viernes, 17 de marzo de 2006

Spain is diferent

Mientras en Francia los jóvenes protestan violentamente contra la política laboral del Gobierno, que ha flexibilizado los contratos para jóvenes mediante el criticado ‘Contrato del primer empleo’ que permite despedir sin ningún motivo durante los dos primeros años de contrato, en España millones de jóvenes preparan su hígado para darle caña en multitudinarios botellones de alcohol y fiesta protestando por la prohibición de alcoholizarse en la vía pública.
Quizás deberíamos reflexionar sobre ello…

jueves, 16 de marzo de 2006

Review 'Capote'

El proceso creativo de una obra maestra
‘Capote’ es una estupenda obra primeriza que magnifica su trascendencia en su tono realista y en la soberbia interpretación de Philip Seymour Hoffman.
De Truman Capote se dijo en vida que era caprichoso, frívolo, arribista, amanerado, egocéntrico, exhibicionista, chismoso, crápula, manipulador, excéntrico, mundano y egoísta. Pero también se reconoció su genialidad como escritor. Capote marcó la historia de la narrativa con su singularidad literaria, propia del carácter genial de una persona que creía que el periodismo podía establecer una opción como forma de creación literaria, una nueva síntesis de ambas profesiones que tuviera la veracidad y la inmediatez de los hechos y la precisión de la prosa. Por eso, el más extravagante de los personajes de Truman Capote fue él mismo. Un hombre capaz de fusionar las complejidades emocionales de un escritor narcisista con el detallismo enfermizo de un periodista.
‘Capote’, la obra debut de Bennet Miller no es un ‘biopic’ radiográfico de la vida de este peculiar escritor, ni una de esos ‘flashbacks’ condescendientes con la figura que se acomete. Sin ningún retazo de virtuosa beatificación, esta sensacional primera película evita la tentación del prototipo hagiográfico y compone un estudio psicológico del personaje a través del lento y tortuoso proceso creativo de una obra maestra literaria insólita que inauguró la ‘non fiction novel’, nuevo género literario que yuxtapone el ejercicio narrativo de una novela pero utilizando la realidad y veracidad de los hechos hasta el más mínimo detalle. Una crónica que transcurre entre 1959 y 1965, lapso que marcan la escritura de ‘A sangre fría’ su mejor y más decisiva obra amén de determinar el futuro del escritor de Nueva Orleáns en un itinerario vital donde no faltan contradicciones, esplendor y miseria a lo largo de la composición de esta polémica obra literaria. La película encuentra su punto de arranque cuando Capote lee en el New york Times la noticia que cambiaría su vida creativa, enfocada desde entonces a investigar pormenorizadamente junto a su ayudante, la escritora Nelle Harper Lee, el cruel asesinato de la familia Clutter en Holcomb, un pueblecito de Kansas. Capote vio la oportunidad perfecta para escribir sobre el efecto que aquellos crímenes tendrían sobre un pequeño y pacífico pueblo, sin saber que, cuando los presuntos asesinos fueron capturados, la novela se encauzaría hacia otros derroteros bien distintos.
El filme de Miller, bajo un sobrio guión de Dan Futterman, desgrana la personalidad arrolladora del autor en una acertada y fría dinámica que no se despega ni un segundo de la psicología del icono literario, pormenorizando las circunstancias y la infamante sustancia moral que acompañó a la creación de esa obra maestra, ‘A sangre fría’, aportando realismo retrato cuidadoso y sin concesiones al exceso. Por ello, en ningún momento se recurre a los abismos decadentes ni posteriores redenciones con moralina de superación, para procurar captar el desarrollo de la obra uniendo esa misma ficción y realidad indisolubles de la obra literaria traspasada a la cinematografía, en una suerte de extraño metalenguaje donde los hechos se presentan en tiempos paralelos, los que suceden y los que narra Capote. Un efecto que, al igual que en ‘A sangre fría’, provoca que el observador participante (en este caso Capote) influyera tanto en el objeto de observación como nunca antes se había visto. Sin dejar a un lado la fascinación por el mito y el personaje, la cinta no se despreocupa por la reconstrucción de los hechos, por la densidad psicológica y dramática que los rodearon, sabiendo atesorar una beneficiosa sobriedad en la contemplación de un personaje tan lúcido y superdotado como perverso y engreído.
‘Capote’ no olvida, obviamente, el feroz modo de jugar a su capricho con el destino de los reclusos Perry Smith y Dick Hickock, de obstaculizar o aligerar la fecha de la ejecución de la pena de muerte de ambos, ilustrando así la siniestra personalidad del escritor en su empeño de desentrañar la psicología de los asesinos en un repaso a la continuas entrevistas con los asesinos y el seguimiento de un proceso judicial que en pantalla sólo tiene un par de escenas. Tampoco de la fraternal fascinación que Truman siente por Smith, identificando sus duras infancias faltas de afecto. El Truman Capote cinematográfico es, en último término, un agresivo reflejo de lo que fue el personaje público, un genio de obsesiva egolatría que es capaz de menospreciar la obra ‘Matar un ruiseñor’, de Harper Lee, sin la que ‘A sangre fría’ no habría podido materializarse. Un literato de ambición sin límite que acabó sucumbiendo ante la gloria encontrando con su forma de ser la ruina personal.
Cierto es que el debut normaliza ciertos vicios de una primera película como es la propensión al contexto telefílmico, embozado por la gran labor fotográfica de Adam Kimmel que dota al filme de un tono realista y directo, sin ningún tipo de alarde en su proposición grisácea y que se ensambla con la objetivo discursivo de neutralidad y austeridad ante la personalidad de Capote. Pero lo cierto es que si por algo pasará a la historia reciente ‘Capote’ es por la magistral clase de interpretación que ofrece (Philip Seymour Hoffman en su introspectiva composición del escritor, en un alarde de contención, cuando el personaje era una ofrenda al histrionismo. Hoffman no juega a crear una imitación, sino que absorbe cada gesto de Capote, su voz, su travesía egoísta y catártica devenida en el mejor y más portentoso mimetismo visto en los últimos años con su consecución de adentrarse en la mente de los personajes y ofrecer un milagro interpretativo inolvidable.
Miguel Á. Refoyo © 2006

Nuevo Arte

Una curiosa escultura realizada con huevos, tesón y mucho esfuerzo.

Felicity Huffman, en estado de gracia

No deja de ser curioso hasta qué punto la interpretación de una actriz se puede convertir en el cimiento más sólido de una película independiente como ‘Transamérica’, cinta que no reúne los suficientes atractivos como para considerarla al menos, de calidad media. Una obra que responde al acto de amor de un hombre de cine como William H. Macy (el productor ejecutivo) por proporcionarle a su esposa el papel definitivo que la consolide como la gran actriz que siempre ha sido.
Felicity Huffman recrea con ímpetu y sensibilidad a ese hombre que desea ser mujer y que aprende, en el camino, a ser padre/madre, superando con ello las condiciones adversas de sus dudas. La actriz de ‘Mujeres desesperadas’ consigue aportar cierto patetismo y simpatía a un personaje difícil que empatiza con el espectador a través de su torpe andar, de su inocencia, de una volubilidad humana acentuada por el magistral hacer de una intérprete en estado de gracia que transmite, con un sus miradas, gestos y su continúa aptitud interpretativa, la trágica soledad de un personaje memorable.
El trabajo de Huffman es tan colosal en todos los aspectos que se sitúa más allá del elogio. Una muestra de talento inconmensurable que plantea la duda más rotunda de los recientes Oscar: ¿Cómo Reese Whiterspoon con una actuación poco más que correcta pudo ganarle injustamente la estatuilla a esta gran aportación actoral de Huffman?
Por lo demás, ‘Transamérica’, de Duncan Tucker, se establece como una sencilla ‘road-movie’, estereotipada en su doble trayecto vital y geográfico, que delega su fuerza argumental en un descompensado manifiesto sobre las identidades sexuales heterodoxas desde una perspectiva cálida y amarga, con momentos valientes y arriesgados que se ven desequilibrados en el estereotipado contexto telefílmico al que se reduce su logro narrativo.
El doble camino que Bree emprende hacia la autoaceptación de sí misma y en la custodia de un hijo que no entraba en sus planes está muy por debajo de lo que uno puede esperar de una película con alguna aspiración más seria que la de magnificar la actuación de su protagonista.

miércoles, 15 de marzo de 2006

Primer premio importante para 'Corrientes Circulares'

El pasado sábado recibí una llamada de teléfono que me alegró no sólo la noche, sino toda esta semana en la que estamos.
.- Refo, acabamos de ganar el Premio al Mejor Cortometraje "Telemadrid/La Otra’ en la VIII semana del cortometraje de la comunidad de Madrid. – me dijo una voz sobradamente familiar con un tono de lógica euforia.
Era Mikel Alvariño, uno de mis mejores amigos y a su vez entrañable individuo cuyo talento parece no tener límites. Es el primer premio de los muchos que va a obtener con su primer corto en cine, ‘Corrientes Circulares’, que se rodó el pasado junio (donde tuve la oportunidad de rodar el ‘making of’) y se ha estrenado este mismo mes en Madrid y otros pocos festivales de toda España.
Por tanto, acaba de empezar una carrera cortometrajística que, a buen seguro, estará trufada de logros y consolidará a este joven bilbaíno con raíces salmantinas como la promesa cinematográfica que algunos llevamos percibiendo desde sus inicios.
Mikel, co-guionista del largometraje ‘The Birthday’, título de culto inédito en nuestras pantallas que sólo algunos privilegiados han podido ver, se ha curtido a lo largo de muchos años como guionista de televisión, medio donde ha desarrollado una labor de intachable progresión y establece su primer gran trabajo con este laureado ‘Corrientes Circulares’, una extraña miscelánea de géneros que se aúnan en el costumbrismo accidental. Un mágico viaje a través de de los pequeños instantes en los que no se dice aquello que puede cambiar una vida.
Enhorabuena y un abrazo desde el Abismo.

martes, 14 de marzo de 2006

Very Important Perros

Los ‘perros-patada’ vienen a ser aquellos pequeños chuchos caracterizados por exóticas razas tipo Yorkshire Terrier, Schnauzer Miniatura, Caniche, Teckel, Griffon de Bruselas, Maltés… que despiertan unas inexplicables ganas de patear como lo hacía Lucy a Javi en la famosa serie de cortos de Javier Fesser o Marvin Harrison y Peyton Manning al balón amelonado de la NFL.
Perros que, más allá del impulso futbolístico que despiertan, aportan multitud de virtudes para su relación con los seres humanos. Son simpáticos, muy inteligentes, ladran de forma aguda y no se cansan de caricias. O eso, es lo que dicen sus dueños. Hoy en día, no eres lo suficientemente ‘cool’ sin uno de estos animaluchos.
He aquí una muestra de algunos de estos perros y sus famosos dueños.
Desde el pequeño y asqueroso caniche de la odiada Britney Spears, el célebre Barney del matrimonio Bush (que hasta protagoniza vídeos navideños), el repelente chiguagua de la no menos repelente Paris Hilton, el minúsculo can de Giselle Bundchen o ese cocker de primogenitura amariconada gracias a Elton John y su flamante marido David Furnish son algunos de los ejemplos de animales que viven en el lujo y el boato a los que sus dueños han acostumbrado. Perros, en definitiva, que disfrutan de esplendorosas ostentaciones culinarias y todo tipo de munificencias que nunca tendrá toda esa gente que muere de hambre cada día en el mundo.
Al fin y al cabo, los perros no tienen la culpa.
PD: El de la foto de abajo es Sam, un Chinese Crested Hairless que fue coronado durante años ‘el perro más feo del mundo’. Desgraciadamente murió el pasado noviembre. Una foto que no viene a cuento, pero quería que os quedara un bonito y entrañable recuerdo de este post.

lunes, 13 de marzo de 2006

I Muestra de Cortometrajes del bar 'La Audiencia': Fin de semana legendario

(Rubin Stein, Eli Martín, "REFO", Sánchez Arévalo, Sáinz-Pardo, "Jim-Box" y Dani Lebowski)
Puede que haya sido uno de los fines de semana más antológicos vividos por estos lares en mucho tiempo.
Tres días míticos, irrepetibles, fascinantes… de perdurable sortilegio.
La I muestra de cortometrajes organizada por el bar ‘La Audiencia’ ha sido más que un éxito rotundo, la génesis de un próspero y audaz evento que ennoblecerá a esta ciudad en sus aspiraciones de tener un propio espacio de cortometrajes con importancia dentro del panorama nacional. Gracias al ímpetu del dueño del local, JoseRa, y esa entrañable persona con aura de inagotable ingenio que es Rubin Stein, a lo largo de tres días algunos de los mejores cortometrajes de los últimos años y sus creadores han pasado por esta ciudad necesitada de este tipo de eventos culturales.
Si el jueves la territorialidad marcó el comienzo de este fin de semana de ensueño con los cortos salmantinos creados, entre otros por Tomás Hijo (que volvió a crear ‘fans’ irredentos con esa joya orgiástica que es ‘El Mojaruelo’ y con su última obra 'La mosca que mordió a Dios'), el gran Eli Martín o uno de los últimos pases de ‘El límite’ antes de ver la luz en Internet, el viernes y el sábado el programa tomó una calidad de súbita magnificencia. Daniel Romero (al que acompañó el actor Álvaro Manso y el gran Forfy y señora) regaló un pase de su corta pero intensa obra con ‘Inacabado’ y ‘Una puerta cerrada’, mientras que ese totémico creador de magia llamado Daniel Sánchez-Arévalo hizo lo mismo con la exhibición de talento que albergan cortos como ‘Profilaxis’, 'Gol' y sobre todo ‘Fisica II’. También pudimos ver el tráiler de su primera y esperada película como largometrajista ‘AzulOscuroCasiNegro’. Cinta, que tendrá especial apartado en este Abismo cuando se estrene.
Sin embargo, lo más sobresaliente de estos días ha sido, como no podía ser de otra manera, la presencia del flamante ganador del Notofilmfest, Jaime Fernández Miranda “Jim-Box”, el hombre, el mito, una de las personas con una aureola de brutal brillantez y carisma más inconmensurables que he visto nunca del que disfrutamos gran parte de su demencial y brillante carrera cortometrajística (incluidos 'Take Off', 'Las abejas' o el comentado 'H5N1'). Sin duda alguna, el gran protagonista de un inolvidable encuentro que finalizo el sábado con los pases de ‘Nano’, ‘Unique’ y ‘Palabras a cada rato’, demostración de heterogeneidad creativa a cargo de Rubin. Además, ‘Nana’ (corto ganador del Goya de este año), ‘Recusos humanos’, ‘Sólo amor’ y varias piezas de tuminuto.com, exhibieron el temperamento de un gran cineasta de potente voz y cautivadora personalidad como la de José Javier Rodríguez Melcón.
Por último, apreciamos y admiramos al tipo que mejor rueda cortometrajes en este país. Sin parangón. A un director de envidiable fuerza narrativa y capacidades estéticas y narrativas inalcanzables para el resto de los mortales que se dedican a este noble séptimo arte; Iván Sáinz-Pardo subyugó al público una vez más con el emotivo ‘El sueño del caracol’ y, sobre todo, con esa obra maestra que sigue siendo y será ‘El laberinto de Simone’, pura entelequia cinematográfica exhibición de solemne lucidez.
Todo, presentado por el gran y afable Bruto Pomeroy, tan campechano como imprescindible dentro de este pequeño sueño que vivimos en ‘La Audiencia’.
Un fin de semana que quedará como un imborrable recuerdo de carcajadas, anécdotas, profusión etílica, amistad descontrolada y un ambiente de magia y divertimento pocas veces vivido, a buen seguro, por ninguno de nosotros. Desde las copiosas cenas y comidas que nos hemos metido, al alcohol que ha corrido por nuestras venas, la sincera camaradería y accesibilidad de todos y cada uno de los directores que han venido a Salamanca hasta el afianzamiento de futuros proyectos comunes e individuales y una amistad que se extenderá a lo largo de los años. Momentos que se han cristalizado en tres días que pasarán a la historia de nuestras vidas como emotivo recuerdo.
Legendario.
Pero lo mejor está por llegar, amigos.
A altas horas de la madrugada, con el frenesí dipsómano colmando nuestras enloquecidas mentes, “Jim-Box” nos hizo partícipe de su universo de diversión y creatividad con la concesión de ‘Trilogía Decadente’ (dentro de sus célebres ‘Pequeños documentales’) que tendréis oportunidad de ver a lo largo de esta semana en el Abismo, a través del Emule y en YouTube (para que nadie se quede sin verla). Dos piezas dirigidas por mí mismo y otra por Iván desvelarán las aventuras del carismático Jim en su aventura salmantina descubriendo la enfervorecida noche salmantina y sus monstruos nocturnos.
Os aseguro que es tan épico como irremediablemente ‘freak’.
Por supuesto que pronto “Jim-Box” tendrá en breve su merecido protagonismo en este pequeño blog. Pero vaya por delante, visto la proliferación disidentes de algunas estólidas opiniones, inconsistentes detracciones y mucha estupidez camuflada en envidia para con su obra, que este gijonés es un genio en ciernes. No sólo por la vertiginosa popularidad que está obteniendo, sino por su talento fílmico. Tuve el privilegio de ver la práctica totalidad de ‘La Marea’, un corto que se han sacado de la manga “Jim-Box”, Iván Sáinz-Pardo y su amigo alemán Dirk y os puedo asegurar que es una de las piezas más sugestivas y rotundas que he visto en muchos años. Dejando a un lado la diversión de ‘Pequeños documentales’ y demás jolgorio de ese ‘cine guerrillero’ de su director, este cortometraje marcará lo que muchos ya sabemos: que “Jim-Box” alcanzará metas mucho más grandes de las conseguidas. Y con todo merecimiento.

viernes, 10 de marzo de 2006

Review 'Good night & good luck'

Utópica lección de periodismo
Clooney demuestra su solidez como cineasta con una película que glorifica la necesidad de defender la libertad de expresión en las democracias amenazadas.
Con su obra debut como director, ‘Confesiones de un mente peligrosa', el actor George Clooney demostró, en su extraño ‘biopic’ de Chuck Barris, personaje de doble vida que trabajaba como ‘showman’ televisivo al mismo tiempo que ejercía el papel de ejecutor para la CIA, que es, además de un rostro de innegable atractivo y talento interpretativo eficaz, un hombre con inquietudes estéticas e ideológicas con un alcance más allá de los límites de la simple bagatela con pretensiones. Con su segundo título, ‘Buenas noches y buena suerte’, Clooney no ha hecho más que apuntalar lo que muchos pensaban; que tras su figura como creador en ciernes se esconde un hombre inteligente capaz de reverdecer los problemas históricos del pasado y transmutarlos metafóricamente al presente con pasmosa facilidad. Así, su excelente segunda obra no es sólo un dibujo con sabor nostálgico sobre los medios de comunicación capaces de enfrentarse al sistema, sino que se conforma como una ácida crítica a la presente administración gubernamental estadounidense en su subversiva analogía de Joseph R. McCarthy y George W. Bush, ya que ambos han aprovechado, con distintas fórmulas políticas, el sentimiento de amenaza y miedo para imponer un autoconvencido plebiscito.
Para ello, Clooney se centra en la última etapa del senador propulsor de la ‘Caza de Brujas’, en el derrocamiento de la bestia totalitaria que abogó por la represión ideológica y la censura de la libertad democrática. Y lo hace en un momento concreto, cuando el periodista Edward R. Murrow a través el programa ‘See It Now’ (junto a los históricos Fred Friendly y Joe Wershba), puso en duda la legitimidad de los métodos del senador cuando destapó el asedio al que fue sometido el teniente de aviación Milo Radulovich, acusado de ser un peligro para la seguridad nacional debido a las creencias de su padre y de su hermana, logrando destrozar paulatinamente la imagen pública de McCarthy. La cinta narra, de forma diligente y directa, el desafío de un hombre por mantener el rigor insobornable de una profesión que vivía sus primeros signos de decadencia. La historia de un periodista de hierático gesto, cigarrillo humeante y (con una) permanentemente muletilla de despedida que hizo frente a las presiones corporativas y publicitarias para destapar las mentiras y las repugnantes tácticas falsarias perpetradas por McCarthy.
‘Buenas noches y buena suerte’ podría considerarse como la utopía olvidada del periodismo contemporáneo, una lección del ejercicio de informar que, lamentablemente, hoy en día no imparten en las facultades universitarias, donde priman otros ideales que no se corresponden exactamente a la defensa de la democracia sin priorizar la libertad de expresión. Aún así, tras esa entelequia profesional, la película se encarga de hacer ver que todo no es tan idílico, ya que previamente las virtudes de la profesión han sido puestas en duda en un prodigioso prólogo donde Murrow expone las miserias del periodismo, aludiendo al deterioro de la televisión como medio informativo y del sometimiento a la publicidad y a la preeminencia del espectáculo y el entretenimiento.
La actitud enfática y grave del célebre presentador (encarnada con precisión de gestos y minimalismo por un sensacional David Strathaim) se propaga a la representación de un entorno visual del cual depende el sentido y el valor de la historia que se cuenta, envuelta en una necesaria frialdad estética de apagado blanco y negro que combina ficción con acertado docudrama, sin que haya un choque visual o temático con lo relatado, fundiendo muy bien ambas naturalezas, en una suerte de historia teatralizada de fondo metalingüístico que encierra la cámara de televisión a través de la cámara de cine y viceversa. Combinando con habilidad ficción y material de archivo real, en un acierto diegético que logra que el resultado histórico sea reconstruido con una precisión que traspasa la pantalla. Si a ello añadimos el pragmatismo y la sencillez de su exposición, obtenemos como resultado un filme de intachable solidez política y narrativa que cimienta su gran acierto en la honestidad humanística con la que Clooney pretende enfocar la historia. Por eso, ‘Buenas noches y buena suerte’ no deja espacio a subtramas que distraigan al espectador, utilizando todos sus mecanismos hacia la claridad del mensaje, donde prima la austeridad del planteamiento a cualquier tipo de efectismo.
Para desahogar esa circunspección, Clooney opta por fugaces instantes de actuaciones musicales de Dianne Reeves, cortes ‘jazzísticos’ que en vez de romper la narración, subrayan la fábula nostálgica de un tipo de cine ya olvidado, el del Hollywood que sufrió las persecuciones anticomunista y que, con acierto, es obviado en su visión documental. Tampoco hay excesiva incidencia en el complejo proceso histórico de persecución que supuso la ‘Caza de Brujas’, dejando en un segundo plano los procedimientos de la HUAC (Comité de Actividades Antiamericanas) y sus listas negras. Clooney prefiere acopiar toda la atmósfera de opresión en los despachos y ‘sets’ de la CBS, dotando a la puesta en escena de un medio claustrofóbico acentuado por el persistente humo de cigarrillo que empapa cada plano, logrando confinar toda la narración a un único espacio y sortear las especulaciones históricas secundarias. Clooney es consciente de que tiene entre manos un hecho real, pero para su panegírico ideológico a favor de la libertad de prensa y pensamiento precisa de la subjetivización de la historia. Por eso, aquellos que le acusan de faltar al rigor histórico por obviar ciertos episodios de este final del ‘mccarthysmo’, lo único que consiguen es que el apasionante discurso valedor de las cauciones procesales se vea acentuado por su actitud beligerante en el retrato de convicciones sin caer en la demagogia ni en las falsas morales disertadoras.
La inmediatez de ésa puesta en escena se magnifica con el majestuoso trabajo de Robert Elswit en la fotografía, que ha optado como solución morfológica por un blanco y negro que no deja espacios para el destalle y que dota de veracidad y cohesión a la intención de Clooney por contextualizar su fábula real en un determinado ambiente tan característico como es el ente televisivo. Un juego de luces y sombras que recuerda al ominoso capítulo televisivo que mantuvieron Murrow y McCarthy delante de millones de espectadores en un legendario desencuentro entre el cuarto poder contra el poder político. Un suceso que, erróneamente, es introducido en el filme con el acoplamiento del mismísimo senador McCarthy como un personaje del filme a través de escenas de archivo. Algo que juega en su contra, porque una elipsis hubiera potenciado ese pesimista final epílogo, donde el triunfalismo de Murrow ante el senador (percibido sin ápice de heroísmo) queda empañado con una derrota moral bien distinta, la de un presentador que, por preservar el medio informativo en su concepción pluralista de la cultura y el respeto por la libertad de expresión, pierde la batalla frente a las presiones contra las audiencias y la publicidad. Porque esta gran película lo que sí deja claro es que, dentro de esa desigual lucha entre Murrow y McCarthy, el presentador no fue el que derrocó al senador. Si no que, de nuevo recurriendo al material de archivo, vemos cómo en el fracaso de su intento de investigar la CIA, McCarthy se volvió contra el Ejército y contra él mismo.
Por supuesto, Clooney y su coguionista Grant Heslov, pueden haber caído en el maniqueísmo en su discurso final, pero tal y como ha evolucionado la deontología periodística, ‘Buenas noches y buena suerte’ manifiesta que su fundamento apologético mantiene su vigencia más que nunca en la actualidad, en un mundo profesional sensacionalista y emponzoñado por el denigrante espectáculo con el que se asume el privilegio de comunicar. La segunda película de Clooney es, pese a su esquematismo de guión, sus pequeños defectos y sus licencias históricas, una película imprescindible que aboga por la defensa de la actividad ética y el valor de los derechos y de las libertades ante cualquier estrategia política que atente sobre ellas.
Miguel Á. Refoyo © 2006

jueves, 9 de marzo de 2006

Un gran clásico de culto: '1997: Rescate en Nueva York' (y II)

En ese prisma político que encierra ‘1997: Rescate en nueva York’ y que avancé ayer aquí en este Abismo, “Snake” Plissken (Kurt Russell), en su oscuro viaje, es visto como un fantasma, como un elemento mítico que vuelve para dignificar la triste vida de los que sufren la dictadura. El rumor de la muerte de "Snake" no es más que un extraño toque de humor irónico que se extiende a través de la película en la reacción de los personajes que se encuentran con el personaje heroico más definitorio de Carpenter y que procede como homenaje al ‘western’ ‘Big Jake’, de George Sherman, donde se producía el mismo ‘running gag’ sobre la muerte del personaje que interpretaba John Wayne.
John Carpenter compuso con ‘1997: Rescate en Nueva York’ una obra de tensión narrativa expuesta en ése insólito vinculo con el gobierno, con un lapso de tiempo de un solo día como un marcador idóneo contra el cual luchar. Se construye así la atmósfera y el desasosiego necesario para que el ritmo se acreciente, acentuándose según pasan los minutos, debido a que Plissken lleva esas dos pequeñas cargas de veneno introducidas en sus arterias. Pero como en toda película con héroe, se sabe que será imposible acabar con su vida. De hecho, ese ‘cassette’ que representa la salvación del planeta, la importancia que tiene para el mundo esa cinta que debe ser escuchada por los miembros de gobierno de todo el mundo en una cumbre que puede evitar una terrible Guerra Mundial, la razón por la “Snake” debe luchar, no es más que un 'McGuffin hitchcockiano', porque este dispositivo de suprema importancia en el filme, no tiene, en su desenlace, el mínimo interés.
La lectura visual de Carpenter, al servicio de ese oscurantismo ornamental, está dirigida en todo momento a obtener un clímax que va evolucionando a través de una violencia creciente, de la tensión acumulada y del apremio del tiempo respecto a la vida de Plissken. Los personajes secundarios están marcados, a su vez, por la imposibilidad trágica de los deseos de esperanza que singularizan sus objetivos de escapar con “Snake”, de salir de un infecto agujero en el que se ha transformado Manhattan, sin reflexionar si lo que hay fuera es mejor o peor, sin saber en qué se ha convertido el mundo exterior. Un término que Carpenter oculta en todo momento y que potencia toda la trama carcelaria y de fuga. Tanto Cabbey (el impagable y entrañable Ernest Borgnine), “Brain”/“Cerebro” (Harry Dean Stanton) y el papel florero de Maggie (la belleza natural de una despechugada Adrienne Barbeau) están sometidos a las exigencias y el temor de “El Duque” y actúan ayudando a Plissken, pero sabiendo en todo momento que no dudarán en venderle ante el Duque a la mínima oportunidad si con ello pueden salvar su pellejo.
También hay que destacar el papel de Donald Pleseance como presidente de la nación, un presidente ruin y débil, asustadizo y patético que queda muy lejos de las absurdas recreaciones de hace una década en el que el hombre más poderoso del mundo parece un superhéroe. El Presidente de los Estados Unidos, como se apuntaba ayer aquí, serviría a la perfección para simbolizar al actual primer mandatario de Norteamérica. En su época, no obstante, también estaba cargado de embestida crítica y ácida, ya que el funesto y cobarde presidente de Pleseance caracteriza de una manera espléndida lo que significaba para muchos norteamericanos el presidente Roland Regan. Cuenta Carpenter que escribió la película en el 74, durante la época del Watergate, pero no consiguió rodarla hasta la década de los ochenta. En los 70, todo el mundo le tenía pánico porque se burlaba del presidente y que eso no cambió con la llegada de Regan al poder y de su política aperturista. Esa sensación de cinismo respecto al presidente de la nación queda concretada en el primer plano en el que vemos a Donald Pleasence con una peluca rubia y humillado por los hombres de “El Duque” (Hayes). Pura mala hostia que siempre ha determinado el cine de Carpenter.
Otra de esas motivaciones ‘carpenterianas’ definitorias de muchos de sus personajes es la brevedad del tiempo, el ‘carpe diem’ que precede a las situaciones. No hay instantes de calma. Tanto para “Cerebro” y “Maggie”, como para el afable Cabbey no se refleja en ellos una inquietud por el porvenir, por su futuro, sino por la necesidad de salir a toda costa de la Isla. Este tema queda perfectamente idealizado en la chica rubia con la que “Snake” tiene un encuentro huyendo de la enloquecida amenaza que se cierne sobre él en forma de presidiarios con ganas de liquidarle. Una de las sublecturas de Carpenter es esa sensación de que en el Manhattan de 1988 las cosas no pueden durar, los presos de la película exponen su actitud de desidia en cuanto a su lamentable situación. No hacen nada por cambiar la libertad que tienen dentro de la cárcel, sino que, por el contrario, gozan del placer del momento, de la diversión que les propone. Por ejemplo, las míticas luchas a muerte de dos hombres en un foso netamente romano, sin importar quién gane. Sólo buscan la diversión, el instante. Es una de las condiciones que mueven a Plissken en el desenlace de esta obra de culto, cuando, liberado de su ultimátum vital, camina como el ‘cowboy’ solitario alejándose en el horizonte mientras el presidente de los USA hace el ridículo en plena cumbre cuando al escuchar en la vital grabación la vieja canción de soul ‘American Bandstand’, saca la verdadera cinta y la rompe con rabia. No importa que el futuro de la humanidad esté en peligro, lo único que importa y ha importado a lo largo del filme ha sido la integridad del propio Plissken, lo que ha desarrollado Carpenter a lo largo de todo su metraje.
‘1997: Rescate en Nueva York’ nos habla de un futuro incierto y de una aventura que empieza y acaba de forma impenetrable, ya que durante el filme no hemos sabido nada sobre “Snake”, salvo breves trazos de su impasible personalidad, su frialdad derivada de su instinto de supervivencia. Ante la duda posterior acerca de si con la acción del héroe del parche en el ojo estamos ante una Guerra Nuclear, Carpenter cierra cualquier tipo de pronóstico, sin dar pistas, de cómo es la vida de “Snake” fuera de la cárcel, ni de cómo es la América de 1997 en la película. Tampoco se nos ha explicado porqué Manhattan es una prisión metamorfoseada en el mismísimo infierno. Tal vez, un adelanto profético de lo que el 11 de diciembre de 2001 nos dejaría como legado histórico. Por supuesto, no hay que olvidar otro factor fundamental en el cine de Carpenter. Y no es otro que su música, aliciente primordial que hacen de ‘1997: Rescate en Nueva York’ un producto combativo contra el tedio. De nuevo el sintetizador, la música que mejor ha representado y que ha hecho del maestro un clásico de las mejores y más aplaudidas ‘scores’ de los 70 y 80, volvió a magnificar con su inquietante y desenfadado estilo en el que funciona esa sencillez de notas que logran crear una opresión constructiva a la textura de la película.
Carpenter ironiza y extiende su obsesión por la alineación de una masa amenazadora que recuerda en todo momento a la maldad en forma de vampiros de ‘Soy leyenda’, de Richard Matheson o las coordenadas narrativas establecidas por George A. Romero en ‘La noche de los muertos vivientes’. Como sucediera en ‘Atraco a la comisaría del Distrito 13’, se desquicia la idea de un panorama urbano en el que la cotidianidad está marcada por el crimen, por un desafío conformado en un grupo de violentos seres sin rostro, aquí representados en presidiarios que viven en su propia jungla. Un componente privativo y constante en su posterior obra y en la que tanto tiene que ver su visión con el ‘western’, género del que vuelve a beber Carpenter para ‘1997: Rescate en Nueva York’, simbolizado en el antihéroe Plissken y su peculiar aspecto con su parche en el ojo, su ropa militar ajustada y sus botas vaqueras. Un rol a medio camino entre el ‘rubio’ Clint Eastwood en los ‘spaghetti’ de Sergio Leone o cualquier perdedor heroico interpretado por John Wayne, con una forma de actuar instintiva y en la que el humor negro le concede esa exhalación de leyenda e inteligencia visible sobre todo en su enfrentamiento dialéctico con el impertérrito y sucio Bob Hauk (un Lee Van Cleef que no deja pasar el irresistible paralelismo de sus personajes de ‘western’ europeo).
Un filme constante, imborrable de la memoria de aquellos que vieron y vivieron en su momento el mejor cine de acción durante los 80. Un cine, en este caso el de Carpenter, lleno de metáforas y de perpetua reinterpretación genérica dada la profusión temática otorgada entre líneas que incluyeron en casi todos sus filmes. Con tan sólo 7 millones de dólares como presupuesto inicial, el éxito de público fue rotundo. Los decorados, tan realistas y adecuados, fueron filmados en St. Louis, tras las graves e históricas catástrofes provocadas por el fuego, de ahí su realismo. Aún así, para una pequeña producción como esta, los efectos especiales eran uno de sus mayores reclamos y el elemento más logrado de la cinta, donde destaca el inolvidable planeo del avión de “Snake” sobra la Gran Manzana y su increíble aterrizaje en una de las desaparecidas Torres Gemelas.
Con un éxito de la magnitud de ‘1997: Rescate en Nueva York’, Carpenter estaría preparado y condicionado para dirigir la que sería su primera gran superproducción para un gran estudio: ‘La Cosa’, posiblemente, su gran obra maestra. Pero ésta… es otra historia que algún día tendrá su gran espacio en el Abismo.

miércoles, 8 de marzo de 2006

Un gran clásico de culto: '1997: Rescate en Nueva York' (I)

Cuando en 1981 el maestro John Carpenter lanzó ‘1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York)’ estaba en un momento de cierto privilegio, en la senda adecuada para hacer lo que más quería, seguir realizando cine desde una aventajada posición de libertad e independencia. ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’, ‘Halloween’, la teleserie ‘Elvis’ y ‘La Niebla’ le habían conferido un cierto estatus y experiencia sin ningún tipo de condicionante que agriara su óptica cinematográfica. Así, dispuesto a dar lo mejor de sí mismo y a demostrar su invariable manumisión fílmica a la hora de llevar historias personales al cine, el cineasta regresó a la gran pantalla con una más que agradable sorpresa, este inolvidable clásico ‘1997: Rescate en Nueva York’, una de sus obras más admiradas y una de los más representativos orígenes, para muchos conocedores del género, de la Ciencia-Ficción contemporánea.
La fuerza de este áspero y dinámico prototipo de cine de género (o subgénero, según cómo se analice) se vierte en la intención de Carpenter por presentar un futuro oscurantista, tenebroso, realzando la acción con una fuerza visual incomparable basada en el estilo que deviene en noveno arte, del mejor cómic, en la forma narrativa y argumental de Harry Harrison y su visión del mundo futuro. Y es que una de las cosas que hizo que esta memorable película haya sido, casi desde su estreno, una irrevocable obra de culto, ha sido esa condición de sedición formal y estética, de trasgresión con lo instituido, de la sublevación con las propias significaciones dentro de todos los subgéneros en la que pueda llegar a englobarse; ya sea cine fantástico, de ciencia-ficción, apocalíptico o carcelario.
Para esa sobria y electrizante estética de la aventura en un cosmos que implica por definición el exterminio y la devastación, Carpenter recurrió al sublime y riguroso diseño de producción de Joe Alves, autor del diseño de ‘Tiburón’ y ‘Encuentros en la Tercera Fase’, ambas de Steven Spielberg, con la intención de mostrar un gran espacio (en este caso una isla de Manhattan totalmente asfixiante y cerrada) como un presidio mortal, confluente en el peso subversivo de la trama. Todo ello consecuencia de la parábola milenaria que constituye todo el filme. En esta finalidad de trasgresión y rebeldía en cuanto a la grafía genérica, influye de forma indispensable la fotografía delineada por su inseparable Dean Cundey en una oscura composición de ‘scope’ anamórfico que dieron la lobreguez necesaria para una historia nocturna y opresiva.
‘1997: Rescate en Nueva York’ es una extraña e inquietante fábula donde la individualidad está coartada por un gobierno autoritario norteamericano que juega con la vida de la humanidad, crítica feroz de un Carpenter, temerario, lleno de vitalidad y furia, que se mantiene actual debido al retroceso social que está viviendo el mundo moderno. Esta obra de culto se mantiene fresca porque lo que cuenta muy bien podría suceder el un futuro próximo. De ahí que no haya envejecido su mensaje final. La cinta empieza con los créditos de abertura que dejan escuchar una voz femenina digitalizada que comunica que en 1988 el porcentaje de criminalidad en los E.E.U.U. ha aumentado en un 400%. Por ésa razón, se ha creadazo una prisión nacional situada en la Isla de Manhattan, donde se ha levantado una enorme muralla de seguridad que ha terminado por aislar a los presos que viven allí con sus propias leyes y a su libre y anárquico albedrío. Sólo existe una regla: una vez que alguien entra, nunca jamás vuelve a salir.
No interesa, como es signo congénito de la temática futurista, la civilización del momento. No hay rastro de fascinación por saber cómo es el futuro que se muestra en las clases sociales privilegiadas, ni siquiera en las de clase media. No se refiere al modo de vida que llegará, ni a la idiosincrasia tecnológica que revolucionará la forma de vida humana. Nada de eso. Para Carpenter la trascendencia se centra, precisamente, en el ámbito contrario, en el reverso de la moneda, en la vida paralela que viven los convictos. Pero no estamos en el lado oscuro de la sociedad, ya que estos son los únicos que, de forma heterogénea, viven en una paradójica libertad imponiendo sus propias leyes, donde la autonomía es total, haciendo una infrecuente visión de un universo desordenado y enloquecido. Un trasfondo político que, si bien no es nuevo (recuerda mucho a las deducciones finales de dos obras claves como son ‘Blade Runner’, de Ridley Scott o del genuino Terry Gilliam en la esplendorosa ‘Brazil’) sí imponían una nueva visión del filme futurista al que el espectador estaba acostumbrado a ver en una sala de cine. En ese paisaje típicamente ‘orwelliano’ se desarrolla una de las más arriesgadas y apocalípticas visiones de un futuro desarrollo en una singular cárcel, símbolo de una supuesta sociedad llena de hipocresía y contenidos para el análisis.
Los habitantes de la prisión son la clase de gente que se opone a los ideales fascistas del hombre moderno, que vive en una libertad que les somete, pero a su vez, perciben que deben formar parte de un sistema gubernamental organizado para sobrevivir. La gasolina es controlada completamente por los grupos subterráneos y cuando el alimento es escaso, los criminales no dudan en recurrir al canibalismo. Por otra parte, no es tolerable ningún tipo de régimen, pero paradójicamente ven en “El Duque”, un hombre de color armado hasta los dientes, al mandatario que dicta sus destinos dentro de un mundo de caos y violencia. Estas indagaciones sociales son los aspectos más interesantes de la película, pero que no son explorados por Carpenter en profundidad por la sencilla razón de que lo que verdaderamente interesa en la trama argumental es una misión. La misión de un hombre que, con el paso de los años, se ha convertido en un icono cinematográfico de irrefutable carisma. La misión de un hombre llamado Jake “Snake” Plissken.
Para dar vida a “Snake” se buscó un actor que en pantalla resultara inclemente, un modelo de actor en el que la reciedumbre del rostro marcara una abrupta actitud y la férrea personalidad de un personaje tan frío como Plissken. Los candidatos que sonaron para encarnar el rol fueron Clint Eastwood, Tommy Lee Jones y Charles Bronson. Eastwood se negó. Bronson, por su parte, tanteó la situación. Sin embargo, aunque a Carpenter no le hubiera importado que ‘El justiciero de la noche’ hubiera dado vida a su antihéroe, creía que era demasiado viejo para el papel. En cuanto a Tommy Lee Jones, fue rechazado por el propio director porque el cineasta prefería al que se convertiría en su mejor amigo, en el actor fetiche de sus mejores obras; el eficaz y carismático Kurt Russell.
Ése arcano delincuente de imperecedero nombre, "Snake" Plissken, es un insólito arquetipo de héroe misántropo y antisocial que pertenece ya a la retina de los amantes del cine de género.
En ‘1997: Rescate en Nueva York’, “Snake” es de los soldados de élite con una última oportunidad para saldar su cuenta pendiente con la ley, adentrándose en un particular mundo de delincuencia que sobrepasa a los propios dirigentes de un hipotético futuro, haciéndoles partícipes del juego. Plissken cree únicamente en él mismo, sabiendo que los verdaderos héroes están muertos y que él no es más que un superviviente que sólo actúa a favor del gobierno cuando éste le coarta para lograr sus fines: rescatar a un ridículo y asustadizo presidente (que podría muy bien representar a George W. Bush) de los USA, caído en la prisión de Manhattan por el abatimiento del Air Force One y recuperar una grabación que constituye la salvaguardia de la humanidad. Para ello, tiene 22 horas en las que deberá obtener el objetivo impuesto en una ardua e imposible misión. Si no lo consigue, morirá por un veneno mortal que le ha sido inyectado por los altos mandos gubernamentales y del ejército. Así de simple.
Como se ha matizado, Manhattan es un mundo de caos y de violencia. Pero a su vez jerarquizado, con el poder en manos de ese “Duque” (espléndido Isaac Hayes), que se convertirá en el gran enemigo del antihéroe de la película…
Y mañana, mucho más...