un tonelaje de sublimación melancólica que termina por conseguir un ambiente enfermizo, que no descubre la gran modestia de su producción, en parte, porque sus secuencias de efectos especiales están reducidas a la lógica coherencia de su ficción, sin recurrir a ningún tipo de efectismo sorprendente.
Tomas Alfredson es capaz de crear mediante imágenes la tristeza que parece rodear a sus protagonistas, conjugando belleza y oscura tribulación en su consecución de una atmósfera que favorece la aquietada intensidad a la película. El cineasta sueco define sus designios creativos en la delicadeza con la que la cámara se acerca a los niños y se aleja en las secuencias más escabrosas del filme, adicionando con la oposición de luces y sombras la tragedia desgarradora con la violenta ternura emocional del relato de Lindqvist. Y lo hace apuntalando su estilo visual y narrativo en la excelente fotografía de Hoyte Van Hoytema y en las tristes notas de Johan Soderqvist. Pero lo que más llama la atención es la humildad que destila el drama, la imperturbable frialdad que rodea la pasión con la que se desarrolla el filme y, sobre todo, que el mínimo presupuesto con el que se ha rodado sublima aún más la grandeza de una película destinada a ser recordada por vivificar el género y ser exponente de arte y genialidad más allá de las cifras y ambiciones comerciales.
ACTOR 2009
Mickey Rourke (‘El luchador’).
Randy “The Ram” Robinson le ha dado a Mickey Rourke la oportunidad de demostrarle a Hollywood lo magnífico actor que es y ha sido siempre. Mucho se ha habló de su resurrección como actor, de su olvido, de su inactividad. Desde su debut, en 1980, no ha pasado ni un solo año sin que Rourke, dejando a un lado su vida sediciosa, sus combates pugilísticos y su deformación a causa del botox, haya participado en alguna que otra película. Nunca se fue, pero es cierto que este papel en ‘El luchador’, es su renacimiento como intérprete, su mejor y más aplaudida interpretación.
Si hay algo que destaca en el filme de Darren Aronofsky es Rourke, capaz de aportar la humanidad y la excelsa dimensión dramática que la historia requiere. En ‘El luchador’, Rourke desnuda su alma y vive a través de un personaje con el que le une cierta afinidad personal y profesional. Se muestra capaz de darlo todo con la cercanía de aquello que se narra, con esa caída de un mito que, aunque sea por un breve lapso de tiempo, reivindica su grandeza como actor mucho más allá de la rudeza con la que este monstruo actoral compone cada movimiento. Una actuación de probidad envidiable, de un calado dramático y contenido como pocas veces puede verse en una pantalla. Rourke exprime las aristas emocionales del gradullón para llenarlo de vida, de rebeldía ante la adversidad, de naturaleza humana a la hora de afrontar su desafío ante las segundas oportunidades. El inolvidable protagonista de ‘El corazón del ángel’ y ‘Manhattan Sur’ contagia su triste humanidad con una tierna mirada escondida bajo una presencia contundente.
ACTRIZ 2009
Kate Winslet (‘Revolutionary Road’, ‘El lector’).
Kate Winslet ha sido, fuera de toda duda, la actriz de este 2009. Sus papeles en ‘Revolutionary Road’, de Sam Mendes y ‘El Lector’, de Stephen Daldry han dejado claro que la actriz, además de saber exprimir lo mejor de sus personajes, es una de las actrices más capaces y mejor dotadas para la interpretación dentro del actual Hollywood. En ‘El lector’, papel por el que ganó el Oscar en la pasada edición, explora con contundencia la cercanía de un rol muy complejo, el de una mujer que consintió que casi tres centenares de judíos murieran bajo el fuego porque era posible actuar de otro modo, ya que hubiera supuesto un caos insostenible, simbolizando la ingenuidad e ignorancia del pueblo alemán también sometido durante el nazismo. Lo hace con una maestría desarmante, definiendo su interpretación en la sutileza, en una mirada dotada con una expresividad y una fuerza extraordinaria.
Winslet es una modélica actriz que asume sus papeles con la coherencia y el esfuerzo de la interiorización, del estudio del personaje hasta las últimas consecuencias. Sólo así es posible su mejor aportación interpretativa del año, que no es la reconocida con el Oscar, si no su April Wheeler, esa mujer que se entrega a su marido con una ilusión que augura esplendor, que sueña con una ensoñadora ruptura de la rutina para explorar las verdaderas metas vitales, pero que quedará sometida a la esclavitud de su hogar y de sus hijos. Winslet compone un personaje entregado al fracaso y al malogro de una inquietud perdida con una contundencia asombrosa y un talento descomunal. 2009 ha sido su año y es justo reconocerlo. Se lo ha ganado.
DIRECTOR 2009
Quentin Tarantino (‘Malditos Bastardos’).
La vuelta de Tarantino siempre es un acontecimiento. Y su cine sigue sin defraudar. Con ‘Malditos Bastardos’, el director continúa ejerciendo de portentoso prestidigitador que se divierte y hace divertir a su público, sin perder su vena más cínica, con un conocimiento absoluto del medio capaz de combinar fórmulas aparentemente incompatibles, cuya autoindulgencia quede fraguada en un inagotable sentido de la manumisión muy controvertida.
El cineasta de Knoxville ha sabido reformular las bases de un género tan complejo como es el cine bélico, pero, al contrario de lo que se pueda pensar, deja de lado su pastiche referencial y evoca sólo la flagrancia espiritual de cineastas como Samuel Fuller, Lewis Milestone, William A. Wellman, Robert Aldrich, Andrew Marton, Mark Sandrich o Brian G. Hutton. El reciclaje autoral, por tanto, queda mucho más diluido, a pesar un intencional testimonio ‘exploit’ que tiene su origen en los ‘macaroni combat’ generado a raíz de influencias como Ignazio Dolce, Alberto De Martino, Umberto Lenzi, Antonio Margheriti, Gianfranco Parolini, pero sobre todo el filme ‘Aquel maldito tren blindado’, de Enzo G. Castellari que ofrenda en su título americano ‘Inglorious Basterds’.
PELÍCULAS DESTACADAS
- ‘Resacón en Las Vegas (The Hangover)’, de Todd Phillips. (Leer crítica).
- ‘Moon (Moon)’, de Duncan Jones.
- ‘The Visitor (The Visitor)’, de Tom McCarthy. (Leer crítica).
- Vals con Bashir (Waltz with Bashir), de Ari Folman.
- ‘Caminando (Still walking)’, de Hirokazu Kore-eda.
- ‘El luchador (The Wrestler), de Darren Aronofsky. (Leer crítica).
- ‘Gran Torino (Gran Torino)’, de Clint Eastwood. (Leer crítica).
- ‘La clase (Entre les murs)’, de Laurent Cantet.
- ‘El lector (The Reader)’, de Stephen Daldry. (Leer crítica).
- ‘El desafío: Frost contra Nixon (Frost/Nixon)’, de Ron Howard.
- ‘Distrito 9 (District 9)’, de Neill Blomkamp. (Leer crítica).
- ‘El secreto de sus ojos’, de Juan José Campanella.
- ‘(500) Días juntos ((500) Days of Summer), de Marc Webb.
- ‘The International (The International)’, de Tom Tykwer.
- ‘Arrástrame al Infierno (Drag Me To Hell)’, de Sam Raimi.
- ‘Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo)’, de Hayao Miyazaki.
- ‘Brüno (Brüno)’, de Larry Charles. (Leer crítica).
- ‘Star Trek (2009)’, de J.J. Abrams. (Leer crítica).
CINE ESPAÑOL
- ‘La vergüenza’, de David Planell. (Leer crítica).
- ‘El truco del manco’, de Santiago A. Zannou.
- ‘Un buen hombre’, de Juan Martínez Moreno.
- ‘Pagafantas’, de Borja Cobeaga. (Leer crítica).
- ‘V.O.S.’, de Cesc Gay.
- ‘Agallas’, de Samuel Martín Mateos y Andrés Luque.
- [•REC]², de Jaume Balagueró y Paco Plaza.
PEORES PELÍCULAS
- ‘¿Hacemos una porno? (Zack and Miri make a porno)’, de Kevin Smith. (Leer crítica).
- ‘The Spirit (The Spirit)’, de Frank Miller.
- ‘La lista (Deception)’, de por Marcel Langenegger. (Leer crítica).
- ‘Cleaner (Cleaner)’, de Renny Harlin.
- ‘Map of the Sounds of Tokio (Los mapas de los sonidos de Tokio)’, de Isabel Coixet. (Leer crítica).
- ‘Mi nombre es Harvey Milk (Milk)’, de Gus Van Sant. (Leer crítica).
FUTURAS 'CULT MOVIES'
- ‘El hijo de Rambow (Son of Rambow)’, de Garth Jennings.
- ‘Nick & Norah: Una noche de música y amor (Nick and Norah’s Infinite Playlist)’, de Peter Sollett.
- ‘Paranoid Park (Paranoid Park)’, de Gus Van Sant.
- ‘Control (Control)’, de Anton Corbijn.
- ‘Anticristo (AntiChrist)’, de Lars Von Trier.
- ‘Adventureland (Adventureland)’, de Greg Mottola.
- ‘Bienvenidos a Zombieland (Zombieland)’, de Ruben Fleischer.
No ha sido un mal año cinematográfico este 2009 que nos deja. El cine español, en continuo cuestionamiento y bajo esa etiqueta de falsa “crisis” ha demostrado por medio de su diversidad de títulos que puede competir en taquilla con las grandes producciones hollywoodienses. La década se despide con un buen puñado de películas y deja la esperanza, como cada año, que el siguiente nos traiga una buena cosecha de buen cine.
A título personal, tampoco ha sido mi año. 2009 deja una estela de incertidumbre de cara a 2010. Y eso siempre acojona. Muchas son las incógnitas que deben despejarse en los primeros meses para saber si el desarrollo podrá deparar un año productivo y próvido en sus diversos frentes. Ya os iréis enterando. Eso sí, lo que es seguro es que ‘Un Mundo desde el Abismo’ seguirá su aventura con un bagaje de un largo quinquenio ofreciendo llenar vuestros algún que otro momento de ocio, atendiendo a una apuesta por el divertimento común que encuentra su objetivo en la congregación de contenidos dispares, buscando siempre la calidad, pero por encima de cualquier objetivo, pretendiendo amenizar al que se pase por estas líneas habitualmente. Y así seguirá siendo.
Simplemente os deseo que este Año Nuevo sea el año que definitivamente cambie nuestras vidas para bien. Como siempre, os deseo mucha felicidad y, sobre todo, mucho cine para todos.
Muchas gracias a todos los que seguís el Abismo.
Yo por mi parte, como decía el antológico personaje R.J. MacReady, el piloto del puesto fronterizo número 31 al final de la película ‘La Cosa’, de John Carpenter, “esperaré... aquí, un rato... a ver que ocurre”.
FELIZ 2010 a todos.

Fallece Iván Zulueta

1943-2009
En contra de la quietud cinematográfica, inclasificable en su propia esfera apartada de toda corriente, marginal y alternativo, provocador, amoral, extremo y subversivo, Iván Zulueta cultivó un arte ajeno a todo, que confabuló la dureza y la experimentación con símiles vampíricos, inoculando la heterodoxia de su carrera a su obra maestra ‘Arrebato’, el indefinible epicentro de su capacidad como cineasta, de manipulador de imágenes en continua revolución. Los abismos inextricables del ‘underground’ nacional se han quedado sin uno de sus más destacados francotiradores.
D.E.P.

martes, 29 de diciembre de 2009

Review 'Donde viven los monstruos (Where the wild things are)', de Spike Jonze

El poder de la imaginación
Spike Jonze propone con su tercer filme una fábula que apela a la fantasía para trazar un apasionante retrato infantil, analizado con madurez e inteligencia, sobre un niño y su viaje a sí mismo para comprender y asimilar su situación familiar.
Con tan sólo dos películas, pero con una ostensible carrera en el mundo del ‘videoclip’, Spike Jonze ha logrado convertirse en uno de los cineastas más representativos de su generación. Su particular forma de acometer una suerte de realidad desquiciada e inverosímil ha estado unida al guionista ‘kamikaze’ Charlie Kaufman. Ambos fraguaron en ‘Cómo ser John Malkovich’ y ‘Adaptation’ una perspectiva excéntrica e innovadora de utilizar algunos de los recursos más imprevisibles en la narrativa cinematográfica, surtiendo sus historias con complejos puzzles psicológicos llevados al extremo. Su universo fracturado, a medio camino entre el cripticismo, la fascinación formal y la indeterminación de un apego por historias concretadas a la dicotomía de realidad y ficción, se amplían con ‘Donde viven los monstruos’, que además de no traicionar esta idea, esclarece que la vinculación a Kaufman ha sido puntual, haciendo de Jonze demuestre que su talento tenga la posibilidad de brillar en solitario.
Para su tercera película, ha contado con la coescritura de Dave Eggers para transformar las escasas líneas de texto que contiene el libro original ‘Where the wild thing are’, de Maurice Sendak. Con él, Jonze corrobora que sabe conjugar su innegable rebeldía narrativa con una profundidad deslumbrante en la lectura de imágenes, consolidadas en una comunión de cine deslumbrante y magia imaginativa con el lenguaje verbal y el pictórico del libro original. Siguiendo con ciertas libertades que no traicionan a su referencia literaria, ‘Donde viven los monstruos’ es un cuento sobre la rebelión contra el mundo adulto del pequeño Max (estupendo Max Records), un niño que juega ataviado con un disfraz de lobo en una familia donde su hermana ha dejado de jugar con él y ahora sale con unos amigos mayores que comienzan a despertar su odio cuando destrozan un iglú que ha hecho con nieve y una madre (Catherine Keener), hasta cierto punto comprensiva, que tiene sus problemas laborales y acaba de iniciar una relación con la que Max no está muy de acuerdo y también le molesta.
Basta con unas pinceladas para conocer de cerca la soledad e incomprensión de un niño soñador que imagina cuentos con talento natural e imaginación. Una noche, es castigado a irse a la cama sin cenar por gritarle a su madre. En vez de acatar la orden, Max la muerde en el hombro y en su huída comienza su aventura. Tras días y noches navegando hacia un rumbo desconocido, llega a una isla habitada por misteriosas criaturas cuyas emociones son tan salvajes e imprevisibles como la actitud del pequeño. Los monstruos desean tener un líder para encauzar sus vidas, tanto como Max aspira a tener un reino al que conducir. Es nombrado rey con la promesa de instaurar edictos para que todos sean felices. Obviamente, no será tan fácil.
La película se encauza hacia una profundización dentro de la personalidad y el poder del niño y los monstruos en una atmósfera infiel a la catalogación y al tópico, heterogénea en paisajes y situaciones. Se presenta como una oscura fantasía disfrazada de cuento acerca de los miedos infantiles inscritos en un universo tan surrealista como auténtico, que Jonze determina con suma coherencia y verticalidad a la hora de trazar la narración de ese simbolismo de los fantasmas de la infancia, como el resquemor, la soledad, los celos o el abandono. Y el cineasta lo hace con naturalidad, sin sensiblería, con una madurez fulminante. ‘Donde viven los monstruos’ puede desconcertar a los que esperen ver una fábula al uso, desconcertando a aquellos que no entren en el juego de subconsciente agitado y visceral que propone el director, en la metodología de su puesta en escena, de su magnífica música a cargo de Carter Burwell y Karen O, de la utilización de la cámara en mano y el uso de fotografía por parte de Lance Acord para filmar las disyuntivas inconscientes del pequeño Max.
Aquí Jonze plantea una definición de términos ajustados a un discurso subversivo, que va creciendo cuanto más se separa el cineasta de los tópicos del cine infantil. De entrada, Max resulta molesto, gritón e irritable. La visión ejemplarizante y moralista se aparca por el fragoso recelo del niño, de su exaltación infantil e incapacidad para demostrar su enfado con el mundo o de la inocencia contrastada con sus momentos de agitación violenta. Lo mismo sucede con los monstruos, cuya recreación física representan el mundo psicológico de Max, con una fisonomía que combina a ternura y amenaza en una suerte de peluches gigantes con expresiones e idiosincrasias propias. Los monstruos de Sendak toman cuerpo con esa insistencia de Jonze en no traicionar el espíritu del cuento y en su vocación más tradicional y artesana, que recuerda a las creaciones de Jim Henson.
Sin embargo, lo que más llama la atención del cuento de Sendak y su prolongación cinematográfica es la compleja disección y ambigüedad que desprende este apasionante periplo por los confines del egoísmo del pequeño Max, de su aventura imaginaria nacida del ímpetu desobediente y vandálico, del ansia de salvajismo ancestral e ira que tiene dentro y que termina convirtiéndole en el monstruo más desafiante de todos ellos. Todo va conformando un fortín de emociones contenidas desmenuzadas substancialmente en esa isla que metaforiza su huída, el asilamiento donde dar rienda suelta a su estado más bestial, a sus sentimientos amargos y agresividad. Se sustenta de simbolismos como ese disfraz de lobo que lleva Max, que sirve para esconderse del mundo hostil o la imprevisibilidad de los monstruos, que representan sus propios sentimientos y dudas.
Tras la evasión de la realidad y la exteriorización violenta de sus frustraciones, la reacción proselitista de los monstruos, que no tiene argumentación con voz de conciencia ni moral, escapa a cualquier regla posible. Con ello, el niño va transformándose en todo aquello que rechaza de primera mano, de aquello que representa su madre, enfrentándose a sus propias contradicciones para entender que su posición como rey de los monstruos implica sacrificio y responsabilidades. Es cuando debe asumir su desasosiego emocional y combatir contra sí mismo y contra su séquito y obtener el restablecimiento de la unidad afectiva y familiar. Se le exige, en definitiva, que comprenda a la figura maternal y asuma la ausencia paterna.
Max va perdiendo sus argumentos para la rebeldía, haciéndose adulto sin quererlo, comprendiendo que el control de los sentimientos de los demás es inabordable, como los suyos. Como el propio Max, los monstruos imaginarios (con Carol a la cabeza y trascripción del propio niño) sienten miedo al abandono y a que el grupo se fragmente, con la necesidad de estar unidos, impregnando a su sentido de vivir una búsqueda de unidad que no consiguen fraguar por muchos “reyes” que hayan tenido. Tanto el chaval como los monstruos pueden pasar del salvajismo animal, con esa guerra de terrones de arena y embestidas varias, a la vulnerabilidad más absoluta. Cada una de las criaturas alude a sus desazones, escondidas en un bosque que no es más que su transitorio resentimiento con el mundo adulto; bien sea la necesidad de llamar la atención, de no ser escuchado, de sentirse invisible, de ser desalmado o de la coherencia y la responsabilidad. Su conocimiento de los monstruos, desde su alter ego que encarna la reacción de destrozarlo todo cuando las cosas van mal hasta aquél que suspira por ser escuchado, Max va avanzando en el conocimiento de sí mismo.
Para él la fantasía es un modo de liberar la furia y de llegar a conseguir el equilibrio interior. De lo que trata ‘Donde viven los monstruos’ es, básicamente, de la importancia del juego, que apela al poder de la fantasía y la imaginación para recuperar un retrato infantil analizado con madurez, inquiriendo el daño que una familia fragmentada puede producir en un niño. Porque la aventura de Max no es más que la lucha consigo mismo por comprender y asimilar su situación familiar. Los problemas que plantean los monstruos (los suyos propios) necesitan ser discernidos para ser resueltos. Y eso es algo que se escapa a la edad del pequeño, hasta que entiende que este tipo de decisiones requieren el apoyo y amor de una figura adulta, de la madre a la que ha dejado en su viaje personal.
‘Donde viven los monstruos’ es una apuesta que se puede apreciar como excesivamente arriesgada en la carrera de un Spike Jonze que no deja de ir a contracorriente. Se trata de un relato demasiado adulto para niños que se muestra, por su grafía y personajes, en algo un tanto infantil para los adultos. Pero lo cierto es que esta película sobre la infancia plantea, por primera vez en mucho tiempo, un cine infantil inteligente y radicalmente inconmensurable. Su esencia oscura la transforma sutilmente en una obra compleja e inclasificable. Es lo que convierte al filme en una joya en bruto. El viaje de autodescubrimiento de Max, su fantasía haciendo frente a sus frustraciones, es una portentosa fábula poética y lírica en todos los sentidos, llena de una verdad cinematográfica que percibirán mejor que nadie los adultos que echan de menos la inmadurez y la infancia. Ellos son los verdaderos destinatarios de esta obra de culto instantánea.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Un tipo serio', de Joel y Ethan Coen.

lunes, 28 de diciembre de 2009

SALAMANCA, en blanco (y negro)

Combinar Salamanca en blanco y negro con un efecto invernal de nieve nos deja estampas como estas. La ciudad del Tormes con una identificativa imagen navideña, siguiendo con el paradigma vacacional que ha tomado el blog con esta Pascua 2009 y la inminente llegada del Nuevo Año.
Flickr Salamanca en Blanco (Enfoque negativo).

viernes, 25 de diciembre de 2009

Review 'Avatar (Avatar)'

Bailando con Na´vis
La larga espera del filme de Cameron tras más de una década después de ‘Titanic’ deja un filme espectáculo repleto de ambición, efectos especiales y estética acumulativa. Sin embargo, el resultado es una película vacía que esconde una falta de sutileza abrumante.
Se le ha dado una especial trascendencia al hecho de que James Cameron haya permanecido más de una década para concretar ‘Avatar’ tras su rutilante éxito con ‘Titanic’. El discurso del cineasta sobre esta demora ha sido el de una necesidad de adecuar su filme a las exigencias tecnológicas desarrolladas en los últimos años. Cameron necesitaba unos avances muy concretos para poder hipnotizar al mundo con unos efectos especiales sorprendentes. Su caprichosa actitud huele al exigente espíritu de Stanley Kubrick y su denso destierro voluntario hasta que las técnicas de filmación pudieran llevar a cabo la novela de Brian Aldiss ‘Inteligencia Artificial’.
Su afán por convertirse en el adalid de la innovación tecnológica de la industria cinematográfica y el juramento de brindar al mundo el filme acontecimiento de la década ponían el listón muy alto. El director de ‘Mentiras arriesgadas’ prometió una nueva experiencia y un nuevo modo de ver el cine. En su soflama iluminada hacía ver la llegada de una película que iba a dar un giro radical al curso del Séptimo Arte. Se ha vendido como una profecía del cine que está por venir. Una experiencia adelantada a su tiempo. Pues lamentablemente, y como se preveía, ‘Avatar’ no es nada de eso.
Esta nueva aventura de Cameron responde, eso sí, a lo que todos esperaban. Es decir, un tipo de cine elefantiasico muy al gusto de su creador. Una película que, de entrada, implica una ambición tan colosal que es imposible que no sea un éxito. En su resultado final, pesa más lo desproporcionado, lo artificial y lo tecnológico que todo lo demás, que queda indefinido en el equilibrio de aquello que ambiciona y el resultado final de esta historia. Cameron juega a ser Dios creando un universo propio, de fábula épica, ubicado en el mundo de Pandora, planeta habitado por una suerte de Ewoks de tres metros, sin pelo y con aspecto ‘apitufado’. El cineasta ha creado una fauna y flora específica, un territorio y un lenguaje delimitado para dar credibilidad a la aventura de Jake Sully (Sam Worthington), un ex marine norteamericano que se introduce en la tribu de los Na´vi, dentro del cuerpo un caminante de sueños, de un avatar infiltrado que empieza informando sobre la cultura y las costumbres del pueblo y acaba por convertirse en el cabecilla de una revolución contra aquéllos para los que trabaja.
Paulatinamente, además de enamorarse de la bella Neytiri (Zoe Saldana), irá descubriendo a una tribu en comunión con la tierra y la naturaleza que van a ser aniquilados por un ejército manipulado a su vez por una pujante compañía corporativa que pretende adueñarse de un mineral que es la solución real a la crisis energética de una Tierra totalmente despoblada y devastada. Con ello, Cameron deja ver su intención de eco alarmista sobre la evolución del hombre y su empeño en destruir el medio ambiente y la vida humana, así como del progreso como amenaza debido a la avanzada tecnología de las máquinas, como ya sucedía en ‘Terminator 2’. ‘Avatar’ es, ante todo, una cinta de Ciencia-Ficción ecológica, ecologista (sin que falten cantos tribales) y muy antimilitarista.
De entrada, por mucho que se niegue, los paralelismos que se pueden hacer entre ‘Avatar’ y ‘Un hombre llamado Caballo’, de Elliot Silverstein, el ‘Pocahontas’, de Disney y, sobre todo, con ‘Bailando con lobos’, de Kevin Costner, pesan demasiado sobre la parte más volátil y quebradiza del filme de Cameron: el guión. Es más un puzzle de referencias que un trabajo con personalidad propia. A Cameron le falta disciplina guionística ante su irreprochable pericia narrativa. Con ello, ‘Avatar’ se destapa en seguida como una historia infantil, absolutamente previsible, que implica cierta ridiculez en su desarrollo, tópica y trivial hasta el paroxismo, sin albergar sorpresas y dejándose la emoción y cualquier dote para la dramaturgia y la pasión por el camino. Podría pensarse que es un efecto de ingenuidad argumental, de honestidad con una historia reincidida en multitud de ocasiones, bienintencionada en los elementos con los que se construye la colorista historia de amor esquemática y conexión con la naturaleza. Un hálito que atufa a moralina por todos sus flancos, con buen rollo de vitola de ‘new age’.
Sin embargo, conociendo la trayectoria de James Cameron, esto se contradice con su continuo afán por doblegar el cine a su antojo. La jugada de crear un espectáculo más grande que la vida misma (el ‘bigger than life’ que lleva como estigma) se queda en un simple conato, puesto que bajo la estela del alarde de ‘Avatar’, de sus ansias de grandiosidad, se esconde una falta de sutileza abrumante, donde los personajes están desprovistos de profundidad, esgrimidos en un croquis de adiposa capacidad dramática.
‘Avatar’ dilucida torpemente sobre la populista historia de colonización e imperialismo, que vive del tópico y el cliché, con evidentes limitaciones que no van más allá de su sinopsis, volcando el grueso de la historia en simples alegorías, en espiritualidad y amor a la naturaleza de cómodo manual. Por supuesto, filtrado con maniqueísmo y corrección política. Se asienta así sobre los cimientos de un mensaje antibelicista con toques de enfrenamiento entre la evolución armamentística ‘hi-tech’ y la humanidad de lo arcaico y tradicional. Es la particular dicotomía de contraponer la guerra con conceptos antagónicos como la paz e incluso la ciencia. Los Na´vi desafían sin tecnología y usando la naturaleza para combatir la destrucción de los artefactos de aniquilación militar. La epopeya de Cameron parece también querer hacer relectura crítica de algunos errores de la actualidad; en esa guerra sin sentido a cualquier precio que encubre a quien maneja el cotarro, las grandes corporaciones que amenazan al mundo en que vivimos, los ejércitos manipulados hasta el extremo de ejercer el exterminio por cumplir órdenes y un subtexto alegórico al 11-S en un momento muy reconocible de la película.
James Cameron cree que lo tiene todo hecho cuando cambia los papeles tradicionales del género de catástrofes alienígenas. Aquí los malos no son los extraterrestres, son los propios humanos, el ejército y las grandes multinacionales, que son las que pueden llevar a cabo un genocidio si por delante hay intereses económicos (en este caso, un yacimiento de un mineral llamado Unobtainium), en un alarde de denunciar de qué forma las conjeturas neoliberales imponen un erróneo modelo de la democracia capitalista.
El problema es que todo esto se pasa por alto cuando es reconocible que el espectador se pone delante de ‘Avatar’ sabiendo a qué se enfrenta. Cameron y los efectos especiales son los dos ingredientes que prevalecen por encima de cualquier acierto o defecto que lleve esta cinta congénitamente. No hay que analizar más allá de lo que hay. Como cine espectáculo, ‘Avatar’ satisface las expectativas, puesto que lo que importa no es la historia, ni los personajes, si no que la impresión tridimensional se asuma como una exhibición disfrutable por todos aquellos que se dejen los prejuicios en casa. Es un ‘blockbuster’ con todas las de ley que pertenece a un tiempo concreto. Y lo es porque apabulla, porque es una profusa muestra de ostentosidad de medios, de gaudeamus visual al servicio única y exclusivamente de la pirueta deslumbrante. Cameron da rienda suelta a su megalomanía galopante, esgrimiendo un deslumbramiento continuo que no tiene fin y que, a buen seguro, se percibirá, de un modo adulterado, como un lujo para los sentidos. ‘Avatar’ es el testimonio paradigmático de la autoconfianza de su creador, que se aferra al poder narrativo puesto a su servicio de los efectos de última generación.
‘Avatar’ es una montaña rusa de aventuras, donde la plasticidad de las escenas se rige por la estilización continua de lo narrado. Una proeza visual que a lo largo de sus casi tres horas no decae en ritmo y en derroche sensorial. El misticismo planetario sacude a la épica hipertrofiada de los Na'vi u Omitacayas, con espectaculares luchas varias, con su épica final, con romance de novela rosa, con militares que parecen personajes de videojuegos… Todo embutido en un circo digital de estética acumulativa. Hay que reconocer que ‘Avatar’ es un deslumbrante espectáculo visual de primer orden, que magnifica el concepto de odisea cinematográfica al servicio de la taquilla. Que encandila y abruma a partes iguales.
Pero por desgracia para Cameron, la revolución del cine no ha sido tal. Como era de esperar, este armatoste descomunal con olor a dinero y marketing es, simplemente, eso, una jugada perfecta que no descubre nada nuevo. Tal vez mejora el cine que está por venir, que robustece la naturalidad del ‘perfomance motion capture’. Eso sí, hasta el momento, tampoco es que sea algo que levante mucha expectativa, por mucho que a las ‘vacas sagradas’ de Hollywood se les haya despertado la vena tecnófila.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Donde viven los monstruos', de Spike Jonze.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Diversos Santa Claus

Más que un símbolo de emotividad navideña, Santa Claus, con el paso de los años, se ha convertido en un reclamo comercial identificativo de estas fiestas. Está en todos los sitios imaginables; anuncios, supermercados, fachadas, calles, colgado en los balcones, calzoncillos… Père Noël, Babbo Natale, Papa Noel… se ha convertido en un símbolo arraigado a un país que ha superpuesto su figura a los tradicionales Reyes Magos. Se lleva más este gordo de barbas blancas vestido de rojo que sus majestades de Oriente. Sin embargo, que un fulano, según cuenta la leyenda, pueda entrar en las casas de los niños que tengan chimenea es algo que levanta ciertas suspicacias entre los más pequeños. Tampoco ayuda la consolidación de individuos de dudoso calado dando vida a este icono navideño.
La catalogación que da la revista Maxim, en su edición americana, se acerca mucho a la prosapia y variedad de caracteres que ofrece la figura de Santa Claus; desde el hombre de poca voluntad que empina el codo y se ‘encogorza’ (una estampa recurrente que llevó al cine Terry Zwigoff en ‘Bad Santa’), pasando por aquél al que el traje le queda grande y el relleno no disimula su delgadez, el viejo verde que acecha a las madres de los niños hasta llegar a ese sueño erótico de hermosas mujeres de mareantes curvas vestidas como Santa…
La conclusión de esto: Santa Claus da miedo. Si no, que se lo digan a Billy Chapman en ‘Noche de paz, noche de muerte’ o podemos echar un vistazo al blog ‘Sketchy Santas’, página que recoge inaquietantes instataneas de diversos Santa Claus ofreciendo el rostro menos poético de esta inquebrantable figura navideña.
Como recordatorio en este día de Pre-Navidad, os dejo el mítico Top Ten de personajes navideños abismales.
Lo dicho hace unos días. FELIZ NAVIDAD a todos.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El regalo navideño de Jack Bauer

Cualquiera que haya visto o seguido las aventuras de Jack Bauer (Kiefer Sutherland) en la televisiva y reverencial ‘24’ sabrá cómo se las gasta este agente de la UAT -Unidad AntiTerrorista-. Bauer tiene una larga lista de decesos cometidos a sus espaldas. Sin embargo, es un héroe intachable. Y un buen patriota que lucha contra la caterva de poderosas organizaciones internacionales que van en contra de su país. También es un buen padre de familia. Y aunque tuvo su flirteo con la heroína y abusa de vez en cuando del hostigamiento y la violencia extrema para conseguir información, Bauer también quiere un regalo de Navidad. Y lo conseguirá. Aunque para ello haya que torturar e interrogar al mismísimo Santa Claus.

martes, 22 de diciembre de 2009

Gordo de Navidad: 78.294

“Me estás tapando los cincuentamiles”, le ha dicho en un momento puntual el presidente de la mesa al niño de la tercera tabla que ha cantado uno de los quintos premios. Pero nada como aquél supervisor de mesa de bombos que echó una bronca monumental a aquel pobre niño que se equivocó en un número y que no he podido encontrar en YouTube, pero que es impagable.
Cada año la letanía de los niños de San Ildefonso alegra un poco el día dando con su sonata cantarina una especie de pátina navideña a un Sorteo que alberga las esperanzas de mucha gente para olvidar penas, darse caprichos o amasar fortunas. No vamos a negar que es una ilusión a modo de espejismo. Como el cuento de la lechera, todos dilucidan sobre qué harían si les tocara el premio gordo. La probabilidad es mínima. Casi nula. Hay que asumirlo con realismo y estoicismo. Los números que van desde el número 00000 al 84999 escogen una casualidad real del 5,68%. Una cifra imposible, una quimera. La gente sigue haciéndose ilusiones porque cada año vemos en la televisión a unos poquísimos afortunados son fugaces protagonistas del día 22 de diciembre al aparecer enardecidos alrededor de un periodista contagiado de euforia vociferando y gritando paridas, entre cava en la cabeza y risas y cánticos, medio ebrios, de los ganadores, conscientes de que sus vidas han cambiado.
Este año, los madrileños han ganado la partida a los demás españoles. Los dos primeros premios han caído en la capital española. El Gordo, lejos de aludir a la obesidad, deja millones de euros en el 78294, el afortunado billete que, en estos momentos, quema de forma agradable en manos de los afortunados. A partir de ahora, escucharemos en televisión esas porfiadas frases que año tras año repican como los villancicos navideños; “celebrarlo”, “muy felices oiga”, “me hacía mucha falta”, “regalos para la familia”, “comprarme un piso”, “para la boda” o las mejores, la expresión jornalera de cemento y ladrillo y ex profesión de Nacho Vidal “tapar agujeros” y la que no podía faltar y que pocas veces se deja montada en el corte “mandar a tomar por culo a mi jefe”.
En cualquier caso, felicidades a aquellos a los que vivan en Bravo Murillo, en Madrid y en Getafe.
¿Algún premiado entre los lectores que quiera, de forma altruista y alegre, donar algo del premio para la producción de un exitoso y futuro proyecto cortometrajístico?