sábado, 25 de junio de 2011

Muere Peter Falk, el eterno detective Colombo

(1927–2011)
En los círculos de alto ‘standing’ de California se cometían asesinatos imposibles de resolver. Nadie hubiera sido capaz de llegar a la verdad. Si no fuera por la sagacidad de un hombre pequeño y hurón, de aspecto desgarbado, con una garabina que le quedaba grande y un puro inacabado, eterno y representativo de aquellos delitos sin solventar. Comenzaba así un juego de manipulación psicológica, de enfrentamiento con un criminal casi siempre educado y refinado, en un choque frontal que aludía a una batalla de clases en la que siempre ganaba el lado honesto, la ley. En el fondo, la representación de la clase trabajadora a la que pertenecía ese hombre sin nombre, pero un apellido que pasó a formar parte de los anales catódicos y brindó a su intérprete, Peter Falk, el hecho de convertirse en el actor televisivo mejor pagado a finales de los 70.
El actor del ojo cristal, bajito y más bien feo, pasó a ser una estrella memorable. Con el investigador que siempre aludía a su mujer y a su jefe y jamás aparecieron físicamente, Falk obtuvo cuatro Emmys y un Globo de Oro gracias a su más carismático detective. Sin embargo, su capacidad de registros fue ampliándose a lo largo de los años; fue nominado dos veces como secundario, por ‘El sindicato del crimen’, de Burt Balaban y ‘Un gángster para un milagro’, de Frank Capra, estuvo en películas de éxito (‘La carrera del siglo’, ‘El mundo está loco, loco, loco’ y ‘El mayor robo del siglo’), se atrevió con el cine de improvisación de su gran amigo John Cassavetes (‘Maridos’, ‘Opening night’ y ‘Una mujer bajo la influencia’ y participó en películas generacionales como en ‘La princesa prometida’. Según cuentan, fue un hombre entrañable y cercano, amante de su profesión y de la pintura. Con Falk perdemos a ese hombre que, antes de irse, decía aquello de “Bueno… si no le molesta… tengo una última pregunta… porque hay algo que no encaja”.
D.E.P.

viernes, 24 de junio de 2011

Review 'Hanna (Hanna)', de Joe Wright

Una máquina de matar inhibida
Joe Wright propone un juego de apariencias donde el ‘thriller’ no es más que un simbolismo más dentro de una trama con propensión a lo ostentoso que acaba por desfallecer.
En ‘Kick-ass’, la novela gráfica de Mark Millar y John Romita Jr. y adaptada al cine por Matthew Vaughn, un padre ex policía que intentaba acabar con los principales capos de una mafia de narcotraficantes que mataron a su esposa educaba a su hija pequeña en el arte de la guerra y para que le acompañara en su función superheroica en busca de venganza. Es imposible no acordarse leyendo la sinopsis de ‘Hanna’ de Big Daddy y Hit-Girl. Sin embargo, lo que allí suponía un ejemplo de anarquía cinematográfica en la deconstrucción del héroe de cómic, de espíritu irónico cercano al cinismo, poco tiene que ver con las bases sobre las que se erige la película de Joe Wright. Ambas comparten a esa dulce e inocente niña que es, en el fondo, una bestia adiestrada para matar.
Aquí la protagonista es una etérea y fría joven de rostro hierático y penetrantes ojos azul aciano que esconde bajo su pálido rostro años de aprendizaje de lucha extrema, manejo de las armas, caza, defensa bélica en todas sus variantes. En un reducto natural perdido en Finlandia, Hanna ha sido entrenada por su padre, Erik Heller (Eric Banna), un agente de la CIA que tiene escondida a la chica para evitar que su despiadada compañera del servicio de inteligencia Marissa Wiegler dé con ella para eliminarla. Pero Hanna, carente de habilidades sociales, ha decidido que quiere ver mundo. En su comienzo, el filme de Wright bosqueja los rudimentos narrativos de lo que vamos a ver en el trayecto vital del personaje, un un viaje iniciático desde la niñez al mundo adulto, donde la pérdida de la inocencia viene dada desde un punto de vista fabulesco en ese halo misterioso que esconde la naturaleza de la protagonista en su viaje a la civilización en busca de respuestas.
De entrada, resulta extraño que un director como Joe Wright, adecuado a películas de época y corsés con dramas como ‘Orgullo y prejuicio’ y ‘Expiación’, haya virado su trayectoria hacia el cine de acción pretendidamente expeditivo y sin freno. Tampoco ha modificado su ejecución, apoyada en todo momento por un punto de poética, donde prevalece la puesta en escena y la estética de un ejercicio de efectismo formal, de cierta grandilocuencia artística. Wright no abandona en su sondeo de esta primera aventura en el género algunos de sus rasgos estilísticos, como la propensión a lo ostentoso, a la frialdad sofisticada en la composición de sus imágenes o ese plano secuencia que nos recuerde que es un director virtuoso que sabe exponer este tipo de dificultades técnicas en la narración y salir victorioso.
‘Hanna’ está trazada con los rituales esquemáticos de un cuento de hadas, como si fuera una nueva versión de Caperucita y el Lobo, combinada con el espíritu de Christian Andersen en el que los ‘glocks’, los ‘smartphones’ y los seguimientos satélites de la CIA representan el acecho del villano de turno. También hay un manifiesto homenaje explícito a los hermanos Grimm (es el nombre del parque de atracciones oxidado y envejecido clave en la búsqueda de Hanna de su destino), pero desprovisto de la oscura temática y el humor de los escritores alemanes. Estamos ante un juego de apariencias, donde el ‘thriller’ no es más que un simbolismo más dentro de un entramado de envolturas con el fin de distraer la atención del espectador hacia un ritmo palpitante, pero sin pararse a reflexionar sobre preguntas evidentes que cuestionan el detonante y el desarrollo de toda la trama: ¿por qué si Heller ama como un padre a Hanna no abandona su proscripción y la devuelve a la civilización para enseñarle otro tipo de vida y dejar atrás el localizador y esa forma de sanguinaria vida salvaje?
En ese sentido, ‘Hanna’ abre muchos frentes metafóricos, que tienen sólo en un subtexto intangible su verdadera gracia. Podría haber sido un soterrado cuestionamiento de la deshumanización que sufre la infancia con tanta manipulación polifórmica o un brillante estudio sobre el desarrollo de esa niña que se hace mujer y que comienza tal periplo en el mismo instante en que aprieta un botón rojo (que bien podría representar la menstruación) para enfrentarse al universo adulto. Tal vez lo sean, pero las metáforas se limitan a lo fácil, a lo evidente, como ese persistente simbolismo de Cate Blanchett, villana de turno, limpiándose los dientes hasta el sangrado con todo tipo de utensilios odontológicos, mostrando así al lobo afilándose los dientes, como preparada para comerse a la niña en una suculenta cena.
Y es que ‘Hanna’ aspira a coagular un conjunto sólido, donde sus elementos y ‘set-pieces’ funcionen individualmente, más allá de confluir como una miscelánea coherente y sólida. Pero no es así. Desde esa desdibujada relación paternofilial, pasando por esa historia de amistad entre adolescentes donde dos chicas se humanizan respectivamente descubriendo sus carencias afectivas hasta llegar a la repulsiva delineación de los villanos que acechan a la joven, personajes estos que aparentan inteligencia pero que se comportan de manera inexplicable estúpida. Aquí los malos parecen sacados de un película infantil de serie Z, donde el perseguidor Isaacs (Tom Hollander) parece una bifurcación patética del Frank Booth de ‘Blue Velvet’ y el Harry Powell en ‘La noche del cazador’, vestido con un estrambótico chandal sacado de la británica serie ‘Little Britain’.
No se entiende cómo se trata a la chica durante el filme después de la brillante secuencia de la base marroquí, en la que evidencia la bestia que lleva dentro. A pesar de ello, la vemos perseguida por infames madames de la CIA y gregarios de puticlub. La comicidad involuntaria no le viene bien a un ‘thriller’ con ínfulas de oscura visceralidad, por lo que el suspense se estanca y se va debilitando su poder de sugestión desprovisto de ambigüedad moral hasta el punto de llegar a encuadrarse en la subclasificación de película de persecuciones, siempre vacía de ímpetu efusivo.
La violencia y la sangre también se muestran en todo momento inhibidas, la agresividad resulta desangelada, así como las emociones carecen de matices, de fondo dramático que las sustenten. Sólo la joven actriz Saorsie Ronan, estupenda y convincente, parece ser la única interesada en mantener algo de credibilidad en la vertiente emocional con un papel muy físico y complejo. Se encuadra en ese tipo de heroínas aparentemente frágiles capaces de destrozar a quien se le ponga por delante. Pero ni con esas, por mucho ritmo electrónico e hipnótico salido de la imaginería musical de los Chemical Brothers que acompañe a las imágenes.
El problema es que a Wright se le vuelve a ir la mano en el exceso de trascendencia con la que asume su cargo, tendente hacia un esforzado europeísmo que prevalece en toda la acción, con tramas de espionaje y manipulación genética soterrada que esconde un cuento demasiado artificial, que tiene que recurrir a la labor fotográfica de Alwin H. Kuchler para establecer un estado de ánimo y un aumento del nivel de tensión. Por lo demás ‘Hanna’ no propone nada nuevo. La reiterada historia de un pez fuera del agua, como hace poco hemos visto en ‘Sin identidad’, de Jaume Collet-Serra, que a su vez ejercía de vidriosa reminiscencia de la saga de Jason Bourne, sólo que aquí el personaje principal en vez de buscar la verdad sobre quién es, se preocupa por la búsqueda de lo que es, como un alegoría del monstruo de Frankenstein de Mary Shelly. ‘Hanna’, al final, queda como una fábula surrealista de sangre y arrepentimiento, más superficial que hiperactiva y audaz. Poco ortodoxa, sí, sin embargo acaba dejando un sinsabor que, afortunadamente, se olvida una vez se abandona la sala de cine.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia! (The Hangover Part II)', de Todd Phillips.

miércoles, 22 de junio de 2011

Miss USA 2011 deja perplejo al mundo de la belleza y el vacuo boato

Todos recordaremos aquél momento glorioso para el colectivo rapaz y catódico en el que al embajador de Rusia de 2001 se le ocurrió preguntarle a la candidata a Miss España por parte de Melilla aquello de “dime en algunas 25 palabras qué sabes de mi país: soy embajador de Rusia”. La joven maniquí, aturdida por la mala hostia de la pregunta, no supo más que responder “Pues Rusia es un país… donde vive gente maravillosa, que… ha habido en el tema de política algunos cambios y no sé mucho más. Gracias”. “¡Menudo cabrón!” debió pensar la pobre Eva Maria Blanco, que así se llamaba la guapa del otro lado del Peñón. Pues bien, en USA, ese país donde a las niñas pequeñas las moldean hasta el paroxismo enfermo desde pequeñas para ser ‘misses’, haciendo de ellas poco menos que unas ‘freaks’ repulsivas de la belleza como aspiración de un sueño americano caduco y podrido, tampoco le van a la zaga. Siempre hemos pensado que aquél soviético fue muy cruel con la pobre chica aspirante a desfilar y a obtener una cuota efímera de celebridad (que la tuvo). Sin embargo, cambiemos la pregunta de los rusos por esta otra: “¿crees que la teoría de la evolución debe enseñarse en las escuelas públicas?”. Aquí viene lo bueno. Alyssa Campanella, la representante de California que finalmente ha ganado el concurso de Miss USA 2011, respondió con total soltura: “Por supuesto. Lo aprendí todo acerca de teoría de la evolución en la escuela. Y creo en ella. Soy una tremenda ‘geek’ de la ciencia y me gusta creer en la teoría del Big Bang y en la evolución del hombre a través del tiempo”. Vale, diréis que cualquiera podría haber contestado algo similar.
Pues bien, el 98 % de las candidatas no supo contentar más allá del típico “Bueno, eh… pues…” y finalizar su aportación sobre el tema rascándose la cabeza y sonriendo con vulgaridad. Campanella recordó además que el Centro Nacional de Ciencias de la Educación Nacional había manifestado hace poco que el creacionismo (es decir, el dogma que profesa a Dios como el creador del universo) es una materia que se aceptaba en Estados Unidos como científicamente válida. Algo que ella consideraba un error para los cursos de ciencias de cara a su futuro universitario. Mientras sus rivales Jessica Chuckran (Miss Alaska), Patterson Keeley (Miss Mississippi) y Whitney Veach (Miss Virginia Occidental) rechazaron la teoría de la evolución de Darwin y Wallace aludiendo a ella como una teoría religiosa errónea, Madeline Mitchell (Miss Alabama) simplemente declaró: “Yo no creo en la evolución, no creo que se deba enseñar en las aulas pues no es un estimulo para nadie”. Alyssa, por su parte, ha dejado claro que, dentro del circo de bellezas de figurín y estética vacua que suele dar en estos certámenes, existe un prototipo de belleza que reúne más cualidades aparte del físico. Eso sí, a la audiencia les ha dejado a cuadros, como los de las camisas de los ‘rednecks’ que no entienden cómo una chica guapa ha negado lo que ellos creen a pies juntillas.

martes, 21 de junio de 2011

Adiós a Ryan Dunn

Ayer nos dejó prematuramente Ryan Dunn, uno de los veteranos de ‘JackAss’ y miembro de ‘Viva la Bam’. Dunn se dejó la vida en un accidente de tráfico en West Goshen Township, Pensilvania, a los 34 años. Perteneció a una generación que triunfó en la MTV dentro del programa capitaneado por Johnny Knoxville, donde fue parte destacada de esos símbolos de la salvajada visual, como parte importante de una feria de ‘cartoon’ enloquecidos que tuvo como propio centro de agresiones el cuerpo de sus integrantes, la definición de locura autoviolenta en la que jugarse el físico con tal de lograr el más demencial ‘sketch’. En el margen más arriesgado y brutal, donde rige la regla del “cuanto más estúpido, original o peligroso, mucho mejor”, se situaron los retos de estos vídeos ‘slapstick’ poco aconsejables para una audiencia impresionable o madura.
Hizo sus pinitos como actor en pequeños papeles en cine y televisión, participó en rallies de coches de lujo junto a su gran amigo e ilustre integrante de ‘JackAss’ Bam Margera, hizo el loco junto a Don Vito, ejerció de maestro de ceremonias y culminó algunas de sus mejores locuras metiéndose en un cubo de basura y dejándose caer por un tejado hasta el suelo, insertando un coche de juguete en su culo para ver la reacción del médico, sintió la fuerza de un motor a reacción de un L-39 de combate, tuvo sus roces con diversos tipos de escaleras y carros de la compra, era capaz de beberse una botella de whisky de un trago… y más barrabasadas que le hicieron convertirse en parte fundamental de ese grupo de tarados con ganas de hacer reír a la audiencia con un humor directo y superficial, adecuado para ver con una cerveza en la mano y otra en la otra y determinado en el infantilismo cómplice que no entiende de circunspección. Lo último que estrenó ha sido, apenas hace unos días, ‘Proving Ground’ para G4 TV, junto a Jessica Chobot. Se le vio horas antes de su tremendo accidente en Twitter, donde colgó una foto poniéndose hasta arriba de cervezas. Eso, unido a los 180 Km/h. que marcaba su cuentakilómetros en momento del siniestro hicieron el resto.

viernes, 17 de junio de 2011

Review 'X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class)', de Matthew Vaughn

El renacimiento variable de los mutantes
Después de ‘Kick-ass’, Matthew Vaughn propone un cambio de aires a la saga de los mutantes de la Marvel con una precuela filmada con elegancia en una ágil concesión al ‘thriller’ que roza el cine de espionaje salpicado de sentido del humor.
El resurgimiento de una saga como ‘X-Men’, que acumulaba ya tres entregas y la disección individual de uno de sus personajes más conocidos, Lobezno, necesitaba una rehabilitación mitología debido a una anémica finalización y un agotamiento más que evidente dentro de los parámetros de las adaptaciones del cómic de la Marvel. Lo bueno de su condición de saga colectiva es que pervive en ella una amplia multiplicidad gracias a las transformaciones sufridas a lo largo de los años, que abren la puerta a las variaciones polisémicas dentro de un mundo poblado por seres mutantes con conflictos dramáticos más o menos comunes.
Pretender abarcar toda la historia de los ‘X-Men’ se antoja imposible, por lo que aquí se ha optado seguir el patrón de otros modelos superheroicos y replantear su estrategia comercial una vez agotado el prototipo para reformular la orientación de la franquicia. Sin caer de lleno en esa ‘Edad Oscura’ que alcanzó a iconos como ‘Spider-man’ o más claramente el ‘Batman’ de Nolan, Matthew Vaughn opta en ‘X-Men: Primera Generación’ por su vista de un modo autorreferencial a ‘Kick-Ass’, con nueva versión que se mueve entre la solemnidad de la problemática de esa eterna entre mutantes y humanos y algo más de frescura despojada de tanta circunspección.
Vaughn toma la batuta tras Brian Singer y Brett Ratner, abandonando la metódica frialdad del primero y el desmedido descalabro del segundo, para iniciar un parabólico y libérrimo tributo con una adaptación que se sitúa en la línea mágica y brillante de los guiones de Cleremont, Byrne, Davis o Morrison. Ha llegado un momento en que el cine de superhéroes se ha tiranizado a la reiteración, al abuso de ‘blockbusters’ que adecuan cómics manufacturados con una facilidad vehemente. ‘X-Men: Primera generación’ podría equipararse al efecto que ‘Casino Royale’ propició a otra franquicia agotada como la de James Bond. Por eso, Vaughn, junto a su elenco de guionistas formado por Ashley Miller, Zack Stentz y Jane Goldman, lo que pretenden es deconstruir lo ya narrado, desde su génesis, haciendo de esta nueva entrega una precuela y mosaico de referencias al cómic, sin traicionar sus estilemas, hasta liberarse a un producto deliciosamente subversivo. Por supuesto que no falta la reivindicación de la humanidad de los mutantes, pero ahora que se ha dejado a un lado a Tormenta o Lobezno. Aunque ojo, Hugh Jackman hace un cameo interpretando a Wolverine.
Este salto en el tiempo retribuye al fan con una cinta alimentada por la energía juvenil de los mutantes, de sus rudimentos y primeros pasos. El itinerario de esta precuela se ubica, por tanto, en los inicios de esa relación de odio y necesidad que van fraguando el Profesor Charles Xabier y el Doctor Erik Lehnsherr, más conocido como Magneto. Como viene siendo algo habitual en el último cine de acción, la pasada Guerra Fría y la crisis de los misiles cubanos de 1962 sirven de marco para desarrollar un antagonismo que les une en una misma búsqueda del malévolo doctor nazi Kalus Schimdt / Sebastian Shaw; uno con objeto de defender a su país y el otro, con ansias de venganza sobre el hombre que asesinó a su madre y lo utilizó en experimentos médicos en un campo de concentración. Por supuesto, sin olvidar densos temas como la discriminación, la enajenación, la libertad y la duplicidad confabulada en la ambigüedad que se dispone en el antagonismo de los mutantes.
Se nota el apego que siente Vaughn por el material que tiene entre manos y desarrolla su función en consecuencia, con la habitual elegancia y cognición del medio más populista del cine. El realizador de ‘Stardust’ es buen conocedor de los entresijos de lo comercial, filmando a lo grande, pero sin desprender el interés de un guión calculado con la pirotecnia de efectos digitalizados puestos al servicio de la historia. Por eso mismo, el tono existencialista queda diluido en un aspecto formal más lúdico, que juega a comedir los excesos al tratarse de una época pasada, más cauto en cuanto a demonizar la historia a los nuevos desafíos digitales.
Pese a su larga duración y sin ser la película definitiva de superhéroes y a que su franqueza prosaica se sujete a las progresiones emocionales de los personajes, la acción prolifera no sólo como parte individualizada de enfrentamientos o luchas, sino que extiende su interés a una ágil concesión al ‘thriller’ que roza el cine de espionaje salpicado de humor, con una dinámica que activa los dispositivos necesarios. Es cierto que al cineasta británico se le nota demasiado pendiente porque todo resulte sorprendente, pero lo hace con una sorprendente capacidad a la hora de combinar ingenio e instinto para obtener como resultado una cinta de gran consumo, con elevadas dosis de adrenalina y abriendo nuevas posibilidades a una saga que parecía acabada.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Hanna (Hanna)', de Joe Wright.

Boston Bruins campeones de la Stanley Cup 2011

Los Boston Bruins machacaron hace dos madrugadas las expectativas de los Canucks de Vancouver en la final de la Stanley Cup de la NHL. La serie se había puesto todo lo emocionante que este tipo de choques se puede poner. El empate a tres partidos ganados ofrecía un encuentro a vida o muerte por parte de los dos equipos. El Canada Hockey Place se llenó con la esperanza de que Vancouver volviera a ver a su equipo levantar el máximo trofeo de la competición por primera vez en un siglo. La última vez que el conjunto canadiense vio algo similar fue el 1915, cuando ni siquiera existía el modelo de competición actual. Las expectativas eran máximas. Para los de Boston no había transcurrido tanto tiempo, ya que el último título data de 1972.
Boston salió sin especular, a jugar sus bazas en un partido vibrante, de tensión desbordada. Los dos protagonistas de este partido final fueron los dos guardametas. Roberto Luongo, de los Canucks, que no respondió a las expectativas y Tim Thomas, en el reverso de la moneda, que cuajó una actuación de MVP (recibió el trofeo Conn Smyth), convirtiéndose en el héroe de la noche al lograr 37/37 en paradas con un ‘shutout’ impresionante. Patrice Bergeron y Brad Marchand con dos goles cada uno cerraron el 0-4 que erigía al equipo dirigido por Claude Julien como el campeón de la Stanley Cup, la sexta para una franquicia que había visto cómo otros equipos, hasta en cinco ocasiones, le habían arrebatado esta oportunidad de volver escribir su nombre en lo más alto del hockey norteamericano.
Desde el inicio de esta final, los de Canadá habían copado el papel de favorito. Sin embargo, no ha sido suficiente. Fue un partido extrañamente cómodo para lo de Massachusetts, ya que en los últimos cinco partidos de la serie final, había comenzado perdiendo siempre con un 2-0 en contra. Desde 1965, ningún equipo había sido capaz de conservar una ventaja de tres goles transcurridos dos tiempos en un séptimo partido de la final. Boston lo logró. Y hoy sigue de enhorabuena. Los medios la han bautizado como 'Titletown (La ciudad de los títulos)', ya que en los últimos siete años la ciudad ha visto cómo los equipos de las disciplinas más importantes han obtenido el máximo trofeo de las competiciones más multitudinarias; NBA, NFL, MLB y NHL (Celtics, Patriots, Red Sox y Bruins). Por otra parte, en Vancouver, la derrota no sentó nada bien. Tanto es así, que se produjeron graves altercados en la capital canadiense, donde le violencia y el caos se tradujo en destrozos y detenciones. Boston entra de nuevo en la élite del hockey. Los nuevos reyes del hockey toman así el relevo de los Chicago Blackhawks.

jueves, 16 de junio de 2011

Fotos de antes dentro de fotos de ahora

Fotos dentro de fotos, diversos lugares y contextos que mantienen su persistencia a través del tiempo, donde otros retrataron en él una huella gráfica de su paso, siempre perecedero, de forma antitética y complementaria. Mezclar pasado y presente en un mismo instante, en una sola toma en la que se evidencia que, pese al cambio, la esencia sigue intacta aunque hayan pasado muchos años.
Más, en Dear Photograph.

martes, 14 de junio de 2011

25 años sin Borges

“Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”.
(Jorge Luis Borges ).
Un conflicto con el tiempo, impugnar ese trayecto para detener la progresión y el desgaste avocado al fin. Borges siempre concibió una lucha obstinada por situar su obra hacia un enfoque del tiempo circular, como avance imperecedero hacia el punto de partida, donde identidad y alteridad se vieran afectadas por ese inherente sustrato filosófico que vertebró su obra; desde su icónico platonismo hasta la forma en que vivió el lenguaje y el mundo. Su vida es indisociable a las palabras y a los juegos semánticos, a la perspicacia y a la cognición meditada. Capaz de encumbrar el sortilegio literario a un entorno contracorriente, supo abrirse paso con pulso a la complejidad de persuasión ancestral que cultiva el relato sobre el lector. Por eso, Borges fue un gran fabulador, paradigma de hombre de letras que ejerce de hechicero a través de las palabras, con multitud de inalcanzables escritos que han quedado como solemnes manuales del perfecto cuentista, aquél cuya imaginación enajena la certidumbre con la perplejidad de lo fantástico. El escritor argentino fue uno de los grandes referentes contemporáneos que perfeccionó el idioma y forjó su reconocible estilo con animadversiones y lealtades. Borges se fue tal día como hoy hace un cuarto de siglo. Y el mundo literario le sigue recordando.

lunes, 13 de junio de 2011

Dallas Mavericks campeón NBA 2011: La leyenda de Nowitzki

Dirk Nowitzki consolidó su leyenda la pasada madrugada al certificar, pese a que no cuajó un gran sexto partido, su maestría como líder de Los Dallas Mavericks en la consecución del anillo de campeón de la NBA, el primero de la historia de la franquicia. Y lo ha hecho ante los Heat de Miami, el todopoderoso equipo esculpido a base de talonario donde imponen su ley, aunque no tanto (por lo visto), el temido ‘Big Three’ de talentos fuera de serie que son LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. No ha sido suficiente. El marcador final, 95-105, dejaba claro que los Mavericks salieron a llevarse la serie, la final y los elogios. La venganza del alemán a lo largo de la final se ha traducido en unos números de líder absoluto, de jugador total, de adalid capaz de resultar decisivo jugando con 39 grados de fiebre en el cuarto partido y empezando las finales algo tocado por una fisura en el dedo de la mano izquierda. Sin embargo, la certificación de su constancia y su capacidad de reacción han sido decisivas en las cuatro victorias de Dallas, tres de ellas con espectaculares remontadas.
El gran germano ha sido nombrado MVP de las finales, con una aportación de 26 puntos, 9,7 rebotes, un 42% en tiros de campo y con unos ‘playoffs’ marcados por un 51% en tiros de tres y un 49% en tiros de campo. Sus lágrimas de emoción hacían justicia a la humanidad de un jugador que ha marcado con su talento algunas de las más brillantes páginas de esta colosal liga de fantasía y espectáculo. Su leyenda, por fin, está completa con este merecido anillo. Hace cinco años, Dallas se dejó su primer asalto al campeonato en una final contra Miami. Entonces, Wade y Shaquille pudieron con Dallas. Anoche el desagravio se sirvió, una vez más, en plato frío. La profecía de Jason Terry, que se había tatuado en el bícep el Trofeo Larry O’Brien, la Copa de campeones, vaticinó con esta fanfarronada que el equipo texano ganaría el anillo a final de la temporada. Y así ha sido.
Ante la fuerza mediática del equipo dirigido por Erik Spoelstra, Dallas ha conjugado la esencia representativa de un verdadero equipo campeón, sabiendo ofrecer un baloncesto revulsivo, basado en la colectividad y el juego en equipo. Cuando Nowitzki falla, ahí están Chandler, Terry, Marion, el veteranísimo Jason Kidd o el jovencísimo Barea (que ayer fue clave en la final) para enmendar los errores y tomar el mando. LeBron James, jugador de clase incuestionable, pero muy cuestionable a la hora de afianzarse como ese improbable heredero de Michael Jordan, comparación que, hasta el momento, le queda muy grande, por mucho que Scottie Pippen levantara un revuelo con sus declaraciones laudatorias al jugador de los Heat, se queda sin anillo en un sonado fracaso como jugador. En los instantes más decisivos del juego, en el ‘crunch time’ que se llama, James ha estado desastroso, siendo el principal responsable de los errores de su equipo cuando más falta hacía.
Por su parte, el equipo de Rick Carlisle, que ya fulminó a los Lakers de Phil Jackson, sostiene un espíritu de juego clásico, definido por el conjunto, la lógica de la defensa y la efectividad del ataque llevado con inteligencia. Dallas ha jugado una final perfecta, sometiendo a su rival al raciocinio del juego que no ha encontrado argumentos antes similares argumentos llenos de recursos. Dallas se lleva el anillo con todo merecimiento, haciendo justicia a su juego y erigiendo a su jugador franquicia al Olimpo de las leyendas. A Nowitzki lo único que le faltaba era un anillo de campeón de la NBA. Y ya lo tiene.

miércoles, 8 de junio de 2011

Muere Jorge Semprún

1923-2011
Se ha ido el testigo excepcional del Siglo XX. Un hombre que vivió parte de su vida en la clandestinidad de un exilio forzado. Ensayista, escritor, intelectual, guionista cinematográfico, traductor, ex Ministro de Cultura y profesor de literatura, Semprún se caracterizó por confeccionar, a través de sus libros memorialistas y reflexiones sobre nuestra la historia reciente, una obra de consorcio entre memoria y literatura siempre enfrentado y acallando a aquellos que, como Marguerite Duras y su marido Robert Antelme, creyeron que Semprún fue partícipe de una brutal delación contra los miembros de la célula de la rue Saint Benoit y que incomoda a los defensores ideológicos y seguidores hagiográficos del literato. Más allá de la controversia histórica que levantó su vida y su posible condición de kapo estalinista dentro del campo de concentración de Buchenwald en la Alemania de Hitler (como sugiere Stéphane Hessel, tan de moda por su ensayo 'Indignaos', base del texto para la revolución del 15-M, en su autobiografía), su paso por el infierno nazi se refleja en su trilogía sobre esta traumática experiencia en el (‘El largo viaje’, ‘Aquel domingo’ y ‘La escritura o la vida’), que influyó en todos los aspectos literarios posteriores, Semprún fue el autor de obras como ‘Adiós, luz de veranos’, ‘Netchaiev ha vuelto’, ‘El largo viaje’, ‘La segunda muerte de Ramón Mercader’, ‘Autobiografía de Federico Sánchez’ o la primera novela escrita originalmente en castellano y, posiblemente mejor libro del autor, ‘Veinte años y un día’, que suponen un ejemplo en primera persona de construcción de un legado literario sobre los fragmentos de una propia memoria inmersa en el tumulto histórico de acontecimientos relevantes del pasado siglo, donde Semprún describió su vida en el fuego cruzado que lucha para que el recuerdo no caiga en el olvido. Guionista de cineastas influyentes como Costa-Gavras, Joseph Losey y Alain Resnais en títulos imprescindibles como ‘Z’, ‘Las rutas del sur’ y ‘Stavisky’, respectivamente, este hombre de mundo, contestatario y siempre polémico por los claroscuros de su manifiestos ha logrado describir mediante su obra un foco personal para entender, siempre desde un punto de vista subjetivo, parte del pasado.