lunes, 28 de febrero de 2011

83ª Edición de los Oscar

Los Wenstein compran los premios gordos en la peor gala de los Oscar
La 83ª edición de los Oscar ha superado lo imposible. El año pasado se dio una de las galas más nefastas que se recordaban, dejando el bostezo como único protagonista ante la falta de diversión y amenidad absoluta y más escandalosas de los últimos tiempos. Bien, pues lo de ayer fue peor. Una velada que conjugo un cúmulo de desaciertos, que llegó, por momentos, a resultar vergonzosa, sumamente aburrida y del todo decepcionante. Lo que equivale decir que, casi con toda seguridad, haya sido la más fraudulenta y bochornosa de la Historia reciente de los premios. Es decir, que no se recuerda algo así en ningún antecedente. No fue una gala vistosa. Tampoco va a pasar por el reparto de premios, ni por el beneplácito del palmarés.
Que ‘El discurso del Rey’ pudiera llevarse el máximo reconocimiento por encima de películas como ‘La red social’ o ‘Toy Story 3’ era algo que entraba en las quinielas condescendientes. Pero el hecho de que la cinta producida por los hermanos Weinstein fuera la gran ganadora va a la par con lo ignominioso de una noche para olvidar. Éstos han vuelto a demostrar, como lo hicieran en marzo de 1999, que es posible transgredir las normas de la lógica y poner de manifiesto que el dinero y las mastodónticas campañas y argucias comerciales pueden dar como resultado un Oscar que, pese a ser incomprensible, queda como desatino de esa ganadora de Oscar que ejemplifica la tendencia de Hollywood a concretar la gloria a películas que pasarán a los fastos como olvidables filmes simpáticos pero efímeros.
En aquel entonces ‘Shakespeare in love’, de John Madden, dejaba a todos boquiabiertos cuando se llevó el Oscar a la mejor película del año por encima de títulos como ‘Salvar al soldado Ryan’, de Steven Spielberg o ‘La delgada línea roja’, de Terrence Malik. A Hollywood siempre le ha gustado darle el Oscar a películas más o menos destacadas, pero sin el relumbrón de maestría de muchas de las que dejan fuera de la cada vez más debilitada leyenda de estos premios prosaicos e injustos. Cierto es que ‘El discurso del Rey’ no es una mala película, pero quedará como la sucesora de películas como ‘Gladiator’, ‘Una mente maravillosa’, ‘Chicago’, ‘El paciente inglés’, ‘Crash’ o ‘Slumdog Millionaire’, ejemplos recientes de garrafales despropósitos, cada vez más normalizados, ensalzando cierto tono de mediocridad como grandes vencedoras de unos galardones autodesprestigiados y cada día menos creíbles.
Respecto a la noche: una auténtica calamidad. Si Alec Baldwin y Steve Martin dejaron las expectativas por los suelos, lo de Anne Hathaway y James Franco se rebeló, desde sus primeros compases, como un desacierto total. Comenzaron bien, gracias a un vídeo introductorio heredado de las memorables galas de Billy Cristal apareciendo insertados dentro de los filmes nominados, con bastante efectividad, teniendo a Alec Baldwin y Morgan Freeman como invitados jugando con los diálogos de los filmes nominados y sucumbiendo al humor lineal. El hecho de incluir un homenaje a ‘Regreso al futuro’ y al mítico DeLorean fue todo un gesto de intenciones. Pero ahí se acabó el encanto de la pareja. Sus esporádicas apariciones fueron insubstanciales, sin complicidad, estáticas y deslucidos. Su ‘speech’ de presentación se ciñó a hacer humor blanco y sin lustre sobre la madre de Hathaway y la abuela de Franco, que llamó Marky Mark a Mark Wahlberg. Vamos, unas risas… Ricky Gervais entregó en los Globos de Oro una ración de mala hostia e ingenio maravillosa. Los Oscar, para compensarlo, dieron la de cal y el aturdimiento impostado que se avecinaba. La escenografía, eso sí, siempre luce descomunal y titánica en ese coliseo de los sueños que es el Kodak Teathre de Los Angeles. Tom Hanks emergía para presentar, bajo los acordes de ‘Lo que el viento se llevó’, los premios dirección artística y fotografía, mencionando otros títulos que también recibieron sendos Oscar que el presentaba (sic).
Lo mejor de la noche llegó muy pronto. Rescatar del olvido a Kirk Douglas, enseñarle al mundo y entregar el momento más emotivo y deslumbrante de la noche es impagable. El icónico actor, mito entre los mitos y testigo viviente de aquel Hollywood de Oro perdido en la memoria de un cine inalcanzable, salía a escena con sus 94 años. Con humor, desvarió con el sutil ‘viejoverdismo’ al aludir a la sugerente Hathaway, hizo un par de bromas sobre Hugh Jackman (no fue la única) y de la flema británica de Colin Firth y se mostró olvidadizo y divertido a la hora de mencionar a la ganadora de la mejor actriz secundaria. Melissa Leo subió a por su estatuilla por ‘The Fighter’ para posar exageradamente histriónica, falsamente emocionada, dando gracias a diestro y siniestro. “I watched Kate (Winslet) two years ago, it looked so fucking easy! (Vi a Kate hace dos años, parecía jodidamente fácil”), salió de su boca. Todo el mundo se llevó las manos a la cabeza. Era la primera vez en 83 años que alguien decía un taco ante los millones de espectadores que siguen la gala.
Justin Timberlake y Mila Kunis presentaban el mejor corto de animación. La rapidez y la sobriedad parecían ser las pautas a seguir de una gala fulminante y atropellada. La protagonista de ‘Amor y otras drogas’ comenzaba el desfile de modelos que reiteraría a lo largo de la noche. Se perdió de la cuenta de cuántas veces se cambió durante la ceremonia. Josh Brolin y Javier Bardem aparecieron vestidos con un horrible traje blanco, como si los camareros del ‘backstage’ hubieran salido a ver qué pasa y dejaron los nombres de los ganadores a los mejores guiones; original (por decir algo) para ‘El discurso del Rey’ de David Seidler (por encima de Nolan y su ‘Origen’ y abriendo la guía de lo que sucedería después) y adaptado para la esperada ‘La red social’, donde Sorkin dejó su impronta verborreica y docta. Hathaway canta a Jackman, recordando que el actor de ‘Lobezno’ sí estuvo a la altura que fue el conductor del evento y este año lo único “divertido” es ver a Franco salir vestido de Marilyn. Tras el sopor, ‘Toy Story 3’ se convierte, con toda lógica, en la mejor película de animación del año. No hubiera sido ningún escándalo que también hubiera ganado el Oscar a la mejor película. No obstante, es la mejor película de 2010. De este premio no sorprende el moderado discurso de Lee Unkrich, sino el escote escandaloso y desbocado de la mujer de John Lasseter.
Que la película danesa de Susanne Bier recogiera el Oscar como película extranjera por encima de ‘Canino’ también responde más a movimientos de marketing que a calidad. La directora de ‘Brothers’ subió al escenario y sostuvo el premio con una agitación a medio camino entre las ganas de ir a mear, un ligero Parkinson y movimientos de cabeza como si fuera un peligroso negrata del Bronx. La barbilla brillante de Reese Witherspoon fue la encargada de concederle el Oscar al mejor secundario a un Christian Bale con barba roja, al único que musiquilla que suena si te haces un poco pesado en tus agradecimientos no aparece, compartió el premio con Dickie Eklund y Mickey “Irish” Ward, hermano y boxeador que inspiraron el filme ‘The Fighter’. Tom Sherak, presidente de la Academia de Hollywood sale no a dar un discurso sobre cine, sino a hacer la pelota a la cadena ABC, con la que han renovado para emitir la gala en exclusiva hasta el año 2020. Esto… Bueno, por atraparte, el creador de NIN, Trent Reznor y Atticus Ross se llevan el de mejor música original por ‘La red social’ de manos de una Nicole Kidman que empieza a recuperar su gesto humano y un Hugh Jackman cuyos músculos apenas entran en su traje XXXL. La gala empieza a hacerse tediosa por momentos. Incapaz de dar un ápice de espectáculo o interés. Todo parece sacado de un mal guión temporizado donde está prohibida la diversión o el ‘gag’.
Sobre el escenario, en premios considerados menores, Scarlett Johansson, Marisa Tomei (abonado a los muy importantes Irving G. Thalberg) y Cate Blanchertt lucen palmito y belleza. La diseñadora de vestuario Collen Atwood ganó por ‘Alicia en el País de las maravillas’ e hizo gala de ser una maestra de la chuleta. Cuando sacó un papelito todos creían que iba a agradecer de forma sucinta. Cuando el discurso se alargó, todos se miraban absortos preguntándose cómo diablos puede entrar todo el texto en semejante nota. En el cómputo transitorio, ‘Origen’ se estaba llevando los Oscar técnicos, todos ellos muy agradecidos, excesivamente agradecidos por sus artesanos “al arte, al talento, a la genialidad, a la deidad…” de un Christopher Nolan que miraba desde el patio de butacas cómo ésos iban a ser los únicos premios que caerían en su pedrea de nominaciones convertidas en premio. En un ‘clip’ en que gente de la calle menciona su canción favorita ganadora de los Oscar, el presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, alude a la suya, la de ‘Casablanca’. Obviamente, porque la cantaba un negro. Y por el simbolismo romántico, claro está.
Otro de los vídeos musicales que pretendía que lo ánimos del personal y los espectadores salieran del estado catatónico y aterido en el que se encontraban tampoco funcionó, por mucho que el montaje hiciera sus gracias con cintas como ‘Harry Potter’, ‘Toy Story 3’ o ‘Crepúsculo: Eclipse’. El ganador al mejor corto de ficción, Luke Matheny con ‘God of love’ surge del público con un peinado que recuerda a esa peluca afro del anuncio del 11811 y un aire de ‘nerd’ sacado de una película de Jared Hess. Una rotundísima Oprah Winfrey, una de las mujeres más poderosas del planeta con razones poderosas, tanto que podría interpretar a Josiane Tanzilli en un ‘remake’ yanqui de ‘Amarcord, presentó con circunspección el mejor documental. Ganó ‘Inside Job’, en el que Charles Ferguson dejó la frase de la noche “No entiendo cómo en tres años de crisis mundial, ningún ejecutivo financiero está en la cárcel. Y también, junto a Audrey Marrs, ilustró el agradecimiento perfecto que cualquier premiado debería seguir como paradigma de la corrección y el tiempo.
Cuando la cosa estaba fatal, aparece en el escenario Billy Cristal para recordarnos, con su presencia, con su ironía y su perspicacia, que sus presentaciones fueron lo mejor que ha tenido esta gala en décadas. Empequeñeciendo a Hathaway y Franco, que ya ni se miran sobre el atril. Alude a que existen los problemas de siempre “vamos mal de tiempo”. No es verdad, pero lo parece. Rememora al maestro de ceremonias más clásico: Bob Hope presentó el evento del lujo y oropel cinematográfico en dieciocho ocasiones con una ofrenda a modo de holograma. La presencia de Cristal es tan efímera que trae a la memoria los buenos tiempos en que él era el encargado de hacer brillar hasta la gala más aburrida. Después de que una talentosa Gwyneth Paltrow diera un recital de versatilidad cantando un tema de la película ‘Country Strong’, Randy Newman, el eterno nominado (20 ocasiones) se lleva su segundo Oscar por la canción ‘We belong togheter’, de ‘Toy Story 3’. Bromeó sobre su veteranía y se preguntó, como todo el mundo, porque la categoría de mejor canción, como otras, sólo tiene cuatro aspirantes en vez de cinco. Si el espectador no tenía poco con soportar a esas alturas de la ceremonia la indolencia de un estatismo desolador, llega Celine Dion y se marca su particular versión y horrorosa versión del ‘Smile’ de John Barry para ‘Chaplin’ que acompañó al vídeo ‘In memoriam’ que recuerda a los miembros de la gran familia del cine que se han ido para siempre a lo largo de 2010. Se olvidan de Berlanga, pero no de Chabrol. Desde aquí, quiero apuntar al siempre avispado Jaume Figueras (que colaboró retransmitiendo en la Cadena Ser) que tanto Jean Simmons como a Eric Rohmer ya aparecieron en el vídeo de recuerdo y ofrenda del año pasado.
Halle Berry sale estupenda. Como siempre. Recuerda a Lena Horne, legendaria actriz y cantante afroamericana que fue la primera en firmar un contrato largo con una gran productora. Todos aplauden. Qué bien han quedado en una ceremonia en que ni un solo intérprete de color ha sido nominado al Oscar. Por restar emoción han dejado fuera el Premio Honorífico. Total ¿para qué perder el tiempo dedicándole unos minutos a gente como Kevin Brownlow, Eli Wallach o Francis Ford Coppola? Es mejor que salga esa señora que gana con los años como es Annette Bening, les presente, se les aplauda en pie, que saluden sin decir nada y retirarlos como a piezas de museo. Vergonzoso e incomprensible.
Nada podía ir peor. Y para colmo, la organización hace que Anne Hathaway presente a Hillary Swank, que a su vez presenta a una arrebatadora Kathryn Bigelow para que dé el gran disgusto de la noche. El ganador a mejor director es para Tom Hooper, un sosias rejuvenecido de James Cameron, por ‘El discurso del Rey’, ante la mirada de un David Fincher que va camino de convertirse en el nuevo Scorsese en su ninguneo por parte de la Academia. Hooper lanza su soflama de agradecimientos. Su conclusión. “Escuchar a vuestra madre”. La mía me dijo hace unos días que ‘La red social’ se convertirá en un clásico que releja el tiempo concreto en que vivimos y que ‘El discurso del Rey’ no es más que una película mediocre bien narrada y mejor interpretada. Tienes razón, Hooper, toda la razón.
A esa altura de la noche, que viene con mucho adelanto respecto a otras ediciones, aunque no se note en absoluto, sólo quedan los “premios gordos”. Para las categorías del mejor actor y mejor actriz se ahorran el numerito de esas cincos personalidades que hablan maravillas en un discurso impostado sobre cada uno de los nominados. Ahora, recuperan al intérprete ganador del anterior año para que le caiga el marrón a él sólo de tener que elogiar el trabajo actoral de los nominados. El grandioso Jeff Bridges es el mejor. Y así lo proclama con sus palabras hacia las cinco actrices. Por supuesto, es Natalie Portman la que obtiene el Oscar por ‘Cisne negro’. Mucho más moderada en su exultación que en los Globos de Oro, en su discurso de agradecimiento nombra incluso a los operadores de cámara. Se lo merecía. Hathaway, mostrando el enésimo cambio de vestido, presenta a Sandra Bullock, que pronuncia unas palabras de todos los compañeros de profesión nominados. Obviamente, Colin Firth sube a por su reconocimiento por ‘El discurso del Rey’. Y menos mal que no tartamudeó, porque entre su insistente discurso de fondo en el que aludía a que se cagaba y la seriedad con la que agradeció extensamente, tomándose su tiempo, alargando aún más la ceremonia, la cosa parecía no terminar nunca.
Sólo quedaba el de mejor película. El Oscar de Hooper ya dejaba muerta la emoción, del mismo modo en que ésta falleció en el minuto 20 de la gala. Por si fuera poco, Steven Spielberg presenta un clip de las diez nominadas en las que la arenga final de la película producida por los Weinstein protagoniza y se superpone a las demás cintas aspirantes. ‘El discurso del Rey’ gana. Los productores agradecen. Ningún Weinstein sube al escenario porque saben que ya han logrado el objetivo de comprar otro Oscar a la mejor película. Y van… La noche se acaba. Por fin. Sin embargo, queda otra insufrible sorpresa a modo de terrible y melindroso colofón de ‘happy end’. Al escenario suben un montón de niños vestidos de colores que pertenecen al coro de State Island que cantan el ‘Somewhere Over the Rainbow’ en el mismo instante en que todos los ganadores suben al escenario con su Oscar como si de un festival de cortometrajes se tratase.
La gala llega a su fin. Conclusión: ha sido la ceremonia de los Oscar más rápida. O al menos de las que menos tiempo han consumido. Fundamentalmente porque los cortes publicitarios han sido breves y porque han evitado vídeos, diálogos con gracia, originalidad, espontaneidad y no ha habido ninguna anécdota destacado. A cambio, dejan, desde que, subjetivamente recuerde desde que veo los Oscar (allá por 1986), la peor y más infumable gala que se haya visto en mucho, mucho tiempo. A su lado, incluso los Goya de este año, incluso los que presentó Antonia San Juan, pueden hacer competencia a esta bochornosa velada llena de previsibilidad, simpleza y linealidad bien interpretada por sus presentadores, pero sin más. Un poco como la esencia de ese ‘El discurso del Rey’ que ha ganado. El año que viene lo tienen muy fácil para superarse. Si no, es que esta pantomima en la que se ha convertido la celebración hollywoodiense del cine, ha muerto por completo. Ayer agonizó, veremos qué sucede en posteriores ediciones: ¡Fucking Oscar!
LO MEJOR
- Kirk Douglas, la última gloria viva del Hollywood Clásico. Aquel que sabía crear obras maestras, clásicos inextinguibles ah, y ceremonias de los Oscar.
- Billy Cristal. Por favor: ¡VUELVE! Haz que este bodrio no vuelva a producirse. Haz un esfuerzo, devuélvenos aquéllas noches míticas.
- La belleza destilada por algunos rostros de la noche que lucieron su mejor rostro en la alfombra roja y en el interior del Kodak Theatre; en especial Scarlett Johansson, Hailee Steinfeld, Jennifer Lawrence, Mila Kunis, Halle Berry, Helen Mirren, Cate Blanchett, Hilary Swank y la gran triunfadora y embarazada Natalie Portman.
- Rick Baker, que sigue como el primer día. Recogiendo Oscar como lo que es, el mejor especialista de ‘make up’ que ha tenido Hollywood.
- Randy Newman, que con simpatía y su rostro entrañable acude cada año a cantar su canción con su inseparable piano. 20 nominaciones y se lleva su segundo Oscar a casa.
- Charles Ferguson y Audrey Marrs y su discurso.
- Que se acabara la gala.
LO PEOR
- La gala. Toda ella. De principio a fin. Una de las exhibiciones más bochornosas y aburridas que se han dado, posiblemente, en la Historia de estos premios.
- La retransmisión de Canal + con Ana García Siñeriz a la cabeza (acabó pidiendo “porras” porque no aguantaba más y dejó algunas perlas de estolidez como en ella es característico en estas retransmisiones). Aún así, le da vida y humor absurdo e involuntario a estas noches. Tampoco ayudaron a la catástrofe Juan Zavala (ese hombre sin gracia que se parece a William Mapother) y el humor trasnochado de Pepe Colubi, que aludió constantemente a James Franco como “porrero” cuando sus chistes parecían sacados de alguien que lleva encima una noche de excesos chungos, con “gracias” sobre niños vietnamitas explotados, phoskitos, llamando a Mila Kunis “Culi lunguis”, etc, etc. Por no mencionar a los invitados que iban interviniendo esporádicamente en la fiesta del Círculo de Bellas Artes montada por el canal de pago.
- La falta de química entre James Franco y Anne Hathaway.
- Que no haya asistido Ben Stiller. Era el único que intentaba salvar los muebles en anteriores años. De hecho, podría ser el próximo presentador de estos premios. Un opción más coherente. O Ricky Gervais. Visto lo visto…
- Otra vez, Celine Dion.
- La cara de Fincher, avizor y discreto, viendo lo que se iba a venir. No tendrá otra como esta en años. Y lo sabe. Tampoco importa.
- Que ‘Toy Story 3’ sólo se fuera con dos Oscar.
- Los pendientes de Natalie Portman, que parecían las borlas de las cortinas señoriales y trasnochadas de los hoteles de lujo y casa de tías ricas.
- El exceso de rayos uva del bronceado Matthew McConaughey.
- La falta de ESPECTÁCULO, señores. Eso que siempre estaban acostumbrados a ofrecer y que este año, más que nunca, ha brillado por su ausencia.

domingo, 27 de febrero de 2011

‘Airbender, el último guerrero’ arrasa en los Razzies 2010

Este año no ha habido el incentivo de ver a un ganador recoger su Razzie. Que el año pasado Sandra Bullock se acercara a por él sabiendo que era la gran favorita para llevarse al día siguiente el Oscar sucede muy de cuando en cuando. Por eso, en esta edición, la 31ª edición de estos premios que galardonan a las peores películas de Hollywood ha vuelto a su rutina habitual. Los denominados como “anti-Oscar” han sido concedidos, un año más, en el Barnsdall Gallery Theatre y el gran ¿triunfador? de la noche ha sido M. Knight Shyamalan y su película ‘Airbender el último guerrero’ que ha acumulado cinco premios que la acreditan como la peor película de 2010. También la bochornosa secuela de ‘Sexo en Nueva York’ se ha llevado lo suyo al acumular tres frambuesas de oro.
Los Razzies fueron creados en 1980 como un antídoto de los premios que se daban en Hollywood a las mejores películas del año, encabezados por los Oscar. John Wilson, autor de ‘The Official Razzie Movie Guide’. Hoy en día se han convertidos en una tradición el día antes de que se entreguen los premios de la Academia de Cine de Hollywood.
Peor película: ‘Airbender el último guerrero’.
Peor Actor: Ashton Kutcher (‘The Killers’, ‘Día de San Valentín’).
Peor actriz: Sarah Jessica Parker, Kim Cattrall, Kristin Davis y Cynthia Nixon (‘Sexo en Nueva York 2’).
Peor actriz de reparto: Jessica Alba (‘The Killer Inside Me’, ‘Little Fockers’, ‘Machete’, ‘Día de San Valentín’).
Peor actor de reparto: Jackson Rathbone (‘Airbender el último guerrero’, ‘La Saga Crepúsculo: Eclipse’).
El peor mal uso de 3D: ‘Airbender el último guerrero’.
Peor Pareja en Pantalla: Todo el elenco (‘Sexo en Nueva York 2’).
Peor Director: M. Night Shyamalan (‘Airbender el último guerrero’).
Peor guión: M. Night Shyamalan (‘Airbender el último guerrero’).
Peor precuela, remake o secuela: ‘Sexo en Nueva York 2’.

viernes, 25 de febrero de 2011

Review 'Valor de ley (True Grit)', de Joel y Ethan Coen

El ‘western’ desmitificado y deconstruido
Los hermanos Coen logran reformular el ‘western’ con ‘Valor de ley’ y transformarlo en un voluntarioso ejercicio de espíritu deudor con los grandes clásicos que engrandece el crepúsculo violento de los ideales perdidos del género.
Los hermanos Joel y Ethan Coen ya abordaron un ‘remake’, el de ‘El quinteto de la muerte’, de Alexander MacKendrick, con ‘Ladykillers’ intentando salir del bache que había supuesto su anterior e infumable cinta ‘Crueldad Intolerable’. En ella devolvieron su cínica mirada a la América Profunda, entorno ideal para, a ritmo de ‘gospel’ espiritual y ‘hip hop’, la ridiculización de sus personajes, la imagen icónica de unos roles que se mueven en esa cáustica y peculiar propensión a la estupidez. La misma que dieron hace menos tiempo con ‘Quemar después de leer’. Sin embargo, tanto la crítica como el público no supieron apreciar su valía. Después de recuperar la senda creativa con ‘No es país para viejos’ o ‘Un tipo serio’, le ha tocado el turno a otro ‘remake’, esta vez inscrito en un género nuevo para los Coen: el ‘western’ con sabor clásico. Los Coen toman como punto de partida la novela de Charles Portis que serviría para que Henry Hathaway idealizara la figura de John Wayne que, a la postre, ganó un Oscar por su interpretación en aquella ‘Valor de ley’.
Ambas comparten esencia y argumento. Se trata de la historia de una venganza. La de Mattie Ross, una adolescente elocuente y segura de sí misma que busca desagraviar la muerte de su padre a manos de Tom Chaney, un fugitivo cobarde que le disparó a traición y le robó su caballo. Estamos en 1880, cuando la Nación Choctaw aún no se había convertido en Oklahoma. La chica sabe que el mundo no es perfecto y no entiende como en la ciudad ni un alma molestó en intentar darle caza. Siguiendo las directrices de Portis, los Coen moldean el personaje interpretado con absoluta brillantez por la neófita Hailee Steinfeld sin caer en el estereotipo del género, con convicción e insolencia que exhibe su certeza moral y justa indignación, cuyo arrojo queda patente en esa fantástica secuencia en la que Mattie se enfrenta y regatea con un empresario local para que resuelva los asuntos financieros de su fallecido padre.
En este ‘Valor de ley’ se fideliza hasta el extremo la representación del autor con las imágenes personales de sus directores, como hicieron con la novela de Cormac McCarthy en ‘No es país para viejos’, extirpando toda la ironía posible, los secos matices de la historia, el carácter representativo de los personajes o los diálogos más acertados de la novela. La visión del mundo de los Coen se adapta a los propósitos de Portis en la abdicación del protagonismo en esa niña valiente que no conoce límites, de su fondo complejo e inocente que, sin embargo, acapara con su sarcasmo el contrapunto extremo de sus compañeros de su viaje iniciático al mundo adulto, donde la violencia nada tiene que ver con el embellecido modelo de la versión de Hathaway. Los Coen buscan la desnaturalización, lo genuino, más allá de la nostálgica percepción del héroe que escupe el corcho de la botella mientras dispara. Se narra la acción a través no sólo de la voz en off de Steinfeld, si no de los ojos de su personaje. Por tanto, la primera y gran diferencia es que aquí no hay espacio para emular aquella icónica imagen congelada de John Wayne a lomos de su caballo Ole Dollar, saltando una valla a la inmortalidad. La divinización del héroe no interesa tanto a los Coen como hacer que el espectador viaje establezca su perspectiva desde la joven Mattie Ross.
La fauna que puebla la acometida del género con códigos tan reconocibles como el ‘western’ se modula en ese insólito arquetipo que emplean los Coen para dotar a sus personajes de cierta vulnerabilidad a la hora de enfrentarse al cambio de una cotidianidad variable, viéndose envueltos en una pesadilla de violencia extrema donde el destino tiene la última palabra. El juego de identificación se establece en la presentación de Rooster Cogburn (un Jeff Brigdes descomunal), un tipo viejo, gordo, tuerto y alcohólico que se muestra como vago pendenciero que encarna a la vez la justicia y la venganza. Es la forma de los Coen de desproveer de apostura a un perdedor que vive su declive bajo el abrigo del alcohol y de la suspicacia sin buscar redimirse ante nadie. Un modelo de (anti)héroe que prefiere cargarse a un delincuente por la espalda antes que llevarlo a la cárcel o ante un tribunal, ahorrándole a la comunidad los gastos del juicio. El círculo se cierra con La Boeuf (siempre eficaz Matt Damon), el tercero en discordia, un ranger de Texas que abusa de arrogancia y juventud y hace tintinear sus espuelas mientras mesa un bigote cuidado. Es el contrapunto a Cogburn, pero su lado oscuro revela que no es más que un caza recompensas cualquiera.
Esta ‘Valor de ley’ es mucho más oscura y cínica que su referente, sabiendo escindir sy tono tono homérico, mitigado por la representación de un Oeste decadente, donde la ambigüedad entre los héroes y los villanos se diluye por sus acciones, pero que permanece establecido en sus caracteres. La terna que busca al forajido tiene diversas intenciones, dirigiéndose hacia un territorio indio donde ya no queda señal de los indios. Se inicia así otra demostración del patrimonio semántico de los Coen, ofreciendo varias lecturas de un género tan ecléctico como el ‘western’, donde ese viaje iniciático de la chica va transformándose en un drama en el que conocer el mundo “real”, desde el mismo momento en que tiene contacto con la muerte, que comienza cuando tiene que pasar una noche junto al cadáver de su padre y de tres cuerpos de hombres ahorcados que acaba de ver morir. Un mundo en el que disparar a un hombre es más duro y frío de lo que parece y el villano iconográfico al que se persigue (Josh Brolin) se presenta como un pusilánime analfabeto que sigue como un perro al forajido ‘Lucky’ Ned Pepper (Barry Pepper). También es la evolución de un afecto, el que se instaura entre ese sheriff perdulario que va convirtiéndose en una figura paterna que sustituye al padre recién enterrado.
En esta ocasión, los Coen no son tan abruptos a la hora de dinamitar el remanente cultural para desfigurar la semiosis fílmica, sino que aceptan las normas y acatan su amor por el género, desde un prisma de artesanía y honestidad con el arte y la tradición del ‘western’. Sin perder en la concepción del cine como medio de expresión, los Coen amplían y conforman su estilo al texto de Portis, con referentes subjetivos a clásicos de John Ford y Howard Hawks, a través de la objetivización de una narrativa despojada de épica, que puntualmente deja ver sus filias, como ese divertimento con el que salpican la violencia chocante y algo grotesca, pero que consuma su oda reelaborada a la visión nostágica del ‘western’ crepuscular.
‘Valor de ley’ traza su visualidad desde una poética que renuncia a la retórica, con voluntad de entrega a una historia en que la realidad ya no es una máscara que oculte una verdad, sin juegos de simulacros, donde la ironía deja paso a la tragedia y el realismo constante que especifica la dureza y la sequedad del Oeste americano establecen un compromiso con su grandeza y sus debilidades, con la violencia y la soledad del hombre en un retrato desmitificado. Por eso atienden a un génesis visual genérico, ampliando el contexto escenográfico en su perfecta utilización del formato panorámico rodado en super 35 mm., donde la fotografía de Roger Deakins perfora los convencionalismos con ese escepticismo invernal, con el sabor añejo de la maestría en las fantásticas secuencias nocturnas, sabiendo transmitir las sensaciones de ese ‘far west’ carente de misericordia y justicia real.
En ‘Valor de ley’ los Coen abogan por una fórmula clasicista, pero que sigue exponiendo subversivamente su vena sarcástica con la América profunda, desde sus raíces de nostalgia apagada hasta el punto absurdo de personajes como ese hombre surrealista que entra en escena, un tal Forrester, enfundado en una piel de oso con cabeza incluida que se presenta como una especie de médico chamán que habla de odontología y que ha cambiado un cadáver a los indios por dos espejos de dentista y un elixir bucal. La gran significación del filme se apoya en ese orden imperfecto y vacío que desvincula los roles de sus directrices clásicas, donde el inocente envejece y los antihéroes encuentran una forma de catarsis heroica inesperada. Como Cogburn, que en el trayecto que le une a la muchacha, pasa a ser el instrumento para alcanzar un fin deseable a una especie de padre dispuesto a todo por salvaguardar la vida de la niña, además de respetar el pacto o valor de ley al que se refiere el título.
Los Coen logran reformular y deconstruir el ‘western’ y se transforma en un voluntarioso ejercicio de espíritu deudor con los grandes clásicos que engrandece el crepúsculo violento de los ideales perdidos en esa música de Carter Burwell, con un himno de finales del S.XIX, cuya matriz tiene su origen en la pieza que Robert Mitchum cantaba en ‘La noche del cazador’. La última muestra de talento de los Coen persiste en extrapolar los defectos de Estados Unidos a través dimensión heroica dentro de un ‘western’ sucio, donde los perdedores son los únicos capaces de ver una vía a la esperanza y los raudos caballos mueren agonizantes de cansancio.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Cisne Negro (Black Swan)', de Darren Aronofsky.

jueves, 24 de febrero de 2011

Rings Doorbells

La idea proviene de 1933. Un timbre que sólo suena cuando introduces en la ranura una moneda. El anuncio, de claro calado ‘vintage’ responde a la supuesta deferencia con las amas de casa que eran molestadas con llamadas inoportunas mientras hacían los quehaceres domésticos. El timbre hacía acto de presencia únicamente con una moneda de diez centavos. Si el visitante era conocido, recuperaba su moneda. Si era un forastero o un pesado comercial, se jodía y la perdía en beneficio de la casa.
En la era actual, supongo que como en aquélla, este invento parecería una tremenda estupidez. Sin embargo, mantiene en su intención algo de lógica. Hoy en día, por ejemplo, esto funcionaría perfectamente en el contexto internauta, donde no nos llaman al timbre, pero nos tupen a capciosos mensajes con cientos de ‘spam’. Podría cobrarse por esta intrusión algo similar, una pequeña cantidad. Los internautas podríamos vivir de ello. Están utilizando nuestra privacidad y nuestro tiempo con fines comerciales y nadie nos paga un euro por ello.

Derrick Rose, el “prestirigitador”

¿El “prestirigitador” que los “desprestirigite” buen prestidigitador será?

lunes, 21 de febrero de 2011

All Star Los Angeles 2011: La noche de la "Black Mamba"

La era de Kobe Bryant tuvo en le noche de ayer otra muesca en su particular revolver al llevarse otro duelo, otro MVP de un All Star. Son cuatro los que acumula el jugador de Los Ángeles Lakers. Jugaba en casa y dio una exhibición de ese juego que le configura desde hace tiempo como el mito al que está llamado a ser. Fraguó unos números de estrella contundente; 37 puntos, 14 rebotes y 3 asistencias. Ostentación de individualismo, plasticidad física y una férrea ambición por ser el más destacado en el contexto de un Staples Center, que se rindió ante su ídolo local fueron los ingredientes para lo más destacado de la madrugada. Además, empató el récord de acumulación de MVP’s en un All Star igualando la mítica marca del legendario Bob Pettit. Salió a eso y lo obtuvo con cierta facilidad. El partido fue otra cosa.
La Conferencia Oeste mantuvo el pulso en todo momento, haciendo que el recital de anotación y diferencia de juego fuera acumulándose en los dos primeros cuartos. Ambos combinados llegaron a la mitad del partido con un saldo de puntos descomunal que superaban con creces los 60 puntos. Dejó alguna jugada destacada y el visto y no visto de jugadores como Kevin Garnett y Tim Duncan, que disfrutaron de escasos minutos. Un hecho éste último que beneficio a Pau Gasol, que se iría de este cuatro All Star consecutivo con su mejor actuación personal con 17 puntos, 7 rebotes y 2 tapones y convertirse en el valuarte de las jugadas más importantes en los minutos finales que le dieron al Oeste la victoria final. Su mejor contribución en estos encuentros y demostración de que la titularidad debería haber sido un hecho indiscutible.
Los hombres del Este no tuvieron la chispa ni la actitud para hacer que el partido se destacara por un juego especialmente sugerente. Gente como Derick Rose, Rajon Rondo, Paul Pierce, Ray Allen o Dwayne Wade pasaron sin pena ni gloria. Amare Stoudemire y Chris Bosh eran los únicos que se tomaron en serio el partido en sus primeros cuartos. Fue curioso ver saltar a todos los hombres de los Celtics convocados recibiendo la hostilidad del público angelino. Después de esto, sólo LeBron James fue cuajando una excelente actuación en el partido de las estrellas, sobre todo en un tramo final, donde el Oeste apretó las tuercas y se puso con la posibilidad de remontar y llevarse el encuentro a la otra costa. De sus manos salieron las jugadas más espectaculares de la noche, con algún que otro ‘one-handed hammer’ marca de la casa, instantes en los que el aficionado pudo disfrutar de algo de esa magia y diversión que los demás (a excepción de Bryant) parece que olvidaron en casa. Le bastó que Bryant fuera perdiendo fuelle para darle emoción al encuentro y posicionarse como un digo MVP en caso de que el Este hubiera ganado el partido. Pero una serie de decisiones desacertadas en los últimos minutos dieron al traste con una hipotética victoria del Este.
A pesar de ello, James fue el hombre más completo del choque. 29 puntos, 12 rebotes y 10 asistencias. Números de escándalo para el jugador de Miami. Anotó catorce puntos tan solo en el último cuarto y se llevó como consecución personal en este tipo de saraos el segundo ‘triple-doble’ de la historia del All-Star, añadiendo su nombre al de Michael Jordan, que hizo en 1997 logró 29 puntos, 12 rebotes y 10 asistencias. La juventud de Blake Griffin (que ganó el concurso de mates la noche anterior) apenas irradió y el Oeste iba tirando de un jugador colosal como Kevin Durant. Cuando el partido parecía ser una demostración de poder por parte de la Conferencia Oeste, los mencionados Stoudemire y LeBron le pusieron interés a un partido que acumuló el resultado más alto en la historia del All Star sin prórroga, yéndose al 148-143 final. No fue un partido en absoluto aburrido. En absoluto. Pero se echó de menos algo más tensión, de puro placer visual y, sobre todo, algo más de magia.
En la retransimisión de Cuatroº, Ramón Trecet regresaba en calidad de comentarista después de muchísimos años alejado de los All Star. La parte negativa fue que la cadena pública no contó con Antoni Daimiel, en exclusiva con Canal +. Fue una pena no poder escuchar a estos dos titanes compartir un evento festivo de este tipo.

viernes, 18 de febrero de 2011

Review 'El Discurso del Rey (The King's Speech)', de Tom Hooper

El rey tartamudo y su logopeda
Tom Hooper compone una historia de amistad entre dos hombres antagónicos, haciendo del sentido del humor el contrapunto histórico y político de una fábula en la que Colin Firth alecciona con una de las mejores interpretaciones vistas en mucho tiempo.
‘El discurso del Rey’ responde a esa tipología de filmes que se erigen por y para la grandeza de un actor, en las posibilidades de empatía de ese tipo de personajes con algún tipo de estigma, anomalía o deficiencia a los que la heterogeneidad les arrincona, les acompleja o, sencillamente, les hace diferentes. A esta estirpe responden algunos de los premiados con un Oscar que hicieron de su interpretación el patrón de premio asegurado siguiendo los estrechos márgenes dentro la sensiblería y el dramatismo. A Hollywood le encantan este tipo de personajes; desde Peter Sellers en ‘Bienvenido Mr. Chance’, Marlee Matlin en ‘Hjos de un Dios menor’, Daniel Day Lewis en ‘Mi pie izquierdo’, Dustin Hoffmann en ‘Rain Man’, Al Pacino en ‘Ensencia de mujer’ o Tom Hanks en ‘Philadelphia’ y ‘Forrest Gump’, por poner algún ejemplo al azar.
Todos ellos responden a una categoría que se aleja del modelo tradicional de héroe. La problemática del hombre imperfecto, torpe y retraído, cuyo esfuerzo y sacrificio de superación personal logra sus objetivos es una golosina que acaba siendo recompensada de algún y otro modo. Funciona ese emblema de pertinaz supervivencia ante las adversidades, que pervive a su traba con la esperanza de automejora y la necesidad de ser constante y no dejarse vencer. El rol de Colin Firth corrobora este tipo de personajes que levantan una película con la insuficiencia y obstáculos que son superados paulatinamente con tenacidad y esfuerzo.
Su Duque de York mantiene los elementos necesarios para ubicarlo en esta categoría. Un noble aristocrático, sin dotes para la oración debido a un problema de tartamudeo que refleja la imagen de un sucesor al trono de segunda línea retraído, que no comulga con el aprecio popular por su falta de carisma y balbuceo en el discurso del magnífico prólogo de la cinta. Por supuesto, a lo largo de ‘El discurso del Rey’, el apocado príncipe irá despojándose de sus defectos para reinventarse como el héroe adventicio de una guerra mundial en ciernes. La película de Tom Hooper se sitúa dentro del mundo estirado y noble de la monarquía británica, concretamente a finales de la década de los 20 y principios de los 30. Jorge V está enfermo y se avecina un conflicto que requiere de un heredero que decida y salvaguarde el país en su ausencia. El hijo menor padece tartamudez desde una frustrante infancia y David, el heredero legítimo, no parece estar por la labor de asumir la función de monarca. Nombrado éste último Rey Eduardo VIII, precipita una crisis parlamentaria, al negarse a abandonar sus planes de casarse con una divorciada americana llamada Wallis Simpson. Se exhiben de forma sutil las debilidades y recovecos de la monarquía, de los conflictos con el legatario de la corona, que pasa a manos de David, reconvertido en Jorge VI de Inglaterra. Para superar su problema y para que el pueblo calme su incertidumbre con las palabras de un monarca seguro y apaciguador, entra en juego Lionel Logue, un heterodoxo logopeda australiano que aporta sus extravagantes métodos para lograr que la valentía del Rey se transforme en la capacidad de hablar.
‘El discurso del Rey’ se centra, como médula del entramado argumental, en la paulatina relación de Logue y el príncipe, en el proceso de amistad que va aproximando al futuro rey y a un plebeyo dispuesto a ofrecer su amistad y confianza para tratar solucionar de solucionar el problema de fondo; la comunicación y la elocución, dos elementos que colisionan con el carácter cerrado de “Bertie”, cariñoso apodo con el que se conoce al Duque de York. El desarrollo de la historia, la transformación de un encuentro en lección y acercamiento, regala instantes donde el filme alcanza sus mejores logros; como el instante de debilidad confesional en el que “Bertie” deja aflorar el verdadero secreto de su entorpecimiento verbal derivado de terrible infancia que avivó su defecto en el habla.
Hooper, en confabulación con el esmerado guión de David Seidler, no se deja llevar por la simplicidad o por el sentimentalismo, ni ahorra tiempo en la exhibición de otros instantes de frustración, miedo o la arrogancia. Un ejemplo de ello es ésa secuencia exterior en el que el rey en ciernes desprecia a su instructor. Todo sucede con una inmediatez irresistible, donde el dúo compuesto por el monarca inmerso en su lucha personal y el logopeda plebeyo que acierta con la psicopatología de su cliente y amigo emerge como alma en el que ambos se necesitan recíprocamente. El gran atributo que plantea Hooper no abdica en lo circunspecto, sino que juega con el sentido del humor para restarle magnitud y suntuosidad al drama. De ahí que Logue vaya instruyendo al Rey con ejercicios de lo más variopintos, como saltar mientras habla, decir tacos de cuatro sílabas, cantar lo que va a decir con la melodía del ‘Swanee River’ o rodar por el suelo. Y lo hace sin perder de vista su contrapunto histórico y político.
Resulta curiosa la metodología impuesta por el cineasta a la hora de llevar a cabo la opresión personal de su personaje protagonista, utilizando mucho de su mundo interior, respetando los espacios, pero estrechándolos. En los dramas de alta alcurnia, suele ser al contrario, ya que se suele procurar que todo luzca ostentoso y palaciego. Aquí los espacios se cierran equilibrando ese universo intrínseco con aposentos disminuidos, sólo para abrirlos una vez “Bertie” vaya perdiendo el miedo, dejando que los simbolismos vayan sacando a los personajes a un exterior más colorista. En el transcurso de esta transformación, el director inglés, pese a lo académico del tema, toma decisiones arriesgadas, con licencias de planos que escapan a la lógica de encuadre, como el aire que se superpone al plano y contraplano, con el uso de la peculiar lente de 18 mm. que hacen decrecer al Rey y dotar de profundidad cerrada las personalidades de los caracteres. Para Hooper si el verbo y el lenguaje, la sonoridad de las palabras, es muy importante, la estética y la imagen son cardinales para entender sus intenciones. La asimetría entre las personalidades y las distintas fases por las que circula la historia se beneficia de un material dramático distinguido que no debilita el tonelaje emocional.
En ‘El Discurso del Rey’ el curso de los acontecimientos lleva indefectiblemente a progresar con algo de previsibilidad en una línea recta a seguir hacia un instante concreto, que no es otro que el discurso final en el que Jorge VI anuncia el inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania invade Polonia en septiembre de 1939. La utilización inteligente de la música, en este caso Séptima Sinfonía de Beethoven, que irrumpe tras la acertada partitura de Alexandre Desplat, ayuda a que ése final suscite la emoción con la que Logue va marcando la pulida disertación culminante del filme. Sería injusto, por supuesto, no mencionar la tensión que mantiene un impresionante Colin Firth, que muestra su temor en cada gesto, pero a la vez Hooper deja ver los rostros no menos preocupados de sus compatriotas al escuchar el mensaje bélico y de esperanza lanzado por su nuevo monarca. Es entonces cuando Gran Bretaña descubre a ese líder virtuoso obligado a dirigir un país en pleno proceso de cambio.
Firth es, en suma, lo mejor de este silencioso trabajo. Resulta tan fascinante en el drama que no sólo se limita a eliminar todo tipo de muecas y tartamudeo exagerado, sino que el intérprete lo pule sin caer en el histrionismo, con una veracidad ponderativa, atado a un defecto que sabe reflejar de un modo brillantemente humano. Una lección de comedimiento imposible que confiere a su trabajo la genialidad de uno de los mejores papeles que ha dado el cine en este año. Tampoco hay que olvidar a un Geoffrey Rush que llena de vida y comprensión a ese terapeuta del lenguaje poco ortodoxo, que se revela a través de la tenacidad y el humor imperturbable. Ambos actores completamente cohabitan con sus papeles en un grado de absorción sublime convertido en fiesta interpretativa a la que se suma Helena Bonham-Carter, con su mejor papel en mucho tiempo. ‘El discurso del Rey’ enfrenta la búsqueda de autoridad y del carisma con la necesidad del deber, la amistad y la igualdad, donde la elocuencia surge desde lo imperceptible en el viaje a la frontera común de un hombre forzado a la grandeza de la Historia.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Valor de ley (True grit)', de Joel y Ethan Coen.

jueves, 17 de febrero de 2011

17 de febrero: Mi segunda mayoría de edad

El año pasado, el día de mi cumpleaños, me hacía la misma pregunta: ¿Y ahora qué? 365 días después, la incógnita sigue siendo la misma ¿Me preocupo? No. Desde esta foto de arriba en la que poso sonriente como un chaval risueño y con rostro de pardillo que iba fundando sus ilusiones y sueños ha pasado la mitad de mi vida hasta este instante. Entonces tenía dieciocho. La mayoría de edad. Una edad cojonuda, todo sea dicho. Hoy soporto justo el doble. Lo positivo es que desde entonces sólo han pasado años. Casi dos décadas. No se ha perdido nada más. Se han ganado algunos kilos, se ha poblado la barba y se ha perdido algo de pelo. Vamos, lo normal. Sin embargo, si uno conserva la misma intensidad con la que se quieren las cosas, la esperanza tiene que seguir intacta.
Según dicta la experiencia, no hay que sucumbir al paso del tiempo, ni dejarse consumir por él, ni que nos consuma. Pienso en aquellos tiempos proyectados en el presente y soy capaz de determinar varias analogías con las que vivo en estos procelosos tiempos de incertidumbre. Se añoran personas y periodos irremplazables, pero hay un mundo entero por descubrir. Es la ventaja de desconocer qué pasará con tu vida a corto plazo. Sigo siendo una pequeña historia particular y errática dentro de una zozobra endémica, llena de obstáculos por superar. Lo reconfortante y sugestivo es participar en este emocionante juego con las mismas ganas que se tenía a los dieciocho. Y más si ello comporta un desconocimiento total del porvenir ¿Qué me deparará el destino? ¿Qué pasará mañana? ¿Cambiará algo el mes que viene? ¿Qué haré dentro de cinco años? Era la pregunta de entonces y la de hoy. Y hay que hacerlo sin perder las inagotables ganas de diversión y descojone. Nunca hay perder la sensación de jugar como un niño, como un adolescente, con las mismas ganas. Si no, los años acaban por acabar con todo eso. Por eso, en este preciso instante voy a seguir la tradición anual de disfrutar de una buena cerveza fría para celebrarlo. Y luego otra por aquel chaval de la foto…. Y otra más de nuevo por mí y por mi familia y amigos. Y después otra…
Os invito a que hagáis lo mismo y brindéis por mí.
UPDATE
Otro año más las dádivas han sido de nuevo un colofón a un cumpleaños más. Sin embargo, este hecho prosaico y material no es nada comparado al cariño de tus amigos, de la gente que está ahí, a todos los comparten parte de mi vida. Ése es mi mejor regalo cada año.
La lista de este año se compone de los siguientes presentes.
1.- Reloj de cocina Shirt Gigoló para Ale-Hop ‘El Chéf Vive!’.
2.- Bandera oficial del Athletic Club de Bilbao.
3.- ‘Bang! The Bullet!’, juego de mesa, de Emiliano Sciarra. Edición especial.
4.- Cult Classics: ‘Terminator 2’ Series 3 7" T-800 Battle Across Time. De Neca.
5.- Reproductor multimedia y TDT HD Siemens Gigaset HD600 T.
6.- ‘Wilson’, de Daniel Clowes. Reservoir Books Mondadori.
7.- T-Shirt ‘Amanece que no es poco’.
8.- Elástica oficial tercera equitación Athletic Club de Bilbao (Totalmente personalizada para darle caña a la animación a mi equipo del alma).
9.- ‘Mi diccionario de cine’, de Fernando Trueba, Galaxia Gutenberg.
10.- ‘¡Harpo habla!’, de Harpo Marx. Seix Barral.
11.- Una petaca de cuero para darle al ‘drinking’ de forma sofisticada y como los ricos.
12.- ‘Enciclopedia de la gastronomía francesa’, de Vincent Boué, Hubert Delorme con fotos de Clay Mclahan. Blume.
13.- ‘Maquina para hacer pasta’ de CASA.
14.- No se percibe, pero es ‘Canino’, de Yorgos Lanthimos. Avalon.
15.- ‘El guión’, de Robert Mckee. Alba Minus.
* Falta un dvd de 'La red social', de David Fincher. Sony Pictures, que sale el próximo día 15 de marzo.

lunes, 14 de febrero de 2011

XXV Premios Goya: Un discurso inolvidable y una gala interminable

La noche de ayer era especial. Nunca unos Premios Goya habían despertado el morbo entre dos colectivos enfrentados; por una parte aquéllos que están de parte y personifican las estatistas pautas de Ángeles González Sinde y su polémica y controvertida Ley. Por otra, Álex de la Iglesia y su imprevisible actitud con aires de cambio e insubordinación abierto hacia el cambio que supone el modelo de mercado que simboliza Internet. En el exterior, el colectivo Anonymous clamaba contra la ley Sinde desde primera hora de la tarde en protestando contra la ministra de cultura. Obviamente, la retransmisión televisiva obvió en todo instante este movimiento. Las dudas se despejaron sobre el escenario, donde (en breve) el Ex Presidente de la Academia y director de ‘Balada triste de trompeta’ lanzó uno de los discursos más preclaros y categóricos sobre la realidad de una necesaria transformación de la industria audiovisual para adaptarse al presente que supone Internet. La sutilidad con la que lanzó su manifiesto no desmerece lo contundente de su fondo, la cabal reflexión sobre medidas reales, de adaptación y no de censura y temor convierten sus palabras en un ejemplo de elocuencia convencida y convincente.
El discurso de De la Iglesia dejaba en anecdótico esa amable fotografía a la entrada, con Sinde posando con su brazo aferrada al de su antagonista en la controvertida ley en un gesto de decoro por parte de ambos. El gesto adusto y destemplado de Álex en el momento de posar con todos los ministros hacía prever que su alocución podía ser incendiaria y rebelde. “Las reglas del juego han cambiado, Internet es la salvación de nuestro cine” expresaba con contundencia ante la mirada de falsa serenidad de una Sinde que se reconcomía por dentro. La realización de TVE estuvo ahí a la altura, dejando ver la acción y la reacción. Fue el momento más destacado de la gala, lo más destacado y reseñable.
Andreu Buenafuente también sacó partido de la polémica con otra hacha lanzada desde la platea. Descendido desde las alturas su primera frase fue “esto sí es una descarga legal”. Aparte de esta polémica, la XXV edición de los Goya pasará como una de las más largas e inacabables de los últimos años. El reparto de premios se alargó hasta las tres horas teniendo en cuenta que la publicidad no entra en el total del programa ¡Tres horas! No empezó mal la noche, que si un vídeo con ‘gags’ de Andreu Buenafuente integrado en películas españolas, algo extenso, pero eficaz… o… no. Eso sí, mejor que el monólogo de presentación carente de gracia, con humor nacarado por la corrección política, en las antípodas de cualquier intención por reverdecer algún ingenio que diera innovación al presentar a los supuestos protagonistas de la noche, aludiendo a sus trabajos e intentando hacer gracias que no cuajaron por su esencia descafeinada. Mal.
Karra Elejalde fue el primer premiado de la noche por su trabajo en ‘También la lluvia’. Fue el primer escollo hacia lo inesperadamente prolongado de la noche. Un discurso desorientado en el que el actor agradeció su Goya hasta al gato de su hija. El contrapunto de lo que simbolizó el evento el año pasado. Después llegaría un número musical en el que Luis Tosar arrancaría a cantar sobre la importancia de ganar un Goya, uniéndose Asier Etxeandía, Hugo Silva, Paco León y Fernando Guillén Cuervo, que hacía lo que podía para estar a la altura de las excelentes voces del resto de sus ‘partenaires’. Inma Cuesta y Laura Pamplona (¡qué piernas, por favor!) pusieron el toque femenino de un número sorprendente, divertido y bien llevado. El problema: que se dilató mucho. Lo siguiente fue el premio a la mejor canción original. Jorge Drexler ganó, le comió los morros a la Watling y subió al escenario a hacer el ridículo, como siempre que sube a recoger un premio. Cantando con su habitual tono ‘putapénico’ reprochó a los enemigos de Anonymous que tiraran huevos a la entrada del Palacio Real, desprovisto de humor, entrando de lleno en el patetismo y provocando uno de los muchos WTF’s de la noche. Alberto Iglesias volvió a ganar el Goya a la mejor partitura, como siempre que está nominado. Da igual que haya trabajos mejores que el suyo. Si el está entre los cinco candidatos tiene un 100% de posibilidades de ganar. Esto queda muy bien para las porras y apuestas, que es un acierto seguro, sin embargo ya cansa.
Este año se optó por hacer montajes distorsionados de las películas nominadas convirtiéndolas en trailers de otros géneros. El primero fue “Que pasaría si ‘También la lluvia’ fuera un dramón romántico”. De las cuatro nominadas ninguno estaría a la altura, como si el guión hubiera sido confeccionado entre birras, cigarros de la risa y paridas metidas con calzador y casi siempre sin gracia (“Con canciones de Elton John, Isabel Pantoja y Ricky Martin”). En fin. De esa guisa fueron los demás vídeos. Todo iba lento y, por momentos, sin mucho acierto. Lo siguiente no sería mejor. Por si fuera poco, se optó por copiar (por no decir otra cosa) modelos ajenos de otras galas más glamorosas y Buenafuente sacó un micrófono tuneado que distorsionaba la voz con el que jugó un largo rato. Tomó como cómplice a Antonio de la Torre e hizo un número con el perro Pancho, que acudió por segundo año consecutivo a la gran gala del cine español. Ladraba mucho, probablemente porque otra vez el ‘gag’ se prorrogó más de lo debido y la brillantez no fue excesiva.
Otro retazo grotesco fue la ‘sobre-emoción’ de la que hizo gala María Reyes Arias que protagoniza el momento “lo he perfao” de la noche. Jadeando hace que no puede hablar, sobrepasada por el momento. Lo dedicó a su madre, a su padre, a su abuelo… y acto seguido lanzó unos gorgoritos en plan canción terruñera que no entiende ni Cristo hasta que abandona el atril porque no puede contener la emoción. Van dos ridículos en lo que va de noche y se han dado pocos Goyas cuando el reloj sigue su curso. Iban llegando los momentos emotivos de la noche. Hay una gran ovación para Pacual Maragall y su mujer Diana Garrigosa al recoger el galardón al mejor filme documental ‘Bicicleta, cuchara, manzana’, de Carles Bosch. Sin embargo, también se convierte en un momento de cierta comedia, con el móvil del expresidente de la Generalitat sonando con los mensajes de apoyo.
El primer Goya a ‘Balada triste de trompeta’ va para mejor maquillaje y peluquería. Sería uno de los dos únicos que se llevaría. Más emotividad incapaz de emocionar. Marina Comas, de nueve años, agradece su Goya a la mejor actriz revelación entre lágrimas y balbuceando el nombre del Agustí, de la Nuria y del Walter. No se sabe si por la turbación o porque no está muy acostumbrada a hablar en castellano, casi no se le entiende.
Cuando salió a la palestra Álex de la Iglesia la cosa estaba tan fría que sus palabras reivindicativas, su respuesta a la Ley Sinde y su seriedad trufada de sinceridad convirtieron, por su forma como por su contenido, el discurso en el instante más memorable de la noche. “Internet no es el futuro sino el presente”, “Sólo ganaremos al futuro si somos nosotros los que cambiamos, los que innovamos, adelantándonos con propuestas imaginativas, creativas, aportando un nuevo modelo de mercado que tenga en cuenta a todos los implicados: autores, productores, distribuidores, exhibidores, páginas web, servidores y usuarios”. Álex de la Iglesia se retiró ante el rostro brillante y de villana de película infantil de una González Sinde que no recibió de buen agrado el discurso del presidente. Aunque no fue la única, la enorme papada de Leire Pajín y el gesto adusto de Gerardo Herrero e Icíar Bollaín también se dejó ver en la retransmisión televisiva.
Todavía quedada una eternidad para que acabase la gala. Un vídeo paupérrimo para hacerle un homenaje a Luis García Berlanga tampoco es digno de una pérdida tan importante en nuestro cine. Pero lo insertan como pueden, para no olvidar su pérdida en noviembre de 2010. Algo que tampoco ayudaría a agilizar y mejorar la noche fue un despliegue de luces de colores y estrellas con un dialogo sin gracias entre Buenafuente y Maribel Verdú que acaba aludiendo a Scarlett Johansson en una anacronía de humor que no consiguió ni una sonrisa real. El punto de belleza lo pusieron sobre el escenario María Valverde y Adriana Ugarte. Laia Marull se llevó su tercer Goya a casa, esta vez como secundaria. El Goya a la mejor dirección artística comienza a enfocar que ‘Pa negre’ va a ser la gran triunfadora de la noche sobre ‘Buried’, que se llevó el mejor guión original para el americano Chris Sparling ante las frías palabras de Cortés agradeciendo el premio por su guionista. La presentación de los guiones por parte de Loles León y Carlos Areces mejor no comentarla. David Pinillos por ‘Bon appétit’ se llevaría la dirección novel en otro momento entrañable pero cómico. La novia de éste desde el patio de butacas graba la concesión del premio a su chorbo con una cámara para ‘El País’. La emoción y los nervios hacen que su grabación tiemble y se mueva como si fuera una película de Greengrass.
La realización del vídeo del ‘In memorian’ en recuerdo de la gente del cine fallecida durante el pasado año es desastrosa. De hecho, no se ven la mitad de los nombres. Lo que le faltaba a la gala. Lo siguiente no es mejor. Si no habían tenido suficiente con plagiar en ‘gag’ de los Emmy, la presentación del Goya a mejor actor imita con descaro precisamente a uno de los errores más importantes de los últimos años en los Oscar. Seleccionar actrices que encomien el trabajo de los nominados, que incluye una pérdida de tiempo y algo de absurdo por impostura y afectación. Pilar López de Ayala, Mercedes Sampietro, Ariadna Gil y Lola Dueñas fueron las encargadas de linsojear a los nominados. Antes de que el ganador subiera a su premio, un imbécil habituado a joder todo tipo de saraos tuvo su minuto de gloria, sospechosamente ante la pasividad de todo el mundo. Javier Bardem agradeció con corrección el galardón que le empieza a colocar en número imposibles de Goyas, el quinto que recibe desde que recibiera el de ‘Días contados’. Un vídeo de animación a la española y Santiago Segura de blanco y promocionando ‘Torrente 4’ parecía que enfilaba la recta final de la noche. Ni de coña. Aún quedaba mucho más. Fernando Trueba dejó que Mariscal hiciera un rancio discurso sobre el cine en pantalla grande, con Dolby y palomitas en una sala, como alguien ajeno a la industria que ha sido teledirigido con un discurso absurdo. Por si fuera poco, Carmen Machi y Jose Corbacho hacen acto de presencia para dilatar aún más el sofocante retraso que se lleva sobre el tiempo previsto. Nada. La gracia tampoco se hizo la aliada en su vínculo de (no) humor con Buenafuente. Sin sentido, después de las aplastantes palabras de De la Iglesia.
Al Goya de Honor, Mario Camus, lo presentaron como Federico Luppi. Y el director de ‘Los Santos Inocentes’ hizo otro discurso memorable (aunque interminable), abogando por la cantera, por el cine joven, por la oportunidad de los que empiezan. González Sinde en vez de atender a las sabias palabras del maestro, lee un folleto y pasa con arrogancia de lo que sucede a su alrededor con una evidente falta de respeto. Después Federico Luppi, que no Mario Camus, habla sin venir a cuento de fútbol, de Leo Messi y su balón de oro y del Mundial de fútbol ante un Leonardo Sbaraglia con ese rictus de alucinado que muestra en muchas ocasiones. A partir de ese momento, el aburrimiento se había instalado definitivamente abanderado por las constantes miradas al reloj. Cuando se presenta el Goya a la mejor actriz, con Alberto San Juan, Juan Luis Galiardo, Eduard Fernández y Andrés Pajares, éste último deja otro instante caricaturesco. El de un fulano con la jeta de botox hasta las cejas diciéndole a Belén Rueda, otra operada pero no tanto: “Mírame a los ojos”. Nora Navas deja claro como mejor actriz por ‘Pa negre’ que la noche, además de larga y mortecina, ha dictado lo previsible de lo poco que queda, por mucho que Rodrigo Cortés ganara el Goya como mejor montaje por ‘Buried’. Rosa María Sardá y Juanjo Puigcorbe están un poco más acertados con su complicidad humorística al presentar al mejor director: Agustín Villaronga es el ganador de la noche cuya estela de éxito se extiende con el premio gordo para ‘Pa negre’, que se ha llevado nueve cabezones de los catorce a los que optaba.
Las grandes derrotadas han sido ‘Buried’ y, sobre todo, ‘Balada triste de trompeta’. Pero a nadie le importa. Después de tres horazas todo acaba como empezó, con Buenafuente subiendo a los cielos y dejando la que ha sido una de las galas más extensas que se recuerden que, si bien no ha sido de las peores, no logró el beneplácito de la audiencia por mucho que batiera récords de espectadores. Veremos qué sucede el año que viene, con la que está a punto de caer, con un presidente en funciones que ha dado un golpe encima de la mesa y el cine español, quieran o no, en una fase en la que tienen que asumir cambios si quieren salir de esta crisis eterna que lo envuelve. De momento, Almodóvar y Segura tienen película por estrenar. Siempre se puede poner de excusa que su abultada rentabilidad hará subir la cuota de pantalla que se ha conseguido este año.
LO MEJOR
- El discurso de Álex de la Iglesia.
- La tercera retransmisión On-Line de Chico Santamano en ‘Bloguionistas’. Imprescindible.
- El número musical y coreografías iniciales, que hacían prever algo diferente y bien llevado.
Pero no.
- Emma Suarez y Aitana Sánchez-Gijón que no desmerecen al lado de las jóvenes maría Valverde y Adriana Ugarte, los auténticos “pibones” de la noche.
- Mario Camus, pese a que se le fue la mano con el tiempo y la extensión de su discurso. Sus palabras deberían ser el acicate para pensar en profundidad sobre los problemas de nuestro cine.
- Que la realización de TVE dejara en primer plano la papada a lo Jabba the Hutt de Leire Pajín. Impresionante y terrorífica imagen de la noche.
- La escenografía y el Teatro Real, inmenso recinto que da vistosidad a la gala, aunque ésta no le correspondiera con la calidad que se esperaba.
- Que se acabara la gala.
LO PEOR
- El peinado loco y con tupé de Pilar López de Ayala.
- El guión de la gala con evidente falta de humor e ironía.
- La falta de inspiración de Buenafuente. Muy bien en el vídeo de prólogo, pero se fue apagando demasiado pronto. Una lástima.
- Como siempre, Ángeles González Sinde.
- Que no apareciera Jose Luis Garci, un reto que se le escapa a De la Iglesia.
- La falta de ‘glamour’ y emoción. Así como la carencia de anécdotas y algo de gracia en los agradecimientos y en el tono general de la velada.
- Jorge Drexler, el hombre sin gracia, el hombre que dormía profundamente a las cabras.
- Las abundantes operaciones de cirugía estética en nuestras estrellas de cine español no se corresponden con las de Hollywood. Desde Belén Rueda, a Lydia Bosh hasta llegar a Juan Luis Galiardo y Andrés Pajares. Spain is different.

viernes, 11 de febrero de 2011

Diez años sin "Adares"

Era parte del paraje cultural de Salamanca, un retazo humano que albergaba la sabiduría de la vida, con un porte nostálgico e ilustre, tan característico de su ciudad como podía serlo la misma Plaza Mayor, la Catedral o ese espacio del que él formaba parte; la plaza del Corrillo. Remigio González, conocido por todos como “Adares”, era un poeta callejero, popular y cercano, amigo de todo el que se paraba a charlar o a comprar sus libros de poesía. Guardó escrupulosa lealtad a su territorio, a su entorno, en los aledaños de la iglesia de San Martín, donde acudía cada día, religiosamente, a ofrecer su arte a cualquiera que se acercaba a su pequeño puesto de versos.
Un hombre contracorriente, cuyo talento progresó al margen del rumbo editorial al uso. Él era así, diferente. Acudía diariamente con su mesa plegable en la que extendía su vida poética en pequeños libros que escondían fragmentos de una vida singular, una perspectiva única. “Adares” fue un poeta del pueblo que necesitaba de él para nutrirse y volcar su visión en sus páginas. Utilizó los soportales de una vía transitada que le representa como aula urbana, para escapar de cualquier categorización literaria y huyendo, paradójicamente, de lo que hoy en día representa para su ciudad: una pequeña leyenda a la que se echa de menos, cuando han pasado diez años después de su fallecimiento.
Arraigado a su tierra, a las palabras terruñeras, la descripción de sus estrofas revelan el afecto que le tenía a Salamanca y a su entorno, así como a sus gentes y al espíritu cultural que él mismo, sin reconocerlo, simbolizaba. Palabras dotadas con un fondo telúrico y excepcional, propio e inconfundible, del mismo modo en que su efigie quedó grabada en la memoria colectiva de esta ciudad que pierde poco a poco las señas de identidad cultural que aquel hombre personificaba. Dejó más de cuarenta libros de asombrosos poemas. Hoy en día, su sombra sigue siendo alargada. Varios miembros destacados del mundo de la cultura salmantina siguen acordándose de la figura señorial de ese artista silencioso de barba cana, gorra visera y pañuelo al cuello. Unos lograron editar un libro recopilatorio con lo más granado de su obra poética, mientras otros, siguen clamando justicia e impotencia ante la no concesión por parte del Ayuntamiento de esta ciudad de una merecida estatua para honrar su memoria en el lugar donde él pasó su vida ofreciendo poesía al que pasaba.
Me apena decir que conseguí más de ocho mil personas para un grupo llamado “Una calle para Vicente del Bosque”. Hoy, el seleccionador no sólo tiene una avenida, también tiene premios de todo tipo, es consejero de Iberdrola y hasta le han concedido un título nobiliario. El grupo de Adares se queda demasiado mermado ante esta cifra. Y no es justo. Remigio González nunca ganó una Copa del Mundo, pero para nuestra ciudad era parte de su corazón, parte de su esencia. Y por eso merece este reconocimiento institucional. Para que todo el mundo, cuando pasen por el Corrillo, recuerde y descubra la figura de un hombre, gran poeta a la vez que humilde, que dejó una huella profunda en la memoria colectiva de una ciudad que añora su legendaria estampa.
Ilustración: Tomás Hijo.