Luces y sombras de un año algo apático
Como cada año en el final de la temporada cinematográfica, se acostumbra a compendiar lo mejor y lo peor del año, a la injusta e inevitable subjetividad de listas enumerativas que ofrecen un examen a modo de ejercicio recapitulativo del cine que se ha ido estrenando a lo largo del año (como el pasado
Resumen del Abismo 2004). 2005, más allá de misericordias e ignominias, ha dejado clara una cosa: el cine español ha traducido su actual situación en la más desastrosa cosecha que se recuerde en muchos años. Es imposible apoyarse en inexistentes culpas de la administración central en torno a las subvenciones, ni las postergadas polémicas entre la FAPAE y los intérpretes nacionales, ni la comercial actitud de los distribuidores a la hora de comprar los célebres ‘packs’ favorecedores de la industria foránea. Y lo más triste, tampoco se puede buscar una justificación pretérita en la destructiva política de
Pilar Miró que derrumbara la evolución de nuestro cine gracias a la intención de realizar producciones de presupuesto holgado para recibir así más subvenciones y el ajuste no menos interesado en aceptar los arbitrios de la comisión ministerial ante los proyectos presentados. Todo eso no es excusa.
Lo más destacable de este 2005 es la rotunda nulidad de los títulos españoles, fétidos en su gran mayoría, ineficaces comercialmente, sin sentido de ser; desde la execrable ‘Torrente 3’, de un Santiago Segura cada vez más poderoso y propulsor de una comedia ultrajante para la inteligencia, ‘Ninnete’, de Garci, ‘El penalti más largo del mundo’, ‘El rey de la Habana’, ’20 centímetros’, ‘Reinas’, ‘Frágil’, ‘Ausentes’, la pérdida absoluta de calidad en el cine de género con ‘Frágiles’, de Balagueró, ‘La monja’ o ‘El habitante incierto’… Un luctuoso inventario producto de la impericia de un cine español incapaz de proponer al espectador productos de cierta dignidad. Que este año se considere lo mejor de nuestro cine a dos películas tan mediocres como ‘Obaba’, de Montxo Armendáriz y ‘Princesas’, de Fernando León de Aranoa simboliza el pésimo momento que vive en la decadente y constante catástrofe, en una proterva debacle que ha dado como consecuencia una fatídica situación en la cinematografía.
Por otra parte, este 2005 tampoco es que haya brillado por una horda de espectaculares títulos. Más bien apático, el año que se va ha dejado, como es lógico, algunos títulos de cierto interés, con la consolidación de un apotegma que, hoy en día, resulta incuestionable: el cine norteamericano, a pesar de ofrecer bastante inmundicia bien manufacturada, sigue divulgando con el ejemplo del mejor y más variado cine de la cartelera internacional. La lista de lo más destacado y lo peor de este 2005 que acaba hoy mismo es la siguiente.
TOP 10 - 2005.
‘The aviator’ es el vehículo idóneo para que Scorsese haya podido componer eso que tanto tiempo llevaba buscando: una entusiasta oda de amor al cine clásico, al viejo Hollywood de la Época Dorada, con una cuidada reconstrucción estética y argumental. El cineasta italoamericano contiene para ello su megalomanía fílmica, pero no su propensión a cierta mitomanía que llega a someter a la historia hasta un cierto punto de convencionalismo, justificando, a pesar de ello, su pericia narrativa, llena de épica en esta maravillosa crónica simultánea de una victoria ocasional y de un fracaso personal.
Scorsese ejerce en
‘The Aviator’ de exegeta fílmico, de metódico estudioso del cine de la Época Dorada, donde no falta cierta dosis de manierismo y virtuosa reconstrucción de la época, explícita y deliberadamente enfática y grandilocuente, a veces excesiva, pero siempre delimitada a una línea narrativa de perfecta sutileza, de puro cine clásico.
‘Finding Neverland’ recoge el espíritu del personaje creado por James M. Barrie para llevarlo a su propia vida, que transcurre en parsimoniosa cadencia y arteramente aislada de cualquier problema, donde las contrariedades más terribles pueden ser silenciadas con la imaginación, atenuándolas con la candidez de aquel que no quiere sufrir, pero que no se enfrenta a la realidad para superar sus miedos.
Una obra que ostenta un ajustado equilibrio entre realidad y fantasía, con un estilo (para bien o para mal) algo edulcorado, que pese a un plausible manejo de las emociones, no pierde de vista su afán melodramático y consigue transformarse en una película de admirable sensibilidad.
8.- ‘Dare mo shiranai (Nadie sabe)’, de
Hirokazu Kore-Eda.
(Ver crítica) Desprovista de una estética enfática y rehusando seguir una línea narrativa impuesta (ya que las acciones vienen dadas por situaciones que surgen de forma espontánea) ‘Dare mo shiranai’ se muestra traslúcida, descomponiendo el drama entre el lirismo, el silencio y la acrimonia del momento, en una deliberación en absoluto moral sobre el desánimo que provoca la negligencia y la falta de atención, pero que es suplantada por los vínculos familiares en un entorno de libertad y podredumbre que deja en el camino terribles sucesos, hambre, y en último término las dificultades más extremas a las que conlleva la madurez prematura.
Una película que deja la difícil mácula de lo imborrable, sin ningún tipo de grandilocuencia, desde la severidad de la emoción sincera.
7.- ‘Turtles Can Fly’, de
Bahman Ghobadi.
(Ver crítica) ‘Turtles Can Fly’ es una fábula tan oscura como desesperanzadora que recrea la amistad de unos niños cómplices en su esperanza a pesar de su realidad, contrapuesta a la violencia de la que son víctimas. El drama, sustentado en la amenaza bélica, recorre un arduo camino de penalidades en busca de un mensaje devastador, fortaleciendo la historia con pequeños toques de humor para que nada resulte excesivamente crudo.
La cinta de Ghobadi es un grito de paz en tiempos de guerra que azota a un país que, tras sufrir siglos de agonía, se ha acostumbrado injustamente a la conflagración constante.
6.- ‘Una historia de violencia’, de
David Cronenberg. (
ver crítica)
Poco tiene que el guión de Josh Olson con el ‘cómic-book’ de John Wagner y Vince Locke, ya que Cronenberg destruye los preceptos ‘tebeísticos’ en su disertación sobre la gradual metamorfosis que conlleva a la conducta violenta y nada ajena a su cine, ya que la trasgresión, la perversión, la abyección psicológica y la sexualidad sin tapujos giran en torno a la identidad constituida a partir del ámbito claustrofóbico de ese otro ‘yo’ localizado en la interioridad subjetiva.
La metamorfosis es, en definitiva, una mutación de la subjetividad que se fracciona en el exterior. Cronenberg aborda un conflicto existencial a través de un personaje coaccionado por su pasado que ve cómo el espectro de sus actos pretéritos subvierten en sus renovados valores, sin cuestionarse por la moralidad de las cruentas acciones que en ella aparecen. Una maravilla.
Salvando las distancias, Wes Anderson, al igual que Bretòn, Cocteau, Tzara o Artaud, destruye lo preconcebido, desformalizando los criterios discurridos, experimentando con el cine, con el arte gráfico, con el drama y la comedia, con todo aquello que pueda hacer delimitar sus películas a un género o a un juicio estipulado. En ‘Life Aquatic’ hallamos un melodrama suavizado donde el desencanto de la vida y los objetivos malogrados se ponderan con un característico humor absurdo.
Rareza inclasificable, epatantemente gamberra, melancólica y sombría en ocasiones, repleta de detalles ingeniosos, la nueva obra de Anderson destila ambigüedad y una extraña belleza que la perfilan como uno de los títulos más sugerentes e incatalogables de este año.
‘Sideways’ desciende al desencanto con otra lección existencialista y real de la vida, desde la ominosa comedia que ahonda en la tribulación más insondable del ser humano, mostrando la vida como lo que es: una cruel comedia en la que hay que reírse de los fracasos y ubicar la vida con expectativas descubiertas como la gran parte de la verdad que nos rodea.
Una cinta mostrada como intencional comedia cínica que va adoptando un tono sentimental a través del metafórico viaje de un entrañable personaje como Miles Raymond, un tipo confuso, repleto de vacilaciones, que se sabe perdedor y ahoga sus miserias en el vino cuando algo no va bien.
3.- ‘Oldboy’, de Park Chan-wook.
Basada en el cómic del mismo título, la hipnótica ‘Oldboy’ es una radical propuesta tanto estética como dramática que, colmada de un lirismo y el perfecto manejo musical, formula un impetuoso discurso sobre los justificables motivos que provocan un resentimiento irrefrenable de conocer una meditada venganza, identificativa en su crudeza y pragmatismo de amoralidad expiatoria.
‘Oldboy’ explora, de forma incómoda, el odio y la venganza en evolutiva progresión que alcanza el aturdimiento final, donde el espectador es cómplice de una inaudita sensación de impotencia. Chan-wook apuesta para ello por una drástica visualidad avasalladora en la que prepondera su portentosa plasticidad para acompañar a una historia prodigiosa.
2.- ‘American Splendor’, de
Shari Springer Berman y
Robert Pulcini.
(Ver crítica) Fascinante cinta que mezcla documental y ficción en una suerte de experimental estructura donde su historia divulga la profundizada dependencia entre el autor Harvey Pekar y su obra, fusionando cómic y cine, en una sinergia entre estos dos artes tan desiguales y complejos que fundamentan ejemplarmente su trascendencia en la vida.
Autorreflexiva, inteligente, espectadora de lo cotidiano,
‘American Splendor’ se presenta como un sencillo relato que, sin recurrir a la deconstructividad de sus elementos lingüísticos y cinéticos, trasciende cualquier atisbo de gravedad, sin mensaje explícito o fábula moral de superación.
1.- ‘Million Dolar Baby’, de
Clint Eastwood.
(Ver crítica) Eastwood escarba en los sueños de la vida y los riesgos que se deben tomar para lograrlos, a modo de inigualable introversión sobre la muerte en un mundo de desarraigados unidos por imperfecciones y defectos comunes, donde la deuda de las ilusiones supera las frustraciones vitales en un entorno de fortaleza mental, representado en un cuadrilátero que delimita la vida de unos seres que solventan en él gloria y sufrimiento.
‘Million Dolar Baby’ acoge el existencialismo tratándolo con ecuanimidad. Fábula sobre el amor y el dolor, la compasión y el horror en una de las experiencias emocionales más intensas que se hayan podido contemplar en una pantalla en la última década. Eastwood logró así una de sus películas más personales, heterodoxas y arriesgadas de su estupenda filmografía.
DIRECTOR 2005
Clint Eastwood, en ‘Million Dolar baby’.
Parecía difícil que tras ‘Mystic River’ Clint Eastwood volviera a arriesgar tanto en su nueva propuesta. Eastwood aborda lo arduo de la situación con una comprometida simplicidad del cine clásico que, en manos del director, consigue la sobriedad del más que difícil ejercicio de denotar lo profundo a través de lo sencillo, en una frontera realista en la que no existe la poética ni el lirismo y donde nada está embellecido, filmado con una elegancia y moderación que sólo puede darse desde la experiencia vital de quién ha vivido y sabe lo que es la vida, especulativo con todas las respuestas vitales que ofrece este maravilloso drama.
ACTRICES 2005
Hillary Swank, en ‘Million Dolar Baby’.
Hilary Swank apuntala con una inabordable solidez el alma de la película con su entrañable interpretación de Maggie, esa inculta y obstinada chica que economiza y reserva todo su dinero para entrenarse y progresar como boxeadora, trabajando para ello como camarera y subsistiendo de las propinas y de las sobras de sus clientes.
Swank, que ya demostró sus estupendos dotes en
‘Boys don’t cry’, acredita una sublime miscelánea de fisicidad e interpretación que merece todos los elogios del mundo, increíble en su fusión de rudeza palurda y candidez inocente. Sin duda, la interpretación femenina del año.
Natalie Portman, en ‘Closer’, ‘Garden State’, ‘Star Wars; Episodio III’ y ‘Free Zone’.
Una de las más prolíficas actrices de este 2005 ha sido Natalie Portman. Una actriz que, poco a poco, ha ido quitándose la etiqueta de ‘lolita’ y empieza a demostrar un potencial interpretativo a tener en cuenta. Portman ha ofrecido este año (en la mayoría de sus trabajos) una dádiva interpretativa que mezcla la dulzura e inocencia con la cognición de saber que las grandes oportunidades dramáticas que tiene entre manos hay que aprovecharlas.
ACTORES 2005
Clint Eastwood, en ‘Million Dolar Baby’.
A pesar de que su dirección destaque por encima de todos los demás apartados, es cierto que Clint Eastwood es quien merece en la mejor película del año una mención aparte, ya que en este terreno en el que empezó y se convirtió en estrella, es donde nunca ha sido reconocido como una estupendo actor, y en ‘Million Dolar Baby’ compone su mejor actuación cinematográfica, mostrando su parte más humana en un elogio a la vulnerabilidad, a la emoción contenida.
Sin duda alguna, Eastwood ha creado la mejor interpretación de su carrera y es justo, por ello, destacar esta faceta de un clásico del cine.
Paul Giamatti, en ‘Sideways’ y ‘American Splendor’.
Otro de los actores de este 2005 ha sido Paul Giamatti, demostrando que a pesar de estar encasillándose en el paradigma de caracterización del ‘loser’ sin futuro, grado de verosimilitud dando vida a Harvey Pekar y a Miles Ryamond no es producto de una compasiva apariencia amplificada por un físico reconocible e identificativo, sino por la impronta de un actor en constante estado de gracia que sabe adaptarse a todas las situaciones. Giamatti es uno de los grandes genios de la interpretación actual. De eso, no hay ninguna duda.
PELÍCULAS DESTACADAS
‘King Kong’, de Peter Jackson.
‘Sin City’, de Robert Rodríguez y Frank Miller.
‘Broken Flowers’, de Jim Jarmusch.
‘Match Point’, de Woody Allen.
‘San zimske noci (Sueño de una noche de invierno)’, de Goran Paskaljevic.
‘Shi mian mai fu (La casa de las dagas voladoras)’, de Zhang Yimou.
‘Garden State’, de Zach Braff.
‘La dama de honor’, de Claude Chabrol.
‘Batman Begins’, de Christopher Nolan.
‘Star Wars. Episodio III: La Venganza de los Sith’, de George Lucas.
PELÍCULAS ESPAÑOLAS
Como no ha habido títulos de calidad, esta sección que tan desértica como la calidad ofrecida por nuestro cine.
Tal vez podríamos destacar ‘Tapas’, de Juan Cruz y Jose Corbacho y ‘Malas tempordas’ de Manuel Martín Cuenca. Pero ambas no son representativas de un cine de cualidades tan destacables como para estar como las ‘mejores’ películas españolas del año.
PEORES PELÍCULAS
‘Torrente 3’, de Santiago Segura.
‘Alexander’, de Oliver Stone.
‘Land of Plenty’, de Win Wenders.
‘Kingdom of heaven’, de Ridley Scott.
'Gerry', de Gus Van Sant.
‘The Nun’, de Luis de la Madrid.
‘El penalti más largo del mundo’, de Roberto Santiago.
‘Hostel’, de Eli Roth.
‘Constantine’, de Francis Lawrence.
FUTURAS ‘CULT MOVIES’
‘The Birthday’, de Eugenio Mira.
‘Bothers Grimm’, de Terry Gilliam.
‘Kiss kiss, bang bang’, de Shane Black.
‘11:14’, de Greg Marks.
‘Primer’, de Shane Carruth.
‘Demonlover’, de Oliver Assayas.
‘Saw’, de James Wong.
‘Spellbound’, de Jeff Blitz.
‘Land of the Dead’, de George A. Romero.
Cierto es que estas fiestas suponen una vetusta antítesis entre los que piensan que esto de la Navidad es una emotiva liturgia subrayada en la estética celebración de la Pascua, de la Parusía y, por otra parte, los que con su diatriba incriminan a esta época con su reprobación hacia la impúdica comercialidad de unos días dedicados al mezquino gasto y al exceso en todos los terrenos. Es el reiterativo antagonismo ideológico de todas las Navidades.
La violencia, como tal, aún siendo un inconfundible elemento congénito a la naturaleza humana, procura apartarse en estos días de paz y amor que, aunque hipócritamente, suele funcionar. Un ominoso concepto postergado juiciosamente en un mundo enloquecido y cada vez más violento que descubre, por casualidad, alegorías violentas en forma de villancicos subversivos. Como si, de repente, la campana sobre campana cayera desde la ventana desnucando al niño en la cuna y a todos los que aparecen en el villancico, como si el remiendo que se echa y se quita se hiciera con aguja hipodérmica e hilo médico en plan película ‘gore’ o los peces salieran del río y en vez de beber y beber por ver a Dios nacido fueran pirañas caníbales con ansias de devorar carne humana del Belén.
Si hace poco tiempo todos confesamos percibir
‘Flexiputas’ en vez de
‘Flexicuotas’ y patentizamos nuestro entendimiento, ahora llega el ‘Violent Christmas Carol’, o españolizando ‘El Psyco-Villancico’. Resulta que el célebre e inocente
‘Canta, ríe y bebe’ se ha radicalizado con una malignidad final bastante evidente, en este caso audible, ubicada en la frase final de la popular melodía navideña.
Salvajismo sañudo al alcance de todos los niños.
Escuchadlo y juzgad, porque hay que reconocer que es divertidísimo.
A estas alturas todavía no había escrito nada sobre Nacho Vigalondo en el Abismo. No sé por qué. Máxime cuando he reconocido muchas veces en cenáculos ‘amiguetiles’ que uno de los mejores cortos de los últimos años es, con todo merecimiento, esa pieza de culto llamada ‘7:35 de la mañana’.
Es una buena oportunidad para hacerlo, debido a que su nuevo corto,
‘Choque’, está ya en su
página web. Antes estaba en la base de Fotogramas en Corto, pero ahora está disponible a una calidad bastante decente como para cotejar las bondades del esperado último trabajo de este cántabro hecho a sí mismo como personaje multimedia, que intensifica con sus trabajos la aletargada actualidad audiovisual con su sarcástica astucia vivificadora. Vigalondo, más allá de devociones o animadversiones, es un crack. Y lo demuestra en cada trabajo.
'Choque' es un excelente corto mostrado como inteligente paralogismo (aunque con cierta dosis de exactitud) que se centra en otro drama humano, en esta ocasión, en trascendentalizar la vida a través de una historia descerebrada, la de una pareja que, movida por la diversión nostálgica de los coches de choque, se introduce en un submundo de demencial paranoia donde fluyen los instintos y el sentido del honor mal entendido. Como en
‘7:35 de la mañana’,
‘Choque’ aborda la difícil decisión que se toma ante una situación vital que se transforma en insostenible. Una decisión manifestada como radical e incoherente, pero a su vez lógica e inherente al ser humano, ya que habla de la dignidad, abordando la estima personal más allá del ridículo en el que solemos caer cuando necesitamos demostrarnos a nosotros mismos que estamos por encima de los demás.
La imaginería, aparentemente simplista, de un Vigalondo cauteloso con sus objetivos, se magnifica con la capacidad de emoción que desprende su talento narrativo, su ingenio humorístico que convierte lo más miserable de las situaciones en auténticas odiseas de grotesca ironía, su impecable ritmo desenfrenado y su magistral proceder como contador de historias cuya máxima probidad reside en su extravagante originalidad sin prejuicios. Y no es fruto de la suerte, sino que es
fruto del talento.
Tras el recuento de votos,
Nacho Natas se ha alzado ganador absoluto con su ‘minicorto’
‘El Engaño’ consiguiendo 12 votos. La absurda historia de la enloquecida permuta de un whisky de marca por una bebida mucho más popular y los efectos que provoca en el extraño rey vacuno protagonista de la historia ha despertado la simpatía de nuestros votantes.
Le ha seguido
Suda Sánchez con 8 votos para su mítica creación
‘Amor Imposible’. Con 7, y cerrando el podio de finalistas,
Enrique y su ‘shakaspeareiano’
‘Romeo’.
En conclusión, un inconsecuente concurso que ha pretendido en todo momento vuestra participación en la intrascendente iniciativa propuesta por el descubrimiento de
Bombay TV.
10.- Chencho (Alfredo Garrido).
‘La gran familia’, de Fernando Palacios (1962).
Una de las estampas ibéricas más navideñas se representa en ese niño pequeño y cabezón vestido a lo Cristobalito Gazmoño que se pierde en la Plaza Mayor de Madrid, entre los puestos del rastrillo lleno de figuras de vírgenes, sanjosés y belenes. La culpa es del pobre abuelo interpretado por Pepe Isbert, descolocado patriarca de una familia de quince hijos que despiertan las sospechas de que ese arquitecto paciente padre (Alberto Closas) era un selecto componente de un supuesto pre-Opus Dei.
‘La Gran Familia’ es una gollería argumental tan edulcorada o más que los pasteles que les lleva a los niños el Padrino “Bufálo” (
José Luis López Vázquez), que atribuye con su afectación ñoña un halo de benevolencia de pretenciosas subordinación política que subvierten un mensaje que acomoda al modelo de familia numerosa y feliz que trataba de atribuir el régimen franquista. Lo mejor, los petardos y la insubordinación de Críspulo (
Pedro Mari Sánchez).
9.- Billy Chapman (Robert Brian Wilson).
‘Noche de Paz, Noche de muerte’, de Charles E. Sellier Jr. (1984).
Para Billy Chapman las Navidades simbolizan un trauma infantil difícil de superar, ya que cuando era un tierno infante que adoraba a Santa Claus, sus padres fueron asesinados delante de sus narices por un tipo disfrazado del entrañable gordo vestido de rojo y blanco. Más de una década después, trabajando en una juguetería, recibe un terrible precepto que despertará sus pretéritos y oscuros fantasmas: su jefe le ha pedido que se disfrace de Papa Noel para aumentar las ventas.
La herida del pasado se abre y, reconvertido en aquel psicópata que le arrancó su infancia, Billy sustituye el saco por un hacha y los regalos por el castigo en forma de sádicos asesinatos que “merecen” los que han sido malos. Nunca unas Navidades evocaron de forma tan siniestra el espíritu de Batman en su reconversión de epifanía y maldad.
8.- Kevin McCallister (Macauley Culkin).
‘Solo en Casa’, de Chris Colombus (1990).
Kevin McCallister, a pesar de su irritable tono repipi, supone un nostálgico icono de un cine ‘ochentero’ que daba sus últimos coletazos a comienzos de la década de los 90. Una familia numerosa que se va a Francia dejando al más insurrecto de sus miembros olvidado en Chicago. Una lección de supervivencia en la que el pequeño aprenderá a subsistir e incluso salvaguardar su casa de los ladrones Harry y Marv, que padecen el ilógico salvajismo de un no tan dulce niño de ocho años.
Aventura infantil por antonomasia de los 90 que bebe del ‘slapstick’,
‘Solo en Casa’ proporcionó una de las películas familiares más antológicas de los últimos tiempos. Una cinta llena de humor, de mala hostia y de una estructura narrativa inspirada directamente en el cine de
John Hughes (productor de esta película). A destacar, el desparpajo de un Macauley Culkin (antes de andar con
Michael Jackson), el orondo
John Candy como líder de una banda de Polka y la magistral partitura de
John Williams en una de mis predilectas óperas navideñas menos valoradas.
7.- Stripe.
‘Gremlins’, de Joe Dante (1984).
Al líder más protervo de los Gremlins, el conato de punkie llamado Stripe, le gusta la Navidad, le gusta robar los regalos, le gusta la nieve, le gustan los villancicos y sobre todo, le gustan los excesos de diversión sin fin que traen estas fiestas y que conllevan al vandalismo llevado al extremo, cosa de la que Stripe y sus acólitos saben mucho. Sobre todo si nuestro antagónico bicho se da un chapuzón en una piscina olímpica.
‘Gremlins’ tal vez sea la película más mordaz hecha nunca contra la Navidad. Y eso que es una cinta infantil y juvenil. Circula en su trasfondo un mensaje ‘antinavideño’ de brutalidad exacerbada, de un cinismo y maldad tal vez excesivos. Esa malévola Ruby Deagle espetando a una madre delante de sus hijos que si no tiene dinero se lo pida a Santa Claus, el enrarecido ambiente totalmente navideño lleno de luz, pero, sobre todo, la atroz confesión de niñez de Kate Beringer (inolvidable
Phoebe Cates) sobre el terrible descubrimiento de la muerte de su padre obstruido meses antes en la chimenea cuando pretendía sorprender a su mujer y su hija vestido de Santa Claus.
‘Gremlins’ es una obra de culto, imprescindible, desalmadamente deliciosa y una referencia generacional en toda regla para aquellos que amamos regresar cada año a Kingston Falls.
6.- Willie T. Stokes (Billy Bob Thornton).
‘Bad Santa’, de Terry Zwigoff (2004).
Uno de los últimos y más mitológicos personajes añadidos a la galería de la Navidad cinematográfica es Willie T. Stokes, un infame ladrón, borracho, pendenciero y malhablado que no duda en acostarse con jóvenes camareras con sexuales filias fetichistas por los disfraces de Papa Noel, preparar junto a su compinche enano Marcus (Tony Cox) robos en los grandes almacenes en los que trabaja que termina encontrando el espíritu de las Pascuas en un niño gordo y medio imbécil cuya máxima esperanza navideña es que Santa Claus le traiga un elefante violeta como regalo.
Terry Zwigoff recreó una comedia despiadada y misantrópica, ejemplarizadora, políticamente incorrecta que sustenta su eficacia en un malsano humor negro sobre aquellos perdedores a los que el patetismo existencial aúna en la frustración y el fracaso en contra del conservadurismo propicio de las Navidades.
5.- El Sr. Mojón (Trey Parker).
‘South Park’, de Trey Parker y Matt Stone (1997).
Es la más brutal de las efigies alegóricas de la Navidad actual. El Señor Mojón es una mierda, en el concepto físico de la palabra. Un trozo de caca que simboliza esa noción de fiesta navideña aceptada por los habitantes de ‘South Park’ (y, por extensión, al resto de aquellos que han dejado de creer en estas fechas). Sin embargo, a pesar de su naturaleza, el Señor Mojón conlleva una actitud fraternal y tradicional de las entrañables fiestas. Encomia la amistad, los buenos sentimientos y la sana devoción por la fibra y la regulación intestinal.
Trey Parker y Matt Stone crearon el escatológico personaje sin saber que se convertiría en un icono navideño imperecedero. El ‘spot’ publicitario de su lanzamiento que contenía unas redes para coger los mojones del water y un ‘kit’ de accesorios para crear tu propio Mojón es uno de los momentos más delirantes de la serie:
“Qué pena que papá no esté vivo”. El Sr. Mojón es uno de los roles catódicos más asombrosos y originales que ha dado la televisión en los últimos años.
4.- Francis Xavier Cross (Bill Murray).
‘Los fantasmas atacan al Jefe’, de Richard Donner (1988).
Charles Dickens creó a Scrooge como representación de la ‘Anti-Navidad’ en un sibilino y amargado viejo cuyo odio le granjea el respeto de un pueblo al que tiene atemorizado por su excesiva maldad. Esos tres fantasmas del pasado, presente y futuro que abren el oxidado corazón del resentido anciano han sido llevados en varias ocasiones al cine y la televisión. Pero no con tanta fortuna como Mitch Glazer y Michael O'Donoghue para la cinta de Richard Donner ‘Los fantasmas atacan al Jefe’, siniestra comedia encabezada por el mítico Bill Murray que disfruta cada gesto de cinismo de Francis Xavier Cross, un Scrooge actualizado, directivo de televisión que abarca los defectos más tradicionales del poder; la tacañería, el menosprecio a toda la sociedad, la ingratitud, la implacabilidad y un cruel sentido del humor.
Cierto es que muchos son los que acometen contra la cinta de Donner, ultrajándola por su fácil comercialidad, pero lo cierto es que
‘Los fantasmas atacan al Jefe’ sigue teniendo un difícil hechizo con inabordables virtudes cómicas y narrativas. Los tres fantasmas son impagables y esos cameos de todos y cada uno de los hermanos de Murray resultan de lo más anecdótico. Una película para almas caritativas impregnadas de un cínico humor negro que aún creen en la Navidad.
3.- El Grinch (Jim Carrey).
‘The Grinch’, de Ron Howard (2000).
Personaje surgido de la imaginación del gran Theodore S. Geisel (más conocido por todos como Dr. Seuss) y llevado a los fastos de los dibujos animados más memorables con aquella narración impoluta de Boris Karloff, el Grinch es un simpático personaje de malévola sonrisa que pretende robar todos los adornos navideños a los habitantes de Whoville.
A pesar de ser un antipático y peludo monstruo verde que vive en lo alto de la montaña en compañía de su perro, el Grinch cae bien, porque personifica perfectamente la Navidad moderna asumida como una farsa comercial sin espíritu, llena de derroche y estética. En la cinta de Ron Howard, protagonizada por Jim Carrey,
‘The Grinch’ se centra en Cindy Lou Who, esa dulce niña que intentará averiguar por qué el Grinch detesta tanto las Navidades. La pena es que la obra del Dr. Seuss sea tan desconocida en España.
2.- Jack Skellington (Danny Elfman).
‘Pesadilla antes de Navidad’, de Henry Sellick (1993).
Jack Skellington es el siniestro guía tótem del oscuro pueblo de Halloween, cuya subsistencia es la celebración de esta tradicional fiesta pagana. Por accidente, Jack descubre la puerta al estético y luminoso mundo de la Navidad, que despierta su lógica fascinación. Hipnotizado por este nuevo mundo, Jack elabora así un funesto plan: secuestrar a Santa Claus y sustituirle para mezclar lo mejor de la pascua y lo más divertido del tétrico Halloween.
Skellington es un clásico moderno, un ejemplo de la imaginería sin límites de
Tim Burton en manos de un Henry Sellick en estado de gracia, con personajes inmersos en un universo de lúgubre lucidez, rodeados de tristes muñecas de trapo que ejercen de brujas, esperpénticos personajes de sombría raigambre, científicos simbolizados en ‘mad doctors’, el avieso Oogie Boggie y un poso de refulgente cinismo que convierten a
‘Pesadilla antes de Navidad’ en una obra imprescindible en la Historia del Cine Moderno.
1.- George Bailey (James Stewart).
‘¡Qué Bello es Vivir!’, de Frank Capra.
George Bailey es un sufridor nato, un tipo con buen corazón que ha estado siempre sometido a los deseos de los demás sin esperar nada a cambio. Le salva la vida a su hermano Harry, es capaz de soportar estoicamente una paliza del Sr. Gower porque éste ha perdido un hijo y, por último, se hace cargo del negocio de su familia cuando muere su padre, malogrando su inquietud aventurera. Sólo un ángel bastante desgarbado y lerdo llamado Clarence (Henry Travers) que quiere conseguir sus alas es capaz de hacerle ver al pobre Bailey cómo hubiera sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido en el momento en que está a punto de suicidarse.
Clásico irrefutable que supone la gran obra maestra de Capra, ‘¡Qué bello es vivir!’ es una hermosa fábula de buenos sentimientos, filantropía existencial y un trasfondo social de calado esperanzador y reflexivo. Inolvidable la frase de “Ninguna persona es prescindible, si tiene amigos”, imposible no enamorarse de Donna Reed o admirar la mala hostia del Sr. Potter (interpretado por Lionel Barrymore). Siempre es toda una experiencia volver a la pacifica Beldford Falls.
Y aquella canción… “Búfalo no puede dormir, no puede dormir…”.
Comparativa '¡Qué bello es vivir!' y 'Plácido'
‘¡Qué bello es vivir!’ y ‘Plácido’ son las dos películas navideñas más representativas de dos mundos tan disímiles como el americano y el español.
En unas fechas como las que vivimos estos días, es inevitable tratar el cine navideño. A lo largo de la historia del Séptimo Arte se han desarrollado cierto tipo de películas ambientadas en Navidad; unas, de predisposición hacia los buenos sentimientos, otras, de tristeza o cinismo, según convenga. Todas ellas acondicionadas a un contexto visual en el que no faltan las guirnaldas, las lucecitas, el árbol, Papá Noel, la Nochebuena, la ilusión y la familia. Elementos utilizados para diversos fines argumentales en cualquiera de los géneros que ofrece la cinematografía.
Impregnados por una globalización norteamericana que impone iconos y prescribe conductas y directrices en cualquier campo, desde hace años se puso de moda acudir como representación fílmica navideña a la gran película de
Frank Capra ‘¡Qué bello es vivir!’, inspirada en un cuento de
Philip van Doren. Una cinta que los norteamericanos (y más de medio mundo) revisita anualmente para asistir a un recorrido por la vida de un buen hombre, altruista sin límites, llamado George Bailey. Si bien es cierto que Capra dio al cine las más preciosas y amables proclamaciones de buenos propósitos con trabajos de una hondura y emoción que, más allá de cualquier crítica sobre su posible repleción edulcorante, representan un cine irrepetible, también lo es la necesidad de reivindicar la película española navideña más importante de todos los tiempos, esa obra maestra del cine ‘azconaiano’ como es
‘Plácido’, admirable celuloide que, con el paso de los años, está empezando a encontrar su importancia en un zócalo genérico navideño donde las producciones americanas parecen querer decir que esto de la Navidad es cosa de yanquis.

‘¡Qué bello es vivir!’ acopia en su metraje valores humanos y espirituales donde la amistad, el amor, la generosidad y la solidaridad empapan un cine de corte fantástico, fabulesco y moral. La situación de Estados Unidos durante la época hace pensar que el mensaje subvertido de la historia de los Bailey era una excusa para lanzar una crítica al ‘New Deal’ de
Roosevelt, ya que tras el aparente simplismo con que está contada esta tierna historia, podemos apreciar la oscuridad fantástica de un Capra que transcribe sus verdaderas intenciones bajo el más puro cuento de
Charles Dickens para hablar entre líneas de una filosofía individualista, de un hombre cuya generosidad ha convertido su vida individual en un fracaso. Por su parte,
Luis García Berlanga, apoyado en un prodigioso guión de
Rafael Azcona, apuesta por una historia adherida a la realidad de una etapa donde la hipocresía es el arma caritativa que diferencia los estratos sociales del momento. Berlanga purga aquí cualquier atisbo de trasfondo amable, conciliador, que había caracterizado su cine hasta el momento, para dedicarse, desde esta joya de nuestro cine, a recrear (en palabras de
Román Gubert)
“un sainete con cianuro”. En
‘Plácido’ no hay espacio para la bondad, ni para camuflar los buenos sentimientos en una oda a la misericordia navideña. Todo es una proclamación de la falsedad de estas fechas. La represiva sociedad clasista, reflejada en un entorno cotidiano y localista, que tuvo como inspiración una campaña social que llevaba por título
‘Siente un pobre en su mesa’. Una campaña real que sirve para abrir los ojos a un microcosmos que obliga a los ricos a tener un acto de buena fe con los más desfavorecidos. El ejercicio de caridad, a diferencia de en
‘¡Qué bello es vivir!’ está forzado, como acto exigido de cara a la galería, un vendaval de apariencia que arrastra al pobre Plácido, un pobre hombre al que utilizan y necesitan por su recién adquirido motocarro que paga, no sin esfuerzo, letra a letra.

En ambas películas está muy arraigada una ambivalencia capciosa. Capra defendía unas ideas y aportaba sus argumentos para demostrar sus tesis políticas y Berlanga ofreció en su mejor etapa una hábil manera de camuflarse con ficticios sainetes costumbristas en los que se podía apreciar una subversiva crítica a la sociedad del momento. Ambos realizadores confluyen en el prototipo de obras inofensivas y amables, pero en el fondo suponen sendos ejercicios de funambulista para hablar de otros problemas sociales más importantes.
En esa combinación de intereses es donde se ensamblan las personalidades de George Bailey y Plácido, dos personalidades parejas que sirven de beneficio para la comunidad que les rodea, ya que ambos representan a antihéroes anónimos e historias de progresión de sacrificio en pos de los demás. A pesar de ello, la película de Capra se antoja como una ilusión alegórica, utópica, irreal, excesivamente moralizada para un ‘happy end’ que en
‘Plácido’ consiste en irse a casa con la familia a comer lo que bien se pueda. Si Capra sofistica su pueblo, su doble juego de pasado y presente alternativo en el que el conformismo natural de la comunidad, tampoco varía mucho la vida de un George Bailey que hubiera nacido en Bedford Falls o en el siniestro Pottersville, Berlanga borda un tono coral de la narración donde no falta la ironía, la mala hostia, la presencia de la muerte y su preferencia por las clases medias.

La abismal diferencia entre ambas visiones de la Navidad está en que mientras en ‘¡Qué bello es vivir!’ utiliza la festividad como entorno de comprensión y expiación de los errores, ‘Plácido’ la delimita, con su rechazo a lo fantástico y ornamental, a una realidad fiel y rigurosa confinada a la incomunicabilidad aterradora del español medio de los 60. Un aspecto que concuerda con la segunda parte de la cinta de Capra, convertida en una aparatosa pesadilla de corte expresionista y de impacto humano. Compostura que, en manos de Berlanga no puede por menos que convertirse en una comedia negra llena de cínico sarcasmo.
Dos películas que nada tienen que ver entre sí, pero que merecen un visionado en estas fechas como comprobación de todas las aristas posibles del periodo navideño.

Alguien ha robado las Navidades en el Vaticano.
Feliz noche a todos, amigos del Abismo.
Me niego a creer esas especulaciones que sugieren que la emotiva instantánea de SS. MM. junto a todos sus nietos (incluida la pequeña y entrañable Leonor) está tratada por Photoshop.
Por más que la observo, además, detenidamente y con minuciosidad, no veo nada que haga pensar en que esto sea así.
¡Embusteros!