lunes, 11 de abril de 2011

¡Halcón Perfumerías Avenida, campeón de Europa 2011!

En una sociedad agobiada por lo global, por los grandes nombres autocráticos en las filias, por el ‘mainstream’, por la dictadura de lo común y los binomios dentro del ámbito deportivo, siempre es reconfortante, destacado y heroico el hecho de que haya pequeños oasis de reconocimiento, de épica, de merecida gratitud con las gestas alejadas del gentío y el popularismo. Un equipo de baloncesto femenino se consagró ayer mismo como campeón de Europa dentro de la Final Four disputada en la ciudad rusa de Ekaterimburgo. El Halcón Perfumerías Avenida de Salamanca obtuvo su primera Euroliga por 68-59 ante el Spartak de Moscú.
En un partido irregular, pero vibrante, donde las charras dominaron de principio a fin, las chicas de Lucas Mondelo se fueron hasta una diferencia de 20 puntos (30-50) en su tercer cuarto, para ir mostrando algo de titubeo y falta de precisión, pero manejando la situación en el último cuarto, sobre todo en los últimos minutos, gracias al aliento que dio un tapón épico de Alba Torrens, que fue la resurrección salvadora de un equipo que mereció ganar desde el inicio del choque más importante para un club dentro de una competición continental.
Hace dos años el equipo salmantino se enfrentó al Spartak en una final idéntica, pero con resultado adverso. La victoria de ayer supuso el desagravio y la cita con la Historia del deporte de la canasta. Silvia Domínguez, Anke de Mondt, Belinda Snell, Erika da Sousa, Sancho Lyttle, Alba Torrens, Marta Xargay, Laura Gil, Ana Montañana, Isabel Sánchez y Amaya Gastaminza son las heroínas de una ciudad que se mantuvo frente al televisor para la gran cita y no falló aunque fuera en el interesado y emocionante instante de una final. En el resto del país, tanto ayer como hoy, poco se ha hablado de esta importante victoria para nuestro deporte. Bastante tienen los medios generalistas con los “clásicos” que se nos echan encima como para distinguir logros y recompensar el esfuerzo con el que se transforman los sueños en realidad. La desatención mediática siempre ha configurado la tónica en los deportes minoritarios. Así nos las gastamos por aquí.
Enhorabuena desde el Abismo, GRANDÍSIMAS VENCEDORAS.

domingo, 10 de abril de 2011

Nos deja Sidney Lumet, gran clásico del cine

1924-2011
Cuando hace tres años se estrenó en nuestro país ‘Antes de que el diablo sepa que has muerto’, aludí al trabajo de Sidney Lumet como un ejemplo de juventud impresionante. La que quedará como último y excelente trabajo del director de Philadelphia se describía en este espacio como si se tratara de “una apasionada ‘opera prima’ de un joven cineasta con un talento fuera de lo común. El entusiasmo y la fuerza que anida en esta prodigiosa muestra de talento destilan admirable clarividencia y la fertilidad del atrevimiento”. Dicho filme fue elegido como la cinta más destacada de 2008 en el anual decálogo de lo mejor del año. Son virtudes que han vertebrado una de las carreras, pese a su irregularidad, más admirables y lúcidas del cine. Lumet es necesario para entender la evolución del Séptimo Arte desde los años 50, tras el declive del ‘studio system’, hasta el día de hoy. Fue uno de los motores clave para aquella transformación narrativa y conceptual que ofrecería un cambio radical a la hora de hacer cine junto a gente como Arthur Penn, John Frankenheimer, George Roy Hill, Martin Ritt, Robert Mulligan, Ralph Nelson o Franklin J. Schaffner que conformaron un grupo de perspicaces cineastas agrupados en la llamada ‘Generación de la televisión’, medio en el que realizaría trabajos como ‘Omnibus’, ‘Best of Broadway’, ‘Alcoa Theater’, ‘Goodyear playhouse’, ‘The iceman cometh’ o ‘All the King's men’.
Lumet comenzó en el teatro, hijo del actor Baruch Lumet, se erigió como uno de los primeros artistas en fundar un taller ‘Off Broadway’ para montar revolucionarios espectáculos y obras de vanguardia. Sus piezas de Chéjov, Tennessee Williams, Arthur Miller, Eugene O'Neill o Peter Shaffer pronto le hicieron despuntar como director teatral. Pero pronto su inquietud como realizador y su talento narrativo le llevarían a debutar en televisión, vía en la que muy pronto se ganaría un nombre de prestigio. En televisión fue uno de los mejores y más activos directores en las adaptaciones teatrales al medio catódico. Sus aportaciones visuales relativizaron la ilusión y la transparencia por el dominio del texto teatral a través de las imágenes realistas con las que confluían el tiempo, el lugar y la acción. Fue lo que hizo que su primera película tuviera la esencia del teatro, en la traslación del texto ‘Doce hombres sin piedad’, de Reginald Rose, con la claustrofobia necesaria y ese sutil componente de amargura y cuestionamiento moral que siempre ha tenido la filmografía de este clásico que nos ha dejado. Ese enfoque reflexivo y ético por los sistemas de presión y la pugna por la justicia y la integridad han conformado el corpus de una filmografía que ha mirado de frente y durante seis décadas a las diversas situaciones sociales que ha vivido Estados Unidos, desde un posicionamiento ideológico amargo y cínico.
A Lumet se le podría vincular con ese contestatario que a través de su cine abordaba la desaprobación contra la arbitrariedad social, sabiendo elegir proyectos en el que personajes imperfectos se veían envueltos en situaciones de violencia tiránica, de racismo acuciante, de autocracia castrante e incluso de holocaustos nucleares. Películas como ‘Llamada para el muerto’, ‘The Hill’, ‘El prestamista’, ‘La ofensa’, ‘Network. Un mundo implacable’ o ‘Punto límite’ le pusieron como paradigma de cineasta recalcitrante e incómodo, a la vez que su estilo iba fraguándose sobre la denuncia en un mundo sin valores y carente de justicia en el que se lleva viviendo a lo largo de las décadas. La sociedad urbana, su fauna característica, en continuo conflicto bajo el yugo de la irracionalidad y la desigualdad, vinieron a significar la continua predisposición a un tipo de género de denuncia con el que Lumet identificaría su carera y su cine durante las décadas de los 70 y los 80 con películas policíacas, judiciales o sociales; ‘Supergolpe en Manhattan’, ‘Tarde de perros’, ‘Sérpico’, ‘El príncipe de la ciudad’, ‘La trampa de la muerte’, ‘Equus’ o ‘Veredicto final’ se intercalarían con otro tipo de cine más adecuado a las exigencias comerciales con fracasos como ‘Asesinato en el Orient Express’ y ‘El mago’ o alguna obra destacable como ‘Un lugar en ninguna parte’ o ‘Negocios de familia’. Durante los 90 la carrera de Lumet fue apagando su estela con obras olvidables como ‘Distrito 34: Corrupción total’, ‘Una extraña entre nosotros’, ‘La noche cae sobre Manhattan’ ‘En estado crítico’ o el ‘remake’ de ‘Gloria’.
Sin embargo, la resurrección llegó cuando el cineasta, ya octogenario, decidió abandonar de nuevo el ostracismo de la televisión (rodando varios capítulos de la serie ‘Los juzgados de Centre Street’ o alguna ‘TV-movie’) para su regreso al cine, adaptándose a los nuevos modelos de cine de Hollywood, sin perder ese céfiro de autor y artesano que nunca perdió. Sus dos últimas películas, ‘Declaradme culpable’ y la antes mencionada ‘Antes de que el diablo sepa que has muerto’ abarcan la autenticidad del director con dos obras que devolvieron al mejor Lumet, al más inspirado y al más comprometido, con aquélla mirada trágica y cínica que dibujaron con trazo de genialidad la asfixia moral y existencial de la sociedad americana. Con Lumet el cine pierde a un gran cineasta, de los mejores, pero a su vez gana un clásico, un icono al que volver a redescubrir una y otra vez.

viernes, 8 de abril de 2011

Review 'Piraña 3D (Piranha 3D)', de Alexandre Aja

Pero mira como muerden los peces en el río…
El filme de Alexnadre Aja es un continuo cóctel de referencias y gamberrismo que busca satisfacer a una audiencia especializada en el género. Y vaya si lo consigue.
Con vocación de serie B sin complejos, como aquellas aportaciones de ocio y olvido de la época de Samuel Z. Arkoff y Roger Corman. Así se presenta una película como ‘Piraña 3D’, la última del director de ‘Alta Tensión’ Alexandre Aja. Y lo hace dejándose guiar por los preceptos de divertimento del precedente de Joe Dante con guión de John Sayles, sí. Pero más que un ‘remake’, se trata de un pretexto para salirse del camino y gamberrear bajo el estigma de ‘enfant terrible’ ganado a pulso. Aja está acostumbrado a que se le tilde de ‘reformulador’ de obras antecedentes con ‘remakes’ acomodados a su evocador estilo discordante y radical, estético y rudo. Sin embargo, en esta ocasión, hablar de sus anteriores filmes americanos, bien sea la estupenda ‘Las colinas tienen ojos’ o la errónea ‘Reflejos’ aquí no tiene lugar, porque el cineasta francés se olvida de sus conexiones pretéritas para lanzarse a la aventura de la diversión inflexible dentro (y seguramente fuera) de su alocada adaptación de la ‘cult movie’ de 1978.
El hecho constatado oficialmente que designa a ‘Piraña 3D’ como la obra con más hemoglobina recreada que cualquier otra película antes rodada evidencia las intenciones sin filtro de su director. Estamos ante una película íntegra y honesta desde su prólogo, donde ya dejan ver sus resonancias emotivas al presentar a Richard Dreyfuss, que bien podría ser el Matt Hooper del ‘Tiburón’ de Spielberg (incluso canturrea la canción de aquélla, ‘Show me the way to go home’), pescando plácidamente y atiborrándose a cervezas. En pleno éxtasis dipsomaniaco, una botella cae al fondo del lago provocando la catástrofe… Y ahí comienza lo que todos sabemos; una espiral de matanza por parte de unas pirañas con ganas de zamparse al primero que encuentren. El espectador no se puede llevar a engaño; el filme es un continuo cóctel de referencias que encuentran una desvergonzada libertad en su búsqueda de un único objetivo: el de satisfacer a una audiencia especializada, a un ‘fan freak’ determinado, por lo que su perseguida imperfección se manifiesta con total integridad. Aja quiere que esa escandalosa sangre del 3D que se canibaliza además con los retazos detallistas del ‘gore’ y casquería más sanguinolento y amplificado sea la excusa para narrar una película para ‘gorehounds’, más allá de cualquier inquietud técnica o artística.
Y sin salirse del dictado de las pautas del verdadero espíritu subgenérico, promueve al tumulto de un discurso de exultación veraniega y muy yanqui, donde cientos de jóvenes recrean su versión del botellón en un fin de semana de lago, concursos de camisetas mojadas, mucha cerveza, vicio a granel, barbacoas de bergantín, mucho erotismo y sexo, música cañera y desprejuicio ante la poca ley que se da cita en ese paraíso convertido en pesadilla llamado Victoria Lake. Detrás de todo eso se esconde una indisimulada reflexión sobre las derivaciones a las que conlleva la falta de subordinación a cualquier jurisdicción que no sea el de la diversión y el cachondeo. Un núcleo anímico que Aja lleva hasta el extremo.
El filme está dividido en dos tramos; aquel en el que vemos los preámbulos de la fiesta de primavera pasada por agua, donde la sheriff condal Julie Forester (Elisabeth Shue) procura que su hijo adolescente (Steven R. McQueen –nieto del gran Steve-) cuide de sus dos hermanos pequeños. Entre medias, éste acepta la propuesta de Derrick Jones (Jerry O’Connell), un director de cintas eróticas inspirado en Joe Francis y su franquicia ‘Girls Gone Wild’, para encontrar localizaciones acompañado de dos estupendas señoritas de atributos encandiladores. Y, en segundo lugar, la descomunal dosis de ‘gore’ sin fin y desmembramientos varios que se suceden después de que Aja haya jugueteado con la tensión dramática y la evolución del suspense, que no incluye ningún tipo de sutileza más allá que la mordacidad que particulariza a esos prehistóricos peces mordedores. Entre medias, algunas pesquisas sobre los acontecimientos, la rebeldía de los hermanos pequeños, que abandonan la casa familiar para pescar y la aportación técnica de un enloquecido ictiólogo interpretado por Christopher Lloyd, el cual no escatima en tics y en gestos de su recordado Emmet Brown de ‘Regreso al futuro’.
Cuando llega la hora de mostrar carne despedazada y sangre tiñendo el pantano de marras, Aja se deja llevar por el radicalismo, sin filtros ni efectismos absurdos, saliéndose incluso de los impuestos confines de la complacencia del género en su estado contemporáneo. Al contrario que en ‘Las colinas tienen ojos’, aquí la justificación implícita del mensaje de supervivencia y defensa se anula por el simple deleite de la hemoglobina en abundancia creada con evidente maestría por el duplo Greg Nicotero y Berger Howard para esta reconfortante locura antiépica. Sin embargo, la vulgaridad no impone del todo su lógica ni renuncia a la poética o la belleza, como ese sugestivo ‘set piece’ que se regocija en un baile acuático, como un ballet de ópera entre dos mujeres desnudas, retozando en sus compases de espléndidas sirenas.
‘Piraña 3D’ es, ante todo, un guiño al cine de los 80, rescatando con soltura todos los símbolos y rúbricas de un cine sin terquedades morales ni escrúpulos arbitrarios. Aja tampoco se corta a la hora de tirar de iconos de otro tipo de culturas cinematográficas, en este caso la pornográfica, con la incursión de rostros del cine X como Riley Steele, Ashlynn Brooke y la breve y extraña (por el corte de plano) aparición de la contundente Gianna Michaels. Tampoco de cameos imprescindibles en este tipo de saraos como el director de ‘Hostel’ Eli Roth o la actriz Dina Meyer.
No deja de ser un cine cómplice y bestia, que recoge algunos instantes que quedarán en la retina del aficionado al género como retazos salvajes de violencia cáustica en altas cotas de inconformismo; desde la cruenta exhibición de un medio cuerpo con los huesos de la parte inferior colgando, hasta la pelea entre pirañas por un miembro viril que acaba siendo regurgitado por una de ellas, pasando por ese imbécil que quiere escapar a toda costa de la pesadilla llevándose a todo bañista por el camino hasta ese cable que corta diagonalmente a una explosiva hembra. Incluso el sarcasmo que se impone con la muerte de otra chica que se enreda su larga cabellera en una hélice de una lancha con destructoras consecuencias… El exceso es total, divertido e inmoderado, como ejemplifica la oda sanguinaria y enfatizada del heroico agente al que da vida el enorme Ving Rhames intentando destruir a las pirañas con un motor de combustión.
‘Piraña 3D’ es un producto inofensivo que a buen seguro recomendaría el crítico norteamericano de las ‘cult movies’ Joe Bob Briggs como una ‘drive-in movie’ instantánea. Una cinta de humor cruel y paródico, con mucha teta, mucha sangre y mucho absurdo. Un ‘grand guignol’ desmedido que recupera con suerte la desvergonzada y refrescante esencia de una ‘schlockmeister’ renovada, sin perder su tono de ofrenda al espíritu de ese tipo de producciones tan difíciles de encontrar en la actualidad. Se habla ya de secuela. A ver si James Cameron, como ya perpetró en su día, se anima y vuelve por sus fueros.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'En un mundo mejor (Hævnen)', de Susanne Bier.

martes, 5 de abril de 2011

Zemeckis, el 'Live action' y la "Teoría del Valle Inexplicable"

El mundo de la animación digital, en su perfeccionamiento y su constante evolución hacia un realismo excesivamente reconocible, tiene un problema investigado. Se dice que cuando esa imagen pasa de lo simbólico, de lo animado, a lo falsamente real, provoca una reacción de rechazo en el público. Es lo que se llama la “Teoría del Valle Inexplicable”, una hipótesis robótica de los 70 que genera una respuesta emocional fuertemente repulsiva hacia aquellas recreaciones con apariencia humana que resultan excesivamente realistas pero que siguen siendo artificiales. Es también el fenómeno que explica esa sensación de miedo o inquietud que provocan las réplicas robóticas (como esa recreación que ha hecho de sí mismo el investigador danés Henrik Scharfe o esas muñecas Real Dolls a la que sucumben algunos solitarios algo necesitados) o los muñecos de ventrílocuo. Se trata de que cuanto más real parezcan, las pequeñas inadvertencias (los ojos inmóviles, algún movimiento mecánico) va a hacernos sentir incómodos.
A la película de animación digital ‘Marte necesita madres (Mars Needs Moms)’, de Simon Wells, parece que le ha pasado factura esta “Teoría del Valle Inexplicable”. Su presupuesto era de 150 millones de dólares. Y hasta el momento no ha logrado recaudar más de 12 millones. Las pérdidas han hecho que su estreno España se haya cancelado ¿El responsable? Podríamos señalar a Robert Zemeckis y su compañía de animación dentro de Disney. Ya con cintas como ‘Polar Express’, ‘Beowulf’ o ‘Cuento de Navidad’, las tres cintas que incorporaron el ‘Live action’, técnica que captura los movimientos reales de los actores para procesarlos digitalmente y dotarlos de autenticidad, hubo ciertas suspicacias ante la duda del éxito de este procedimiento para la animación digital.
Lo cierto es que este nuevo y desastroso fracaso del filme en 3D apunta a el empeño del director de ‘Regreso al futuro’ por renovar la animación con una técnica que, visto lo visto, parece que no da sus frutos va a desembocar en el lógico abandono de esta tecnología. Recordemos un par de ejemplos de antaño; aquel episodio especial de Halloween de ‘Los Simpsons’ titulado ‘La casa del terror VI’ de la séptima temporada en el que Homer Simpson termina en el mundo 3D y luego en el mundo real o cuando Profesor Fansworth convierte a Bender en humano. La sensación era extraña ante algo a lo que no estábamos acostumbrados ¿Puede que esa tendencia a representar la realidad con un detallismo extremo fuera lo que hizo que ‘Final fantasy: La fuerza interior’, de Hironobu Sakaguchi fuera un fiasco total o la razón por la que Pixar infantiliza siempre los humanos que aparecen en sus éxitos taquilleros? Muy posiblemente.
La pregunta es: ¿quién le dice a Steven Spielberg y Peter Jackson que su trilogía de ‘Tintín’ (también creada a partir del ‘Live action’) que la “Teoría del Valle Inexplicable” no va a destrozar sus intereses?

viernes, 1 de abril de 2011

Review 'Nunca me abandones (Never let me go)', de Mark Romanek

Cobayas humanas con fecha de caducidad
Basada en la novela de Kazuo Ishiguro, la película de Mark Romanek, bajo una atmósfera de tristeza y desesperanza, se centra en la frialdad con la que unos jóvenes llenos de vida aceptan y afrontan su condición de vidas de reemplazo.
La historia que nos ocupa se basa en el libro de Kazuo Ishiguro, autor de ‘Lo que queda del día’, ofreciendo un relato futurista ubicado en el pasado o en una hipotética realidad alternativa que anticipó en la década de los 50 el éxito de clonación y que amplificó su efectividad hasta la clonación humana. ‘Nunca me abandones’ se presenta alejada de cualquier explicación al respecto. No hay necesidad de hurgar en el cómo y el cuándo. Directamente nos sitúa en Hailsham, uno de esos colegios privados ubicados en un apacible bosque alejado del mundanal ruido. Allí se adoctrina y educa a un grupo de niños que asumen su encierro con normalidad, sin saber que son “dobles” creados en un laboratorio para ser donantes, reproducciones destinadas a merced de quienes necesiten de sus órganos.
Con esta inquietante trama, Mark Romanek pone en imágenes el triángulo amoroso de Kathy, Tommy y Ruth en un pasional trayecto donde los celos y la incógnita de una vida sin preguntas que profundiza en la personalidad divergente de sus roles; el de una chica intuitiva que quiere saber la verdad y ejercer de “cuidadora” en el agónico proceso de donaciones, un joven rebelde que bajo sus enfados vislumbra un futuro interrumpido y el de la envidiosa joven que se interpone entre ellos y se queda con el fugaz amor que podría haber tenido la pareja. La normalización del colegio, el día a día y su fluir rutinario se rompe con la llegada de una nueva profesora que les abre sus ojos ante su condición de cobayas humanas con fecha de caducidad.
Se construye una compleja arquitectura humana sobre una realidad alternativa de significado traslaticio y alegórico que abarca múltiples lecturas sobre el contexto y las metáforas dentro de una fábula que debe catalogarse dentro del género fantacientífico o de la propia ciencia ficción. Sin embargo, el subfondo de manipulación genética y convivencia distópica que encierra el monástico automatismo que llevan los críos dentro del colegio es sólo una excusa para describir la relación de Kathy, Tommy y Ruth y su relación con el mundo y con sus propias interrogantes. La amistad, el amor, la separación y la sombra de la muerte son requisitos que se superponen al entramado de prosperidad artificial y disfuncional. De este modo, el destino funesto, la pérdida de la infancia y la juventud y la consunción de un tiempo concreto abren el camino a un drama trágico y lírico, enfriado a propósito por un declive humano hacia la insensibilidad y el egoísmo, donde los protagonistas no son más que conejos de indias al servicio de sus clones, de aquellos que necesitarán un recambio de estos repuestos y cuyos sentimientos y miedos se equiparan a las de cualquier persona normal.
Romanek atempera la inminente tragedia con un estilo reposado, incluso anémico, que sabe transmitir la sensación del fluir temporal del relato de Ishiguro, con un carácter evocador y sosegado, elegante y distintivo a la hora de acoplar esa estética grisácea y triste al transcurso de una trama hermética y despojada de efectismos ni afectaciones. A veces, da la sensación de que sucumbe en exceso a un academicismo que vulnera la pasional tragedia de los protagonistas con demasiada frialdad en el recorrido vital de sus cobayas humanas, pero es la actitud visual necesaria para hacer verosímil todo el proceso de evolución de estos personajes que van dejando partes de su cuerpo hasta “finalizar” su función en este mundo, sólo dejando aflorar la emotividad cuando se descubre que puede haber una ilusoria fase de aplazamiento si alguno de los clones de demostrar un amor verdadero.
‘Nunca me abandones’ formula su habilidad en el detallismo con el que se acerca con fidelidad a su referente literario, en ese miedo infantil; la pelota que se acerca demasiado a ese confín impuesto por el miedo, a esas fichas con las que los niños compran en un mercadillo de juguetes y objetos obsoletos, el casete con la canción que da título al filme, el caballito que metaforiza el ansía de libertad o el barco encallado en una playa otoñal como las circunstancias vitales de estos cuya expiración está muy cerca. Alex Garland, el guionista ‘La Playa’ y ‘28 días después’ sabe sintetizar el espíritu de las páginas de Ishiguro y deja a un lado el cuestionamiento existencial sobre el sentido de la vida para imponer con frialdad el núcleo trágico de la película, que no es otro que la frialdad de unos jóvenes llenos de vida que aceptan y afrontan su condición de vidas de reemplazo. En la orfandad existencial de estos seres sin futuro no hay lugar para la rebeldía, porque acatan con resignación la adversidad de su naturaleza.
Un aspecto simbólico que parece adecuarse a los tiempos que vivimos, donde el conformismo ampara una sumisión acomodaticia que afianza las cadenas de una realidad alterada y rodeada de simulacros. De ahí, que en el colegio Hailsham se realicen ejercicios de sociabilidad donde los niños sólo saben repetir las frases del que antecede y que queda patente en el mundo exterior, cuando llega la hora de decidir el menú para comer. No son capaces de interpretarlo porque no han sido enseñados a pensar por sí mismos, admitiendo su carácter torpe en cuanto a su relación con el entorno. Se transmite así la terrible realidad de estos jóvenes descontextualizados con una misión que cumplir. En el camino dejarán ilusiones, capacidades artísticas, amores y una vida coartada por su intrigante índole. ‘Nunca me abandones’ remite con ello a ese deseo de libertad y vida, de dilatación existencial que proponía la clásica ‘Blade Runner’, de Ridley Scott. Aquí, como en aquélla, todos los momentos están destinados a perderse como lágrimas en la lluvia, al orquestar un universo de cómplices y víctimas que conviven separados en una sociedad que ampara el sacrificio de estos elementos sustitutivos a favor de un bien supuestamente común donde el egoísmo y la carencia del alma son sus cuestionables distintivos.
‘Nunca me abandones’ tiene la esencia de las fábulas morales con una ficción especulativa que subraya los riesgos de manipulación y donde hay que reconocer a las personas como fines en sí mismos más que como simples medios. Una magnífica cinta puntuada con la atmósfera de tristeza y desesperanza que Romanek logra gracias a esos paisajes llenos de luctuoso embrujo fotografiados por Adam Kimmel o la intensa partitura de Rachel Portman que roza lo poéticamente trágico en esa incertidumbre de un final pesimista y desolador, tan hermoso como cruel y melancólico de una distopía naturalista y creíble. Como esa conversación demoledora ante Miss Emily (Charlotte Rampling) en la que se observa el raciocinio residual de comprensión hacia unos seres que, lejos de resultar monstruosos por su naturaleza clónica, dejan la percepción de inocencia, de idealismo humano, marcado por ese injusto destino de sacrificio y entrega a una causa incomprensible.
Tampoco hay que olvidar la fuerza de dos prometedores talentos de carácter demostrado; Carey Mulligan y Andrew Garfield aportan el temple dramático necesario para no forzar el melodrama en el que sí cae una desacertada Keira Knightley. No obstante, los tres saben aportar la intensidad lacónica de un discurso reflexivo y didáctico sobre las profundas cuestiones que se ciernen sobre ese mundo inhumano que crea vidas para aprovecharse de ellas en beneficio de otras y del que, en estos momentos, no estamos tan lejos como creemos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Piraña 3D (Piranha 3D)', de Alexandre Aja.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Rescatando 'Serpico', de Sidney Lumet

Por mucho cine que uno haya visto a lo largo de su vida, es inevitable que se escapen algunos clásicos que hasta ahora permanecían ocultos en la vasta cinematografía que aún quedan por ver. Uno de ellos era ‘Serpico’, producida por Dino De Laurentis y dirigida por Sidney Lumet, donde Al Pacino, bestia de la interpretación en pleno proceso de moderación de un talento puesto a prueba de su propio histrionismo, da vida a un policía incorruptible, rodeado de la corrupción de unos compañeros que le hacen el vacío por el temor (consumado) de que pueda ser un soplón. Encerrado en su propia obstinación por la ley, Serpico se olvida de la vida, de las relaciones (incluido el desprecio a comprometerse con el amor de su vida), del tacto humano, de la confianza, de sí mismo… en una transformación moral y física que propone varias preguntas al espectador.
Hoy en día la película ha quedado un poco anticuada, sí. Sin embargo, Lumet traza con minuciosidad una decadencia parsimoniosa en la estructura de complejidad fiel a un estilo y al propio personaje. El mundo sin valores y carente de justicia parece que no sólo pertenece al día de hoy. Ya en los 70, ‘Serpico’ restaba heroicidad al cuerpo policíaco y ponía en duda las redes de intereses y corrupción que anidan, difiriendo en escalas y gravedad, en cualquier comisaría del mundo. De paso, el realizador de ‘Tarde de perros’, cinta la que ‘Serpico’ comparte ideología e intenciones, compone un fresco social que de una dimensión estética e integral a ese cosmos de una década marcada por el ‘hippismo’, las drogas, el amor libre y la imprevisión. Tal vez un retrato imposible sobre alguien entregado a hacer bien su trabajo. Un posicionamiento que fantasea con esa improbable faceta de las fuerzas del orden público sin olvidarse, eso sí, de alertar acerca de los altos mandos que manipulan los hilos de la sociedad. Eso, antes y ahora, nunca cambiará.
En cualquier caso, daos una vuelta por el blog oficial del verdadero Frank “Paco” Serpico o por su cutreweb oficial.

lunes, 28 de marzo de 2011

Chess Boxing: entre el K.O. y el Jaque-mate

Siempre me ha hecho gracia imaginar una miscelánea absurda de deportes que no tengan nada que ver entre sí, como un híbrido enloquecido de esfuerzos antagónicos; por poder un ejemplo; tiro con arco en salto de trampolín, petanca ecuestre, gimnasia rítmica con Kung-fu, ciclismo con pértiga, esgrima con halterofilia… Por supuesto que todo está inventado y esta variedad de gilipolleces ya tienen modalidades instauradas con sus reglas y campeonatos. Se trata del ‘cheesboxing’ ¿Qué demonios es esto? Pues nada menos que la inverosímil vinculación pero hecha realidad de mezclar dos ejercicios como el boxeo y el ajedrez en un mismo espectáculo. Se trata de vincular el esfuerzo intelectual que supone una sesuda partida de ajedrez seguido de una buena tanda de golpes y mamporros en un cuadrilátero.
Las reglas son básicas; dos contrincantes, cuatro minutos de ajedrez, seguido de tres minutos de boxeo, después se alternan ambas disciplinas durante once rondas. El combate de ‘chessboxing’ queda repartido en seis rondas ajedrecísticas y otras cinco pugilísticas. La partida concreta su ganador cuando hay un jaque-mate por parte de algunos de los rivales o una victoria por K.O. Si no, el ganador se convendrá por un jurado que valorará los puntos de ambas doctrinas. La extravagante iniciativa tiene su origen en el cómic ‘Froid Équateur’, del artista y cineasta yugoslavo Enki Bilal, cuya concepción fue llevada a cabo por el holandés Iepe Rubingh.
La actividad, que une el dinamismo del boxeo con la concentración exigente del ajedrez, se ha importado a distintos países del mundo como Alemania, Rusia, Inglaterra, Bulgaria y Estados Unidos gracias al movimiento de expansión de la WCBO (World Chess Boxing Organisation), la asociación fundada para popularizar el ‘chessBoxing’. Su eslogan es toda una declaración de principios: “La lucha se libra en el ‘ring’ y la guerra en el tablero”. Conceptos como “bajo ataque”, alfiles, peones, estrategia, el ‘uppercut’ que aquí podría ser en “diagonal”, el ‘crochet’ se unen en una amalgama donde el noqueo puede llegar en el tablero y antes del jaque-mate uno puede besar la lona antes de lo previsto.

Salamanca virtual

“Pregona eternidad tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga,
amor de vida eterna, y a su sombra
amor de amores”.
Fragmento del poema ‘Salamanca’, de Miguel de Unamuno (1907).
He aquí una forma distinta de ver SALAMANCA, en un ‘tour’ virtual por una de las ciudades más hermosas del mundo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Muere Elizabeth Taylor: Se agagó la luz de los ojos de Hollywood

(1932–2011)
Sus ojos de color purpúreo la transformaron no sólo en una estrella del cine, sino en una de las musas más bellas del Hollywood Clásico, que se queda sin una de sus dignatarias más carismáticas. Elizabeth Taylor fue una actriz tenaz, inteligente, que supo esconder sus defectos interpretativos con un arrojo y riesgo fuera de lo común. Exponiendo su vulnerabilidad aparente en cada nuevo proyecto, no dejándose etiquetar como una cara bonita sin más. Desde su primerizo éxito comercial al lado de la perra Lassie cuando contaba nueve años hizo que su progresión como actriz no se estancase con aquella imagen de “muñeca de porcelana, con ojos violeta y rizos oscuros”. Con paso firme fue avanzando con películas como ‘Mujercitas’ floreciendo como actriz junto a Montgomery Cliff en ‘Un lugar en el sol’, con el que compartiría algunas de sus mejores películas y una gran amistad en la vida real.
Sin embargo, hasta la llegada de ‘Gigante’, junto a otro icono de la época, James Dean, la estrella de Taylor no brillaría con el fulgor que la transformaría en uno de los rostros más solicitados y esplendorosos de la época. ‘Cleopatra’, de Mankiewicz estuvo a punto de arruinar a la Fox. Ella ganó al gran amor de su vida, Richard Burton. Los papales pasionales instaban a componer un rol establecido dentro de una idiosincrasia que bebía sustancialmente de la infelicidad y la tortura de sus personajes, ya fuera con escudos de posesión o locuras de celos, de derrota existencial o de humillaciones dramáticas para dar réplica a los grandes nombres del momento; por ejemplo, con Marlon Brando en ‘Reflejos en un ojo dorado’ y la pugna de miradas con Paul Newman en ‘La gata sobre el tejado de zinc’. Ganó dos Oscar; por ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’ y por ‘Una mujer marcada’ y dejó su brillantez en ‘De repente, el último verano’ donde posiblemente culminara la mejor interpretación de su irregular filmografía. Una actriz intuitiva y astuta que vio cómo su fulgor se apagaba por los escándalos amorosos, por sus múltiples matrimonios efímeros, por su adicción a la cirugía y al alcohol. Amante del lujo, del exceso y el ‘glamour’, concienciada en su lucha contra el SIDA y amiga íntima de Michael Jackson siempre será recordada como una gran diva de ese Hollywood descascarillado que hoy ha perdido a uno de sus iconos más representativos.

martes, 22 de marzo de 2011

Review 'I'm still here (I'm still here)', de Casey Affleck

Todo es mentira
El ‘mockumentary es esa especie de subgénero documental que falsea la realidad con un formato para a la narración ficticia de un cierto grado credibilidad y así distorsionarla hacia una perspectiva habitualmente sarcástica o crítica respecto a lo que se cuenta. Para bien o para mal, un producto como ‘I’m still here’, la polémica visión de Casey Affleck sobre la supuesta retirada del mundo del cine de su cuñado, Joaquin Phoenix, para dedicarse al mundo del ‘hip hop’, se introduce en esta encrucijada documental que divaga entre la broma pesada, la gilipollez sin límites entre dos amigos pasados de vueltas o un enorme viral sin sentido que pretende discernir sobre el mundo de Hollywood, el universo interno de soledad de la estrella y la filosofía existencial de saldo al servicio de un Phoenix que, por si no lo fuera ya, resulta de lo más desagradable al mostrarse como un ser encerrado en un autismo falseado, de intrínseca locura exhibida desde un histrionismo carente de realidad. Con estos mimbres el filme debut del hermano pequeño de Ben se sumerge con convencimiento en las latitudes cercanas a la tomadura de pelo.
‘I’m still here’ parece, de entrada, un espectáculo de feria donde el objetivo, a priori, es el de reírse de los medios al lanzar una noticia que vaya incrementando su efecto de bola de nieve y comprobar, siguiendo el juego desfigurado de un actor en alza renunciando a su posición de ‘star’ que deja todo por encontrarse a sí mismo. Podría verse sobre una reflexión a modo de tortuoso viaje a los infiernos con alguna paradoja que Affleck y Phoenix deben encontrar divertida. La ‘performance’ hubiera estado bien como un cortometraje ‘amiguetil’ o como un ejercicio de divertimento que resultara sarcástico en el infructuoso y anodino sondeo de la ficción desbordada de una realidad que toma un contexto real para dirimir una idea que se consume según avanza un desorientado desarrollo.
Phoenix se deja barba, se descuida higiénicamente, no se peina, saca barriga constantemente, se deja envolver por un personaje ficticio y pretende mostrarse como él mismo en cierta decadencia, rodeado de una prole confeccionada como tabla de salvación a su meditada locura y frustración. Hay momentos en que aparenta estar perdido, en los que grita o llora o llama a dos putas baratas y esnifa cocaína como vía de escape a la presión fagocitadora de un Hollywood al que parece recriminar su fingido estatus de hombre vacío. De este modo, el metalenguaje intencional queda representado en aquellos tramos en que Phoenix pierde “la cabeza”, llevado por su condición y etiqueta de artista torturado, en sus estúpidas reflexiones sobre la amistad, el cine, la música y la existencia atormentada de una autocompasión postiza sobre los efectos nocivos de la fama.
Se intenta salpicar de gotas humorísticas, cuando se convierte en centro de la diana en, siendo parodiado por un lado (la entrevista con David Letterman es ejecutada por la brillantez cómica del presentador del ‘late night’ o la caricatura de Ben Stiller en los Oscar de hace dos años) y, por otra parte, dejando ver el ensañamiento de los medios de comunicación y su sensacionalismo sobre la ilógica decisión. Ni siquiera los cómplices como P. Diddy, los propios Letterman, Stiller o Edward James Olmos ayudan a dar credibilidad a la estafa. Los artificios se dejan ver como aquel que se esconde tras una cortina y se le ven los pies. A Affleck y a Phoenix se les ve el plumero demasiado pronto. Sus mecanismos responden más al de un guión de borrador que a una intentona férrea por hacer algo sorprendente e innovador.
‘I’m still here’ se metaforiza como obra de arte en el instante en que, llevado por el sentimiento de venganza, uno de sus ayudantes, al que previamente Phoenix ha humillado y golpeado, defeca sobre su boca. Más o menos eso en lo que ofrece este falso documental a un espectador cuyo posicionamiento o mirada crítica poco le importa a sus responsables. Por supuesto, todo es mentira. Sin embargo, no hace falta recalcarlo y el bochorno acaba apoderándose con ese final catártico en el que el protagonista regresa a casa con su padre hippie para bautizarse de nuevo en aquel río de inocencia donde su infancia transcurrió feliz con su familia. Puro disparate.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Nunca me abandones (Never let me go)', de Mark Romanek.