lunes, 19 de septiembre de 2011

Eurobasket 2011: La grandeza de un equipo irrepetible

Se acaban las palabras encomiables, los halagos, los adjetivos ponderativos y las loas desatadas cuando llega la hora de escribir sobre las hazañas de la selección española de baloncesto. Cuando los éxitos se han venido repitiendo una y otra vez parece que lo imposible ahora es rutinario y accesible. Sin embargo, sería un tremendo error dejar de enaltecer la glorificación de una generación de jugadores irrepetible, capaces de hacernos vivir la magia de un deporte que sólo se puede afrontar desde pasión y la emoción. Su juego, determinado en el equilibrio y la estabilidad, en el compañerismo y la disciplina, sumado a un portentoso talento y capacidad forja el milagro de ese juego de ensueño que consuma perfecta armonía y entendimiento colectivo. Desde ayer, España es bicampeona de Europa, una proeza que no sucedía desde que lo lograra aquella Yugoslavia de Dejan Bodiroga, Aleksandar Djordjevic y Predrag Danilovic en 1997. Y lo hizo dejando en la cuneta a Francia, con una contundencia absoluta (98-85) y un juego irrebatible en la que será recordada de nuevo como una nueva gesta deportiva.
A la final Francia llegaba con un juego venenoso y con ganas de revancha después de su “no-partido” de la segunda fase. Su táctica estaba clara desde el principio apoyada en la velocidad de un Tony Parker poderoso y letal, comandando a un equipo donde grandes figuras como Noah, Batum, Diaw, Pietrus o Gelabale. Todos querían hacer difícil la consecución de otro título para los nuestros. Fue misión imposible. Francia se vacío en un partido fabuloso. Y aún así, no logró más que ser testigo de excepción de otra victoria de esta España que consigue perpetuar un hermoso sueño. Los galos lo dieron todo. Hicieron un partido excepcional. Pero no fue posible parar las continuas embestidas de un equipo en estado de gracia, con Calderón asumiendo el mando, con el destructivo juego interior de los hermanos Gasol y las apariciones estelares de esa bestia llamada Juan Carlos Navarro, un Rudy revoltoso y lleno de furia y la aparición de un Ibaka portentoso e intimidador que puso cinco “pinchos de merluza” en apenas ocho minutos. En Kaunas España estaba destinada a ilustrar otra página de oro dentro del deporte de élite.
Cabe destacar, en una visión global, la descomunal actuación en el torneo de un héroe que hace magia cuando el baloncesto se apodera de él, alguien capaz de endosar casi 100 puntos entre cuartos de final y la final de ayer; “La bomba” Navarro, un jugador en constante estado de gracia, cuyo apodo le viene por dinamitar partidos, por destrozarlos y reventarlos haciendo que la balanza siempre caiga hacia su lado. Un talento donde el físico imperante actual se anula ante la grandeza de un tonelaje desprovisto de artificios. Así lo ha venido haciendo en este campeonato, donde su regularidad y acierto impresionante ha hecho que España haya fraguado su campeonato más perfectamente dibujado, cuyos partidos han constatado que este equipo también necesita respirar a través del reinado eterno de Pau Gasol, posiblemente, el mejor deportista español de la Historia. El 4 no parece ser de este mundo. Pertenece a una estirpe de ganadores que inocula la grandeza a sus compañeros de selección. Jugadores de talento inalcanzable que hacen posible la superioridad para convertir el juego en poesía. No olvidemos subrayar la estrategia y el funcionamiento como parte fundamental para esta conquista la figura de Sergio Scariolo, que en esta ocasión no ha dejado dudas en sus planteamientos tácticos. Este equipo sigue asentando su éxito en una mezcla de familiaridad, talento, respeto y ganas de obtener cotas nunca antes alcanzadas. Las aspiraciones de este grupo de amigos han hecho que esta selección borde cada partido para esa continua y dulce hora de los éxitos: la Era de España, la del reinado propio dentro de los fastos del deporte de la canasta.
Es la Selección de Oro, el equipo que desenvuelve su juego cristalizado en triunfos en los que prevalece el orgullo de un deporte donde la honestidad y el sacrificio se ensamblan con el espectáculo. Lo de ayer es otra gesta inolvidable, otra lección de pizarra que desemboca en el gesto humano y el guiño a la amistad y la confianza. La celebración de ayer volvió a definir al colectivo, al grupo de amigos que llevan el baloncesto de selección a la fraternidad de gente que se quiere y se admira. El reciente y triste fallecimiento de los padres de Felipe Reyes y Víctor Claver brindó instantes en los que se interiorizó la emoción y se exhibió el respeto y el cariño, cuando Reyes levantó la Copa de Campeones por decisión de Navarro o todos se fundieron en un abrazo de aprecio con ambos jugadores. La carga sentimental humaniza también a este conjunto de ganadores. Ricky Rubio, Víctor Sada, Juan Carlos Navarro, Rudy Fernández, José Manuel Calderón, San Emeterio, Sergio Llull, Víctor Claver, Pau Gasol, Felipe Reyes, Sergi Ibaka y Marc Gasol siguen siendo presente y el futuro. El ciclo no está cerrado. Ni mucho menos. Será el año que viene, en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, cuando toque librar la batalla más grande jamás contada; el asalto a la medalla de oro. El trofeo más preciado y el único que se le resiste a esta generación tocada por la varita mágica de la divinidad y en la que no hay que olvidar, en este momento de gloria, a otros integrantes de la misma como Berni Rodríguez, Carlos Cabezas, Raúl López, Carlos Jiménez, Jorge Garbajosa o Àlex Mumbrú. Sin dejar de contar a Pepu Hernández y Aito García Reneses. El año seguirá el ciclo. No lo dudamos. Nuestra esperanza y nuestros sueños nunca pueden ser traicionados por el ímpetu y la grandeza de este equipo de prestigio y admiración popular. Por eso, confiamos en más hazañas y en más alegrías como las de ayer.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Review 'Cowboys & Aliens (Cowboys & Aliens)', de Jon Favreau

Extravagante ensalada de géneros
Daniel Craig y Harrison Ford se meten de lleno en un ‘mash-up’ que ejerce de exótica mixtura de ciencia ficción y ‘western’ en un filme solvente pero lleno de tópicos de ambos géneros.
La variabilidad de Hollywood cada vez está más estancada, olvidando encauzar su camino hacia la mutación, hacia la continua transformación de códigos y géneros. Por eso, el hecho de que la adaptación de la novela gráfica de Scott Mitchell Rosenberg ‘Cowboys & Aliens’ se haya transformado en una superproducción, en estos tiempos de ‘remakes’ y traslaciones, no sorprende a nadie. Definida como un ‘mash-up’, que vendría a ser un híbrido de géneros y lugares comunes, la suma de clichés, la cinta de Jon Favreau propone en su presentación la defensa de los estilemas del ‘far west’ y el cine de ciencia ficción; un hombre sin nombre, perdido en un pequeño pueblo ganadero con sentido de la honestidad pese a estar detenido por el Sheriff condal y abogando por la redención que no duda en unirse al bien común utilizando todas sus armas para lograrlo.
Hasta ahí, bien. Lo inusual es cómo el enemigo esta vez se metaforiza en los indios, ni en impíos malvados que amedrentan la villa. Aquí los malos de la función son unos aliens que se apoderan de una explotación de oro y abducen a gente con oscuros fines. El héroe, en este caso provisto de una extraña muñequera con poderes destructivos, será el encargado de salvar a la humanidad. Más o menos, eso es lo que viene a narrar este entretenimiento veraniego con ínfulas de cine fugaz y circunstancial, que no busca transgredir en ninguno de los dos géneros que aderezan esta extravagante ensalada.
Con ‘Cowboy & Aliens’, Favreu sigue un insólito modelo prosélito, a su manera, de los edictos ‘fordianos’ del ‘western’, donde los indios son sustituidos por extraterrestres y los códigos de conducta no varían en exceso de los de aquellas piezas maestras. El género clásico americano por excelencia y su marco histórico se invierten hacia un relato de ciencia ficción descafeinado, donde todo parece avocado a ese simbolismo de pertenencia en contra del colono, que amenaza en forma de flagelo extranjero los intereses de sus diversos componentes. Ese subfondo simbólico que acude a un género patriótico y genunino como es el ‘western’ se fusiona con la ciencia ficción de extraterrestres e invasiones en una emulsión que no acaba de convencer, pero que acaba por resultar un filme solvente e irregular e impone su curso hacia un patrón de espectáculo que no traiciona en ningún momento.
No hay que negar que el primer tramo es prometedor y resulta estimulante, pero se va enflaqueciendo una vez conocidos todos (o casi todos –por no spoilear-) los elementos que mueven la historia, con momentos de espectáculo llevados casi al paroxismo de la miscelánea, como el momento en que los jinetes cabalgan en grupo con la intención de luchar contra las naves espaciales. Sin embargo, ‘Cowboys & Aliens’ no termina de erigirse como la gran función que todos esperábamos. Fundamentalmente, porque está trazada por el convencionalismo, pero sobre todo por una acuciante falta de humor e ironía, en un producto que necesitaba algo de autoparodia para funcionar y que se limita a tomarse demasiado en serio y sin decidirse en ningún momento a explotar al máximo ninguno de los dos dispositivos que homenajea.
No obstante, Favreau no pierde su pulso en el constante rastreo de la esencia de un espectáculo diáfano que recupere la infalibilidad de otros tiempos pasados, sin conseguirlo, pero tampoco dejándose comer por la mediocridad de algunos éxitos de saldo que responde a una moda muy consolidada dentro de la gran industria. Se intuye algo de riesgo en sus expectativas. Las suficientes como para orientar su estilo lúcido a la hora de alcanzar formas más indicadas de introducir al espectador en el caos alienígena. El resultado es un “ctrl. X + ctrl. V” exótico y dispendioso, donde destaca un siempre contundente Daniel Craig y un Harrison Ford que pule su carisma para adecuarse a un personaje algo desagradable y envejecido. Un producto con alma de ‘blockbuster’ que mantiene su dignidad con logrados efectos digitales y una derivación genérica que resulta de guión escrito y reescrito hasta la extenuación, como un adoquinado de irregularidades, a golpe de ‘cliffhanger’ y sin lustre, que se encamina con cansancio y flojedad hacia ese gran enfrentamiento prometido por el título de la película.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'La piel que habito', de Pedro Almodóvar.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Amazon llega a España

AMAZON.es es una realidad.
Hoy, Amazon abre sus puertas al mercado on-line dentro de nuestro territorio. En principio, el modelo Kindle tendrá que esperar a finales de este mismo año. Hasta entonces, iremos viendo el paulatino crecimiento del gigante de venta por Internet.
Bienvenida sea esta alternativa.

domingo, 11 de septiembre de 2011

11-S: La herida sigue abierta, una década después

‘11-S’, la herida abierta
El 11 de septiembre de 2001 el terror se apoderó del mundo occidental. A las 8:45 de la mañana de aquella jornada, Estados Unidos veía horrorizada el impacto de un Boeing 767, el vuelo 11 de American Airlines, contra una de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. Era el primer ataque continental contra el país más poderoso del mundo desde la Guerra de Secesión. A las 9:05 otro Boeing 767, esta vez el vuelo 175 de United Airlines, era estrellado contra la segunda torre. El pánico asoló al mundo, que vivió en directo, a través de la televisión, el horror del atentado terrorista más espectacular y cruel que hasta entonces se había vivido en Occidente.
El planeta vivió en directo estos imborrables atentados suicidas que implicaron el secuestro de cuatro aviones de pasajeros para consumar el ataque, empleados como bombas aéreas para matar a un número indiscriminado de personas. Un tercer avión, un Boeing 757 de American Airlines, se abatía sobre el Pentágono (en Washington) cerca de las 9:40. La pesadilla de ataques concluyó su oleada de pánico cuando a las 10:10 una cuarta aeronave, el vuelo 93 de United Airlines, que presuntamente se dirigía a la Casa Blanca, se estrelló por circunstancias aún desconocidas en Pennsylvania, cerca de Pittsburg, en una zona rural.
Las Torres Gemelas de Nueva York reducidas a escombros y el Pentágono seriamente dañado fueron la consecuencia de la infamia que Al Qaeda consagró al terror mundial aquel día. El icono de poder económico norteamericano había sido reducido a cenizas y la efigie militar poliédrica parcialmente destruida. El resultado: más de 3.000 muertos. El cruel acto que encogió los corazones de todos los ciudadanos del mundo supuso un enorme golpe moral a la sociedad estadounidense que, por primera vez en su historia, se sentía vulnerable y conocía de primera mano el horror de la guerra y el terrorismo en masa. El por entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, ordenó evacuar el sur de Manhattan, fuerzas militares fueron desplegadas por diversas capitales de Estados Unidos, que encendió la alerta roja ante la alerta de nuevas agresiones.
Mientras La ONU canceló de inmediato la apertura de su Asamblea General, en Bruselas, la OTAN ordenó el abandono de su cuartel general en la capital belga. Como en una superproducción catastrofista de Hollywood, las imágenes de las Torres Gemelas de Manhattan en llamas y su posterior derrumbamiento imprimieron una estampa televisiva imposible de olvidar. El peor atentado terrorista en la historia de la humanidad evidenciaba, una vez más, que la realidad supera a la ficción. El siglo XXI comenzaba con la confrontación entre el terrorismo de los movimientos fanáticos y las sociedades democráticas. La acción directa y la violencia indiscriminada evidenciaron aquel día 11 un descomunal poder destructivo que causó irreparables estragos en una civilización actual atenazada desde entonces por el miedo.
Inmediatamente se organizó una dispar coalición antiterrorista internacional, procedente de Washington, que comenzó el ataque contra el régimen talibán y las fuerzas de Al Qaeda en territorio afgano en busca del principal responsable de los atentados, Osama Bin Laden. Muchos aplaudieron la reacción de la superpotencia yanqui y a George W. Bush, un presidente ex alcohólico y bastante inepto en sus decisiones, que aprovechó la tragedia para desasirse de su puerilidad y tratar de convertirse en el líder indiscutible que nunca fue. Estados Unidos y Bush se habían mostrado sorprendentemente diligentes y resolutivos. Pero nada más lejos de la realidad. Bush, posteriormente, en colaboración con Blair y Aznar, a través del Pacto de Las Azores, utilizó su administración, las agencias de inteligencia y a una gigantesca maquinaria de relaciones públicas para convencer al mundo de la posesión de armas de exterminio en masa de un país instrumentalizado para una venganza poco menos que personal contra Sadam Hussein.
Ya cuando las Torres Gemelas cayeron fulminadas, las imágenes difundidas por la televisión norteamericana no fueron las de la catástrofe, censuradas por respeto a las familias de las víctimas y en beneficio de su campaña de terror. Las imágenes que se divulgaron fueron las de unos niños palestinos aplaudiendo el derrumbe del World Trade Center y de jóvenes quemando banderas de barras y estrellas. Fue la primera consecuencia de una política basada en la provocación entre los pueblos y el desprecio a los derechos humanos.
Mientras tanto, para Al Qaeda, el 11 de septiembre de 2001 fue una victoria y un desastre a partes iguales. Por un lado, la organización terrorista perdió su templo afgano y sus dirigentes fueron asesinados o capturados. Pero por otro, la masacre de Nueva York sirvió como iluminación fanática para los centenares de grupos extremistas que abundan en el mundo islámico. Sin el conocido mundialmente como ‘9/11’ nunca hubiera existido el trágico atentado del 11 de Marzo de 2004 en Madrid, ni el 7 de Julio de 2005 en Londres. Desde entonces, el mundo occidental nunca ha estado seguro ante la desafiante mirada del terrorismo islámico. Por mucho que este mismo mes de mayo, Bin Laden fuera capturado y asesinado por fuerzas militares estadounidenses.
Ficción y teorías conspiratorias
Por supuesto, unos acontecimientos como los del 11 de septiembre, dominados siempre por unos medios de comunicación manipulados por los políticos y los intereses que representan, saltó a la ficción y el docudrama realista por medio de todo tipo de teorías conspiratorias. Mientras hoy, diez años después, Nueva York se enfrenta al reto urbanístico de reedificar el hirsuto espacio que dejó el World Trade Center sin perder su uso comercial y económico y sirva como ofrenda a la memoria de las víctimas de los atentados, en el resto del planeta no se han dejado de hacer conjeturas alternativas a la oficial. Algunas de ellas proponen que fueron los agentes secretos de Israel y Pakistán los que estaban detrás de los ataques o directamente al gobierno de Estados Unidos como responsable de la masacre, ya que éste tenía conocimiento previo de la ofensiva y deliberadamente no hizo nada para prevenirlo e incluso que fue el propio gobierno americano quien orquestó los ataques movido por sus intereses en Oriente Medio.
En el libro ‘La gran mentira’, León Klein procuró esclarecer algunos de los puntos más tenebrosos que rodearon a los atentados, desglosando un estudio sobre unos supuestos sistemas de control remoto que inhabilitaron los mandos del avión a los pilotos en los últimos minutos del vuelo y cortaron las comunicaciones con tierra, creando así un descomunal crimen de Estado para que el lobby petrolífero mejorara sus posiciones. Otra, apunta a que George Bush inicio su particular guerra global contra el terrorismo no como una lucha contra la amenaza terrorista, sino como una privativa venganza personal con una guerra contra el Islam.
Por supuesto, las conjeturas sobre la posible anticipación sobre los atentados no tardaron en saltar, cuando David Schippers, el fiscal de la acusación de Bill Clinton, declaró que había recibido advertencias de agentes del FBI seis semanas antes que incluían la fecha y los objetivos de los ataques. El periodista William Norman Grigg apoyó esta teoría en The New American, donde según tres agentes del FBI que había entrevistado afirmaron que la información proporcionada a Schippers era cierta. Tampoco faltan las que señalan que las Torres Gemelas fueron derribadas por cargas explosivas situadas estratégicamente justo en el punto de impacto de los aviones o aquella que señala que no fue un avión sino un misil el objeto que intentó demoler parte del Pentágono.
Finalmente, cabe destacar las que apuntan a que los atentados respondieron simplemente a una estrategia económica respaldada por el Gobierno, ya que tres días antes del fatídico día se disparó el movimiento de ‘stock options’ pertenecientes a sólo dos líneas aéreas; American Airlines y United Airlines, o que también se compraron grandes cantidades de opciones sobre Morgan Stanley Dean Witter, que ocupaba 22 pisos en una de las Torres Gemelas.
Hollywood no tardó en abordar con alguna controvertida película estas difíciles y conflictivas cuestiones recodando a través del cine aquella jornada de septiembre como el mes de los héroes, el dolor, las banderas y las proclamas de patriotismo a las que estamos acostumbrados, pero en un espinoso terreno para los yanquis: un atentado que dejó al descubierto la vulnerabilidad de un país acostumbrado a ser tildado de inquebrantable e inmune. Los ataques del 11-S habían convertido a la potencia hegemónica en blanco enemigo, al igual que sucedería después con el 11-M y el 7-J para Europa. Ningún país, cultura o persona está a salvo de la amenaza terrorista. Y eso, dada la universalidad del Séptimo Arte, no podía quedar sin imágenes filmadas. Hoy en día siguen poniendo un nudo en la garganta las imágenes de aquellos colosales edificios viniéndose abajo, de las consecuencias que tuvieron los atentados y las estampas atroces que dejó una jornada que, de una u otra forma, marcaron al mundo. Todos recordamos dónde estábamos y qué hicimos aquel 11 de septiembre. Todos tenemos presente que en aquella masacre perdimos un poco de inocencia en un hecho que dejó imágenes que jamás olvidaremos. Ha pasado una década. Sin embargo, la herida todavía está ahí.

jueves, 1 de septiembre de 2011

'3665': Ha llegado la hora...

Nunca había estado tan nervioso como lo estoy estos días. No es una cuestión de ilusión, de expectativas o de frenesí porque vamos a volver a rodar después de nueve años. Mentiría si dijera que no es así. Casi una década alejado de mi gran sueño y de mi pasión que es el cine, con una necesidad constante de crear historia y narrar algo visualmente. A pesar de estar al borde del colapso por el devenir de la producción más difícil que voy a acometer en mucho tiempo. He tenido que administrar y supervisar cada hilo que compone este tejido en forma de cortometraje, donde nada ha ido como debía para recomponerse una y otra vez, mutando para vivir y convertirse en un cortometraje lleno de dificultades a superar. Con ello, voy sintiendo ese gusanillo tan difícil de explicar. Han sido días agónicos, sin respiro, con mil preocupaciones que han asolado mi existencia y que me han impedido conciliar el sueño, estando a punto de descuartizar la esperanza que hemos depositado en todo este engranaje que empezó como algo sencillo y que, como todas las cosas de la vida, se ha complicado hasta crecer y tomar vida propia. Tanto que ahora lleva las riendas de todo lo que sucede a mi alrededor, como un monstruo que te posee y te dicta el devenir de cada acción que perpetras.
“Una historia corta post-apocalíptica…”. Así comenzó todo. Y ahora no hay marcha atrás. Nos hemos metido en un fregado de tres pares de cojones, que nos ha superado y me ha sumido en un maravilloso infierno dentro del Abismo. Tanto sufrimiento sin caer en el desánimo es un reto que agota hasta la extenuación, pero en este caso da alas para seguir adelante, sin mirar atrás, sabiendo que la recompensa merecerá la pena. Sin embargo, el reto no ha hecho más que comenzar y hay que procurar ganar una hermosa guerra. Como dijo Samuel Fuller en ‘Pierrot el Loco’: “El cine es como un campo de batalla: amor, odio, acción, violencia y muerte, en una palabra: emoción”. Dado que estamos a unas horas para empezar uno de los viajes más fascinantes de los últimos años, tengo que recomponerme y erigirme de nuevo como aquel chaval con ambición que un día decidió contar historias y que es hoy una sombra de sí mismo que quiere recuperar aquel empeño y tenacidad. Desde lo más profundo de mí, la necesidad impera y plantea un desafío que se presenta ineludible. Y es entonces cuando el desasosiego pasa a ser una luz en la oscuridad, la misma que inaugura una ficción en forma de historia. Otra vez en las trincheras de un rodaje, en la esencia de la vida, en la felicidad absurda que produce la angustia y la presión de este tipo de situaciones. Ha llegado la hora de regresar… y eso es ahora lo único que importa.
Pronto tendréis noticias. Hasta entonces… vamos a rodar.

viernes, 26 de agosto de 2011

Review 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams

Impagable ofrenda a las películas que no volverán
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a una motivación y sublimación sentimental que sigue los edictos fílmicos y de entretenimiento de la factoría Amblin de Steven Spielberg.
El pasado tiene una carga importante en nuestras vidas y todo lo que recuerde aquellos retazos escondidos en la memoria espolean la juventud para despertar una fantasía hacinada en la nostalgia y en los recuerdos. Tal vez por eso, una película como ‘Super 8’, se aproveche de todo aquel concepto de ‘blockbuster’ que originaron dos tótems como Steven Spielberg y George Lucas, con un imaginario colectivo al alcance de todos los espectadores, una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento que germinaron Lucas Ltd. y, sobre todo, la Amblin Entertaiment de Spielberg, verdadera fábrica de sueños infantiles que se erigió con el secreto y la receta de un prototipo de cine capacitado para vincular afinidades e inquietudes a través de la infalibilidad de sus aventuras, fantasía y diversión. Los 80 daban sus primeros coletazos y el cine apadrinado por el “Rey Midas” era sinónimo de calidad, de cine familiar aderezado con efectos especiales donde se exigía una tarifa de comedia e imaginación que no traicionaba las expectativas.
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a ésa motivación sentimental, que no contextualiza su nostalgia tanto en el pasado como en los designios del cine actual que mira con tristeza a lo que fue el cine comercial, sin perder su relatividad y entendiendo las licencias para que todo resulte reconocible en función de su ofrenda. Que se sitúe en 1979 en vez del presente convulso en el que vivimos ahora responde, en gran medida, a una intención de evocación que se extiende a través del vestuario, de la estética, de la puesta en escena o de los elementos específicos de un lapso de tiempo concreto que ‘anacronizan’ su contextura, pero a la vez requiere de esta añoranza cinematográfica con el objetivo de obtener sus metas como narración sin perder la voz propia de su tiempo, donde el ente televisivo ha absorbido lo mejor del cine para recomponer su discurso dentro del panorama cinematográfico.
Es decir, por un lado tenemos ese ineludible factor de la memoria y del homenaje al cine de Spielberg, pero por otro, también, la capacidad de Abrams para encauzar su historia con la personalidad necesaria sin traicionar su estilo. Muestra de ello es el fascinante arranque del filme, con ese digitalizado accidente ferroviario que desencadena el acontecimiento misterioso, pero también en la fuerza con la que presentan sus personajes sus personajes y el hechizo que despiertan sus imágenes a lo largo del desarrollo de la trama.
Abrams es consciente de la dificultad que entraña este tributo sentimental que venera a un director en concreto, pero también a una estirpe de producciones con un sello distintivo al que recurre con total sutileza, siendo capaz de mezclar más referencias fílmicas sin que el público se dé cuenta. Una historia que acude a aquellos entornos suburbiales, urbanos y familiares perdidos de los años 80, donde las bicicletas se inmiscuían con los coches en sus tranquilas carreteras. La infancia marca la pauta y el trasfondo iniciático en el que los traumas deben ser superados, el amor asumido con valentía ante la adversidad y la amistad reforzada con el conocimiento de compartir las trabas con sensatez y lógica por mucho que se imponga el enamoramiento de la misma chica. Y entretanto, el impacto de un suceso extraordinario que aviva la emoción y la incertidumbre dentro de la rutina gris de sus protagonistas. ‘Super 8’ se adentra así en un ‘mcguffin’ entre soldados del ejército y una extraña presencia invisible y peligrosa fundamentada en la rúbrica identificativa de aquel cine de Spielberg, el mismo que abordaba la superación y aceptación de una pérdida, la renuncia de afectaciones emocionales y la búsqueda de un nuevo camino con la elección de unos valores que reivindican la grandeza de la vida y la aventura.
Abrams esgrime en todo momento la inocencia como cristal traslúcido a la hora de entender la emoción y el cine que, en este caso, tal vez esté más enfocado a una generación concreta, la de los 70 y principios de los 80, que a las posteriores o la infancia que hoy, que engulle producciones saturadas de efectos especiales, ‘remakes’ y adaptaciones de cómics. Despojada de infantilismo, pero con una entidad privilegiada a la hora de convulsionar dentro de sus parámetros de dedicatoria, ‘Super 8’ se transforma en un producto de sinceridad que rememora un estilo perdido, una esencia retrospectiva formulada en una forma de crear espectáculo que, si bien no puede dejar de evidenciar su condición actual, sí introduce en su atributo de reminiscencias una serie de implicaciones y postulados fílmicos, argumentales y visuales, como por ejemplo la utilización de las ‘lens flares’ en muchas de sus secuencias nocturnas.
Existen puntos en común del hálito ‘spielbergiano’ de antaño, como la de la ausencia de la figura maternal (Joe y Alice, respectivamente –aunque en el cine del Rey Midas evocara la pérdida del padre-), donde la relación está distanciada y rota con los padres por la incomunicación o guiños evidentes a algunos de los títulos dirigidos y producidos por el preceptor del proyecto, como el cobertizo y las linternas de ‘E.T. El extraterrestre’, así como la amenaza del ejército en las vidas de los habitantes del pueblo mucho más nocivas que el propio alien que parece ir sembrando el pánico, las consignas de hazañas veraniegas de ‘Los Goonies’, aires de ‘Encuentros en la tercera fase’, ‘Tiburón’, ‘Nuestros maravillosos aliados’, ‘Parque Jurásico’ e incluso títulos más cercanos en el tiempo como ‘La guerra de los Mundos’.
Nadie va a descubrir a estas alturas la perspicacia de Abrams con la cámara, de continuo movimiento, la trepidante acción y agilidad con la que plantea la emoción, el reto de hacer llorar a la vez que traza el suspense y la ciencia ficción, donde la aventura responde a aquélla máxima olvidada de que todo lo que sucede, aunque esté envuelto en catástrofe y peligro, hay que vivirlo como una experiencia inolvidable. ‘Super 8’ recupera el espíritu de aquélla época, con lugares comunes en los que hemos vivido, con los defectos y virtudes que esconde esa mirada infantil que traiciona las órdenes guionísticas establecidas (cayendo en alguna licencia antojadiza, no hay que negarlo) para imponer un grado de libertad máximo hacia una historia sin condicionantes que se escuda en la candidez de cada plano, en su actitud global, para focalizar y legitimar esa narrativa hacia entornos conocidos que nos entrega una realidad manifiesta en el sentido del filme: el de aquéllas películas que nunca volverán. Y lo hace sin evitar la fantasmagoría de su reducto televisivo tan influenciado por ‘Lost’ y su constante tendencia a ocultar y velar el monstruo extraterrestre para utilizarlo como excusa engañosa y metafórica dentro de un argumento que plantea otro tipo de conflictos más allá del cine fantástico.
‘Super 8’ no es más un acto delimitado a la reivindicación de ciertos ritos cinéfilos esgrimiendo el concepto de deuda con referencias retro y nostálgicas, que vinculan al niño y cineasta que comparten Abrams y Spielberg. De ahí, que los pequeños protagonistas vivan el cine de una forma categórica en un momento de sus vidas tan fundamental como es la adolescencia, a través del rodaje de una cinta de zombies serie Z realizada con pocos medios, pero con la ilusión de narrar visualmente una historia más allá de los condicionantes y obstáculos que se les pongan por delante. Es lo que define la ideología que ha seguido en este producto de Abrams con vocación tan universal como intrínseca, utilizada como contrapunto entre esa película Super 8 dentro de otra película bien distinta que supone la aventura de ciencia ficción que se desarrolla a gran escala en un pequeño pueblo de Ohio.
Pese a ser un filme mejor esbozado que resuelto y sin llegar a ser una obra maestra que ha dividido al público al que va dirigida (básicamente porque las expectativas son demasiado altas por parte del espectador), ‘Super 8’ se puede considerar como una obra diferente, sin complejos cuando se trata de reconocer su fanatismo visual, sin ardides a la hora de exponerse como metodismo anclado en nuestro pasado colectivo, como forma de ver y sentir el cine. Una obra que se postula como la representación imposible de lo que será una mítica película veraniega que, por si fuera poco, se sitúa muy por encima de cualquier película estrenada en este 2011 y que tiene tantas virtudes que es imposible no caer rendido ante sus pies; empezando por ese soberbio elenco infantil donde resplandece la figura de Elle Fanning y la candidez de Joel Courtney, Riley Griffiths o Ryan Lee y la sobrecogedora partitura de ese iluminado Michael Giaccino que se ha dejado imbuir por la magia incidental de John Williams.
‘Super 8’ se convierte en una mezcla inspirada, un edicto melancólico que no oculta su deuda con Spielberg y que sufraga esa imposible asignación a los que aman la imperfección de un cine que ya no se hace y aquel fondo optimista y esperanzador que confluyen en una película veraniega como esta. Eso sí, Abrams no es el Maestro. Ni pretende serlo. Por ello, no tiene sentido alguno cualquier tipo de cotejo con un tiempo pasado. ‘Super 8’ no se puede ni debe comparar con aquella estela de filmes de cariz infantil sobre cuestiones más trascendentes y de las que Abrams bebe continuamente, sino que esa magia idealizada simboliza una oda de cariño hacia todo ello.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

viernes, 19 de agosto de 2011

Review 'El origen del Planeta de los Simios (Rise of the Planet of the Apes), de Rupert Wyatt

Ejemplar venganza antropoide
A pesar de vivir la continua moda de adaptaciones y ‘remakes’, la ejemplar cinta de Rupert Wyatt resiste a sus predecesoras y abre la esperanza a la calidad de este tipo de productos revisionistas.
Uno puede llegar a pensar que la moda del ‘reboot’ y el ‘remake’ se agota en el mismo instante en que la redundancia planea sobre los proyectos que emergen como formulismos comerciales de temporada. Esta revisión de la saga iniciada en 1968 con el clásico ‘El planeta de los simios’, de Franklin J. Schaffner, en apariencia, podría parecer otra de esas tentativas oportunistas con el fin de explotar un filón eclipsado por su antigua estrella original. En cierto modo, no deja de serlo. Sin embargo, existen casos ejemplarizantes que convocan la sorpresa con un designio revitalizador que va más allá incluso del puro entretenimiento y del folletín científico con efluvios del ‘Frankenstein’ de Mary Shelley que supuso esta tradición simiesca.
Lo cierto es que ‘El origen del Planeta de los Simios’ deroga la enflaquecida perspectiva que ofreció la versión de Tim Burton y apuesta por la dignidad de una iniciativa estimulante que, al igual que sus predecesoras, emplaza una cuestión de fondo crítico con la sociedad de nuestros días sobre unos cimientos fantásticos y aleccionadores acerca los riesgos del desacierto y la desorientación mundial. La historia de ese científico megalómano llamado Will Rodman que quiere evitar la muerte de su padre aquejado de Alzheimer con un medicamento llamado ALZ-112 que mejora el sistema cognitivo aplicado a monos que muestran una increíble inteligencia y habilidades integrales esconde una reflexión sobre el estado de lo que hoy vivimos. Precisamente, está el mundo en su mejor momento para imaginar una catástrofe anticipativa de magnitud incalculable. La cinta de Rupert Wyatt refleja, con esa mutación de los monos en amenaza contra el bienestar del mundo desarrollado, un contexto ficticio y desasosegante a la que está avocada la humanidad, pero que metaforiza un abismo de miedos y admoniciones que enclavan con cierta puntería la realidad que nos rodea.
De eso trata, en definitiva, esta sensacional película de verano. Wyatt parece no estar condicionado ni tener deudas con ninguna de sus antecesoras (aunque haya pequeños guiños de nomenclaturas y referencias constantes), por lo que encuentra su virtud en una inesperada libertad que reinventa el espíritu del mensaje de la obra de Pierre Boulle, tratando al espectador con respeto y creando cine de evasión desde la inteligencia para cuajar un ‘reboot’ con dignidad y pulso de cadencia torrencial, pese a camuflar cierto maniqueísmo en la transformación de ese doctor ambicioso en activista contra su propio descubrimiento. A destacar, por tanto, la abrumante reinvención de un ‘thriller’ que inquieta y escudriña sus posibilidades meciéndose entre géneros como la ciencia ficción y la acción de esencia científica que recobra el mensaje sobre los riesgos a los que conlleva jugar a ser Dios para confluir en un inevitablemente castigo y venganza antropoide debido a la soberbia del ser humano.
Este ejemplar ‘blockbuster’ es un espectáculo rígido, que no ve mermado su empuje con esas largas secuencias en las que el espectador sólo ve primates en diversas actitudes de desarrollo, hasta llegar al belicismo que les enfrenta a los humanos en una pugna por la supervivencia y la potestad. Entretanto, el ansia por detener la lógica evolución del hombre y su muerte, de evitar el curso natural del destino, provoca que unas criaturas sensibles sometidas a la autoridad humana engendren una venganza de liberación que culmina en ese final apoteósico (tal vez excesivamente digitalizado) del enfrentamiento culminante entre los simios de la rebelión y la policía de Bay Area en el Golden Gate de San Francisco.
Lo que contribuye a que ‘El origen del Planeta de los Simios’ flote entre la mediocridad de ‘remakes’ y adaptaciones es su brillantez adjudicada en la distribución de arcos dramáticos, que se aprovecha sutilmente de esa magistral técnica de captura de movimientos que naturaliza hasta tal punto el mundo de los simios, con recreaciones digitales que parecen tan reales, que ejemplariza cómo las nuevas tecnologías también pueden ponerse exclusivamente al servicio de una historia dotada de prontitud, de ferocidad y terror a la hora de llevar hasta el límite ese ataque “monoide” hacia una humanidad que juega con fuego y acaba por quemarse. Sin olvidar, por supuesto, al gran Andy Serkis, que atribuye al gran protagonista de la función, un chimpancé con capacidad de liderazgo e inteligencia desmedida llamado César, una personalidad y sensibilidad escondidas tras el repaso digital de postproducción.
Una fantasía apocalíptica y dramática que gira al alrededor de la avaricia corporativa, la ingeniería genética, la compasión humana, el maltrato de animales o el amor paterno filial que incluso llega a hacer olvidar sus predecesoras en sus variables formas dentro del discurso sobre el cuestionamiento del fin de la humanidad y el constante desafío de jugar con las leyes naturales que sugestiona la rebelión social y los ataques a los sistemas autocráticos. ‘El origen del Planeta de los Simios’ es una fantástica propuesta veraniega, mucho más solemne y loable de cuantas superproducciones comerciales llevamos en 2011.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams.

sábado, 13 de agosto de 2011

Los 112 años de Hitchcock

Hace doce años se cumplieron cien años del nacimiento del iconográfico Sir Alfred Hitchcock, uno de los cineastas más admirados de la Historia del Cine que aún en nuestros días sigue estando más vivo que nunca a través de una filmografía repleta de obras maestras que perduran imborrables en la memoria colectiva. Justo, hoy 13 de agosto, doce años después de su centenario, recuperamos a un cineasta que supuso tal revolución en el Séptimo Arte que puede considerarse como un género en sí mismo por la magnitud de una filmografía inalcanzable. Nacido en Londres en 1899, el joven Hitchcock debutó como ingeniero en la Compañía telegráfica Hanley y más tarde entra en la sucursal londinense de la firma de Hollywood Famous Players Lasky, donde trabajó como diseñador de subtítulos para las películas mudas.
Tras una breve estancia en la UFA, que le ayudaría a descubrir la obra de Paul Leni y Fritz Lang, llegaron sus primeros tanteos como cineasta con ‘Number 13’, película que no llegó a terminar, ‘Always tell your life’ que ni siquiera firmó como director y ‘The pleasure garden’, su primera película. Su particular y genuino estilo empezó a dar evidentes signos de desbordante talento con ‘El enemigo de las rubias’ y sobre todo con ‘La muchacha de Londres’. Hitchcock se formó aceptando las más dispares obras para instruirse y es ‘Blackmail’ la obra más carismática del primer cine sonoro británico. David O. Selznick fue el hombre que le llevaría a Estados Unidos, donde comienza a trabajar en una serie propia serie para televisión. Desde entonces la máquina creadora nunca paró, deleitando y suspendiendo la tensión de muchos de sus filmes irrepetibles.
Lo cierto es que Hitchcock desarrolla su verdadera personalidad cinéfila a través de investigaciones formales de distinta índole, cuyos éxitos utilizaría para transmitir una perspectiva del cine única, no por sus temas o sus mensajes, sino por una estructura narrativa fascinante y una realización basada en la capacidad de relatar por medio de las imágenes. En último término, el cine de Hitchcock se ha convertido en un egregio arte porque busca (al fin y al cabo) el puro entretenimiento, para después pasar a jugar con negativas que desembocan en una traducción cimentada en la libertad de acción ‘in crescendo’ utilizando el mítico suspense como excusa o pretexto.
En cuanto a esa intriga, el Gran Maestro siempre fue coherente consigo mismo y con el espectador, dotando a sus personajes con la identificación, confiriéndoles una dimensión dotada de privilegiados análisis y, sobre todo, tomando la condición del suspense para contravenir cualquier tópico acerca del género. Para Hitchcock el cine se tenía que centrar en sus instantes dramáticos (es célebre aquella frase “el drama es la vida despojada de sus momentos aburridos”) en el que hasta el romanticismo desaparece en su final (como en ‘Vértigo’) en pos de una postura ante el cine como provocador erudito.
El hecho de que el cineasta británico no le diera importancia a la evolución de su carrera coincide precisamente con su perspectiva acerca de la maldad oculta en un halo de abstracción e incluso de abyección, como si quisiera exhumar el aplomo malintencionado con el que se pueden invertir los valores. Tampoco deviene una catarsis personal a través de sus filmes (su misoginia, obsesión y frustración) sino que nos dejó contemplar una evolución pesimista de su visión del cine (‘Crimen perfecto’, ‘Topaz’, ‘La trama’…). Siempre quiso dirigir comedias, pero no hubo suerte, a pesar de poseer ese humor británico mordaz y camuflado, válido para esa poco reconocida ‘Pero... ¿quién mató a Harry?’.
El Hitchcock más conocido era un genio, un clásico de nuestro siglo, especulando con un cine en el que la estilística y la temática se estiban formando una sola. Su práctica de montaje rayano en la perfección nos hace ver al perfeccionista que buscó siempre la cúspide visual. Se le puede considerar como un creador avanzado a su tiempo, un visionario de percepción cinematográfica propia e inconfundible, donde la figura del cineasta ante su obra no desaparece, pero tampoco se toma como un elemento demiúrgico. Su discernimiento creativo progenitor de obsesiones particulares se caracterizó por dotar a sus protagonistas femeninas de un carácter frío (signo de frigidez, no de independencia) que no hacían vislumbrar un fulgor puritano, sino todo lo contrario, de ahí esos exhaustivos diagnósticos (en este Abismo dedicaré algún reportaje a ellas) sobre todas sus rubias más memorables: Grace Kelly, Tippi Hedren, Janet Leight, Kim Novak
El cine de Hitchcock es anexo al sentido ‘freudiano’ del discurso (visible en el epílogo de ‘Psicosis’) en el que abundan referencias a Kafka o Chesterton, que bifurca el análisis de los dobles juegos establecidos sobre la puesta en escena y su trascendencia (‘Encadenados’, ‘Atormentada’, ‘La ventana indiscreta’, ‘Vértigo’ o ‘Marnie, la ladrona’). Como conclusión (y dejando de analizar sus ‘McGuffins’, la teatralidad de alguna de sus obras maestras, el espectáculo, el erotismo, la muerte, el sexo, el espionaje, sus intencionados ‘cameos’, la planificación… con la excusa de desglosarlo como bien se merece) cabe significar la vasta sombra de Hitchcock como una de las personalidades más ciclópeas que ha tenido el cine jamás.
El director ‘maestro de maestros’ ha legado una irrepetible leyenda en la que todos los espectadores tienen cabida. Sólo hay que ver (o revisar) una película suya para entrar en su fascinante universo. Hace un cuarto de siglo que el gran Hitchcock nos dejó, pero legando una obra que nadie superará. Desde aquí este pequeño alusión a su muerte como pequeño homenaje.

viernes, 5 de agosto de 2011

Review 'Green Lantern: Linterna Verde (Green Lantern)', de Martin Campbell

El franquiciado del ‘fast film’
Green Lantern (Linterna Verde)’ sigue los estándares de la ejecución actual de adaptaciones de cómic casi a rajatabla, desvaneciendo su oportunidad de ofrecer algo nuevo al espectador.
Echando un vistazo a la cartelera y a los futuros estrenos, no se puede evitar comparar tanta adaptación cinematográfica llegada del mundo del cómic con la comida rápida, el franquiciado y la globalización. Hollywood ha encontrado un modelo económico que ha variado, como en otros sectores sociales, los estándares de calidad y hábitos de consumo. Parece ser que esta moda funciona y el cine ha encontrado en los tebeos un filón inacabable que sobrelleva una explotación radial que al final vuelve sobre sí misma. Tanto es así que, como suele ser habitual (aunque no siempre), en las franquicias se antepone la comercialidad de sus productos a la calidad final. Con esta agorera entradilla y paralelismo ‘cinematográfico-alimenticio’ podría definirse ‘Green Lantern (Linterna Verde)’, ya que se corresponde a ese saco taquillero en el que caen las cada día más olvidables propuestas que se suceden dentro de este subgénero tan solidificado en el cine contemporáneo con profusión de secuelas y ‘reboots’ de todo tipo y condición.
La voz en off avanza, casi mecánicamente, lo que vamos a ver: una comunidad galáctica que congrega fuerzas defensoras de la paz y el equilibrio, inmersas en un universo compuesto por más de tres mil sectores que recluta héroes para aprovechar la energía verde esmeralda para defender la justicia a través del cosmos con voluntad y arrojo. Uno de ellos, el primer humano de todos, será elegido para frenar a una perniciosa fuerza conocida como Parallax, que ha iniciado una operación de coacción con el objetivo de devastar la ecuanimidad del orden intergaláctico. Se inicia así una reinterpretación de las aventuras creadas Bill Finger y Martin Nodell para DC Cómics, abstrayendo la mitología de 1940 para experimentar con ella dentro de la complejidad de este universo dentro del planeta OA. Los planteamientos originan una reiteración conceptual y argumental que ya empieza a resultar cansina; el héroe comienza siendo un arrogante, un “viva la vida”, un playboy que podría equipararse al cínico Tony Stark de ‘Iron Man’, traumatizado por la muerte de su padre que cayó antes sus ojos y tan descreído que se ha convertido en un kamikaze del vuelo sin miedo a nada. Forjado en el arquetipo, su elección como nuevo miembro de un equipo élite de centinelas celestiales gracias a un anillo que le confiere súper poderes es la coartada para emprender un viaje a la transformación de ese despreciativo piloto en mejor persona, más vulnerable y honesto con sus actos.
Es este trasfondo humano el que vertebra al luminoso personaje, pero enseguida cualquier grado de ambigüedad queda disuelto por la abrupta evolución de su personalidad hacia un acartonado titán y salvador que se toma demasiado en serio así mismo, como la película en sí, contrastando con la propuesta inicial del gamberro que duda sobre su cimentación como héroe. Su postiza falta de pretensiones y pura diversión tiene un desequilibrio que echa de menos irrupciones de un humor autocrítico que llegan en momentos impresivibles, haciendo que la ‘space opera’ épica carezca de cualquier tipo de consecuencia en su fondo discursivo sobre la tenacidad y el recelo.
A ‘Green Lantern (Linterna Verde)’ le falta algo locura ‘kitsch’ y le sobra disparidad y una afectación visual que reduce a un espectáculo simplista toda la genealogía de este superhéroe enmascarado. No evita con ello ser otro entretenimiento que busca la enésima variación de la analogía que se establece entre Linterna Verde y toda la estirpe que lleva consigo el sello de la DC o el universo Marvel. Al espectador avezado, todo esto le suena a clonación y no puede sentir un vacío como si el mismísimo Parallax le aspirara su alma como ocurre en el filme. Tampoco ayudan sus efectos especiales de saturación colorista, que la acercan más a una función animada de atiborrada luminosidad antes que a una apuesta por el condimento de credibilidad superheroica. Aquí eso da lo mismo. Lo que en un principio es un propósito como el acercamiento luminiscente a la visualidad intencional de cualquier ‘Superman’, antes que apostar por una asumida y engreída lobreguez de cualquier ‘Batman’ de Nolan, termina por enflaquecer su estética refulgente al tono de cualquier episodio de la televisiva ‘Smalville’.
Y poco puede hacer su director, Martin Campbell, por impedirlo. Máxime, cuando sus secuencias de acción poseen un elegante clasicismo y están resueltas como ejemplo modélico de la lección aprendida dentro una carrera fraguada en el cine de género. Es una pena que no consiga soslayar la previsibilidad que desabastece de sustancia la narración y sus imágenes. Tampoco se aprovecha el encanto que Ryan Reynolds ha demostrado en películas anteriores (‘Buried’, ‘Adventureland’ o ‘Paper Man’), estando aquí falto de carisma y por debajo de ese equivalente personaje, antítesis cercano en conflicto, al personaje de Peter Sarsgaard Hector Hammond, ese ‘mad doctor’ hermanado al John Merrin de ‘El hombre elefante’ y de grandes nombres como Tim Robbins, Angela Basset o Mark Strong. ‘Green Lantern (Linterna Verde)’ sigue los estándares de la ejecución actual de adaptaciones de cómic casi a rajatabla, aunque tampoco es para afirmar que es espantosa, sólo por esa colisión colorista que divide a los villanos, con afinidad hacia el amarillo que representa la mancha de la maldad, contra el de los héroes, simbolizados con el color verde de la voluntad y la esperanza.
En esta moda inacabable, una película como ‘Green Lantern’ hace reflexionar sobre la necesidad de explotar una tendencia hasta el agotamiento. Las adaptaciones de cómics en Hollywood van por ése camino de extenuación, en la búsqueda de la rentabilidad entendida como producto de venta o como marca de diseño más allá de su excelencia como obra cinematográfica. En ése sentido, una película tan desastrosa como ‘Jonah Hex’ (obviamente, otra adaptación de cómic) poseía más valía de riesgo que esta película que, por si fuera poco, en sus créditos finales revela claramente que el personaje noble se convierte en un villano para un futuro episodio. Y lo más chocante de todo es que, contra todo pronóstico, incita a seguir al héroe glauco en su transformación al lado oscuro. La gran industria del entretenimiento sabe ejercer a la perfección sus manivelas de manipulación.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

miércoles, 3 de agosto de 2011

Próxima parada: '3665'

Fue en octubre de 2009 cuando anuncié mi regreso al mundo del cortometraje. En aquélla ocasión el proyecto titulado ‘Km.’ estaba en plena ebullición. La preproducción estaba casi cerrada y el reparto era un regalo caído del cielo: Víctor Clavijo y Mariano Venancio estaban dispuestos a embarcarse en este viaje por una carretera abandonada llena de desconfianza y violencia. Hoy todavía siguen siendo el referente y están atentos a cualquier cambio. Por una serie de circunstancias económicas y de producción inevitables el proyecto se canceló, entrando en una fase de ‘stand by’ que hoy en día permanece alterada por una esperanza que anida en la protección y custodia que tienen sobre él dos productoras solventes (Llanero Films y Armonika Entertaiment). Algún día verá la luz. No lo dudo. Es una gran historia a modo de ‘road movie’ y ‘thriller’ que tiene todos los componentes para, al menos, inquietar y sorprender.
Sin embargo, la espera debía tener un ciclo mucho más fugaz al acostumbrado. No podía permitir que transcurriera un lustro u otra década alejado de todo. Tanto tiempo empezaba a ser algo habitual en el devenir de una incoherente demora. Basta ya. Había que recuperar cuanto antes aquélla sensación que se casi había perdido en la memoria, la misma por la que vale la pena seguir soñando. Como ya dicho en este Abismo más de una vez “la concepción del mundo es la de un lugar caótico en el que para salir adelante uno tiene que inventarse una realidad propia”. Y era hora de volver a soñar, de recuperar la ilusión, de hacer efectivos los deseos desde el esfuerzo y el tesón. Hay que levantarse cuando uno tropieza. Las lamentaciones son un estorbo en el camino. ‘3665’ nació de los recuerdos, de aquellos años en los que todavía emergía la esperanza de fabular en imágenes. Nunca es tarde si crees fervientemente en ello. Si sabes que es la única forma de alcanzar la plenitud, a veces incluso los astros se confabulan para entregarte un pequeño fragmento de felicidad. ‘3665’ es un proyecto muy pequeño, confeccionado con pocos medios, que habla del pasado desde un futuro postapocalíptico. Esto es lo que narra este nuevo cortometraje que, si todo sigue su cauce, será mi reencuentro con la dirección desde ‘El Límite’, rodado hace nueve años, en 2002, sólo rota por una maravillosa experiencia veraniega que se llevó dos premios en la segunda edición del Festival de El Escorial en 2007. Casi una década de sequía cortometrajística ¿Mucho tiempo? Obviamente. Pero no ha sido una elección, ni un arrebato excéntrico. Os lo aseguro. El destino debe quedarse a un lado y volver a darme la oportunidad que tanto he perseguido. Es hora de volver, de contar, de disfrutar y de sufrir, pero dentro de unos márgenes de optimismo que hundan de una vez por todas en la ciénaga el olvido tantos años pasándolo mal.
La aventura ha comenzado… Y no ha hecho más que empezar.
Por eso, ‘Un mundo desde el Abismo’ verá alterada su ya de por sí trastornada rutina de actualización. No son aquellos tiempos en que cuando aquí se cerraba el chiringuito por vacaciones, ilustres bloggers y multitud de lectores lamentaban el periodo vacacional. Sin embargo, el mensaje sigue el mismo que aquéllos posts que avanzaban un asueto estival y veraniego con la promesa de un retorno más convencido y esperanzado. Durante este mes habrá lapsos en los que el flujo de escritos baje. Si escribo menos de lo habitual, ya sabéis la razón. Aunque es cierto que procuraré no perder comba. El mundo internauta es muy exigente y necesita de una atención casi obsesiva. Mi tiempo ahora debe dedicarse a un proyecto que, por encima de venideros obstáculos y contradicciones, lleva una vida esperando ver la luz. Y así será.