jueves, 26 de enero de 2006

Review 'Crash'

Debut de grandilocuente (in)trascendencia
Paul Haggis consigue con su debut un desigual producto discursivo y trascendentalizado sobre los conflictos raciales, étnicos y sociales de una gran ciudad.
En la ciudad de Los Angeles todo el mundo está crispado. El sentimiento que causa este enfado colectivo es la impotencia, el racismo soterrado que convive con la hipocresía, los prejuicios, la discriminación y las apariencias. Son los elementos básicos que definen la primera película como director del aclamado guionista Paul Haggis, que debuta en la dirección con una historia de vidas cruzadas en la que varios personajes vinculados en torno a un drama social y coral donde las relaciones conllevan por efecto del miedo y la desconfianza que conduce una atroz deshumanización, al aislamiento y a la obstinación, ejerciendo una fuerza motriz en la ordenación de un destino que parece querer entroncarles por medio de imprevistos encuentros.
En este complejo ejercicio de dramaturgia se sitúa la fábula urbana de Haggis, armonizada por diversos personajes a los que les une y les separa la diferencia de clases, confluyendo en accidentales encontronazos que sirven de excusa perfecta para ocultar sus miedos y dejar salir al exterior el odio y la violencia transmutado en el racismo orientado hacia todas las direcciones. En su cáustica visión de la ciudad, en medio de una composición de problemas étnicos y sociales nadie es lo que aparente ser, el guionista de 'Million Dolar Baby' se deja caer en el sensacionalismo, recurriendo en todo momento a un tono efectista, trazando un recorrido por la confusa e intensa geografía humana que nos muestra. ‘Crash’ padece de una grandilocuente trascendencia, a veces muy forzada, puesto que nada de lo ocurre en pantalla sucede de un modo ocasional, sino que encuentra su justificación diegética en el azar impuesto por el director y guionista para que sus personajes se encuentren o desencuentren. En ésa actitud de ambiciosa construcción, Haggis confía su historia a la autocomplacencia artificiosa de un modelo tipológico que, aunque funcione, aquí parece acartonado, lo que resulta condescendiente en su manipulación, cuando la historia necesita ser mucho más agresiva de lo que aparenta. ‘Crash’, de este modo, se diluye en varias direcciones en su caleidoscópica mirada a un puzzle de enfrenamientos raciales que reverberan en la agresividad en forma de contacto humano.
Haggis persiste en demostrar, no sin cierta presunción, que toda la sociedad (diversificada en distintos estratos sociales, religiosos, raciales e ideológicos) es víctima del racismo y culpable de sembrarlo. De ritmo lento y solemne, esta ‘opera prima’ es una deliberada praxis de discurso ambivalente desde un punto de vista ético y moral, que procura que no haya ni buenos ni malos y evita caer en los extremos, como impugnación a cualquier verdad absoluta. Pero todo lo acontecido es insuficiente. Según el director, la realidad es interpretada sobre la base de una valoración dicotómica bastante confusa, utilizada para exponer un orbe descontrolado, en crisis, de subrayada locura e intolerancia, que espera, sin embargo, ser devuelto a la realidad, para bien o para mal, con personajes conscientes de sus errores que abren los ojos a la cruda realidad que les rodea.
La pérdida de valores de un director televisivo (Terence Dashon Howard) que se deja pisar por mantener su posición social, la de un agente de homicidios (espléndido Don Cheadle) que traiciona sus principios por proteger a su hermano, un exasperante iraní (Shaun tour) que está a punto de matar por un sentimiento de indefensión, la acomodada mujer de un político (Sandra Bullock) aterrada por las minorías, un veterano policía sobón y amargado (Matt Dillon) que encuentra la heroicidad salvando una vida o su joven compañero idealista (Ryan Phillipe) que acaba cometiendo un delito atroz llevado por la desconfianza, son los ejes sobre los que se mueve una desequilibrada historia que obstruye sus propósitos de realismo pretendiendo que el fantasma del 11-S se perciba como telón de fondo. Pequeños vicios que convierten este pretencioso experimento en un producto perecedero sobre temas sociales visto infinidad de veces y resueltos con mejor suerte que este ‘Crash’, una película de colisiones, sin duda alguna. Pero con el espectador, en este caso (subjetivo, todo sea dicho).
En ese fondo moral donde todos los personajes parecen desconocer las razas ajenas, donde los aparentemente despreciables personajes sin escrúpulos encuentran la catarsis en una heróica acción y los más débiles e incorruptibles cometen imperdonables errores es donde ‘Crash’ demuestra su tendencia maniquea hacia un discurso victimista en un mundo lleno de aprensiones y despotismos injustificables que, sin embargo, alberga la esperanza de los milagros personificados en la entrañable historia de corte fantástico del cerrajero (Michael Pena) y su pequeña hija, la única que aún mantiene la inocencia en un mundo lleno de injusticias. Si encima, la intención de Haggis por hacer que Los Ángeles se anteponga a sus personajes, a las relaciones que les une y les distancia, se diluye por el afán de formular esa divergente identidad de caracteres que determina la narración, muy interesado en que la humanidad de sus personajes se construya en todo momento a través de una visión intuida como universal, tenemos una película tan artera como efímera. Y no sólo eso, sino que Haggis se permite cerrar el círculo con un ridículo resuello final de ceremonial contemplativo y purgante, como emulando a Paul Thomas Anderson en su magistral ‘Magnolia’, simbolizado, sustituyendo las ranas por una hermosa y nívea estampa de una ciudad que respira temporalmente de sus errores bajo un manto de nieve.
Miguel Á. Refoyo © 2006

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