Cuando en 1981 el maestro John Carpenter lanzó ‘1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York)’ estaba en un momento de cierto privilegio, en la senda adecuada para hacer lo que más quería, seguir realizando cine desde una aventajada posición de libertad e independencia. ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’, ‘Halloween’, la teleserie ‘Elvis’ y ‘La Niebla’ le habían conferido un cierto estatus y experiencia sin ningún tipo de condicionante que agriara su óptica cinematográfica. Así, dispuesto a dar lo mejor de sí mismo y a demostrar su invariable manumisión fílmica a la hora de llevar historias personales al cine, el cineasta regresó a la gran pantalla con una más que agradable sorpresa, este inolvidable clásico ‘1997: Rescate en Nueva York’, una de sus obras más admiradas y una de los más representativos orígenes, para muchos conocedores del género, de la Ciencia-Ficción contemporánea.
La fuerza de este áspero y dinámico prototipo de cine de género (o subgénero, según cómo se analice) se vierte en la intención de Carpenter por presentar un futuro oscurantista, tenebroso, realzando la acción con una fuerza visual incomparable basada en el estilo que deviene en noveno arte, del mejor cómic, en la forma narrativa y argumental de Harry Harrison y su visión del mundo futuro. Y es que una de las cosas que hizo que esta memorable película haya sido, casi desde su estreno, una irrevocable obra de culto, ha sido esa condición de sedición formal y estética, de trasgresión con lo instituido, de la sublevación con las propias significaciones dentro de todos los subgéneros en la que pueda llegar a englobarse; ya sea cine fantástico, de ciencia-ficción, apocalíptico o carcelario. 
Para esa sobria y electrizante estética de la aventura en un cosmos que implica por definición el exterminio y la devastación, Carpenter recurrió al sublime y riguroso diseño de producción de Joe Alves, autor del diseño de ‘Tiburón’ y ‘Encuentros en la Tercera Fase’, ambas de Steven Spielberg, con la intención de mostrar un gran espacio (en este caso una isla de Manhattan totalmente asfixiante y cerrada) como un presidio mortal, confluente en el peso subversivo de la trama. Todo ello consecuencia de la parábola milenaria que constituye todo el filme. En esta finalidad de trasgresión y rebeldía en cuanto a la grafía genérica, influye de forma indispensable la fotografía delineada por su inseparable Dean Cundey en una oscura composición de ‘scope’ anamórfico que dieron la lobreguez necesaria para una historia nocturna y opresiva.
‘1997: Rescate en Nueva York’ es una extraña e inquietante fábula donde la individualidad está coartada por un gobierno autoritario norteamericano que juega con la vida de la humanidad, crítica feroz de un Carpenter, temerario, lleno de vitalidad y furia, que se mantiene actual debido al retroceso social que está viviendo el mundo moderno. Esta obra de culto se mantiene fresca porque lo que cuenta muy bien podría suceder el un futuro próximo. De ahí que no haya envejecido su mensaje final. La cinta empieza con los créditos de abertura que dejan escuchar una voz femenina digitalizada que comunica que en 1988 el porcentaje de criminalidad en los E.E.U.U. ha aumentado en un 400%. Por ésa razón, se ha creadazo una prisión nacional situada en la Isla de Manhattan, donde se ha levantado una enorme muralla de seguridad que ha terminado por aislar a los presos que viven allí con sus propias leyes y a su libre y anárquico albedrío. Sólo existe una regla: una vez que alguien entra, nunca jamás vuelve a salir. 
No interesa, como es signo congénito de la temática futurista, la civilización del momento. No hay rastro de fascinación por saber cómo es el futuro que se muestra en las clases sociales privilegiadas, ni siquiera en las de clase media. No se refiere al modo de vida que llegará, ni a la idiosincrasia tecnológica que revolucionará la forma de vida humana. Nada de eso. Para Carpenter la trascendencia se centra, precisamente, en el ámbito contrario, en el reverso de la moneda, en la vida paralela que viven los convictos. Pero no estamos en el lado oscuro de la sociedad, ya que estos son los únicos que, de forma heterogénea, viven en una paradójica libertad imponiendo sus propias leyes, donde la autonomía es total, haciendo una infrecuente visión de un universo desordenado y enloquecido. Un trasfondo político que, si bien no es nuevo (recuerda mucho a las deducciones finales de dos obras claves como son ‘Blade Runner’, de Ridley Scott o del genuino Terry Gilliam en la esplendorosa ‘Brazil’) sí imponían una nueva visión del filme futurista al que el espectador estaba acostumbrado a ver en una sala de cine. En ese paisaje típicamente ‘orwelliano’ se desarrolla una de las más arriesgadas y apocalípticas visiones de un futuro desarrollo en una singular cárcel, símbolo de una supuesta sociedad llena de hipocresía y contenidos para el análisis. 
Los habitantes de la prisión son la clase de gente que se opone a los ideales fascistas del hombre moderno, que vive en una libertad que les somete, pero a su vez, perciben que deben formar parte de un sistema gubernamental organizado para sobrevivir. La gasolina es controlada completamente por los grupos subterráneos y cuando el alimento es escaso, los criminales no dudan en recurrir al canibalismo. Por otra parte, no es tolerable ningún tipo de régimen, pero paradójicamente ven en “El Duque”, un hombre de color armado hasta los dientes, al mandatario que dicta sus destinos dentro de un mundo de caos y violencia. Estas indagaciones sociales son los aspectos más interesantes de la película, pero que no son explorados por Carpenter en profundidad por la sencilla razón de que lo que verdaderamente interesa en la trama argumental es una misión. La misión de un hombre que, con el paso de los años, se ha convertido en un icono cinematográfico de irrefutable carisma. La misión de un hombre llamado Jake “Snake” Plissken.
Para dar vida a “Snake” se buscó un actor que en pantalla resultara inclemente, un modelo de actor en el que la reciedumbre del rostro marcara una abrupta actitud y la férrea personalidad de un personaje tan frío como Plissken. Los candidatos que sonaron para encarnar el rol fueron Clint Eastwood, Tommy Lee Jones y Charles Bronson. Eastwood se negó. Bronson, por su parte, tanteó la situación. Sin embargo, aunque a Carpenter no le hubiera importado que ‘El justiciero de la noche’ hubiera dado vida a su antihéroe, creía que era demasiado viejo para el papel. En cuanto a Tommy Lee Jones, fue rechazado por el propio director porque el cineasta prefería al que se convertiría en su mejor amigo, en el actor fetiche de sus mejores obras; el eficaz y carismático Kurt Russell.
Ése arcano delincuente de imperecedero nombre, "Snake" Plissken, es un insólito arquetipo de héroe misántropo y antisocial que pertenece ya a la retina de los amantes del cine de género. 
En ‘1997: Rescate en Nueva York’, “Snake” es de los soldados de élite con una última oportunidad para saldar su cuenta pendiente con la ley, adentrándose en un particular mundo de delincuencia que sobrepasa a los propios dirigentes de un hipotético futuro, haciéndoles partícipes del juego. Plissken cree únicamente en él mismo, sabiendo que los verdaderos héroes están muertos y que él no es más que un superviviente que sólo actúa a favor del gobierno cuando éste le coarta para lograr sus fines: rescatar a un ridículo y asustadizo presidente (que podría muy bien representar a George W. Bush) de los USA, caído en la prisión de Manhattan por el abatimiento del Air Force One y recuperar una grabación que constituye la salvaguardia de la humanidad. Para ello, tiene 22 horas en las que deberá obtener el objetivo impuesto en una ardua e imposible misión. Si no lo consigue, morirá por un veneno mortal que le ha sido inyectado por los altos mandos gubernamentales y del ejército. Así de simple.
Como se ha matizado, Manhattan es un mundo de caos y de violencia. Pero a su vez jerarquizado, con el poder en manos de ese “Duque” (espléndido Isaac Hayes), que se convertirá en el gran enemigo del antihéroe de la película…
Y mañana, mucho más...
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