En ese prisma político que encierra ‘1997: Rescate en nueva York’ y que avancé ayer aquí en este Abismo, “Snake” Plissken (Kurt Russell), en su oscuro viaje, es visto como un fantasma, como un elemento mítico que vuelve para dignificar la triste vida de los que sufren la dictadura. El rumor de la muerte de "Snake" no es más que un extraño toque de humor irónico que se extiende a través de la película en la reacción de los personajes que se encuentran con el personaje heroico más definitorio de Carpenter y que procede como homenaje al ‘western’ ‘Big Jake’, de George Sherman, donde se producía el mismo ‘running gag’ sobre la muerte del personaje que interpretaba John Wayne.
John Carpenter compuso con ‘1997: Rescate en Nueva York’ una obra de tensión narrativa expuesta en ése insólito vinculo con el gobierno, con un lapso de tiempo de un solo día como un marcador idóneo contra el cual luchar. Se construye así la atmósfera y el desasosiego necesario para que el ritmo se acreciente, acentuándose según pasan los minutos, debido a que Plissken lleva esas dos pequeñas cargas de veneno introducidas en sus arterias. Pero como en toda película con héroe, se sabe que será imposible acabar con su vida. De hecho, ese ‘cassette’ que representa la salvación del planeta, la importancia que tiene para el mundo esa cinta que debe ser escuchada por los miembros de gobierno de todo el mundo en una cumbre que puede evitar una terrible Guerra Mundial, la razón por la “Snake” debe luchar, no es más que un 'McGuffin hitchcockiano', porque este dispositivo de suprema importancia en el filme, no tiene, en su desenlace, el mínimo interés.
La lectura visual de Carpenter, al servicio de ese oscurantismo ornamental, está dirigida en todo momento a obtener un clímax que va evolucionando a través de una violencia creciente, de la tensión acumulada y del apremio del tiempo respecto a la vida de Plissken. Los personajes secundarios están marcados, a su vez, por la imposibilidad trágica de los deseos de esperanza que singularizan sus objetivos de escapar con “Snake”, de salir de un infecto agujero en el que se ha transformado Manhattan, sin reflexionar si lo que hay fuera es mejor o peor, sin saber en qué se ha convertido el mundo exterior. Un término que Carpenter oculta en todo momento y que potencia toda la trama carcelaria y de fuga. Tanto Cabbey (el impagable y entrañable Ernest Borgnine), “Brain”/“Cerebro” (Harry Dean Stanton) y el papel florero de Maggie (la belleza natural de una despechugada Adrienne Barbeau) están sometidos a las exigencias y el temor de “El Duque” y actúan ayudando a Plissken, pero sabiendo en todo momento que no dudarán en venderle ante el Duque a la mínima oportunidad si con ello pueden salvar su pellejo.
También hay que destacar el papel de Donald Pleseance como presidente de la nación, un presidente ruin y débil, asustadizo y patético que queda muy lejos de las absurdas recreaciones de hace una década en el que el hombre más poderoso del mundo parece un superhéroe. El Presidente de los Estados Unidos, como se apuntaba ayer aquí, serviría a la perfección para simbolizar al actual primer mandatario de Norteamérica. En su época, no obstante, también estaba cargado de embestida crítica y ácida, ya que el funesto y cobarde presidente de Pleseance caracteriza de una manera espléndida lo que significaba para muchos norteamericanos el presidente Roland Regan. Cuenta Carpenter que escribió la película en el 74, durante la época del Watergate, pero no consiguió rodarla hasta la década de los ochenta. En los 70, todo el mundo le tenía pánico porque se burlaba del presidente y que eso no cambió con la llegada de Regan al poder y de su política aperturista. Esa sensación de cinismo respecto al presidente de la nación queda concretada en el primer plano en el que vemos a Donald Pleasence con una peluca rubia y humillado por los hombres de “El Duque” (Hayes). Pura mala hostia que siempre ha determinado el cine de Carpenter.
Otra de esas motivaciones ‘carpenterianas’ definitorias de muchos de sus personajes es la brevedad del tiempo, el ‘carpe diem’ que precede a las situaciones. No hay instantes de calma. Tanto para “Cerebro” y “Maggie”, como para el afable Cabbey no se refleja en ellos una inquietud por el porvenir, por su futuro, sino por la necesidad de salir a toda costa de la Isla. Este tema queda perfectamente idealizado en la chica rubia con la que “Snake” tiene un encuentro huyendo de la enloquecida amenaza que se cierne sobre él en forma de presidiarios con ganas de liquidarle. Una de las sublecturas de Carpenter es esa sensación de que en el Manhattan de 1988 las cosas no pueden durar, los presos de la película exponen su actitud de desidia en cuanto a su lamentable situación. No hacen nada por cambiar la libertad que tienen dentro de la cárcel, sino que, por el contrario, gozan del placer del momento, de la diversión que les propone. Por ejemplo, las míticas luchas a muerte de dos hombres en un foso netamente romano, sin importar quién gane. Sólo buscan la diversión, el instante. Es una de las condiciones que mueven a Plissken en el desenlace de esta obra de culto, cuando, liberado de su ultimátum vital, camina como el ‘cowboy’ solitario alejándose en el horizonte mientras el presidente de los USA hace el ridículo en plena cumbre cuando al escuchar en la vital grabación la vieja canción de soul ‘American Bandstand’, saca la verdadera cinta y la rompe con rabia. No importa que el futuro de la humanidad esté en peligro, lo único que importa y ha importado a lo largo del filme ha sido la integridad del propio Plissken, lo que ha desarrollado Carpenter a lo largo de todo su metraje.
‘1997: Rescate en Nueva York’ nos habla de un futuro incierto y de una aventura que empieza y acaba de forma impenetrable, ya que durante el filme no hemos sabido nada sobre “Snake”, salvo breves trazos de su impasible personalidad, su frialdad derivada de su instinto de supervivencia. Ante la duda posterior acerca de si con la acción del héroe del parche en el ojo estamos ante una Guerra Nuclear, Carpenter cierra cualquier tipo de pronóstico, sin dar pistas, de cómo es la vida de “Snake” fuera de la cárcel, ni de cómo es la América de 1997 en la película. Tampoco se nos ha explicado porqué Manhattan es una prisión metamorfoseada en el mismísimo infierno. Tal vez, un adelanto profético de lo que el 11 de diciembre de 2001 nos dejaría como legado histórico. Por supuesto, no hay que olvidar otro factor fundamental en el cine de Carpenter. Y no es otro que su música, aliciente primordial que hacen de ‘1997: Rescate en Nueva York’ un producto combativo contra el tedio. De nuevo el sintetizador, la música que mejor ha representado y que ha hecho del maestro un clásico de las mejores y más aplaudidas ‘scores’ de los 70 y 80, volvió a magnificar con su inquietante y desenfadado estilo en el que funciona esa sencillez de notas que logran crear una opresión constructiva a la textura de la película.
Carpenter ironiza y extiende su obsesión por la alineación de una masa amenazadora que recuerda en todo momento a la maldad en forma de vampiros de ‘Soy leyenda’, de Richard Matheson o las coordenadas narrativas establecidas por George A. Romero en ‘La noche de los muertos vivientes’. Como sucediera en ‘Atraco a la comisaría del Distrito 13’, se desquicia la idea de un panorama urbano en el que la cotidianidad está marcada por el crimen, por un desafío conformado en un grupo de violentos seres sin rostro, aquí representados en presidiarios que viven en su propia jungla. Un componente privativo y constante en su posterior obra y en la que tanto tiene que ver su visión con el ‘western’, género del que vuelve a beber Carpenter para ‘1997: Rescate en Nueva York’, simbolizado en el antihéroe Plissken y su peculiar aspecto con su parche en el ojo, su ropa militar ajustada y sus botas vaqueras. Un rol a medio camino entre el ‘rubio’ Clint Eastwood en los ‘spaghetti’ de Sergio Leone o cualquier perdedor heroico interpretado por John Wayne, con una forma de actuar instintiva y en la que el humor negro le concede esa exhalación de leyenda e inteligencia visible sobre todo en su enfrentamiento dialéctico con el impertérrito y sucio Bob Hauk (un Lee Van Cleef que no deja pasar el irresistible paralelismo de sus personajes de ‘western’ europeo).
Un filme constante, imborrable de la memoria de aquellos que vieron y vivieron en su momento el mejor cine de acción durante los 80. Un cine, en este caso el de Carpenter, lleno de metáforas y de perpetua reinterpretación genérica dada la profusión temática otorgada entre líneas que incluyeron en casi todos sus filmes. Con tan sólo 7 millones de dólares como presupuesto inicial, el éxito de público fue rotundo. Los decorados, tan realistas y adecuados, fueron filmados en St. Louis, tras las graves e históricas catástrofes provocadas por el fuego, de ahí su realismo. Aún así, para una pequeña producción como esta, los efectos especiales eran uno de sus mayores reclamos y el elemento más logrado de la cinta, donde destaca el inolvidable planeo del avión de “Snake” sobra la Gran Manzana y su increíble aterrizaje en una de las desaparecidas Torres Gemelas.
Con un éxito de la magnitud de ‘1997: Rescate en Nueva York’, Carpenter estaría preparado y condicionado para dirigir la que sería su primera gran superproducción para un gran estudio: ‘La Cosa’, posiblemente, su gran obra maestra. Pero ésta… es otra historia que algún día tendrá su gran espacio en el Abismo.
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