martes, 8 de abril de 2008

Review 'La noche es nuestra (We own the night)'

La lealtad y las raíces familiares
James Gray alcanza con su tercer filme la dignificación moralista de la fábula policial clásica, recurriendo al ‘revival’ genérico de los 70 pero con mirada propia.
Últimamente se ha dado en acudir a un evidente ‘revival’ del género policiaco de los años 70, aquel que determinó para siempre el género y revolucionó las formas cinematográficas con cineastas como Sidney Lunet, Arthur Penn, Norman Jewison, Alan J. Pakula, William Friedkin, John Frankenheimer, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Gordon Parks… y toda una generación de creadores que establecieron una corriente rupturista desde una perspectiva del cine criminal más anexo al drama que al cine de investigación, pero sin perder sus connotaciones de ‘thriller’.
El género evolucionó hasta convertirse en muestras de cine más apegadas a la realidad, a la problemática existencial de la época, olvidando el romanticismo y asentándose por entonces en la claustrofobia socio-política del momento, en la violencia, en el nihilismo o en la idea trágica del destino. Películas como ‘Zodiac’, de David Fincher, ‘Michael Clayton’, de Tony Gilroy, ‘El buen pastor’, de Robert de Niro o ‘American Gangster’, de Ridley Scott han exhibido esa deuda histórica con aquella idiosincrasia; cine con sabor a nostalgia con dinámica de cruda realidad y el reflejo de unos tumultuosos tiempos.
‘La noche es nuestra’ podría encuadrarse, pese a estar ubicada en los años 80, en esta tipología repleta de matices y estilo inconfundible, de intenciones genéricas que James Gray (realizador de ‘Cuestión de Sangre (Little Odesa)’ y ‘La otra cara del Crimen (The Yards)’) retoma para abordar de nuevo esta hibridación, mezcla de formas y referentes temáticos en su tentativa de plasmar, de manera esquemática y rutilante, una nueva revisión de la (des)unión familiar, de la importancia de la matriz parental enviciada por la rivalidad entre hermanos, donde la redención se vislumbra como único fin para la concordia del choque de afectos y desafectos, sin omitir su deuda con los dos anteriores filmes del cineasta, para regresar a los ambientes neoyorquinos en los que las motivaciones de los lazos familiares se superponen a cualquier escollo vital.
Repite así el itinerario por el cual se narra la historia de clan de los Grusinsky, en el Nueva York de 1988, con la mafia rusa monopolizando el narcotráfico de la ciudad. La guerra declarada entre los gángsteres y la policía salpica a Bobby, hombre de vida fácil y hedonista que regenta el club de moda de Brighton Beach, ya que su padre y su hermano mayor encabezan la investigación policial contra Vadim Nezhinski, líder de la mafia y sobrino del dueño de la discoteca, al que Bobby adora como a un padre. El nefasto desarrollo de los acontecimientos le llevará a cruzar la línea de regreso a su verdadera familia y aceptar un destino que jamás habría elegido.
En ‘La noche es nuestra’, sabe alejarse lo suficiente del postmodernismo de esta citada tendencia de cine revisionista, como una negación deconstruida del cine negro y del ‘thriller’. El realizador se centra en mostrar una diatriba moral donde la ciudad no es más que un laberíntico caos que está asumiendo su degradación como incisiva constatación de las lacras de una época, pero tampoco olvida la funcionalidad de la historia que trata. Aborda así una nueva alegoría sobre la redención sobre la culpa ordenada en torno a la invulnerable adhesión de los vínculos familiares en una espiral de duda, venganza y catarsis. No sorprende que el propio Gray señale el origen del filme en una emotiva fotografía del New York Times donde varios policías asisten apesadumbrados al entierro de un compañero.
Estamos ante un drama familiar que aboga más en el sentimiento que por la profundidad, encubriendo una tragedia (de tintes shakesperianos, por qué no) en forma de ‘thriller’ y la fábula moralista ofrecida como un filme policiaco que respira por unos personajes que lloran y que tienen miedo, que afrontan sus problemas de diversas maneras, pero identificadas en el personaje principal interpretado por enorme solvencia por Joaquin Phoenix. La condición de oveja negra dentro de la familia de Bobby le someten a un tormento que despliega un conflicto interior de dos sentimientos que colisionan, pasando a coquetear con la mafia en función de sus propios intereses personales, permaneciendo a un lado y a otro de la ley, hasta llegar al remordimiento y el sentimiento de culpa, como aceptación de su responsabilidad, en una conversión de trasfondo semibíblico.
Bobby, en este caso, sería el contrapunto antagónico de Michael Corleone en ‘El Padrino’, pues él también escapa a cualquier compromiso familiar, escondido en la vergüenza para asumir el destino y cargar sobre sus hombros el destino y el honor de la saga de los Grusinsky. Para Gray, sin embargo, en el proceso, no es tan importante la descripción de los actos y el subrayado de la raigambre genérica. Aquí lo que importa es la metamorfosis moral del hijo pródigo que renuncia a su elección vital por el imperativo proveniente de la huella de su clan. ‘La noche es nuestra’ es un vademécum sobre la lealtad, ya no sólo del personaje interpretado por Phoenix hacia su padre y hermano (con la eficacia del siempre loable Robert Duvall y un moderado Mark Wahlberg) o al capo mafioso que ejerce de ejemplar patriarca familiar), sino también de Amada Juarez (sorprendente Eva Mendes), la novia latina de éste, que asume las adversas circunstancias por amor o la traición de Jumbo Falsetti, amigo fraternal que sucumbe ante la presión de la violencia del entorno. Atemperado en ese ‘thriller’ policiaco, Gray proyecta su interés en el tono sobrio del drama que, si bien es cierto que a veces cae en el convencionalismo, refuerza los elementos que rodean la historia, ya que la violencia, la acción y la música de la época poseen su trascendencia fundamental dentro de esta fábula de vocación operística con tonos de calvario fatalista.
En este apartado, Gray sabe jugar muy bien sus cartas a la hora de apostar por la soberbia disposición con la cual está ilustrada la acción en infinidad de espacios urbanos, describiendo los ambientes neoyorquinos con un trazo visual de tintes que rozan lo antropológico. Su visión melancólica, fotografiada con destreza por Joaquín Baca-Asay, define una ajustada grafía a la hora de precisar el modelo que establece la estética de la época, aquel Brighton Beach de los 80, la diversión discotequera, el sentimiento de indefensión y visión sombría del cometido policial oprimido por la evolutiva ola de violencia y criminalidad, por mucho que su lema venga a ser el título original de la película (‘We Own The Night’). James Gray consigue de este modo un arriesgado y doble comedimiento en su delineación de la fábula; por un lado, el de aportar la intensidad proporcionada al drama; en sus escenas familiares, en las discusiones de pareja o enfrentamiento entre hermanos o amigos. Por otro, que el mensaje de fondo de heroicidad concebido como débito con la conciencia y reflexión sobre la fuerza del destino no se asimile de golpe, y lo vaya haciendo paulatinamente, hasta detonar en ese epílogo demasiado conservador y moralista que levantó las iras en la crítica que asistió a su estreno mundial en el pasado Festival de Cannes. ‘La noche es nuestra’ puede llegar a ser un filme difícil e intransigente, pero se esfuerza por llegar a la búsqueda de ecuanimidad dada entre la intensidad trágica y emocional y las ejemplares secuencias de violencia, suspense (la infiltración como soplón de Bobby en el centro de operaciones de los rusos, por ejemplo) y los tiroteos.
Gray tiene marcadas referencias al cine de los ya citados Scorsese, también de Lumet, Coppola o toda la Generación de la Televisión... Sin embargo, lo bueno de este joven director es que sabe desmarcarse de esas influencias y narrar su fábula con mirada propia, componiendo una exhibición de dureza y emoción, con puntual detallismo en los ambientes y personajes que se mueven con precisión dentro de un férreo guión. Una tercera película que evidencia un estilo, un director a seguir con entidad para rodar la que se ha convertido, desde ya mismo, en la mejor escena de persecución (en cuanto a planificación, tensión y creación visual) de la última década. Totalmente recomendable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

domingo, 6 de abril de 2008

El adiós de otra estrella clásica, Charlton Heston

En la muerte de Charlton Heston todo el mundo destaca sus roles Moisés, Miguel Ángel, Ben-Hur, Marco Antonio o el El Cid. Grandes personajes históricos que ampliaron la fama y el carisma de este intérprete a la categoría de leyenda. Pero tal vez otros personajes menos conocidos como Matt Lewis de ‘55 días en Pekín’, Ramon Miguel 'Mike' Vargas, el extraño latino que interpretó en ‘Sed de mal’, el Detective Robert Thorn que destapa el sádico secreto de ‘Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)’, su eficaz Captitán Peter Holly de ‘Pánico en el estadio’, el poco ‘mathessoniano’ Robert Neville de ‘The Omega Man’ o su inolvidable George Taylor de la posapocalíptica ‘El Planeta de los Simios’ los que de verdad hacen reconocer la grandeza como icono cinematográfico de esta estrella del Hollywood Clásico.
Más carismático que buen actor, Heston definió con su potente voz uno de esos ídolos inmortales, de físico atlético, hierático y poco gestual, con una sólida carrera y grandes éxitos comerciales, que hicieron de él un actor de carácter en una época donde representó con acierto al modelo heroico de la época.
Conservador, amante de la armas de fuego y defensor a ultranza de la National Rifle Association (un hecho que despertó hacia él cierta antipatía), el actor padecía desde el año 2002 una enfermedad degenerativa similar al síndrome de Alzheimer. Heston ha fallecido ayer con 84 años.
Menudo 2008 que llevamos.

La incógnita de 'Will Esiner's The Spirit', de Frank Miller

‘The Spirit’, del irrepetible Will Eisner, fue uno de los cómics pioneros en experimentar e introducir innovaciones narrativas, utilizando estilos y técnicas que rompieron las convenciones narrativas de la época para marcar un antes y un después dentro de la industria del Noveno Arte. Poco hay que decir a estas alturas tanto de Eisner como de su obra.
Uno de los herederos artísticos de Eisner, Frank Miller, después de haber llevado con éxito la autoadaptación de su brillante serie ‘Sin City’, retoma los conceptos de Robert Rodríguez para intentar restituir esa misma lealtad con los lóbregos matices argumentales y narrativos del cómic, con la sórdida atmósfera de ‘The Spirit’, iluminada de forma difusa con efectos de luz y sombra y con un exquisito trazo en los personajes.
Hay que preguntarse si Miller aportará algo nuevo a la impronta cinematográfica de la moda de los cómics en este filme sobre el detective enmascarado Danny Colt y sus misiones anticrimen en la ciudad imaginaria Central City. Gabriel Macht da vida a The Spirit, Scarlett Johansson es Silken Floss, Samuel L. Jackson como el pérfido The Octopus, Eva Mendes y Jaime King personifican a Sand Saref y a Lorelei Rox respectivamente.
Su estreno previsto: 20 de marzo de 2009.

miércoles, 2 de abril de 2008

El mundo del guión, por Chico Santamano

Poco a poco, los guionistas van tomando su reivindicable consideración dentro del universo del entretenimiento. Sin ellos, el espectáculo, muchas veces (por no decir casi todas), estaría mermado de lucidez, de esencia y de sentido. Sin los guionistas, no nos engañemos, el mundo sería un auténtico coñazo.
Se suele decir, no sin razón, que la base de todo acontecimiento creativo, en un caso concreto, por poner un ejemplo, las películas, se origina en el guión (también los videojuegos, las series y programas de televisión, el ocio, en general). Lo que impera en este punto es que la cosa “funcione”. Chico Santamano ha nacido para abordar, desde una perspectiva diferente y amena, un análisis del proceso creativo que supone enfrentarse a un monitor con un documento en blanco e ir plasmando una idea, desarrollándola en una historia, contando experiencias testimoniales acerca de la creación, de los elementos que rodean la escritura de un guión, de su estructura, de los estilos y principios de la escritura de los guiones.
No es el típico manual básico, seguro que Santamano no ha abierto su blog con una idea de plasmar sus consejos, anécdotas personales, chismes e incluso noticias a modo de dictámenes. Tampoco sé a ciencia cierta hacia dónde caminará este nuevo espacio de la blogoesfera. Lo que sí es cierto y sé con conocimiento de causa, es que merecerá la pena. No se trata de uno de esos aburridos seminarios fragmentados en partes, en capítulos a modo de programa lectivo, ni siquiera de un blog endogámico y con ínfulas de sugerir aforismos dentro del orbe narrativo y guionístico.
Santamanos es un profesional que tiene tres largometrajes a sus espaldas y que domina como nadie el arte de contar historias. Dejémonos llevar por su entretenida visión de la vida, el arte y esa parte esencial que es el guión.
Bienvenidos al apasionante mundo de Chico Santamanos y sus ‘Confesiones de un guionista’.

martes, 1 de abril de 2008

VI NotoFilmFest.com: Todos con Suda Sánchez

Hay una frase que reza lo siguiente “El hombre es un animal de costumbres, pero no hay que olvidar que la costumbre mata al hombre”. La pregunta es ¿Qué pasaría si la ausencia de esa costumbre fuera la que en realidad acaba matando al hombre?. Pura discordancia.
Es lo que plantea el cortometrajista Suda Sánchez en su pequeño relato visual ‘Rutina’, uno de los finalistas de la VI edición del ‘Notodofilmfest.com’, festival de cine comprimido compuesto por cortos destinados a Internet que se ha consolidado como certamen consagrado y de referencia dentro de la Red. Suda crea en apenas tres minutos una fascinante microhistoria sobre la nefasta ruptura de las costumbres inveteradas que suponen la rutina, el sano hábito por el acontecer de situaciones invariables con un manejo de la narrativa aplastante y directa por parte del realizador cordobés.
Esta noche se conoce el palmarés del Notodo.
Esta comedia de humor negro sobre la comodidad del automatismo extendida a los ámbitos de la existencia puede valerle a Suda Sánchez su merecido reconocimiento dentro del mundo cortometrajístico después de obras como ‘Superrr’ y ‘Personas Mayores’.
Desde el Abismo, le deseo toda la suerte del mundo.

El adiós de Jules Dassin

Posiblemente no pase a la historia como uno de los realizadores más conocidos de la Época Dorada de Hollywood. Pero también lo es que ha sido uno de esos cineastas guerrilleros de los que tanto ha anhelado el Séptimo Arte. Después de que Richard Widmark muriera a finales de la semana pasada, otra gloria clásica del celuloide, Juless Dassin, ha muerto con 96 años, dejando para la posteridad algunos de los filmes más incisivos, radicales, violentos y trepidantes de los fastos cinematográficos. Realizador comprometido y contestatario, Dassin pasará a la historia, además por ser uno de los afectados por la lista negra ‘mccarthysta’ en la ‘Caza de Brujas’ de los 50 por su activismo comunista, el autor de un puñado de títulos inolvidables como ‘El agente nazi’, ‘Fuerza bruta’, ‘Mercado de ladrones’ o sus obras maestras ‘La ciudad desnuda’ y, sobre todo, ‘Noche en la ciudad’.
Su potencial fílmico se basaba en la audacia con la que supo desarrollar muchos de sus personajes a través de sus impactantes imágenes, sin perder de vista una narrativa frenética y una fuerte devoción por expresión de la puesta en escena, economizando medios y presupuesto, con una honestidad que se puede apreciar en cada uno de sus filmes, en la intensidad de las imágenes. La humanización de sus personajes, por muy miserables que estos fueran, la insinuación trágica de sus tramas y la explicitud de sus motivaciones y la identificación de esa violencia casi ‘brechtiana’ fueron algunos de los elementos inherentes al cine de Dassin.
En su etapa francesa Dassin siguió ampliando la calidad de su obra con título como ‘Rififí’, inolvidable ‘thriller’, aportaciones al género como ‘Topkapi’ o la comedia, posterior adaptación a las bambalinas de Broadway, ‘Nunca en domingo’ (al lado de la que sería su musa y mujer, Melina Mercuri) y películas mucho más europeizadas como la adaptación de Nikos Kazantzakis ‘El que debe morir’, ‘Phaedra’ o ‘Uptight’.

lunes, 31 de marzo de 2008

Lunes de Aguas, absurda fiesta salmantina

Fiesta, jarana, algaraza y una buena cuota de zambra como evasiva para no trabajar. Nepotismo español por excelencia elevado a la categoría de costumbre. Hoy se celebra en Salamanca un extraño gaudeamus bajo la denominación de Lunes de Aguas. "¿Qué coño es el Lunes de aguas?", os preguntaréis. Pues se trata de una celebración pagana (como no podía ser de otro modo) cuyas raíces históricas se encuentran en el siglo XVI y que actualmente se presenta convertida como fiesta única y exclusiva de esta ciudad charra.
El 12 de noviembre de 1543 Felipe II, con tan sólo dieciséis años, llegó a Salamanca para a desposarse con la princesa María de Portugal. En esta celebración católica y austera, la ciudad aprovechó el enlace y sus celebraciones de un modo excedente, llegando al cúlmen de la bacanal, el ocio y la diversión sin límites, dándose cita una plétora de vicios en la ciudad del Tormes en aquellos días posteriores. Fue cuando Felipe II comprobó que la ciudad luminaria del cristianismo europeo, el dogma y la palabra era también el mayor burdel de Europa, la Sodoma y Gomorra occidental. En aquellos tiempos, además de las escuelas mayores, las bibliotecas, los patios de lectura y el ambiente cultural y académico que ha caracterizado al orbe salmantino, coexistían insanas tabernas, bares de beodos sin cierre, lujuriosas casas de putas y un submundo de amancebamiento de toda índole. Un tiempo de ocultistas, buhoneros y feriantes, lavanderas, amas de llaves, ciegos enviciados, alcahuetas, de estudiantes noctámbulos, de ricos herederos y, por encima de todos, el mejor foco de prostitución del país.
Ante tanto libertinaje e impudicia, el estirado Felipe II dictó unas ordenanzas según las cuales las libidinosas mujeres públicas de moral distraída que habitaban en la Casa de Mancebía de Salamanca, debían ser trasladadas, durante la Cuaresma, fuera de los confines de la ciudad. A partir del Miércoles de Ceniza, las prostitutas abandonaban su residencia habitual y eran reasentadas al otro lado del Tormes. El Padre Putas, el cabezudo más famoso de la ciudad, era el encargado de amparar, custodiar y atender a las putillas, siendo el responsable de éstas. A partir de este edicto, las prostitutas de Salamanca dejaban la ciudad antes de comenzar la Cuaresma y desaparecían de manera temporal, recogiéndose en algún lugar al otro lado del río. Pasada la Semana Santa, y con ella el periodo establecido, las rameras volvían a la ciudad el lunes siguiente al Lunes de Pascua. Este mítico día era una jornada de celebración, ya que los estudiantes disponían una fiesta descomunal, en la que el alcohol en sus diversas variantes y la alegría que éste produce en el cuerpo hacían que todos salieran a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo y ansias carnales inhibidas durante el recogimiento. El Padre Putas (que se llamaba Lucas) era el encargado de concertar el momento del advenimiento lúbrico y lascivo de los estudiantes y las doctoras de la cátedra del placer.
Lo más insólito de todo, es que en cuanto llegaban las meretrices exiliadas, el descontrol, derivado del éxtasis etílico junto a la liviandad carnal y el sexo sin control, hacía que los estudiantes acometieran ‘in situ’ todo lo que sus cohibidos instintos necesitaban. En efecto, amigos, una inmensa orgía (con ‘gang bangs’ incluidos) a orillas del río que culminaba con un baño colectivo, todos ebrios y como decía José Manuel Parada “follaos y desfogaos”.
Lamentablemente hoy no ejercemos esta entrañable y sana costumbre, pero seguimos celebrando el día en comuna, reuniéndonos con amigos y/o familiares, supuestamente en un entorno rural (un “día de campo”, vaya), comiendo el típico hornazo salmantino, titánico nutriente condimentado a base de huevos, aceite, harina, levadura y un relleno de jamón, chorizo, lomo adobado y huevos cocidos, una de las exquisiteces tradicionales y exclusivas de esta ciudad que aportan una buena dosis de colesterol y ayuda a atenuar las excesivas ebriedades que se producen en un día como hoy. Es la excusa perfecta para emborracharse y divertirse con los amigos.
Y a eso voy, queridos amigos del Abismo. Como cada año, me dispongo a disfrutar del hornazo que aparece en la instantánea superior (obrado por mi señora madre) y a engullir varios litros de alcohol como celebración de una festividad que acarrea el exceso como memoria a esta absurda tradición.

viernes, 28 de marzo de 2008

Review 'Los Falsificadores (Die Fälscher)'

Dramaturgia desdramatizada
Stefan Ruzowitzky ha creado un drama con tintes de ‘thriller’ que supone una visión diferente del subgénero bélico inscrito en los campos de concentración.
El Holocausto, esa infamia sin precedentes de la Historia, sigue siendo un tema que el cine, de una u otra manera, no puede olvidar. La cinematografía ha rendido en muchas ocasiones la memoria de aquella atroz etapa de la II Guerra Mundial, circunscritas en los campos de concentración dedicados al exterminio, donde ni siquiera la vasta lengua castellana posee calificativos para aproximarse al dolor y al sufrimiento de más de seis millones de personas que murieron asesinadas por la incomprensible crueldad de unos fanáticos que trataron a los judíos como parásitos a los que exterminar.
Desde ‘La Tregua’, de Francesco Rosi o ‘Lacombe Lucien’, de Louis Malle hasta las más modernas ‘El Pianista’, de Polanski, ‘La zona gris’, de Tim Blake Nelson, ‘Amen’, de Costa-Gavras e incluso ‘El libro negro’, de Paul Verhoeven han explorado, de una u otra forma, una de las consecuencias morales de aquella tragedia. Se trata del sentimiento de culpa, la sombra de la depresión y el dolor que se dieron tras aquellas vallas y sus posteriores efectos. ‘Los Falsificadores’ supone una relectura del pasado nazi, de esos planteamientos morales que padecieron aquellos hombres que sobrevivieron al traumático lance gracias a una combinación de buena suerte, destreza y astucia que les hizo necesarios para el usufructo de los alemanes.
Siguiendo la inevitable dramaturgia de los acontecimientos, Stefan Ruzowitzky propone un filme siguiente esta crónica de trágicos sucesos utilizando un armazón narrativo que pospone el horror a un segundo plano, sin olvidarse en ningún instante de la barbarie nazi. Y lo hace fusionando una trama planteada con la intención de avivar la emoción, la tensión y el suspense, a partir de la narración que ejercita su función dramática con valores que van más allá del tormento, como la supervivencia final que coarta las dudas morales sobre una situación privilegiada en tiempos de injusticia y sufrimiento que no distinguen entre el egocentrismo y la necesidad de no morir. El argumento, basado en hechos reales y poco conocidos se centra en un grupo de hombres judíos inmersos en la última y ambiciosa estratagema militar de los últimos años de III Reich denominada la ‘Operación Bernhard’, con un frustrado proyecto de desestabilización económica del bando aliado con la falsificación de libras y dólares que perturbara la bolsa aliada.
Para ello contaron con la inestimable ayuda de un grupo de presos recluidos en el campo de concentración de Sachsenhausen, obligados a trabajar para ellos con el fin de lograr este objetivo. A cambio, se les adjudicó la llamada ‘Jaula de Oro’, donde los lechos de madera fueron sustituidos por camas con colchones, las cámaras de gas por duchas de agua caliente y las torturas por mesas de ping-pong y tabaco. Es la clave que supone el dilema moral de cooperar con sus verdugos, prolongando sus vidas, pero sabedores que su condición de elementos primordiales para que la guerra se inclinara hacia el lado de la balanza nazi. En sólo tres años, en Sachsenhausen se produjeron 134 millones de libras esterlinas, el triple de la cuantía de las reservas de divisas existentes en Gran Bretaña.
El terrible Holocausto es desdramatizado, es cierto. Y, si bien puede resultar algo común y superficial, sin embargo, éste actúa como amenaza contextual y constante, aunque nunca lo hace de forma directa. Ruzowitzky opta por darle a la historia una palpitación de ‘thriller’ y drama moral, sin apelar a efectismos dramáticos ni recurrir a simplificaciones. Tampoco deja reblandecer su discurso con la dureza de la exhibición gratuita de lo que rodea la acción. Tan sólo el sonido de la barbarie en puntuales ocasiones evidencia el clima de la atrocidad de los campos de concentración, con sus causas y efectos. En ‘Los Falsificadores’ lo que importa de verdad es la ambigüedad moral que pervierte las vidas de los judíos que trabajan para los nazis, teniendo en cuenta que tras las concesiones de esa “buena vida” y privilegios, bifurca el pensamiento entre los que lo asumen como única posibilidad de sobrevivir, a pesar de ejemplarizar la muerte espiritual, frente a los que tienen la idea de morir si con ello pueden ayudar al derrocamiento del poder nacionalsocialista alemán.
Dos posiciones representadas por los personajes de Salomon Sorowitsch y Adolf Burger, que ponen en tela de juicio la legitimidad de cooperar con la barbarie y anteponer la propia vida al bien colectivo. La gran aportación del filme, como historia y la honestidad del cineasta como guionista es la de mantenerse al margen de dogmáticas respuestas o lecturas morales y moralistas que se podrían ofrecer como posibles respuestas a lo planteado. “No les voy a dar el placer de sentirme avergonzado por vivir”, expone Sorowitsch en un momento de la película. Mientras, en la otra cara de la moneda, el idealista Burger, pieza clave en la imprenta clandestina, desecha a favor de su dignidad, aunque con ello tengo que sacrificar su vida.
Bajo un pulso intachable, con una firmeza de una solvencia apreciable, expuesta en la minuciosidad con la que están planteados sus encuadres y siguiendo los principios de la televisión actual llevados a cabo por el director de fotografía Benedict Neuenfels, Ruzowitzky ha conseguido un gran trabajo visual que se sustenta en su primorosa puesta en escena, pero sobretodo en la calidad interpretativa del elenco formado por Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow o Martin Brambach, entre otros. La única objeción de ‘Los Falsificadores’, además de la desacertada música a golpe de tango de Marius Ruhland (que logra restar fuerza en varios instantes del filme), es la acentuada frialdad con la que Ruzowitzky retrata algunas situaciones que podrían haber resultado más conmovedoras (como el asesinato a sangre fría de Kolya Karloff o el suicidio de Loszek).
Aquí importa más no desnaturalizar la personalidad de sus personajes y llevar los designios narrativos hasta sus últimas consecuencias, pese a que con ello establezca un reconocible patrón reiterativo dentro de la evolución argumental. La última ganadora del Oscar a la mejor película extranjera es una visión diferente del subgénero bélico inscrito en los campos de concentración que no pierde de vista la dureza de los tristes acontecimientos para abordar una inolvidable hazaña de supervivencia humana.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 27 de marzo de 2008

Cuatro años

Hoy mismo, hace exactamente cuatro años, conocí a la persona que cambiaría para siempre mi forma de ver el mundo.
Después cuatro años, sigo pensando y sintiendo lo mismo que hace dos... Y lo que pensaré después de cinco y de diez...
Le debo tantas cosas a Myrian que no tengo años en mi vida para agradecérselo lo suficiente.
Ella es la luz que ilumina mi camino.

martes, 25 de marzo de 2008

Homenaje a Rafael Azcona

El triste adiós del genial y último austro-húngaro
Es difícil expresar un gran abatimiento por la pérdida de un ser al que no conoces pero admiras y quieres como si hubiera sido así. El fallecimiento de Rafael Azcona marca un acontecimiento trágico para la Historia del Cine Español, para el Séptimo Arte en toda su concepción y leyenda, porque lo que nadie pone en duda en un momento tan aciago es que, más allá de los adjetivos ponderativos y recuerdos varios a la figura del guionista, el Maestro se convirtió hace mucho tiempo en uno de los mejores escritores que ha tenido este arte, a la altura de aquellos genios de la Época Dorada de Hollywood.
Escéptico, irónico e incisivo, supo como nadie reflejar las carencias de una época y acometer bajo su humor negro la mediocridad y miseria que anidaba (y anida) en el ser humano. Y lo hizo como mejor sabía; sin la atenuación del poder que sugiere el cinismo y el humor. Nació para describir fábulas, para explorar la cotidianidad del día a día. Fue un narrador de vena satírica sobre el ánimo del pasado (entonces presente), con una perspicaz sincronía que siempre le facultaron para presentar las películas que llevaban su nombre en el guión como abrumantes lecciones de intrahistoria, ese término acuñado por Unamuno a la las vidas silenciosas y tradicionales escondidas en la historiografía oficializada e impuesta.
Antes de ser guionista, Azcona fue poeta de provincias, contable que odiaba los números, dibujante, escritor de novelas baratas y redactor de una revista de decoración. Al contrario de lo que se pueda pensar, Azcona llegó a Madrid no con la intención de dedicarse al cine, sino con la de trabajar como dibujante o pintor (antes había querido ser cocinero o torero). De su privilegiada mente nació ‘Estrafalario’ o la figura de ‘El repelente niño Vicente’, lo más destacado en esta faceta artística frustrada por el séptimo arte. Lo que no es óbice para haber sido considerado el heredero de escritores como Pío Baroja o Valle-Inclán y primogénito directo de la generación de Mihura, Tono y Neville. Cuando escribía en la legendaria revista satírica La Cordorniz, cuna de tantos genios culturales, un ilustre director de cine italiano al que tantas cosas buenas le debe nuestro cine, el insigne Marco Ferreri, le captó para esta cosa del cine. Su intención era la de adaptar para la pantalla una novela de Azcona llamada ‘Los muertos no se tocan, nene’, proyecto que no vio la luz, pero que le puso al servicio de Ferreri para dos de los títulos más grandes que ha dado nuestra cinematografía como son ‘El pisito’ y ‘El cochecito’, parábolas desoladoras de la España del momento, siniestras obras de feroz crítica social disfrazada con un inusual humor mordaz y corrosivo lleno de connotaciones sociopolíticas que ironizan de forma brillante sobre aquellos tiempos desiguales.
Es memorable, como ejemplo, aquella secuencia de ‘El pisito’ en la que José Luis López Vázquez y Mari Carrillo bailan rodeados de jóvenes en el mismo instante en que se dan cuenta de que se han hecho mayores esperando y la vida se les ha ido de las manos. O a Don Anselmo, en el rostro imborrable de Pepe Isbert, símbolo de picaresca egoísta, envenenando a su familia por disfrutar de ese coche de parapléjicos, objeto de deseo y producto de la envidia y el infantilismo de la vejez. Azcona recreó de forma inteligente el terror psicológico disfrazado de comedia cínica. Es lo que se ha dado en llamar la “descojonación”, humor negro azconaniano, el declive del ser humano en su énfasis por moverse y adaptarse. Es la esencia primigenia de lo que sería el ciclón de ideas que encumbraron al cine patrio a sus mejores obras, a ese remanente de versatilidad y riqueza de su discurso. El cine norteamericano nunca supo reflejar esa miseria con la certeza y sarcasmo con la que lo hizo Azcona. Hollywood hubiera dado lo que fuera con tal de tener un talento creador como éste.
La continuidad de Azcona llega con su matrimonio artístico con Luis García Berlanga, un viejo conocido, con el que ya había colaborado en un guión para televisión para Juan Estelrich, otro conocido de ambos. A partir de ese momento, Azcona le va a deber a Berlanga, todo lo que Berlanga a Azcona; la genialidad desbordante de un duplo destinado a marcar una época de cine español irrepetible. Ambos nos han dejado como legado películas como ‘Plácido’ o ‘El verdugo’. Con estos dos títulos, Berlanga pasó a ser el director más frecuentado por Azcona y con él enseñó a ver el mundo en que España vivía, a reírse de los aspectos más miserables que había en la sociedad de la época, a hacer humor con las diferencias entre clases, con la hipocresía como arma caritativa que diferencia los estratos sociales del momento, con la mezquindad, el desprecio o la incomunicación. Estas dos películas son sainetes de cianuro, pura crítica envenenada y tremendista que actuaron como libelos en contra de un régimen y una sociedad condenada a la carencia de vivienda, a la abusiva burocratización, sin desatender temática social como la emigración y el turismo emergente en la década de los sesenta. Fotogramas cargados de mala hostia y cinismo, empapados de ironía, contando historias que, sin querer, se han convertido con el paso del tiempo en piezas históricas de incalculable valor para la cultura y el cine español.
Una de las parejas más gloriosas que ha dado la historia de España y que un buen día, según cuentan los dos, dejaron de trabajar juntos por azar del destino. Justo después de que se estrenara su último trabajo conjunto hasta el momento ‘Moros y cristianos’, en 1987. De su comunión destacan también títulos como ‘La Boutique’, ‘Vivan los novios’, ‘Tamaño natural’, ‘La Vaquilla’, la Saga de los Leguineche (‘La escopeta nacional’, ‘Patrimonio nacional’ y ‘Nacional III’)… Berlanga definió a Azcona como “una persona extrañamente moral con más ganas de salvar la humanidad que yo. Realmente Rafael es único”.
Hablar de cine español contemporáneo es hablar de Rafael Azcona y viceversa. El hombre retraído y verdaderamente humilde que hizo de la discreción una forma de respeto siempre característica nos ha abandonado para siempre. Y lo ha hecho siguiendo esta tradición de mutismo imperturbable, dejando al cine español con la triste noticia de su muerte dos días después de que ésta se haya producido a consecuencia de un cáncer de pulmón. El eterno “señor de Logroño”, con su ética de guionista alejada del maniqueísmo y el moralismo, supo transferir historias con una descripción realista y testimonial inconmensurable, sin salirse del rigor estructural de los más reputados maestros del guión, con tramas absolutamente perfectas en su construcción. Entró por casualidad en una profesión que, para él, se basa fundamentalmente en observar, “Observar animales” expresó en varias ocasiones. Nuestro mejor guionista basó su deslumbrante trayectoria en descubrir los matices humanos más idiosincrásicos de las personas que han hecho posibles las fabulosas historias de este erudito riojano. Un sabio dedicado a recoger diminutos fragmentos de vidas que han configurado sus excelentes historias de ficción, reflejo de la sociedad a veces cruel, otras caricaturesca, siempre sin perder de vista el costumbrismo. Son actitudes, talento innato y fértil pensamiento, que han hecho de Azcona uno de los hombres más representativos y fundamentales del pensamiento español contemporáneo.
Además de Ferreri y Berlanga, por la vida de este sobresaliente escritor han pasado cineastas de reconocido prestigio como Carlos Saura, con el que colaboró en ‘El jardín de las delicias’, ‘Mi prima Angélica’ o ‘Ay, Carmela’. Fernando Trueba, que le debe el Oscar por la fantástica ‘Belle Epoque’, también ‘El año de las luces’ y ‘La niña de tus ojos’. Bigas Luna, Pedro Masó, José María Forqué, Saenz de Heredia, Juan Estelrich, Tonino Ricci o Antonio Nieves Conde, entre otros, también gozaron del privilegio de poder narrar historias de Azcona. En su etapa final, Azcona colaboró en las cintas más recientes de dos nombres que serán los últimos directores en trabajar con el Maestro; José Luis García Sánchez; ‘Suspiros de España… y Portugal’, ‘Tranvía a la Malvarrosa’, ‘Siempre hay un camino a la derecha’, ‘Adiós con el corazón’, ‘La mancha verde’, ‘Frankie Banderas’, ‘María Querida’… y José Luis Cuerda, director con el que ha rodado ‘Pasodoble’, ‘Tirano Banderas’, la excéntrica ‘El bosque animado’ y la que será su película póstuma como guionista ‘Los girasoles ciegos’.
Azcona se cultivó una fama de hombre austero e iconoclasta, acalladas en estos últimos años por sus numerosas apariciones públicas y entrevistas. Un escritor humilde y cercano que consideró que las películas en las que dejó su impronta eran de sus directores y nunca suyas. Una actitud distante, alejado de la fama pero conviviendo a su vez con el prestigio, en una industria audiovisual entusiasta de las imágenes, de la fama o de la gloria. Azcona, que en el la década de los sesenta contaba sus guiones prohibidos por la censura en igual o mayor número que los filmados, representa un nexo de unión entre la modernidad de los años sesenta y la tradición cultural marcada por los grandes clásicos.
Un gran hombre sin el cual sería impensable imaginar nuestra cultura. Una presencia necesaria, que no debería habernos dejado nunca. La vida es hoy mucho más triste. Quedamos desprovistos de sus digresiones sobre la modernidad, la estulticia humana, sus apelaciones a lo ortopédico, su devoción por la misoginia y el fetichismo inteligente. Cualquier guionista español tendría que hacer suya la frase que Agustín Díaz-Yanes citó al recoger el Goya al mejor guión original hace ya trece años para definir a Azcona: “ese guionista al que todos nos gustaría parecernos, pero nunca llegaremos a serlo”. Un observador que se ha hecho con el mecenazgo de muchas generaciones que están bajo su gran sombra, admirando al que es y será por siempre el soberano guionista.
Sin duda alguna, Rafael Azcona ha sido y será el más grande.