viernes, 4 de febrero de 2011

La triste muerte de un recuerdo: La Salle ha sido destruida

Hoy es uno de los días más tristes que recuerdo. No por la pérdida de nadie, que muchas veces este blog parece un obituario. Por eso, no estoy triste por la muerte de Maria Schneider, aunque siempre la recordaré como una actriz maldita que descubrió al mundo aquella escena de la mantequilla y dio vida a la rebeldía del momento en un tempestuoso viaje de retraimiento, tribulación, vacío existencial y autodestrucción junto a Marlon Brando en un París gris y funesto. Bueno, un poco sí, pero no es debido a eso. Hoy es un día particularmente triste por una noticia local, de esas que igual pasan desapercibidas para el resto de salmantinos. Se trata de la demolición del edificio de las Dependencias Municipales de La Salle. Allí fue donde se rodó ‘El Límite’ allá por 2002, donde las imágenes del recuerdo empiezan a diluirse bajo la nostalgia de una época de ilusión y esperanzas que se ha quedado rezagada en el tiempo. Mi vínculo sentimental con este destartalado inmueble, con ese museo de los horrores inmundo y desamparado se ha fortalecido con los años y la nostalgia hipnótica provocada desde el primer momento en que lo vi, cuando Eugenio Mira rodaba allí su cortometraje ‘Fade’.
Desde entonces, no he podido quitármelo de la cabeza y he escrito fábulas y proyectos situados en aquel lugar, específicamente para cerrar mi deuda no sólo con otro rodaje que me hiciera regresar después de nueve años, sino por sentir todas aquéllas sensaciones dentro de una ubicación terrorífica e inquietantemente entrañable. Las telarañas, el silencio sepulcral, la mugre y el éter insano del costado perteneciente a la inhóspita Iglesia, que fue reconvertida en los 70 en Psiquiátrico y más tarde en hura de ‘homeless’, ‘okupas’… para pasar a ser festín de misas negras y demás barbaries, dejó en mí una huella profunda, de extraño apego a las hoy desvencijadas instalaciones llenas de pasillos laberínticos acuciados por una atmósfera terrible y enferma.
Me da lástima y me enfurece porque, además del hecho en sí, del derribo de un edificio que podría haber servido de plató para muchos más rodajes, museo, centro cultural o cualquier otro símbolo relacionado con el ocio, tenía planeado rodar allí dos cortometrajes de los tres proyectos que me traigo entre manos. Dentro del alma más triste y sobrecogedora de la legendaria construcción estaba definido el ambiente de ‘Schmerzlos’, centrado en las peleas ilegales y escrito por Iván Sáinz-Pardo y ‘3665’, fábula futurista sobre los recuerdos. Para ambos habrá que buscar minuciosamente otro lugar en caso de que se lleven a imagen. Sin embargo, sé que no será lo mismo. Algo que me entristece, porque La Salle era como un arquetipo de casa del terror, de muerte y aislamiento, de alienación y soledad, de profético Apocalipsis.
Narré con todo tipo de detalle las sensaciones y experiencias que viví en mi regreso a este edificio en octubre de 2009, en un post titulado ‘Regreso a La Salle’, haciendo un repaso de sus lúgubres historias internas, leyendas silenciadas, descripciones espeluznantes de su esencia, de la realidad de un edificio que, en el aquel momento sentí que pretendía decirme algo y no sé exactamente qué fue. Hoy lo sé. La Salle dejaba ver, por su extraño sonido y calma escalofriante, que quedaba muy poco tiempo para su muerte y me advertía, con una malsana brisa, que nuestro reencuentro no se volvería a producir nunca. La Salle ha muerto y una pequeña parte de mí se va con ella. Hasta siempre.
Galería de fotos de las entrañas de la antigua capilla de La Salle.

jueves, 3 de febrero de 2011

El efecto boomerang del 'Holocausto Vigalondo'

Desde hace unos días la cosa está tensa entre varios sectores de Internet por un comentario un tanto desafortunado de Nacho Vigalondo en su Twitter. Se trata de un fenómeno que se ha extendido como la pólvora encendida. Me refiero a lo que se ha venido en llamar el ‘Holocausto Vigalondo’. Por alguna razón, el director de ‘Los Cronocrímenes’ se alzó con una notoriedad repentina al lanzar un golpe de humor negro con intencionalidad casi esperpéntica el pasado viernes: “Ahora que tengo más de cincuenta mil ‘followers’ y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!”. También hizo otro sobre “la bala mágica que mató a Kennedy” que no ha trascendido y que complementaba la verdadera voluntad del chiste. Obviamente, a mucha gente no le sentó bien. A otros les hizo gracia. Muchos la consideramos un guiño intrascendente que no sorprende si uno ha seguido el ‘Twitter’ de Nacho, trufado de frases con ingenio, otras chorradas baladíes, muchas reflexiones desde el humor y juegos de palabras brillantes.
La hilaridad salvaje es uno de los condicionantes que provocan la atracción hacia la figura de un talento innato. Eso queda fuera de toda duda. Ahora bien ¿Debería haber medido Vigalondo las consecuencias de un acto que, en principio, es totalmente inocuo? Por supuesto ¿Todo el revuelo y la derivación a la que ha llevado esto eran previsibles? Obviamente. No voy a entrar a deliberar sobre las intenciones de fondo de estas palabras, ni del medidor de estupidez e hipocresía que ha demostrado con su inesperada trascendencia, ni del fondo real sarcástico de todo el asunto. Ya lo hace el propio Vigalondo y gente lúcida como Alejandro Pérez y Henrique Lage, entre otros, al comparar este hecho con ese tipo de humor incómodo que no es, por supuesto, ni tan nuevo ni tan polémico como parece.
El problema llega cuando una frase, un ‘twitteo’, se convierte en noticia, entrando en vigencia la manipulación informativa que se filtra a través de los códigos periodísticos y se utiliza como arma arrojadiza y de interés por parte de ciertos sectores mediáticos y que representa, a todas luces, un peligro. Me refiero al hecho de la manipulación falseada que se ha llevado a cabo en la tergiversación de un hecho puntual y desafortunado. De repente, frases en cadena, opiniones sinsentido y una profunda decepción acerca de la comunicación 2.0 se ha adueñado con locura sistémica y estupidez bizarra dentro del cada día más blandeado mundo periodístico. La tromba de titulares, de análisis de cuaderno de primaria y, lo peor, las derivaciones que han acarreado una frase en pleno énfasis noctívago y festivo definen mucho la insensatez del tono crítico que pone en duda la fiabilidad de los periodistas de hoy en día, que son capaces de hacer una noticia ya de por sí ridícula.
Los matices y la tonalidad se han perdido entre el efecto de la colectividad sobre un mensaje que ha regresado como un boomerang siendo otra cosa, con otra forma aterradora, como un señuelo sensacionalista. Era algo con lo que Vigalondo tenía que haber contado. Eso sí, no con el resultado final de la salida de tono. El País, medio en el que Vigalondo ha volcado algunos de los mejores análisis sobre cinematografía y comunicación leídos en mucho tiempo, ha decidido suprimir su blog, poner fin a una de las secciones más independientes y políticamente incorrectas que tenía. Ha censurado (insisto, censurado) una opinión y un personaje, cayendo en las provocaciones de otros medios, haciendo evidente que el efecto bola de nieve ha tenido un desarrollo bastante lamentable y dejando al aire su dudosa tendencia y línea editorial.
Así están las cosas. Vigalondo no debería haber tentado a la suerte sabiendo cómo está el patio. El tiro, en este caso, le ha salido por la culata. Ha sido un error, una metedura de pata. Nadie lo va a negar. Y menos él, un tipo inteligente y cabal. Sin embargo, ha demostrado, tristemente a su costa, en qué paupérrimo nivel se encuentra no sólo el sistema informativo español, sino cómo funciona la red 2.0 en este país, cómo vence la hipocresía y, lo que es peor, deja en paños menores a la decadente democracia intolerante en la que vivimos. Está claro que estamos destinados a matar la ucronía humorística, a entrar de lleno en un universo distópico donde alzar la voz sea suficiente para cortarte el cuello. Vamos hacia atrás, como los cangrejos. La involución está aquí. Orwell y Huxley no se equivocaron. Benditos visionarios ellos que supieron profetizar lo que nos espera ¿Qué será lo próximo? ¿Qué alguien pueda alterar el contexto internauta a su gusto? ¿Alguien duda que esto va a suceder? Como dice David Catalina en su Twitter: “cuando hagáis un chiste no olvidéis poner el emoticono”. A eso hemos llegado.

martes, 1 de febrero de 2011

La dimisión de Álex de la Iglesia y el porvenir sin nariz de payaso

Desde diversos flancos se me ha preguntado acerca de mi opinión sobre la dimisión del Presidente de la Academia Álex de la Iglesia y se me ha reprochado la falta de valoración sobre el asunto. Ya expuse en el Abismo mi posición subjetiva sobre una ley muy peligrosa, la “Ley Sinde”, confeccionada desde el miedo y la más absoluta ignorancia sobre el funcionamiento del medio internauta. La misma que quiere eliminar la figura del juez, en definitiva, de la justicia, para poder censurar contenidos de páginas web, ya sean de descargas o no. La figura de Álex en todo este sarao viene dada por su capacidad para la oratoria desde un cariz popular, de cercanía y el buen rollo que despierta. Su actitud beligerante hizo ver que es un tío vehemente, tal vez demasiado, cuando expuso sus testimonios a favor de la ley en su famosa pataleta antes de Navidad, defendiendo los intereses que falsamente encubre lo que podríamos llamar “Despropósito Sinde”.
Sin embargo, la realidad se abre a De la Iglesia a raíz del consenso y el diálogo con los internautas, escuchando sus miedos y requerimientos, aportando un razonamiento al que se llegan a muchos puntos en común. La realidad es que el modelo de negocio se tiene que adaptar a los nuevos tiempos y no viceversa, que es lo que parece se fomenta con los movimientos antidemocráticos de esta polémica ley. Es entonces cuando el director de ‘Balada triste de trompeta’ se da cuenta de cómo y de qué manera funciona la movida, reconociendo su error y dándose cuenta de que igual ha sido sólo una marioneta inmersa en un conflicto de intereses y lo que es peor, que ha errado en su discurso. Su dimisión supone un ejemplo de honestidad y sensatez, sin medir sus consecuencias. El hecho de que después de un debate argumentado haya reconocido su error y modifique su postura reconociendo su equivocación es un ejemplo de honestidad. Su dimisión podría ser un patrón para la política. Hacer pública su alteración en el dictamen sobre el controvertido tema parece que no ha sido bien visto por un sistema endogámico e imperialista. Esta postura es poco menos que inconcebible.
Parece que en determinados círculos se acostumbra a no discurrir y a no escucharse más que a sí mismos. Es más, parece que desde el mundo del cine y de la música Internet es más un enemigo y no un aliado. Cuando un universo tan vasto como es la Red no se aprecia en ningún parámetro, bien sea de un modo técnico, jurídico o cultural, hay que disciplinarla por medio de la represión y de la sanción antes que por la comprensión y la utilización beneficiosa del medio como arma, consciente de una adaptación por la que, parece ser, no están dispuestos a trabajar. No es una novedad esta última apreciación. Esta “ley” impositiva y draconiana supone la alimentación de una aberración que ejerce de dictadura en la sombra, que elimina la democracia y atenta contra los derechos fundamentales del ciudadano a la información y a la expresión. La burguesía inmovilista anula su propia forma de subsistencia. Y es lo que le ha pasado al ‘lobby’ cinematográfico y musical, entre otros muchos ámbitos. Hay que renovarse y aceptar los hechos, el presente y el futuro. Y parece ser que los modelos que dictan el audiovisual siguen queriendo vivir en el pasado.
Da la sensación de que, desde los grupos de poder, se hace más férrea la idea de invalidar la opinión y el deseo del ciudadano por tener lo que se merece. El hecho de la falsa creencia de que con esta malformada ley se legislará adecuadamente contra la piratería en Internet evidencia una falta de acierto no tan peligrosa como el hecho de un acuerdo tácito entre partidos trata de poder manipular y adocenar a las masas. De la Iglesia afirmaba con toda esto que “dialogar con personas que te lleven la contraria es mucho más interesante”. El resultado ha sido la consciencia de un error hecho público. Los gobernantes y la oposición, por mucho antagonismo que hagan ver, por mucho paripé estúpido y cruces de declaraciones, patentizan que, en el fondo, todos persiguen lo mismo: fortificar el lema del despotismo ilustrado. Hay que callar al pueblo, modificando y gravando legislaciones para obtener su salvoconducto a la coacción.
Lo que ha hecho Álex de la Iglesia, desde un puesto significativo como Presidente de la Academia, ha sido exponer con argumentos una evidente voluntad de diálogo, escuchar para entender y buscar soluciones reales a un conflicto que, con la “Ley Sinde”, va a abrir un pozo al abismo, a la catástrofe de una posible marcha de las TIC de España, convirtiendo el modelo de negocio de las empresas digitales en algo insostenible debido a la inconstitucionalidad de esta ley pactada por los dos grandes partidos que rigen nuestro país. Vivimos ante un monstruo de dos cabezas destinado a comerse la esperanza del progreso. De seguir adelante la “Ley Sinde” habrá que darle la bienvenida a una nueva Inquisición que acojona. Y de qué manera. Que Álex de la Iglesia no quiera formar parte de ella, es suficiente argumento como para dignificar su salida del circo antes de transformarse en uno de los payasos de su última película. Todo lo contrario de aquéllos que se han colocado esa nariz roja que representa el apoyo al cineasta vasco. Hablamos de esa otra nociva estirpe que en este momento hablan de progreso, con promesas a una salida de la crisis, que ejecutan sus decisiones sin tener en cuenta a aquellos minúsculos instrumentos manipulados que miran desde abajo cómo el futuro se hace oscuro y tenebroso.

lunes, 31 de enero de 2011

Se apagó la música del gran John Barry

(1933–2011)
Puede que John Barry haya musicado no sólo algunas de las producciones más recodadas de las últimas cinco décadas, también lo ha hecho en algunas de las etapas o instantes más entrañables de mi vida. Supongo que no seré el único al que le habrá sucedido lo mismo. A través de su música las horas de estudio, la preparación de proyectos inútiles, la escritura de todo tipo de relatos, guiones, críticas y dossieres siempre eran más llevaderos. Su pérdida me recuerda lo deteriorada que dejé, como ejemplos de muchas, la cinta de cassette original de ‘Bailando con Lobos’ que tanto me acompañó durante mi adolescencia. Me ha entristecido en especial la muerte de Barry porque junto a él, entre otros muchos elegidos, aprendí a percibir la grandeza de una partitura dentro del cine y extrapolarla para que pusiera música a mi rutina. Primero con el descubrimiento de algunos de sus clásicos de aquellos añorados 80; ‘Frances’, ‘Cotton Club’, ‘Memorias de África’, ‘Peggy Sue se casó’, la mencionada película de Costner… o ya en los 90 el magnífico ‘score’ de ‘Chaplin’ o en menor medida ‘Una proposición indecente’. Sin embargo, conocerle a través de las legendarias y universales notas de once películas de James Bond suponen un legado majestuoso, de carisma sinfónico lleno de grandeza clásica desde aquel iniciático ‘Desde Rusia con amor’ que le abriría las puertas de Hollywood al olimpo y le haría ganar cinco Oscars, cuatro Grammys, un BAFTA y un Globo de Oro. Siempre con esos ‘leit motives’ sugerentes y pegadizos, de suave conexión con el gran público. A menudo me descubría tarareando fragmentos de las notas de Barry para el cine, al igual que pueda haberlo hecho en infinidad de ocasiones con Williams, Morricone, Shore, Goldsmith, Herrmann, Mancini, Newton Howard o Elfman, por citar a algunos a vuelapluma. Desde ‘El león en invierno’, ‘La mujer maldita’, ‘Boom’, ‘Nacida libre’, ‘Cowboy de medianoche’, ‘King Kong’… Un hombre que, de un modo invisible, forma parte de nuestras vidas.
Es cierto que igual no ‘suceptibilizaba’ en exceso los matices, porque siempre buscaba una devoción hacia el punto reconocible, de melodías insinuantes y homéricas, donde el estilo de sus composiciones orquestales sugiriera al espectador la filiación musical con las imágenes y la narrativa visual del filme. Comenzó con el jazz y una banda llamada ‘The John Barry Seven’ para seguir con su singladura en la Meca del Cine arreglando la música de Monty Norman para ‘Dr. No’, filme en el que nunca estuvo acreditado, pero que le valdría la apertura a la fama como el innovador músico al que se reconoce como pionero en el uso de sintetizadores dentro de la historia de la música incidental cinematográfica. El hombre que dejó para el recuerdo las bandas sonoras de ‘La Jauría humana’, ‘La semilla del tamarindo’, ‘Abismo’, ‘Fuego en el cuerpo’ y cuyo último trabajo fue ‘Enigma’, hace justo una década, deja un testamento lleno de excelencia musical. Se ha ido uno de los grandes genios de la composición cinematográfica.
D.E.P.

Review 'Monsters (Monsters)', de Gareth Edwards

Amar en tiempos de aliens
El debut de Gareth Edwards se construye voluntariamente como un pequeño drama ‘indie’ e intimista donde la ciencia ficción es un contexto y una circunstancia para desarrollar una historia de amor entre los dos personajes protagonistas.
Los cauces del nuevo cine independiente se inscriben en una tipología de cine accesible y barato, alejado de las productoras y vendido como una elaboración de marketing que mercantiliza una película hecha con cuatro duros y que, a raíz de virales y sobre todo de renombre promovido por festivales que destacan su presencia, hace del término ‘numblecore’ un efecto rentable. ‘Monsters’ es la última muestra de esta corriente estrenada en España. Se trata de otro de esos compuestos de neorrealismo digital capaz de distanciarse de los estereotipos con ejemplo de revisión poco ortodoxo de cine de género. En esta ocasión, y no es la primera ni será la última, inscrito en el fantástico, ‘Monsters’ se propone desde un prisma divergente, poco convencional. Aquí México ha sido invadido por bestias exóticas con la fisonomía de unos cefalópodos que han aterrizado a bordo de una sonda de la NASA que se estrelló en la selva sudamericana. Una zona que está en cuarentena y en la que se ha construido un muro para salvaguardar la zona infectada. Entre el tumulto y el miedo, un reportero gráfico pretende regresar a casa con la misión de escoltar a la hija de su editor por ese antipático y extrapolado Tercer Mundo que muestra su director, el joven Gareth Edwards.
Por supuesto, no se trata de una historia de extraterrestres, aunque se plantee como tal. Lo importante aquí es relativizar la amenaza y hacer de la subjetividad al acontecimiento el motor de la historia. La ciencia ficción no tiene hueco. Es un contexto, una circunstancia para intimar con los dos personajes protagonistas, para observar de cerca sus sentimientos y una emergente historia de amor entre una chica que duda sobre si seguir adelante con una inminente boda y un hombre solitario que echa de menos a su hijo. Todo ello se antepone al falso núcleo con el que se incita el interés del espectador a través de una ‘road movie’ que deja el señuelo fuera de campo, dirigiendo la historia romántica hacia un paisaje paralelo y a la vez inscrito en esa esfera apocalíptica.
Es por tanto un viaje introspectivo al comienzo de un afecto, de una pasión que nace desde el antagonismo y va creciendo en sinceridad, que tiene como aliada una situación de constante terror y temor, relación donde los defectos y las virtudes van creando la querencia. ‘Monsters’ se construye voluntariamente como un pequeño drama ‘indie’ e intimista, en el que juegan un papel fundamental los contrastes de conflictos y desencuentros, primero de rechazo, luego existencial o familiar para llegar a la antítesis del temor por los temibles e incorpóreos aliens y la comprensión sobre lo que está sucediendo a su alrededor. La amenaza inminente no es más que otro subterfugio para hacer emerger el verdadero sentido de la historia.
De este modo, Edwards encuentra un marco ideal para doblegar esa historia de invasión alienígena a una de corte dramático, de búsqueda y huidas de los propios personajes, que acaban encontrándose y necesitándose. Su estilo documental y granulado aporta una atmosfera que no coarta el riguroso enfoque con el que el cineasta evita mostrar a los visitantes de otro mundo. Le bastan los sonidos, la inquietud y una biósfera selvática llena de enigmas para ir dibujando a sus protagonistas dentro de una intimidad silenciosa y concisa, a la cual contribuye con gran importancia la partitura de Jon Hopkins, muy necesaria para llenar los vacíos tanto emocionales como argumentales a lo largo de este éxodo hacia la falsa libertad que simboliza el regreso al país de origen. Hay algunas secuencias de poderosa atracción, donde ‘Monsters’ ofrece lo mejor de su decrecido y dudoso presupuesto, como ése amanecer observando el muro de contención desde la ruina de una pirámide azteca, la tensión que se despierta en el río a bordo de una embarcación tripulada por sicarios (que a la larga son elementos rehusados cuando podrían haber dado otro signo al filme) o esa extraña poesía que despierta el momento de cópula entre dos extraterrestres que digitaliza el sentido final de la trama.
Es una lástima que los matices ideológicos y subversivos sobre la inmigración, concretamente la que tiene lugar en la frontera de México y Estados Unidos como zona infectada esté descrita de una forma tan torpe. La descripción de esa gente que abusa de los precios a la hora de facilitar el viaje de la zona azteca a la yanqui o la visión de podredumbre que se lanza de México tampoco ayudan a la credibilidad del conflicto, por mucho que la química de la pareja formada por Whitney Able y Scoot McNairy. Lo mismo sucede en ese simbolismo de brocha gorda que se refiere a la utilización de un arsenal militar de alta tecnología ansioso por lanzar misiles contra unos enemigos casi invisibles y que abre otra reflexión acerca del cuestionamiento sobre si la respuesta militar de Estados Unidos y el terror y autoridad es más nociva que la propia contaminación alienígena.
Edwards presenta así un ejemplo de evidente simplicidad y falta de pretensiones, pero a medio camino se va dejando llevar por la obviedad en los puntos de partida y elementos narrativos que maneja. Su historia de amor en tiempos de Apocalipsis narrado en clave documental destila artesanía y signo autoral y encuentra su alcance más allá de la ‘monster movie’ de arte y ensayo, en esa historia de relaciones, donde miedo y sobre todo amenaza invisible se convierten en un tránsito de supervivencia emocional. Sin embargo, aunque la estética ‘vérité’ y objetivos se acerquen comparativamente a ‘Cloverfield’ y ‘District 9’, se deja ver una falta de propósitos puestos por encima de un contexto que hubiera funcionado como un exquisito cortometraje que como largometraje. A pesar de ello, se deja ver con complacencia y demuestra que con poco se puede lograr un producto competitivo y ejemplar.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Red (Red)', de Robert Schwentke.

jueves, 27 de enero de 2011

El nuevo perfume de Lady Gaga, una sensación

Uno de los designios de los perfumes es el de alterar la percepción olfativa. Los olores suscitan el recuerdo, alteran la emoción o despiertan el instinto, acercando las sensaciones perceptivas hacia un vínculo o un estado de ánimo. Olores con personalidad que desprenden información sobre las personas, los ambientes y los contextos. Existe un extenso catálogo de fragancias y aromas, en definitiva, que exponen intenciones y matices dentro de un mundo olfativo cada día más extenso y heterogéneo dentro de un mercado inmenso.
Esto era así hasta la llegada de la nueva diva del pop Lady Gaga. El antiestético icono musical que va contra la norma pero que permanece establecida en el ‘mainstream’, ha anunciado una nueva línea de perfume que recordará, según sus palabras, a “sangre y semen”. Es decir un miasma de atributo primaveral que evocará a sexo, masturbación, menstruación, cortes en el cuerpo, violencia sádica y degradación. Es la nueva forma de adquirir nuevos matices en el correoso universo de insulsa provocación de este fenómeno de masas cuyo talento musical la ha convertido en nuevo icono postmodernista y estrafalario del mundo de la música. Además, combina perfectamente con ese controvertido diseño de un traje confeccionado con carne cruda que lució en los MTV Video Music Awards.
Así que nada, las ‘fans’ de la Gaga irán oliendo por ahí como burdas dominatrix o dejando un efluvio de libídine apagada en plena regla femenina. El olor que todo padre querría para su hija.

miércoles, 26 de enero de 2011

Homenaje: Santo Enmascarado de Plata

La leyenda del héroe azteca
El Santo Enmascarado de Plata es uno de los héroes más importantes del cine y un icono cultural y fenómeno sociológico en México.
Bien es sabido por los conocedores y amantes de los cómics y las leyendas que los superhéroes han encontrado sus raíces en la antigua mitología. Las grandes figuras legendarias, aquellos defensores de la masa popular que velan por la paz y la justicia han pasado a través del noveno arte, la literatura e incluso en la tradición oral a formar parte de la mal llamada cultura de masas, iconos sociales que se han acabado integrando en la erudición más inveterada. Es cierto que son sólo unos pocos son los que pasan con letras de oro a la profusa antología de héroes, mitos, celebridades que se aúnan en la memoria colectiva para traspasar así cualquier papel (ya sea de cómic como de literatura) para consolidarse como iconos en la vida de los que saben justipreciar el noveno arte; léanse los grandes clásicos como Batman, Superman, Iron Man, Spiderman... Seres de apariencia humana, algunos de ellos más humanos que el vecino que compra el periódico cada mañana y lleva una aburrida vida cotidiana, que ejercen una meritoria vocación de protección y defensa de la Humanidad vista eternamente desde una perspectiva idealista, adquiriendo poderes en circunstancias accidentales (cuando una explosión o la ingestión de una droga provocaron extrañas mutaciones en su estructura) o provenían de planetas lejanos.
También es indefectible que hayan sido productos basados en el mensaje subversivo (para bien o para mal) en la viñeta triunfalista instituida en un patriotismo exacerbado (generalmente de los yanquis) para deleite de las inquietas mentes sedientas de aventuras y sergas. Maravilloso, pero escasamente relevante. Por eso, más de cincuenta años después de su nacimiento, hay que reivindicar a uno de los héroes más desconocidos en estas lindes españolas, pero que ha marcado con su sencillez una leyenda en un país tan excepcionalmente atrayente (por su cultura, su gente y su entorno nigromántico) como es México. Un superhéroe que rompe los cánones, que ha sido capaz de delimitar su propio territorio ante la tiranía viñetística americana. Por supuesto, el mítico y poco valorado Santo Enmascarado de Plata, una de las efigies más fundamentales en la idiosincrasia azteca que debería ser conocido como un héroe ecuménico y significativo en cualquier parte del planeta. Nacido de la inspiración de ‘El fantasma’, personaje creado en 1955 por Lee Falk, Santo Enmascarado se ha consolidado como una figura imprescindible, símbolo de una tradición que ha llevado consigo la admiración y furor no sólo de los propios mexicanos, sino de aquellos que saben descubrir hipnóticos emblemas reveladores de otras culturas exóticas, fascinantes, mágicas.
Santo no se parece a los superhéroes a los que estamos acostumbrados a leer, a aquellos dibujos de contornos perfectos surgidos de la pluma de Stan Lee, Jack Kirby o Simon Bisley, sino que (salvando las distancias) está más cerca de los trazos violentos y decididamente bizarros de C.C. Beck e Infantino. Este héroe mexicano encuentra la grandeza que le rodea y le hace más extraordinario que otros ídolos en su nacimiento del pueblo, en la realidad social de la que surge. Santo es original, fundamentalmente, por su procedencia: un campeón de lucha libre que se enfrenta a sus regios enemigos cimentado exclusivamente en sus grandes facultades físicas, en unos poderosos y diestros puños preparados para la lucha y en esa peculiar e incomparable máscara que todo el mundo conoce, aún sin haberle visto nunca. Su mitología se acrecentó (eso sí, con escasa repercusión fuera de sus fronteras) al convertirse en el protagonista de un genial y desagraviado género cinematográfico que se sale de todos los referentes habidos y por haber. Un cine basado en los luchadores mexicanos. Algo que aquí puede sonar indiferente pero que en su tierra asigna una impronta bastante cardinal. Entre 1952 y 1983 Santo ha agrandado su figura a lo largo de medio mundo gracias a más de 150 películas centradas en esta enseña sudamericana.
Antes de que el luchador Rodolfo Guzmán Huerta encarnara al hombre que se ocultaba tras la máscara plateada y diera vida a ese ser fantástico combativo y aguerrido durante más cuarenta y cuatro años consecutivos, los cómics auspiciados por Jesús Lomelín y dibujados por José G. Cruz habían llenado de ocio y mitología una figura de gran envergadura tanto cultural como social, que alcanzó su máximo esplendor en los años 60, sin duda alguna donde residen las mejores películas de este icono mexicano.
La primera aparición de Santo tuvo lugar en 1952, cuando René Cardona adaptó uno de los cómics de G. Cruz y se llevó a cabo ‘El Santo Enmascarado de Plata’, una película de serie B que, a medio camino entre el experimentalismo y la viñeta más zafia, ofrecía la mejor perspectiva del luchador que nunca se plasmó en pantalla, un héroe (casi semidiós) protector de los menos favorecidos económicamente, un superhéroe atómico e invencible, lo más parecido al cómic visto en la gran pantalla que se ha creado en México (y en el fondo extensible a los fastos cinematográficos). El productor Alberto López vislumbró el potencial de aquella efigie de éxito fulminante y firmó un contrató exclusivo con un producto que se convertiría en el más rentable de la historia de México.
Desde su primer filme oficial, bajo el inconfundible sello de la productora de López llegaría ‘Santo contra el cerebro del Mal’, la inolvidable cinta de Joselito Rodríguez, que abrió un auténtico filón engrandeciéndose a continuación con numerosos filmes, entre los que destaca Santo contra los hombres infernales’, autentico génesis de una filmografía que acompañaría a Guzmán Huerta hasta su muerte en 1984. Tras siete filmes (sobresaliendo particularmente ‘Santo contra los zombies’) el luchador del antifaz dejó el cine para dedicarse a su verdadera vocación: la lucha libre. Pero ante el clamor de una enorme nación como es la chicana, volvería en 1962 con ‘Santo contra las mujeres vampiro’, bajo las órdenes del carismático Alfonso Corona Blake, una de las cintas con mejor acabado y guión sobre este personaje. El cine del Santo Enmascarado de Plata es un cine sin pretensiones, divertido, optimista, en la que la cultura mexicana se refleja a modo de radiografía social y convierte al Santo en la representación de una esperanza, de una quimera del México más pobre, del ideal de los estratos sociales más necesitados de héroes como Santo.
Por eso en películas como ‘Profanadores de tumbas’, ‘El hacha diabólica’ o ‘El tesoro de Moctezuma’ Santo siempre es derrotado temporalmente, como signo evidente de afinidad con el pueblo, pero que, en finales apoteósicos de lucha y violencia, el héroe logra vencer de forma indiscutible, con victorias a favor del bien y de los grandes valores occidentales y religiosos. Lo que es, en realidad, el anhelo del vulgo a quien iban dirigidas este tipo de filmes. Además, Santo siempre estuvo rodeado de bellas y exuberantes mujeres, algunas representadas también en inexorables adversarias, como las misteriosas Lorena Velázquez y Ofelia Montesco en ‘Santo vs. las mujeres vampiro’ o las turbadoras Maura Monti y Eva Norvind de ‘Santo contra la invasión de los marcianos’; otras, como las esculturales Elizabeth Campbell o Amedée Chabot fueron subyugadas por el donaire del hombre de la máscara plateada. Pero a todos los que hemos seguido desde nuestra infancia las aventuras de este peculiar héroe quedará en la retina el cuerpazo desnudo de Meche Carreño en los episodios de ‘El barón Brákola’.
Todo un género con su propia tradición. Lucha sin límite de tiempo y sin tregua, en constante actitud beligerante contra el mal, ante su impasible máscara de plata han desfilando los villanos más insospechados de la literatura o el cine: un estrangulador que opera en un teatro de variedades (‘Santo contra el estrangulador’), marcianos invasores (en estética muy hermanada a la de Edward D. Wood Jr.), villanos del ring, cazadores de recompensas, mafiosos terroríficos, momias vengativas (‘Santo contra las momias de Guacajanato’), Frankenstein, Drácula (‘Santo en el tesoro de Drácula’), monstruos, muertos vivientes, asesinos de otros mundos, secuestradores y el ‘asesino de la televisión’ (figura mítica en la cultura catódica mexicana), algunos de los muchos enemigos de este mítico superhéroe que vería su fuerza duplicada con otro mito del cómic mexicano como lo es ‘Blue Demon’ en filmes como ‘Santo y Blue Demon en el mundo de los muertos’ y ‘La Atlántida’.
Muchos fueron los grandes cineastas que compartieron filmografía con Santo, cineastas que con su desparpajo y gran visión de la aventura cinematográfica crearon uno de los géneros dentro del fantástico que muy pocos conocen de verdad y en toda su extensión: el cine ‘psicotrónico’ mexicano. Películas de serie B y Z centradas en los mitos alquímicos provenientes de la religión y creencia azteca que otorgaron creadores de la talla de Gilberto Martínez Solares, René Cardona, Alfredo B. Crevenna, José Díaz Morales o el mencionado Alfonso Corona Blake. Directores de culto que representan el ideal del auténtico sentimiento de lo que es el fantaterrorífico más genuino y valedero.

lunes, 24 de enero de 2011

'Ronin', de John Frankenheimer y los daños colaterales

Una de las últimas grandes películas del artesano de la acción y la violencia John Frankenheimer es ‘Ronin’, tremendo homenaje al ‘McGuffin’ hitchcockiano que ha dado el cine de acción en sus últimas décadas. Una maleta cuyo contenido permanece durante todo el metraje oculto y misterioso sirve como excusa para generar un trepidante ‘thriller’ a la europea que escapa a los tópicos con una facilidad sujeta al entretenimiento y suspense de una compleja historia de espionaje internacional. Un filme en el que la acción sostiene cada uno de los resortes de un argumento sin la que la severidad áspera de género puro no se sostendría. ‘Ronin’ es adrenalina sin concesiones a dobles juegos, vertida sin filtros a velocidad vertiginosa, sin los esteticismos ni las ‘moderneces’ de cámara al hombro que tanto se dan hoy en día, asumiendo el montaje con los estrictos códigos de la narración para sortear de este modo cualquier compendio neurasténico que, por infortuna, nos estamos acostumbrando a ver.
La película de Frankenheimer, digámoslo ya, es una de las joyas del cine de acción clásico más genuinas de los 90. Un canto a la visceralidad de un suspense donde cada movimiento y la utilización de la música son casi elegíacos. Estamos ante las mejores persecuciones de coches que ejemplificar los valores de dirección de una ejecución perfecta, donde todo está estudiado al milímetro y la sensación de velocidad y aceleración imponen la lógica de la perfección en cuanto a este tipo de escenas se refiere. La clave: Frankenheimer nunca rodó este tipo de escenas con una segunda unidad, sino que era él mismo quien supervisaba hasta el más mínimo detalle todo el entramado automovilístico cuidando pormenorizadamente los modelos que aparecen en el filme; en este caso los Audi S8, Mercedes 450 SEL 6.9, BMW M5 o coches de cilindrada más baja como los Peugeot 406 y 605 o Citroën XM. De hecho, la película es una de las más reseñadas en los foros de coches que subsisten en la red.
Llama la atención, no obstante, algo que no suele ser habitual en el cine de género y que Frankenheimer utiliza de un modo avieso y divertido. Se trata de los daños colaterales que provocan los disparos perdidos de los protagonistas. Las personas anónimas que caen heridas o muertas por culpa del fuego cruzado de balas o que chocan con una situación ajena a ellos que les afecta con unas consecuencias funestas. Casi con un malévolo regodeo, el cineasta extrema la violencia llevándola a límites de perversión voluntaria. Nunca en otra producción hollywoodiense personajes que apenas aparecen dos segundos en pantalla habían caído espontáneamente de forma fortuita, fruto de tropezar con una situación aciaga en el momento menos indicado. Un toque de humor retorcido que puede pasar desapercibido en un primer visionado, pero que resulta muy acorde con ese fondo de la figura del rōnin, el guerrero que no responde ante nadie cuyos objetivos se mueven únicamente por dinero y bienestar del honor, caiga quien caiga. En este aspecto destacan las sencuencias en las que Gregor (Stellan Skarsgård) apunta a una niña con una pistola de mira telescópica con el pulso firme para poner a prueba a otro de los elementos que ansían la dichosa maleta o dispara sin compasión a la bailarina Natacha Kirilova en plena función de patinaje sobre hielo.
Un trabajo de artesano por parte del gran Frankenheimer que se beneficia de la narrativa argumental de David Mamet, que aquí se esconde bajo el pseudónimo de Richard Weisz. Una fascinante historia de persecuciones, traiciones y mucha acción en hermosos cónclaves como Venecia, el anfiteatro de Arlés o las calles de París. Un ‘thriller’ con vocación europeo que mezcla de ex agentes de la CIA, de la KGB y oscuros componentes de bandas irlandesas para proponer, en su final, un ficticio acuerdo de paz entre el Sinn Féin y el Reino Unido como resultado de la muerte de Seamus, el villano de la función interpretado por Jonathan Pryce. Un extraño ‘Happy End’ que cierra las vicisitudes de un elenco muy adecuado encabezado por Robert De Niro, Jean Reno, Natascha McElhone, Sean Bean, Michael Lonsdale y los mencionados Skarsgård y Price.

miércoles, 19 de enero de 2011

'The Walking Dead', una serie llena de incógnitas

Vale, ya está. Ya he visto la primera temporada completa de ‘The Walking Dead’, la adaptación televisiva (más bien cinematográfica) del cómic creado por Robert Kirkman. Ambos formatos muestran el pesimismo de una sociedad resquebrajada y mutilada por un evento global desconocido que ha provocado que la casi totalidad del mundo vague ahora por las calles convertida en desorientados zombies en busca de carne para satisfacer sus instintos básicos. Entre ellos, el sheriff sureño Rick Grimes, que después de ser tiroteado en cumplimiento del deber, despierta en un hospital que ha sido desvastado con esta plaga. Grimes, aturdido y desinformado, comienza a encajar las piezas del terrible puzzle que se le viene encima.
Los primeros compases, hasta la llegada del comisario a la ciudad de Atlanta, siguen escrupulosamente la guía del cómic, casi plano por plano. La utilización de un tiempo dilatado va componiendo el espíritu de la serie, que sigue a rajatabla las pautas de una serie televisiva que pronto empieza a variar respecto a su traslación del cómic original. La atmósfera, la acción y el taciturno brillo poético van envolviendo los movimientos de un episodio piloto que es la ejemplificación de todo el potencial que reside en el cómic y de la promisoria variabilidad de este nuevo formato, con un alejamiento que va a producirse dentro de unos parámetros de respeto muy adecuados de las páginas tebeísticas; en especial esa poderosa secuencia del tanque y su posterior desencadenante que promueve cierta inquietud en los fans de la creación de Kirkman.
Frank Darabont, retomando el pulso de la sensacional ‘La Niebla’ (amén de los directores que le suceden en esta primera toma de contacto) sabe transmitir ese sufrimiento y tortura en el que aguantan los supervivientes, tomándose su tiempo, dibujando con pequeñas pinceladas las torturadas personalidades de la fauna que subsiste ante el horror. Como ese hombre y su hijo que permanecen en el barrio suburbial esperando a poder olvidar la muerte de la madre de la familia, infectada por el virus de los zombies o los componentes de la avanzadilla de Atlanta, así como los que han compuesto una pequeña familia a las afueras de la gran ciudad. El panorama resulta descorazonador. Se presenta como una especie de ‘western’ postapocalíptico donde la ley del más fuerte dicta los movimientos de sus personajes. Darabont diseña con cuidado todo lo que rodea esa premisa absolutamente maravillosa, dejándose de sentimentalismos y dando libertad a los personajes para que protagonicen momentos en los que transmiten un sentido comprensivo de la devastación emocional que se traduce en lo que está pasando a su alrededor.
Ante todo, el paisaje de ‘The Walking Dead’ no aporta nada nuevo a la genealogía zombie. Los elementos estándar y reconocibles del género están todos aquí. No hace falta innovar en el modo de operar de los zombies para que éstos sigan siendo la amenaza referencial de un porvenir catastrófico e inquietante. Se destacan pequeños hallazgos soberbios, como ese cuerpo putrefacto con sus mandíbulas al aire, sin piernas, que se arrastra en una frustrada y constante búsqueda de comida imposible que desemboca en un acto de piedad inolvidable. Como sucedía en el cómic, una vez que intuimos el devenir de los acontecimientos, uno está preparado para engancharse a esta nueva propuesta de la cadena AMC y que La Sexta emite estos días con gran éxito de audiencia.
A la serie se le puede increpar, de entrada, la excesiva humanización de su protagonista, su voluntarioso empeño en ayudar a los demás, afrontando los riesgos innecesarios y los conflictos de un modo idealista, para que su integridad como persona componga el mejor valor de un rol que se superpone de inmediato a los demás. Algo que en el cómic se cuestiona desde su comienzo, haciéndole un héroe más ambiguo y menos cinematográfico. No tan homérico como el que aparece aquí. Existen otras diferencias respecto al cómic que vulneran demasiado la fuerza de la idea. Sin adelantarse a los acontecimientos, es mejor esperar a ver por qué senda se encauza la segunda temporada. ‘The Walking Dead’, por supuesto, es plausible dentro de una metáfora contextual presente en una época donde el caos y el desequilibrio diseccionan la sociedad en estratos muy diferenciados. Deja ver carencia en algún desequilibrio entre drama y acción, sin hacer pensar que se trata de un efecto premeditado.
En este terreno, el despido fulminante por parte de Darabont de todos los guionistas de estos primeros episodios abre la puerta a muchas incógnitas. El mejor ejemplo de ello, es el episodio final, que se toma a la ligera cualquier condicionamiento futuro, echando por tierra cualquier tipo de credibilidad y seriedad antes planteada. Da la impresión de que no saben cómo orientar muy bien lo que sucedía en el desenlace del primer tramo de la serie de cómics, que rompía inocencias y mentalidades para posteriores entregas de violencia bien racionalizada mucho más allá de los zombies. Sin embargo, aquí todo termina de una forma enloquecida logrando desubicar al espectador y extirpando cualquier tipo de ansía por recuperar las aventuras de estas víctimas del entorno devastado. Una variación que ocasiona dudas dentro respecto a ese fondo argumental a la hora de seguir traduciendo el universo ‘post-crisis’ de zombies y amenazas con un sentido de continuidad que, por lo menos en esta primera temporada, no han conseguido. Tal vez, porque necesitaban saber que el éxito debía ser multitudinario para afrontar con garantías un coste que reabra el camino de la serie televisiva a los cimientos narrativos y argumentales de un cómic que se transforma en un drama multigénero muy adictivo y coherente. De momento, el tiempo une como factor clave la viñeta y los designios de esta, de momento, prometedora serie de televisión. Esperemos a la segunda entrega para formular un veredicto.

lunes, 17 de enero de 2011

68th Golden Globes: 'La red social' encaminada a los Oscar

Los Globos de Oro, un año más, pusieron en evidencia que no sólo que se trata de un evento con glamour pero informal, donde en cada mesa se ponen finos a Moët & Chandon y otros elixires y hasta donde el presentador sale cada dos por tres con un vaso en la mano, sino que en esta 68ª edición también ejemplifica la rubrica de avenencia de esa manida frase que la denomina “la antesala de los Oscar”. Esto es muy frecuente. Sin embargo, no lo es tanto el hecho de que Ricky Gervais apareciera en sus fugaces presentaciones como un maestro de ceremonias perfectamente inoportuno y sedicioso. Cada vez que salía al escenario, las risas se congelaban y la correspondencia a su humor dejaba helado al personal. Ante el asombro de todos, el actor británico soltó perlas sardónicas y bastante groseras sobre algunos de los aspectos más sutiles y silenciados de Hollywood, criticando películas y dando hostias verbales aquí y allá, le dio estopa al multimillonario dueño del imperio Playboy Huhgh Heffner, así como a algunas estrellas como Bruce Willis y Tim Allen, aludió filmes que ni siquiera estaban nominados, lanzó dardos a la cienciología y cuestionó la sexualidad de alguno de sus miembros, aludió al alcoholismo de algunas estrellas televisivas como Charlie Sheen y arguyó razones de preferencias en las candidaturas por parte de los integrantes de la prensa que montan el sarao a alguna película horrenda candidata en varias categorías (como ‘The Tourist’). Fue un rebelde que justificó que la línea de incorrección política es eficaz y divertida. Aunque claro, hoy todos los medios y Hollywood se llevan las manos a la cabeza. Con ello se evidencia que el mundo del oropel no entiende de críticas y dardos envenenados. No le gusta la verdad, ni el humor subido de tono. Y Gervais a buen seguro que no regresa el año que viene a presentar la gala. Una pena.
Por lo demás, esta edición de los Globos puede marcar una pauta clara que lo que sucederá el próximo el 27 de febrero en el Kodak Theatre, con Anne Hathaway y James Franco ejerciendo de presentadores (Hollywood respirará tranquila al no tener un Gervais que levante suspicacias), puesto que las apuestas se cumplieron de una manera armoniosa. ‘La red social’, el filme de David Fincher, fue la gran triunfadora de la noche. Se llevó cuatro globitos a casa (mejor música original, mejor guión, mejor director y mejor drama), ‘Los chicos están bien’, de Lisa Cholodenko se hizo con dos galardones (mejor comedia y actriz de comedia para Annette Bening) y ‘The fighter’ otros dos globos, los de mejores secundarios para dos excelentes intérpretes como Melissa Leo y un camaleónico Christian Bale. En apartado actoral las apuestas para los Oscar se consolidan en dos nombres; Colin Firth por ‘El discurso del Rey’ y Natalie Portman por ‘El cisne negro’. ‘Toy Story 3’ se llevó el de película de animación, pero hasta sería lógico que en los Oscar pudiera ganar el de mejor película del año. Eso sí que sería justicia y un dato para la historia. Obviamente, no será así.
En el apartado televisivo, ‘Glee’ y ‘Boardwalk empire’ acapararon los galardones más importantes, destacando la sorpresiva distinción al mejor actor de comedia para Jim Parsons, el Sheldon de ‘Big Bang Theory’. Otra de las cosas que destacó en un apartado más frívolo fue las impresionantes cirugías estéticas de gente como Jane Fonda (que con 70 años parece que tiene 40) o Jeremy Irons (más joven que hace veinte años). U otras, en su extremo negativo, como la de unas algo repelentes Nicole Kidman o Vanessa Williams, cada día más irreconocibles. Con algo más de “naturalidad” las bellezas de la noche fueron Emma Stone, la veterana Michelle Pfeiffer, Alicia Keys, la esquelética Megan Fox o actrices que no disimulan su edad y relucen con naturalidad, como Annette Bening y Helen Mirren. David Fincher le dio las gracias, entre otros, a Mark Zuckerberg como principal valedor de la que está llamada a ser la gran ganadora de los próximos Oscar. Eso sí, echaremos de menos a Gervais el años que viene.