lunes, 23 de enero de 2006

La Isla de los Secretos

Después de reconciliarme con ‘Lost’, tras su penosa emisión en TVE (pasando sin avisar su emisión de los domingos por la tarde a los jueves en ‘primer time’ o descolocando un par de capítulos porque sí) y un imperdonable olvido que me dejó apeado de tan adictiva serie, ayer, con nocturnidad y desconcierto, terminé de ver su primera temporada ¿La primera? Si yo ya he visto la mitad de la segunda, os diréis muchos de vosotros. Lances del destino, supongo. Un término tan procedente a esta extraordinaria pero imperfecta serie.
Vale, he tardado mucho. Demasiado, diría yo. Pero hago efectivo el noble proverbio que más vale tarde que nunca.
No hace falta empezar diciendo que las ajetreadas vidas de catorce de los 48 supervivientes del vuelo 815 de Oceanic con rumbo a Los Angeles desde Sydney en una isla perdida en medio de la nada ha resultado un fenómeno televisivo sin precedentes. Sería hacer hincapié en lo enfático. Ya inmersa en su segunda temporada (que ansío ver por las muchas dudas inconclusas esbozadas en esta primera tanda), ‘Lost', al menos sus primeros 25 capítulos, en mi humilde opinión, se adivina como un producto prestidigitador, espléndido y sobrenatural donde los haya, pero en el fondo bastante astuto y embaucador con sus planteamientos y su lento desarrollo, minado de atractivos orientaciones misteriosas, disimuladas tras un enorme ‘mcguffin’ de fondo que resulta ser una artimañaza perfecta para alargar la angustia sobre qué es lo qué pasa exactamente con la isla de los secretos. Así como el inexplorado contexto juega con los náufragos, la serie (en este caso, los guionistas) juega a su gusto con el espectador.
Lo cierto es que, más allá de los ardides y del hermetismo inexplicable y fragmentario de algunas situaciones y tramas que se dan a lo largo de la serie, en ‘Lost’ impera una calidad formal y argumental que está por encima de sus defectos. A pesar de que los misterios en torno a la razón de la supervivencia, filosófica, existencial o paranormal, de que se solapen incertidumbres o se imprecisen personajes, la atracción por la serie creada por J.J. Abrams es total gracias al prodigioso manejo de la efectiva combinación de drama, acción, suspense y misterio. Toda una lección de intriga emocional, de engatusamiento televisivo. Aunque a veces los pasados en ‘flashbacks’ de los personajes sean reiterativos y se atisbe cierta medianía en las lagunas de las motivaciones previas al vuelo de cada uno de los náufragos, el ritmo narrativo de estos hombres y mujeres absorbidos por la isla es impecable. Personajes que, en un entorno de extravagancia paranormal, se enfrentan a sus temores y sus pretensiones, se redimen o malogran su oportunidad según focalicen sus reacciones y acciones. No hay que mirar más allá.
O tal vez sí.
El último capítulo (divido en tres), titulado ‘Éxodo’, es el ejemplo más paradigmático de lo que ha sido toda la primera temporada. Veamos. A lo largo de los episodios precedentes, jugaron con ciertos factores paranormales; lo “especial” que es Walt, la combinación de los protervos números 4,8,15,16,23 y 42 (que, según cuentan son reincidentes en distintos segmentos de la serie), la anatemización de Harley y su suerte millonaria, el sueño profético de Locke y el descubrimiento de la escotilla (que una noche hasta centellea), la apocalíptica advertencia de Rosseau y su temor por “los otros” o la misteriosa aparición del galeón ‘Roca Negra’ abre una abismal veda a muchas dudas sobre las ya expuestas (como que todos podrían estar muertos, que están en otra dimensión, en otro planeta, que están en el limbo o que han viajado en el tiempo, por poner algún ejemplo) en el transcurso de la serie. Preparan al espectador para un final apoteósico, de perentorias explicaciones a alguna de las repuestas planteadas. Todo se dispone para que así sea. Los ‘flashbacks’ personales se definen a momentos antes de coger el avión que marcará un destino común, mientras en la isla, se fragua un inquietante desenlace. Pero éste no llega. No se cierra ninguna vía. Es más, se inician otras nuevas. Una estrategia de aglomeración congestiva que diversifica con vítrea complejidad sus posibilidades hasta el infinito
El final está encubierto en un clandestino señuelo para que el espectador siga enganchado a la segunda temporada. Todo está dispuesto en función a la entusiasta búsqueda de respuestas que no llegan. El espectador ha dejado 25 capítulos de espera inquiriendo sobre las causas del naufragio y revelaciones de los misterios que encierra la isla, pero aún así nada es revelado. Todo siguen siendo dudas. La aparición de “los otros” y el secuestro de Walt (algo que ya ha pasado con Claire), el acojone de Hurley por el descubrimiento de los esotéricos números (previa visualización de éstos en su evocación del accidentado recorrido a la puerta 23, las 42 revoluciones del coche averiado, las 15 millas a las que desciende el cuentakilómteros o el equipo de volley femenino que los luce al completo-) y, sobre todo, ese travelling que desciende hacia la nada con los rostros de Jack y Locke observando el túnel provocan una sensación de incertidumbre que termina por resultar demasiado adulterada, afectada por la provocada necesidad de saber más. Algo loable en efectividad, pero también debilitado por la inacción del total.
Si nos paramos a pensar ¿Qué es lo que ha pasado en la Isla? Que un grupo de náufragos sobreviven atemorizados por un supuesto monstruo antediluviano (que se explica como un ‘sistema de seguridad’ autodefensivo de la Isla), que una loca que lleva 16 años viviendo allí intenta secuestrar al hijo no nato de una de ellas junto a un personaje al que matan sin saber de donde procede y que un paralítico que camina descubierto como un fiera en la supervivencia y su pupilo (que muere debido a su único instante de flaqueza) encuentran una misteriosa escotilla que hay que abrir como sea.
Sé que ya hay mucha gente enganchada a la segunda temporada. Esperaré unos días y decidiré si cometo un delito denunciado por Santiago Segura y la SGAE o espero a que TVE la malestrene para ir desvelando unas incógnitas que se me antojan irresolubles.
Me intriga la aclaración de esa paraplejia de Locke y el subrepticio enigma que le vincula a la Isla, qué significa el improcedente tatuaje de Jack y qué hay de su divorcio/viudedad de la mujer a la que salvó, quiero saber más cosas obre Sawyer (mi personaje favorito dentro de la serie), dónde aprendió Sun a hablar inglés (y por qué), de dónde le vienen a Walt los poderes y por qué Michael sabe, de repente, construir un barco. Pero, sobre todo, por qué Jack siempre tiene el pelo corto, las chicas van tan bien pintadas y Hurley no ha perdido ni un solo gramo desde el naufragio. Unido, por supuesto, a ver qué pasa con la puñetera escotilla y los números malditos.
Vale, la explicación de Locke sería que todo responde al destino que marca la isla. Así que pronto os comentaré qué tal me va con la segunda temporada.
Esperaré a ver qué pasa con Desmond y esos experimentos.

No hay comentarios :

Publicar un comentario