sábado, 25 de febrero de 2006

Oscuro 'teaser-poster' de 'Spiderman 3'

Tras un fugaz y productivo viaje a Madrid (con sugestivas reuniones de amistad infinita y memorables reencuentros de carácter muy mítico –de ahí que no haya escrito nada en este lapso de tiempo-), descubro, seguro que con retraso, la primera imagen promocional de la nueva entrega de ‘Spiderman 3’.
Lo primero que llama la atención es esa tonalidad fuliginosa, sombría en su esencia cromática, que sugiere el advenimiento de Venom en la continuación del arácnido dirigida de nuevo por Sam Raimi.
¿Metafórica imagen o simple insinuación de oscurecimiento narrativo? Posiblemente, ambas cosas.
En mayo de 2007, lo sabremos.

jueves, 23 de febrero de 2006

Indy 4: Ya se acerca...

En unas declaraciones a un medio israelí, Steven Spielberg (muy aludido e idolatrado en este Abismo) ha expuesto las siguientes declaraciones:
“No he dejado de hacer películas de entrenamiento, pero durante la última década es cierto que me he involucrado en algunas películas que expresan el respeto que tengo por historia”.
“Estoy a punto de hacer a ‘Indiana Jones 4’, que es, en cuanto a mí respecta, el postre a la dureza de una cinta tan amarga como ‘Munich’.
Paulatinamente se va oficializando la nueva película protagonizada por Harrison Ford y que reunirá, después de tantos años, a Spielberg y George Lucas.
La noticia la ha confirmado Harry Knowles y en la ‘fansite’ del director de ‘E.T.’.
¿Empezamos a celebrarlo?

miércoles, 22 de febrero de 2006

La Caza de Brujas: histórica pesadilla del Hollywood Clásico

La intransigencia histórica del oscuro ‘mccarthysmo’
‘Buenas noches, y buena suerte’, la segunda película como director del actor George Clooney después de la estupenda ‘Confesiones de una mente peligrosa’ vuelve a centrarse en la historia de la televisión, ésta vez repasando uno de los episodios más oscuros y lamentables de la historia de los Estados Unidos y capítulo de advertencia histórica dentro de los fastos del S. XX. Se trata de la denominada ‘caza de brujas’ o ‘mccarthysmo’, una tramoya política impulsada por el senador republicano Joseph R. McCarthy que tuvo su origen en el origen de la Guerra Fría, con la división entre dos bloques; el capitalista, liderado por los Estados Unidos, y el comunista, encabezado por la Unión Soviética, iniciada tras el final de la Segunda Guerra Mundial, pero en realidad un ejemplo de contención ideológica y represión de libertad propugnada por el ‘New Deal’ de Harry Delano Roosvelt.
A finales de los años 40, la influencia del minúsculo partido comunista americano había despertado el temor de los intelectuales ideólogos de la época, así como en el mundo del cine, haciendo creer que dentro del movimiento se ejercían oscuros trámites ilegales, como aceptación de sabotajes, terrorismo, espionaje… El comunismo era un ignominia aterradora que había que combatir por todos los medios y eliminar la tendencia prosoviética que empezaba a proliferar en el mundo del cine, con películas ‘Days of glory’, de Jacques Tourneur o ‘Mission to Moscow’, de Michael Curtiz (centrado en las purgas de Stalin entre 1937 y 1938).
Para frenar la filiación comunista y la amenaza roja se creó la House of Un-American Activities Committee (Comité sobre Actividades Antiamericanas –HUAC-) en la Cámara de Representantes del Congreso, tutelado por el congresista Martin Dies, que proporcionó con su restricción de libertades un clima de sos¬pecha alimentado por la difamación y los rumores con la confección de las listas negras que propiciaron una terrible pesadilla de delaciones, pérdidas de empleo y hasta de la propia identidad que descubrió a unos pocos culpables en prejuicio de muchos inocentes, destruyendo la vida personal y profesional de miles de personas por el simple hecho de tener contactos con conocidos supuestamente vinculados al comunismo. Un clima de tensión patriótica y rasgos alusivos a la censura totalitarista y fascista que culminaría con la llegada del senador Joseph MacCarthy al frente del Comité de Actividades Antiamericanas, urdiendo un implacable y despótico sistema inquisitorial que vulneraba los derechos individuales en su obstinada persecución de la incursión comunista en Estados Unidos.
Antes del apogeo del ‘mccarthysmo’ (que tuvo su esplendor entre 1950 y 1953), uno de los episodios más célebres y funestos llevados a cabo por la HUAC fue la ‘caza de brujas’ que se llevó a cabo en Hollywood, donde el Comité sobre Actividades Antiamericanas presidida por J. Parnell Thomas obligó a firmar declaraciones juradas, produciéndose oscuras afirmaciones arbitrarias y dudosas delaciones de gentes atemorizadas por la supuesta 'amenaza global' del comunismo. Hollywood se dividió, creándose la Alianza para la preservación de los valores americanos, con una primera reunión en el Beverly Wilshire Hotel. Actores como John Wayne, James Stewart, Gary Cooper, Clark Gable, Ronald Reagan, Barbara Stanwyck, Ginger Rogers o directores como Leo McCarey, Cecil B. De Mille, Victor Fleming, Frank Capra o Walt Disney apoyaron la iniciativa anticomunista, mientras que otros, como Edgard G. Robinson, junto a Humprey Bogart y Lauren Bacall, promovieron el Comité para la Primera Enmienda para posicionarse en contra del HUAC, siendo acusados de rebeldía por parte de Parnell Thomas y un joven arribista llamado Richard Nixon.
En este caos de inculpaciones, aparecieron delatores que ofrecían nombres de simpatizantes comunistas. Jack L. Warner, Robert Taylor y Adolphe Menjou, Gary Cooper, Elia Kazan, Lee J. Cobb, Leo Towsend, cobardes soplones o simplemente amedrantados amigos del fascismo, hirieron gravemente al cine de la época con sus acusaciones, muchas veces infundadas, que llevaron a que diez miembros de Hollywood se negaran a declarar, por sus conexiones con la ideología comunista (los conocidos como ‘Los 10 de Hollywood’); el director Edgard Dmytrk, Adrian Scott (productor), los guionistas Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, Albert Maltz, Ring Lardner Jr., John H. Lawson, Samuel Ornitz y el director Dalton Trumbo, fueron repudiados por la industria y encarcelados durante meses. Incluso otros varios sospechosos como Dashiell Hammet, Robert Rossen, Joseph Losey, Jules Dassin, Charles Chaplin, John Huston, Orson Welles o Fritz Lang tuvieron que expatriarse a Europa o desaparecer hasta el final del ‘mccarthysmo’ por miedo a represalias políticas. Hasta 1953, más de 2.000 personas relacionadas con el mundo del arte, el cine, los medios de comunicación, la literatura y la ciencia fueron condenadas al ostracismo social y profesional. También destaca trágicamente la muerte de un derruido John Garfield a causa de la depresión que este evento histórico provocó por su postura izquierdista con sólo 39 años.
La cinta de Clooney ‘Buenas noches y buena suerte’ se centra, no obstante, en la caída de McCarthy, en el derrocamiento de la bestia totalitaria que abogó por la represión ideológica y la censura de la libertad democrática. Cuando en 1954, la provocación desafiante de un grupo de periodistas televisivos de la CBS encabezados por Edward R. Murrow en el programa ‘See It Now’ (junto a los históricos Fred Friendly y Joe Wershba), pusieron en duda la legitimidad de los métodos del senador y lograron destrozar la imagen pública de McCarthy presentándole cada día como “el hombre que atemorizaba a América”. George Clooney recupera una figura histórica algo postergada en la memoria que, a través de su reconocido riesgo por salvaguardar los ideales democráticos y priorizar la libertad de expresión hizo frente a las presiones corporativas y publicitarias para destapar las mentiras y las repugnantes tácticas falsarias perpetradas por McCarthy durante su ‘caza de brujas’ anticomunista que, tras dirigir sus acusaciones al Ejército durante el mandato de Eisenhower, fue destituido y repudiado a pesar de mantener el escaño político.
En su camino, el guionista de cine Martín Berkeley denunció a 162 compañeros, un antiguo alto cargo del Departamento de Estado, Alfred Hiss, fue acusado de ser un espía soviético y el matrimonio Julius y Ethel Rosenberg fueron imputados por pasar secretos atómicos a Rusia y, declarados culpables sin pruebas suficientes, condenados a muerte y ejecutados. Además de la HUAC, también colaboraban en desmantelar la acción comunista tres antiguos miembros del FBI y el periodista Vincent Harnett, fundador de los ‘red channels’, que destaparon 151 nombres más de personas involucradas en actividades subversivas o comunistas. Un ejemplo histórico de poder inquebrantable gracias al miedo sembrado de un lapso histórico que hay que rememorar para evitar caer en el tremendismo que aflora en la actualidad en Estados Unidos y que Clooney se ha encargado de revivir con una película nominada a seis Oscar de la Academia.
Y la semana que viene, la crítica, que por estos lares se acaba de estrenar esta película y no me ha dado tiempo a verla.

martes, 21 de febrero de 2006

Arnold y "Sly" ¿Juntos en una película?

Hace dos décadas habría sido un ‘bombazo’ taquillero, el sueño de todo productor con suerte. Una utopía pasada que nunca se llegó a fraguar. Hoy en día, parece una broma nostálgica originada por el recuerdo de dos iconos del cine de acción de una época pretérita e inolvidable con dos presentes bastante diferentes.
Mientras Sylvester Stallone “Sly” hace lo posible por recuperar su estrella ‘ochentera’ con su regreso a las sagas de Rocky Balboa y John Rambo que le dieron el lustre y la fama en aquellos tiempos donde no tenía rival en el ‘Box Office’, Arnold Schwarzenegger se ha tomado su papel cinematográfico de ‘Terminator’ ejecutor al pie de la letra en su carrera como Gobernador de California, rechazando peticiones de clemencia por parte de condenados a muerte con actitud de inexorable bastardo.
La noticia es la siguiente: Arnold y Sly podrían coincidir en una película de acción titulada ‘Brutal Deluxe’, que sería el legendario filme con aspiraciones de reverdecer las carreras de estos dos clásicos y veteranos del género. Todo este caos sería posible si Schwarzenegger acepta las condiciones de su regreso a la gran pantalla después de su totalitaria dictadura como republicano.
Obviamente, se trata de un rumor, pero a pesar del desenlace del supuesto producto, si se llevara a cabo se convertiría en un evento legendario.

lunes, 20 de febrero de 2006

Un voto por 'Pecata Minuta', de Juanjo Iglesias

A medio camino entre la gamberrada cinéfila, el absurdo visual y el divertido ejercicio de estilo, Juanjo Iglesias (conocido por algunos descerebrados como “Espanis Sico”), ha trazado un breve trabajo que, más allá de reflejar una pieza de abyección abstracta, se puede (y debe) considerar como un acto disoluto de rotunda diversión y desprejuicio.
Sin complicaciones, sin aditivos ni presunción. ‘Pecata Minuta’ es, simplemente, un pequeño e inocuo corto que contiene bajo su desparpajo y desvergüenza una anticipación de todo un cineasta. Esa cuidada fotografía, la pulcra planificación, la participación especial en plan 'guest star' de Antonio Dechent y, sobre todo, la imponente música de Ginés Carrión (encargado habitual de la copistería del genio Roque Baños) presuponen que este fragmento de fácil digestión es simplemente una práctica de pericia empírica.
Su sinopsis no deja lugar al equívoco “Martínez, un oficinista gris y anónimo, conoce el secreto de la felicidad. Un día decidirá compartirlo con quienes le rodean”. Tan sencillo como eso.
En clave de humor negro y surreal, con influencias del ‘Perturbado’, de Segura y ‘Mirindas asesinas’, de Álex de la Iglesia, Juanjo Iglesias incluye, en su trasgresión de lo fácil, un pequeño corto que contiene en sus imágenes un sincero homenaje al Abismo.
Concretamente este.
El corto aún puede ser finalista del concurso destilado de Notodofilmfest.com, por lo que echadle un vistazo y, si consideráis oportuno, votad por él.
Yo, lo he hecho.

All Star Houston 2006: Bajo la influencia de Bryant

“El club de los Chupa-Chups ¿eh?”, repetía constantemente ese peculiar presentador nacido para el sobrenombre y el apodo que es Andrés Montés. El partido de las estrellas de ayer (u hoy, según se mire), el All Star Game fue de todo menos apasionante. Reino el individualismo, la frialdad egoísta de los grandes nombres de la liga y una sensación de juego rácano y falto de espectáculo y exaltación esperada en un partido de este calibre.
La función de ayer parecía ir de cómo Tracy McGrady ambicionada procurarse la gloria personal por encima del colectivo de los componentes del Oeste, fraguando una actuación notable sustentada en que lanzó casi todo lo que llegó a sus manos. 36 puntos, nada menos. Dejando a Shawn Marion, de los Suns, con 14 puntos y Elton Brand, de Clippers, con 12. No hubo exhibiciones colectivas, exceptuando algún ‘alley-oop’ y asistencia sin lustre. Kobe Bryant, la gran sensación de la liga, pareció buscar a McGrady en cada jugada. Steve Nash, Novitzki o Ray Allen estuvieron muy por debajo de sus números y actitud en el campo.
Tampoco puede decirse que el Este fuera mejor. Pero sólo gracias al entrenador Flip “Cortefiel” Saunders, que dirige a los Pistons, el Este pudo remontar una brecha considerable abierta por el Oeste en la primera parte, cuando se vio por primera vez sobre el parquet algo de juego en equipo, en los minutos en que Billups, Richard Hamilton, Ben Wallace y Rasheed Wallace jugaron como un combinado y no como un catálogo de estrellas. Ni Vince Carter, ni Iverson parecieron entrar con mucho ímpetu en el juego, pero gracias a las exquisiteces de Lebron James (a la postre MVP del partido), Wade, Billups o Shaquille el Este fue acercándose al combinado del Oeste hasta superarle en el marcador por varios puntos a su rival.
Al final, bordeando los últimos segundos, Kobe Bryant metió un canastón empatando a 120 el encuentro. Espectacular canasta que fue respondida por un oportunista Wade a fallo de Iverson, que no obtuvo réplica por McGrady, que erró la canasta de la verdad y el marcador quedó clavado en el definitivo 120-122.
En cuanto a Pau Gasol, fue el único que jugó en equipo, algo intimidado por su debut en el partido de las estrellas, rígido en sus primeros minutos en pista, pero humilde y algo ingenuo ante la actitud ambiciosa de sus compañeros. Atrapó doce rebotes, convirtiéndose en el máximo reboteador del partido de las estrellas que dejó en el Toyota Center de Houston la sensación del recuerdo de anteriores ediciones donde la magia y el juego en equipo prevalecieron sobre los apartados individuales. Lo de ayer pareció más un “a ver quién chupa más y mete más puntos” que un verdadero encuentro de primeras figuras de la liga con ganas de pasárselo bien.
Hace poco, Scottie Pippen hizo unas declaraciones respecto a la reciente consecución de los 81 puntos en un partido por parte de Kobe Bryant manifestando “Yo apreció a Kobe hasta la muerte y si esto fuera un 'uno contra uno' apostaría todo mi dinero por él, pero no se trata de esto, sino de un juego de equipo y en este sentido no apostaría por él”. Ayer, en Houston, el espíritu de Bryant pareció apoderarse de todas estrellas, menos, paradójicamente, de la indiscutible sensación baloncescística de los Lakers.

viernes, 17 de febrero de 2006

Review-Dossier 'Munich'

El peso de la venganza
Spielberg ha logrado con ‘Munich’ uno de sus trabajos más memorables con este alegato histórico sobre el desagravio terrorista y sus dramáticas consecuencias.
Parecía inimaginable que después de ‘La guerra de los Mundos’, Steven Spielberg dirigiera la película más escabrosa y polémica dentro de toda su filmografía. ‘Munich’ es, sin duda alguna, el trabajo de mayor complejidad y más arriesgado del director hasta la fecha, lo que simboliza su ambición profesional como autor comprometido con sus creencias como cineasta y como persona. Situado en una posición de privilegio, no ya dentro del panorama cinematográfico actual, sino en la Historia del Cine moderno, hay que reconocer la valentía y el compromiso histórico de Spielberg al hostigar y enfrentar creencias desencontradas haciendo frente a las posturas ideológicas de los judíos en el conflicto palestino a través de un hecho real (el producido a causa de los atentados de las Olimpiadas de la ciudad alemana de Munich en 1972) como tesis hebraica sobre el concepto de venganza y sus dramáticas consecuencias.
Un proyecto de tal envergadura y calado emocional sólo podría venir de las manos de alguien tan poderoso como Spielberg, exponiéndose al ciclón crítico que ha despertado la película en un terreno ideológico doblegado a la intransigencia. Por ello, ‘Munich’ no se ha visto con buenos ojos por parte de la comunidad judía, que la ha considerado como un ultraje y un anatema en contra de la metodología del Estado de Israel para batallar el terrorismo. Por contra, también ha sido acusada de ‘pro-israelí’ por los árabes. Palestinos expuestos como villanos, con cierto fondo de humanidad, el citado cuestionamiento del proceder israelí con coartada para la venganza terrorista, la no justificación de la misión israelí sin condena a la acción palestina, la recriminación a Spielberg de permanecer ambiguo y neutral ante los hechos e incluso la contradicción de la identidad judía… Muchas han sido las acusaciones que se han vertido sobre este controvertido filme. Pero, lejos de todas ellas, el filme encuentra su grandeza en la capacidad de lanzar cuestiones trascendentales sin dogmatismos, desde la pura y nada impostada equidistancia, abriendo el debate de postulados a favor y en contra, pero sin negar ninguno de ellos. Incluso aquellos que la han visto como un reflejo histórico al pie de la letra encuentran la inhabilitación de sus protestas en el claro rótulo inicial que reza “Inspirada en hechos reales”, dejando claro que la inflexibilidad documental y real de los acontecimientos que se muestran no es una coacción para desgranar la ficción política que en ella se lleva a cabo.
Acusar a Spielberg de no posicionarse, de permanecer ambiguo ante los hechos sería como acusarle de no contribuir a resolver los problemas de Oriente Próximo. Algo que se antoja imposible en estos tiempos de agitación en la zona, donde el judaísmo expatriado ha convertido el desarraigo en una ley frente al judaísmo sionista, capaz de fomentar el odio hacia el judaísmo como método de unión política y religiosa con el objetivo de regresar a la tierra originaria de Israel. Oriente Próximo se ha bifurcado en dos bandos en los que recíprocamente cada uno ve un opresor y enemigo en el otro. Un conflicto centenario, el árabe e israelí, sin final previsible a largo plazo.
Por eso, Spielberg se muestra púdico cen su imparcialidad, pero sin evitar el compromiso de desconfiar, en su final, sobre la metodología que Israel ha ejercido ante el problema palestino a lo largo de su historia, sugiriendo el diálogo como inalcanzable solución, interpelando a la irracionalidad vengativa ante el terrorismo, pero sin refutarla. En esa dualidad del alma judía desde la creación del Estado de Israel, tras más de medio siglo de masacres en ambos bandos, nadie parece contar con la razón ni la lógica de una guerra aceptada como necesaria. La triste realidad de Oriente Próximo es que no está preparada para asumir la paz y la felicidad. Algo que Steven Spielberg ha sabido reflejar en esta, vayamos diciéndolo ya, obra de excelsitud magnificada.
Fragmentos de la historia
El 5 de septiembre de 1972, siete fedayines palestinos de los campos de refugiados del Líbano, Siria y Jordania que actuaban como miembros del grupo terrorista Septiembre Negro fueron vistos saltando la valla metálica que rodea la Villa Olímpica de Munich sobre las cuatro de la madrugada. Una vez dentro, secuestraron a once componentes del equipo olímpico de Israel. Exigían la liberación de 250 palestinos encarcelados en el Estado de Israel. Después de horas de negociaciones, las autoridades facilitaron a los terroristas un transporte para El Cairo y todos, secuestradores y secuestrados, fueron trasladados al aeródromo cerca de Fürstenfeldbruck, junto a Munich, donde la policía alemana había tendido una trampa con la esperanza de liberar a los rehenes. El Gobierno de Golda Meir pidió permiso a Bonn para enviar una unidad de élite a rescatar a los secuestrados. Los alemanes rechazaron la oferta y asumieron la responsabilidad de liberar a los rehenes.
Pero la operación fracasó. Además de los dos atletas asesinados en la villa olímpica, los comandos encargados no pudieron eliminar a todos los terroristas y en el curso de la operación, tres terroristas lanzaron granadas de mano sobre los deportistas, que esperaban atados en el interior de un helicóptero. La matanza se saldó con nueve deportistas y cinco terroristas muertos. Todos murieron, excepto tres componentes de Septiembre Negro. Al día siguiente, los Juegos Olímpicos siguieron su curso y el mundo Occidental comenzó a olvidar con pasmosa rapidez.
Pero en Oriente Próximo, Israel preparó la venganza. Golda Meir formó una comisión secreta dentro del Gobierno israelí que recibió el nombre en clave de Comité X, que contó con el Mossad para encargarse de la eliminación de todos aquellos que habían participado en la planificación y ejecución del secuestro. Cada uno de los asesinatos debía recibir el visto bueno de esta comisión. La operación recibió el nombre de ‘La Cólera de Dios’ (en hebreo, Mitzvah Elohim). Se formaron varios equipos repartidos por toda Europa, especializados en diversas formas de asesinato. Y así, la venganza se fue fraguando al eliminar a los responsables de la matanza de Munich. Desde Adel Wael Zuaiter, representante oficial de la OLP en Italia, Muhamad Nayar y Kamal Aduán y el portavoz de la OLP, Kamal Nasser, así como otros representantes con conexiones con Septiembre negro, fueron cayendo muertos en Argelia, Libia, Bonn, Roma, París, Copenhague, Nicosia, Madrid, Beirut… Una espiral de violencia que engendró más odio entre ambos bandos en una venganza que ha durado más de dos décadas.
‘Munich’ arranca con los acontecimientos en la Villa Olímpica y sus posteriores entresijos políticos en los que el Mossad es solicitado para organizar la matanza de los responsables de los atentados. Avner Kaufman (Eric Bana) será el encargado de liderar a un equipo de cuatro miembros del equipo antiterrorista; Steve (Daniel Craig), un temerario surafricano, Hans (Hanns Zischler), un judío alemán experto en falsificar documentos, Robert (Mathieu Kassovitz), un fabricante belga de juguetes reconvertido a fabricante de explosivos y Carl (Ciarán Hinds), un hombre silencioso y metódico que se encarga de ‘limpiar’ cuando los demás se van. Desde Ginebra, Frankfurt, Roma, París, Chipre, Londres hasta Beirut, Avner y su equipo viajan de incógnito, buscando a cada uno de los objetivos incluidos en una lista secreta, asesinándolos uno a uno mediante complicados complots. En el camino de sangre, muerte y armas que los vengadores han erigido sobre sus conciencias, haciendo del crimen su forma de vida, el límite entre justicia y asesinato se irá extinguiendo y provocará a su vez las dudas de la causa, perdiendo un rumbo que disipará sus raíces, abandonando para siempre el hogar por el que matan y mueren.
Es la historia que Spielberg y sus guionistas Tony Kushner y Eric Roth han extraído de la novela ‘Vengeance’, de George Jonas, en la discordia teórica que provoca la indistinguible diferencia entre terrorismo y antiterrorismo. Por supuesto, la comparación entre ambos formatos e intenciones se cristaliza en una diatriba que no da lugar a la analogía y sus frentes morales ante el terrorismo. Jonas ha escrito: “El resultado no es tanto una fábula de equilibrio moral en celuloide como el himno de guerra triunfal (es más, orgásmico) de un pacifista en el que el clímax se alcanza con una escena de Avner fornicando que se alterna en un montaje grotesco con escenas de imágenes violentas del drama de la Villa Olímpica”. Algo que parecen haber plagiado la mitad de los analistas y críticos de todo el mundo en sus reproches displicentes y arrogantes contra la película de Spielberg, ejemplo de la generalizada aversión que se tiene a una de las figuras más relevantes y ejemplares del cine, en su concepto más amplio.
Violencia y culpa destructiva
Cuenta ‘Munich’ con dos partes bien diferenciadas, de prototipos genéricos y normas representativas bien determinadas con las que Spielberg ejercita su maestría, desempeñando una planificación narrativa de perfecto engranaje rítmico, suntuoso y lapidario, procedente de la experiencia de un director que ha traspasado lo terrenal para pasar a engrosar el olimpo de los genios insustituibles. En su prólogo y arranque, el cineasta presenta los atentados de Munich de forma escrupulosa, mediante el desconcierto desordenado de los informativos, de las noticias variables e inciertas que sobrevinieron al hecho, de las crudas consecuencias emocionales vividas en Alemania y en Oriente, sacudiendo al espectador paulatinamente con ‘flashbacks’ del suceso a medida que transcurre la acción, en su justa proporción y en momentos puntuales.
Es entonces cuando Steven Spielberg mete de lleno al espectador en el ‘thriller’ político, desglosando la acción en la preparación y ejecución de los atentados por parte del Mossad. Spielberg utiliza todos y cada uno de los recursos cinematográficos para estructurar con minuciosidad los planteamientos morales y políticos a través de la acción sin freno, del manejo del género de espionaje que recuerda al Hitchcock de ‘Topaz’, suministrando instantes de tensión con un montaje de portentosa eficacia. Como la secuencia en que uno de los integrantes del grupo de Avner intenta detener la orden de explosionar una bomba para evitar asesinar a la hija inocente del objetivo o las dudas que provoca el primer cara a cara con el asesinato en Roma de otro integrante de la OLP. Un complejo proceso itinerante por varias ciudades del mundo donde el quinteto del Mossad mantiene encuentros y desencuentros con agentes palestinos, organismos mercenarios, asesinos a sueldo e implicación de la CIA y la KGB con una disposición cinematográfica situada en el plano enfático visual, para que lo que aparezca en pantalla sea inequívoco y contundente, ya sea en la localización geográfica o la sensación emocional que va minando la película y obligar así al espectador a acompañar a estos patriotas traicionados por la patria en el infame viaje hacia los infiernos.
En el tránsito de locura, Spielberg pone todas las cartas sobre la mesa, yendo en serio en pos de sus designios, echando por tierra su imputada condición de timorato inocuo con respecto a la crudeza visual de una violencia que se expande a lo largo de la cinta con incómodo desabrimiento, ensangrentando la pantalla con efusión, con brutalidad extrema e inusual dentro del cine del director de ‘E.T.’, una violencia ineludible cuando lo que se pretende es promover la idea de la irracionalidad inherente a la sangre y a la venganza. Hasta ese momento, el público ha sido testigo y cómplice de los atentados en la raíz histórica de la historia y exposición del ‘thriller’. Sin embargo, la película comienza a cuestionarse preguntas con vacilante respuesta, acerca de si el colectivo, en este caso la nación israelí, está por encima del individuo, sin pretender malograr su naturaleza pragmática y amoral. Esa secuencia clave, la de pérdida total de los valores, despojando de integridad a la sicaria holandesa en la casa flotante, comienza a hacer estragos en la mentalidad de Avner y sus compañeros tomando conciencia de que se han transformado en despreciables asesinos y han renunciado a la sangre y a la nacionalidad para matar por venganza.
‘Munich’ profundiza en sus verdaderos objetivos, proponiendo las razones, pruebas y fundamentos de la dudosa moral que comporta el terrorismo de estado, aquel ordenar asesinatos selectivos escudados en una posición política aparentemente beneficiosa para la seguridad de un gobierno y su país, donde matar ya no es una simple cuestión ideológica sino ética, donde el fin elimina la justificación de los medios. Ya sea en el bando de asesinos y asesinados. Donde no quedan ni vencedores ni vencidos. Los terroristas no se definen a través de sus objetivos políticos, sino por los medios utilizados para su consecución. ‘Munich’ pasa abordar una cuestión más seria. La que se refiere a la crisis y a la identidad. Para Avner llega un momento en el que no importa la promesa de una vida tranquila asegurada por los superiores del Mossad, sino que la importancia de tener un hueco en el mundo al que pertenece se ha esfumado con la espiral de violencia perpetrada en el tránsito de “justicia” aplicada por su grupo. La guerra entre dos pueblos se reduce a una cuestión tan sencilla como la de formar un hogar, una familia, un área vital que sirva de contraveneno contra la sensación de desamparo. Elementos que el personaje de Eric Bana ha ido destruyendo con la sucesión de asesinatos cruzados en la que se ve inmerso. Israel parece distinto a su regreso, debido a los remordimientos y a los fantasmas de la paranoia. Incluso dentro de su misión, comprueba ese estrafalario e interesante ambiente familiar que constituye la organización de mercenarios franceses dirigidos por Michel Lonsdale y Mathieu Amalric que se venden al mejor postor, pero que sin embargo, responden a una integridad que Avner ha ido perdiendo con sus asesinatos.
Por el contrario, Avner ha luchado por un país al que tiene que renunciar para vengar la muerte de los atletas (que van apareciendo puntualmente por medio de ‘flashbacks’, origen visual y en ‘ralentí’ de la locura que genera los crímenes selectivos del Mossad), perdiendo su patria y sus raíces, sabiéndose víctima y terminando por sentirse en el lugar del verdugo. De ahí esa polémica secuencia del coito marital en paralelo montaje con la ejecución de los deportistas israelíes, encuentro íntimo intoxicado por la culpabilidad, signo de la destrucción psicológica y moral a la que ha sido sometido. La deshumanización, además de acabar con la estabilidad de Avner, se ha llevado aquello por lo que luchó y creyó, convirtiendo en víctimas a su mujer y a su hija pequeña, judías condenada al exilio en Brooklyn. Junto a ellas se verá obligado a vivir alejado de todo aquello que había protegido; su familia, el honor de su padre, su nacionalidad… y a lo que renunció cuando eligió formar parte de un grupo de asesinos con o sin causa por culpa del miedo y el odio que bien podrían equiparse a la actual situación árabe y palestina.
Por eso, en su epílogo, se desgrana una incógnita que se ha ido velando a lo largo de su metraje; la sugerente descontextualización de los hechos. Mientras el grupo de ‘antiterroristas-asesinos’ actúa en Europa se desconocen los entresijos políticos de los grandes poderes. Así, Ephraim (Geofrey Rush) es incapaz de aportar pruebas que demuestren la culpabilidad de los palestinos asesinados, negándose a compartir el pan con Avner por su renuncia a volver a Israel, reflejada como elección unilateral. Porque para Ephraim, Israel tiene la obligación de defenderse cuando es amenazada, ante el dilema de Avner, que empieza a creer que la ley del Talión no es la solución al problema. Dos vertientes abiertas que abren el diálogo y el debate. Ambas sin ser negadas ni refutadas, eliminando la concesión al final feliz.
Puede que ‘Munich’ pueda verse como una apátrida parábola de la necesidad de paz estable en Oriente Próximo, pero lo cierto es que esta obra (posiblemente una obra maestra con mayúsculas) es la cinta más incómoda de su cineasta hasta la fecha. Por su imprevisible dureza, su carácter premonitorio, su excelsitud cinematográfica, sus interpretaciones memorables (sería baladí significar a algún actor por encima de otro, ya que están todos sensacionales), por la partitura inconmensurable de John Williams, por su capacidad de análisis, es una película imprescindible para lanzar un poco de luz sobre el caos del terrorismo sin sentido que asola el mundo actual. Una mirada escéptica y pesimista al futuro que se cierra con un magistral plano final donde las torres gemelas simbolizan que en la actualidad también existen otras guerras ocasionadas como respuesta a otros ataques
Miguel Á. Refoyo © 2006

Tres décadas y un año

Cumplir años puede ser un trago difícil para algunas personas.
El pesar de las primaveras que van cayendo cual hojas marchitas en otoño, la cercanía ineludible de la senectud, los achaques propios del crecimiento maduro encaminado a la edad provecta, las arrugas, la caída del cabello, las canas, el taca-taca, el fascinante mundo de las sondas, la cuñita, el respirador artificial, las partidas de petanca… Todo ello no es más que una gambox artificial que nos colocamos en los duros días en los que uno ha rebasado la treintena y ve que el principio del fin está en marcha.
Pero lo verdaderamente importante es cumplir años con alegría, empezando a asumir que los cumpleaños son una fiesta, una progresión de peldaños hacia el conocimiento de uno mismo, hacia la sabiduría y el respeto por la vida, la felicidad y por el prójimo.
Por supuesto, ésta podría ser la excusa perfecta para un estúpido desorientado en un mundo ideal, una transmutación de Heidi en un universo feliz. Pero no para nosotros.
¿A quién se quiere engañar? Tras la delirante reflexión del año pasado, sigo creyendo que cumplir años es una putada reiterativa y anual en la que uno cae irremediablemente. Una ominosa jornada donde los pocos que se acuerdan de felicitarte lo hacen inmaterialmente, recordándote que eres más añejo y que te queda un año menos de vida, que estás más gordo y cada vez tienes más pelo en la cara y menos en la cabeza. Que estás más cerca del hoyo, en definitiva.
Pero… qué se le va a hacer.
La vida es como un globo de fiesta lleno de helio abandonado en el techo que se va vaciando hasta que cae. Por eso, es mejor dedicar estos momentos a divertirse en plan parranda constante y dejar cosmologías existencialistas para los que se aburren, como este párrafo en sí.
Si uno, por ejemplo, cumple años y recibe de la persona que más quiere en este mundo (que a su vez, es el mejor regalo que le ha hecho la vida) inesperados presentes tan acertados como el libro de entrevistas de Charles Brownstein a Frank Miller y Will Eisner y la versión de cuatro dvd’s de ‘The Frighteners’, de Peter Jackson durante una fiestecilla sorpresa y comprueba en el calendario que tan fútil aniversario coincide con el principio de un fin de semana que huele a constante celebración etílica, qué más da cumplir un año más.

jueves, 16 de febrero de 2006

Mañana es el día

Es, con toda certeza, la crítica más larga que he escrito en muchos años.
De hecho, más que una crítica (las célebres ‘reviews’ del Abismo) es un dossier analítico sobre la película de Steven Spielberg. Llevo dos días, mañana y tarde, imbuido por la sensación de presión, de ridícula expectativa que he creado con aquel avance de ‘Munich’.
Pero os aseguro que la espera merecerá la pena.
Nunca antes me había obsesionado con un proceder tan minucioso con un escrito, ni me había sentido tan identificado y convencido de lo que escribía. Por supuesto, habrá quien disienta, quién desconsidere mi opinión, quién no esté de acuerdo con lo que leerá. Es lógico y asumible. Pero lo que nadie podrá quitarme es una de las experiencias profesionales más gratas y arduas de mi dilatada carrera (con título -que soy periodista-).
He reflexionado profundamente. Me he abstraído. He recordado con precisión. Me he documentado hasta el paroxismo de la escrupulosidad. Me he emocionado. Incluso he llegado a la extenuación mental. Todo para obtener como resultado una de mis críticas más profusas y completas, la más extensa y mejor acabada, que se verá por estos lares. De la que más orgulloso me voy a sentir con el paso del tiempo.
Después de tan duro trabajo, el logro debe reposar para poder excluir trabas y errores.
Mañana tendréis lo prometido.
Mañana y a lo largo del fin de semana (porque pienso tomarme un respiro hasta el lunes) podréis leer la crítica de ‘Munich’ en vuestro Abismo favorito.
Un consejo. Cuando lo hagáis, procurad hacerlo con la música de John Williams de fondo. Puede ser toda una experiencia.

miércoles, 15 de febrero de 2006

Review 'Walk the line'

La autodestrucción de la fama y el triunfo
‘Walk in the line’ no deja de ser un ‘biopic’ al uso, de los que tanto gustan en Hollywood. De esos consignados a preconizar la figura mítica de una destacada personalidad, en este caso de la gloria musical Johnny Cash, con un medido y lacónico guión de desgastada estructura que apela más a la hagiografía que a la realidad, desdibujando la figura del biografiado. La historia de pobreza infantil (por supuesto, en ‘flashback’), meteórico estrellato y ascenso a la fama, coqueteo con las drogas, dispendio económico y/o existencial con su posterior arrepentimiento y redención es la porfiada fórmula seguida por James Mangold y su guionista Gil Dennis.
Por eso, la autocomplacencia y la sensación de haber visto esta película por enésima vez (sin ir más, lejos parece un facsímil inmediato del ‘Ray’, de Taylor Hackford) alteran ‘Walk in the line’ en otra desequilibrada mirada a una vida de luces y sombras. Impresionista, indulgente en sus momentos duros, supone una obra falta de ingenio cinético y de cualquier ambición renovadora. Conformista y desnaturalizada por sus maniqueas intenciones emocionales, la cinta de Mangold no abandona su tufillo a telefilme de lustre beatífico y apagado por lo previsible de sus mecanismos que nunca se alejan de lo ortodoxamente monótono.
Aún así, pese a su esencia ofensivamente esquemática, existen ciertas cualidades en el filme de Mangold que evitan su defenestración como obra cinematográfica, ya que, por ejemplo, la intuitiva progresión artística y musical del personaje se sitúa (no siempre) por encima de la personalidad variable de Cash, por lo que aporta cierta dosis de interés en su caída y resurgimiento, focalizado a través de June Carter. También sobresale ése desaprovechado eje narrativo que engarza pasado y presente con su legendaria actuación en la prisión de Folsom.
Pero si por algo destaca la fallida adaptación de uno de los mitos más imperecederos de la historia de la música es por las generosas ráfagas de brillantez interpretativas que ofrecen sus dos protagonistas, que entregan al espectador las mejores actuaciones de su carrera. Joaquin Phoenix ofrece un recital de intensidad dramática, sin necesidad de metamorfosis físicas, aludiendo a su meticulosa profesionalidad para crear un Johnny Cash creíble y humano, con su voz profunda y colérico espíritu, reproduciendo fielmente las canciones del maestro. Por su parte, Reese Whiterspoon, pese a que no llega a las cotas de su ‘partenaire’, demuestra su madurez como gran actriz de primer orden.
En cualquier caso, por encima de Mangold y su película, queda la figura de “El hombre de negro”, Johnny Cash, un clásico irrepetible que supo ser fiel a sus principios y personalidad, alejándose sutilmente del ‘rock and roll’, del country de Nashville, del ‘gosspel’, del ‘bluegrass’ o del ‘honky tonk’, creando un subgénero propio que fusionaba al desgarrado romanticismo del folk, el pesimismo del country y la insurrección de un rock & roll que marcó para siempre la memoria de la música.
Miguel Á. Refoyo © 2006