martes, 19 de febrero de 2008

Review 'No es país para viejos (No country for old men)', de Joel y Ethan Coen

La genialidad recuperada
Los Coen recuperan su mejor pulso con un ‘western’ fronterizo parido por Cormac McCarthy que cuestiona los códigos clásicos del género, confrontándolos con la descarnada violencia de los tiempos actuales.
Desde hace tiempo se venía hablando de un perceptible declive en la carrera de los hermanos Coen, prodigando su talento en el devaneo con el cine comercial de sus últimas obras. El resultado se ha fraguado en un par de títulos indulgentes, con un estilo menos profuso y desenfadado al habitual, no obstante reconocible superando la simple vista, que seguía latente y amotinado en las fallidas ‘Crueldad Intolerable’ o ‘Ladykillers’. Sin embargo, ambas reconocían su deuda con las historias y personajes del elaborado mundo de estos consanguíneos determinados a una rotunda filmografía significada en el multigénero, en la reformulación y codificación de preceptos temáticos de autores capitales del Séptimo Arte, la literatura y el ‘cartoon’ parido por Avery o Jones.
A ése manantial ideológico sobre el que los Coen han teorizado hasta el momento; desde Capra, Hitchcock, Hawks hasta Hammet, Chandler, Cain u Homero, ‘No es país para viejos’, es el resurgimiento que devuelve a Ethan y Joel Coen al universo de referencias cinéfilas y siniestras que concentran su estilo hiperreal y abruptamente complejo, a la riqueza compositiva de un ideal de cine que se iba echando de menos. Y lo hacen, nada menos, con la adaptación de la novela homónima de Cormac McCarthy, desarrollada en un contexto de rudeza extemporánea, situando esta áspera fábula en la Norteamérica rural, sucia y fronteriza, que emplea personajes comunes que vulneran la cotidianidad para verse envueltos en una pesadilla de violencia extrema donde el destino tiene la última palabra.
Llewelyn Moss (impecable y recuperado Josh Brolin) es un tipo vulgar, algo cerril e ignorante que, en un día de caza como otro cualquiera, tropieza con una dantesca estampa; una retahíla de cadáveres dejada por una confrontación entre narcotraficantes que le lleva a un maletín con dos millones de dólares. Hostigado por un despiadado asesino en serie en busca de ése dinero, su pesadilla acontecerá dentro de un territorio asfixiante y accidental en el que se enfrentará a horizontes reales e imaginarios. Una trama adventicia llevada por un acto de estupidez humana (el remordimiento por no dar de beber a un moribundo), que conlleva directamente al descontrol del azar y al destino. Un relato amargo y desesperanzado, con ese cierto toque nihilista que tan bien refleja McCormack en sus obras y que, a su vez, caracteriza el mejor cine de los hermanos Coen.
Por ello la última y magnífica muestra de este duplo autoral remite a su más reconocible cine; desde ‘Sangre Fácil’, pasando por ‘Fargo’, hasta llegar a ‘El Gran Lebowski’ como referencias directas, pero también, en su argumento, a obras literarias de la talla de ‘1280 almas’, de Jim Thompson o ‘Un plan sencillo’, de Scott B. Smith o a mitos como William Faulkner o John Steinbeck en aquellos retratos acerca de rebeliones personales ante la adversidad. ‘No es país para viejos’ es un extraño ‘western’ fronterizo, imbuido en violencia sin control, alejado de la mitológica del lejano Oeste, que recupera, sin embargo, ese quijotismo yanqui donde los que son fieles a los valores humanos sobreviven a las jugadas del destino. Los Coen recobran su pulso por esos territorios inhóspitos, de gran calado trágico, que trae a la memoria el folclore popular y literario del país.
Es el retorno a sus dominios, a la convalecencia estética y narrativa de su peculiar y asidua perspectiva sobre la historia, a sus cambios tonales, al atavismo que deriva de la perplejidad radical con la que acontecen los hechos. La vida de Moss, sumida en la rutina, se convierte, súbitamente, en una amenaza sanguinaria que augura un desastroso final. Por supuesto, no falta ese soterrado sentido del humor negro que tienen sus autores, en un progreso argumental que utiliza el cripticismo de sucintas pistas para dar un sentido absoluto a cada fotograma. Con todo, los Coen borran cualquier barrunto de épica o lirismo paisajístico, que es refutado por la aspereza con la que se narra los acontecimientos, por las referencias culteranas de complejidad sintáctica, por la sofocante atmósfera que desprenden las imágenes de Roger Deakins, despojada de preciosismo, para visualizar esta atroz historia con una contundencia demoledora, en consonancia y vocación por la narrativa ascética, sucia y cortante de McCarthy.
El laconismo parece apoderarse de esta historia sobre el Bien y el Mal, un tema subrayado en varias ocasiones por los Coen, que describen de nuevo personajes que arrastran sus remordimientos y secretos bajo un implacable sol fronterizo. Quizá por ello, la tensión de cualquier movimiento acaba transformándose en una situación extrema que se dirige a lo inevitable; como la trascendental forma en que se amartillan las armas antes de ser disparadas, la recreación insana de Chigurgh con su bombona de aire comprimido antes de ejecutar sus matanzas, la suciedad y el calor que transpira la chabacanería de la iniquidad. Es su particular regeneración de lo clásico, la forma que tienen los Coen de advertir cómo los nuevos tiempos de violencia aplastan los ideales de los héroes en pleno crepúsculo, donde la supervivencia es sólo cuestión de suerte, como el encargado de la gasolinera al que el asesino interpretado por un imponderable Javier Bardem deja vivir por una apuesta a cara o cruz.
La sociedad de la época que se representa tanto en la brutal novela de McCarthy como en esta genialidad de los Coen está simbolizada en el veterano y recto Sheriff Ed Tom Bell (no hay palabras para definir a un actor como Tommy Lee Jones), un apesadumbrado hombre de ley incapaz de encajar en un presente en el que “a la gente le hablas del bien y del mal, te expones a que sonrían”. Es la metáfora de esa nostalgia en ‘Off’ del arranque del filme, donde ya se apunta el sentido moral de la historia, la de un hombre que no entiende la brutalidad y crudeza reflejadas en el rostro de Chigurgh, ni la ambición de Moss, ni todo aquello que trae consigo la matanza de los narcotraficantes mexicanos y sus nefastas consecuencias.
La nueva era de violencia se escapa a los procedimientos clásicos de un sheriff que asume, en ese controvertido desenlace (en esa secuencia donde Chigurgh aparece detrás de una puerta y desaparece ante los ojos del espectador), que el final de su era como policía ha llegado. Se da por vencido por no saber encarar que ha llegado tarde, no sólo en una hipotética confrontación con Chigurgh, sino por no entender porqué se precipitan los acontecimientos de esa manera tan irracional. En esta ocasión, como en muchas otras, el Mal ha ganado al Bien, o así quieren hacerlo ver los Coen con su reencarnación de la perversidad con esencia casi sobrenatural, cargada de abstracción y simbolismo, en un final de resignación, defragmentando los acontecimientos, pues ya sólo importan los sueños, que se han convertido en la única vía de escape a la una realidad olvidada. Es la tradición desposeída de épica que concibe el ocaso de la decadencia del mundo moderno. Un tema muy reconocible en Sam Peckinpah, al que también desentierra este itinerario de paisajes desolados para ir destruyendo los tópicos con el salvajismo de sus imágenes.
Es la clave para interpretar esta obra de inmenso talento. Detrás de ‘No es país para viejos’ se esconde la revelación de un personaje pasivo, cuya esperanza es desavenida a la ambición y a la muerte del resto de los personajes. Una simple actitud por ver pasar la vida pasar, sabiendo que nunca cambiará nada, ocultando, en silencio, un viejo secreto omitido en su ferviente creencia en la redención. La degradación moral de la sociedad ha destruido a aquellos que una vez creyeron en los clásicos valores humanos y códigos éticos. Pero, más allá de la brillantez del conjunto, ‘No es país de viejos’ es el esperado regreso de Ethan y Joel Coen al clasicismo modernista que les convirtió en los autores de culto que nunca han dejado de ser. Éste es un filme desbordante de ingenio, de brutal sensibilidad poética, que vuelve a jugar, como ya se había visto muchas veces antes, con el remanente cultural para desfigurar la semiosis fílmica. Es la recuperación total de la excéntrica autoría de unos genios que han regresado a la senda de sus propias e intransferibles raíces.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 18 de febrero de 2008

Recuento de presentes cumpleañeros

De nuevo cumplir años deja, además de la intrascendencia de una fecha memorística del nacimiento propio y un acontecimiento convertido en una de esas míticas fiestas de piso plagadas de conocidos compartiendo conversación y velada de alcohol, otro cupo de regalos de cumpleaños marcados por el acierto y la sorpresa.
Desde la serie completa de ‘Doctor en Alaska’, totémico regalazo de Myrian con 26 discos que contienen los 110 episodios en un formato de lujo coleccionista, pasando por ‘Agujero Negro’, de Charles Burns, el pack ‘Alien Quadrilogy’, la obra narrativa completa de H.P. Lovecraft editada por Valdemar, el sensacional libro ‘El Cine’ de Larousse, un diorama de Kate Austen (Evangeline Lilly) de ‘Lost’, los últimos discos de Skid Row y GammaRay, un reloj Casio Aqf-102w-7Bvef, unos calzoncillos ‘Sex Machine’, el Pulitzer de Cormac McCarthy ‘La Carretera’, una colonia de las caras, hasta unas Columbia Madruga Peak II GTX…
Es la ofrenda a los 33… Así, cualquiera quiere seguir cumpliendo años.

domingo, 17 de febrero de 2008

Cumpleaños

Michael Jordan cumple hoy la friolera de 45 años. No viene a cuento, pero tengo una deuda pendiente con el Ídolo. Hay veces que siento la necesidad de volver a recuperar sus partidos, su juego, su arte... En breve tendré que saldarla en forma de post. Llevo tiempo pensando en ello.
Yo, por mi parte, cumplo 33… No hay motivo para sentirse mayor. Ya tengo asumido desde hace años que esto de cumplir uno más es un simple trámite, que cuando uno va sumando más edad esas pequeñas cosas que hacen que la gente sea feliz de verdad toman, paulatinamente, un cariz fundamental. Todo se percibe de manera distinta, con más criterio y sosiego. Todavía sigo buscando mi camino, eso sí, creyendo fervientemente que la diversión en esta vida lo es todo. En cualquier caso, hay poca cosa más que añadir a lo dicho el año pasado, en este mismo día.
Por adelantado, gracias a todos los que leéis este blog abismal, porque es una de esas cosas por las que todo lo que me rodea parece mejor.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los Coen adaptarán a Michael Chabon

Preparando la ‘review’ abismal de cada semana (en esta ocasión ‘No es un país para viejos (No Country for old men’), me ha llamado la atención sobre la noticia del que ya es el último de próximos proyectos de los hermanos Coen. Se trata de ‘The Yiddish Policemen's Union’, el libro de Michael Chabon ganador del Premio Pulitzer que en España se titulará ‘El sindicato de Policía Yiddish’ y que lanzará en breve la editorial Mondadori/Grijalbo.
La historia se centra en el detective Meyer Landsman, un antihéroe nihilista en medio de la investigación del asesinato un jugador de ajedrez adicto a la heroína en una alterada situación que especula sobre el estado judío, ubicado no en Israel, sino en Distrito de Sitka, en Alaska, a donde los colonos judíos estarían avocados al exilio por los oscuros planes gubernamentales de Estados Unidos.
Destierro, conflictos morales, una extraña historia de amor, memoria familiar y ‘thriller’ policiaco son los elementos de esta obra que tiene, de nuevo, todos los elementos para este celebrado regreso de los Coen a sus señas de identidad.

La huelga de guionistas llega a su fin

Se acabó. Los guionistas de Hollywood vuelven a los teclados después de tres meses que han inmovilizado el mundo cinematográfico y televisivo americano. El sindicato de guionistas (WGA) aprobó un texto por la significativa mayoría del 92,5 % siguiendo el principio de acuerdo alcanzado el pasado fin de semana entre la delegación del sindicato formada por 3.775 miembros y las empresas de la industria del entretenimiento norteamericano. El acuerdo se basa en otro convenio laboral, suscrito por los directores de Hollywood. Más de 10.500 guionistas de cine y televisión ponen punto y final al parón iniciado el pasado 5 de noviembre.
He aquí la carta enviada a los miembros de la WGA por parte de Patrick Verrone y Michael Winship, los líderes del sindicato, que han llevado a buen puerto este nuevo convenio que, según los mismos, “ha sido un acuerdo justo que permite seguir adelante a las empresas y reconoce la gran contribución que los guionistas han hecho y están haciendo por esta industria”. Los guionistas han demostrado que son muy importantes. Fundamentales. Tanto, que pueden parar el mastodóntico engranaje de Hollywood y lograr con ello proteger un futuro en el que Internet ha pasado a ser la principal preocupación de la creación y distribución de los contenidos.
Por supuesto, habrá Ceremonia de los Oscar.

lunes, 11 de febrero de 2008

Review 'Monstruoso (Cloverfield)'

La democratización de ‘YouTube’
El producto de J.J. Abrams, más allá de su historia sobre monstruos y superviviencia, es un ejemplo de evento comercial e innovación extracinematográfica que utiliza los nuevos medios de comunicación generacionales y culturales.
Detrás de ‘Cloverfield’ se encuentra uno de los términos que componen el presente y futuro de la cinematografía comercial, del llamado marketing viral utilizado como movimiento de una idea o concepto proveniente de la publicidad ‘on-line’ basada en la explotación de la red para provocar un incremento exponencial de un ‘brand awareness’ o conocimiento de un determinado producto o marca. Ése énfasis de “contagio”, de perpetuación en cadena espontánea, fue el origen de la asombrosa campaña que J.J. Abrams, el célebre nombre tras series como ‘Alias’ y ‘Perdidos’, lanzó como ‘pre-promoción’ del filme en Internet. Un simple vídeo, alguna imagen, varias teorías sobre el monstruo y otros tantos rumores alimentaron el interés colectivo por esta producción que, siguiendo los pasos de la publicidad utilizada por la película ‘Snakes on a Plane’, lograron obtener un ‘target’ que, definitivamente, ha funcionado paradigmáticamente en taquilla, abriendo una nueva puerta al cine comercial y adaptando la dialéctica comercial en la red de redes para su democratización en el cine.
La fórmula es simple; una serie de descubrimientos científicos, una famosa bebida imaginaria llamada Slusho, un monstruo con sed de destrucción, los perfiles y relaciones de unos jóvenes que utilizan los nuevos medios de interrelación (tipo MySpace) y muchas otras posibilidades que engloban términos como Tagruato, TIDO Wave, la fecha del estreno en USA (1-18-08), el naufragio de una estación petrolífera e incluso una página de corte romántico llamada jamieandteddy.com… Todo ello es necesario para seguir la película antes y después de su visionado. El filme de Matt Reeves es sólo una pieza importante dentro del laberíntico misterio que ha promulgado este golpe de efecto promocional que lleva una película de Hollywood más allá de lo conocido hasta el momento.
Es necesario seguir pensando en “qué ha pasado” y “por qué” cuando el espectador ha salido del cine. Las respuestas: en Internet. Es el particular juego que propone este visionario producto comercial, anticipación a modo de augurio generacional y cultural. Tanto es así, que ‘Cloverfield’ se nutre en su totalidad del efecto ‘Youtube’ en nuestra sociedad, la necesidad de inmediatez y visualización de todo lo acontece, provocando que objetividad se ofrezca coartada por la perspectiva del suceso desde múltiples ángulos. Es la esencia de este experimento visual y narrativo en el que impera la fórmula del ‘shaky-cam’ o filmación subjetiva en primera persona, seguido por la reciente ‘[REC]’ (antes ‘The Blair Witch Project’ y el arcaico ‘género Mondo’) o que pronto podrá verse en el nuevo Opus terrorífico del maestro George A. Romero en ‘Diary of a Dead’.
No se trata tanto de divulgar esa ‘hiperrealidad’ sensacionalista que busca la supuesta autenticidad, aunque por ello nunca se renuncie a la verosimilitud, tampoco se impone la necesidad de mostrar y recrearse en lo terrorífico, ya que el monstruo apenas se ve (desde que irrumpe permanece sin una posible evasión en las venas del filme). Lo importante es el efecto de espectáculo y entretenimiento al que someten Reeves y Abrams al espectador, en un parque de atracciones sumido en pleno Manhattan, que bebe de todos los tópicos del cine catastrófico, pero sabiendo rehusar de todo lo preconcebido. ‘Cloverfield’ está, en ése sentido, mucho más cerca de los videojuegos o la televisión que del cine de terror. Y es lo que funciona a la perfección dentro de la cinta.
Abrams sabe que, desde una perspectiva de cimentación ideológica fundamentada en el capitalismo del éxito, hay que pasar por el automatismo indiscriminado que se perpetúa en la actualidad por las nuevas tecnologías. Eso es perceptible dentro de la cinta, no sólo en el concepto de su narrativa visual, sino en muchos casos en la idea de obligatoriedad a la hora de recoger testimonios en cualquier formato. Basta con observar el instante en que irrumpe la cabeza cercenada de la Estatua de la Libertad en plena calle después del impacto de unas sacudidas sísmicas. Cuando el pavor colectivo se disipa, en unos segundos el terror se convierte en estúpida curiosidad de los testigos por capturar el momento en su móvil o sus cámaras digitales esta dramática imagen. También lo es el autoconvencimiento del cámara amateur por estar rodando parte de la historia. Para comprender nuestro tiempo, para llegar al fondo de ‘Cloverfield’, hay que estar al tanto del entramado que vincula Internet con el cine, la publicidad y la televisión.
Por eso, aquí la historia es lo de menos. J. J. Abrams propone un ‘Godzilla’ visto desde el ángulo de visión humana, como un documento “no profesional” que pervierte la necesidad de mostrar el monstruo desde el ojo humano (en todo momento bajo la elipsis), anexo a la realidad y a la atmósfera opresiva que va avanzando en función, eso sí, del espectáculo de una ficción, de gente huyendo buscando una salida y que, aún así, la trama pase a percibirse fraccionada por los segmentos clásicos de la narración en tres bloques. Además, sin desechar la posibilidad de adscribirse a ese modismo dramática que consiste en soterrar bajo una actitud nihilista la significación conceptual de la historia de terror colectivo, el reiterado retrato de confusión y pánico que rememoran la ansiedad post-11S. Aunque esto sea ya un argumento monopolizado cada producción de Hollywood que llega a nuestras pantallas.
Lo paradójico de todo es que, más allá del monstruo de espíritu ‘lovecraftiano’, del ‘kaiju eiga’ como excusa, ‘Cloverfield’, contra todo pronóstico, se muestra como una aventura romántica que sólo se entiende si se obvia la lógica y se apela a la pasión. Por poner un ejemplo; aquí sucede lo antitético a ‘28 semanas después’, donde, siguiendo el instinto de supervivencia, el personaje interpretado por Robert Carlyle huída dejando a su mujer en manos de los infectados para salvar su propio pellejo. Aquí Rob (Michael Stahl-David), uno de sus jóvenes protagonistas, supera todo tipo de obstáculos y se mete en la boca del lobo para rescatar al amor de su vida.
En definitiva, estamos ante la eterna historia de un fulano al que sólo le importa estar junto a la chica de la que está enamorado mientras el mundo se descompone, pese a quien pese. ‘Cloverfield’ es un filme subversivo e inteligente, que superpone el entretenimiento a cualquier otra cosa y que está realizada con absoluta maestría a la hora de confabular realización, efectos especiales, sonido y demás aspectos técnicos con una clara apuesta por el riesgo que no esquiva el recurso de los lugares comunes propios del género.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

Adiós Jefe de Policía Martin Brody

1932-2008
Otra triste noticia: Ha muerto Roy Scheider.
D.E.P.

viernes, 8 de febrero de 2008

In memorian: John Alvin

1948-2008
No hay que pasar por alto el fallecimiento de John Alvin, uno de esos artistas que, con sus carteles imborrables y talento para el diseño y la ilustración, otorgó al Cine algunos de los pósters más legendarios de las tres últimas décadas.
Alvin, ha muerto con 59 años, dejando una impecable carrera a lo largo de 125 películas a las que puso los inolvidables frontispicios cinematográficos con su inigualable magia y clarividencia en campañas de diseño para New Line Cinema, Warner Bros. o Lucasfilm Ltd. entre los que destacan reconocibles carteles como los de ‘Blade Runner’, ‘Cocoon’, ‘Jóvenes Ocultos’, ‘Depredador’, ‘Gremlins’, ‘E.T. el extraterrestre’, ‘Willow’, ‘El Imperio del Sol’, ‘El Cabo del Miedo’, ‘Parque Jurásico’, ‘Poltergeist II’, ilustraciones especiales las trilogías de ‘Star Wars’ o ‘El Señor de los Anillos’ y trabajos para la Disney como ‘La Bella y la Bestia’, ‘Aladdin’ o ‘El Rey León’. Su póster para el filme de Brian de Palma ‘El Fantasma del Paraíso’ fue exhibido en en el Smithsonian Museum como uno de los mejores carteles del Siglo XX.
Para ampliar y redescubrir los mitos del pasado de la mano de John Alvin, aquí tenéis un enlace a su web oficial y sus obras gráficas gracias a la célebre página Impawards.
D.E.P.

La Mejor Foto del Año

El jurado internacional de la 51ª edición de la World Press Photo escogió una imagen del color del fotógrafo británico Tim Hetherington como la mejor instantánea de 2007 para la revista Vanity Fair. El momento fue captado el 16 septiembre 2007 y muestra a un soldado de EEUU que descansa en el bunker “Restrepo”, denominación de un soldado de su pelotón, cerca del Valle Korengal, al este de Afganistán. Gary Knight, presidente del jurado afirma que ha sido la ganadora porque “La imagen muestra el agotamiento d eun hombre y el agotamiento de una nación”.

jueves, 7 de febrero de 2008

Review 'John Rambo'

“Vivir por nada o morir por algo”
Vengo de ver ‘John Rambo’ y la memoria me ha llevado, inevitablemente, al rudimento de aquel personaje iconográfico de los 80, no al frío asesino paranoide creado por David Morrell en su novela ‘First Blood’, si no al hierático ex marine que se siente perseguido y atormentado por las secuelas psicológicas de la guerra, desubicado en una sociedad que ha decidido repudiarle y que llevó a Sylvester Stallone al Olimpo de Hollywood hace más de dos décadas.
El bueno de Sly, motivado por el éxito y la dignidad que supuso para él la última parte de su otro personaje inmortal, ‘Rocky Balboa’, ha decidido seguir dando envites de nostalgia a su hasta ahora maltrecha carrera. ‘John Rambo’, sin embargo, sí aprovecha cierto oportunismo efímero de este momento de gloria por la que atraviesa el actor y director. Pero era el momento justo de recuperar a la máquina bélica más poderosa del género. Si había un momento de sacar de la memoria a Rambo era ahora. El personaje, renace con la violenta sístole de una ametralladora con la que hacer su propia justicia, la guerra, al fin y al cabo, forma parte de él y como afirma en esa frase antológica del filme “cuando alguien te empuja, matar es tan fácil como respirar”, cualquier excusa es buena para volver a las andadas. De este modo, se equipara a su célebre púgil en el hecho de que ambos se han convertido en viejas glorias abnegadas y consumidos en sus propios recuerdos, sin terminar de cicatrizar sus heridas internas.
Presentar a un Rambo sexagenario aislado en Tailandia que pasa los días cazando serpientes para un espectáculo de feria es el entorno ideal para definir a un personaje retirado, de vuelta de todo, exhausto y avejentado, sin ningún tipo de motivación. Sólo hay que provocarle un poco para que se convierta en el autómata asesino que fue gracias a su Gobierno. En su última aventura poco importa la despolitización del mensaje, más allá de un hombre que lucha por su propia justicia, ni del salvaje uso de las imágenes que otorgan a Stallone el reconocimiento del vigoroso pulso y ritmo que mantiene en todo momento. Sobre todo, en sus escenas de acción, en su representación del belicismo y la importancia con la que cuida la parte sonora del filme. Aquí, Stallone da un recital de sangre, de brutal y bucólica grafía de esa violencia (incluso tecnificada si es necesario) que evoca otros tiempos donde la corrección política quedaba en un segundo término.
A Stallone parece que ‘le pone’ esta orgía de sangre; meter a unos idealistas miembros de una ONG en pleno infierno, haciéndoles entender que las cosas, por mucha esperanza que se tenga, nunca cambian. Es el simple pretexto para despertar al sanguinario león dormido. El héroe está cansado, se le nota. Tampoco ha logrado diluir los fantasmas del pasado. Y lo que es peor, se la sudan los dilemas morales de los que le rodean. Como también tener que compartir espacio y misión con unos mercenarios de guerra. Pero no por ello dejará de cumplir sus objetivos militares, su venganza contra aquellos que, como en Vietnam y en sus posteriores conflictos militares, marcaron la vida de este soldado de élite y lo sumieron en la locura y el descontrol.
Esta cuarta entrega no es una gran película, ni mucho menos. Tampoco lo fueron sus predecesoras, si exceptuamos la magnífica ‘Acorralado’, de Ted Kotcheff, pero si por algo es loable la resurrección del mito es por la honestidad con la que Stallone sabe caracterizar el crepúsculo final de sus mitos y, en consecuencia, otorga al fan de aquel cine una última ración de hemoglobina con sabor a barro y olor a pólvora. Una glorificación de la violencia que encuentra la imagen más alentadora de la tetralogía; aquélla en la que Rambo regresa, más cansado que nunca, a su Bowie natal, en Arizona, en busca de sus raíces, cansado de que el mundo no cambie y haciendo que el público eche de menos ese ‘It's A Long Road’, de Dan Hill.
Por ello, gracias Stallone por ofrecernos esta última fiesta.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008