lunes, 12 de marzo de 2012

Review 'Moneyball: Rompiendo las reglas (Moneyball)', de Bennett Miller

Renovarse o morir: la lucha de los humildes
La segunda cinta de Bennett Miller cuenta con un guión de dos bestias sagradas como Aaron Sorkin y Steven Zaillian y narra la fábula de superación de cómo los modestos pueden llegar a reinventar modelos opuestos a los tradicionales y convertirse en nuevos estándares de futuro.
En su libro ‘A mí el pelotón’, posiblemente uno de los mejores dentro del género literario deportivo (si no el mejor), el cronista Patxo Unzueta atomiza con meticulosidad y pasión dos aspectos fundamentales del fútbol y deporte rey nacional; por un lado, esgrime con alma y estilo del ensayista curtido en mil batallas la personalidad y sentimiento atemporal con carácter intrahistórico de un club diferente y sacramental, con una filosofía fiel a un estilo y una tradición heterogénea como es el Athletic Club de Bilbao y su leyenda, trufado de anécdotas y de rigurosidad afectuosa hacia sus colores y múltiples epopeyas. Por otro, sirve de perfecto análisis que coteja una manera nostálgica de entender el fútbol, de particularidades y substancia deportiva y humana para poner de manifiesto las abismales diferencias que se han perdido con la globalización de este deporte, en una era futbolística que ha alimentado el duopolio, categorizando y aumentando las distancias entre clubes ricos y los humildes.
El fútbol de un pasado no tan reciente, donde los triunfos tenían tanta importancia y los resultados encumbraban cada partido a la categoría de hazaña, se han desvirtuado hacia una competición donde dos Goliats aplastan las esperanzas de cualquier club por conseguir cualquier sueño pretérito y que, con este modelo autocrático, jamás volverán a darse. Una liga, la española, que simboliza de algún modo el tiempo que nos ha tocado vivir. Una era de desigualdades e injusticias en la que unos pocos, muy pocos, aprovechándose de su condición millonaria gestada en la falsedad y en los favores, se sitúan por encima de todos los demás, gregarios y súbditos contra su voluntad que han perdido la oportunidad de vivir triunfos históricos o un anhelado bienestar.
En ‘Moneyball’, el espléndido filme de Bennett Miller, anida mucho de todo esto. En el contraste del todopoderoso habituado al éxito, favoreciéndose del resto de los equipos. Los conceptos no son muy distintos. Hubo una época hace no tanto tiempo en que la Major League Baseball estadounidense también vivió un pulverización de ambiciones apagadas por los grandes y totémicos equipos que desmantelaron de estrellas ajenas a los equipos modestos y comenzaron a ganar títulos a golpe de cartera. Basado en hechos reales, el filme se centra en la estrategia que llevó a cabo Billy Beane, manager general de los Oakland Athletics a principios de siglo, cuando implementó un nuevo modelo de equipo reinventando a su vez las estrategias deportivas con una visión inédita hasta el momento. Debido al escamoteo por parte de otros equipos millonarios de sus astros franquicia, Beane fichó a un joven economista recién licenciado en Yale y junto a él apeló a la estadística para obtener la máxima correlación entre la inversión de un fichaje y el potencial rendimiento de éste.
Con la motivación suficiente este colectivo impuso una nueva perspectiva sobre el béisbol y elevó a un equipo que estaba destinado a bajar de categoría o desaparecer a la gloria de ganar veinte partidos consecutivos y convertirse en un arquetipo de la reconversión cuyo objetivo fue lograr un cambio de paradigma económico por otro llevado al terreno de la lógica numérica. El discurso, en los tiempos de crisis que corren, parece claro: la adaptación a nuevos recursos como prototipo de salvaguardia. Sólo así es posible la derrota de los grande por parte de los modestos certificando con ello la imperecedera eficacia del sueño americano.
Por consiguiente, en ‘Moneyball’ hay una aparente posición crítica del capitalismo con un ataque frontal ajustándose a sus parámetros numéricos, jugando con balances y matemáticas aplicadas al juego y, en último término, a la destrucción de unos modelos tradicionales que han sido engullidos por otros de corte teórico y especulativo. La metamorfosis y el espíritu de cambio ubicados en la superación en tiempos de crisis proviene del cambio. Como ya avanzaba Aaron Sorkin en ‘La red social’ define el éxito y el futuro. Existe el riesgo de pensar que todo es una cábala moderna sobre la superación del fracaso con estos designios argumentales, en cuya superficie de teorías y praxis se oculta cierto cariz descriptivo de la parte menos humana del deporte.
Suponemos que Beane acepta el cambio desde el interés de productividad para el beneficio de su equipo. En cierta forma lo es. Sin embargo, ‘Moneyball’ aplica esta teoría a su exposición salvaguardando la grandeza de jugadores subestimados, de personas humanas que, sin ser estrellas mediáticas, ven una oportunidad de emerger como lo que son: currantes de un deporte cuyo talento necesita de la confianza de sus entrenadores. Los valores y el colectivo no permanecen ajenos a todo ello. Aquí no hay superestrellas capaces de progresar hasta volver a la cumbre, ni patitos feos convertidos en cisnes dentro del circo de intereses de cualquier gran liga internacional. Se trata de incidir en la personalidad y el sentimiento deportivo, que va despojándose de rémoras personales para encontrar el dulce y transitorio momento y una oportunidad negada para demostrar su valía.
No estamos ante la típica proeza de clímax final en el que el marcador espera una carrera final que enaltezca una gesta épica o un bateo que termina en ‘Home-run’ y significa la catarsis redentora del héroe. No se busca hacer ver que los Athletics imperen con su juego y ofrezcan una lección de heroicidad llena de humanismo y superación. Miller narra cómo un grupo de hombres encabezados por un obstinado capitán consiguen prevalecer frente a los acaudalados favoritos, definiendo en su esfuerzo y trabajo como se puede doblegar el abuso de esos poderosos que siguen contando con el apoyo de un público que no sabe ver que la supremacía de sus equipos de estrellas se basan en la arbitrariedad y la sustracción de talentos de vestuarios ajenos a base de talonarios.
Con todo ello, Steven Zaillian y el propio Sorkin han confeccionado un guión ejemplar, lleno de vida y de metáforas que van mucho allá del tema al que se determina la acción. El libro de Michael Lewis en el que se basa la película era una especie de epítome sumarial de cifras y estadísticas, de números y demostraciones matemáticas sobre el valor de los talentos atribuidos a jugadores que no eran ni mucho menos estrellas de primer orden pero que podían rendir como tales. La arquitectura de las tramas y los soberbios diálogos van dando las claves para meterse de lleno en un universo tan aparentemente poco accesible como lo es el vaivén de gestiones deportivas y financieras de un deporte que lejos de América tiene poca o nula repercusión. La grandeza del filme es que todos los números acaban siendo personas y el espectador se deja llevar en una inolvidable travesía de voluntades y triunfos personales plasmando con acierto sus circunstancias.
William Lamar “Billy” Beane se presenta como un hombre metódico, que ha fracasado en su vida deportiva y ha soñado siempre con ganar un título de las ligas mayores con su equipo. Es un estudioso, un “loco” del béisbol (como lo puede ser Marcelo Bielsa en el más cercano terreno del fútbol), que absorbe vídeos de partidos, medita sobre las posibilidades y exprime como una filosofía de vida la realidad de un club que ama por encima de todas las cosas. ‘Moneyball’ así se convierte en el retrato de un hombre diferente que afronta una lucha contra el arcaísmo con una revolucionaría técnica evolutiva. De este modo, se presenta una familia que ha dejado a un lado. Pese a su enorme personalidad y devoción por lo que cree, se lleva muy bien con su ex mujer y tiene tiempo para pasar con esa hija que le idolatra y le comprende (Kerris Dorsey) componiendo una canción tan inspiradora como magistral para encauzar su camino y aprender a disfrutar los partidos.
La pasión y la fe de Beane es el motor de la historia. Y su sufrimiento llega con cada partido, negándose a seguir ni ver un encuentro íntegro. Es la historia de un hombre de béisbol que no vivió los partidos en los despachos, ni con grandes fajos de dinero para robar jugadores a otros equipos, sino que sintió el juego sabedor de los entresijos de los vestuarios y que convirtió al vigésimo cuarto equipo con menor presupuesto de un total de treinta clubes en el quinto en cuanto a resultados en la temporada 2006 de MLB y que fue capaz de rechazar una oferta para ser manager general de uno de los grandes clubes plagados de estrellas, los Boston Red Sox.
Por su parte, la segunda película de Bennett Miller, está asumida con inteligencia y planificación de cine de altos vuelos, mostrándose capaz de superar con audacia cualquier tipo de insensibilidad lógica y secuencial que tienen los razonamientos deductivos que desfilan por la pantalla. Gracias a un guión digno de estudio, el cineasta aborda con convicción y solidez el difícil reto de llevar a cabo el compendio deportivo y humano que es ‘Moneyball’, encontrando algunos de los mejores instantes del mejor cine que se verá este 2012. por el contrario, se echa en falta cierta profundidad en la relación de Beane con el economista Peter Brand, pieza clave sobre la que se mueve el cambio radical en los planteamientos de la liga profesional y que no ve resaltada su labor o grandeza como la de Miller, así como el pragmatismo con el que están llevados ciertos bloques de la historia, que el cineasta se encarga de ejecutar con una corrección intachable, aunque tal vez denotando algo de frialdad. Así como el nulo subrayado que tiene dentro de la historia el entrenador Art Howe (Philip Seymour Hoffman) o el ascenso ‘express’ de Scott Hatteberg (Chris Pratt), que se despacha con un par de dudas existenciales y la fulgurante reconversión de ‘catcher’ (receptor) a ‘baseman’ (primera base). Ello no supone ninguna traba para abrazar la grandeza de un filme que, llevado por los prejuicios de aquellos que tienen cierta animadversión al deporte, puedan tachar de “aburrida” o “falta de interés” debido a la sustancia que empapa la temática que desarrolla la cinta. Porque lo cierto es que ‘Moneyball’ es una grandísima lección de cine.
La insurrección a las reglas, la innovación y la creencia en un modelo diferente se enfrentan al concepto tradicional de éxito, al sentido de una manera arcaica de entender el deporte que lo es también de entender la vida en un trayecto epopéyico donde destaca un Brad Pitt excepcional, que madura interpretativamente con una coherencia impecable, confeccionando un rol que suscribe su grandeza como actor y a la que contribuye con eficacia un actor de talante cómico como Jonah Hill, que aquí ofrece al espectador su mejor y más acabado registro.
Es normal que no a todo el mundo le haya gustado el filme. Muy comprensible que la temática deportiva e intrínseco nivel de tácticas y psicología deportiva que imperan a lo largo de su historia eche para atrás a la hora de descubrir sus virtudes. Aunque eso es lo de menos, porque está tratado desde un enfoque ciertamente imparcial y neutro para facilitar la universalidad de la fábula. Sin embargo y a su vez es lo que hace que esta arriesgada película de Miller sea tan poco complaciente y tan honesta con lo que cuenta. ‘Moneyball’ es cine inspirador, de gran calibre, que posee entre sus particularidades grandes dosis de pedagogía reconfortante.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

domingo, 11 de marzo de 2012

Muere Moebius: El Mundo del Arte pierde a uno de sus genios

Ayer moría Jean Henri Gaston Giraud, conocido por todos como “Moebius”, a los 73 años de edad tras una larga enfermedad. Uno de los creadores de cómics más grandes de todos los tiempos dejaba su legado como demostración de un talento y una excelencia reconocidos en el mundo del arte más allá del cómic como tal. Su transcendencia en este terreno está fuera de toda duda. La grandeza del maestro exploró con el ímpetu de un innovador que siempre buscó nuevas tentativas de incorporar formas y colores con la premura de un genio. Como él mismo decía, dotaba a sus creaciones con la sorprendente capacidad de pasar de un tipo de anamorfosis a otra de una manera totalmente intangible, casi mágica. Moebius fue un creador capaz de desdoblarse en múltiples personalidades y engendrar incalculables y distintivos mundos de color y fantasía.
Giraud fue un rebelde, un rompedor de las normas establecidas y los cánones a seguir que fraguó su fama de dinamitador conceptual, con creaciones de vocación hipnótica y siempre sugerentes, aportando un imaginario sensorial insustituible y magnánimo. Un creador total, padre del antológico teniente Mike Steve Donovan de ‘Blueberry’, su cómic más personal e importante, una ruptura con el ‘western’ clasicista que iniciaría una longeva singladura desde las páginas de la revista Pilote en 1964 y cuya vida aún tenía luz en la actualidad, pese a la muerte del guionista Jean Michel Charlier hace más de dos décadas. Autor de obras maestras de culto, una de sus más recordadas creaciones viene firmada junto a Alejandro Jodorowsky en la saga de ‘El Incal’, dando vida en las viñetas al detective privado John Difool en un complejo caos de elementos a medio camino entre la religión, la espiritualidad y la ciencia ficción. Un referente que se ampliaría con la saga de ‘Los Metabarones’.
Al lado del místico artista chileno también erigiría fabulosas y sugerentes obras como ‘Arzach’, ‘Los ojos del gato’ o ‘El corazón coronado’. Y un ambicioso proyecto fílmico, la adaptación a la gran pantalla de ‘Dune’, de Frank Herbert, que nunca llegó a materializarse. De hecho, con el cine mantuvo un idilio intermitente, donde transformaría en imágenes y diseños algunos de los sueños surgidos en películas como ‘Alien’, ‘Blade Runner’, ‘TRON’, ‘Abyss’ o ‘El quinto elemento’, entre muchas otras. Así como su cercanía al universo binario de los videojuegos para las que puso su cosmos de luz y color en ‘Panzer Dragoon’ y ‘Seven Samurai 20XX’.
Su arte siempre desprendió una metafísica ficcional de realismo e imaginación, dignos de un creador intuitivo e inmortal con su miscelánea de matices pictóricos y épocas y estilos que van desde el realismo al surrealismo onírico, siempre con una estilización sorprendente que se acercan a mundos fantásticos y evocadores, avezados de una diversidad poliédrica que definieron su talento y ese ‘feedback’ colorista tan sugerente. ‘La desviación’, ‘Pesadilla blanca’, ‘Mississippi River’, ‘El Mundo de Edena’, aportación gráfica al Silver Surfer de Marvel… así como los magazines temáticos ‘Coeurs Vaillants’ o revistas de cómic como ‘Spirou’ dan fe de su versatilidad e incontestable productividad artística. En este repaso tampoco hay que olvidar el colectivo ‘Humanoides Asociados’ creado con Bernard Farkas, Jean-Pierre Dionnet y Philippe Druillet y posteriormente una de las revistas capitales impulsoras de otra perspectiva de ciencia-ficción como fue la ‘Métal Hurlant’, de donde saldrían las influyentes ‘The long Tomorrow’ o ‘El Garaje hermético’, básicas para entender una nueva forma de concebir el género.
Una de sus últimas genialidades fue ese espejo autobiográfico titulado ‘Inside Moebius’ en cuyas páginas se encierra gran parte de la filosofía creativa de este titán capaz de reinventarse a sí mismo una y otra vez. No sólo el mundo del cómic queda huérfano de la excelencia de una de sus figuras más trascendentales. El ARTE, con mayúsculas, ha perdido a uno de sus grandes iconos.
Te echaremos de menos, Moebius.

martes, 6 de marzo de 2012

John Belushi, tres décadas después de su muerte

Como la de Jesucristo, la vida de John Belushi se apagó con 33 años. Después de casi dos meses de plétoras tóxicas continúas desde que aterrizara en Los Angeles procedente de Nueva York, aquel 5 de marzo de 1982 el cuerpo del actor dijo basta. Esa misma noche estuvo en los aledaños del Roxy, en un club llamado On The Rox, cuando Cathy Smith, conocida ‘groupie’ de gente como Gordon Lightfoot o Rick Danko y a la que apodaban “Silverbag”, porque llevaba en un bolso de plata toda la droga demandada por las estrellas de primer orden, le tuvo llevar y dejar en la puerta de su bungaló del Château Marmont, ese lujoso complejo hotelero que preside la parte más lujosa del centro de Hollywood. Después de echar la raba, volvió a tomarse unas copas, ésta vez acompañado de amigos ilustres que iban y venían, como Robin Williams y Robert De Niro, que estuvieron con a eso de las tres de la madrugada junto a él. El último en abandonarle se fue preocupado porque al bueno de John le había empezado a sangrar la nariz. Según él, no pasaba nada. Era algo normal. Belushi siguió metiéndose alcohol y cocaína hasta altas horas de la madrugada.
Después de una noche de duchas, tiritonas y convulsiones varias. “Silverbag” acudiría en su ayuda. Sin embargo, Belushi quería más. Y llegó a la conclusión que sus ansias de desenfreno culminarían con la magnífica idea de hacerse un “viaje” de ‘speedball’, lo que viene siendo una mezcla de cocaína y heroína. Al menos, es lo que confesaría dos meses después de aquello Smith en un artículo titulado ‘I Killed Belushi’, en el National Enquirer del 29 de junio de 1982. El cómico tenía fobia a las agujas y obtuvo en esta mujer a su aliada perfecta para ese último contacto con la droga, la perdición de su vida. Cuando su preparador físico William Wallace llegó por la mañana para su sesión diaria, John Belushi ya había fallecido. La promesa consolidada de la comedia americana se iba justo cuando estaba punto de eclosionar comenzado los años 80. Entró con mucha fuerza en el mundo de la comedia.
Fue una de las voces del programa radiofónico ‘National Lampoon’s Radio Hour’ y en seguida fue contratado nada menos que para ser la nueva pieza indispensable e icono generacional del clásico programa de televisión estadounidense ‘Saturday Night Live’, donde su desvergüenza, humor salvaje e irreverente dejarían algunos de los momentos imprescindibles en los fastos del ‘show’. Imitaciones de Elvis Presley, William Shatner, Franklin Roosevelt, Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Edward Asner, Joe Cocker o Roy Orbison y sus míticos personajes Samurai Futaba, Steve Bushakis y Jake Blues, la mitad oligofrénica de los Blues Brothers, junto a su gran amigo y socio Dan Aykroyd, definirían su paso por el programa hasta que decidió marcharse (con un Emmy como guionista debajo del brazo) a probar fortuna en el mundo del cine.
Sus excéntricas improvisaciones, su inesperada espontaneidad y un carisma fuera de lo común hacían de Belushi un terremoto dentro y fuera de los platós. El telefilme paródico ‘The Ruttles’, ridiculización de ‘Los Beatles’ a cargo del Monthy Pyton Eric Idle serviría de vehículo de presentación para la que sería una de sus grandes gestas: el John “Bluto” Blutarsky de ‘Animal House (Desmadre a la americana)’, de John Landis. El ente universitario como galería innata de crueles novatadas, diversas y enloquecidas fraternidades, letanías etílicas sin sentido e imbecilidades juveniles reflejaban asimismo la forma de ser del actor, excesivo y peligroso cuando había una fiesta de por medio. Compartió pantalla con Jack Nicholson en ‘Camino del Sur’ y Steven Spielberg le ofreció su capacidad enloquecida en ‘1941’ con el kamikaze piloto “Wild” Bill Kelso. Sus actuaciones con los Blues Brothers no habían cesado en todos aquellos años junto a Aykroyd (el disco ‘Briefcase Full of Blues’ fue un pelotazo de cuidado), hasta que Landis les reunió en una película protagonizada por el dúo donde dieron lo mejor de sí mismos. Aquí se tituló ‘Granujas a todo ritmo’ y en todo el mundo fue el éxito que encumbraría a Belushi y a Aykroyd. ‘Continental Divide’, de Michael Apted y ‘Mis locos vecinos’ de John G. Avildsen fueron sus siguientes pasos en el universo del Séptimo Arte. También sus últimos trabajos antes de morir.
Como bien apuntaba el dossier recopilatorio ‘Como una moto’, de Bob Woodward, uno de los periodistas que destaparon el caso Watergarte, la autodestructiva esencia de Belushi estrechó el cerco de su hedonismo hasta unos límites de alucinación y paranoia aplacadas por el consumo ingente de farlopa. Era el Hollywood del exceso, el zoológico de las estrellas enganchadas, de las fiestas locas, de aquellos últimos años trastornados y frenéticos que Peter Biskind también definiría como la época de los “moteros tranquilos y los toros salvajes”.
El diagnóstico de Belushi como payaso triste y final adverso alcanza a ver de qué forma muchas veces la grandeza esconde la debilidad del mito. Michael O’Donoghue, uno de los impulsores del éxito de los primeros SNL y editor del National Lampoon’s dijo que Belushi podría esnifarse el mundo entero. Acertó de pleno. Belushi dejó para la posteridad la imagen de un cómico excepcional que era un ciclón y una fuerza de la naturaleza. Nunca sabremos las cotas de maestría que podría haber alcanzado. El exceso fue su vida, en todos los ámbitos. Y treinta años después de morir seguimos acordándonos de él.

viernes, 2 de marzo de 2012

Se cumplen 50 años del récord imposible de Wilt Chamberlain

Desde siempre ha parecido una de esas leyendas urbanas del mundo del deporte. Sin embargo, nunca lo ha sido. Permanece en la memoria porque fue una realidad que ha estado ahí, inalterable en el tiempo como el récord más fascinante y antológico del baloncesto de élite. Ocurrió tal día como hoy, hace medio siglo, cuando Wilt Chamberlain destrozó las estadísticas y anotó la mítica cifra de 100 puntos en un solo encuentro de la NBA. Logró la gesta jugando con los entonces Philadelphia Warriorsen un partido contra los New York Knicks. El resultado final: 169-147. El Hershey Sports Arena fue testigo de una noche memorable. Hay que recordar que en aquella época no había triples que legitimaran la accesibilidad a tan legendario número de tres cifras (cuando Kobe Bryant anotó 81 en 2006 consiguió 7 canatas de tres).
Aquella noche, Chamerlain anotó 36 de 63 en tiros de campo y 28 de 32 en tiros libres, algo insólito en él, ya que sus estadísticas en esta disciplina a lo largo de su carrera se convirtieron en su talón de Aquiles. Eran tiempos diferentes, en los que el propósito final de los equipos de la NBA se situaba en una media de 100 puntos para ganar con solvencia. El promedio de los Warriors de Philadelphia fue 125 puntos por partido. Otros tres equipos alcanzaron de media los 120 y el general de la temporada se elevó a los 118,8. Como ‘rookie’, Chamberlain ya había sorprendido con una media de 37,6 puntos y en su siguiente temporada promedió 38,4. En su tercer año, asestó un número imposible: 50,4 puntos por partido. Dos noches antes de los 100 puntos, había endosado 61. La velada de aquel de 2 de marzo de 1962 cambiaría para siempre el juego, la esencia del baloncesto, modernizando las estructuras estratégicas, la visión de juego y patentizando que el atleta negro haría valer su hegemonía estratosférica y atlética en el deporte de la canasta.
Imaginaos al (poco) público del Hershey Sports jaleando para que Chamberlain redondeara la cifra. Llevaba 98 puntos y faltaban pocos segundos para acabar el encuentro. Ted Luckenbill capturó un rebote de un tiro errado de Chamberlain y pasó a Joe Ruklick que inmediatamente asiste de nuevo a Chmaberlain para que intentara su lanzamiento número 63 de la noche. Y el resto… forma parte de la leyenda. No existen imágenes de aquel partido. Sólo una narración radiofónica de los últimos minutos que atestigua la hazaña y un cuadro estadístico para la historia. Meses antes, el alero de los Laker Elgin Baylor había profetizado que algún día Wilt anotaría “100 puntos”.
Pero no sería la única gesta del carismático jugador del dorsal número 13. A lo largo de su carrera anotó 31,419 puntos, con más de 60 puntos sumados en 32 partidos disintos, en 118 partidos también anotaría por encima de los 50 (Michael Jordan lo logró en 39 ocasiones). En el apartado de rebotes sigue ostentado la mejor marca de todos los tiempos con 23,924 (22.9 rebotes por partido), estableciendo además otro récord histórico el 24 de noviembre de 1960, donde alcanzó los 55 rebotes en un solo partido. Por su fuera poco, es el único jugador de la NBA que ha logrado un doble triple-doble (22 puntos, 25 rebotes y 21 asistencias) contra los Pistons de Detroit en 1968.
La historia de Chamberlain es de récord y de una superioridad tan aplastante y sorprendente en cuanto a números y estadísticas que serán un hecho casi imposible de batir en el baloncesto moderno.

lunes, 27 de febrero de 2012

84ª Edición de los Oscar

'The Artist' gana sin ninguna sorpresa en una gala resucitada
Sobria, eficaz, con ritmo y acomodada para no aburrir ni fascinar. Así podríamos definir la 84ª edición de los Oscar de la Academia de Hollywood. Realmente el hecho que Billy Crystal regresara suponía un agradable lenitivo para paliar los desastrosos eventos anteriores. La noche de los Oscar llevaba tiempo, mucho tiempo, bajando el listón hasta límites insospechados. Lo de anoche no es que pueda decirse que fuera apoteósico ni trufado de genialidades. Sin embargo, todo salió a pedir de boca. Sin ir más lejos, el año pasado las cotas de bochorno marcaron un antes y un después de estos reconocidos premios.
Al menos en esta ocasión, fuera de toda duda, asistimos una gala vistosa, milimétricamente estudiada y ejecutada. Sin sorpresas aparentes. Y eso, a la postre, fue lo peor de todo. La nota provocativa ya la puso Sacha Baron Cohen, que caracterizado de su personaje autocrático de ‘El Dictador’, esparció las cenizas de Kim Jong-il en la alfombra roja, siendo inmediatamente expulsado del recinto. A la Academia, este tipo de humor insurrecto no le gusta.
El bueno de Crystal se echaba de menos, aunque no vamos a decir que esta fuera una de sus veladas más antológicas. Estar por encima del nivel mostrado por Alec Baldwin y Steve Martin o esa infamia que perpetraron el año pasado Anne Hathaway y James Franco le hacía muy fácil la labor al actor de ‘Cuando Harry encontró a Sally’ para recibir la aprobación y el aplauso de crítica y público. Estuvo como siempre; resolutivo, divertido, respetuoso y abogando por la discreción y el humor despojado de controversia y cinismo. Su orquestación llevando la batuta del ‘show’ responde a su sello, a la marca de la casa. Comenzó con su mítico videomontaje integrándose en algunas de las películas nominadas (beso a George Clooney incluido, disfraz loco de Tintín, cameos de Justin Biber y Tom Cruise) con la brillantez de antaño.
Después inició su todavía más clásico canción presentando las películas nominadas de este año aludiendo con humor a directores y protagonistas. A partir de ese instante, dio paso a los presentadores soltando algún chiste o ‘gag’ sin entorpecer el transcurso de la ceremonia. Crystal en ese escenario colosal que siempre luce descomunal y titánico, un coliseo de sueños antojadizos en forma de estatuillas que es el Kodak Teathre de Los Angeles, siempre es un presentador impecable. Es el mejor maestro de ceremonia que ha tenido este cotarro en los últimos años. Él lo sabe. Nosotros también. Son nueve las ocasiones en las que ha llevado las riendas de los Oscar.
Como el año pasado, el primer premio lo entrega Tom Hanks. A ‘Hugo’, de Martin Scorsese, le cae el primero ante la incredulidad de muchos. Robert Richardson obtiene el galardón a la mejor fotografía cuando todos sabemos que el trabajo de Emmanuel Lubezki en ‘El árbol de la vida’ podría haber sido la opción más lógica. Por supuesto, esta noche también empezábamos a olvidarnos de la posibilidad de unos premios coherentes a la altura de las películas que había nominadas. El segundo de la noche también es para el filme de Marty, esta vez más adecuado, con la gran propuesta de dirección artística que ofrecen Dante Ferretti y Francesca Lo Schiavo en el mencionado filme. Acababa de comenzar la gala y había pleno momentáneo. Seguidamente, lo obvio: ‘The Artist’ ganaba el de mejor diseño de vestuario. Ya por entonces las esperanzas sobre alguna sorpresa inesperada se habían esfumado.
Es cierto que la noche, a partir de ese momento, se transformó en un dictado donde todo estaba escrito y corregido, sin apenas momentos destacables que quedaran como recuerdo en los fastos de los premios. A cambio, la premura estaba siendo el mejor aliado de la noche. Jennifer Lopez y Cameron Diaz revolucionaron el escenario como dos amigas que llegan de copas a alterar con cierta extravagancia la fiesta, dando la espalda al público y entregando el premio al mejor vestuario. Por su parte, Sandra Bullock, de botox hasta las cejas, intentó crear ambiente risueño hablando en chino y alemán para presentar el Oscar a la mejor película extranjera. Nadie pilló la gracia. La esencia ecuménica roza el ridículo, pero como gana la gran favorita, la iraní ‘Nader y Simin, una separación’, la gala recupera la compostura con el fabuloso discurso de Asgha Farhadi, que lanza una declaración de intenciones con un hermoso manifiesto donde prevalecieran la coherencia, la defensa del cine y la paz por encima de ideologías políticas e injusticias varias.
El siguiente premio otorgado a Octavia Spenser de manos de ese tipo anticomedia llamado Christian Bale por ‘Criadas y señoras’. La actriz afroamericana fue la primera en levantar al público de los asientos y transforma su momento en uno de los más emotivos de la noche al aflorar sus lágrimas y sus nervios. Después de un ‘sketch’ de Christopher Guest sobre los ‘screen tests’ que no logra más que las miradas de ‘What the fuck!’ del personal, llega el que sería premio más inesperado de la noche. La Academia, siempre consciente de introducir alguna imprevista nota de heterogeneidad en sus premios, retribuye la trepidante labor de montaje de Angus Wall y Kirk Baxter en ‘Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres’ que suben alucinados. Habían ganado el Oscar el año pasado con ‘La red social’ y lo flipan hasta tal punto que improvisan un discurso carente de toda lógica. Seguro que lo celebraron por todo lo alto. La rana Gustavo y la cerdita Peggy presentan la actuación del Circo del Sol, que deja a todos con la boca abierta en un juego de arneses, acrobacias circenses y espectáculo genuino de estos magos de las piruetas.
En ese momento, irrumpen en el escenario Robert Downey Jr. y Gwyneth Paltrow, los Tony Stark y su bella secretaria Pepper de ‘Iron Man’ para, entre juegos con una ‘steady cam’ (simulando rodar un documental) dar el Oscar a ‘Undefeated’, que esta producido por los hermanos Wenstein, que también saben mover hilos para acumular muñecos dorados en otras categorías que no sea a mejor película. Eso llegaría después, cuando ‘The Artist’ se hiciera con los Oscars más suculentos de la noche. En todo caso, los directores del documental emulan a Melissa Leo el año pasado y uno de ellos suelta un ‘fuck’ por el que se disculpa rápidamente. Cuando todo es tan decoroso que hasta parece caer en la indolencia un tanto molesta debido a la rapidez con la transcurría la noche, el seguro cómico que siempre es Ben Stiller aparece en el escenario. Este año parece que no tiene numerito montado. Le deja la vis cómica a la joven Emma Stone, que aguantó como pudo con la ayuda irónica de un Stiller del que se echó mucho de menos los disfraces y paridas. Pero precisamente el fondo humorístico iba de eso. La categoría de película de animación, en la que tantas esperanzas había depositado el cine español con Fernando Trueba y Javier Mariscal con ‘Chico y Rita’, va a parar a las manos de Gore Verbinski y su ‘Rango’.
Para entonces y antes de que una Melissa Leo sin sobreactuar ni decir tacos entregara el Oscar al mejor secundario al elegante Christopher Plummer por su papel en ‘Beginners’, ‘Hugo’ ya llevaba más Oscar en el transcurso de la noche que ‘Uno de los nuestros’ y ‘Toro Salvaje’ juntos. Baremo que orienta la nula trascendencia de estos premios donde el oropel y la futilidad se han instalado de forma perenne. Los discursos de agradecimiento son tan expeditos y vertiginosos que cuando un hombre de cine como Plummer alarga en el suyo, todo está muy por debajo del tiempo estipulado. Hollywood es así. Allí, Lluís Homar no hubiera llegado a agradecer ni a una cuarta parte de toda la gente a la que dedicó el Goya. Owen Wilson y Penélope Cruz, que sigue dando muestras de un inglés muy “a su manera”, fueron los encargados de encauzar lo que todos sabíamos. Si música de Ludovic Bource ‘The Artist’ (que fusila partes del ‘Vértigo’ de Bernard Herrmann) ganaba, los restantes premios que quedaban por repartir en las categorías mayores serían para la película de Michel Hazanavicius. Y de hecho, así fue.
Will Ferrell y Zach Galifianakis aparecieron haciendo el bobo con unos platillos y vestidos de esmoquin blanco níveo, juegan con los asistentes y logran hacer que su ‘gag’ resulte efectivo para entregar el premio a la mejor canción. Con sólo dos candidatas, uno se lo puede jugar a cara o cruz sabiendo que tiene un 50% de acierto. Y se lo llevó la canción de ‘Los teleñecos’ (¿para qué decir ‘The Muppets’?).
Que Alexander Payne (que incluso se acuerda de Javier Bardem en su discurso de agradecimiento), Nat Faxon y Jim Rash obtuvieran el Oscar al mejor guión adaptado con ‘Los descendientes’ fue bastante coherente. Estos premios los entrega una Angelina Jolie que, por su físico, parece ‘La Novia Cadáver’. También (aunque con más impugnación) que ‘Midnight in Paris’ lo hiciera al mejor guión original. Claro, que Woody Allen, que se llevó el de guión original, no fue a recogerlo porque, en teoría, estaba tocando el clarinete o… a la hija adoptiva de Mia Farrow y André Previn.
Tras la entrega de los premios a los cortometrajes por parte del equipo femenino de ‘La boda de mi mejor amiga’, Michael Douglas sale al escenario bajo las notas de la partitura de ‘Instinto básico’. Tiene una carrera intachable como actor y productor, sin embargo le va a quedar el sambenito de aquel agente de policía adicto al sexo de la película de Verhoeven. El director recae en Hazanavicius por ‘The Artist’, que agradece a todo el mundo, incluido al perro de la película, pero se olvida de su mujer, la protagonista del filme Berenice Bejo.div>
Antes, el Oscar Honorífico era un momento especial para reverenciar a personalidades trascendentales en la Historia de Hollywood, con su vídeo, su emotiva presentación y el agradecimiento de una personalidad reconocida y venerada del Séptimo Arte. Ahora, despachan varios a la vez, los homenajeados saludan a la platea con la mano y “adiós muy buenas”. Este año; Oprah Winfrey, James Earl Jones y Dick Smith son los premiados. Tampoco se entiende esa canción en directo para el ‘In memorian’, el vídeo dedicado a toda esa gente del cine que ha fallecido durante el año. Si el año pasado fue Celine Dion quien se marcara su particular versión y horrorosa versión del ‘Smile’ de John Barry para ‘Chaplin’, este le ha tocado el turno a Esperanza Spalding (y no olvidemos a ¡¡la Coral de Niños de Carolina del Sur!!) con el ‘What a wonderful world’, de Louis Armstrong.
Los encargados de documentación de la Academia sobre destacadas muertes deben cobrar poco o estar un poco achispados cuando hacen el recuento porque, al igual que en la pasada edición, se olvidaron de unos cuantos; Teo Angelopoulos, Raoul Ruiz, Pedro Armendáriz o Marilyn Chambers, entre otros. Ahí es nada.
A esas alturas de la noche sólo quedaban los premios gordos, que iban a ser para ‘The Artist’. Con gran acierto se ha eliminado esa fase en la que cinco actores apoyaban con unos elogios y mucho peloteo a los respectivos nominados. Ahora no. Y gracias. Una estupendísima Natalie Portman se encargó de presentar los de mejor actor. Mientras introducía a Jean Dujardin, el ganador final, éste tenía atender la traducción de su acompañante dejando ver que no tiene ni puta idea del idioma de Shakespeare. Eso sí, cuando subió, no dejó de farfullar ese inglés afrancesado e incluso dar un par de voces. Con lo bien que está en el silencio del filme que le ha encumbrado a la gloria. El momento de emotividad interpretativo, por supuesto, no iba a ser ése. Muchos fantaseábamos con que un émulo de Jack Palance, previa flexiones con un solo brazo, hubiera abierto el sobre y nombrara a... Rooney Mara. Pero no.
Como estaba cantado (y muy merecido) Meryl Streep recibió de manos de Colin Firth, 29 años después, el Oscar a la mejor actriz por ‘La dama de hierro’. “Oh, no, ella otra vez” deberéis pensar “Me da igual”. Streep estuvo encantadora, primero acordándose de su marido en primer lugar “que luego suben la música y no se oye” y después dedicándole el premio a su peluquero de siempre, Roy Helland, su estilista desde hace más de tres décadas y que había recogido su estatuilla un par de horas antes por la misma película.
El restante… ya sabe. Tom Cruise abrió el sobre y sí… ‘The Artist’. Todos subieron, previo abrazo y palmadas con uno de los Weinstein, agradecieron, el perro hizo un par de acrobacias y hala, tan contentos. Otro Oscar que ejemplifica la tendencia de Hollywood a concretar la gloria a películas que pasarán a los fastos como olvidables filmes simpáticos, pero efímeros. Cintas que suscitan el interés del público, divide a la crítica y en un par de años está más que olvidada.
El Oscar es producto de ese productor experto en conseguir Oscar a manos llenas, Harvey Weinstein, cuando descubrió el filme de Hazanavicius y decidió que sería su película “estrella” para ganar Oscar. El año pasado fue ‘El discurso del Rey’, hace tiempo… ‘Shakespeare in love’. Con ‘The artist’ cierra una trilogía con mogollón de Oscars que responde a la perfección a la política de distribución de la compañía. Por resultar predecible, hasta el discurso del director francés quedó en un émulo de aquel mítico Trueba diciendo que “le gustaría creer en Dios para dedicárselo, pero sólo creía en Billy Wilder”.
Las dos películas que más Oscars han acumulando ‘The Artist’ y ‘Hugo’ (ambas con cinco galardones) son homenajes al mundo del cine; uno desde la pirueta aprovechada y rigurosa al cine mudo, ejercitada desde el detallismo y eliminando el factor riesgo de una obra que, sin ser una gran película, aprovecha muy bien sus cartas. La otra, desde la fascinación de un mito que simboliza la grandeza del cine y la pasión de una profesión que encuentra en su nombre a uno de sus deidades. Y así se acabó una noche de ritmo adecuado y que dejó, sin grandes alardes, la resurrección de una gala que parecía muerta. Billy Cystral es así. Esperemos que el próximo año repita y cumpla sus diez ceremonias, entrando más en calor y reviviendo sus mejores momentos. Este año, al menos, ha acedecentado la gala con divinidad. Algo que venía faltando en los últimos tiempos. Todo correcto. Todo plausible.
LO MEJOR
- El videomontaje presentado por Morgan Freeman y que recuperaba la esencia carismática y tan demandada de Billy Crystal. El gran anfititrión volvió a casa y nosotros lo agradecimos.
- Nick Nolte.
- El escote de Jennifer Lopez, que dejó ver algo más de lo que la actriz y cantante hubiera deseado.
- Toda la platea puesta en pie para ovacionar a Octavia Spenser y Christopher Plummer.
- Por no ser menos, Uggie, el perro de ‘The Artist’, que es lo mejor de la película y toda una atracción.
- Meryl Streep.
- Natalie Portman, Milla Jovovich, Jessica Chastain, Emma Stone, Rooney Mara y Judy Greer. Todas fantásticas en la alfombra roja y que dieron la nota de belleza a la gala.
- Que Melanie Griffith, al contrario que en los Goya, sí se enteró de todo. O al menos, de casi todo.
- El abrazo no captado por las cámaras en el patio de butacas entre Spielberg y John Williams.
- La carencia de vídeos cinematográficos y ‘clips’ con gente de cine hablando de cine. Siempre le dan otro toque a este tipo de saraos.
LO PEOR
- La delgadez huesuda de un rostro mítico como el de Angelina Jolie, enseñando la pierna, sí, pero para ver ¿qué?
- No por peor, si no por desoncertante y ‘freak’, fue la siniestra presencia de la hermana Dolores Hart, en su día actriz de éxito en Hollywood y hoy monja benedictina de la Abadía de Regina Laudis en Bethelehem y que apoyó el documental ‘God is the bigger Elvis’.
- La sosería de algunas presentaciones. Hacía falta más guión, más humor, más chispa. En eso, los americanos son unos expertos.
- Sin cebarme mucho debido a su inexperiencia y la voluntad de mejora, la retransmisión de Manuela Velasco para Canal +. No se enteraba de si tenía que entrar la gala o no. Cortó a invitados como Jon Sistiaga para un segundo después decir que aún no iban en directo al Kodak Teathre, contaba anécdotas que poco importaban, predisponía valoraciones según intereses… Ante la mirada de un Pepe Colubi que este año, cual descafeinado Rick Gervais, no fue ni la sombra de lo que supuso el año pasado (ni tanto, ni tan calvo). Tampoco ayudó el refresco de David Broncano. Echamos de menos la absurdez involuntaria de Ana García Siñeriz y a Jaume Figueras.
- La previsibilidad de los premios.
- Que no hubiera más juegos en el escenario entre Crystal y los presentadores.

All Star Orlando 2012: El año de Kevin Durant

El Amway Center de Orlando acogió la edición número sesenta y uno del All-Star Game, cita ineludible para el baloncesto de élite y escaparate multitudinario de ese espectáculo más allá de las estrellas que es la NBA. Después del más desastroso drama que supuso el concurso de mates del sábado (posiblemente, el peor y más vergonzoso de cuantos han tenido lugar en un All-Star) abría las expectativas a lo que podía ser una velada para el recuerdo. En cierto modo, así fue. Para el aficionado español era una cita especial puesto que Marc Gasol, arrollador en la liga con los Grizzlies y heredero del trono de su hermano Pau (que debería haber estado también en esta selección de los mejores de la liga), iba a debutar en un partido de este calibre y convertirse en el segundo baloncestista patrio en participar en este ostentoso cotarro de la canasta. Marc entraba en la cancha a pocos segundos de finalizar el primer cuarto con una actuación muy discreta, sin ningún tipo de alarde. La intención era disfrutar de la elección privilegiada. Jugó pocos minutos. Sin embargo, anotó dos canastas de cinco intentos y capturó tres rebotes. Muy bien para un debut que augura más ocasiones de demostrar cosas.
El partido empezaba en la cumbre. Con unos jugadores aparentemente enchufados hacia un partido disputado y con la promesa de rivalidad y piques entre sus máximas estrellas. El impresionante tapón enfurecido de Bynum a Howard fue una muestra de ello. Empero, las jugadas de transición y anotación recíproca en ocasiones empezaban a parecer una exhibición más digna de los Globetrotters que de un partido para tomarse en serio. Los constantes ‘alley-ops’, mates, pases de fantasía y concesiones de todo tipo, con un enfrentamiento abierto incluso en el apartado de triples, donde LeBron James y Deron Williams iban enchufando como si esto se tratara de un concurso, rebajaban la esperanzas de un duelo serio y de calidad.
Aún así, la cosa fue tomando un acelerado ritmo que dejaban una colección de jugadas de cara a la galería que pronto empezó a tomar cariz de batalla por todo lo alto, de auténtica sensación de espectáculo de alto nivel enfrentando en duelo Kobe Bryant contra LeBron, a Blake Griffin contra Carmelo Anthony o Dwyane Wade, mientras que la máquina apisonadora en la que se está transformando ese jugador llamado a alcanzar cotas estratosféricas llamado Kevin Durant iba haciendo su particular noche hasta acumular 36 puntos y destacarse por encima de sus compañeros para llegar a ser el MVP de la noche.
No obstante, hubo un duelo significativo que se lleva reptiendo en las últimas ediciones de este tipo de encuentros; Bryant y LeBron llevaron su enfrentamiento casi hacia un estrato personal por hacer ver quién ostenta el cetro de estrella actual. Fue lo más vistoso del partido. La “Mamba Negra” quería repetir la actuación del año pasado en Los Ángeles y LeBron consolidaba sus buenas sensaciones calibrando jugadas y haciendo un juego demoledor. La pugna estaba tan caliente, que Wade, unido a su pareja de baile le metió un viaje a la nariz del jugador angelino que le hizo sangrar abundantemente. El potencial del equipo del Este prevaleció a lo largo del partido, con acometidas constantes de un equipo dispuesto a humillar al rival.
Durante los tres primeros cuartos la superioridad apuntalaba la renta de puntos sobre un Este que, pese a recrearse con algunas de las mejores jugadas del partido, no conseguía acercarse al marcador con un Dwight Howard, estrella local, totalmente desparecido. Parte del protagonismo se lo llevó Steve Nash, que con 38 años jugaba su octava noche de las estrellas. Asimismo, hubo tiempo para recordar tiempos pasados, cuando el baloncesto florecía en épocas inolvidables. Así, además de evocar al mítico y genuino ‘Dream Team’ de 1992 con Chris Mullin, David Robinson o Scottie Pippen en la pista, la figura de Earving “Magic” Johnson saludaba en una ciudad que le coronó dos décadas atrás como MVP en el que sería su último año antes del adiós profesional.
La anotación parecía imparable por parte de ambos equipos, sobre todo un inspirador Oeste vestido de rojo bermellón que acumuló la friolera de 88 puntos al finalizar el segundo cuarto, convirtiendo esta cifra en el récord histórico en el partido de las estrellas en la mitad del partido. El duelo de conferenecias seguía su curso, con Bryant batiendo el récord de anotación en estos partidos en posesión, nada menos, que de Michael Jordan.
Así, el Oeste se ponía con más de veinte puntos, hasta que Dwyane Wade decidió tomarse el juego en serio y entonces fue cuando su defensa sobre Bryant estuvo a la altura de lo que se espera de un jugador con una calidad desbordante como la suya. Iguodala y Carmelo empezaron a apagarse y los Westbrook, Griffin, Williams o Derik Rose (al que Tim Thibodeau no puso mucho en cancha –lo que ha provocado una controversia con el resto de equipos rivales-) tomaron el timón de la remontada. Lo que se preveía como un nuevo y seguro récord de anotación por en equipo en un All-Star se vio obstaculizado con una defensa intensiva en el último tramo del encuentro.
Kevin Love no perdió comba y se encargó de que el recorte en la renta del Oeste no fuera masacrada a base de triples. El Este apretaba y se metió definitivamente en el partido. La recta final del partido tomó otro guión bien distinto del esperado, con un equipo del Este que se mostró serio y confiado con las posibilidades de una victoria que no pudo concretarse, cuando a falta de pocos segundos épicos en los que Bryant falló un tiro libre y a Wade se le escapó un balón de las manos cuando el termómetro estaba a punto de estallar con un 150-149.
LeBron pudo transformar el que hubiera sido tiro que habría forzado una prórroga, pero finalmente el Este dejó escapar la oportunidad de aumentar la noche con más baloncesto y dio por perdido un partido que acabó con una falta a Griffin cuando tiraba “a la remanguillé” (que diría el gran Ramón Trecet) a falta de un segundo que acabaría por solventar la victoria del Oeste por 152-149. Durant se había salido con la suya y fue elegido como el jugador de la noche, por encima de Bryant o Lebron. Y la noche de las estrellas fulguró con un gran partido de exultación del basket, con un nivel de espectáculo gratificante y un partido que será recordado como uno de los más disputados de los últimos años.

jueves, 23 de febrero de 2012

PANTERA: 20 años del 'Vulgar Display of Power', uno de los mejores discos de la Historia

El día que estrenamos ‘El Límite’ en Salamanca fue muy agridulce para mí. No porque las condiciones de aquel evento y su celebración no salieran como había soñado. Un día antes, el 8 de diciembre de 2004 había amanecido con la triste noticia del asesinato de Dimebag Darrell. Cuando me enteré de que un zumbado frenético seguidor había arremetido a tiros la decisión de Darrell y su hermano Vinnie Paul de separarse de su banda de siempre Pantera para seguir una carrera alternativa con el grupo Damage Plan (sin renunciar a una previsible aunque difícil opción de continuidad en algún momento futuro), supe que mi grupo favorito de toda la vida se había roto para siempre. Y así fue.
Hoy en día puedo seguir diciendo, sin perspectivas de que esto cambie nunca, que Pantera es el grupo que más me ha marcado, el más trascendental en mi modo de sentir la música y, por cuestiones de edad y generación, de vivir un tiempo y una vida con una banda sonora muy antagónica a la que han compuesto los genios del celuloide que sigo reverenciando con devoción.
Sin embargo, aquello era diferente, una vía de escape, un sintonía afín a los sentimientos de un adolescente que por aquel entonces se revelaba contra el mundo a la vez que descubría la magia de aquel sonido de la banda de Arlington. Posiblemente fuera con alguna canción del ‘Power Metal’ que, para ser sincero, no me convencería. Aunque, por supuesto y como todo hijo de vecino, me aferré a la devoción del grupo con la auténtica revolución que significaría aquel discazo titulado ‘Cowboys from Hell’, que rompiera con todo lo tanteado hasta el momento estado y alejarse así radicalmente del ‘glam metal’ al que tan apegados habían estado hasta aquel momento como seguidores de KISS o Van Halen como se proclamaban.
Pantera ya llevaba una trayectoria muy coherente y consolidada, pero fue este disco el primer publicado por un gran sello, Atco Records por influencia de Mark Ross y bajo la supervisión de Terry Date y el inaugural de la formación clásica que todos conocimos desde ese mismo instante. Vinnie Paul a la batería y líder fuera de los escenarios, su hermano Diamond Darrell (que entonces aún no se hacía llamar Dimebag) a la guitarra, Rex Brown como bajista y la todopoderosa figura de ese animal vocal que siempre ha sido Phil Anselmo, posiblemente la mejor voz y más polivalente de cuantas hayan poblado la historia del metal. Sus actuaciones se consolidaron como uno de los espectáculos más potentes vistos hasta entonces. La rotundidad y técnica de aquel grupo pasaría, casi fulminantemente, a los fastos de la música.
Su siguiente trabajo impondría una evolución y vuelta de tuerca imposible a lo avanzado. El 25 de febrero de 1992 saldría a la venta el que está considerado por muchos como el mejor disco de la banda y uno de los más importantes (si no el que más) de la historia del género. Aquel sexto álbum llevaría por título ‘Vulgar display of power’. Echad cuentas. En dos días cumple dos décadas, veinte años aturdiendo con aquellas estructuras rítmicas de construcción sonora revolucionaria, de sincronización perfecta y furia desencadenada. Era el año en que Guns N’ Roses seguían en boca de todos con el triunvirato de la crítica y el público, el mismo en que Nirvana devastó los números de ventas y el afianzamiento del movimiento Grunge que un año atrás ya había puesto de moda el ‘Ten’ de Pearl Jam, cuando Faith no More dejó para la galería el ‘Angel Dust’ o al mismo tiempo que Rage against the Machine presentaba su mejor disco y Alice in Chains nos regalaba el mítico ‘Dirt’. Todo muy trascendental. Lo que queráis. Pero los texanos sacaron el ‘Vulgar…’ con aquella violenta portada que reflejaba una hostia en la cara (se cuenta que es una foto real de un puñetazo propinado por Vinnie a un mendigo al que pagaron por partirle el rostro), que fue más o menos lo que simbolizaba la energía y fuerza de lo que el disco iba a ofrecer. Su estilo se había endurecido de forma abismal, la grandeza del sonido traspasaba el enfoque radical que se esperaba tras el ‘Cowboys…’ y la transformación del ‘groove metal’ había impuesto unos límites difíciles de asimilar incluso por los entendidos.
Para entonces, en aquel mundo de largas melenas sacudidas al viento, la figura demiúrgica de Phil Anselmo emergió con la cabeza rapada al cero y apareciendo con pantalones holgados y cortos, zapatillas Converse y camisas de cuadros al más puro estilo ‘redneck’, sus sienes tatuadas eran una marca inconfundible y la actitud muy desafiante el grito de guerra para cualquier comparación posible. El propósito agresivo e impactante se había logrado con un éxito irreprochable. Sus canciones te golpean con la severidad de un placentero correctivo; comenzando por ese antológico ‘Mouth for War’ que ya acojona desde su principio y que expulsó de un plumazo al número uno de las listas al ‘Enter Sandman’ de Metallica, pasando por ‘A New Level’, la oda al Travis Bickle más furibundo y demencial (Are you talking to me?) con ‘Walk’ (una canción de cabecera), la belicosa ‘Fucking Hostile’, una de mis canciones predilectas que es ese ‘This Love’, que puede considerarse como una áspera tregua romántica dentro del disco, las imparables ‘Rise’, ‘No Good (Attack the Radical)’ o la vocal ‘Live in a Hole’ y las enfervorecidas ‘Regular People (Conceit)’ u otra joya como ‘By Demons Be Driven’… para acabar con una lenta y triste ‘Hollow’ que termina como un grito de furia.
¿Existe alguna canción negligente dentro del disco o que desmerezca dentro del álbum? ¿Hay algún tema que sea flojo o pase desapercibido? Concluyentemente: NO. ‘Vulgar display of power’ parece no tener aristas de debilidad, resquicios de flaqueza. Es un disco celérico, sin pausa al descanso, donde no hay aliento. Aquí no existe la detención. Lo que importan son los magistrales ‘riff’ de Dimebag, la fogosidad a las baquetas de Vinnie Paul, los compases de Rex Brown y, sobre todo, la descarga de brutalidad que impone Anselmo. La contundencia de una trituradora que destruye el sosiego o el aburrimiento desde una confección musical de compleja calidad que hace sentir cada cambio de ritmo y cuyas estrofas estaban procesadas con violencia en forma de música catártica.
Dos décadas después este ‘Vulgar display of power’ se ha transformado no sólo en un clásico, en una obra maestra del rock, sino también en una fuente de inspiración cuyo poder de influencia alcanza más allá de ese quimérico atributo que transforma a una banda en mito de culto. El disco sigue siendo, hoy en día, una maravilla, un potente delirio que continúa poseyéndote como una apisonadora, como un huracán de sensaciones siempre renovadas en cada audición. La entidad musical y la reciedumbre de sus cañonazos hacen de este disco toda una experiencia. Fue la banda de los 90, el icono diferencial de la grandeza de los genios musicales. Después llegarían más; el ‘Far Beyond Driven’ (ya habrá tiempo de escribir sobre todo esto), aquel disco que el pincha del extinto bar salmantino ‘La iguana’ acabó más que harto de poner ante mis insistentes y etílicas peticiones o la bestialidad del ‘The Great Southern Trendkill’. Así como el ‘Official Live - 101 Proof’, uno de los más destacados directos que se han editado nunca y su último disco juntos en 2000 ‘Reinventing The Steel’, que Anselmo alternó nada menos que con dos grupos, Down y Superjoint Ritual, y que sería el desencadenante del final, primero de forma nada amistosa, de Pantera y después de forma mucho más trágica, con la muerte del gran Dimebag Darrell.
Desde entonces Pantera es un concepto y un sentimiento arraigado a los que amamos a este grupo y seguimos disfrutando de su vasto e inmortal legado, de sus discos e irrepetibles ‘Vulgar Vídeos’ y de su filosofía de transgresión. Esta banda de Texas siempre pondrá voz y música al tema más furibundo de nuestra vida, donde deberíamos recuperar la fuerza de esa propagación de sublevación e intimidación para una protesta amenazadora, tan necesaria en los tiempos que corren.

lunes, 20 de febrero de 2012

XXVI Premios Goya: Mismos errores, mismos bostezos

Por dónde empezar… Lo de anoche puede pasar a la Historia de los Goya por diversas razones. Aunque podemos hacer la vista gorda e ir olvidándonos de ella. La primera, por convertirse en una de las galas más insulsas y peor guionizadas que hemos visto en mucho tiempo. No sé si decir que a la altura de aquélla infausta de Antonia San Juan. Puede que no tanto. Pero los ‘gags’ refiriéndose a la crisis, a la prima de riesgo, a los bancos, enmarañar ‘Avatar’ con ‘Abaratar’ en el ‘speech’ a modo de monólogo que precedió a ese arranque de gala, con un musical dudosamente coreografiado y con voces no muy afines a la identidad musical agradable al oído, no auguraban una noche muy brillante.
Eva Hache, se mezcló entre los invitados previamente seleccionados y les hizo dar una pactada réplica musical que pluralizaba el desastre inicial (Banderas, Jerner, Juanjo Artero, Almodóvar…), mientras Melanie Griffith aplaudía sin enterarse de nada. A buen seguro que fue una de las afortunadas de la noche, porque sin quererlo, estaba ajeno a lo que se cocía. Seamos sinceros, tampoco es culpa de Hache, que estuvo correcta en su dirección de orquesta. La lástima es que con un material tan endeble, ella oprtara por una moderada corrección política que dejó a todos muy fríos. Se esperaba mucho más de ella, que estuvo circunspecta y discreta, con un tamiz de sosería reprendida y poco reconocible en ella. El problema, no obstante, es querer copiar fórmulas traicionando el espíritu de nuestro cine. Y así le va.
Tenían un plan B por si, como sucedió, el número musical resultaba un fracaso. Sacar a Silvia Abascal junto a Miguel Ángel Silvestre para entregar el primer premio puso en pie a todo el personal cinematográfico. La actriz está casi recuperada del ictus que sufrió hace casi un año y la emotividad por volver a verla en los Goya tuvo su puntito conmovedor. El primer premio fue para Lluís Homar por dar vida a un servicial androide en ‘Eva’. Y es cuando llegó el momento “Karra Elejalde” o “Mario Camus” de la pasada edición, alargando hasta la extenuación los agradecimientos y recuerdos interminables a familiares y equipo. Curiosamente, la Academia había preparado unos vídeos presentados por Cayetana Guillén-Cuervo para no caer en los errores más tradicionales de estas noches y el primero, en efecto, era lo innecesario de dilatar más de la cuenta los agradecimientos.
Lo tenían que haber puesto justo antes de dar los premios. Carlos Areces y Gorka Otxoa presentaron la terna de premios destinados a cortometrajes. Areces agradeció que directores como Álex de la Iglesia y Javier Ruiz Caldera le hubieran dado la oportunidad de enseñar el “ojete” en pantalla. No sería la primera vez que escucharíamos este vocablo tan español. ‘El barco pirata’, ‘Regreso a Viridiana’ y ‘Birdboy’ fueron los vencedores como corto de ficción, documental y de animación, respectivamente. Tras esto comenzaron a caer los galardones para ‘La piel que habito’ y ‘No habrá paz para los malvados’, a la que se unió ‘Eva’, ganando también categorías menores. Entre tanto, el guión obligaba a dos actores tan entreñables y cojonudos como Enrique Villén y Nathalie Seseña a tener que afirmar que son feos o difíciles de ver por un estúpido juego a la hora de entregar los premios de maquillaje y efectos especiales. Lamentable.
Al recoger su Goya como mejor actriz revelación, María León protagonizó otro de esos momentos ideales para los cazadores de imágenes, puesto que elevó demasiado el vestido que llevaba y dejó ver fugazmente la zona donde la espalda pierde su nombre. Muy nerviosa, agitando el premio como si fuera Michael J. Fox y con esa sensación colectiva de que sabía perfectamente que iba a llevárselo, fue la más sorprendida de la noche. Ante un buen cúmulo de discursos interminables, llegó la guinda de la tarta hueca. González Macho, presidente de la Academia, aparece en el escenario con las vicepresidentas Marta Etura y Judith Colell y los tres recitan un discurso absolutamente reaccionario sobre los nuevos modelos de distribución. Como dijo Colell “sí, es verdat”. Con un canto a favor de la Ley Sinde en su subtexto y una oración soterrada para que no se eliminen las subvenciones institucionales, González Macho arremete a la congruencia con una diatriba hacia Internet que, se quiera o no, supone el devenir de la industria audiovisual y del ocio. Por mucho que diga este señor.
Según él, internet no satisface aún la demanda y, por supuesto, no es alternativa ni sustituto. Después de un rato que dio para ir a mear, abrirse una cerveza y mandar un par de whatsapp, añadió una apoyo panegírico de la reaparición del videoclub como modelo de cine en casa, regresando a un pretérito que se pierde en la memoria. Ésa es la idea de González Macho. nada más y nada menos. Encima, se permitió hacerle un guiño a Álex de la Iglesia, que miraba serio en la platea porque, entre otras cosas, la pasada edición su discurso fue diametralmente opuesto, al insinuar que “Las reglas del juego habían cambiado y que Internet es la salvación de nuestro cine”.
Con el signo de azoramiento y un poco hasta los huevos, todo hay que decirlo, con algo de aburrimiento en el cuerpo, el cotarro había que levantarse con un poco de surrealismo y un incentivo de sorpresa. El Langui salió a cantar un ‘rap’. Hasta ahí todo bien. Es un ‘crack’ y supo levantar el ánimo con sus primeras estrofas. Lo que ya no es tan normal es que salgan Javier Gutiérrez y Juan Diego con cadenas a darle la réplica. El WTF había llegado. Máxime cuando a ellos se unió Antonio Resines y su instante “lo he perfao”, olvidándose de la letra y tarareando hasta lo grotesco ¿Había algo más rocambolesco que añadir a la función? “Ya, si metemos a Tito Valverde, lo petamos”, debieron pensar los guionistas. Dicho y hecho. “¡¡El patio de butacas dice… sí!!”.
Todo ‘glamour’ e invención. Dadaísmo visual en estado puro. Delirio de antiología que tardará en olvidarse. Como aquella que Florentino Fernández entró llevando un caballo montado por Bibiana Fernández, como el mismísimo discurso de agradecimiento de Landa. Lo siguiente, la mejor canción; la nana de ‘La canción dormida’ y la mejor partitura... ¿pues quién va a ser? Alberto Iglesias, cómo no. Un día de estos los Goyas no van a entrarle en casa.
El operador de sonido Marcos de Oliveira (que seguro que debió acordarse de los encargados del sonido de la gala), ganador junto a Nacho Royo-Villanova del Goya en esta disciplina, pareció hacerle la competencia de gafas de sol a Pedro Almodóvar, del cual se sospechó que las llevaba para echarse cabezadas furtivas. La justicia de los premios nos trae el de mejor actriz de reparto para la gran Ana Wagener, una de las mejores intérpretes que tiene este país y su discurso sirve para reivindicar a sus compañeros de profesión y meter la pulla de aquellos que siguen escarbando en la memoria de la Guerra Civil para “desenterrar luchas olvidadas”.
Hasta ese momento, ‘Blackthorn’, que no había ganado ningún Goya, empezó a recolectar alguno que otro. Eva Hache hace unos chistes un poco “de aquélla manera” sobre los Tweets ficticios de reconocibles famosos. Según ella, no hace falta esperar a mañana, porque ya se puede leer cómo les ponían verdes en el acto. Estaba en lo cierto y es lo que se llama libre inmediatez, una palabra que a González Macho seguro que no le hace mucha gracia. Enrique Urbizu y Michel Gaztambide, que para Belén Rueda es “Michael (Maicol)” Gaztambide, suben a por el Goya a mejor guión original. Las pistas sobre cuál podría ser la gran triunfadora empiezan a dilucidarse. La sorpresa llega después, Almodóvar se queda sin el de adaptación en favor de la sorpresa de la noche; la cinta de animación ‘Arrugas’, basado en el cómic de Paco Roca. Además, ganaría, esta vez más esperado, el de mejor película de animación.
La gala se estaba haciendo eterna, por mucho que Kike Maíllo barriera en la categoría de mejor director novel con ‘Eva’ en un discurso muy pagado de sí mismo, muy estudiado y en el que hizo partícipe a la niña protagonista, Claudia Vega, el ejemplo de que los niños sólo recibirán aplausos como el brindado ayer a esta joven actriz a la que su director animo a seguir estudiando. Después del tradicional ‘In Memorian’, del cual Chico Santamano apuntó en Bloguionistas “Cuando vemos esa cantidad de muertos, nos flipa que haya tanta gente que viva del cine español”. Sorna con diversión, siempre. En el escenario, dos viejas glorias como Victoria Abril puesta de botox hasta las cejas (que se confunde adrede y dice “César” en vez de “Goya”… en fin) y Jorge Sanz le dan a Elena Anaya gana el Goya a la mejor actriz principal. Se olvida de Gustavo Salmerón en los agradecimientos, pero grito a voz en grito a su “yayo” fallecido que ahora ganamos mundiales.
Menos mal que entonces salió Santiago Segura. Lleva años siendo lo mejor de las galas, aportando su cinismo y sin miedo a que su humor sea hiriente. Y en esta gala se lució de una forma rotunda. Segura demostró una impecable capacidad de autocrítica y una voluntad de cambio con ironía frontal, bastante mala hostia y un humor capaz de levantar las apagadas carcajadas de la platea. Aludiendo a un sistema de votos absurdo, que tira hacia el revanchismo, el amiguismo y la ignorancia, a la pataleta de Almodóvar, a los yogures de Coronado, al cine de Guerra Civil de Benito Zambrano… para acabar comparando a Santos Trinidad con Torrente sin ir muy desencaminado. Y mientras… Melanie sin enterarse de la mitad de la gala (¿"Fary?"). Grande, Segura. Muy grande.
La noche iba a llegando a su fin. Josefina Molina no puedo ir a recoger su Goya, previendo tal vez el ladrillo que hubiera tenido que tragarse. Y Jean Cornet apuntaba una muesca más al palmarés de ‘La piel que habito’. ‘Blackthorn’ encadena un par de premios más y los Goyas se van repartiendo equitativamente. Cuando Isabel Coixet ganó el de mejor documental por su loa al juez Garzón, se produjo otra situación incómoda. Como un imán para este tipo de momentos bochornosos, asistió alucinada al discurso de un espontáneo con cara de anormal autodenominado el “Muletilla”, hablando de un “western en Extremadura”. Para entonces se había filtrado la noticia de que Anonymous había reventado la web de la Academia. Isabel subrayó algo fehaciente, que en este país “sí hay paz para los malvados”, en relación a la sonrojante justicia que se imparte en España según qué rasero. Nadia Santiago pronunció el nombre del director de ‘The Artist’ a bote pronto y como le vino en gana: “Michel Hayazaboyaicius” y Ricardo Darín soltó un “joder” al saber que la argentina ‘Un cuento chino’ y en la que trabaja, era la mejor película iberoamericana del año.
Los Goya son como los Globos de Oro sin anuncios. Es decir, que duran lo mismo, se hacen igual de pesados, pero encima no hay lapsos de tiempo para ir mear o prepararte un snack y abrirte otra birra. Con las casi tres horas prometidas en el cuerpo, uno lo que deseaba es que la velada fuera llegando a su fin. En efecto, así fue, porque llegaban los tres premios gordos que fueron a parar a ‘No habrá paz para los malvados’. Ya era la gran ganadora de la noche. José Coronado recibió su merecido galardón iniciando el discurso con ese “rock n’ roll!!’ del personaje que mayores alegrías le ha dado. Urbizu dejó patente de un modo categórico cómo se agradece un premio y los productores que subieron a por el de mejor película de 2011 se le fueron los ruegos pidiendo, otra vez, la caridad de aquellos malvados que quieren destrozar parte del sistema que sustenta el cine de este país. Y así acabó la noche.
Hasta esta tarde no he podido colgar este post debido a la gripe y a la fiebre. Sin embargo, aquí está, amigos del Abismo. Fiel a su cita anual desde que naciera el blog. La semana que viene a ver cómo hacemos los que somos seguidores de la NBA y cinéfilos amantes de la pomposa gala de los Oscar. Dos eventos imprescindibles que coinciden en día y en horario. Aunque eso… es otra historia. La película de Urbizu se llevó seis galardones, la de Almodóvar cuatro, los mismos que ‘Blackthorn’ y ‘Eva’ y ‘La Voz Dormida’ se han llevado tres cada una. Y así, todos tan contentos. O no…

LO MEJOR
- Ver recuperada a Silvia Abascal, más allá de que nos guste su trabajo como actriz. Fue una gran noticia.
- Los vídeos introductorios de “por qué merecían el Goya” las películas candidatas con Eva Hache insertada en ellos y con un montaje que sí estuvo a la altura de los esperado.
- Santiago Segura. Todo él.
- María Valverde, la más elegante de la alfombra roja y Salma Hayek, con sus poderosas razones para hacer que estemos enamorados de ella.
- El reconocimiento a Urbizu, uno de los grandes del cine español que al fin ha visto premiado su esfuerzo por sacar al cine de español de sus estilemas y redundancias.
- Clara Bilbao, Goya al mejor diseño de vestuario por ‘Blackthorn’ reconvertida en una MILF a seguir, a pesar de que casi ahoga en el discurso.
- Que Julio Fernández no subiera este año a recoger un Goya.
- Sí, claro… que se acabara la gala.
LO PEOR
- González Macho y el fondo discursivo de su arenga rancia y reaccionaria.
- La falta de gracia en los ‘gags’ y una sensación de moderada desazón en el total de la velada. Eva Hache no estuvo a la altura.
- Las poses de incomodidad y disgusto de Jose Ignacio Wert. A este hombre le hace falta un poco de compostura y clases de protocolo.
- El sonido y ciertas partes de la realización. Parece que no aprendemos cometiendo cada año los mismos fallos.
- La nula seguridad que contrata la Academia. Hasta dos espontáneos son capaces de subir al escenario sin oposición alguna.
- La falta de candidaturas de ‘Torrente 4’, porque, en el fondo, Segura tuvo razón en sus palabras.

viernes, 17 de febrero de 2012

Este año tocan 37

444 meses, 1.930 semanas, 13.513 días…Y aquí está de nuevo, otra castaña más que me ha caído. Se va añadiendo otra muesca a la vida, pero no hay porqué alarmarse. Ahora, prefiero no echar la vista atrás porque da vértigo la rapidez con la que se han acumulado los cumpleaños y la celeridad de un tiempo que se antoja misérrimo para todo lo que hay que vivir. Veo de cerca la cuarta década de existencia y me acojona, no voy a negarlo, pero desde una posición de sorna y desdén. Al fin y al cabo, sigo divirtiéndome, que es lo adecuado para que los años no pesen. Bastante se tiene con descubrirse nuevos pelos en las partes más insospechadas de tu cuerpo y viendo cómo clarea la cabeza a la vez que te sientes preguntando todavía qué va a ser de tu vida. Al menos, las canas me respetan. O eso creo.
Cada año reitero la necesidad de hacer de este paripé que suponen las onomásticas una excusa absurda para la fiesta con un objetivo que en esta vida (y más con la que está cayendo en este vergonzante país en el que vivimos) nunca hay que perder de vista: la diversión. Hay que vivir el momento y hacer del presente un acto voluntario que marque el futuro, sin olvidar lo que hemos sido y todo lo que nos hemos reído. Porque lo de llorar no tiene cabida en días como hoy. Al menos para mí, claro está. En estos términos de desvarío, en un halo superficialidad, se esconde el secreto de avanzar la edad sin que a uno le reconcoman los años. Se llama indiferencia ¿Que lo estoy confundiendo con cierto "Peterpanismo"? Puede ser. Eso sí, que me quiten lo “bailao”. Vale, reconozcámoslo, no podré ser joven toda la vida, pero lo que nadie puede quitarme es la ilusión de seguir siendo un inmaduro empedernido. Lo que me lleva a otro estrato habitual en este tipo de celebraciones, la irrefutable utilización de esta inconsecuente circunstancia anual para afianzar otra gran oportunidad para la juerga dipsomaníaca. Otro año al bote. Otra celebración. Porque aquí, lo importante es pasarlo bien y el alborozo requiere una inquebrantable subordinación a la fiesta, en la que no hay lugar para plantearse si uno tiene un año más.
Es hora de celebrarlo. Y a eso voy.

martes, 14 de febrero de 2012

Review 'Promoción Fantasma', de Javier Ruiz Caldera

El club de los cinco fantasmas
La segunda película de Javier Ruiz Caldera reivindica una miscelánea de cine adolescente y fantástico que remite a las comedias del cine de los 80 desde una perspectiva de respeto e influencia más que desde el simple homenaje referencial.
El cine de John Hughes definió una forma de entender la vida que parecía circunscribirse a una época concreta, aquellos años 80 de confusión, de perspectivas frustradas, de incomunicación y desorientación de una juventud perdida. Hoy en día parece que el mundo no ha cambiado mucho desde entonces. Las comedias adolescentes americanas vertían tras sus risas y situaciones reconocibles una misma línea de inquietudes, carencias afectivas o desilusiones. La reivindicación de esa tipología desde una realidad arquetípica compuesta por aquellos caracteres categóricos de un cine adolescente que nunca ha dejado de funcionar.
La creencia en esta última idea es en la parece erigirse en ‘Promoción Fantasma’, la segunda película de Javier Ruiz Caldera, que rescata desde la nostalgia esa sensación de cine espiritualmente ‘ochentero’, que afectará con una implicación especial a una generación que vivió aquel cine en primera persona, resucitando la energía vital de aquellas recordadas sesiones de hace tres décadas. De ahí, que se recurra a las mismas estratagemas, siguiendo un norte muy concreto, manejando en todo instante los perfiles delimitados a un sucinto trazo de personalidades de catálogo, muy recurrentes y honestas en la correlación a la hora de adaptar a nuestro entorno patrio una ráfaga de situaciones identificables pretéritas acopladas a nuestro cine más actual, sin perder la identidad y la esencia de aquellas míticas cintas que ya no volverán.
Ruiz Caldera, que asumió el reto de debutar con ‘Spanish Movie’, una ‘spoof movie’, es decir, una comedia de ‘gags’ paródicos y satíricos que se nutría de la imitación y burlas de otros filmes nacionales, rehúsa a los límites de un humor colegial zafio o provocador que siguiera los estigmas de los (no menos reivindicables) ‘Porky’s’ o ‘Los albóndigas en remojo’ para proyectar un vademecum de nobles convencionalismos y actitudes conciliadoras hacia un ‘target’ verdaderamente inteligente; por una parte, consciente de la vía emotiva de esa generación ya mencionada, pero a su vez por otra, la actual, mucho más acostumbrada a la inmediatez y al consumo rápido. Un primer logro muy loable y complejo de conseguir.
‘Promoción Fantasma’ comienza reflejando un pasado no tan lejano con un magnífico prólogo en el que su protagonista, Modesto, un ‘loser’ con aparato dental y mirada perdida, descubre que, más allá de su inercia hacia la timidez y apocamiento, puede ver espectros que nadie ve, haciendo de su vida un tormento de traumas y obcecación insana con la locura que ello supone. Hoy en día, se ha convertido en un profesor que no impone ningún tipo de respeto y sigue sin poder superar ni aceptar esa capacidad sensorial para comunicarse con los muertos. Hasta que es contratado en el Instituto Monforte, en cuyas paredes descubrirá a cinco alumnos que llevan un cuarto de siglo muertos vagando como fantasmas y que representan efigies de aquel cine adolescente del tiempo en que murieron; el macarra soberbio, el deportista chulito, la ligera de cascos, la empollona amante de la música o el inadaptado que se dio a la bebida y vive en una juerga eterna.
Con ello, ‘Promoción fantasma’ se va desarrollando con pulso firme, con una celeridad que avanza con la precisión de un reloj, midiendo todos sus giros y situaciones con perspicacia y gran talento. Se nota que sus guionistas, Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, han vertido con devota sensibilidad un manifiesto a cierta tipología de cine olvidado en la memoria, transformando sus intenciones en cercanía, adaptándola a una historia tan inocente como efectiva, vertida con una sencillez y una sinceridad que desarticula cualquier mal adjetivo hacia los propósitos del filme de Ruiz Caldera. Porque aquí no importa tanto la definición del perfil social que desempeñan los fantasmas, ni los condicionantes que les llevaron a ser castigados mientras los demás compañeros disfrutaron de la fiesta de fin de curso, sino la reciprocidad de salvación que establecen con Modesto, que los necesita para afianzar la perpetua relación que le mantiene en conexión con el mundo de los muertos.
Los objetivos que deben cumplir en sus vidas (en este caso, en sus muertes) se explicitan en un acontecimiento inacabado que deviene en necesidad de encontrar diversos objetivos y metas. Entre ellos, cerrar el ciclo que les vincula al mundo terrestre y a su vez, el profesor, despojarse de su condición de educador fracasado y encontrar, de paso, la valentía para enfrentarse a una relación madura con la directora del colegio, que es la persona que le abre los ojos en todos los sentidos. Y así, el filme de Ruiz Caldera encuentra su dignidad y esplendor en ese trasfondo, tal vez poco referido dentro del filme, de más de dos décadas de eternidad de los jóvenes espíritus como entes fantasmales obligados a aguantarse y conocerse, conviviendo en un estrato indeterminado, imponiendo en sus respectivas búsquedas una entrañable historia de relaciones y amistad que les supedita a la convivencia, al diálogo y al descubrimiento participativo que tiene como culmen el encuentro con Modesto.
Una comedia que no se sonroja ante sus limitaciones, porque tenerlas tiene. Pero es lo de menos, porque las va venciendo a golpe de ‘gag’, de sonrisa cómplice, de hilarantes y brillantes ‘set pieces’ que convocan una entelequia de risas y confabulación con el público, sin perder de vista temas como la amistad y un subtexto perfilado que arremete con una feroz crítica al modelo de educación privada (también la pública) que, escudado en la rectitud y la severidad, descompone la enseñanza hacia unos derroteros que se han consolidado en el fracaso escolar. Aunque éste no sea el propósito y se diluya en la diversión, la ocasional falta de profundidad lleva siempre consigo la férrea intención de concebir sus giros y diálogos hacia una gratificante concordia entre la emoción y las risas. No cabe la trascendencia artificiosa porque en ‘Promoción Fantasma’ la búsqueda va orientada en su totalidad al entretenimiento.
Al mismo tiempo, uno de de los puntos más sobresalientes que equilibra con solidez la magnífica función gravita en un elenco de actores y actrices que proporcionan una virtuosa labor interpretativa encabezada por el siempre talentoso Raúl Arévalo, capaz de dotar a este perdedor pusilánime de una afectuosidad instantánea, así como la naturalidad directa de la gran Alexandra Jiménez, dándole la réplica con un personaje que sirve de apoyo para hacer evolucionar a ese ‘loser’ con cara de pardillo. Es asimismo una sorpresa encontrar a todas esas jóvenes estrellas televisivas (Alex Maruny, Jaime Olías, Andrea Duro, Anna Castillo y Javier Bódalo) en un nivel actoral muy por encima de lo que estamos acostumbrados a ver en ese trasvase de la pequeña a la gran pantalla de nuevos y bellos rostros. La comedia se ve enaltecida del mismo modo con la contribución de tres bestias cómicas en constante estado de gracia; Joaquín Reyes y Carlos Areces, como apolillado y confundido psiquiatra y presidente de la asociación de padres respectivamente, aportan un punto humorístico que tiene su colofón con la inmensa Silvia Abril, a la que corresponde la grandeza de la mejor y más extravagante secuencia de la película.
‘Promoción Fantasma’ no sólo divierte y entretiene, sino que por momentos alcanza un alto grado de emoción que llega a tocar la fibra sensible con emotivas puntualizaciones y su selección musical (Radio Futura, Whigfield, la anacrónica Shakira y aunque a veces sea reiterativo, el ‘Total Eclipse of the Heart’ de Bonnie Tyler) que homenajean precisamente a todo una estirpe de cine que revive en ‘Promoción fantasma’ con notable afecto y respeto. Es un filme plagado de guiños, referencias y alusiones a un cúmulo de situaciones y películas reconocibles que devuelven al espectador a una perspectiva enternecedora del cine comercial rescatando valores como la superación personal y el aprendizaje a estimar la vida, pero no por ello respondiendo a una necesidad de película ofrenda, sino más bien a un ejercicio de ingenio y energía cómica que avoca directamente a la gran capacidad de la cinematografía española hacia una apertura de un cine voluntarioso y competente que lleva años gestándose silenciosamente. Un filme que busca entretenimiento cargado de buenas intenciones, donde la eminencia y la magnitud de su discurso yacen en la cercanía y la complicidad de un espectador que debe reconocer y agradecer una película tan especial como esta comedia que es un ejemplo a seguir para el cine español.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012