1916 - 2006
La triste noticia de la muerte de Richard Fleischer impone la lógica de dedicarle unas líneas. También lo imponía la muerte de Rocío Dúrcal el pasado sábado (una de las más grandes y dignas artistas que había en España –algo poco común dentro del circo mediático que se ha levantado en torno a algunas congéneres de Marieta-), pero desconozco la vida y obra, salvo alguna excepción artística de esta folclórica, actriz y cantante de rancheras tan querida en este país. Una gran pérdida, sin duda alguna.
También lo ha sido la de Richard Fleischer, uno de los grandes del Hollywood más clásico al que, incomprensiblemente, se ha subestimado a lo largo de los años. Uno de los pioneros de la revolución técnica; ahí quedan sus hazañas fílmicas de elaboración colosal como en ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, ‘Viaje alucinante’ o ‘Tora, Tora, Tora’, películas en las que demostraría la calidad de un estilo propio, de una inventiva sin límites y de una eficacia comercial inaudita en un hombre que empezó como actor, montador y que debutara con melodramas (‘Child of Divorce’, ‘Desing for Death’…) o instructivos documentales (‘Make Mine Laughs’) hasta su ascenso a superproducciones que marcaron el análisis de la realidad americana con una facilidad para concentrar temáticamente la fantasía de lo imaginario y la angustia de un terror provocado por la soledad. 
Trabajó con Orson Welles en los guiones de ‘Impulso Crimenal’ y ‘Crack in the Mirror’, pero no tuvo éxito. Desde el ‘western’ (‘Duelo en el barro’) hasta el ‘thriller’ (‘The Narrow Margin’ y ‘Sábado trágico’), Flesicher se mantuvo fiel a un modelo propio e ilustrativo de entender los géneros, con gran habilidad para componer personalidades angustiosas y difíciles; perdedores, asesinos en serie (‘El estrangulador de Boston’ y ‘El estrangulador de Rillington Place’) e incluso misántropos con mentes escindidas. Todo ello, con un dominio del ‘scope’ abrumante, dándole un especial valor expresivo al color y una planificación formal única. Porque la gran virtud de Fleischer fue la de saber adaptar el ritmo a cada secuencia, bien fuera dramática, de diálogo o de acción.
Desde ‘Los diablos del Pacífico’ (cínica crítica contra la gloria militar), pasando por ‘La muchacha del trapecio rojo’ hasta llegar a esa obra de culto ‘Soylent Green’, Fleischer potenció su apego por historias con un punto en común en el desencanto centradas en la incomunicación o la censura con un trasfondo de violencia que siempre delimitó la concesión a la espectacularidad de muchos de sus trabajos. Sobre todo, en su gran obra maestra, ‘Los Vikingos’, donde aporta una visión trágica y épica del salvajismo concerniente a la mitología nórdica, sin evitar la rudeza de la sangre, el erotismo, las ‘drakkars’, ni siquiera ese trasfondo de rivalidad y odio de Einar y Eric por el amor de Morgana (interpretados, respectivamente por Kirk Douglas, Tony Curtis y Janet Leight). Tampoco se puede olvidar la imponente voz del gran Welles en Off, como narrador o la inmensa fotografía de Jack Cardiff. 
Aunque en el ocaso de su carrera su cine no sea tan preciado ni tenga el interés que su etapa floreciente (‘Una grieta en el espejo’, ‘Terror ciego’, ‘Mandingo’, ‘Mister Majestyk’, ‘El Príncipe y el mendigo’, ‘El pozo del inferno’, la secuela de ‘Conan’ o ‘Pasta Gansa’) Fleischer quedará como un clásico irreemplazable dentro del mejor Hollywood que uno pueda recordar.
Y un recordatorio, a modo de funesto e incesante obituario, a la memoria de Stanislaw Lem (creador de ‘Solaris’, ‘Ciberiada’, ‘Los atronautas’ o ‘Qatar’, entre muchas otras) y que ha fallecido hoy mismo en Cracovia a los 84 años de edad. Lem tuvo como tema capital el lugar del hombre en el mundo, la tecnología, la incomunicación y la comprensión-con otras formas de vida.
D.E.P. todos ellos.
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