Durante la 74ª edición de los Oscar, hace ya cuatro años, tuvo lugar una de las imágenes más destacadas de estos premios ataviados de un fingido alcance y jerarquía dentro del mundo del cine. Se trataba Robert Altman y David Lynch, dos clásicos del celuloide, ambos nominados por ‘Godsford Park’ y ‘Mulholland Drive’, respectivamente, dos películas impecables, dos grandes trabajos que fueron, obviamente, ninguneados en una ceremonia marcada por la deferencia en los premios con la comunidad afroamericana (Halle Berry, por ‘Monster’s Ball’, Denzel Washington, por ‘Trainning Day’ y el honorífico para Sydney Poitier), los homenajes que la Academia dedicó al 11-S y a la ciudad de Nueva York (incluso Woody Allen hizo un señalado y puntual acto de presencia) y por la consecución de la inmerecida gloria de una película tan mediocre como ‘Una mente maravillosa’, de Ron Howard improcedente ganador del Oscar al mejor director.
La imagen no tiene desperdicio, ya que los dos veteranos directores aplauden entre abrazos y risas los premios de Howard, ajenos a la iniquidad del momento, sabedores del funcionamiento de una industria de oropel que conceptúa su cine alejándolo de la calidad, donde procede más vacuidad de este asexuado galardón que la verdadera esencia del cine. Disfrutando con ironía y humor del instante de infamia cinematográfica que se produjo aquella noche. Lynch parecía decirle a Altman “¡Qué te había dicho!”, mientras el por entonces septuagenario director de ‘M.A.S.H.’ y ‘Nashville’ parecía asombrarse con gracia ante el destinatario del Oscar. Una vez más, la postiza hipocresía de estos galardones había sido la gran protagonista de la velada. 
Hoy, nos hemos enterado de que Robert Altman, al igual que muchos otros ilustres olvidados, va a ser tardíamente condecorado con un anecdótico Oscar honorífico a este viejo zorro del Séptimo Arte, a un hombre que ha sido nominado cinco veces al Oscar como director y dos más como productor a lo largo de una prolífica carrera que no ha necesitado (como casi ninguno de los grandes) de esta recompensa para consagrarse como uno de los más sobresalientes realizadores del cine contemporáneo.
Altman posee una de las más singulares e interesantes carreras de la cinematografía norteamericana alcanzando tal fluidez en su ejemplar estilo que llegó a olvidar el origen escénico de sus primeras obras. Siempre fiel a su forma de ver el cine y la vida, sin olvidar nunca la sátira, procurando en todo momento no evitar la obviedad de sus preceptos sardónicos y críticos, Altman ha sabido jugar con la tradición cultural de un país para alterar intencionalmente sobre los géneros tradicionales. Así el ‘western’ (‘Los vividores’, ‘Buffalo Billy los indios’), el cine bélico (la magnífica ‘M.A.S.H’), policiaco (‘El largo adiós’), ciencia-ficción (‘Quinteto’), musical (‘Nashville’), el drama coral (‘Short Cuts’) o el género de suspense (‘Godsford Park’) patentizan que estamos ante un cineasta contracorriente. Siempre desde un prisma donde no cabe lugar al romanticismo, pero sí una estela de transitorio lirismo, mordaz sátira y variado realismo. Altman a pesar sus desiguales resultados en algunas películas fallidas ostentan una inventiva, pluralidad y exuberancia de las que pocos directores pueden alardear. 86 películas como director, 39 como productor y 37 guiones son, de momento, el resultado de tan fecunda filmografía.
Y continúa, ya que el veterano cineasta, a sus 80 años, se encuentra actualmente filmando ‘Paint’, en la que vuelve a hacer otra de sus sarcásticas críticas, esta vez retratando un submundo social tan especial como lo es el del comercio del arte. Como ya hizo con la industria hollywoodiense en ‘The Player’ o con el mundo de la moda en ‘Pret-a-porter’. En ‘Paint’ el centro de la pulla es, evidentemente, una galería de arte neoyorquina poblada con sus típicos personajes.
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