viernes, 26 de agosto de 2011

Review 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams

Impagable ofrenda a las películas que no volverán
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a una motivación y sublimación sentimental que sigue los edictos fílmicos y de entretenimiento de la factoría Amblin de Steven Spielberg.
El pasado tiene una carga importante en nuestras vidas y todo lo que recuerde aquellos retazos escondidos en la memoria espolean la juventud para despertar una fantasía hacinada en la nostalgia y en los recuerdos. Tal vez por eso, una película como ‘Super 8’, se aproveche de todo aquel concepto de ‘blockbuster’ que originaron dos tótems como Steven Spielberg y George Lucas, con un imaginario colectivo al alcance de todos los espectadores, una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento que germinaron Lucas Ltd. y, sobre todo, la Amblin Entertaiment de Spielberg, verdadera fábrica de sueños infantiles que se erigió con el secreto y la receta de un prototipo de cine capacitado para vincular afinidades e inquietudes a través de la infalibilidad de sus aventuras, fantasía y diversión. Los 80 daban sus primeros coletazos y el cine apadrinado por el “Rey Midas” era sinónimo de calidad, de cine familiar aderezado con efectos especiales donde se exigía una tarifa de comedia e imaginación que no traicionaba las expectativas.
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a ésa motivación sentimental, que no contextualiza su nostalgia tanto en el pasado como en los designios del cine actual que mira con tristeza a lo que fue el cine comercial, sin perder su relatividad y entendiendo las licencias para que todo resulte reconocible en función de su ofrenda. Que se sitúe en 1979 en vez del presente convulso en el que vivimos ahora responde, en gran medida, a una intención de evocación que se extiende a través del vestuario, de la estética, de la puesta en escena o de los elementos específicos de un lapso de tiempo concreto que ‘anacronizan’ su contextura, pero a la vez requiere de esta añoranza cinematográfica con el objetivo de obtener sus metas como narración sin perder la voz propia de su tiempo, donde el ente televisivo ha absorbido lo mejor del cine para recomponer su discurso dentro del panorama cinematográfico.
Es decir, por un lado tenemos ese ineludible factor de la memoria y del homenaje al cine de Spielberg, pero por otro, también, la capacidad de Abrams para encauzar su historia con la personalidad necesaria sin traicionar su estilo. Muestra de ello es el fascinante arranque del filme, con ese digitalizado accidente ferroviario que desencadena el acontecimiento misterioso, pero también en la fuerza con la que presentan sus personajes sus personajes y el hechizo que despiertan sus imágenes a lo largo del desarrollo de la trama.
Abrams es consciente de la dificultad que entraña este tributo sentimental que venera a un director en concreto, pero también a una estirpe de producciones con un sello distintivo al que recurre con total sutileza, siendo capaz de mezclar más referencias fílmicas sin que el público se dé cuenta. Una historia que acude a aquellos entornos suburbiales, urbanos y familiares perdidos de los años 80, donde las bicicletas se inmiscuían con los coches en sus tranquilas carreteras. La infancia marca la pauta y el trasfondo iniciático en el que los traumas deben ser superados, el amor asumido con valentía ante la adversidad y la amistad reforzada con el conocimiento de compartir las trabas con sensatez y lógica por mucho que se imponga el enamoramiento de la misma chica. Y entretanto, el impacto de un suceso extraordinario que aviva la emoción y la incertidumbre dentro de la rutina gris de sus protagonistas. ‘Super 8’ se adentra así en un ‘mcguffin’ entre soldados del ejército y una extraña presencia invisible y peligrosa fundamentada en la rúbrica identificativa de aquel cine de Spielberg, el mismo que abordaba la superación y aceptación de una pérdida, la renuncia de afectaciones emocionales y la búsqueda de un nuevo camino con la elección de unos valores que reivindican la grandeza de la vida y la aventura.
Abrams esgrime en todo momento la inocencia como cristal traslúcido a la hora de entender la emoción y el cine que, en este caso, tal vez esté más enfocado a una generación concreta, la de los 70 y principios de los 80, que a las posteriores o la infancia que hoy, que engulle producciones saturadas de efectos especiales, ‘remakes’ y adaptaciones de cómics. Despojada de infantilismo, pero con una entidad privilegiada a la hora de convulsionar dentro de sus parámetros de dedicatoria, ‘Super 8’ se transforma en un producto de sinceridad que rememora un estilo perdido, una esencia retrospectiva formulada en una forma de crear espectáculo que, si bien no puede dejar de evidenciar su condición actual, sí introduce en su atributo de reminiscencias una serie de implicaciones y postulados fílmicos, argumentales y visuales, como por ejemplo la utilización de las ‘lens flares’ en muchas de sus secuencias nocturnas.
Existen puntos en común del hálito ‘spielbergiano’ de antaño, como la de la ausencia de la figura maternal (Joe y Alice, respectivamente –aunque en el cine del Rey Midas evocara la pérdida del padre-), donde la relación está distanciada y rota con los padres por la incomunicación o guiños evidentes a algunos de los títulos dirigidos y producidos por el preceptor del proyecto, como el cobertizo y las linternas de ‘E.T. El extraterrestre’, así como la amenaza del ejército en las vidas de los habitantes del pueblo mucho más nocivas que el propio alien que parece ir sembrando el pánico, las consignas de hazañas veraniegas de ‘Los Goonies’, aires de ‘Encuentros en la tercera fase’, ‘Tiburón’, ‘Nuestros maravillosos aliados’, ‘Parque Jurásico’ e incluso títulos más cercanos en el tiempo como ‘La guerra de los Mundos’.
Nadie va a descubrir a estas alturas la perspicacia de Abrams con la cámara, de continuo movimiento, la trepidante acción y agilidad con la que plantea la emoción, el reto de hacer llorar a la vez que traza el suspense y la ciencia ficción, donde la aventura responde a aquélla máxima olvidada de que todo lo que sucede, aunque esté envuelto en catástrofe y peligro, hay que vivirlo como una experiencia inolvidable. ‘Super 8’ recupera el espíritu de aquélla época, con lugares comunes en los que hemos vivido, con los defectos y virtudes que esconde esa mirada infantil que traiciona las órdenes guionísticas establecidas (cayendo en alguna licencia antojadiza, no hay que negarlo) para imponer un grado de libertad máximo hacia una historia sin condicionantes que se escuda en la candidez de cada plano, en su actitud global, para focalizar y legitimar esa narrativa hacia entornos conocidos que nos entrega una realidad manifiesta en el sentido del filme: el de aquéllas películas que nunca volverán. Y lo hace sin evitar la fantasmagoría de su reducto televisivo tan influenciado por ‘Lost’ y su constante tendencia a ocultar y velar el monstruo extraterrestre para utilizarlo como excusa engañosa y metafórica dentro de un argumento que plantea otro tipo de conflictos más allá del cine fantástico.
‘Super 8’ no es más un acto delimitado a la reivindicación de ciertos ritos cinéfilos esgrimiendo el concepto de deuda con referencias retro y nostálgicas, que vinculan al niño y cineasta que comparten Abrams y Spielberg. De ahí, que los pequeños protagonistas vivan el cine de una forma categórica en un momento de sus vidas tan fundamental como es la adolescencia, a través del rodaje de una cinta de zombies serie Z realizada con pocos medios, pero con la ilusión de narrar visualmente una historia más allá de los condicionantes y obstáculos que se les pongan por delante. Es lo que define la ideología que ha seguido en este producto de Abrams con vocación tan universal como intrínseca, utilizada como contrapunto entre esa película Super 8 dentro de otra película bien distinta que supone la aventura de ciencia ficción que se desarrolla a gran escala en un pequeño pueblo de Ohio.
Pese a ser un filme mejor esbozado que resuelto y sin llegar a ser una obra maestra que ha dividido al público al que va dirigida (básicamente porque las expectativas son demasiado altas por parte del espectador), ‘Super 8’ se puede considerar como una obra diferente, sin complejos cuando se trata de reconocer su fanatismo visual, sin ardides a la hora de exponerse como metodismo anclado en nuestro pasado colectivo, como forma de ver y sentir el cine. Una obra que se postula como la representación imposible de lo que será una mítica película veraniega que, por si fuera poco, se sitúa muy por encima de cualquier película estrenada en este 2011 y que tiene tantas virtudes que es imposible no caer rendido ante sus pies; empezando por ese soberbio elenco infantil donde resplandece la figura de Elle Fanning y la candidez de Joel Courtney, Riley Griffiths o Ryan Lee y la sobrecogedora partitura de ese iluminado Michael Giaccino que se ha dejado imbuir por la magia incidental de John Williams.
‘Super 8’ se convierte en una mezcla inspirada, un edicto melancólico que no oculta su deuda con Spielberg y que sufraga esa imposible asignación a los que aman la imperfección de un cine que ya no se hace y aquel fondo optimista y esperanzador que confluyen en una película veraniega como esta. Eso sí, Abrams no es el Maestro. Ni pretende serlo. Por ello, no tiene sentido alguno cualquier tipo de cotejo con un tiempo pasado. ‘Super 8’ no se puede ni debe comparar con aquella estela de filmes de cariz infantil sobre cuestiones más trascendentes y de las que Abrams bebe continuamente, sino que esa magia idealizada simboliza una oda de cariño hacia todo ello.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

viernes, 19 de agosto de 2011

Review 'El origen del Planeta de los Simios (Rise of the Planet of the Apes), de Rupert Wyatt

Ejemplar venganza antropoide
A pesar de vivir la continua moda de adaptaciones y ‘remakes’, la ejemplar cinta de Rupert Wyatt resiste a sus predecesoras y abre la esperanza a la calidad de este tipo de productos revisionistas.
Uno puede llegar a pensar que la moda del ‘reboot’ y el ‘remake’ se agota en el mismo instante en que la redundancia planea sobre los proyectos que emergen como formulismos comerciales de temporada. Esta revisión de la saga iniciada en 1968 con el clásico ‘El planeta de los simios’, de Franklin J. Schaffner, en apariencia, podría parecer otra de esas tentativas oportunistas con el fin de explotar un filón eclipsado por su antigua estrella original. En cierto modo, no deja de serlo. Sin embargo, existen casos ejemplarizantes que convocan la sorpresa con un designio revitalizador que va más allá incluso del puro entretenimiento y del folletín científico con efluvios del ‘Frankenstein’ de Mary Shelley que supuso esta tradición simiesca.
Lo cierto es que ‘El origen del Planeta de los Simios’ deroga la enflaquecida perspectiva que ofreció la versión de Tim Burton y apuesta por la dignidad de una iniciativa estimulante que, al igual que sus predecesoras, emplaza una cuestión de fondo crítico con la sociedad de nuestros días sobre unos cimientos fantásticos y aleccionadores acerca los riesgos del desacierto y la desorientación mundial. La historia de ese científico megalómano llamado Will Rodman que quiere evitar la muerte de su padre aquejado de Alzheimer con un medicamento llamado ALZ-112 que mejora el sistema cognitivo aplicado a monos que muestran una increíble inteligencia y habilidades integrales esconde una reflexión sobre el estado de lo que hoy vivimos. Precisamente, está el mundo en su mejor momento para imaginar una catástrofe anticipativa de magnitud incalculable. La cinta de Rupert Wyatt refleja, con esa mutación de los monos en amenaza contra el bienestar del mundo desarrollado, un contexto ficticio y desasosegante a la que está avocada la humanidad, pero que metaforiza un abismo de miedos y admoniciones que enclavan con cierta puntería la realidad que nos rodea.
De eso trata, en definitiva, esta sensacional película de verano. Wyatt parece no estar condicionado ni tener deudas con ninguna de sus antecesoras (aunque haya pequeños guiños de nomenclaturas y referencias constantes), por lo que encuentra su virtud en una inesperada libertad que reinventa el espíritu del mensaje de la obra de Pierre Boulle, tratando al espectador con respeto y creando cine de evasión desde la inteligencia para cuajar un ‘reboot’ con dignidad y pulso de cadencia torrencial, pese a camuflar cierto maniqueísmo en la transformación de ese doctor ambicioso en activista contra su propio descubrimiento. A destacar, por tanto, la abrumante reinvención de un ‘thriller’ que inquieta y escudriña sus posibilidades meciéndose entre géneros como la ciencia ficción y la acción de esencia científica que recobra el mensaje sobre los riesgos a los que conlleva jugar a ser Dios para confluir en un inevitablemente castigo y venganza antropoide debido a la soberbia del ser humano.
Este ejemplar ‘blockbuster’ es un espectáculo rígido, que no ve mermado su empuje con esas largas secuencias en las que el espectador sólo ve primates en diversas actitudes de desarrollo, hasta llegar al belicismo que les enfrenta a los humanos en una pugna por la supervivencia y la potestad. Entretanto, el ansia por detener la lógica evolución del hombre y su muerte, de evitar el curso natural del destino, provoca que unas criaturas sensibles sometidas a la autoridad humana engendren una venganza de liberación que culmina en ese final apoteósico (tal vez excesivamente digitalizado) del enfrentamiento culminante entre los simios de la rebelión y la policía de Bay Area en el Golden Gate de San Francisco.
Lo que contribuye a que ‘El origen del Planeta de los Simios’ flote entre la mediocridad de ‘remakes’ y adaptaciones es su brillantez adjudicada en la distribución de arcos dramáticos, que se aprovecha sutilmente de esa magistral técnica de captura de movimientos que naturaliza hasta tal punto el mundo de los simios, con recreaciones digitales que parecen tan reales, que ejemplariza cómo las nuevas tecnologías también pueden ponerse exclusivamente al servicio de una historia dotada de prontitud, de ferocidad y terror a la hora de llevar hasta el límite ese ataque “monoide” hacia una humanidad que juega con fuego y acaba por quemarse. Sin olvidar, por supuesto, al gran Andy Serkis, que atribuye al gran protagonista de la función, un chimpancé con capacidad de liderazgo e inteligencia desmedida llamado César, una personalidad y sensibilidad escondidas tras el repaso digital de postproducción.
Una fantasía apocalíptica y dramática que gira al alrededor de la avaricia corporativa, la ingeniería genética, la compasión humana, el maltrato de animales o el amor paterno filial que incluso llega a hacer olvidar sus predecesoras en sus variables formas dentro del discurso sobre el cuestionamiento del fin de la humanidad y el constante desafío de jugar con las leyes naturales que sugestiona la rebelión social y los ataques a los sistemas autocráticos. ‘El origen del Planeta de los Simios’ es una fantástica propuesta veraniega, mucho más solemne y loable de cuantas superproducciones comerciales llevamos en 2011.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams.

sábado, 13 de agosto de 2011

Los 112 años de Hitchcock

Hace doce años se cumplieron cien años del nacimiento del iconográfico Sir Alfred Hitchcock, uno de los cineastas más admirados de la Historia del Cine que aún en nuestros días sigue estando más vivo que nunca a través de una filmografía repleta de obras maestras que perduran imborrables en la memoria colectiva. Justo, hoy 13 de agosto, doce años después de su centenario, recuperamos a un cineasta que supuso tal revolución en el Séptimo Arte que puede considerarse como un género en sí mismo por la magnitud de una filmografía inalcanzable. Nacido en Londres en 1899, el joven Hitchcock debutó como ingeniero en la Compañía telegráfica Hanley y más tarde entra en la sucursal londinense de la firma de Hollywood Famous Players Lasky, donde trabajó como diseñador de subtítulos para las películas mudas.
Tras una breve estancia en la UFA, que le ayudaría a descubrir la obra de Paul Leni y Fritz Lang, llegaron sus primeros tanteos como cineasta con ‘Number 13’, película que no llegó a terminar, ‘Always tell your life’ que ni siquiera firmó como director y ‘The pleasure garden’, su primera película. Su particular y genuino estilo empezó a dar evidentes signos de desbordante talento con ‘El enemigo de las rubias’ y sobre todo con ‘La muchacha de Londres’. Hitchcock se formó aceptando las más dispares obras para instruirse y es ‘Blackmail’ la obra más carismática del primer cine sonoro británico. David O. Selznick fue el hombre que le llevaría a Estados Unidos, donde comienza a trabajar en una serie propia serie para televisión. Desde entonces la máquina creadora nunca paró, deleitando y suspendiendo la tensión de muchos de sus filmes irrepetibles.
Lo cierto es que Hitchcock desarrolla su verdadera personalidad cinéfila a través de investigaciones formales de distinta índole, cuyos éxitos utilizaría para transmitir una perspectiva del cine única, no por sus temas o sus mensajes, sino por una estructura narrativa fascinante y una realización basada en la capacidad de relatar por medio de las imágenes. En último término, el cine de Hitchcock se ha convertido en un egregio arte porque busca (al fin y al cabo) el puro entretenimiento, para después pasar a jugar con negativas que desembocan en una traducción cimentada en la libertad de acción ‘in crescendo’ utilizando el mítico suspense como excusa o pretexto.
En cuanto a esa intriga, el Gran Maestro siempre fue coherente consigo mismo y con el espectador, dotando a sus personajes con la identificación, confiriéndoles una dimensión dotada de privilegiados análisis y, sobre todo, tomando la condición del suspense para contravenir cualquier tópico acerca del género. Para Hitchcock el cine se tenía que centrar en sus instantes dramáticos (es célebre aquella frase “el drama es la vida despojada de sus momentos aburridos”) en el que hasta el romanticismo desaparece en su final (como en ‘Vértigo’) en pos de una postura ante el cine como provocador erudito.
El hecho de que el cineasta británico no le diera importancia a la evolución de su carrera coincide precisamente con su perspectiva acerca de la maldad oculta en un halo de abstracción e incluso de abyección, como si quisiera exhumar el aplomo malintencionado con el que se pueden invertir los valores. Tampoco deviene una catarsis personal a través de sus filmes (su misoginia, obsesión y frustración) sino que nos dejó contemplar una evolución pesimista de su visión del cine (‘Crimen perfecto’, ‘Topaz’, ‘La trama’…). Siempre quiso dirigir comedias, pero no hubo suerte, a pesar de poseer ese humor británico mordaz y camuflado, válido para esa poco reconocida ‘Pero... ¿quién mató a Harry?’.
El Hitchcock más conocido era un genio, un clásico de nuestro siglo, especulando con un cine en el que la estilística y la temática se estiban formando una sola. Su práctica de montaje rayano en la perfección nos hace ver al perfeccionista que buscó siempre la cúspide visual. Se le puede considerar como un creador avanzado a su tiempo, un visionario de percepción cinematográfica propia e inconfundible, donde la figura del cineasta ante su obra no desaparece, pero tampoco se toma como un elemento demiúrgico. Su discernimiento creativo progenitor de obsesiones particulares se caracterizó por dotar a sus protagonistas femeninas de un carácter frío (signo de frigidez, no de independencia) que no hacían vislumbrar un fulgor puritano, sino todo lo contrario, de ahí esos exhaustivos diagnósticos (en este Abismo dedicaré algún reportaje a ellas) sobre todas sus rubias más memorables: Grace Kelly, Tippi Hedren, Janet Leight, Kim Novak
El cine de Hitchcock es anexo al sentido ‘freudiano’ del discurso (visible en el epílogo de ‘Psicosis’) en el que abundan referencias a Kafka o Chesterton, que bifurca el análisis de los dobles juegos establecidos sobre la puesta en escena y su trascendencia (‘Encadenados’, ‘Atormentada’, ‘La ventana indiscreta’, ‘Vértigo’ o ‘Marnie, la ladrona’). Como conclusión (y dejando de analizar sus ‘McGuffins’, la teatralidad de alguna de sus obras maestras, el espectáculo, el erotismo, la muerte, el sexo, el espionaje, sus intencionados ‘cameos’, la planificación… con la excusa de desglosarlo como bien se merece) cabe significar la vasta sombra de Hitchcock como una de las personalidades más ciclópeas que ha tenido el cine jamás.
El director ‘maestro de maestros’ ha legado una irrepetible leyenda en la que todos los espectadores tienen cabida. Sólo hay que ver (o revisar) una película suya para entrar en su fascinante universo. Hace un cuarto de siglo que el gran Hitchcock nos dejó, pero legando una obra que nadie superará. Desde aquí este pequeño alusión a su muerte como pequeño homenaje.

viernes, 5 de agosto de 2011

Review 'Green Lantern: Linterna Verde (Green Lantern)', de Martin Campbell

El franquiciado del ‘fast film’
Green Lantern (Linterna Verde)’ sigue los estándares de la ejecución actual de adaptaciones de cómic casi a rajatabla, desvaneciendo su oportunidad de ofrecer algo nuevo al espectador.
Echando un vistazo a la cartelera y a los futuros estrenos, no se puede evitar comparar tanta adaptación cinematográfica llegada del mundo del cómic con la comida rápida, el franquiciado y la globalización. Hollywood ha encontrado un modelo económico que ha variado, como en otros sectores sociales, los estándares de calidad y hábitos de consumo. Parece ser que esta moda funciona y el cine ha encontrado en los tebeos un filón inacabable que sobrelleva una explotación radial que al final vuelve sobre sí misma. Tanto es así que, como suele ser habitual (aunque no siempre), en las franquicias se antepone la comercialidad de sus productos a la calidad final. Con esta agorera entradilla y paralelismo ‘cinematográfico-alimenticio’ podría definirse ‘Green Lantern (Linterna Verde)’, ya que se corresponde a ese saco taquillero en el que caen las cada día más olvidables propuestas que se suceden dentro de este subgénero tan solidificado en el cine contemporáneo con profusión de secuelas y ‘reboots’ de todo tipo y condición.
La voz en off avanza, casi mecánicamente, lo que vamos a ver: una comunidad galáctica que congrega fuerzas defensoras de la paz y el equilibrio, inmersas en un universo compuesto por más de tres mil sectores que recluta héroes para aprovechar la energía verde esmeralda para defender la justicia a través del cosmos con voluntad y arrojo. Uno de ellos, el primer humano de todos, será elegido para frenar a una perniciosa fuerza conocida como Parallax, que ha iniciado una operación de coacción con el objetivo de devastar la ecuanimidad del orden intergaláctico. Se inicia así una reinterpretación de las aventuras creadas Bill Finger y Martin Nodell para DC Cómics, abstrayendo la mitología de 1940 para experimentar con ella dentro de la complejidad de este universo dentro del planeta OA. Los planteamientos originan una reiteración conceptual y argumental que ya empieza a resultar cansina; el héroe comienza siendo un arrogante, un “viva la vida”, un playboy que podría equipararse al cínico Tony Stark de ‘Iron Man’, traumatizado por la muerte de su padre que cayó antes sus ojos y tan descreído que se ha convertido en un kamikaze del vuelo sin miedo a nada. Forjado en el arquetipo, su elección como nuevo miembro de un equipo élite de centinelas celestiales gracias a un anillo que le confiere súper poderes es la coartada para emprender un viaje a la transformación de ese despreciativo piloto en mejor persona, más vulnerable y honesto con sus actos.
Es este trasfondo humano el que vertebra al luminoso personaje, pero enseguida cualquier grado de ambigüedad queda disuelto por la abrupta evolución de su personalidad hacia un acartonado titán y salvador que se toma demasiado en serio así mismo, como la película en sí, contrastando con la propuesta inicial del gamberro que duda sobre su cimentación como héroe. Su postiza falta de pretensiones y pura diversión tiene un desequilibrio que echa de menos irrupciones de un humor autocrítico que llegan en momentos impresivibles, haciendo que la ‘space opera’ épica carezca de cualquier tipo de consecuencia en su fondo discursivo sobre la tenacidad y el recelo.
A ‘Green Lantern (Linterna Verde)’ le falta algo locura ‘kitsch’ y le sobra disparidad y una afectación visual que reduce a un espectáculo simplista toda la genealogía de este superhéroe enmascarado. No evita con ello ser otro entretenimiento que busca la enésima variación de la analogía que se establece entre Linterna Verde y toda la estirpe que lleva consigo el sello de la DC o el universo Marvel. Al espectador avezado, todo esto le suena a clonación y no puede sentir un vacío como si el mismísimo Parallax le aspirara su alma como ocurre en el filme. Tampoco ayudan sus efectos especiales de saturación colorista, que la acercan más a una función animada de atiborrada luminosidad antes que a una apuesta por el condimento de credibilidad superheroica. Aquí eso da lo mismo. Lo que en un principio es un propósito como el acercamiento luminiscente a la visualidad intencional de cualquier ‘Superman’, antes que apostar por una asumida y engreída lobreguez de cualquier ‘Batman’ de Nolan, termina por enflaquecer su estética refulgente al tono de cualquier episodio de la televisiva ‘Smalville’.
Y poco puede hacer su director, Martin Campbell, por impedirlo. Máxime, cuando sus secuencias de acción poseen un elegante clasicismo y están resueltas como ejemplo modélico de la lección aprendida dentro una carrera fraguada en el cine de género. Es una pena que no consiga soslayar la previsibilidad que desabastece de sustancia la narración y sus imágenes. Tampoco se aprovecha el encanto que Ryan Reynolds ha demostrado en películas anteriores (‘Buried’, ‘Adventureland’ o ‘Paper Man’), estando aquí falto de carisma y por debajo de ese equivalente personaje, antítesis cercano en conflicto, al personaje de Peter Sarsgaard Hector Hammond, ese ‘mad doctor’ hermanado al John Merrin de ‘El hombre elefante’ y de grandes nombres como Tim Robbins, Angela Basset o Mark Strong. ‘Green Lantern (Linterna Verde)’ sigue los estándares de la ejecución actual de adaptaciones de cómic casi a rajatabla, aunque tampoco es para afirmar que es espantosa, sólo por esa colisión colorista que divide a los villanos, con afinidad hacia el amarillo que representa la mancha de la maldad, contra el de los héroes, simbolizados con el color verde de la voluntad y la esperanza.
En esta moda inacabable, una película como ‘Green Lantern’ hace reflexionar sobre la necesidad de explotar una tendencia hasta el agotamiento. Las adaptaciones de cómics en Hollywood van por ése camino de extenuación, en la búsqueda de la rentabilidad entendida como producto de venta o como marca de diseño más allá de su excelencia como obra cinematográfica. En ése sentido, una película tan desastrosa como ‘Jonah Hex’ (obviamente, otra adaptación de cómic) poseía más valía de riesgo que esta película que, por si fuera poco, en sus créditos finales revela claramente que el personaje noble se convierte en un villano para un futuro episodio. Y lo más chocante de todo es que, contra todo pronóstico, incita a seguir al héroe glauco en su transformación al lado oscuro. La gran industria del entretenimiento sabe ejercer a la perfección sus manivelas de manipulación.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

miércoles, 3 de agosto de 2011

Próxima parada: '3665'

Fue en octubre de 2009 cuando anuncié mi regreso al mundo del cortometraje. En aquélla ocasión el proyecto titulado ‘Km.’ estaba en plena ebullición. La preproducción estaba casi cerrada y el reparto era un regalo caído del cielo: Víctor Clavijo y Mariano Venancio estaban dispuestos a embarcarse en este viaje por una carretera abandonada llena de desconfianza y violencia. Hoy todavía siguen siendo el referente y están atentos a cualquier cambio. Por una serie de circunstancias económicas y de producción inevitables el proyecto se canceló, entrando en una fase de ‘stand by’ que hoy en día permanece alterada por una esperanza que anida en la protección y custodia que tienen sobre él dos productoras solventes (Llanero Films y Armonika Entertaiment). Algún día verá la luz. No lo dudo. Es una gran historia a modo de ‘road movie’ y ‘thriller’ que tiene todos los componentes para, al menos, inquietar y sorprender.
Sin embargo, la espera debía tener un ciclo mucho más fugaz al acostumbrado. No podía permitir que transcurriera un lustro u otra década alejado de todo. Tanto tiempo empezaba a ser algo habitual en el devenir de una incoherente demora. Basta ya. Había que recuperar cuanto antes aquélla sensación que se casi había perdido en la memoria, la misma por la que vale la pena seguir soñando. Como ya dicho en este Abismo más de una vez “la concepción del mundo es la de un lugar caótico en el que para salir adelante uno tiene que inventarse una realidad propia”. Y era hora de volver a soñar, de recuperar la ilusión, de hacer efectivos los deseos desde el esfuerzo y el tesón. Hay que levantarse cuando uno tropieza. Las lamentaciones son un estorbo en el camino. ‘3665’ nació de los recuerdos, de aquellos años en los que todavía emergía la esperanza de fabular en imágenes. Nunca es tarde si crees fervientemente en ello. Si sabes que es la única forma de alcanzar la plenitud, a veces incluso los astros se confabulan para entregarte un pequeño fragmento de felicidad. ‘3665’ es un proyecto muy pequeño, confeccionado con pocos medios, que habla del pasado desde un futuro postapocalíptico. Esto es lo que narra este nuevo cortometraje que, si todo sigue su cauce, será mi reencuentro con la dirección desde ‘El Límite’, rodado hace nueve años, en 2002, sólo rota por una maravillosa experiencia veraniega que se llevó dos premios en la segunda edición del Festival de El Escorial en 2007. Casi una década de sequía cortometrajística ¿Mucho tiempo? Obviamente. Pero no ha sido una elección, ni un arrebato excéntrico. Os lo aseguro. El destino debe quedarse a un lado y volver a darme la oportunidad que tanto he perseguido. Es hora de volver, de contar, de disfrutar y de sufrir, pero dentro de unos márgenes de optimismo que hundan de una vez por todas en la ciénaga el olvido tantos años pasándolo mal.
La aventura ha comenzado… Y no ha hecho más que empezar.
Por eso, ‘Un mundo desde el Abismo’ verá alterada su ya de por sí trastornada rutina de actualización. No son aquellos tiempos en que cuando aquí se cerraba el chiringuito por vacaciones, ilustres bloggers y multitud de lectores lamentaban el periodo vacacional. Sin embargo, el mensaje sigue el mismo que aquéllos posts que avanzaban un asueto estival y veraniego con la promesa de un retorno más convencido y esperanzado. Durante este mes habrá lapsos en los que el flujo de escritos baje. Si escribo menos de lo habitual, ya sabéis la razón. Aunque es cierto que procuraré no perder comba. El mundo internauta es muy exigente y necesita de una atención casi obsesiva. Mi tiempo ahora debe dedicarse a un proyecto que, por encima de venideros obstáculos y contradicciones, lleva una vida esperando ver la luz. Y así será.

viernes, 29 de julio de 2011

REVIEW 'Paul (Paul)', de Greg Mottola

El extraterrestre malhablado
‘Paul’ pretende homenajear al cine fantástico de los 80, a la esencia perdida de un género en clave de comedia que a pesar de su inocencia acaba por agotar su fórmula basada en el guiño y en el ‘gag’ referencial.
Las dos anteriores películas de Greg Mottola redefinían un sentimiento nostálgico por la esencia de un pretérito que parece alejarse cada vez más con el paso de los años. Una esencia bañada en el arquetipo, muy de su tiempo, muy de los años 80. Tanto ‘Supersalidos’ como ‘Adventureland’ proponían, de forma muy diferente, la reubicación de códigos generacionales que suenan familiar; bien sea con la historia de amistad de dos jóvenes grotescamente dependientes el uno del otro que afrontan como pueden su destino en un inminente devenir que les separará en distintas universidades o la de un chico que conoce a una chica en un parque de atracciones durante un verano de trabajo esporádico en la que, a través de ese amor efímero, alcanzan el autoencuentro y la maduración. Podría decirse que el cine de Mottola está protagonizado por personajes inocentes, más o menos complejos, anclados en cierto infantilismo, que deben afrontar la etapa adulta que se le viene encima. Se trata de trayectos vitales, periplos iniciáticos que reposan sus virtudes y defectos en un halo melancólico sobre el recuerdo y la memoria de un tipo de cine algo caduco, pero con alcance y simpatía para el gran público.
‘Paul’ reincide en todos estos códigos característicos, en ese cariz ‘peterpanesco’, con dos frikis ingleses del género Sci-Fi que peregrinan a Estados Unidos para asistir a la Comic Con de San Diego y comienzan una maratoniana excusión a bordo de una casacaravana Winnebago por entornos mitificados gracias a sus supuestos acontecimientos ufológicos como la base militar de Nevada Área 51 y Roswell. En su camino, se cruzará un alien que se ha fugado de las instalaciones gubernamentales secretas para regresar a casa después de más de seis décadas sometido a todo tipo de interrogatorios.
Mottola inicia con estos mimbres un viaje por la América Profunda, en una suerte de referencias al cine de género cómic, fandom, novelas de serie B, compras de souvenirs en forma de espada y pegatinas de extraterrestres para el parachoques o hacerse fotos mientras recrean algunos fragmentos de sus película favoritas (como esa lucha entre Capitán Kirk y Gorn) en una miscelánea con la cultura popular autóctona, con alusiones a la idiosincrasia de los ‘rednecks’ yanquis, configurados en una pareja de rudos sureños a los cuales los protagonistas comparan con los salvajes de ‘Deliverance’, de Boorman o ese padre ultrareligioso de la chica la que raptan fortuitamente.
‘Paul’ se va constituyendo como una comedia sobreexpuesta en la que va aflorando un catálogo de ‘gags’ con elementos tan cómodos y elementales como la marihuana, el alcohol, las barbacoas, los chistes soeces y la complicidad que se establece entre los dos británicos y un deslenguado extraterrestre que responde a la fisonomía habitual y estandarizada de este tipo de seres. Un alien capaz de transferir toda su sabiduría con un sólo golpe de mano, pero que ha pasado más de sesenta años en una base de la NASA respondiendo preguntas en un inacabable interrogatorio. Ejemplo de cuestionamiento de guión que, si bien procede con soltura y modestia, queda al antojo de encadenamientos caprichosos para que la trama de fuga y persecución en carretera sea viable para los intereses cómicos de Simon Pegg y Nick Frost (también firmantes del libreto). Con ello, ‘Paul’ se mueve entre la parodia y la ofrenda al cine de género, con constantes referencias al cine de George Lucas y Steven Spielberg (que protagoniza una divertida secuencia con su voz telefónica) o con amagos de destreza humorística con toques satíricos que, sin embargo, empiezan a pasar factura pasado el primer tramo de la cinta.
No obstante la historia contiene un interesante subtexto religioso de fondo que enfrenta al creacionismo fundamentalista patrio con la teoría evolucionista de Darwin, para contrastar así la derivación secular de los fanáticos de la religión contra la de los proselitistas de la ciencia ficción, cuyo discurso implica una insinuante metáfora que no es otra que asumir que Paul pueda ser visto como un Mesías provocador; sólo se le aparece a ciertas personas, es capaz de obrar milagros, ayuda a los ciegos a recuperar la vista…. Una caricaturización de una especia de divinidad tendente a la fiesta, los porros, la cerveza y la diversión. Pura provocación para un país que, en casi su totalidad, profesa a Dios como el creador del universo.
Lo bueno de una película como ‘Paul’ es que es todo benevolencia y lealtad con su historia sin ambición, personificada tanto en sus personajes protagonistas dispuestos a alterar su tan soñado viaje por carretera con el fin de ayudar a su nuevo amigo espacial como en sus perseguidores, patanes de dibujo animado llevados más por la curiosidad que por el afán de caza y exterminio del alien. Simon Pegg y Nick Frost siguen funcionando como pareja cómica. Eso, era algo muy asequible y de esperar. Y lo hacen acompañados de la voz de un Seth Rogen que está mejor bajo la forma de este impertinente extraterrestre que con su sempiterna presencia física en la última ola de comedias dirigidas por conocidos. De ésa nos libramos aquí. Tampoco defrauda la consistencia de intérpretes salidos del ‘Saturday Night Live’ como Kristen Wiig y Bill Hader y actores acólitos de Mottola como Jason Bateman y Jeffrey Tambor (ambos protagonistas de la serie ‘Arrested Development)’, poniendo el colofón final la icónica Sigourney Weaver.
En último caso, ‘Paul’ no defraudará a aquéllos que posean una acentuada mitomanía y gusten del simulacro de humor hacia el un gran género popular como la ciencia ficción. Se trata de una ‘road movie’ que empieza bien su viaje, sorprende y atrapa, pero que acaba accidentado con tanta transcripción referencial, facilidad de humor apagado y un cierto descenso al ostracismo sin parangón con síntomas de agostamiento. Tanto chiste de ‘nerd’, insinuaciones al mundo gay y la confrontación de ese aseñorado raquitismo inglés contra la estolidez yanqui extenúan la fábula de ese pequeño hombre verde que quiere volver a casa para que no le diseccionen la cabeza. Una película que no es apta para amantes de Gene Roddenberry, de las aventuras de Buck Rogers y o de aquellos que hablan Klingon, por mucho que insistan en esbozar pequeños guiños hacia ellos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

miércoles, 27 de julio de 2011

Se acabaron las vacaciones 2011

Qué cortas se hacen las vacaciones. Podría ser una manida frase de catálogo, un arquetipo de locución idóneo al primer día de estrés post vacacional. Sin embargo, es una verdad como un templo. Durante estos días pasados hemos disfrutado de unas apacibles jornadas de asueto, de desconexión necesaria de la rutina y del desviamiento de tantos problemas y ahogos de diversa índole aunque sea por unos días. Necesitábamos un espacio de calma, de insubordinación a los vínculos laborales, a no aceptar el reloj como ese preboste tiránico que ordena nuestras vidas cada día. Y encontramos la calma en Bilbao, en ese clima inestable oceánico y templado que nos ha dado sol y lluvia, desde un contexto dócil y despreocupado. El norte es así. La playa y el sol es para aquellos que los buscan. Yo quiero otras cosas más importantes que el buen tiempo. Lo básico es evitar la coacción cotidiana encontrando un pretexto para sortear la servidumbre a los quehaceres y rebelarte contra el tiempo, aunque como siempre sea éste el que lo haga contigo.
Han sido unos días marcados por la esencia bilbotarra, tan cerca del corazón de mi Athletic del alma, en San Mamés, donde la familia Guerricaechevarría, con el cercano y extraordinario amigo Asier como maestro de ceremonias junto a Amaia e Iker nos han proporcionado todas las comodidades del mundo, abrigándonos con su cercanía y amistad eterna. Las jornadas gastronómicas se regaron con cerveza, con largas conversaciones y paseos por el Botxo y sus alrededores; desde el corazón de Indautxu hasta el casco viejo, con subida al funicular de Artxanda, visitas guiadas a Getxo y Portugalete. También con actividad social y festiva, como asistir a una barbacoa con amigos en Gorliz o la fugaz pero agradecida visita al celebérrimo Borja Crespo, durante las Paellas de Aixerrota, en Algorta. Unas vacaciones de imperturbabilidad relajante, donde hemos podido compartir algún instante con nuestra amiga Sonia y conocer de cerca de un maestro del guión como es Javier Echániz.
También hubo un día para reencontrarme con Donosti, ciudad a la que volver para recordar. Álvaro Manso y Susi hicieron de comitiva con el habitual cariño y afecto en los obligados paseos por la Concha, el Kursaal (al amparo donde esa misma noche tocaba el mítico B.B. King) y al venal acercamiento a la siempre espectacular gastronomía donostiarra. La pena es que todo se acaba enseguida, como lo bueno. Volver a reencontrarme con las pequeñas cosas que te ofrecen la vida y la diversión ha sido un lujo asequible por el momento. Sin embargo, habrá que esperar largo tiempo para aprovechar una oportunidad de dar la espalda a la realidad. La imposición de la vuelta a casa, en este caso, se puede metaforizar en esa desagradable Torre Iberdrola de Bilbao, horroroso mamotreto de discutible gusto arquitectónico que entorpece la vistosidad y benignidad de las vistas de de una de las ciudades que más placidez me ofrecen.
Eskerrik Asko y hasta la próxima.
Por último, tampoco podemos olvidarnos de la gratitud hacia Ruli y Geles, anfitriones siempre perfectos en nuestros viajes a Burgos, incluso cuando se trata de un tránsito efímero, pero ensalzado por la compañía de estos grandes amigos.

viernes, 22 de julio de 2011

Review 'Bad Teacher (Bad Teacher)', de Jake Kasdan

Algo pasa con la profesora
El filme de Jake Kasdan aboga por el humor absurdo y sin dobleces moralistas con una comedia para el lucimiento de una Cameron Diaz que es lo mejor de una cinta veraniega sin pretensiones.
Las películas de maestros y entornos escolares suelen salvaguardar la relación educativa entre profesores y alumnos, casi siempre desde un prisma pedagógico, de complejo entendimiento y reciprocidad, entendiendo el aprendizaje como el viaje iniciático más importante de la vida. Cintas donde los valores más esenciales para el ser humano encuentran su verdadero protagonismo cuando se aprenden a concebirlos y apreciarlos. Pues bien, ‘Bad Teacher’ es todo lo contrario. Podría decirse que estamos en un discurso antitético de clásicas cintas educativas sobre la docencia como ‘Rebelión en las aulas’, ‘Cadena de favores’, ‘Mentes peligrosas’ o ‘El club de los poetas muertos’. El hecho de que en esta descarada comedia no exista ningún factor ético o ilustrativo sobre la disciplina escapa a la lógica del subgénero, con lo que el albedrío para el desmadre convierte a este vehículo para el lucimiento de una Cameron Diaz como pez en el agua en una comedia que apuesta por la parodia directa como reverberación de una realidad viable o asumible donde todo vale, sin esperar ningún tipo de relamida invectiva educacionista ni crítica con el sistema de juego que aquí se propone.
Jake Kasdan subvierte el estereotipo y deja a un lado las limitaciones para abordar su comedia con gran libertad a la hora de asumir un pasatiempo veraniego sin mucha ambición, lineal y absurdo, inocuo y sin vetas insurrectas en su discurso cimentado en el gamberrismo y la comedia inexacta. Cameron Diaz resulta, con mucho, lo mejor de este aporte para paliar la canícula estival, componiendo un personaje refrescante, que oculta su insatisfacción y frustración vital con sorna e irrespetuosidad. Diaz recupera el pulso a la comedia con un rol hecho a medida, que mezcla físico y capacidad humorística y donde algunos secundarios como la británica Lucy Punch le gana el pulso a otros intérpretes con más espacio dentro del metraje como Justin Timberlake o Jason Segel.
En el guión, escrito por Gene Stupnitsky y Lee Eisenberg, dos guionistas de ‘The Office’, no existe ápice de mensaje o moraleja, ni falta que le hace. Sus propósitos no van más allá de resultar simpática. Sólo eso. Aunque tras tanto humor lenguaraz, cerca de los dominios de la insolencia por parte de esa profesora impresentable con tendencia al alcohol y las malas formas, van agotándose en sí mismo por un acatamiento a la circunspección.
‘Bad teacher’ podría haber explotado su vena más ordinaria para llevar al extremo su humor, para sumir en una consciencia más culminante esa representación materialista y cruel del mundo que nos rodea y suscrito a una crítica poco voraz contra el sistema educativo americano. Sin embargo, se deja llevar por su condición de cinta de intrascendente, cayendo más en la reiteración que en la provocación, rindiendo sus ‘gags’ a un cariz un tanto desaprovechado. Una tendencia que va absorbiendo las buenas ideas de una película que acaba por resultar contradictoria.
Y lo es porque, a medida que va desgranando su desarrollo, va definiendo también sus verdaderas intenciones que distan mucho de la incorrección política de su disimulada condición contracorriente, resultando mucho menos provocativa y significativa de lo que en un primer momento pueda aparentar, pese a esa conclusión de improbable redención oportunista sin opción al mensaje discursista. En este terreno la película, como casi todo el concepto y ejecución del filme, a ‘Bad Santa’, otra comedia grosera de temática antinavideña dirigida por Terry Zwigoff donde el análogo malhablado y borrachuzo de Diaz era Billy Bob Thornton. ‘Bad teacher’ no es, ni por asomo, lo que aquélla. Simplemente queda como una película de verano que complementa a la perfección esas tardes en las que uno no tiene nada que hacer y quiere perder el tiempo sin la sensación de estar desperdiciándolo. Nada más..- PRÓXIMA REVIEW:
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Paul (Paul)', de Greg Mottola.

miércoles, 20 de julio de 2011

¡¡God save The Pistols!!

Hace calor y no me da por otra cosa que abrir una cerveza fría y escuchar a los Pistols. De repente, viene a mi cabeza aquel documental: 'The Filth and the Fury’, de Julien Temple. Y vuelvo a caer. Lo siguiente es abrirme otra cerveza y comenzar a disfrutar de nuevo de este documento arriesgada y sugerente, una visión distinta y cercana de uno de los grupos más míticos e imborrables de la música contemporánea, los polémicos Sex Pistols. Este realizador británico es un veterano detrás de las cámaras y lo del rollo musical no es nuevo para él, ya que su primera cinta, rodada hace más de una década, ‘Principiantes’, estaba ambientada en el ‘Swinging London’ de los años 70.
Con ‘La mugre y la furia’ regresó a ese movimiento convulso que era el Londres de aquellos locos años 70 para reconstruir en clave documental la vida, éxito, ascenso y caída de los legendarios Sex Pistols. El documental empieza como una comedia de los Monthy Phyton para, poco a poco, exprimir todos y cada uno de los acontecimientos que tuvieron lugar en la vida de este polémico y rebelde conjunto musical. Además de dar de lleno en una explicación visual acojonante del ‘punk’, el documental va desgranando un movimiento musical que logró encontrar sus raíces en una Inglaterra en el que el paro era el tema de discusión de los primeros años de gobierno de la Tatcher y de los jóvenes sin futuro que pedían una oportunidad. Aquellos años de radicalismo y protesta tuvieron en los Pistols el eco de sus voces, de sus reivindicaciones y que provocó, con sus incendiarias letras, un estilo de vida. Es impresionante ver imágenes inéditas de esos iconos en que se han convertido Johnn Rotten y Sid Vicious.
Si tenéis la oportunidad de verlo, no lo dudéis, ya que se trata de un acertado intento de analizar un movimiento pocas veces entendido y la vida un grupo irrepetible. El documental tiene momentos míticos del grupo, como la entrevista que le hicieron al grupo en el programa más influyente de la época (imaginaros que un grupo de borrachos logra putear de primera mano a Sardá en su patético programa), la firma del contrato con la EMI o con A&M para ser despedidos al día siguiente o su mítico concierto en el barco el día de la fiesta nacional inglesa (The Jubilee Day) cantando la mítica 'God Save the Queen'. Julien Temple engancha con su forma de narrar, mucho antes de que entrara en escena Michael Moore y su ‘Bowling for Columbine’. 'The Filth and the Fury’ es diferente, ya que está realizado de una manera concisa, muchas veces seca y dilapidaria, en sintonía con las peculiaridades de los propios Pistols y todo lo que les rodeaba. Este es un documental para aquellos a los que la música es una forma de ver la vida. Y con material nuevo. Como entrevistas a Glen Matlock, uno de los primeros componentes y su sucesor, el infausto Sid Vicious, al que Temple hizo una amplia entrevista en 1978, antes de que muriera por una sobredosis de heroína. Lo bueno, además, es que cada uno de ellos habla con voz propia por primera vez. La película es verdadera historia de este importante grupo punk.
Algunas de las canciones que suenan son, entre otras el ‘God Save The Queen’, ‘Submission’, ‘No Fun’, ‘Bodies’, ‘Holidays In The Sun’, ‘Anarchy In The UK’, ‘Did You No Wrong’, ‘Seventeen’, ‘Don't Give Me No Lip Child’, ‘Road Runner’ todo adjunto a un vídeo-clip especial de dibujos animados hecho para el documental. Pero hay más, y lo bueno es que los meten para hacer ver lo ridículo que era el panorama musical, lo necesarios que eran los Sex Pistols para la época... Horteradas como ‘Chirpy Chirpy Cheap Cheap’, de los Middle Of The Road, el ‘Shang-A-Lang’, de Bay City Rollers, el ‘Hot Legs’, de Rod Stewart o el dinámico y flipante ‘YMCA’, de los Village People. También The Who, Alice Cooper, Roxy Music, David Bowie, Queen, New York Dolls...
Destaco dos gilipolleces que me hicieron mucha gracia. La primera, la película que hizo uno de los componentes gastándose el dinero del grupo y que empieza con un cervatillo muerto y una ridícula niña gritando “¡¡¡Who Killed Bambi!!!” y en seguida suenan los Ten Pole Tudor con una estúpida canción (luego veremos a Sting hacer el ridículo), imágenes de la época de cuando los Pistols fueron a USA (destaco a Robert Aguayo, al que llamaban Mr. Funny, terriblemente divertido con su imagen de gilipollas) y la citada entrevista de Temple a Vicious en la que el pavo, puesto de heroína hasta las cejas, se quedaba dormido cada treinta segundos y Nancy despertándole en medio de la entrevista. O su última frase ante una cámara. Temple le pregunta "¿Dónde te gustaría estar ahora?" y él contesta, casi sin poder articular palabra, "Bajo tierra". Al día siguiente murió.

lunes, 18 de julio de 2011

Review 'Cars 2 (Cars 2)', de John Lassetter y Brad Lewis

Coches de saldo que no están a la altura
John Lasseter abandera esta continuación bajo unos conceptos exclusivamente mercantiles donde se olvida del espíritu de magnificencia que ha hecho de la factoría Pixar un criadero de obras maestras. ‘Cars 2’ es la cinta más impersonal de estos 25 años creando sueños.
Pixar cumple 25 años. El flexo del cortometraje ‘Luxo Jr.’ se viste de gala para aludir a tan magno acontecimiento dentro de una compañía que, unida a la todopoderosa Disney, ha ido malacostumbrado al público con un distintivo que las alejaba de todo lo hecho y por hacer hasta el momento de su nacimiento. Pixar se ha destacó desde su génesis por su singularidad, por la inalcanzable capacidad evolutiva que ha ido mostrando en cada obra maestra que iba hechizando al espectador sin perder el evidente gusto por lo clásico o por la épica de los cuentos infantiles. Desde ‘Toy Story’ y durante once películas la productora de John Lasseter ha concentrado en sus epopeyas un talento desmedido a la hora de transportar al espectador a ese estado de magia que parecía perdido en la animación, avivando la imaginación hasta cotas de fantasía pocas veces experimentadas dentro del género.
Pues bien, han elegido una onomástica tan importante como la consecución de su cuarto de siglo para evidenciar, primera vez en su historia, los signos de un agotamiento que no parecía tener cabida dentro de sus siempre sorprendentes proyectos. Sin que sirva de precedente, en Pixar ha imperado la comercialización, el negocio, el hecho de obtener un cuantioso lucro que evitara poner a prueba su autoridad, sin riesgo, acomodados en un factor de venta de un producto ya dubitativo que tanta rentabilidad les ha dado (‘Cars’ es uno de los productos estrella de la marca). El progreso de la fábrica de sueños pierde verticalidad desde su arranque, donde Finn McMissile, un elegante Aston Martin británico, protagoniza una de esas ‘set pieces’ que ostentan la capacidad digital de la compañía. En una plataforma petrolífera, un grupo de coches trabajan en una misteriosa arma secreta para el malvado y destartalado Profesor Z, avanzando lo que va a pretender Lasseter (acompañado en la dirección por Brad Lewis): una aventura con trasfondo de espías, de corta y pega del ‘thriller’ actual, sin ningún atisbo de gracia. Lo que viene luego es previsible; Rayo McQueen ha sido invitado a competir en el World Grand Prix, donde tendrá que enfrentarse a un arrogante campeón italiano de F1 llamado Francesco Bernoulli. En el entramado de la competición con olor a gasolina y neumático quemado, el eterno compañero de McQueen, Mate, avergüenza con su torpeza al bólido rojo y es confundido con un espía que sirve de contacto americano en la importante operación que da el sentido a toda la trama.
Existen dos grandes diferencias entre ambas cintas y que empobrece esa magnitud que Lasseter quiere conferir a su secuela; la primera y más importante, es que cambian las latitudes geográficas de la historia, lo que era un entrañable vistazo a las diferencias tecnológicas y sociológicas en una metáfora del mundo de la automoción entre la América Profunda y la cosmopolita, representada en la mítica Ruta 66 del pequeño pueblo Radiator Springs, ahora se pondera a una esfera internacionalizada, con Japón, Tokio y Londres como escenarios donde abordar el espectáculo y el rimbombante ruido de motores y carreras. Segundo, Rayo McQueen, el fenómeno más rutilante del comercio de juguetes de Pixar e imagen del éxito de la animación más allá de sus méritos cinematográficos, permanece en ‘Cars 2’ en un segundo plano, siendo esa oxidada grúa remolcadora llamada Tom Mate el que asume el rol protagónico de esta secuela venida a menos.
La función asume así su traducción taquillera en una secuela de continuismo cuesta abajo, formulado los errores de su predecesora dentro de un guión de alucinante esquematismo, que llega a traicionar tanto el espíritu de Pixar que queda como la película más floja y con menos carisma de todas las piezas de arte que ha dejado para la posteridad. ‘Cars 2’ se equivoca con su marchita condición de secuela aprovechada; en su estúpido juego al equívoco, sin acierto en su humor de ‘gags’ (como el de ver al Papamóvil introducido en sí mismo o chistes a costa de la cultura nipona o sobre la monarquía británica), con lo predecible de su narración desdibujada…
En vez de centrarse en un subfondo que puede considerarse como el mejor acierto de este ruidoso artefacto, como es la diatriba entre la gasolina tradicional y el combustible ecológico, que acaba con una férrea defensa y descarada a la prolongación de la extracción de crudo y el enriquecimiento de las petrolíferas ante alternativas en ciernes dentro de un ataque soterrado a Rusia y Arabia Saudí dentro de su plan de liberación global, Lasseter propugna un esperado discurso moralista y dulcificado sobre la amistad, sobre la importancia que tienen los golpes y las heridas en forma de abolladuras que hacen que seamos quienes somos. Algo que deja insatisfecho por ese tono de antojo del máximo responsable del sello, que encharca cualquier intento de modificación sobre las bases planteadas en su no tan catastrófica primera entrega. Ya entonces se vieron los primeros defectos, la debilidad de sus personajes, su condición de proyecto desarrollado con el único objetivo del ‘merchandising’.
A estas alturas, nadie va a escatimar en elogios a la prosopopeya digitalizada y visual de una cinta de factura intachable. Técnicamente, ‘Cars 2’ bien puede ser la más acabada de las películas de animación digital de la historia. Pero ya no es suficiente. Pesan demasiado sus personajes alejados de la empatía habitual, deshumanizados, sin ningún tipo del empuje emocional acostumbrado y despegados de la originalidad que han destilado los estudios amparados por la Disney en estos años de gloria.
Es la primera vez que Pixar compone una cinta que pasará con más pena que gloria, que devalúa este inaugural paso hacia la mediocridad y el bostezo de un filme olvidable, que reduce (esperemos que de forma frugal y anecdótica) esa marca de la casa situada con contundencia muy por encima de unas competidoras que, por primera vez en dos décadas, va a tenerlo muy fácil para superar la calidad anual. La factoría de sueños de Lasseter desciende a la muestra de un cine de animación volcado muchas veces en los adelantos técnicos por encima de sus guiones. Tanto es así que lo mejor de la película es ese corto titulado ‘Vacaciones en Hawai’, que trae a la memoria su última obra maestra ‘Toy Story 3’. ‘Cars 2’ es todo lo contrario.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Bad Teacher (Bad Teacher)', de Jake Kasdan.