jueves, 25 de febrero de 2016

Fallece Rafael Iriondo, el último héroe de la "segunda delantera histórica" del Athletic

Se ha ido Rafael Iriondo, la última leyenda viva de la época más gloriosa de un Athletic espléndido, el que escribió algunas de las páginas más doradas de la historia del club. Con 97 años, era el último superviviente de la rememorada “segunda delantera histórica” compuesta por el propio Iriondo, Panizo, Zarra, Venancio y Gainza. Sagrado quinteto futbolístico de inalcanzable estela y magnificencia, Iriondo jugó de extremo derecho y, según sus palabras, era el “más rápido” de los cinco. Testigo viviente de un fútbol pretérito que tenía su sentido más dimensional alejado del circo de intereses en que se ha convertido en la actualidad, ha sido y será uno de los emblemas que ofrecen el valor del sentido de pertenencia a un club único. Un estandarte que representó como muchos los valores de un equipo diferente a los demás.
No jugó al fútbol de forma competitiva hasta su adolescencia, cuando había cumplido ya los catorce años. Lo hizo haciéndose pasar por un chaval de dieciocho. Sólo jugó un partido. De titular. Sin embargo, el equipo en el que debutó, el Gernika Club, desapareció poco después por problemas financieros y tuvo que pasar otro lustro para que volviera a disputar un encuentro en un terreno de juego. Entre medias, se fraguó la Guerra Civil, en la que combatió en Teruel y fue prisionero de guerra en Satoña, tras la rendición del ejército vasco. Entró directamente en las filas del Athletic, después de ser rechazado en el Club Erandio y el Barakaldo. Fue Roberto Echevarría el que probó las virtudes del gernikarra en el Bilbao Athletic (entonces Atlético por coacción franquista). Sin embargo, tuvo que regresar a finalizar el servicio militar en África. Con veintiún años debutó en el primer equipo de manera espectacular, tan sólo con once partidos disputados como jugador de fútbol. Tanto es así, que Artetxe, jugador internacional, comenzó siendo el suplente de su posición desde su puesta en escena. Lo hizo el 29 de septiembre contra el Valencia. El mismo día que debutaba el mítico Telmo Zarra.
Jugó 323 partidos en las trece temporadas disputadas con la elástica zurigorri. Marcaría 115 goles (84 de liga y 31 de Copa). Fue internacional en dos ocasiones, ante Eire y Portugal. Ganó una liga con el Athletic y cuatro Copas. Como técnico, Iriondo dirigió al Athletic en dos temporadas alternas y en una de ellas logró otro título de Copa. Fue en 1969. También entrenó a la Real Sociedad y al Betis, con el que, paradojas del destino, obtuvo una Copa frente a su equipo del alma en la inolvidable en 1977, con aquélla inacabable tanda de penalties tras el empate a dos que se resolvió con el tanto fallado desde el punto fatídico por parte del guardameta del Athletic Iribar, “El Txopo”, en una abultada tanda que reflejó un 8-7 a favor de los hispalenses.
Con la desaparición del último ídolo de una de las delanteras más representativas de la historia del fútbol, Irondo es despedido por la parroquia de San Mamés con los honores de héroe del que siempre fue y será, en palabras de Patxo Unzueta, “un jugador fino, genio del contraataque, una auténtica ametralladora en cada pie”.
Descanse en paz el gran Rafael Iriondo Aurtenetxea. Goian bego.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Review 'El Renacido (The Revenant)', de Alejandro González Iñárritu

La mitología fronteriza de una aventura mística
Iñárritu narra una historia de venganza y supervivencia captada casi a través de estímulos sensoriales y que, bajo su lúcida poética y fotografía, atiende a la responsabilidad histórica de una genealogía territorial escrita con sangre y traición.
El año pasado Alejandro González Iñárritu abordó un certero golpe de efecto en su filmografía a través de la gran ‘Birdman’, una disertación subterránea que abordaba la endeble frontera que separa la realidad de la ficción e identificaba a su vez los contornos del significado del arte y la vida. En estos dos últimos términos se mueve, en un estrato radicalmente distinto, su última e inesperada película, ‘El Renacido’, titánica obra de cámara, casi una experiencia cinemática y visceral sobre la agónica aventura fraguada en la épica de un hombre enfrentado a la supervivencia y el extraordinario poder del espíritu humano. De este modo, el director de ‘Amores perros’, detalla el crudo retrato de la condición humana a través de la hazaña del legendario explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), que fue brutalmente atacado por un oso y dado por muerto por los miembros de su propio equipo de caza y que sobrevivió durante semanas en las Montañas Rocosas bordeando el río Missouri, en la región de los actuales estados de Dakota del Sur y Montana.
Basado en la novela de Michael Punke de título homónimo, Iñárritu y su co-guionista, Mark L. Smith, inspiran su relato en esa figura que roza lo mitológico, la de un guía contratado para ayudar a una gran banda de cazadores de pieles en los fríos parajes entre Nebraska e Iowa del año 1823. Glass ha dado lugar a otras versiones sobre su particular aventura y vivencia. ‘El hombre de una tierra salvaje’ (1971), de Richard C. Sarafian, la canción ‘Six Weeks’, de Monsters and Men o literariamente ‘Lord Grizzly’ (1954), de Frederick Manfred y la mencionada ‘The Revenant’, de Punke en 2002.
En una desafiante pertinacia por sobrevivir, Glass sobrevivirá a ese ataque de un enorme grizzly a través de un itinerario de dolor que roza lo inconcebible, viéndose inmerso en la pesadilla de traición de su equipo y guiado únicamente por la voluntad y el amor a su hijo arrebatado a manos de uno de los componentes de la expedición. Sólo así, este hombre superará los golpes de la naturaleza y de múltiples adversarios hasta llegar a Fort Kiowa y poder ejecutar su venganza en forma de sangrienta redención. Por supuesto, esta línea narrativa no impone ninguna novedad en lo que podríamos llamar un ‘western’ germinal que hace extensiva su mirada a los planteamientos de Michael Blake en su novela ‘Bailando con lobos’ dirigida en 1990 por Kevin Costner y que suponían un retroceso (entonces innovador) a las raíces más primordiales del género.
‘El Renacido’ comienza la epopeya presentando a la familia interracial de Glass, instaurada en el respeto y el amor de fraternidad étnica y multiculturalidad que supuestamente representa Estados Unidos, pero que seguidamente es fragmentada por la intransigencia violenta del colono, como una muestra violenta y cruel del carácter atávico de la esencia humana. Siguiendo esa responsabilidad paternofilial más primitiva, tras el ataque de los militares británicos, el guía interpretado por DiCaprio pronuncia unas palabras dirigidas a su hijo, que ha superado la embestida al su poblado con graves quemaduras en la cara con un lema que supone la fuerza motriz que vehicula toda la película: "Mientras respires, hay que luchar”.
A partir de ese momento, se impone un grado de narración sobre el primitivismo instintivo como herramienta eficaz dentro de una trama tan básica como reconfortante, que disecciona de forma magistral un ataque por parte de los Arikara en un largo plano secuencia en el que los indios asaltan a los cazadores mercenarios en una coreografiada y muy compleja secuencia llena de desafíos que exhibe con orgullo y algo de autocomplacencia mucho de lo que se va a narrar a partir de ese instante y que encuentra su extensión en el agónico ataque del oso. Ambas ‘set pieces’ formulan esa doble analogía dentro del filme; la de unos nativos acometiendo al grupo donde se encuentran Glass y su hijo (que han sido parte de un reducto indio) y la del grizzly agrediendo salvajemente al protagonista con el único fin de salvaguardar a sus oseznos con el incentivo paternal que se transfiere al ansía de venganza del ‘frontiersman’.
Mediante la pormenorización visual de esos parajes de montañas escarpadas y fríos horizontes, Iñárritu va construyendo una fábula asentada en el lirismo de una violencia que abarca gran cantidad de matices, con los que concede todo tipo de alegorías sobre esa resurrección de Glass. La pérdida del vástago provocará, mediante recurrentes metáforas, su vuelta a la vida en varias etapas del filme. Desde su germinación desde la tumba de regreso a la vida desde la tierra, pasando por un embravecido río visto como un itinerario vital o el renacimiento desde las entrañas de un caballo para continuar ese camino místico y moral de venganza y salvación del alma.
Con ello, la naturaleza se transforma en un elemento de deidad natural, como ya proyectaba la locura de Werner Herzog en ‘Aguirre, la cólera de Dios’ o ‘Fitzcarraldo’. El vasto entorno se transforma en un brutal laberinto que casualmente empequeñece a sus habitantes humanos y, bajo el signo poético de las huellas cinematográficas de Terrence Malick, Glass va avanzando en su camino atormentado por pasajes alucinatorios hacia un estado beatífico mediante visiones y voces susurradas que perpetúan un discurso sobre los peligros del nuevo mundo y de ese exterminio genocida en las tierras indias del noroeste de Estados Unidos con el rostro inmaculado de Powaqa (Melaw Nakehk'o), la esposa pawnee asesinada a manos de los colonos.
De tal manera, ‘El Renacido’, aunque lo parezca (y en el fondo, pueda serlo), no es tanto una historia concentrada en un hombre contra la naturaleza, a pesar de que la intención simbólica que exhibe Iñárritu proponga la preeminencia del espacio natural a los personajes, instaurados en instintos y conflictos básicos, sino más bien en otra en la que el hombre se enfrenta contra el hombre en dos estratos. Primero, el individual, el del rol de DiCaprio contra sí mismo y su entorno y, por supuesto, enfrentado a ese antagonista que es John Fitzgerald (Tom Hardy), hacia el que volcará su mística resurrección con el fin de desagraviar a su unigénito.
La génesis de una nación instaurada sobre la violencia
Si nos atenemos a esto, todo el entramado de la pormenorizada expedición por esa inexplorada génesis del nuevo continente se asentaría en una ideología monolítica de retorno al estado arcaico y embrionario referente a la irracionalidad, a lo salvaje, a los instintos básicos de protección y agresividad que van desfilando por su denso metraje en oposición a los furibundos componentes naturales que también muestran su cara más voraz, como esos animales que imponen su ley (el ya citado oso o los lobos atacando a un rebaño de bisontes), el desafiante río y su poder indómito, el meteorito que cruza el cielo o el alud de nieve final. En la otra cara de la moneda, Fitzgerald no es un villano al uso, puesto que renuncia a su humanidad con el único fin de sobrevivir, actuando con egoísmo en contra del interés colectivo. Es capaz de anular cualquier valor ético y moral si como resultado consigue el usufructo propio, como idea simbólica del capitalismo moderno.
Llegados a este punto, no cuesta demasiado distinguir una disertación sobre la paulatina instauración de las bases de un continente instaurado en la falsedad de una noción de progreso alejada de la benignidad histórica, evocando un pasado escrito con sangre, traición y violencia. Iñárritu entrelaza en su historia de venganza y supervivencia poética con otra que atiende a la responsabilidad histórica de otra genealogía territorial bien distinta, la de una historia basada en guerras entre civilizaciones para evidenciar que esa nación constituida sobre la libertad y las oportunidades también proviene del germen del terror y el caos envolvente devenida en instructiva y cruel coerción occidental hacia las tribus indígenas y su hábitat.
Dentro de su parte técnica, hay que reconocerle a ‘El renacido’ la capacidad inmersiva con la que Iñárritu capta la simulación de esa aventura que se percibe casi a través de estímulos sensoriales, como una vivencia más que como la reflexión sobre la vida que se expone. Sin negar que las connotaciones de pretensión megalómana del cineasta mexicano al orquestar esta épica aventura, lo explícito, la brutalidad fetichista y sanguinolenta bajo la apariencia de honestidad son particularmente impresionantes. El engranaje fílmico que mueve el proyecto, su ejecución, coordinación y planificación rebelan el astuto empeño de un cineasta en forma de constante búsqueda de la majestuosidad formal y discursiva que ya evidenció en ‘Birdman’ y que aquí supera elevando su dominio del medio a un nivel superior. No sólo en el producto final, sino impulsando a su equipo a límites similares a los vividos por el personaje, en constante lucha contra los elementos.
Todo en esta película forma parte de un desafío contra lo convencional. Empezando por la limitación de filmar únicamente con luz natural o de rodar toda la película en orden cronológico. De esta voluntad, el estilo y el sentido de la ambición artística cuajan en un logro que nunca distrae la atención de lo que está contando, dejando una bella fábula sobre un escenario perfecto para la consecución de su intensidad artística. A este extraordinario horizonte de perceptiva belleza contribuye Emmanuel Lubezki, un director de fotografía al que habría que calificar por menos como un autor capaz de ejercer como responsable de gran parte de la grandeza del filme.
Como si reprodujese un lienzo de Albert Bierstadt, “El Chivo” (como se le conoce en el ámbito cinematográfico), trabaja con esa luz natural para una dotar de mayor realismo los parajes, capturando con impresionante profundidad de campo en esa innovadora Arri Alexa 65mm algunos fenómenos naturales que en pantalla lucen abrumadoramente hermosos. No sería extraño que el próximo domingo, el fotógrafo azteca se hiciera con su tercer Oscar consecutivo tras ‘Gravity’ y ‘Birdman’.
Aunque si tenemos que hablar de Oscar, emerge con fuerza la figura de un DiCpario que parece obstinado en la consecución de ese ansiado premio en forma de estatuilla de la Academia. La determinación llevada al límite en su personificación casi animal de este mito de la leyenda americana con corazón nativo evidencia un sorprendente compromiso con el papel. No obstante, tanto Will Poulter como Domhnall Gleeson y, sobre todo, un descomunal Tom Hardy, no necesitan arrastrarse por el fango, gemir de dolor y sucumbir al infierno natural para estar a su altura.
‘El Renacido’ es una colosal aventura que deja exhausto al espectador a través de un lenguaje icónico convertido en imborrables imágenes. Una reflexión existencial sobre el lugar que ocupa el hombre en el mundo por medio de su Historia y su relación con el medio en el que convive, sobre la inhumanidad del hombre hacia el hombre que construye el mito fuera de la racionalidad como perspectiva que incuba los fantasmas pretéritos de América, de cualquier historia, de la necesidad de desagravio ante la iniquidad generada por el ser humano en su faceta más animal. Estamos ante la mejor película de Iñárritu hasta el momento. Pese a compartir la grandilocuencia con la tipología de superproducción de acción, este filme se aleja del concepto ‘mainstream’ para acercarse a la tipología de arte y ensayo. Una magnífica obra de una belleza ponderativa que encuentra su sentido en sí misma.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 15 de febrero de 2016

All Star Toronto 2016: Lo de siempre… a excepción de unos concursos memorables

Desde hace algunos años, el All Star Game se ha visto afectado por el signo de una modernidad en la que la competitividad ya no es un reclamo en un fin de semana marcado por la futilidad de un encuentro que sirve como escaparate y reunión de los mejores jugadores de la liga de baloncesto más importante del universo. Parece ser que, lejos de aquéllos choques de emoción de finales de los 80 y principios de los 90, en la actualidad se opta por la pasividad del juego defensivo en función de un dudoso espectáculo basado en la prodigalidad del físico y en la actitud indiferente a la hora de saber quién lanza desde más lejos y encesta en el aro rival con virguerías y suntuosidades.
Lo de anoche constató, por enésima vez en las últimas ediciones de esta velada cada vez más insubstancial, que el All Star de la NBA es simplemente un ejercicio de pavoneo de un baloncesto que poco tiene que ver con el concepto que se aborda cada día en las jornadas de temporada regular de la competición, excluyendo el factor de pugna que en este caso se anula por un dudoso paseo de superestrellas que ejercen de neutrales espectadores con respecto a las jugadas de ataque rival.
El frío dato revela lo siguiente; el combinado del Oeste anoche intentó la friolera de 75 triples (con 31 aciertos) y el Este se sumó a esta fiesta desde el fuera del perímetro con 53. 19 de ellos fueron procurados por un Paul George que estableció el récord de esta disciplina con 9 canastas desde los 7.25 m. Si el año pasado la actitud se basó en la desidia total de la defensa con la obstinación anotadora como único fin, esta 65ª edición de la cita se fraguó con otro horroroso y circense partido que llevó a establecer una cota de anotación situada en un marcador final de chiste abultado. Lo de este año ha prolongado la parodia de un baloncesto tomado en serio en que se ha convertido esta reunión de superestrellas de la canasta. La cadencia bostezante de ambos conjuntos por sumar de forma desmedida puntos sin freno y sin ningún tipo de competición, donde la parsimonia de nulidad defensiva y permisividad ofrecen un show carente de interés, volvió a pulverizar el récord de puntos de la historia de este sarao baloncestístico ¿El resultado? Un 173-196 para el Conferencia del Oeste que dejaba esa estela de negligencia en la que sería absurdo analizar cualquier jugada o movimiento táctico más allá del postureo que se vio ayer en el Air Canada Centre.
Lo único destacable, entre tanto lanzamiento de tiro triple, ‘alley hoops’ consentidos y despreocupación ha sido esa sexta participación de nuestro Pau Gasol, grande entre los grandes, único jugador internacional del evento y único participante de raza blanca. Un orgullo que pasó desapercibido como tantos otros grandes nombres de la NBA. También es de débito subrayar que en los últimos dos minutos, los jugadores del Oeste, bajo las coordenadas de Greg Popovic, evitaron que George, arrebatara el récord de puntuación a Wilt Chamberlain obtenido en el All Star de 1963 quedándose a un solo punto. El año pasado Russell Westbrook (el MVP de esta edición por segundo año consecutivo) se quedó a dos puntos de esta marca.
Por supuesto, se superó la mayor anotación combinada (absurdos 369 puntos) y de jugadores por encima de los 20 puntos (nada menos que 9). La intensidad en el juego brilló por su ausencia, en una chufla donde cualquier tiro a canasta estaba libre de marca y la indiferencia de todos los integrantes de ambos equipos marcó un show bochornoso hasta para los Globetrotters. Basta ver las estadísticas para ver los tapones globales de todo el encuentro: tan sólo ¡dos! tapones en juego (Carmelo Anthony y Kyle Lowry). Una estadística muy significativa del paripé de este choque cada vez más comercial y, por qué no decirlo, innecesario.
Quedará para los fastos de lo nostálgico como el All Star homenaje y despedida de Kobe Bryant, auténtico protagonista de este encuentro pese a que a sus números estuvieron alejados de toda brillantez lastrada por su condición física. No obstante, el mundo se rindió al recuerdo del que ha sido uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. Kobe diciendo adiós y alguna que otra imagen, como Westbrook levantando el trofeo de mejor jugador de un All Star por segundo año consecutivo, primero de la historia de la NBA en lograr esta gesta en solitario, fueron el signo de un encuentro para olvidar.
No todo ha sido malo
Poco se puede decir del Rising Stars disputado en la madrugada del viernes entre los ‘rookies’ y los ‘sophomores’ de Estados Unidos y los representantes internacionales de la mejor liga del mundo. Casi por inercia, el choque reflejó esa apatía demostrada en el All Star de los mayores por ofrecer muchos puntos y nulo juego. Ganó el combinado estadounidense. Pero poco importa dada la exhibición de canastas a granel sin ningún tipo de sentido conceptual del juego en equipo o la imposición defensiva de cualquier rango.
Si hay algo por lo que se recordará este fin de semana de las estrellas es por la sorpresa que deparó la noche del sábado con los concursos individuales que otrora habían perdido su relumbrón de antaño. El show arrancó con el NBA Skills Challenge, el concurso de habilidades renovado para generar algo más de interés que en anteriores años. Eliminado el desafío de las Estrellas, resultó un evento ágil y entretenido que enfrentó en su final al más bajito de la liga, Isaiah Thomas y a la gran sensación de los ‘rookies’ de esta temporada, Karl-Anthony Towns. Y fue el pívot de los Timberwolves, ganando el desafío con gran soltura, el que demostró tener una destreza y potencial que le señalan como una de las grandes figuras de futuro de la liga.
Sin embargo, el plato fuerte estaba marcado por los otros dos acontecimientos clásicos en esta noche; Foot Locker Three-Point Contest y Verizon Slam Dunk contest. La edición pasada del concurso de triples de toda la vida había reverdecido su interés con la inclusión de Stephen Curry, que ganó mostrando su superioridad frente al resto. Repetía este año convertido en el MVP de la pasada temporada y en el mejor triplista de la liga (y visto lo visto, de la historia de la NBA). Frente a él, su compañero y ‘splash brother’, Klay Thompson, como máximo aspirante en una pugna donde competían expertos como James Harden, JJ Redick, McCollum o Middleton. En la final a tres se coló un ‘rookie’, Devin Booker, que vio como los 23 puntos de Curry fueron superados por los 27 puntos de Thompson, que se llevó el trofeo a casa contra todo pronóstico.
Pero sobre todo, este All Star Weekend ha estado marcado por el concurso de mates que venía con la vitola de pugna por destronar a Zach Lavine que había impulsado un evento que parecía destinado a su desaparición por la escasa innovación y repercusión dentro del show de basket universal que supone esta fiesta deportiva. Nadie esperaba ese duelo en la cumbre entre Lavine y Aaron Gordon. Los otros dos participantes, Drummond y Will Barton, asistieron al que ha sido, con toda probabilidad, uno de los mejores concursos de mates de la historia. La sucesión inacabable de mates, a cual más sensacional y espectacular, desafiando a la ley de la gravedad, ha dejado imágenes de vuelos para la posteridad. La épica de una rivalidad insuperable se forjó con valoraciones máximas que respondían a la grandeza de lo visto.
Un doble desempate dilucidó con cierta polémica al ganador. Lavine repetía título como mejor ‘matador’ del All Star, pero en la memoria colectiva quedará ese mate de Gordon con ayuda de Stuff, la mascota de los Orlando Magic, en un imposible salto sobre ambas piernas con un giro completo sobre sí mismo para dejar boquiabierto al mundo entero. Tal vez mereció ganar. Lo más justo hubiera sido un trofeo ex aequo. Lo cierto es que nadie esperaba que el concurso de mates, tan devaluado desde hace años, fuera a suponer la más destacado y espectacular de un fin de semana tan olvidable como espectacular. Es la esencia de la NBA, que muestra el lado más mercantil y el espectáculo más sugestivo de un deporte apasionante. En cualquier caso, el All Star forma parte del show. Y si nos deja enfrentamientos como el de Lavine-Gordon seguiremos pegados a la pantalla para disfrutar de una ceremonia única.
Por siempre: We love this game!

jueves, 11 de febrero de 2016

Review 'Los odiosos ocho (The Hateful Eight)', de Quentin Tarantino

Los espectros de un pasado inextinguible
La octava película de Tarantino sigue perteneciendo a un cine estamental e identificativo basado en la referencia y nueva desmitificación del ‘western’ clásico, pero a la vez acercándose a un prisma mucho más personal que acaba rompiendo las barreras que imponen la modernidad y los perfiles genéricos de su anterior obra.
El comienzo de ‘Los odiosos 8’ impone algunas diferencias que traicionan, en cierta manera, esa reiteración a la que se le insinúa a Quentin Tarantino en sus películas. Una figura estatuaria de Jesucristo clavado en la cruz bajo las notas de la primera partitura original para uno de sus filmes, compuesto, como no podía ser de otro modo, por Ennio Morricone, simboliza esa pétrea efigie de un impasible Dios que será testigo inmóvil de un infierno sanguinolento en medio de la nada. Los créditos dejan ver cómo una diligencia se acerca lentamente por un gélido paraje que avecina una fábula de roles abandonados a una suerte incierta en medio de una ventisca de nieve.
Tarantino no pretende con ello ni mucho menos abandonar los aspectos más determinantes del multigénero (o al menos impregnarlos de una personalidad irrefutable), pero sí incide en la reinvención de su pasión cinéfila desde la formulación más precisa de las fuentes inspirativas hacia un prisma mucho más personal que acabe rompiendo las barreras que imponen la modernidad y los perfiles genéricos en la difusión de mixturas que no sean las impuestas por el propio cineasta. De este modo, la audacia blasfema con la postmodernidad que se le achaca ya no es tanto una revolución cinéfila de un imaginario cinematográfico referencial y reverencial, sino de un cine más personal afincado en los límites de la autoría.
Tarantino va más allá en esa sublimación de los clásicos, en la que la intertextualidad genérica se orquesta a través de la filmación en Ultra Panavision 70 mm., un formato de ratio de 2,76: 1 utilizado en los años 50 y popularizado en la década de los 60 y que aquí es utilizado como un arma innovadora procedente de otra metodología de representación propia de otro tiempo, lo que potencia el poder mediador de la imagen dentro del proceso de construcción de un sentido fílmico de este ‘(anti)western’ narrado con la acostumbrada disposición de capítulos dentro de la carrera de Tarantino.
En ‘Los odiosos 8’ pertenece por disposición en el espacio y el tiempo al género por antonomasia del cine americano, pero estipulado como un juego de metamorfosis conceptual donde conviven varios subgéneros, adoptando motivos narrativos y visuales a los que revertir para su traviesa visión de proponer una película diferente en su nueva (des)mitificación del ‘western’ clásico, cuyas raíces germinan en el ‘Río Bravo’ de Howard Hawks hasta hacer una estela de referencias inacabables que evoca a Budd Boetticher, Nicholas Ray, Anthony Mann o a referentes más contemporáneos como Sam Peckinpah y, sobre todo, John Carpenter o Sergio Corbucci, de los que resucita el espíritu medular de ‘La Cosa’ o ‘El Gran Silencio’, respectivamente.
Filmada parcialmente alrededor de Telluride (cerca de Wyoming), el octavo filme de Tarantino se ubica “seis, ocho o doce años después de la Guerra Civil”, lo que dota de una ambigüedad al tiempo concreto, dentro de un estado conservador anclado en idealismos pretéritos que concreta a la perfección ese trasfondo de suciedad ética que envuelve el posterior tejido argumental. La diligencia del silente prólogo transporta a un cazarrecompensas llamado John Ruth al que apodan ‘La Horca’ (Kurt Russell), que escolta por el entumecido itinerario a una fugitiva llamada Daisy Domerque (Jennifer Jason Leigh) para entregarla a la justicia en dirección al pueblo de Red Rock. En su camino, dará con un ex soldado afroamericano de la Unión también reconvertido en cazarrecompensas, Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y más tarde con Chris Mannix (Walton Goggins), un paleto sureño que asegura ser el sheriff de la población a la que se dirigen. Una tormenta de nieve les obliga a parar en la mercería del Minnie, un albergue para caravanas en la que se encuentran alojados Bob (Demian Bichir), un encargado provisional mexicano, el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), un viejo cowboy llamado Joe Gage (Michael Madsen) y un silencioso general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern).
‘Los odiosos 8’ no volverá a salir al exterior exceptuando en un par de flashbacks que obligan a un ‘drawing-room mystery’ o juego de salón y cantina para ir entrelazando un pequeño cluedo de confrontaciones en una historia inflexible que se concentra en un único espacio donde los estándares de su cine afloran con mayor pujanza. No es nuevo en el último cine de Tarantino. Hay dos antecedentes que marcan ese ejercicio fílmico que eclosiona aquí con todo el sentido cinematográfico de un único espacio; en ‘Malditos bastardos’ se ubicaba en el sótano de un bar clandestino nazi y en ‘Django Desencadenado’ durante una cena en Candyland. Ambos casos sirven son una muestra de ‘set-pieces’ con efluvios teatrales que constatan la búsqueda del director por encerrar a sus personajes en un entorno cerrado para abordar una situación de aislamiento y desazón.
A modo de rompecabezas coral y claustrofóbico, se concentra lo que parece ser un juego de sospechas o resolución de un crimen que apunta a un personaje concreto, descubriendo con sus diálogos una tensión en constante crescendo. La gran baza de Tarantino es que consigue evitar caer en la tentación de dirigir su narración hacia un juego de ‘whodunit’, porque lo que le interesa es ir ciñéndose a los patrones del western y diluir su esencia hacia otros cánones bien diferentes, ya que se hubiera que conectar ‘Los odiosos 8’ en un género concreto atendiendo a su estructura, respondería a la raigambre del cine de terror. A tenor de lo propuesto, aquí tenemos a nueve personajes (que no ocho) recluidos e incomunicados en medio de la nada, un hecho que generará una espiral de violencia adyacente a ese género, donde todos son culpables y fagocitados por sus propios fantasmas. Incluso el personaje femenino va manifestándose paulatinamente en una especie de bruja hechicera que maneja la situación en beneficio propio que acaba con un semblante terrorífico embadurnado de sangre ajena.
La vertiente más política de Tarantino
Se podría decir que, desde un punto de vista estilístico e intencional, ésta es la película más íntima de su autor desde ‘Jackie Brow’, cuya construcción se depura desde la tensión entre sus personajes principales hasta su discurso final lleno de simbologías y descontextualizaciones, con un crudo sentido del humor y elipsis morales que toman de referencia estereotipos y caricaturas cercanas al ‘cartoon’ y hablar, de forma soterrada, de misoginia, racismo, nihilismo y provocaciones varias para ponerlas en constante relación, confrontando la moralidad y rigorismo en una oscura reflexión que escava en las raíces morales de una violencia hacinada en un estrato humano que busca una verdad expuesta de un modo frontal, poniendo al espectador frente al lado más desagradable de esa pugna adversaria entre los hombres de la Unión y los ex confederados.
Es también ‘Los odiosos 8’ la propuesta con más trasfondo político en la filmografía de Tarantino, que se muestra incisivo al conferir una atmósfera tóxica que impregna el total de la película, proyectando las animadversiones de sus personajes, obligados a lograr alianzas incómodas, como si, en el fondo, el director de ‘Pulp Fiction’ estuviera tratando de hablar sobre ese extraño mosaico multicultural que conforma la sociedad estadounidense y la oscura historia que sustenta un conflicto moderno que viene de muy lejos. El ideal americano es una farsa construida a lo largo de los siglos sobre un país autoproclamado libre sobre la mentira de las causas perdidas y que, sin duda, tiene sus raíces en las ansiedades que responden al mito de la inextinguible ocupación y el inexistente sueño americano que se perpetúan hoy en el capitalismo y la xenofobia.
Articulada sobre una subversión indistinta, es como si Tarantino justificara su condición de autor capaz de crear cine de entretenimiento sin dimitir en su empeño de alternar ese cúmulo de referencias culturales y debates morales sobre la política racial en los Estados Unidos, como una extensión de lo que dibujó en ‘Django desencadenado’, pero a un nivel de profundidad mucho más coherente sobre una segregación profundamente arraigada a la nación que sigue afectando a los EE.UU. en la actualidad. Se trata de una intención casi teologal por mostrar cómo el paso del tiempo no cauteriza una serie de heridas que permanecerán abiertas, por mucho que se intente enmendar con aparentes lenitivos sociales. De ahí que tanto el exceso como finalidad y escenario sean utilizados para sacudir la conciencia del espectador, siempre obligado a formar parte del estrambótico encierro de personalidades antagónicas forzadas a participar en un siniestro juego de alianzas y complicidades.
Sometida la narración al fuera de campo, Tarantino es consciente de que en su ‘tour de force’ contextual la claustrofobia anida tanto en las cuatro paredes de la mercería del Minnie bajo la expectativa de que algo suceda como elemento externo para poder avanzar en los objetivos individuales de cada uno, cosa que, por supuesto, no sucede. Reincide con ello en un metodismo digresivo, con una esperada representación formal compuesta de diálogos plagados de contrapuntos, donde las palabras son utilizadas como armas, esgrimiendo el verbo como un exhaustivo instrumento capaz de sobrepasar la esfera escénica.
Incluso fuera de subtexto, con un cariz de adulteración dentro de la narración. Ejemplo de ello es ese polémico ‘flashback’ antojadizo en la que Warren le cuenta al viejo Smithers cómo mató a su hijo y le sometió a una humillación vejatoria como venganza del hombre negro segregado ante la potestad tiránica del hombre blanco. No es algo ajeno al discurso ‘tarantiniano’, ya que remita directamente a un enfrentamiento verbal con idéntica esencia entre Vincenzo Coccotti y Clifford Worley (Christopher Walken y Dennis Hopper) en su guión de ‘Amor a quemarropa. Puede que se sea cuestionable la incursión la visualización de esta fábula a modo de secuencia, pero lo cierto es que en este tipo de conductas suicidas, es donde el cine de Tarantino encuentra un concepto narrativo y un valor de ser más allá del prejuicio.
Respondiendo a esto, el nivel de fidelidad a su obra por parte del cineasta es incontestable. Su megalomanía de trasfondo manierista busca la constante provocación, que dota a su cine de una perversión exhibicionista del ritmo narrativo mediante de unos diálogos que alcanzan aquí otro estrato de un minimalismo formal, que explora la puesta en escena como herramienta de construcción y diseño de su propio universo para concentrar las imperecederas posibilidades que proponen los elementos más básicos del lenguaje cinematográfico. Desde su propia perspectiva, la planificación fragmentada y la libertad de la cámara, se alejan de la supuesta teatralidad que se le achaca a la nueva propuesta del maestro de Knoxville, encontrando un sello identificativo donde pervive un imaginario representativo de esa autoparodia referencial que desencadena un ritual de la justicia cuyos ideales se acaban resbalando a través de unos dedos manchados de sangre, llevada por la habitual dosis de violencia hasta el paroxismo. La exacerbación sangrienta consolidada con la fatalidad proyecta desde la perversidad del sistema de justicia al poder cegador de la naturaleza humana instaurada en el egoísmo y codicia.
Bendito exceso que corrobora esa facilidad por demoler ideologías caducas a través de impactantes imágenes generadas por la vacuidad de las mismas, por la necesidad de transmitir mediante el exhibicionismo sanguinolento la ambigüedad que mueve los peones de este ajedrez sin un ganador final. ‘Los odiosos 8’ prioriza la comedia perversa y cruel sobre el mosaico dialógico de desconfianzas y mentiras instituidas en una retórica sobre la redención y el castigo de sus personajes, espectros en medio de la blanca nieve profanada en las entrañas de un recinto de putrefacción.
Odiosos personajes avocados a un desenlace elegíaco que escora la desesperanza de esa falsa carta de Abraham Lincoln como una promesa de un mañana improbable, de un futuro/presente inscrito en la misma infamia de los antepasados obligados a entenderse. Tarantino se muestra inexpugnable e intransferible con una película cercana a las tres horas de metraje capaz de generar un discurso moral y político propio, encaminado a generar un estado de autor total.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

Super Bowl 50: La brutal defensa de los Broncos fulminó la ofensiva letal de unos ineficaces Panthers

Si hubiera que definir el partido de la quincuagésima edición de la Super Bowl que se celebró ayer en el Levi's Stadium de Santa Clara, con una única palabra, todos coincidirían en la misma: defensa. Los Denver Broncos hicieron fuerte su mejor arma y desmontaron las ínfulas de ataque de los Carolina Panthers. El partido, cuyas cifras de audiencia se sitúan en los 130 millones de personas, tenía los alicientes de las grandes citas deportivas. Por un lado, el bloque defensivo de los Broncos dejó fuera a los Patriots de Tom Brady en las semifinales venían de hacer una temporada irregular escudado en la obstinación de Gary Kubiak por crear un muro defensivo infranqueable. En frente, los de Ron Rivera venían de sumar la mejor marca de esta temporada regular en la NFL (15-1), esgrimiendo un juego fraguado en la condición física de sus hombres y planteando estrategias basadas en el rigor y el énfasis ofensivo. De este modo, se enfrentaban la mejor defensa de la liga contra el mejor módulo ofensivo.
En una ocasión, el gran maestro del baloncesto NBA Chuck Daily (entrenador de los míticos ‘Bad Boys’ y del Dream Team del 92), acuñó una de las frases que se han convertido en una épica cita axiomática y utilizada hasta la extenuación: “El juego ofensivo gana partidos. El defensivo gana campeonatos”. Nada podría definir lo que se pudo ver ayer al sur de la bahía de San Francisco en las bodas de oro del campeonato más multitudinario a nivel global. La defensa de los Broncos, capitaneada por Von Miller, Demarcus Ware, Malik Jackson o Chris Harris supo hacer de su seña de identidad un valioso atributo que frenó al ‘quarterback’ de moda, un Cam Newton que ayer chocó una y otra vez contra el muro propuesto por Kubiak, que persistió en todo momento en una sola idea; la de presionar constantemente a Newton y forzar errores. Y vaya si fue efectivo. Desde los primeros compases del partido, la franquicia de Colorado fue labrando con constancia la anulación de la estrella de los Panthers, que sólo pudo completar 18 de 41 pases.
McManus anotó ‘field goal’ de 34 yardas para que poco después, en la ‘end zone’ de los Panthers, lograran el primer ‘touchdown’ del partido a cargo de Malik Jackson forzado por un Von Miller espectacular y por un error de Newton. El 0-10 del marcador hacía prever que el camino de los Panthers iba a ser mucho más complejo de lo que pronosticaban las apuestas. Pese a que en el segundo cuarto, parecieron despertar con una serie de nueve jugadas para conseguir 73 yardas con la consecución de un acrobático ‘touchdown’ de Jonathan Stewart que ajustó el marcador hasta el 7-10, Denver pareció en todo momento mucho más sólido, en una pugna de ambos cuadros defensivos.
Y comenzaron a aflorar los errores provocados por la incertidumbre y los nervios de los de Charlotte; comenzando por un esas 61 yardas de retorno Norwood (el más largo en la historia de la Super Bowl) que no completó con un ‘touchdown’ de milagro. Sin poder llegar al primer down, los Broncos se conformaron con un ‘field goal’ que abría un poco más la herida del rival. El marcador al final de la primera parte reflejaba un 7-13 que, visto lo visto, empezaba a dilucidar quién se iba a llevar la Super Bowl.
En la segunda parte sucedió más de lo mismo. Un ‘field goal’ de 44 yardas fue desaprovechado por Graham Gano, que estrelló el ovoide en el palo. Nada parecía salirle bien a unos Panthers desquiciados por la defensa contraria y por la acumulación de fallos que marcaron su destino. Despúes la intercepción de un pase a Cam Newton, tras otro ‘sack’ de la defensa de Denver (siete en total), McManus sentenció a los Panthers con un ‘filed goal’ que ponía el marcador en un 7-16 que se hacía insalvable. A partir de ahí, el partido fue un cúmulo de jugadas que colisionaban una y otra vez con Von Miller y el pétreo muro defensivo de un colectivo que veía el partido controlado, haciendo que el rival no supiera reaccionar, sin saber acertar ante al desbarajuste ofensivo de unos Broncos que se sentían tan seguros atrás. Optaron por ver pasar el tiempo hasta el final del partido, haciendo lo que mejor saben. Mediado el último cuarto, Gano anotó un ‘field goal’ de 39 yardas para acercar a los Panthers a 10-16. Un solo ‘touchdown’ les separaba de la gloria. Pero todos sabían que el milagro no se iba a producir. No era una noche de celebración en Carolina. Había tiempo para una remontada épica, pero la gloria ya estaba escrita para los Broncos.
Las esperanzas se esfumaron en el momento en que un cariacontecido Newton perdió un balón ante su pesadilla, el todopoderoso Von Miller, que lanzó el balón a Manning a cuatro yardas de la ‘end zone’ rival para comenzar a ajusticiar a unos Panthers cuya muerte en este partido estaba anunciada. CJ Anderson, configurado durante esta temporada como el baluarte ofensivo del equipo, apuntilló con un ‘touchdown’ que acabó con esta Super Bowl. Hubo tiempo para que Peyton Manning, en la que ha sido su peor participación en una serie final (13 de 23 pases completados para 141 yardas sin ‘touchdowns’), se redimiera y aportara dos puntos más para cerrar el marcador con un 10-24 que finalizó con una de las Super Bowls más rocosas de los últimos tiempos. Los Denver Broncos demostraron que con una defensa sólida se puede ganar un título tan trascendental como este, sin recurrir a la figura del ‘quarterback’.
Von Miller fue designado como el MVP del partido y los Broncos ganaron su tercer título Vince Lombardi, después de los obtenidos en aquel ‘back to back’ de los años 1998 y 1999. También sirvió como posible rúbrica final a la carrera de una leyenda del fútbol americano como es Mannig, configurado a través de la historia como el ‘quarterback’ con más yardas de pase y con más asistencias de 'touchdown' de la historia. Ayer no fue su noche. No hizo ningún pase de anotación por primera vez en su carrera durante un partido de la fase final y lo derribaron por primera vez en su carrera en cinco ocasiones. Poco le importó. La labor de sus compañeros Von Miller (con dos valiosos ‘fumbles’) o T.J. Ward fue suficiente para mantener a raya a los Panthers, controlando en todo momento el marcador y el ritmo de las jugadas. No pasará como una de las mejores Super Bowls que se recuerden (la del año pasado puso el listón muy alto), pero hay que reconocer que este juego vive de la estrategia y la defensa de ayer ha sido de las más representativas de un modelo conservador y efectivo que forma parte de este gran espectáculo mundial.
La “otra” Super Bowl
En cuanto al otro evento mediático que genera una expectativa global, el ‘Halftime show’, el cotarro musical también muy esperado por los aficionados a la música y ajenos al evento puramente deportivo, es otro de los reclamos más esperados de la noche. Esta especie de macro-concierto que congrega a las figuras más importantes del mundo de la música contó en este caso con el grupo británico Coldpla, que hizo un mix de su repertorio más conocido; ‘Viva la vida’, ‘Paradise’, ‘Adventure of a Lifetime’ o ‘Fix you’ ante un público animado y un espectáculo colorido y multicolor. Sin embargo, fue cuando irrumpió esa fuerza de la naturaleza llamada Beyoncé cuando subió la temperatura musical del show. La pantera negra se unió con una impresionante coreografía a Chris Martin y su grupo, a la que se sumó Bruno Mars con los temas ‘Formation’ y ‘Uptown Funk’ cantadas a tres voces. Todos acabaron cantando al unísino en un número que recordó, a través de sus imágenes, algunos de los más importantes artistas que han pasado por estos 50 años de noche deportiva de alto nivel; Michael Jackson, James Brown, The Blues Brothers, Stevie Wonder, Aerosmith, U2, Shania Twain, Sting, Paul McCartney, The Rolling Stones, Bruce Springsteen, The Who o Katy Perry, entre muchos otros. Tampoco olvidemos que el ‘The Star Spangled Banner’, himno nacional de los Estados Unidos, también tuvo su voz en otra superestrella de la música como es Lady Gaga.
Por último, y como no podía ser de otro modo, otro de los ingredientes que dan vida a la fiesta es el reclamo de los intermedios televisivos en los que se concentran algunos de los spots comerciales más costosos y vistos del año. El protagonismo de Hulk y Ant-Man marcó el de Coca-Cola para lanzar su Coke Mini, Kevin Hart puso rostro a uno de los de Hyundai en una primera cita y el otro a Ryan Reynolds multiplicado por muchos clones. Willem Dafoe se travistió en Marilyn Monroe en el surreal anuncio de Snicker’s, las divertidas propuestas de Doritos pusieron la nota de humor con una pareja en una ecografía con final inesperado, la sensación extravagante del Puppy Monkey Baby de Mountain Dew’s, Wix.com y Kung-Fu Panda o la estampida de los perros salchicha en busca de los botes humanos de Heinz fueron algunos de los anuncios que sobresalieron en el espacio publicitario más caro del mundo que alcanzó los 167.000 dólares por segundo en la noche de ayer.
No podía faltar la presencia de los tráilers y teasers de los ‘blockbusters’ más mastodónticos que adquieren su dosis de protagonismo en esta cita deportiva; ‘Batman vs Superman’, la nueva aaventura del Capitán América: ‘Civil War’, ‘10 Cloverfield Lane’, ‘Eddie the Eagle’, ‘Independence Day: Resurgence’, la quinta cinta de la saga ‘Jason Bourne’, ‘Teenage Mutant Ninja Turtles 2’, la nueva versión de ‘El libro de la Selva’, ‘The Secret Life of Pets’ y sobre todo ‘X-Men: Apocalypse’ fueron algunos de los adelantos de una noche en la que en todo el mundo se consumen toneladas de perritos y hamburguesas, se cocina diversas variedades de carne a la barbacoa y se ingieren millones de litros de cerveza. La Super Bowl es el acontecimiento más seguido del año. Y nunca defrauda a todos su fans repartidos por el mundo entero.
Ver todos los anuncios de la Super Bowl aquí.
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domingo, 7 de febrero de 2016

XXX Premios Goya: La noche de ‘Truman’ y otra gala para el olvido

Ya en la anterior edición Dani Rovira, cómico de moda gracias a los taquillazos de ‘Ocho apellidos vascos’ y secuela, insistió a la platea en la celeridad de sus discursos de agradecimiento. Es una petición lógica en este tipo de saraos dada la duración de los mismos. También el año pasado él, que ganó el Goya al mejor actor revelación, se extendió mucho más que muchos compañeros de profesión a la hora de agradecer su premio, cuando instantes antes había metido prisa al personal con un ocurrente discurso para retribuir el esfuerzo colectivo y apoyos familiares en menos de treinta segundos.
Lo que ya no es de recibo es la parcialidad en el tiempo de corte aplicado a los premiados cuando sus monólogos (de discutible efectividad) fueron lo más dilatado de la noche. Fueron muchos los que se quedaron sin poder ni siquiera dar las gracias y, por si fuera poco, también se dictaminó esta norma de la cisura verbal a Natalia de Molina, ganadora a la mejor actriz principal. Muchas veces, en estas entregas el dinamismo se confunde con la falta de respeto a la familia del cine. Y anoche, se hizo una injusta demostración de esta norma hasta cierto punto comprensible.
No obstante, el evento se extendió hasta las más de tres horas, en un desarrollo arrítmico y con altibajos que persevera en la errónea obstinación de comenzar la fiesta del Cine Español con un número musical. Año tras año, la gala de los Goya no encuentra un signo propio y repite un patrón al estilo Broadway más desacertado que otra cosa. Eliminar los números musicales de las canciones nominadas en función de este tipo de entrada no ayuda ni al formato ni a la narrativa televisiva buscada. Por si fuera poco, este año, se han incluido un par de números de magia a cargo del ilusionista Jorge Blass, que resultaron tan descafeinados y fuera de lugar como poco vistosos.
Con una escenografía que no invita a lo espectacular ni a jugar con la variación de elementos visuales, Rovira tuvo sus momentos divertidos, sobre todo interactuando con los actores en el patio de butacas, pero excediendo el tempo de sus monólogos, dejando algunos momentos sonrojantes como ese ‘running gag’ acerca de lo bien que se come en su Málaga natal dirigido a los intérpretes foráneos ganadores de un Oscar Tim Robbins y Juliette Binoche. Un efecto ‘Bienvenido Mr. Marshall’ en toda regla. Lo que parece que funciona siguen siendo las siempre eficaces puyas a los políticos presentes, a lo que no fue ajeno el ministro de cultura en funciones Iñigo Méndez de Vigo, que se vio lisonjeado y alabado por su supuesto currículo ante la estupefacción del personal y el regodeo del representante del Partido Popular. Una muesca lamentable y servil. El resultado final dejó un poso de ostracismo autocomplaciente que deja a un lado el humor y el espectáculo para convertir la velada en una entrega de galardones funcional y aséptica.
La gala comenzó con un fallo de sonido que dejó en evidencia la logística del acontecimiento, aunque Rovira supo salir airoso del trance y proseguir como si nada hubiese sucedido. Pablo Alborán, esa estrella de la canción soporífera, recibió el primer Goya a su primera colaboración cinematográfica con ‘Palmeras en la Nieve’, agradeciendo a “sus seguidores y su fans”, junto a Lucas Vidal, el joven compositor que repetiría instantes después premio a la mejor banda sonora por ‘Nadie quiere la noche’. El premio al mejor actor revelación dejó una de las imágenes más virales de la noche que encendió los memes y los chistes en las redes sociales: la de un muy conmovido Daniel Guzmán al borde de las lágrimas al ver cómo el debutante Miguel Herrán recogía su cabezón con un emotivo discurso. La cinta de Isabel Coixet, que a priori no entraba como una de las ganadoras, empezó a cosechar estatuillas (banda sonora, maquillaje y peluquería y más tarde dirección de producción y vestuario). En el lado opuesto, ‘La Novia’, con doce candidaturas, comenzaba su palmarés con el premio a la mejor fotografía para Miguel Ángel Amoedo y se tuvo conformar con un sólo Goya más, el de la veterana Luisa Gavasa a mejor actriz de reparto.
Entre números de magia y algo de sosería con algún apunte de brillantez de la verborrea del anfitrión, la cadencia de los Goya encontró dos momentos a destacar; la aparición de Antonio Resines, que hizo de contrapunto a todos los presidentes que ha desfilado con su discurso de fondo (siempre con la piratería y desde hace un par de años con el IVA cultural) teñido de algo de desparpajo y humor que en su recta final cayó en un cariz plañidero que restó fuerza la reivindicación en beneficio de la industria del cine patrio. De hecho, en los aledaños, Tim Robbins, siempre un beligerante contra la política hipócrita, había dejado una frase rotunda contra el tratamiento del cine por parte del último partido gobernante: “sé que los españoles lucháis contra las fuerzas del mal. Conocemos su cara y cómo combatirlas”. Un buen ejemplo de cómo atizar con palabras más allá de lo políticamente correcto.
Pero si hubo un momento a recordar fue la entrega del Goya Honorífico al gran Mariano Ozores de manos de sus sobrinas Adriana y Emma. Un director emocionado que no olvidó agradecer su éxito a una lista de intérpretes trascendentales para nuestra cinematografía y sobre todo a ese público que hizo de sus películas auténticos fenómenos de taquillas. Con noventa y una películas a sus espaldas, el cineasta ha sido durante años infravalorado y vilipendiado por la nueva crítica y varias generaciones que no han sabido reconocer la valía de un artesano de la comedia que elaboró una filmografía al servicio de la demanda del público, creando un género propio que identificó y relacionó el humor y la sátira a un sentido vital de narrar historias y reflejo de la España de la época. Un Goya merecido que la platea le devolvió con una sonora ovación y dejó la imagen del respeto con todos los asistentes de pie en un largo aplauso. Ozores se merece esto y mucho más, porque es uno de los grandes de nuestro cine.
Antes, Javier Cámara abría con el correspondiente al mejor actor de reparto la lista de premios que irían a parar a la gran triunfadora de la noche, ‘Truman’, una colosal obra con un inconfundible estilo a la hora de profundizar en los miedos y las bondades del alma humana. También el Goya a la mejor película extranjera fue a parar a la francesa ‘Mustang’ de Deniz Gamze Ergüven, cinta que no se ha estrenado en salas, lo que pone en entredicho las bases de la Academia a la hora de premiar un filme internacional. Por el contrario, ‘El Clan’, de Pablo Trapero se hacía con todos los honores y reconocimiento con el de mejor película iberoamericana. ‘Anacleto’ y ‘El desconocido’ no se iban de vacío y lograban sendos Goya a los mejores efectos especiales y mejor sonido (ésta además el de montaje), respectivamente.
La noche se estaba alargando y entraron las prisas, cortando de raíz los agradecimientos de los departamentos con más de una persona deseando dar las gracias, haciéndose evidente en el Goya al mejor corto documental ‘Hijos de la Tierra’, de Axel O’Mill Tubau, Patxi Uriz Domezáin o entre otros la de mejor diseño de vestuario (‘Nadie quiere la noche’) . El primero se quedó sin decir nada, mirando absorto cómo la retahíla sin sentido del segundo, que consumió el tiempo del discurso. Sería la tónica a partir de ese momento de la noche. Joan Manuel Serrat cantó ‘Los fantasmas del Roxy’ e Irene Escolar hizo buenos los pronósticos al llevarse el de mejor actriz revelación por ‘Un otoño en Belín’.
Tras uno de los momentos álgidos de la presentación de Rovira, al protagonizar un dueto musical junto a Berto Romero adaptando una canción de Mecano con ‘Nariz contra nariz’, la recta final tuvo como protagonistas al equipo de Gay y su magnífica ‘Truman’. Después de que ‘Atrapa la bandera’, de Enrique Gato (mejor película de animación) o Fernando León de Aranoa sumara un premio más a su colección de Goyas (mejor guión adaptado con ‘Un día perfecto’), Cesc Gay y Tomàs Aragay recogieron el galardón al mejor guión original.
Natalia de Molina cerró la diversidad con el Goya a la mejor actriz principal en un discurso de nuevo cercenado por las prisas. También es cierto que tras esta inesperada interrupción, Ricardo Darín improvisó con cordura y elegancia en un discurso como ganador al mejor actor principal en los límites del tiempo determinado por ese guión inconexo y baldío. Volvería a subir de nuevo Cesc Gay, dos veces. Una como director, agradeciendo el talento de sus compañeros y competidores y otra, con todo el equipo arropando a su productora Marta Esteban, como la mejor película española de 2015. Respecto al reparto de premios, nada que objetar. ‘Truman’ acabó siendo la gran triunfadora de la gala con cinco goyas (película, dirección, actor protagonista y de reparto y guion original. Seguida de ‘Nadie quiere la noche’, de Isabel Coixet, con cuatro (música original, maquillaje, dirección de producción y diseño de vestuario) y dejó el sinsabor a Paula Ortiz y su equipo de ‘La novia’, que partía con doce nominaciones y se llevó dos Goya pasando a ser la gran “derrotada” de esta edición para olvidar.
Hasta que no se dé con un sentido propio del espectáculo ajustado a nuestro cine, rompiendo corsés convencionalistas y remedos extranjeros y se asuma la grandeza del talento hacia una voz propia, los Goya están destinados a reiterar errores. Falta un poco más de improvisación, de humor, de energía, de guión libre para ofrecer lo que algún día, esperemos, suceda: la cristalización de una gala que satisfaga y sorprenda a partes iguales. De momento, se eterniza en ese “quiero y no puedo” aparte del palmarés y la gran cosecha del cine español que se viene dando desde hace décadas, por mucho que se consiguiera un 25,8% de ‘share’ en audiencia.
LO MEJOR
- El reconocimiento a Mariano Ozores, que durante años ha sido ultrajado por un cine que llenó salas y respondía a la demanda del público convirtiendo cada comedia en un taquillazo.
- Ricardo Darín, un actorazo tan elegante como vibrante en todas las facetas de la profesión.
- Lo bien que agradece los premios Cesc Gay, un maestro a la hora de alabar el trabajo colectivo y reivindicar el trabajo de grupo e individual de forma enérgica y fugaz. Todo un ejemplo.
- Algunos chistes y dardos de Rovira, en especial los relacionados con Lola Flores y el ‘crowdfunding’, el paso de esos treinta años de ceremonia, pero sobre todo la frase relacionada con el IVA cultural del PP: “Si no bajan el IVA de un yate, a mí me da igual porque no tengo yate. Pues lo mismo le pasa a Montoro con la cultura”.
- Inma Cuesta, sencilla y bella, reconociendo de entrada que si no ganaba ya habría más oportunidades, admitiendo y reconociendo el talento de sus compañeras nominadas. Finalmente ganó De Molina.
- La elegancia de la veterana Luisa Gavasa, que también dio una lección de glamour en los premios Feroz.
- La asistencia de Tim Robbins, Juliette Binoche, Javier Bardem o Penélope Cruz entre otros, que se acercaron al Hotel Marriott Auditorium de Madrid para darle lustre a esta trigésima celebración de los Premios. Otra cosa es si valió la pena.
- Que este año no hubiera actuaciones musicales a cargo de Miguel Poveda y Alex O'Dogherty.
- Antonia Guzmán, abuela de Daniel Guzmán, nominada como mejor actriz revelación por ‘A cambio de nada’ reveló que iba vestida por ella misma y su hija “que se han dedicado toda la vida a la costura”. Grande.
- Úrsula Corberó.
LO PEOR
- La rectitud de los presentadores, ajustándose a un guión encorsetado a la hora de nombrar a los nominados y entregar el premio.
- Un guión que dejó la sensación de dilatación innecesaria en los monólogos del anfitrión, muchas veces sin ritmo, con algunos chistes que no funcionaron.
- El poco partido que le sacaron a la celebración de las tres décadas que cumplían los premios. Otro de los ejemplos y culmen de la insipidez y desgana del montaje del show.
- Los números de magia. Con todo el respeto y admiración hacia Jorge Blass.
- Ese insospechado homenaje al maestro Luis Buñuel con los tambores de Calanda, posiblemente para despertar del letargo provocado por la gala a asistentes y espectadores.
- La polémica que se ha generado en torno al ninguneo en la alfombra roja a los guionistas, principales valedores del cine y que explica muy bien Ángela Armero, Presidenta del Sindicato ALMA.
- Que el Goya Honorífico a Marino Ozores no viniera de manos de Andrés Pajares y Fernando Esteso
- Los políticos, independientemente del partido al que corresponden, que asistieron a la gala y se hicieron protagonistas de una noche que no les pertenecía. Pdr Snchz, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Íñigo Méndez de Vigo, Manuela Carmena; Cristina Cifuentes, Alberto Garzón y Patxi López no sobraban, pero sí el excesivo caso mediático que se les hizo.
- La sonrisa de plástico de Isabel Presyler, orgullosa de su flamante maromo Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura y presentador de los premios de guión.
- Yolanda Ramos, presentando el premio a maquillaje y peluquería, cuando precisamente era algo que deberían haber cuidado un poco más a la hora de salir al escenario.
- El peinado de Victoria Abril, rozando lo estrambótico y lo ridículo. A la fiesta de lo barroco, se unió el atuendo medieval de Óscar Jaenada.
- La selección y edición de las fotos del ‘Inmemorian’ fue nefasta, cutre y casi un agravio a los profesionales que se fueron para siempre en este curso cinematográfico.
- Planos que no estaban a foco en muchos momentos de la (siempre) estupenda realización por parte del equipo de RTVE.
- La falta de ‘sketchs’, de vídeos de humor, de buen rollo. Algo que se viene repitiendo desde hace algunos años.
- Que Resines no cantara un rap.
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lunes, 11 de enero de 2016

David Bowie, inmortal

(1947-2016)
La muerte de David Bowie deja al mundo de la música sin uno de sus artistas más revolucionarios, sin un icono del siglo XX que supo convertir el ‘glam rock’ en una bandera identificativa y una seña de identidad que trasfirió desde la iniciática The Konrads, The King Bees o The Lower Third para grabar con letras de oro obras maestras en forma de disco hasta su último ‘Blackstar’, su vigésimo quinto álbum de estudio puesto a la venta hace tan sólo tres días. En contaste reinvención, desafiando las normas y deconstruyendo géneros musicales para adaptarlos a un estilo inconfundible y transformador, exploró formal y conceptualmente todas las posibilidades y facetas de la música. Supo combinar influencias clásicas y novedosas y ejerció de adalid en reformulaciones estéticas y escénicas desde un punto de ambigüedad siempre ligado a un concepto reivindicativo y vanguardista.
El camaleón, el hombre de las mil caras, el Duque Blanco, Ziggy Stardust… se ha ido para siempre, dejando con su música una parte fundamental para la Historia. La que se inscribe en canciones como ‘Let's Dance’, ‘Heroes’, ‘Under Pressure’, ‘Ziggy Stardust’, ‘Rebel, Rebel’, ‘Life on Mars’, ‘Suffragette City’, ‘Fame’, ‘Ashes to ashes’, ‘This is not America’, ‘The Man Who Sold The World’, ‘We are we now?’, ‘I Took a Trip on a Gemini Spacecraft’, ‘Space Oddity’… y tantas otras convertidas en himnos imprescindibles.
Bowie, en su faceta de extraterrestre andrógino y promiscuo, impuso una imagen desafiante y distinta para proponer una vez tras otra un amplio catálogo estilístico. Nos ha dejado un provocador implacable de talento inagotable. David Robert Jones es leyenda desde hace muchas décadas, pero a partir de hoy, precisamente con su fallecimiento, el singular artista que hizo de su imagen y representación musical un prototipo de la proyección del músico como personaje se ha vuelto inmortal como una estrella incandescente.

jueves, 31 de diciembre de 2015

Resumen Abismal del 2015 Cinematográfico

TOP TEN 2015
10. ‘Sicario (Sicario)’, de Denis Villeneuve.
El descubrimiento de una pila de cuerpos humanos en descomposición escondidos detrás de los paneles de yeso de una casa suburbana de Arizona abre el detonante de una película que observa su desarrollo desde la mirada de una jefa de la unidad de secuestros y rescates del FBI que se mete de lleno, junto a un enigmático consultor de oscuro pasado, en el laberinto que supone la guerra de la droga entre los cárteles y las fuerzas gubernamentales en ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México. Estos son los mimbres que Taylor Sheridan (guionista de ‘Hijos de la Anarquía’) pone al servicio de Villeneuve para esbozar su más ambiciosa producción en Hollywood. La séptima cinta del cineasta canadiense, mucho más consciente de su complejidad de lo que en realidad resulta, profesa un poder de fascinación por la brutalidad y la violencia extrema que impregna la atmósfera de un filme que escarba en la tentacular red de intereses diluida en los límites entre el bien y el mal, la ley y el crimen y cuya única tramitación proviene de la misma cloaca de la que proviene el origen del problema.
A pesar del carácter estereotípico que parecen manifestar los roles que desfilan por el relato, a Villeneuve, como un efecto recurrente en su filmografía, le interesa ir alternando la importancia de sus personajes dentro del relato para describir en juego de espejos sobre la descomposición moral en uno y otro lado de la aduana. Como sucediera en ‘Traffic’, de Steven Soderbergh, aquí no existe el efectismo ornamentado para trasmitir la crudeza de ese vértice de oscuros intereses para mostrar una realidad paralela que existe la frontera de dos mundos opuestos y subsidiarios. El objetivo no es tanto recalcar el lado más lóbrego del problema, sino introducir al espectador en la maquinaria, el desarrollo y las consecuencias del tráfico de drogas que se nutre de la ética dudosa, impulsos violentos y una organización que va más allá del ámbito criminal.
9. ‘Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (En duva satt på en gren och funderade på tillvaron)’, de Roy Anderson.
Uno de los aspectos más sugestivos de una película tan inquietante como la de Roy Anderson es su divergencia ante cualquier tipo de complicidad con el espectador, que puede rehusar por su estética antipática y fría a la hora de construir una opinión sobre esos dioramas con los que se muestra el choque existencial y orquestado entre la comedia y la tragedia. Curiosamente, esta película de cruel y simbólico título es el cierre de otra trilogía formada por ‘Canciones del segundo piso’ y su prolongación ‘La comedia de la vida’. Con una extraña cinemática ilusionista, de semblante blanquecino e inexpresivo, Anderson pone al espectador en la incómoda situación de enfrentarse a tres formas distintas de afrontar la muerte mediante una comedia negra que esconde una turbulenta monotonía de estudiado hieratismo, como si se tratase de la sugerencia sensitiva de las estáticas esculturas de Duane Hanson o del salmantino Enrique Marty. La muerte como culminación absurda y vulgar de la vida es el resultado de la infección de una sociedad enferma y carente muchas veces de sentido y valores.
‘Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia’ es una surreal obra de cámara compuesta por una sucesión de milimétricas secuencias con atributos estéticos que recuerdan a los ‘tableaux vivants’ franceses y que mezclan desesperación, nostalgia, impiedad o soledad para definir el cinismo canalizador como invitación al pensamiento a través de la historia de esos dos perdedores que venden de artículos de broma enfrentados a la muerte como signo del destino de todo ser humano. Un grotesco y pesimista filme que combina de forma magistral la dramaturgia trágica con un sentido del humor que camina entre el filo de la frialdad y el estatismo, lo sarcástico y perverso, la vacuidad y lo trascedente… La existencia en sí misma. Un compendio incomprensible y absurdo, como la vida misma.
8. ‘It Follows (It Follows)’, de David Robert Mitchell.
Con resonancias de la obra magna del cómic ‘Agujero Negro’, de Charles Burns, el prometedor Robert Mitchell sustituye patologías biológicas por miedos personificados en “algo” que te persigue. Manteniendo el trasfondo sexual como metáfora de una enfermedad vírica, se remite así a aquellos años de miedo por otro tipo de contagios que recuerda bastante al estigma global que era la enfermedad del SIDA durante los años 80. En ese estrato, la narración de terror adopta un tono de abstracción que hermana la dimensión tradicional de épocas pretéritas con la psique adolescente configurada dentro el Siglo XXI. De ahí, que se haya aludido a maestros del terror como John Carpenter o Wes Craven a la hora de elogiar una película tan fascinante a la hora de explorar ese purgatorio de terrores e inseguridades que se da entre la infancia y el mundo adulto. Mediante un cuidado proceso de planificación que renueva formalmente los nuevos signos del género, precisamente, volviendo a las raíces de lo más básico, ‘It Follows’ representa con inteligencia y gran dominio del medio los principios constitutivos y constituyentes del universo del terror vinculados al el eros y el tánatos.
Como una alegoría flexible y sutil de esa angustia adolescente plagada de traumas sexuales que se adhieren y pueden ser crónicos y sin cura; como esa protagonista que se ofrece a tres jóvenes en un yate o su eterno enamorado, recorriendo los suburbios más infectos de Detroit en busca de putas desdentadas para quitarse de encima una maldición desconocida o enfrentarse al terror en una piscina anmiótica y enfrentarse al pasado y la pérdida. Esta obra de culto desentierra, mediante una sensibilidad fuera de lo común, un enigmático viaje de desafectos emocionales vinculados a las nuevas tecnologías, representados de forma eficaz y ambigua con la generalización de la ausencia paternal, donde estos hijos de nadie viven en las afueras suburbiales de una ciudad como Detroit, que representa el paradigma de la crisis y que es el lugar de donde emerge el Mal.
7. ‘Citizenfour (Citizenfour)’, de Laura Poitras.
Siguiendo la intencionalidad argumental y el estilo destructivamente crítico tras el 11-S que impusieron ‘My country’ y ‘The oath’, esta tercera parte de una trilogía redondea esa impecable voz crítica de Laura Poitras en su voluntad por desmitificar una nación autoproclamada como la gran potencial internacional, desmontando sus valores y sacando lo peor de su orgullo mundial. En una habitación de un hotel de Hong-Kong, junto a los periodistas Glenn Greenwald y Ewen MacAskill, Poitras dibuja un perfil minucioso de Edward Snowden, un ex analista de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), cuyas confesiones sacaron a la luz las macabras prácticas de espionaje por parte de esta organización que ha vulnerado todos los derechos ya no sólo de las entidades espiadas con carácter y objetivos geopolíticos, si no de cualquier persona de a pie que utilice las nuevas tecnologías. Destapado y perseguido por antipatriota y delator, este ‘whistleblower’ (o alertador) va destapando con su confidencia cómo la NSA rastrea entre miles de millones de metadatos obtenidos en sus actividades de espionaje indiscriminado utilizando nuevos modelos de vigilancia online, centralizando el acceso a datos intervenidos masivamente por distintos organismos y países.
El resultado es una impresionante obra de investigación tan valiente como necesaria, que se posiciona como documento histórico y hegemónico y sirve como advertencia al mundo. ‘Citizenfour’ saber crear, a través de las revelaciones de Snowden, una tensión narrativa y un tempo interno que la hacen tan apasionante como un gran ‘thriller’ de Hollywood de espionaje. La gran diferencia con cualquier superproducción es que esto no es ficción. A través del retrato de este hombre que renuncia a sus privilegios por una cuestión de ética y pone en riesgo su vida prescindiendo de su seguridad y libertad, Poitras revela un escalofriante análisis sobre cómo la sociedad libre es en realidad una tela de araña tejida con mentiras y delitos ocultos que afectan a toda un mundo absorbido por el individualismo de las redes sociales y la comunicación 2.0 que impone el ogro capitalista en el que vivimos. Puro cine de terror que afecta de una manera muy directa al ciudadano moderno que no es más que una marioneta en manos de un coloso que prometió libertad y democracia y ha devuelto su promesa convertida en todo lo contrario.
6. ‘Inherent Vice (Puro vicio)’, de Paul Thomas Anderson.
La caleidoscópica ‘Inherent Vice’ vuelve a revelar que Paul Thomas Anderson sigue empeñado en ejercer de virtuoso cronista de la historia de Estados Unidos con esta adaptación de la novela de Thomas Pychon. En ella, Larry ‘Doc’ Sportello, un detective hippie y fumeta, se complica la vida al investigar el caso propuesto por una antigua novia al revelarle el plan de la ex mujer de su multimillonario amante para meterlo en un psiquiátrico y quedarse con su dinero. En su camino se cruzará otro, el de un misterioso e intrigante músico, que abandonó a su familia y que ha fingido su propia muerte. Mediante estas dos líneas argumentales, la mirada alcaloide de un estupendo Joaquin Phoenix va transitando, casi de forma etérea, dejándose llevar por la psicodelia de los procelosos años 70 yanquis de la costa californiana, bajo una voz narrativa evocativa con ecos del ‘noir’ y del ‘hardboiled’ que recorre callejones narrativos insondables y formula una introspección confusa y surrealista, pero perfectamente trazada.
A pesar de lo elusivo de una trama difícil de procesar, que parece reordenarse en sectores de paréntesis alucinatorios y de los estrambóticos encuentros con los personajes relacionados y ajenos a la doble investigación, Thomas Anderson logra sintetizar el puzzle dialéctico y traducir la inspiración del caos y la prosa lisérgica de las páginas de la novela de Pychon con una conducta casi orgánica, mediante sus hipnóticas imágenes de puro cine visceral capaz, sin temor a diseccionar épocas y universos ajenos con un destreza visual y una maestría compositiva sólo al alcance de los grandes maestros de la historia del cine norteamericano. Esta vez, desgranando el trasfondo histórico americano a modo de tragicomedia que confronta dos movimientos antagónicos como son el idealismo antimaterialista y la globalización de control social que acaba por fagocitar y subvertir cualquier tipo de activismo y que dio al traste con la contracultura estadounidense en pleno apogeo de la época.
5. ‘‘Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia) (Birdman)’, de Alejandro González Iñárritu.
Desde su primer plano, ‘Birdman’ evidencia que no es una película corriente. La cinta de Iñárritu se asienta sobre las inseguridades de un artista en busca de su identidad, intentando escapar del encasillamiento que ha absorbido su vida y obsesionado por complacer a crítica y público, rastreando una alternativa distinta de éxito y de su renacimiento en las entrañas del St. James Theater de Broadway. Tiene mucho de oscura sátira relacionada con el universo actoral y el negocio del cine, aumentada por la realidad que adopta un metadiscurso que no distingue, como no podría ser de otro modo, entre la comedia y la tragedia, la ilusión y la realidad. El entramado de ‘Birdman’ expone así el delirio de un hombre que ansía alcanzar tanto la comunión entre espectadores y crítica, como la dignificación de su trabajo y conciliar también las voces discordantes que enfrentan su pasado; la de Raymond Carver, hombre que supuso el ideal artístico de su infancia y la voz de Birdman, ajeno a sus aspiraciones de dignificación como actor y autor respetable.
La ganadora del Oscar a mejor película de 2014 es la construcción de una abstracción mental que acaba por alejar a su protagonista de la fantasía de triunfar en el mundo del teatro por otra netamente virtual que recompensa y reconcilia al hombre con un final mucho más cruel que el miedo al fracaso. Se trata de la transición de hombre a pájaro, de actor teatral a superhéroe comercial, un ave que abre la jaula y entiende el significado pueril de la existencia. Es entonces cuando resuenan las palabras llenas de verdad de su ex mujer al confesarle que dentro de su delirio como artista siempre “confundió ser admirado con el ser amado”.
4. ‘The Assassin (Nie yin niang)’, de Hou Hsiao-Hsien.
Tras ocho años alejado de las cámaras, el cineasta de culto Hou Hsiao-Hsien rehúsa de los dramas realistas a los que tiene acostumbrado al conocedor de su cine, para abordar un género como el ‘wuxia’ de artes marciales, con una historia ambientada en la China del Siglo IX. Con ella reconvierte el lenguaje de ese cine celérico basado en las luchas de espadas y cuerpo a cuerpo en algo propio, llevado a un terreno lingüístico propio. Su planteamiento se acerca a un fascinante híbrido de la caballería asiática de diestros guerreros y soldados y un cine más contemplativo, donde las emociones se delegan hacia un doble estrato de sentimientos y pugna metafórica. Hou Hsiao-Hsien descompone cualquier artificio espectacular mediante una complejidad narrativa que esconde un efecto metafórico que interioriza el entorno y lo atávico respecto a los personajes que lo pueblan.
La historia en la que la joven Nie Yinniang (Shu Qi) se enfrenta a su pasado y a sus raíces para cobrarse venganza contra el gobernador es una elegante y poderosa obra que encuentra un equilibrio encontrado en los colores y texturas en cada tiro de cámara, en cada encuadre, que busca en su composición la conjunción perfecta de sus bellas imágenes estéticas a través del perfeccionismo de departamentos como el cardinal vestuario de Wen-Ying Huang o la grandeza visual que impone la fotografía de Ping Bin Lee. Como una danza entre el poder expresivo de la calma y el dinamismo de la lucha, la coreografía de ‘The Assassin’ traza un pictoricismo de resonancias poéticas con una dialéctica que asume tanto la importancia de la raigambre asiática como la del propio autor tras una obra majestuosa.
3. ‘Whiplash (Whiplash)’, de Damien Chazelle.
‘Whiplash’ es la adaptación del cortometraje homónimo que el propio Chazelle ha logrado convertir en un filme de culto sobre un tema universal que intenta dar respuesta a complejas cuestiones sobre la naturaleza del artista; ¿un genio nace o se hace? ¿Se necesita más que talento para alcanzar la verdadera grandeza en cualquier disciplina? Con ellas, se indaga en la gnosis de la autoexigencia enfermiza, en esa obsesión tan yanqui (y cada vez más globalizada) de la cultura del triunfo, de la superación personal y el miedo al fracaso, que adopta un cariz de patología sobre las bondades supremas de la competitividad. Se trata de un mosaico sobre personalidades obsesivo-compulsivas que sufren por llegar a culminar los sueños alcanzados por medio de la excelencia, sin importar el agotamiento de la fuerza interior empujada a través del dolor.
Uno de los aspectos invisibles que atribuye a ‘Whiplash’ esa condición de película excepcional es la destreza de un cineasta que apura la utilización del ‘scope’, que sabe aprovechar con gran refinamiento los primeros planos, los cortes en relación a los instrumentos, metaforizando por medio de la imagen los vacíos o miradas que efectúan una concepción narrativa con implicaciones que superan lo descriptivo. Película visceral y compleja, ‘Whiplash’ materializa una poderosa disección sobre la obsesión malsana de llegar a cumplir los sueños y que funciona con la precisión de una orquesta de jazz, sin dejar espacio para la improvisación cuando, de forma contraria y paradójica, el género del jazz es tan proclive a la espontaneidad creativa para preguntarse si vale la pena tanto sacrificio.
2. ‘Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road)’, de George Miller.
No estamos ante la continuación lógica de sus antecesoras, sino que recoge ese páramo distópico gobernado por deshumanizados seres con tendencias sádicas en un territorio sin ley. El contexto de esta nueva superproducción se sigue fijando en ciudad descentralizada y autárquica en medio de la nada, poblada por bandas de crueles merodeadores. ‘Mad Max: Furia en la carretera’ es una película que no elucida sobre preguntas relacionadas con los personajes pretéritos que asolan la conciencia de Max, ni el significado etéreo del Valhalla, ni porqué Furiosa perdió su brazo izquierdo, ni por qué la Tierra Verde ahora está poblada por figuras grises que caminan con zancos sobre el lodo y pervive en la oscuridad plagada de cuervos. El guión no acude a la justificación para describir esa titánica cacería humana ante el chirriante rugido de motores, si no que escudriña sutilmente ese espíritu del ‘Ozploitation’ que articulara un poco conocido género australiano de finales de los 70 y principios de los 80.
La gran baza es su aparente sencillez, porque bajo esa especie de ‘freakshow’ con un exceso de ingredientes que rozan lo surreal y lo grotesco (el guitarrista eléctrico colgado a modo de marioneta o la percusión que acompaña los ataques), se esconde un extraño halo de película de autor, tan personal como identificativa. Como un homenaje deformado de ‘La diligencia’, de John Ford o de ‘Raíces profundas’, de George Stevens, la nueva y alucinógena entrega de Miller es un ‘western’ futurista que renuncia con reciedumbre a admitir los métodos y los códigos propios del género. Con una pulsión operística cimentada en la energía y adrenalina, esta cuarta parte de ‘Mad Max' es una orgía destructiva de un caos de poderosa sugestión, una espectacular experiencia visual de alto octanaje con el genuino sabor de un cine perdido.
1. ‘Del revés (Inside Out)’, de Pete Docter y Ronnie Del Carmen.
El refuerzo colectivo y la retroalimentación con el proceso iterativo de Pixar han dado como consecuencia quince largometrajes en los que el espectador ha vivido auténticos torrentes de sentimientos con pluralidad de matices a través de las aventuras de juguetes, insectos, peces, superhéroes, coches, monstruos, una rata, robots, un octogenario y un niño… A estas alturas, nadie pone en duda la capacidad visionaria de un sello propio (por mucho que Disney asome primero en los créditos) que ha puesto de manifiesto unos valores con los que han sabido transmitir su conceptualización del entretenimiento infantil, transformándolo en una filosofía única con la que abordar terrenos en la animación que nunca antes se habían emprendido por lo aparentemente irracional de tamaños desafíos.
‘Del revés (Inside Out)’ constata esa mágica combinación de imaginación, ingenio, brillantez y temeridad que sigue superando barreras y haciendo imposible adjetivar tanto potencial fílmico. Con un sentido lúdico y profundo, estamos ante una hermosa aventura y nada complaciente, que impone una realidad más allá que la de un examen de proceso de maduración. En algo aparentemente irrealizable como plasmar nuevos límites inexplorados ciñéndose a cinco emociones que protagonizan el filme; la ira, el asco, el miedo, la tristeza y la alegría, que se coordinan dentro de la personalidad de Riley, una niña de once años. Docter y Del Carmen, recuperan la doble perspectiva impuesta por la marca de la casa; hacer reír a los niños y llorar a los padres, esta vez sin esa reconocible tenue moralina, desplegando una inventiva sin fronteras y sin perder de vista numerosos hallazgos en la creación de magia visual y sensibilidad emocional al sondear las cuestiones más profundas sobre lo que importa en la vida.
DIRECTOR 2015
George Miller (‘Mad Max: Furia en la carretera’).
Tras una larga espera de treinta años, el regusto por los viejos clásicos con aroma de modernidad volvió a la gran pantalla con una película como ‘Mad Max: Furia en la carretera’, tras uno de los rodajes (seis meses en Namibia y Sudáfrica) y una de las post-producciones más largas de los últimos años. El resultado no ha podido ser más sorprendente; no sólo ha revelado a este director de setenta años ha vuelto a lo más alto con su universo más conocido como una agradable recuperación, sino que su regreso a los páramos desérticos ha devuelto a un Miller ajeno a las modas del ‘blockbuster’. Ha sido capaz de rehabilitar el espectro contextual de un apocalipsis abstracto dentro de un futuro árido de dunas sinuosas. Sólo un director como él podía orquestar un mundo inhumano con personajes llevados por los instintos más primarios de supervivencia, asemejándolo a un cuadro de El Bosco, con estética acre de desazón anticipatoria.
Miller ha regresado al género de acción con gran inspiración a la hora de poner en imágenes un frenesí que supura acción sin límite, mostrada casi a la velocidad a la que circula la aniquilación moral y espiritual que vertebra la tetralogía. Si hay algo que galvaniza la sustancia de la saga y que alcanza aquí su cota más apoteósica, es el ritmo infernal que propone la cinta. Y ello le ha llevado no sólo a convencer en su resurrección de ‘Mad Max’, sino a convencer a público y crítica hasta el punto de empezar a recibir alguno de los premios más importantes del año a mejor director y colocarse como uno de los favoritos de cara a las apuestas de los Oscar.
ACTOR 2015
Michael Keaton (‘Birdman’, ‘Los Minions’).
Cuando en la pasada edición de los Oscar, Eddie Redmayne subió a buscar el premio por ‘La teoría del todo’, el enésimo biopic con personaje desvalido y con algún tipo de síndrome que convierte el drama en paroxismo, se rumoreó que Keaton guardó un papel con el discurso de agradecimiento. La realidad es que a pesar de que el protagonista de ‘Los miserables’ se haya convertido en el chico de moda, Michael Keaton demostró con Riggan Thomson, su personaje en ‘Birdman’, ser el alma mater de un reparto en estado de gracia. Su asombrosa capacidad interpretativa, precisamente, reside en la desnudez emocional con la que moldea a un personaje inolvidable que se alza entre la redención y el olvido y que Keaton captura brillantemente en su angustia y locura.
Keaton es ese actor histriónico y demencial que proviene de la comedia y parecía haber terminado sus días en producciones inadecuadas a un talento descomunal. Esta nueva oportunidad interpretando brillantemente al ídolo caído que intenta sobreponerse al peso del personaje que lo hizo famoso, llamémosle Batman, Bitelchús o cualquier otro rol de los 80, década en la que su estela era la de una estrella interpretativa en toda regla, ha llegado con la madurez de un actor que puede hacer lo que quiera dentro de Hollywoood porque tiene algo que ni Redmayne ni muchos otros actores de nuevo cuño poseen: veteranía, valentía y nada que perder. Keaton es un icono y ahora está en una posición diferente. Y eso juega a su favor.
ACTRIZ 2015
Jessica Chastain (‘El año más violento’, ‘La desaparición de Eleanor Rigby’, ‘Marte’, ‘La cumbre escarlata’).
Desde hace tiempo viene siendo uno de los rostros más solicitados del último cine de Hollywood. Sin hacer mucho ruido, y a base de talento e interpretaciones de elogio, Jessica Chastain ha dejado de ser una promesa para constatar su solvencia entres las mejores actrices de su generación. Su capacidad de metamorfosis y su versatilidad al frente de cualquier papel, ha hecho de ella un inconfundible reclamo que está caracterizando su emergente carrera por la audacia que muestra a la hora de seleccionar sus papeles. Desde que Terrence Malik la eligiera para formar parte de su regreso al cine en ‘El árbol de la vida’, la filmografía de Chastain no ha hecho más que transmutar su imagen desglosando una dimensión interpretativa muy destacable alternando papeles en cintas independientes hasta ‘blockbusters’ donde su dedicación y singularidad en un universo marcado por lo efímero de la fama.
Chastain ha estado presente en cuatro grandes películas de 2015, diversificando géneros y personajes, desplegando esa magia con un esplendoroso rostro cuyo secreto es una transformable sencillez y credibilidad a través de la emoción que aporta al abanico de personajes a los que da vida. En pantalla puede ser un personaje voluble y apocado, pasando por una entrañable figura matriarcal, una mujer de acción agente de la CIA u otra deshecha por una tormentosa ruptura sentimental o la esposa de un hombre de negocios que rehúsa a ser el arquetipo de mujer florero. Chastain tiene un futuro con las puertas abiertas. El cierto aire a Julia Roberts, su descaro y esa inconfundible piel de porcelana y melena de fuego la convierten en un referente femenino que da prioridad a su estatus de actriz todoterreno más allá que el de la estrella cinematográfica en la que se ha convertido. Y ésa es la clave de su éxito.
PELÍCULAS DESTACADAS
- ‘Ex Machina’, de Alex Garland.
- ‘La mirada del silencio (The Look of Silence)’, de Joshua Oppenheimer.
- ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza (Star Wars: the Force awakens)’, de J.J. Abrams. (Leer crítica).
- ‘Misión imposible: Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation)’, de Christopher McQuarrie.
- ‘La casa del tejado rojo (Chiisai Ouchi)’, de Yôji Yamada.
- ‘Mandarinas (Mandariinid)’, de Zaza Urushadze.
- ‘Maps to the Stars (Maps to the Stars), de David Cronenberg.
- ‘Bernie (Bernie)’, de Richard Linklater.
- ‘La oveja Shaun: La película (Shaun the Sheep Movie)’, de Richard Starzak, Mark Burton.
- ‘Corazones de acero (Fury)’, de David Ayer.
- ‘Dheepan (Dheepan)’, de Jacques Audiard.
- ‘Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron. The Avengers 2), de Joss Whedon.
- ‘Langosta (The lobster)’, de Yorgos Lanthimos.
- ‘Calvary (Calvary)’, de John Michael McDonagh.
- ‘The Guest (The Guest)’, de Adam Wingard.
- ‘Foxcatcher (Foxcatcher)’, de Bennett Miller.
- ‘National Gallery (National Gallery)’, de Frederick Wiseman.
- ‘El Club (El Club)’, de Pablo Larraín.
- ‘Lejos de los hombres (Loin des hommes)’, de David Oelhoffen.
- ‘El Clan (El Clan)’, de Pablo Trapero.
- ‘El puente de los espías (Bridge of Spies)’, de Steven Spielberg.
- ‘Conducta’, de Ernesto Daranas.
- ‘Love & Mercy (Love & Mercy)’, de Bill Pohlad.
- ‘The Imitation Game (Descifrando Enigma)’, de Morten Tyldum.
- ‘Mr. Holmes (Mr. Holmes)’, de Bill Condon.
- ‘Mientras seamos jóvenes (While We're Young)’, de Noah Baumbach.
- ‘Una chica vuelve a casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night)’, de Ana Lily Amirpour.
- ‘Yo, él y Raquel (Me & Earl & the Dying Girl), de Alfonso Gomez-Rejon.
- ‘Marte (The Martian)’, de Ridley Scott.
- ‘La cumbre escarlata (Crimson Peak)’, de Guillermo del Toro.
- ‘Pride (Orgullo)’, de Matthew Warchus.
- ‘El año más violento (A Most Violent Year)’, de J.C. Chandor.
- ‘Phoenix (Phoenix)’, de Christian Petzold.
- ‘White God (Feher isten)’, de Kornél Mundruczó.
- ‘Eden (Eden)’, de Mia Hansen-Løve.
PEORES PELÍCULAS
- ‘Cincuenta sombras de Grey (Fifty Shades of Grey)’, de Sam Taylor-Johnson.
- ‘Rey Gitano’, de Juanma Bajo Ulloa.
- ‘Mortdecai (Mortdecai)’, de David Koepp.
- ‘El maestro del agua (The Water Diviner)’, de Russell Crowe.
- ‘El destino de Júpiter (Jupiter Ascending)’, de Andy y Lana Wachowski.
- ‘Lost River (Lost River)’, de Ryan Gosling.
- ‘Annie (Annie)’, de Will Gluckr.
- ‘ma ma’, de Julio Medem.
- ‘The Interview (The Interview)’, de Evan Goldberg y Seth Rogeng.
- ‘Cenicienta (Cinderella), de Kenneth Branagh.
- ‘Cuatro fantásticos (Fant4stic)’, de Josh Trank.
- ‘Entourage (El séquito) (Entourage), de Doug Ellin.
DECEPCIONES
- ‘Nightcrawler (Nightcrawler)’, de Dan Gilroy.
- ‘Big Eyes (Big Eyes)’, de Tim Burton.
- ‘Alma salvaje (Wild)’, de Jean-Marc Vallée.
- ‘Lío en Broadway (She's Funny that Way)’, de Peter Bogdanovich.
- ‘La teoría del todo (The Theory of Everything)’, de James Marsh.
- ‘El Francotirador (American Sniper)’, de Clint Eastwood.
- ‘Pixels (Pixels)’, de Chris Columbus.
FUTURAS ‘CULT-MOVIES’
- ‘Tomorrowland: El mundo del mañana (Tomorrowland)’, de Brad Bird.
- ‘Lo que hacemos en las sombras (What We Do in the Shadows)’, de Taika Cohen y Jemaine Clement.
- ‘Kingsman. Servicio secreto (Kingsman. The secret service)’, de Matthew Vaughn.
- ‘Babadook (The Babadook)’, de Jennifer Kent.
- ‘Red Army. La guerra fría sobre el hielo (Red Army)’, de Gabe Polsky.
- ‘Operación U.N.C.L.E. (The Man From U.N.C.L.E), de Guy Ritchie.
- ‘Tusk (Tusk)’, de Kevin Smith.
CINE ESPAÑOL’
- ‘Truman’, de Cesc Gay.
- ‘Musarañas’, de Juanfer Andrés y Sofía Cuenca.
- ‘El desconocido’, de Dani de la Torre.
- ‘Anacleto’, de Javier Ruíz-Caldera.
- ‘Requisitos para ser una persona normal’, de Leitica Dolera.
- ‘Mi gran noche’, de Álex de la Iglesia.
- ‘Los miércoles no existen’, de Peris Romano.
- ‘A cambio de nada’, de Daniel Guzmán.
- ‘Atrapa la bandera’, de Enrique Gato.
- ‘Los héroes del Mal’, de Zoe Berriatúa.
- ‘Tiempo sin aire’, de Samuel Martín Mateos, Andrés Luque Pérez.
- ‘Sicarivs: La noche y el silencio’, de Javier Muñoz.
- ‘Regresión (Regression)’, de Alejandro Amenábar.
- ‘Negociador’, de Borja Cobeaga.
LO MEJOR… DE OTROS AÑOS
- 2004.
- 2005.
- 2006.
- 2007.
- 2008.
- 2009.
- 2010.
- 2011.
- 2012.
- 2013.
- 2014.
Y hasta aquí otro año de cine. Otro año de blog. Del resto, mejor no hablar. 2016 puede traer varias cosas. Entre ellas, la renovación de la imagen o final del Abismo a otros estratos impuestos por el ‘branding’ o ya veremos. El hecho es que sigamos luchando por lo creemos. No son buenos tiempos para nadie (mentira, salvo para unos pocos), así que perpetuemos la pugna ante los desafíos y procuraremos ser felices con poco, con nada. Habrá que seguir escribiendo, trabajando en nuevos proyectos o dejando todo por una razón vital que este año ha dado luz preferente por encima de ambiciones y sueños. Ahora mi hijo Iván es lo primordial y él es la razón máxima para vivir, sufrir y morir. Y a ello me dedicaré hasta el resto de mis días.
FELIZ 2016 a todos.