martes, 26 de febrero de 2008

Kimmel y el mítico 'I'm f*cking Ben Affleck'

Hace unos días, como todos habréis visto, Sarah Silverman, corrosiva humorista norteamericana donde las haya que no duda en humillar con sarcasmo a ciertas estrellas mediáticas estadounidenses como Britney Spears (que quiso agredirla físicamente) o Paris Hilton, realizó un vídeo en el que le confesaba a su novio Jimmy Kimmel (presentador estrella de un 'late night' muy actual y de calidad) que había un pequeño problema entre ambos, admitiéndole que se f***aba a Matt Damon. Un regalo de celebración del quinto año del programa de la ABC que dejó el que ha sido uno de los vídeos más divertidos visto últimamente.
Pues bien, por su parte, el gran Kimmel, en una jugada maestra, ha refutado el vídeo con otro, en forma de venganza, quitándole a Damon a su mejor amigo y confesando a que él se f*lla a Ben Affleck.
El resultado es uno de los clips más antológicos vistos en mucho tiempo en la televisión americana (atentos a su impresionante lista de célebres cameos).
Y es que con Damon, la parodia de Kimmel viene de lejos, ya que durante una temporada el presentador anunciaba al actor de la Saga Bourne al principio de cada programa. Cuando llegaba el momento de la entrevista, siempre se excusaba diciendo que no tenían tiempo para entrevistarle. Ambos llegaron al cúlmen de la parodia con otro ‘sktech’ memorable.
Hay que reconocer que tanto Damon como Affleck, además de talento y futuro, tienen un sentido del humor envidiable.

lunes, 25 de febrero de 2008

80ª Edición de los Oscar

Cualquier tiempo pasado…
La lluvia amenazó los primeros compases de lo que los yanquis llaman la “red carpet”, lo que venimos denominando desde hace años con el término menos glamoroso de “alfombra roja”. La huelga que había finalizado hace apenas dos semanas y que, por lo menos de cara al público, había dejado complacido al Sindicado de Guionistas (WGA), ha sido, en su trasfondo, la gran protagonista y enemiga de estos Oscar. No solamente por ser el primer tema recurrente en el discurso del maestro de ceremonias Jon Stewart, si no porque el breve periodo de tiempo, menos de dos semanas de preparación, ha dejado para la posteridad una de las galas más aburridas, apáticas y deslucidas que se recuerden en mucho tiempo. Las prisas y la aparente desgana han sido así las causantes de unos Oscar rácana en divertimento, de absoluta negligencia, falta de brillantez y escasez de instantes de espectáculo y el necesario ‘entertaiment’. La insipidez, la apatía y la somnolienta impasibilidad han marcado una de las más olvidables celebraciones hollywoodienses en su conmemoración de ocho décadas de premios, pese al elaborado vídeo inicial que hizo albergar esperanzas en los pacientes espectadores que han seguido el acontecimiento hasta altas horas de la madrugada.
El cómico Jon Stewart, que hace dos años dejó una sensacional impresión de vis cómica y resolución digna de aplauso para este tipo de eventos, apenas brilló más allá de su esperada eficiencia. No hubo ‘sketchs’ como en su debut, ni elaborados vídeos, ni improvisación. Comenzó con cierta ironía en un discurso en el que, como era de esperar, aludió al año electoral que concederá (según lo previsto) a Estados Unidos el primer presidente afroamericano de la historia o la primera mujer que consiga llegar a la Casa Blanca. Más allá de alguna ocurrencia sobre la marcha, de un guión bastante anodino con alusiones a la Guerra de Irak y alguna pullita a los republicanos, algo de espontaneidad (pero poca) y del recurrente ‘running gag’ sobre las embarazadas (Cate Blanchett, Jessica Alba y Nicole Kidman optaron a un premio imaginario en el que “the baby goes to…” fue a parar a Angelina Jolie), la presencia de Stewart pasó desapercibida. Sin pena ni gloria. La noche de ayer tenía como médula sustancial el recuerdo de las anteriores 79 ediciones, por lo que no se complicaron mucho y se apeló constantemente a la memoria viodeográfica, a esos momentos de magia vividos en el pasado por los mitos del celuloide que ganaron la preciada estatuilla dorada; momentos mágicos, anécdotas varias, emociones y sentimientos compartidos… Pero más allá de lo fugaz y entorpecido de todo, queda la impresión de que esos mismos guionistas que tanto han puesto en jaque a Hollywood no se han tomado con interés esta gala.
Después de comprobar lo guapa que está Jennifer Garner, de la alegría y el pertinente reconocimiento de Brad Bird y su ‘Ratatouille’ como mejor película animada, que Amy Adams es una de las actrices que más grima da en la actualidad, cantando a lo Mary Poppins, presentar a “The rock” con su nombre artístico respetable, Dwayne Johnson, y de superar los nervios, llegó el momento más esperado de la noche: Javier Bardem, apoteósico en su papel del asesino Anton Chigurgh, recibía de manos de Jennifer Hudson el obligado Oscar como mejor secundario del año. Y lo hizo poniendo los pelos de punta, con su exultante agradecimiento a su madre y a su familia, por esa exacerbación entusiasta a la profesión, a la raigambre familiar y a su país en una proclama que remató con un “va por los cómicos de España que llevaron la dignidad y el orgullo a nuestro oficio. Esto es para España”. El instante más emocionante vivido en estos lares en la Historia de los premios de manos de uno de sus más representativos embajadores nacionales. Bardem, sin mucho alarde y ajeno al glamour de Hollywood, ha logrado convertirse en uno de los mejores intérpretes del cine actual. Su papel en la cinta de los Coen es el mejor ejemplo y el Oscar su merecida consolidación.
Después de eso, la emoción se esfumó. Ni siquiera las sorpresas ofrecidas en las categorías de mejor actriz secundaria con la andrógina Tilda Swinton agradeciendo el premio por su rotunda actuación en ‘Michael Clayton’ a su representante (al que comparó con el Oscar) y a George Clooney, recordando divertida su errónea ‘Batman y Robin’ o la falsamente sorprendida Marion Cotillard por ‘La vida en rosa’ que, con tono remilgado y entre lágrimas sobreactuadas, dio “gracias a la vida, gracias al amor…” como en un verso de Violeta Parra, sirvieron para animar un poco el cotarro. Dante Ferretti y Francesca Lo Schiavo, con su marcado acento italiano, correspondieron su reconocimiento a la mejor dirección artística de 'Sweeney Todd' con unos “tankiu ebribudy” que sonaba a anuncios de pasta o de pizza. Después, la abeja de ‘Bee Movie’ tuvo su momento de gloria (ya que no figuró entre las candidatas a mejor filme animado), el presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, Sid Ganis, dejó un insípido vídeo de cómo se procede a seleccionar los candidatos y de qué forma se deciden los ganadores que sólo sabe, con absoluto secretismo, la empresa PriceWaterhouseCopeers. Por si fuera poco, el personal tuvo que soportar las actuaciones de las canciones nominadas; simplonas y melindrosas, pasteladas romanticonas del copón que poco ayudaron a levantar el ánimo, dejando a la platea con la sensación de aturdimiento en plan siesta y al espectador con la sensación de somnolencia perdida e irremediable.
El actor y guionista Seth Rogen y su alter ego en la película de culto ‘Superbad’, Jonah Hill, se montaron un numerito cómico para espolear los enflaquecidos ánimos del personal, refiriéndose en varias ocasiones a Halle Berry, en un reiterado lance cómico que incluso los integrantes de los departamentos de sonido de ‘El ultimátum de Bourne’ siguieron con gracia. La película de Greengrass se convirtió, casi de repente, en una de las grandes ganadoras de la noche, pues hicieron pleno de premios respecto a sus candidaturas (mejor montaje, edición de sonido y sonido). Jack Nicholson, que no se pierde uno de estos saraos, salió al escenario para decir con esa voz portentosa que posee “amo el cine”. Y tras un breve discurso, nos pudimos tragar otro vídeo manufacturado y sin mucho lucimiento de todas las 79 películas ganadoras del Oscar a la mejor película. Eso sí, bajo la batuta del maestro Bill Conti, reinterpretando algunos de los ‘scores’ más míticos de la Historia. Cuando parecía que nada podía ser más aburrido, se presentó una Nicole Kidman de porcelana y en ciernes de ser la nueva Cher para otorgar a Robert Boyle el Oscar Honorífico, un venerable anciano de 98 años con una admirable lucidez dedica un interminable discurso sobre la importancia de contar historias y al diseño de producción. Todos de pie, desganados, aplaudiendo y la realización enfocando a su familia en un palco, donde un niño gordo mostraba sin rubor estar un poco hasta los huevos de la gala. Como todos a esas horas.
“Penilopi Crus”, como la presentó Stewart, dejó claro que su inglés de Parla sigue sin ser su fuerte (más bien, una dicción horrorosa) en su entrega a Stefan Ruzowitzky, que logró el de Mejor Película Extranjera con ‘Los falsificadores’ que no olvidó en su discurso a mitos como Wilder, Zinnemann o Preminger, iconos de la Edad Dorada de Hollywood procedentes también de Austria. Cuando, por mi parte, ya estaba haciendo más de un viaje al frigorífico a por cerveza, John Travolta, con su pelo barnizado para camuflar la evidencia de que se le ve el cartón, como una imagen fondona de un Madelman, entregaba el premio a la mejor canción a ‘Falling slowly’, del filme ‘Once’ para dejar a Marketa Irglova con la palabra en la boca. Tras las continuas pausas comerciales, la pobre mujer pudo salir a agradecer su galardón. Después de que el director de fotografía Robert Elswit ganará el primer Oscar para ‘Pozos de ambición’, llegaron dos momentos destacables; el primero cuando una hermosa Hillary Swank presentó ése ‘In Memorian’ que recoge sentidamente la pérdida de los miembros más destacados de la familia de Hollywood. Y es que, además de lo recuerdos a los clásicos, parece que este año sólo se hubiera muerto Heath Ledger, porque la Academia postergó al olvido a gente como Brad Renfro o Roy Scheider, fallecidos hace poco. El segundo, vino cuando otro que nunca falla, Tom Hanks (que ya parece más Tom Hanks sin el espanto de pelo pre y post ‘El Código Da Vinci’), presentó las categorías de corto documental y película documental. Él es muy de eso. Sobre todo si quienes los presentan son marines americanos destacados en Irak. Es paradójico que después de la caña que se les ha metido en ciertas películas críticas como ‘Redacted’, ‘La batalla de Hadiza’ o ‘En el valle de Elah’, se produjera este momento absurdo. Pero lo es más que el documental ganador lo fuera ‘Taxi to the dark side’, que narra una historia sobre las torturas en Guantánamo por parte del ejército yanqui. Simplemente delirante.
La convulsiva Diablo Cody se llevó el Oscar por su primer guión original. ‘Juno’, la cinta pretendidamente ‘freak’ que va de ‘indie’ y “peli de culto” no se iba de vacío. Escandalosamente pueril en su agradecimiento y con un evidente gusto por lo hortera, Cody ni siquiera hizo caso a un Harrison Ford que apareció en el escenario bajo las notas de John Williams de ‘Indiana Jones’ en un instante destacado. En el último tramo de la noche, rezando para que la gala llegara a su fin, la espectacular Helen Mirren definió el trabajo de un actor con términos como “esfuerzo”, “compromiso”, “generosidad”, pero sorprendió a los hispanohablantes cuando de su elegante boca surgió el contundente “cojones”. Daniel Day-Lewis, favorito en todas las quinielas, subió inclinándose ante su Majestad Mirren y ofreció un sencillo y emotivo discurso en el que habló de padres e hijos, de su esposa Rebecca Miller y, por supuesto, de Paul T. Anderson, que aún no sabía su aciago destino en el palmarés final de este tipo de galas donde predomina lo superficial y frívolo.
Al final, cuando el reloj marcaba una hora cercana a las 6 de la mañana, lo único que mantenía un poco la emoción era saber si la balanza se inclinaría hacia el filme de Anderson o el de los Coen. Aunque esto suena a absoluta impostura, porque a punto de acabar el evento, todo el mundo sabía que Martin Scorsese pronunciaría el nombre de Ethan y Joel Coen como mejores directores por ‘No es un país para viejos’. Ethan dejó claro que lo suyo no son las gratitudes ni hablar en público. Su hermano, volvió a conmemorar la figura de Cormac McCarthy, todo un Pulitzer poco amigo de fiestas ni apariciones públicas, que aplaudía jubiloso desde su butaca. Con este penúltimo galardón, cuando un poderoso Denzel Washington (que se ha echado de menos como candidato a mejor intérprete) nombró la película ganadora del Oscar 2007, los Coen casi ni habían salido del escenario cuando volvieron junto a Scott Rudin a poner punto y final a una gala insustancial, en exceso sedante y carente del entretenimiento que se le exige a este acontecimiento cinematográfico por excelencia. ‘No es un país para viejos’ se alzó con cuatro premios; mejor película, director, guión adaptado y actor de reparto. Éste último el gran premio de la noche. Unos Oscar, en los que, echando un vistazo al Palmarés, ha sido uno de los menos americanos de la Historia, con premios repartidos a intérpretes, técnicos, compositores, montadores y demás integrantes del mundo de la farándula hollywoodiense de diversa nacionalidad.
LO MEJOR
- Javier Bardem, por su actitud, su casta ibérica y su discurso de agradecimiento. El más emocional y creíble de todos.
- Un año más, la elegancia, distinción y belleza de Helen Mirren.
- Ethan Coen y su divertido toque de humor para evitar tener que hablar más de la cuenta delante del micro.
- Harrison Ford.
- Sarah Polley, que pasó desapercibida, acompañando a Julie Christie en la alfombra roja. La veterana actriz recordaba, en su fisonomía y maquillaje, a Candice Bergen.
- La duración de la gala, que este año ha sido más concisa que en anteriores. Aunque no lo parezca.
- Jessica Alba.
- La elegancia de sugerentes presencias como las Hilary Swank, la citada Hellen Mirren, Jennifer Garner, Anne Hataway, Marion Cotillard, Ellen Page (aunque se haya pasado con el pote facial)…
- La Academy Press Photo Area, por permitirme, un año más, la acreditación que da acceso a las instantáneas más memorables de la noche.
LO PEOR
- La gala, en sí misma.
- El vestido verde de Saoirse Ronan (la adolescente de ‘Expiación’). Más que un vestido, una putada.
- Diablo Cody, enemistada con la normalidad, vestida de leopardo, con sus uñas negras, su espantoso tatuaje de carcelaria y provocando con su ‘look’ y personalidad fuertemente hortera.
- La extrema afectación de falsedad de Cameron Diaz en su posado para los fotógrafos y en su presentación de un clip en la gala.
- El peinado de Daniel Day-Lewis y el ‘pelo pintado’ de Travolta.
- No poder seguir este año la retransmisión de Canal +, con el juego que dan siempre. Lo único que pude ver fue a Javier Veiga con una copa de la mano, entonado, diciendo paridas y con el pelo graso. Este año lo seguí por la ABC, a través de Internet gracias a Flanagan007, componente ocasional del Foro de la Bestia. Mi eterno agradecimiento, amigo.
- El inglés de “Pe”.
- Raro, el aspecto excesivamente andrógino y terrorífico de Tilda Swinton.

Razzies 2007: Eddie Murphy y Lindsay Lohan no han dejado nada

Eddie Murphy y Lindsay Lohan, por ‘Norbit’ y por ‘I Know Who Killed Me’, respectivamente, han sido los grandes triunfadores de la 28ª edición de los Golden Raspberry Awards celebrada en The Ivar Theatre de Hollywood que concede los premios a los peores trabajos de la propuesta norteamericana anual. La cinta protagonizada por Lohan, además, estableció un nuevo récord en los Razzies, con ocho premios, incluido el de la peor pareja cinematográfica del año para el doble papel de Lohan. Nunca una película había sido considerada tan mala.
Los considerados como anti-Oscar han ido a parar a…
Peor película: ‘I know who killed me’.
Peor actor: Eddie Murphy, por ‘Norbit’.
Peor actriz: Lindsay Lohan, por ‘I know who killed me’.
Peor pareja cinematográfica: Lindsay Lohan & Lindsay Lohan, por ‘I know who killed me’.
Peor actor de reparto: Eddie Murphy, por ‘Norbit’.
Peor actriz de reparto Eddie Murphy, por ‘Norbit’.
Peor remake: ‘I know who killed me’.
Peor precula o secuela: ‘Papá canguro 2’.
Peor director: Chris Siverston, por ‘I know who killed me’.
Peor guión: Jeffrey Hammond, por ‘I know who killed me’.
Peor excusa para una película de terror: ‘I know who killed me’.

jueves, 21 de febrero de 2008

Fincher llevará al cine 'Black Hole (Agujero Negro)'

David Fincher parece que ha entrado en una de esas deliciosas espirales de proyectos latentes que derivan en trabajos. Esto sucede tras una larga sequía que ha transcurrido desde ‘Panic Room’ y su espectacular regreso tras la cámara con ‘Zodiac’. Un lapso de cinco largos años demasiado largos para un director de su talento.
Pendiente de estreno ‘The Curious Case of Benjamin Button’, con guión de Eric Roth basado en una historia de F. Scott Fitzgerald en el que Brad Pitt, Cate Blanchett, Tilda Swinton y Julia Ormond forman el elenco de este filme que verá la luz a mediado de diciembre de este mismo año, hay próximo proyecto en cartera. Si ya se había hablado de ‘Rendezvous with Rama’, cinta de ciencia ficción con Morgan Freeman, ‘Torso’, adaptación de la novela gráfica de Brian Michael Bendis o de ‘The Killer’, adaptación de un cómic francés sobre un asesino a sueldo, Variety ha desvelado que Fincher será el director de ‘Black Hole (Agujero Negro)’, que llevará a la gran pantalla el cómic de Charles Burns.
El guión, escrito por Roger Avary y Neil Gaiman, sigue la historia de tintes ‘cronenbergianos’ se sitúa en los suburbios de Seattle de mediados de los 70, donde una epidemia denominada “la plaga de los quinceañeros” se manifiesta de diversas formas; desde simples salpullidos hasta la metamorfosis adolescente en terribles monstruos. Se trata de un compendio acerca de las obsesiones e ideología artística de Burns, fundamentada en el surrealismo y la anormalidad física y progresiva que bebe, en este caso, de la ‘Nueva Carne’ para criticar a la sociedad americana a medio camino entre el absurdo y terror.
Sí, amigos, el de la foto es Finncher, a la tierna edad de 19 años.

martes, 19 de febrero de 2008

Review 'No es país para viejos (No country for old men)', de Joel y Ethan Coen

La genialidad recuperada
Los Coen recuperan su mejor pulso con un ‘western’ fronterizo parido por Cormac McCarthy que cuestiona los códigos clásicos del género, confrontándolos con la descarnada violencia de los tiempos actuales.
Desde hace tiempo se venía hablando de un perceptible declive en la carrera de los hermanos Coen, prodigando su talento en el devaneo con el cine comercial de sus últimas obras. El resultado se ha fraguado en un par de títulos indulgentes, con un estilo menos profuso y desenfadado al habitual, no obstante reconocible superando la simple vista, que seguía latente y amotinado en las fallidas ‘Crueldad Intolerable’ o ‘Ladykillers’. Sin embargo, ambas reconocían su deuda con las historias y personajes del elaborado mundo de estos consanguíneos determinados a una rotunda filmografía significada en el multigénero, en la reformulación y codificación de preceptos temáticos de autores capitales del Séptimo Arte, la literatura y el ‘cartoon’ parido por Avery o Jones.
A ése manantial ideológico sobre el que los Coen han teorizado hasta el momento; desde Capra, Hitchcock, Hawks hasta Hammet, Chandler, Cain u Homero, ‘No es país para viejos’, es el resurgimiento que devuelve a Ethan y Joel Coen al universo de referencias cinéfilas y siniestras que concentran su estilo hiperreal y abruptamente complejo, a la riqueza compositiva de un ideal de cine que se iba echando de menos. Y lo hacen, nada menos, con la adaptación de la novela homónima de Cormac McCarthy, desarrollada en un contexto de rudeza extemporánea, situando esta áspera fábula en la Norteamérica rural, sucia y fronteriza, que emplea personajes comunes que vulneran la cotidianidad para verse envueltos en una pesadilla de violencia extrema donde el destino tiene la última palabra.
Llewelyn Moss (impecable y recuperado Josh Brolin) es un tipo vulgar, algo cerril e ignorante que, en un día de caza como otro cualquiera, tropieza con una dantesca estampa; una retahíla de cadáveres dejada por una confrontación entre narcotraficantes que le lleva a un maletín con dos millones de dólares. Hostigado por un despiadado asesino en serie en busca de ése dinero, su pesadilla acontecerá dentro de un territorio asfixiante y accidental en el que se enfrentará a horizontes reales e imaginarios. Una trama adventicia llevada por un acto de estupidez humana (el remordimiento por no dar de beber a un moribundo), que conlleva directamente al descontrol del azar y al destino. Un relato amargo y desesperanzado, con ese cierto toque nihilista que tan bien refleja McCormack en sus obras y que, a su vez, caracteriza el mejor cine de los hermanos Coen.
Por ello la última y magnífica muestra de este duplo autoral remite a su más reconocible cine; desde ‘Sangre Fácil’, pasando por ‘Fargo’, hasta llegar a ‘El Gran Lebowski’ como referencias directas, pero también, en su argumento, a obras literarias de la talla de ‘1280 almas’, de Jim Thompson o ‘Un plan sencillo’, de Scott B. Smith o a mitos como William Faulkner o John Steinbeck en aquellos retratos acerca de rebeliones personales ante la adversidad. ‘No es país para viejos’ es un extraño ‘western’ fronterizo, imbuido en violencia sin control, alejado de la mitológica del lejano Oeste, que recupera, sin embargo, ese quijotismo yanqui donde los que son fieles a los valores humanos sobreviven a las jugadas del destino. Los Coen recobran su pulso por esos territorios inhóspitos, de gran calado trágico, que trae a la memoria el folclore popular y literario del país.
Es el retorno a sus dominios, a la convalecencia estética y narrativa de su peculiar y asidua perspectiva sobre la historia, a sus cambios tonales, al atavismo que deriva de la perplejidad radical con la que acontecen los hechos. La vida de Moss, sumida en la rutina, se convierte, súbitamente, en una amenaza sanguinaria que augura un desastroso final. Por supuesto, no falta ese soterrado sentido del humor negro que tienen sus autores, en un progreso argumental que utiliza el cripticismo de sucintas pistas para dar un sentido absoluto a cada fotograma. Con todo, los Coen borran cualquier barrunto de épica o lirismo paisajístico, que es refutado por la aspereza con la que se narra los acontecimientos, por las referencias culteranas de complejidad sintáctica, por la sofocante atmósfera que desprenden las imágenes de Roger Deakins, despojada de preciosismo, para visualizar esta atroz historia con una contundencia demoledora, en consonancia y vocación por la narrativa ascética, sucia y cortante de McCarthy.
El laconismo parece apoderarse de esta historia sobre el Bien y el Mal, un tema subrayado en varias ocasiones por los Coen, que describen de nuevo personajes que arrastran sus remordimientos y secretos bajo un implacable sol fronterizo. Quizá por ello, la tensión de cualquier movimiento acaba transformándose en una situación extrema que se dirige a lo inevitable; como la trascendental forma en que se amartillan las armas antes de ser disparadas, la recreación insana de Chigurgh con su bombona de aire comprimido antes de ejecutar sus matanzas, la suciedad y el calor que transpira la chabacanería de la iniquidad. Es su particular regeneración de lo clásico, la forma que tienen los Coen de advertir cómo los nuevos tiempos de violencia aplastan los ideales de los héroes en pleno crepúsculo, donde la supervivencia es sólo cuestión de suerte, como el encargado de la gasolinera al que el asesino interpretado por un imponderable Javier Bardem deja vivir por una apuesta a cara o cruz.
La sociedad de la época que se representa tanto en la brutal novela de McCarthy como en esta genialidad de los Coen está simbolizada en el veterano y recto Sheriff Ed Tom Bell (no hay palabras para definir a un actor como Tommy Lee Jones), un apesadumbrado hombre de ley incapaz de encajar en un presente en el que “a la gente le hablas del bien y del mal, te expones a que sonrían”. Es la metáfora de esa nostalgia en ‘Off’ del arranque del filme, donde ya se apunta el sentido moral de la historia, la de un hombre que no entiende la brutalidad y crudeza reflejadas en el rostro de Chigurgh, ni la ambición de Moss, ni todo aquello que trae consigo la matanza de los narcotraficantes mexicanos y sus nefastas consecuencias.
La nueva era de violencia se escapa a los procedimientos clásicos de un sheriff que asume, en ese controvertido desenlace (en esa secuencia donde Chigurgh aparece detrás de una puerta y desaparece ante los ojos del espectador), que el final de su era como policía ha llegado. Se da por vencido por no saber encarar que ha llegado tarde, no sólo en una hipotética confrontación con Chigurgh, sino por no entender porqué se precipitan los acontecimientos de esa manera tan irracional. En esta ocasión, como en muchas otras, el Mal ha ganado al Bien, o así quieren hacerlo ver los Coen con su reencarnación de la perversidad con esencia casi sobrenatural, cargada de abstracción y simbolismo, en un final de resignación, defragmentando los acontecimientos, pues ya sólo importan los sueños, que se han convertido en la única vía de escape a la una realidad olvidada. Es la tradición desposeída de épica que concibe el ocaso de la decadencia del mundo moderno. Un tema muy reconocible en Sam Peckinpah, al que también desentierra este itinerario de paisajes desolados para ir destruyendo los tópicos con el salvajismo de sus imágenes.
Es la clave para interpretar esta obra de inmenso talento. Detrás de ‘No es país para viejos’ se esconde la revelación de un personaje pasivo, cuya esperanza es desavenida a la ambición y a la muerte del resto de los personajes. Una simple actitud por ver pasar la vida pasar, sabiendo que nunca cambiará nada, ocultando, en silencio, un viejo secreto omitido en su ferviente creencia en la redención. La degradación moral de la sociedad ha destruido a aquellos que una vez creyeron en los clásicos valores humanos y códigos éticos. Pero, más allá de la brillantez del conjunto, ‘No es país de viejos’ es el esperado regreso de Ethan y Joel Coen al clasicismo modernista que les convirtió en los autores de culto que nunca han dejado de ser. Éste es un filme desbordante de ingenio, de brutal sensibilidad poética, que vuelve a jugar, como ya se había visto muchas veces antes, con el remanente cultural para desfigurar la semiosis fílmica. Es la recuperación total de la excéntrica autoría de unos genios que han regresado a la senda de sus propias e intransferibles raíces.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 18 de febrero de 2008

Recuento de presentes cumpleañeros

De nuevo cumplir años deja, además de la intrascendencia de una fecha memorística del nacimiento propio y un acontecimiento convertido en una de esas míticas fiestas de piso plagadas de conocidos compartiendo conversación y velada de alcohol, otro cupo de regalos de cumpleaños marcados por el acierto y la sorpresa.
Desde la serie completa de ‘Doctor en Alaska’, totémico regalazo de Myrian con 26 discos que contienen los 110 episodios en un formato de lujo coleccionista, pasando por ‘Agujero Negro’, de Charles Burns, el pack ‘Alien Quadrilogy’, la obra narrativa completa de H.P. Lovecraft editada por Valdemar, el sensacional libro ‘El Cine’ de Larousse, un diorama de Kate Austen (Evangeline Lilly) de ‘Lost’, los últimos discos de Skid Row y GammaRay, un reloj Casio Aqf-102w-7Bvef, unos calzoncillos ‘Sex Machine’, el Pulitzer de Cormac McCarthy ‘La Carretera’, una colonia de las caras, hasta unas Columbia Madruga Peak II GTX…
Es la ofrenda a los 33… Así, cualquiera quiere seguir cumpliendo años.

domingo, 17 de febrero de 2008

Cumpleaños

Michael Jordan cumple hoy la friolera de 45 años. No viene a cuento, pero tengo una deuda pendiente con el Ídolo. Hay veces que siento la necesidad de volver a recuperar sus partidos, su juego, su arte... En breve tendré que saldarla en forma de post. Llevo tiempo pensando en ello.
Yo, por mi parte, cumplo 33… No hay motivo para sentirse mayor. Ya tengo asumido desde hace años que esto de cumplir uno más es un simple trámite, que cuando uno va sumando más edad esas pequeñas cosas que hacen que la gente sea feliz de verdad toman, paulatinamente, un cariz fundamental. Todo se percibe de manera distinta, con más criterio y sosiego. Todavía sigo buscando mi camino, eso sí, creyendo fervientemente que la diversión en esta vida lo es todo. En cualquier caso, hay poca cosa más que añadir a lo dicho el año pasado, en este mismo día.
Por adelantado, gracias a todos los que leéis este blog abismal, porque es una de esas cosas por las que todo lo que me rodea parece mejor.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los Coen adaptarán a Michael Chabon

Preparando la ‘review’ abismal de cada semana (en esta ocasión ‘No es un país para viejos (No Country for old men’), me ha llamado la atención sobre la noticia del que ya es el último de próximos proyectos de los hermanos Coen. Se trata de ‘The Yiddish Policemen's Union’, el libro de Michael Chabon ganador del Premio Pulitzer que en España se titulará ‘El sindicato de Policía Yiddish’ y que lanzará en breve la editorial Mondadori/Grijalbo.
La historia se centra en el detective Meyer Landsman, un antihéroe nihilista en medio de la investigación del asesinato un jugador de ajedrez adicto a la heroína en una alterada situación que especula sobre el estado judío, ubicado no en Israel, sino en Distrito de Sitka, en Alaska, a donde los colonos judíos estarían avocados al exilio por los oscuros planes gubernamentales de Estados Unidos.
Destierro, conflictos morales, una extraña historia de amor, memoria familiar y ‘thriller’ policiaco son los elementos de esta obra que tiene, de nuevo, todos los elementos para este celebrado regreso de los Coen a sus señas de identidad.

La huelga de guionistas llega a su fin

Se acabó. Los guionistas de Hollywood vuelven a los teclados después de tres meses que han inmovilizado el mundo cinematográfico y televisivo americano. El sindicato de guionistas (WGA) aprobó un texto por la significativa mayoría del 92,5 % siguiendo el principio de acuerdo alcanzado el pasado fin de semana entre la delegación del sindicato formada por 3.775 miembros y las empresas de la industria del entretenimiento norteamericano. El acuerdo se basa en otro convenio laboral, suscrito por los directores de Hollywood. Más de 10.500 guionistas de cine y televisión ponen punto y final al parón iniciado el pasado 5 de noviembre.
He aquí la carta enviada a los miembros de la WGA por parte de Patrick Verrone y Michael Winship, los líderes del sindicato, que han llevado a buen puerto este nuevo convenio que, según los mismos, “ha sido un acuerdo justo que permite seguir adelante a las empresas y reconoce la gran contribución que los guionistas han hecho y están haciendo por esta industria”. Los guionistas han demostrado que son muy importantes. Fundamentales. Tanto, que pueden parar el mastodóntico engranaje de Hollywood y lograr con ello proteger un futuro en el que Internet ha pasado a ser la principal preocupación de la creación y distribución de los contenidos.
Por supuesto, habrá Ceremonia de los Oscar.

lunes, 11 de febrero de 2008

Review 'Monstruoso (Cloverfield)'

La democratización de ‘YouTube’
El producto de J.J. Abrams, más allá de su historia sobre monstruos y superviviencia, es un ejemplo de evento comercial e innovación extracinematográfica que utiliza los nuevos medios de comunicación generacionales y culturales.
Detrás de ‘Cloverfield’ se encuentra uno de los términos que componen el presente y futuro de la cinematografía comercial, del llamado marketing viral utilizado como movimiento de una idea o concepto proveniente de la publicidad ‘on-line’ basada en la explotación de la red para provocar un incremento exponencial de un ‘brand awareness’ o conocimiento de un determinado producto o marca. Ése énfasis de “contagio”, de perpetuación en cadena espontánea, fue el origen de la asombrosa campaña que J.J. Abrams, el célebre nombre tras series como ‘Alias’ y ‘Perdidos’, lanzó como ‘pre-promoción’ del filme en Internet. Un simple vídeo, alguna imagen, varias teorías sobre el monstruo y otros tantos rumores alimentaron el interés colectivo por esta producción que, siguiendo los pasos de la publicidad utilizada por la película ‘Snakes on a Plane’, lograron obtener un ‘target’ que, definitivamente, ha funcionado paradigmáticamente en taquilla, abriendo una nueva puerta al cine comercial y adaptando la dialéctica comercial en la red de redes para su democratización en el cine.
La fórmula es simple; una serie de descubrimientos científicos, una famosa bebida imaginaria llamada Slusho, un monstruo con sed de destrucción, los perfiles y relaciones de unos jóvenes que utilizan los nuevos medios de interrelación (tipo MySpace) y muchas otras posibilidades que engloban términos como Tagruato, TIDO Wave, la fecha del estreno en USA (1-18-08), el naufragio de una estación petrolífera e incluso una página de corte romántico llamada jamieandteddy.com… Todo ello es necesario para seguir la película antes y después de su visionado. El filme de Matt Reeves es sólo una pieza importante dentro del laberíntico misterio que ha promulgado este golpe de efecto promocional que lleva una película de Hollywood más allá de lo conocido hasta el momento.
Es necesario seguir pensando en “qué ha pasado” y “por qué” cuando el espectador ha salido del cine. Las respuestas: en Internet. Es el particular juego que propone este visionario producto comercial, anticipación a modo de augurio generacional y cultural. Tanto es así, que ‘Cloverfield’ se nutre en su totalidad del efecto ‘Youtube’ en nuestra sociedad, la necesidad de inmediatez y visualización de todo lo acontece, provocando que objetividad se ofrezca coartada por la perspectiva del suceso desde múltiples ángulos. Es la esencia de este experimento visual y narrativo en el que impera la fórmula del ‘shaky-cam’ o filmación subjetiva en primera persona, seguido por la reciente ‘[REC]’ (antes ‘The Blair Witch Project’ y el arcaico ‘género Mondo’) o que pronto podrá verse en el nuevo Opus terrorífico del maestro George A. Romero en ‘Diary of a Dead’.
No se trata tanto de divulgar esa ‘hiperrealidad’ sensacionalista que busca la supuesta autenticidad, aunque por ello nunca se renuncie a la verosimilitud, tampoco se impone la necesidad de mostrar y recrearse en lo terrorífico, ya que el monstruo apenas se ve (desde que irrumpe permanece sin una posible evasión en las venas del filme). Lo importante es el efecto de espectáculo y entretenimiento al que someten Reeves y Abrams al espectador, en un parque de atracciones sumido en pleno Manhattan, que bebe de todos los tópicos del cine catastrófico, pero sabiendo rehusar de todo lo preconcebido. ‘Cloverfield’ está, en ése sentido, mucho más cerca de los videojuegos o la televisión que del cine de terror. Y es lo que funciona a la perfección dentro de la cinta.
Abrams sabe que, desde una perspectiva de cimentación ideológica fundamentada en el capitalismo del éxito, hay que pasar por el automatismo indiscriminado que se perpetúa en la actualidad por las nuevas tecnologías. Eso es perceptible dentro de la cinta, no sólo en el concepto de su narrativa visual, sino en muchos casos en la idea de obligatoriedad a la hora de recoger testimonios en cualquier formato. Basta con observar el instante en que irrumpe la cabeza cercenada de la Estatua de la Libertad en plena calle después del impacto de unas sacudidas sísmicas. Cuando el pavor colectivo se disipa, en unos segundos el terror se convierte en estúpida curiosidad de los testigos por capturar el momento en su móvil o sus cámaras digitales esta dramática imagen. También lo es el autoconvencimiento del cámara amateur por estar rodando parte de la historia. Para comprender nuestro tiempo, para llegar al fondo de ‘Cloverfield’, hay que estar al tanto del entramado que vincula Internet con el cine, la publicidad y la televisión.
Por eso, aquí la historia es lo de menos. J. J. Abrams propone un ‘Godzilla’ visto desde el ángulo de visión humana, como un documento “no profesional” que pervierte la necesidad de mostrar el monstruo desde el ojo humano (en todo momento bajo la elipsis), anexo a la realidad y a la atmósfera opresiva que va avanzando en función, eso sí, del espectáculo de una ficción, de gente huyendo buscando una salida y que, aún así, la trama pase a percibirse fraccionada por los segmentos clásicos de la narración en tres bloques. Además, sin desechar la posibilidad de adscribirse a ese modismo dramática que consiste en soterrar bajo una actitud nihilista la significación conceptual de la historia de terror colectivo, el reiterado retrato de confusión y pánico que rememoran la ansiedad post-11S. Aunque esto sea ya un argumento monopolizado cada producción de Hollywood que llega a nuestras pantallas.
Lo paradójico de todo es que, más allá del monstruo de espíritu ‘lovecraftiano’, del ‘kaiju eiga’ como excusa, ‘Cloverfield’, contra todo pronóstico, se muestra como una aventura romántica que sólo se entiende si se obvia la lógica y se apela a la pasión. Por poner un ejemplo; aquí sucede lo antitético a ‘28 semanas después’, donde, siguiendo el instinto de supervivencia, el personaje interpretado por Robert Carlyle huída dejando a su mujer en manos de los infectados para salvar su propio pellejo. Aquí Rob (Michael Stahl-David), uno de sus jóvenes protagonistas, supera todo tipo de obstáculos y se mete en la boca del lobo para rescatar al amor de su vida.
En definitiva, estamos ante la eterna historia de un fulano al que sólo le importa estar junto a la chica de la que está enamorado mientras el mundo se descompone, pese a quien pese. ‘Cloverfield’ es un filme subversivo e inteligente, que superpone el entretenimiento a cualquier otra cosa y que está realizada con absoluta maestría a la hora de confabular realización, efectos especiales, sonido y demás aspectos técnicos con una clara apuesta por el riesgo que no esquiva el recurso de los lugares comunes propios del género.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008