lunes, 17 de mayo de 2010

Día de (sin) Internet

Hoy es el Día de Internet. Se supone que se trata de una jornada festiva cuyo objetivo es acercarse y celebrar un acontecimiento tan trascendental como la instauración de Internet. Se supone, porque si bien es cierto que Internet se ha convertido en una herramienta indispensable llena de posibilidades, también lo es que se trata de una virtuosa afección de exigencias encubiertas, de coacción de ocio que usurpa tiempo libre a otras aficiones antes primordiales. Hay que celebrar la importancia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, pero sin olvidar los riesgos “idiotizantes” al que conlleva el exceso de Internet en nuestras vidas. La popularización de Internet ha supuesto una potente ventaja que abre una puerta infinita a la información, de forma libre y gratuita. Y, a su vez, está granjeando un imparable progreso a hacer vulnerables y desprotegidos a los usuarios que consideran Internet como una de las actividades más satisfactorias de diversión. Por eso ¿por qué no hacer de este día una celebración totalmente antónima? Es decir, con la llegada del sol y el buen tiempo, aparcar nuestra curiosidad binaria y dedicarnos a disfrutar del mundo real; de una caña con un pinchito, de un libro bajo el árbol de un parque, de un paseo por la ciudad... En cuanto, acabe estas líneas, es lo que haré.
Feliz Día de Internet… sin Internet.

sábado, 15 de mayo de 2010

El adiós deportivo de Joseba Etxeberría

Hace quince años, allá por 1995 Joseba Etxeberría fichaba por el Athletic Club de Bilbao por 550 Millones de las antiguas pesetas. Una gesta convertida en el fichaje más caro de la liga española y, en aquel momento, el más costoso de la historia del fútbol. Por aquel entonces “El Gallo”, como se le conoce cariñosamente en San Mamés, tenía 17 años y venía de consolidarse como una figura emergente y de gran futuro al proclamarse máximo goleador del mundial sub-20 de Qatar. Desde entonces el juego eléctrico por la banda derecha del club ha dejado 104 goles en sus 514 partidos de liga. Esta tarde la leyenda de este chaval de Elgoibar ha puesto punto y final a una brillante carrera donde ha demostrado la valía de un jugador intenso, que desbordaba con su rapidez y desparpajo. El eterno dorsal 17, el número mágico compartido, lucirá en la elástica rojiblanca por última vez y la capitanía será cedida a otro jugador la temporada que viene. En el minuto 72 del partido contra el Deportivo de La Coruña se ha producido el instante de su adiós. Ha sido enormemente emotivo. San Mamés le ha despedido con la enorme ovación, en pie, como se despide a los grandes nombres de este deporte. Etxebe no ha podido contener la emoción y las lágrimas han brotado de sus ojos. Como a un niño que se le quita un juguete, fundiéndose en un conmovedor abrazo con el resto de sus compañeros. Ha recordado a otro momento en el que Joseba dejó ver su rostro bañado en lágrimas, reflejo del sentimiento profundo por estos colores en la Final de la Copa del Rey el pasado mayo de 2009.
Todos han reconocido su esfuerzo y vinculación. Sin ir más lejos, este último año, en el que ha cedido sus emolumentos a la Fundación del club, otro gesto de su lealtad y cariño al equipo que le recibió como una estrella prometedora y le despide como una leyenda viva del club. Se marcha sin ningún título en su haber, pero con la certeza de inscribir una era llena de episodios inolvidables, de recuerdos futbolísticos de alta jerarquía y de sobrellevar con orgullo el escudo cuando los tiempos no fueron afines a la celebración. La creatividad y el dinamismo con el bordó las tardes de gloria, el temple con el que asumió la capitanía, en las victorias y en las derrotas, hacen que la marcha de este jugador dejen un hueco muy difícil de llenar. La catedral despide, por tanto, a un ídolo de casta, de los que ya no quedan. A un emblema al que hay que agradecerle su compromiso, su valor y su juego. Con Joseba Etxeberría se va un noble futbolista, un "león" al que la afición ‘athleticzale’ recordará en el repaso de la Historia de este club de 112 años de antigüedad.
Por todo ello, gracias Joseba ¡Eskerrik Asko!
Nunca te olvidaremos.
Aquí el entrañable documental ‘El último canto del Gallo’, de Koldo Urriz y Agustín Benito para Etb que recorre los recuerdos y la carrera de este inolvidable jugador a través de imágenes y testimonios de algunos de sus compañeros y rivales.

Review 'Iron Man 2 (Iron Man 2)', de Jon Favreau

Otro divertimento de festín
Jon Favreau prolonga las reglas del primer ‘Iron Man’ en una secuela que, a pesar de ciertos problemas y defectos, sigue la vía del desprejuicio como virtud para ofrecer un espectáculo de esparcimiento sin pretensiones.
El primer ‘Iron Man’ se desvinculaba de la nueva tradición de superhéroes por varias razones. Entre otras, que su ímpetu comercial no desdeñaba el hecho de transitar por lugares comunes del subgénero, combinado un plausible esfuerzo por evitar la previsibilidad y dotar de sustancia tanto a la historia como a la narración. Después de embolsarse más 320 millones dólares en 2008 sólo en Estados Unidos, su director, el también actor Jon Favreau tenía muy claro que, para evitar el desastre de otras sagas que han caído en el error de dejar de lado sus secuelas (entre ellas, el horrible tercer ‘Spider-man’ de Sam Raimi), debía seguir unos procedimientos similares a los de su antecesora en un itinerario primordial que no traicionara la receta de calco hacia la simplicidad de su primera parte. Y ‘Iron Man 2’, en principio, no desarticula esta teoría, aunque no lo logre con total convención.
La historia continúa más o menos donde lo dejó su antecesora. El multimillonario Tony Stark acaba de anunciar al mundo que es el heroico Iron Man. La revelación no es del agrado de todos. Ivan Vanko (un gran Mickey Rourke), un físico moscovita con dientes de metal y pinta de enorme portero de prostíbulo de mala muerte que vive en un chamizo, quiere vengar la muerte de su padre porque considera que la familia Stark es la responsable de que fuera encarcelado en un ‘gulag’ y abandonado a la bebida en un Moscú de la era Putin despojado de su mérito científico. Es el primer elemento atractivo de esta nueva entrega; esa nostalgia de recuperación por parte del guionista Justin Theroux de la iconografía de villanos soviéticos, heredados de la Guerra Fría, olvidando, de algún modo, la actualización terrorista de los tiempos que corren.
En esos vértices de nostalgia genérica transcurre esta película donde la carrera sobre los avances armamentísticos son el núcleo de las disputas, con un complejo trasfondo socio-político y militar e industrial, en el que un Gran Premio de Mónaco brilla como un prontuario del glamour algo añejo o una Exposición de 1964 como punto culminante de un desarrollo actualizado. Por supuesto, en ‘Iron Man’ tampoco falta el factor de drama que preocupaba a Stark, su vulnerabilidad bajo la protección de acero. En esta continuación sigue siendo un enfermo con graves problemas de salud, un personaje que sufre de megalomanía y una alteración tóxica en la sangre. Es una lástima que, de nuevo, se haya dejado escapar el rastro de aquel mítico “demonio en la botella” de Layton y Romita. La adicción y sus fantasmas parecen no tener espacio en un ‘blockbuster’ familiar. Algo que, sin bien es lógico, determina el encauzamiento que tomado la serie en su adaptación cinematográfica.
Otro factor que no deja ser curioso es cómo la trama comienza con un senador americano reclamando en una audiencia del comité del Senado el testimonio de Stark para que revele los secretos de su arma para abrir nuevas vías armamentísticas al mundo, ya que países enemigos están probando su tecnología para conseguir prototipos similares a la estructura de bioelectricidad y robótica utilizada en Iron Man. La combinación entre patriotismo y capitalismo está llevada con inteligencia en estos compases del filme, con Stark aclamado por la caterva de seguidores de su creación jactándose de haber privatizado la paz mundial. Es el simbolismo de un corporativismo contracorriente que recuerda al lema acuñado por Bertrand Russell “la paz era nuestra profesión”.
Pero existe un antagonismo velado de Stark. Y lo hace de la mano de otro personaje, de Justin Hammer que, lejos de parecerse al sagaz y siniestro empresario del cómic, caricaturiza aquí al rival envidioso que ansía llegar a ese progreso técnico de su competidor. Este enfrentamiento recuerda (como analiza, entre otras muchas clarividencias subversivas y con rotunda brillantez, el texto del blog ‘The Hard Men Path’) a la conflagración tecnológica que llevan a cabo Steve Jobs y Bill Gates. Como fábula sociopolítica ‘Iron Man 2’ procura resultar reveladora o, al menos, deliberada hacia un discurso más profundo de lo que aparenta, entrelazando con algo de variedad en otros temas de actualidad, como que Pepper Potts sea nombrada como presidenta de la compañía Stark, cuña del progreso femenino en puestos de poder.
Pero lo cierto es que, si bien Favreau sigue en esa línea de desparpajo fílmico y todo sugiere entretenimiento sin complejos, a esta película le fallan mecanismos que provocan un resultado no tan convincente como su anterior muestra de estilo. No en vano, las afectaciones ponderativas en la espectacularidad de muchas de secuencias de acción rayan lo frívolo y excedido; desde ese deleite por la destrucción de coches de F1 en la primera lucha de Vanko y Starks/Iron Man, como en el duelo entre éste y los múltiples Iron Soldiers o en el tramo final, donde el dispendio y la ostentación digital llegan a su culmen con el duelo con Whiplash y el Hombre de Acero luchando por ponderar el honor de sus respectivos padres que no es más que otra muestra de superficialidad que intenta sobredimensionar sus líneas argumentales.
Pese a ello, el sentido del humor funciona a ratos. Aunque se desequilibre en ocasiones, debido a que el sutil sarcasmo se confunde en muchos momentos con el chiste zafio, con la funcionalidad del guiño bufonesco. Muchas de las acciones que hacen avanzar (o entorpecer) la trama carecen de toda lógica –como esa pelea escandalosa que tiene lugar en la mansión de Stark entre éste (borracho y vestido con el traje de Iron Man) y su amigo James Rodhes enfundado en otro prototipo similar denominado Mark II. Además, sus personajes secundarios permanecen en el limbo abandonados a su propia suerte en la dejadez y la insignificancia; Scarlett Johansson está muy ‘brutota’ como “Black Widow”, pero poco tiene que aportar dentro de la trama o el Nick Furia de Samuel L. Jackson que es casi imperceptible. Por otra parte, otros personajes que deberían tener cierto peso como Pepper Potts o el exagerado Hammer terminan sucumbiendo a la redundancia presencial. En ‘Iron Man 2’ es un problema el hecho de que vayan dando algo de carrete a demasiados personajes improductivos que van finalmente pierden su magnitud hasta la falta absoluta de importancia dentro de algunas tramas inconclusas o, directamente, inservibles.
Dejando el abuso de interfaces de anticipación tecnológica a un lado o los protagónicos efectos computarizados que desempeñan una función dilatada dentro del cómputo global de la historia (algo que no sucedía en la primera toma de contacto con el superhéroe), la pregunta es: ¿dónde reside entonces la mayor eficacia de esta secuela? Pues en los mismos aciertos del desprejuicio con el que se está conformando la saga; en el ritmo de montaje y en las ganas de entretenimiento, que sabe eludir el exceso de introspección especulativa cuando es necesario, en sus canciones de AC/DC, The Clash, Queen o Daft Punk, pero sobre todo, en el irresistible talento y atractivo de Robert Downey Jr., que sabe dotar con sutileza las peculiaridades de sus personajes. Es decir, que si bien no se percibe a primera vista, Stark, en manos del actor desprende en todo momento ese halo de canalla de bebedor y narcisista autodestructivo que se evidenciaba en las páginas de los cómics.
‘Iron Man 2’ es, con todos sus defectos, un placentero divertimento de festín, en una saga que renuncia (por el momento) a la moda del 3D y que agradece la concesión a la ingenuidad por parte del espectador que se deje llevar por los cielos, más bien de discreta brillantez, por los que surca este superhéroe dentro de una secuela estimable, aunque no aguante una comparación en términos cinematográficos con su impecable precedente y que deja abierta la puerta no sólo a una tercera entrega, si no a un compendio superheroico que proporciona otro par de guiños (esta vez al ‘Capitán América’ y a ‘Thor’) de lo que será un conjunto completamente interrelacionado del Universo Marvel y que tendrá como colofón ese armatoste fílmico que se titulará ‘The Avengers’.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Un ciudadano ejemplar (Law Abiding Citizen), de F. Gary Gray.

jueves, 13 de mayo de 2010

Antonio Ozores, el actor cómico entrañable

1928-2010
Conocí personalmente a Antonio Ozores en el Festival Guijuelo Pata Negra de 2005. Le ofrendaban un homenaje a toda una carrera. Fue muy por encima, con un breve saludo y una conversación de cortesía. Sin embargo, sirvió para acercarme unos segundos a ese actor infatigable que tiene su hueco en la memoria colectiva de muchas generaciones. Este hombre afable y atento ha sido uno de los actores cómicos más grandes del cine español. Es imposible no recordarle en tantas y tantas películas con su singular voz, con su esbelta figura algo desgarbada, con esa sonrisa eterna y talento para hacer reír que le viene de estirpe, de una respetada saga de actores y artistas que llevan consigo la nobleza de una profesión por la que han dado todo.
A lo largo de su extensa carrera fue intérprete de teatro (200 obras), de televisión, escritor, director, colaborador radiofónico… Pero sobre todo actor cómico de cine, el mismo que pasaría a ser figura insustituible, sobre todo las décadas 50, 60 y 70; primero con el desarrollismo, después con el post-franquismo, con películas a las que la crítica nunca ha confiado su simpatía (sobre todo, las de su hermano Mariano). Muchísimas cintas que siguen viviendo en el recuerdo de un cine que, al fin y al cabo, escribió los mejores números para la cinematografía española en muchas décadas. Hasta 160 títulos acumuló en una carrera.
Con su fallecimiento deja grabada la magia de un rostro entrañable, de tipo cercano, con un halo de bondad y proximidad. Un cómico que supo asumir su aparente encasillamiento con una decencia y una profesionalidad admirable, sabiendo crear un humor surreal y original, único, con una forma de expresarse entorpecida, balbuceando e inventando sobre la marcha palabras para rematar la frase con aquel “¡No, hija, no!”, frase histórica de la televisión dentro del mítico ‘Un, dos, tres…’. Antonio Ozores es parte fundamental del cine español. Una figura importante que deja con su marcha los recuerdos de un actor excepcional al que hay que agradecerle su imperecedera comicidad y simpatía. La divinidad del absurdo y del humor pierde parte de su encanto con su muerte.
¡Hasta siempre, gran “Pirulo”!

martes, 11 de mayo de 2010

Frank Frazetta: el adiós del Gran Genio de la ilustración

1928-2010
El día de ayer fue triste para el mundo de la ilustración y el cómic. El genio Frank Frazetta falleció a la edad de 82 años en Fort Myers (Florida, Estados Unidos). Frazetta comenzó muy pronto en el universo de la ilustración, destacando como una joven promesa que se afianzó en su carrera como uno de los más grandes nombres de la ilustración de la segunda mitad del siglo XX y, desde hace mucho tiempo, como uno de los mejores de todos los tiempos.
Emprendió su trabajo en el mundo del cómic, donde se diversificó en todos los géneros posibles; ‘western’, ciencia-ficción, historias de misterio y cualquier tema contemporáneo que le propusieran, ya fuera en D. S. Publishing, Magazine Enterprises y sus primeras grandes portadas para EC, Toby Press y Prize Publications. Se dice, incluso, que rechazó varias ofertas de la todopoderosa Disney. La serie de ‘Li´l Abner’ de Al Capp, donde Frazetta ejerció de autor en la sombra, sus insuperables portadas de Buck Rogers para Famous Funnies, ilustraciones satíricas para la revista Playboy con ‘Li'l Annie Fannie’ gracias a la devoción por su trabajo por parte del gran Harvey Kurtzman, fueron algunos trabajos que acrecentaron su nombre y bagaje en un mundo de competencia y talento en los albores de los grandes nombres dentro del arte.
Frazetta pasará a los fastos del arte como un irrepetible icono de la lustración, dueño y señor de un estilo prodigioso y elegante, lleno de contundente acción y dinamismo, dotado de una influencia onírica que no impide el realismo de sus trazos con una plasmación anatómica perfecta, capaz de lograr atmósferas y sensaciones que recuerdan a los grandes maestros de la pintura clásica. Su dominio del dibujo, del color y de todos y cado uno de los efectos cromáticos, merece un destacado estudio y un privilegiado santuario de admiración incansable por parte de todos los amantes de la belleza artística.
Frazetta marcaría un antes y un después cuando encontró la iconografía mitológica que reflejó en las cubiertas de tantos ‘covers’ clásicos como los de Conan, Buck Rogers, Vampirella, Blazing Combat, Thunda, Tarzán, Flash Gordon y un largo etcétera que serían la inspiración directa de otros genios de la ilustración como Boris Vallejo, Jeff Jones, Simon Bisley, Bernie Wrightson… Cuando en 1962 Roy Krenkel le pide ayuda para acabar unas portadas para unos libros de Edgar Rice Burroughs para la editorial Ace Paperbacks, sus ilustraciones se hacen un reclamo comercial instantáneo. En los 70 y gracias a la serie de ‘Conan’, se venden miles de ejemplares con aficionados atraídos por sus cubiertas de los libros de Robert E. Howard.
Fue la época más gratificante para este genio artístico, puesto que todo tipo de pósters, porfolios, ‘art-books’, pictoriales, dibujos y sus series ilustraciones con algunas de las ‘pin-ups’ más apetecibles e inalcanzables de la época dejaron un tránsito de éxito y fama para un ilustrador transformado en un autor de culto. La caricatura de Ringo Starr, los carteles de películas como ‘¿Qué tal, Pussycat?’, ‘After the Fox’ y sobre todo el de ‘El baile de los Vampiros’ también son trabajos reconocidos en la industria del ocio. En 1980 uniría su fuerza junto a otro maestro, Ralph Baski, para crear la mítica ‘Tigra: hielo y fuego’, cinta de animación envuelta en la magia de Frazetta. Fue un fracaso comercial absoluto, lo que no dejó que la estela de este genial dibujante no siguiera acaparando elogios por esa vida dedicada a su arte que fue recogida en esa trilogía fundamental sobre el genio: ‘Icon: A retrospective by the Grand Master of Fantastic Art’, ‘Legacy: Selected paintings and drawings by the Grand Master of Fantastic Art’ y ‘Testament: The life and art of Frank Frazetta’, así como en el interesante documental ‘Frazetta: Paining with fire’, de Lance Laspina.
En los últimos años, además de sus problemas de salud acarreados por la exhalación de un aguarrás en mal estado allá por 1986 y que debilitaron la salud del artista todos estos años, las propiedades y el museo de Frazetta han sido motivo de disputa entre sus cuatro hijos tras la muerte de su esposa Ellie (como contaban hace bien poco en Comic Verso). Problemas que fueron subsanados con el comienzo de la venta de algunos de los originales más valorados de la colección personal de Frazetta. Se cuenta, como curiosidad, que el guitarrista de Metallica Kirk Hammett llegó a pagar 1.000.000 de dólares por su mítica obra ‘Conan the Conqueror’.
El gran genio nos ha dejado. Y con él una inmensa obra de encomiástico valor, de virtuosa maestría que se antoja muy difícil de superar. Nos ha dejado el que será maestro de maestros. Sin duda alguna.
Aquí os dejo un enlace a una entrevista con el gran maestro del foro 'The Conan Completist'.
D.E.P.

Adaptaciones, los pitufos y Sofía Vergara

De unos años hasta ahora, la actualidad cinematográfica no deja de resultar, o bien de ser previsible o, a su vez, de sorprendernos. Si no tuviéramos suficiente con la horda de secuelas, adaptaciones de cómics (‘Thor’, llevada a la pantalla por Kenneth Branagh o ‘Capitán América, de Joe Johnston entre otros), ‘remakes’ de filmes que ya han tenido su reconocimiento internacional (versiones angloparlantes de ‘Déjame entrar’, con Matt Reeves en el ajo o la saga ‘Millenium’, que se atribuye supuestamente y por rumores a David Fincher), la ficción televisiva con barrunto nostálgico, obviamente, sigue por esos derroteros. Todos conocemos que ‘El Equipo A’ es ya una realidad que llegará a España el mes que viene con esos cuatros veteranos de Vietnam perseguidos por un delito que no habían cometido y viajaban en una furgoneta negra tuneada que sabían de chapistería y armamento como los que más. Liam Neeson, Bradley Cooper, Sharlto Copley y Quinton “Rampage” Jackson son los nuevos rostros fílmicos de las aventuras de aquellos héroes invencibles que eran capaces de disparar varias ráfagas de balas y hacer volar multitud de camiones dejando su ‘body count’ a cero.
Por sorprendente que parezca, hay otra adaptación que lleva sonando varios años y que, según parece, es una realidad en marcha. En este mismo blog hace cinco años ya se advertía de la locura insana que proyectaba una película de ‘Los Pitufos’, aquellos simpáticos ‘gnomos’ azules que fueron tachados de apólogos del comunismo. Raja Gosnell es el encargado de la dirección de una cinta protagonizada por Neil Patrick Harris y Jayma Mays, dando vida a una pareja que ven cómo cambia su vida con el descubrimiento de estos pequeños y azulinos seres asexuados. Hank Azaria es el malvado mago de cejas pobladas Gargamel. Katy Perry doblará a Pitufina y hay otras voces conocidas, entre otras, la de Alan Cumming, dando voz al Pitufo Fortachón o Paul Reubens como Pitufo Bromista. Menos mal que el rumor que aseguraba que se iba a escuchar a Quentin Tarantino como Pitufo Filósofo no se ha materializado (aunque hubiera sido curioso). La noticia de estos días es que en esta enloquecida función también participa la espectacular modelo colombiana Sofía Vergara que es la que sí hace ‘pitufar’ al personal con sus curvas de escándalo.

viernes, 7 de mayo de 2010

Review 'Más allá del tiempo (The time traveler's wife), de Robert Schwentke

Empalagosa paradoja espacio-temporal
La cinta del alemán Robert Schwentke es una arquetípica historia de amor imposible plagada de convencionalismos románticos y melodramáticos.
Los viajes en el tiempo, las paradojas espacio-temporales siguen siendo uno de los subgéneros que no se agotan bajo diversas revisiones y modificaciones. La posibilidad de estos viajes, de alterar cuánticamente las líneas de tiempos sugiere gran variedad de alternativas narrativas dentro de la ciencia ficción. Muchos filmes de hoy en día siguen discurriendo por las dudas e incógnitas de estos planteamientos teóricos sobre la relatividad de la cronología. ‘Primer’, ‘Idiocracy’, ‘El efecto mariposa’, la española ‘Los Cronocrímenes’ o ‘Land of the Lost’, son algunos de los ejemplos de esta continuidad genérica. ‘Más allá del tiempo’ es la adaptación cinematográfica de la interesante novela Audrey Niffenegger. Como viene siendo habitual en Hollywood, el atractivo y la fuerza literaria aquí pierden su eficacia y gracia bajo la adaptación de Bruce Joel Rubin, el mismo guionista de ‘Ghost’ (con la que ésta tiene varios puntos en común) y el director alemán afincado en Hollywood Robert Schwentke (cuyo anterior título yanqui ‘Plan de vuelo: desaparecida’ tampoco es una garantía).
La historia gira en torno a Henry, un hombre que por un ‘crono-deterioro’ genético viaja en el tiempo constantemente contra su voluntad, danzando adelante y atrás a través de los años y viviendo en diversos tiempos en los cuales aparece completamente desnudo. En uno de ellos conoce a una niña, Clare, que será, en un futuro, la mujer de la que se enamore. Ella, desde niña, le espera para vivir una extraña historia de amor en el que la felicidad se va desvaneciendo tan rápido como él se disipa en el tiempo. El filme se construye sin centrarse en los incontrolables viajes temporales, ni el traumático efecto en la vida de Henry de estas alteraciones. A Schwentke lo que le interesa es seccionar los elementos genéricos para ofrecer un edulcorado drama de pasión, donde importa la perspectiva de esa niña hecha mujer que, desde el día en que conoce por primera vez a Henry, va enamorándose de un ideal, de un hombre incapaz de modificar su futuro con el que puede tener un romance de brevedad esperada. Algo así como sucedía con Benjamin y Daisy en ‘El curioso caso de Benjamin Button’, de David Fincher, por lo especial y las contrariedades de un acontecimiento biológico y ficcional fuera de todo raciocinio. Lo que Joel Rubin y Schwentke nos están contando, a fin de cuentas, es que este amor tan abstracto tiene el destino marcado por su incorruptibilidad pese al tiempo.
‘Más allá del tiempo’ es, por lo tanto, una previsible historia de amor de dos seres que llevan queriendo toda la vida. Así que el factor de paradoja temporal se excluye progresivamente, incluso en la duda que origina la facilidad con la que este traumatizado hombre logra vestirse en un par de segundos cada vez que aparece en cualquier tiempo de sus trayectos temporales. El material podría haber ofrecido un oscuro relato de amor, de escepticismo existencial, incluso una delirante comedia de indeliberadas infidelidades y otros subtextos maliciosos. Obviamente, siendo como es una producción manufacturada en Hollywood, con su estética, puesta en escena y algún que otro destello autoral y de lucimiento por parte del director, sigue unas estrictas reglas invariables al simple melodrama al uso, de esa arquetípica historia de amor imposible para impresionar a la “novia” de turno por parte del espectador más consecuente.
‘Más allá del tiempo’ comienza con arranque desdibujado, bastante diluido y confuso en el reduccionismo genético con el que el protagonista comienza sus involuntarios escarceos con el desplazamiento por diversos años de su vida en una insólita estructura causal del espacio tiempo que rige su vida. Como no podría ser de otro modo, esta actividad termina por sugerir que los hechos que acontecen dentro del tiempo son inevitables y suceden en todas sus líneas temporales. Aún así, aquí Henry puede ir al pasado a explicarse a sí mismo su defecto genético, pero nunca se ha visto más veces para hablarse del que será el amor de su vida o en plena conversación con una niña de seis años en pelota picada. Por eso, cuando ella aparece, él no sabe quién es, contrariamente a haberla visitado en cuantiosas ocasiones a lo largo de sus viajes a un mismo espacio; el campo anexo a un bosque donde vive la familia de la chica.
También se especifica, en palabras del personaje, que es imposible cambiar la providencia de los actos. Eso sí, cuando en uno de sus viajes sobreviene con un billete de bonoloto premiado, la cosa se vuelve más fácil para su enamorada. Y para él, claro que sí. Cualquiera con 5 millones de dólares podría permitirse desaparecer en el tiempo y aparecer desnudo planteándose dudas existenciales y matrimoniales. Siguiendo este hilo de absurdas incoherencias, hay varias preguntas lanzadas por el crítico del ‘New York Post’ Kyle Smith bastante curiosas: “Cuando la pareja protagonista se conoce, ella es una niña y él está desnudo ¿De verdad no se lo cuenta a sus padres? Tampoco tiene ninguna duda en comprometerse con él ¿Es que acaso no ha conocido a cualquier otro chico en 15 años para esperar tanto tiempo a ese bicho esquemático que aparece con el culo al aire en su jardín? Es más… ¿cómo este tipo puede tener un trabajo de bibliotecario cuando desaparece súbitamente?”. Son incongruencias que, sin molestar o entorpecer el argumento, van minando la credibilidad de lo que se está viendo en pantalla.
No todo iba a ser tan desastroso dentro de una película olvidable y más que errónea. La cinta contiene algunos detalles curiosos e interesantes alrededor de la surreal trama fantástica, como la obstinada voluntad de normalidad y rutina que se empeña en seguir un personaje absolutamente significativo, ésa dificultad para seguir un proceso romántico al uso, constantemente alterado por las imprevistas desapariciones de Henry y la insatisfacción que provoca en su amor de toda la vida, la concesión a cerrar el círculo de amistades a aquellos que conocen su extraño problema… Pero, sobre todo, ése ciclo en el que Clare queda embarazada en varias ocasiones para abortar inesperadamente y la multiplicidad de personajes que incluso coinciden en el mismo lugar y esfera cronológica. No sólo Henry, sino ese cigoto que viajó en el tiempo y aparece personificado en Alba, la hija que juega consigo misma en el jardín de casa.
A Schwentke le pesa demasiado la lentitud de la narración (por lo redundante de sus efectismos), así como el hieratismo en el desarrollo emocional, que es solventado con una urgencia hipnótica, que es vistosa, pero nada más. Y eso que en este delirio romántico tanto Eric Bana como Rachel McAdams están a una altura dramática más que digna. ‘Más allá del tiempo’ está plagada de convencionalismos románticos y melodramáticos, que no puede remediar una funesta sensiblería empalagosa. Y lo que es peor, no sabe dar rienda suelta a su oscuro y enrevesado fondo retorcido. Un pastel hipertrofiado que deja funcionar segundos antes de presentar su menú de postre inacabable. Por eso a uno le queda esa sensación de insípido dulzor al estilo de ‘En algún lugar en el tiempo’, de Jeannot Szwarc o ‘Una casa en el lago’, de Alejandro Agresti que echa a perder esa interesante reflexión final con un falso ‘happy end’ que determina que Henry debe vivir el “pasado” y sus pocos momentos de felicidad de un “presente” en el que se deben superar las carencias y mirar hacia el “futuro” con la esperanza de volver a ver, aunque sea por unos segundos, al factor referencial del relato.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Iron Man 2 (Iron Man 2), de Jon Favreau.

martes, 4 de mayo de 2010

Los textos y los Cheetos

Hay veces que uno se descubre a sí mismo como una visión bastante desdibujada de lo que hubiera creído en otras épocas. Se ha vuelto un poco serio. Y esto, en los días que corren, no es una buena empresa. Es un problema. Y bastante notable. Desde que la vida es vida y la crisis asola el existencialismo de aquellos que no reconocen que las oportunidades se han perdido, me encuentro un poco indeciso sobre qué voy a hacer o sobre qué voy a escribir. Antes todo era más fácil. El hada venía sin avisar y, de repente, uno tenía un texto enorme que presentar con una extraña vergüenza orgullosa. Con desenvoltura, perspicacia e incluso con algo de fortuna. Otras veces, las cosas venían dadas por la providencia, otras por la casualidad, por la simple parida de la escritura automática, incluso por la necesidad. Hay que seguir observando al mundo que nos rodea con cierto aire de escrutinio crítico, de no dejar de ser, de no renunciar a todo aquello que fue, que es o que vaya a ser. Supongo, a mi entender, que hay personas a las que ya no les tutela ningún tipo de ley. Pero hay otras que siguen creyendo que no tiene mucho sentido hacer lo que hacen, que añoran seguir creyendo en lo que realmente creen. Hay que volver a los estados más beneficiosos del absurdo. Es decir, casi todos. Supongo, también, que todo esto no tiene mucho sentido. Sin embargo, era ponerme a escribir otra crítica de cine, un recuerdo de nostalgia o, por el contrario, desempolvar algunas de esas viejas neuronas que se han salvado de la fatalidad de la cerveza, mucho más apaciguante y hermosa en sus promesas cumplidas. Sin venir mucho a cuento, la idea ha sido algo así como lo que lleva a mucha gente a dedicarse a buscar formas religiosas en los Cheetos. Y, finalmente, las encuentran. O como aquellos otros que ofrecieran a través de E-Bay una bolsa vacía del mismo ‘snack’ y hubiera gente que pujara. El mundo está loco y no debemos olvidarnos de enloquecer de vez en cuando y divertirnos con la experiencia.

viernes, 30 de abril de 2010

Review 'Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland)', de Tim Burton

Discutible revisión del clásico
Tim Burton recrea el mundo de Carroll con expectativas de hipnotizar a través de su visión oscurantista y personal, pero a esta ‘Alicia’ le falta el simbolismo subversivo y encrespado de su origen literario.
Cuando en 1865 el controvertido autor Charles Lutwidge Dodgson escribió bajo el pseudónimo de Lewis Carroll ‘Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas’, nadie imaginó que aquella obra escrita bajo los efectos de drogas psicoactivas como el láudano y el opio iba a convertirse en uno de los libros más importantes de la historia de la literatura. La fábula de la pequeña Alicia en un mundo creado a través de juegos con la lógica representa un mundo onírico y surrealista que continúa siendo un símbolo inescrutable de libertad narrativa. En principio, Tim Burton hubiera sido una elección lógica para llevar a imagen ese universo de ficción enloquecida. Con su revisión de los cuentos de Carroll sobre el personaje, Alicia está destinada a convertirse en mujer mucho antes de lo que ella acepta. Ahora es una joven de 19 años, imaginativa e inquieta, fuera del entorno victoriano que la rodea. Con un par de retazos de su infancia en la que se alude al mágico mundo de las Maravillas, la historia arranca cuando Alicia huye de la ceremonia de petición de su mano por parte de un aristocrático ‘lord’ estirado.
Con ello, la adaptación por parte de Linda Woolverton se centra en la búsqueda del destino de una joven en contra del universo burgués en la que está sumida, en un viaje hacia la responsabilidad del mundo adulto a través del escapismo onírico escabulléndose de los convencionalismos y compromisos sociales. Por mucho que persista ese enfrenamiento con los sueños en un ilusorio entorno de antagonismo entre el bien y el mal representado en esa Reina de Corazones tiránica y déspota que tiene esclavizados a los habitantes del mundo subterráneo y la caracterización y digitalización de sus personajes sea modélica, a esta ‘Alicia en el País de las Maravillas’ se le ha perpetrado una cirugía estética muy del gusto de Hollywood que, no obstante, es bastante discutible.
La imaginería y universo cargado de barroquismo y sombras propio de Burton no ha desaparecido en su traslación de la ideología enloquecida de Carroll. Por desgracia, la adaptación se encuentra con un director más pendiente de evocar lo irreflexivo y la magia liberal del origen de la historia que de narrar o reformular su perspectiva al cine de los nuevos tiempos. La onírica y poética de Carroll está algo revuelta en el énfasis del director de ‘Bitelchús’ por hipnotizar a través de su visión oscurantista y personal, haciendo del espíritu de la novela del autor británico un simple pretexto para desplegar ese universo que va en decadencia visual y entelequia, sin aplomo por el pulso de oscurantismo operístico que mostró, sin ir más lejos, en su más acertada ‘Sweeny Todd’. Hay mucho de redundante en ‘Alicia en el país de las maravillas’; de todo el gótico de su cine, del impertérrito carácter psicodélico, de su impronta de existencialismo ojival. Se echa de menos esa huella de desacato ante las normas para cruzar el deformante espejo de la realidad y la intrusión en un mundo de excepcionales contradicciones de la imaginación desbordante.
A esta nueva revisión le falta el simbolismo subversivo y encrespado de la novela, sin que prospere cualquier conato que confunda la perversidad moral e imprecisa que fluye en su original literario. Al cineasta poco parecen interesarle los juegos de palabras, los sarcasmos, los acertijos o los ejercicios de lógica, rehusando con ello la multiperspectiva y haciendo de la evidencia por justificar cuanto desfila por la pantalla su peor enemigo. Por eso, no ha quedado nada de alegoría socio-política y allí donde Alicia era una niña intimidada por un bestiario de insólitos personajes, aquí responde a las exigencias de un heroísmo determinado en el sacrificio por los demás personajes más que por su inteligencia y perspicacia para avanzar en el relato. Burton escinde con su arrogancia y benevolencia la disociación entre sueño y realidad, sin acudir a la importancia que deberían causar las decisiones que van conformando la personalidad de su protagonista.
Si bien es cierto que la mayor excentricidad y encanto recaen en una digitalización de los personajes que, a la postre, desempeña un papel fundamental para dotar de credibilidad a personajes como la Reina Roja, Tweedledee y Tweedledum, el conejo, la oruga azul que fuma de narguile o el gato Cheshire, se vislumbra un exceso de CGI, de pixels a golpe de ordenador, que languidece ante aquella idea artesanal de un mercenario Tim Burton que ha dejado de ser un ‘enfat terrible’ para abrazar sin disimulo el ‘blockbuster’ acomodaticio. Lo triste es pensar que, no hace muchos años, Burton habría asumido el riesgo de adaptar una obra con la coherencia de aquel maestro de las pesadillas cinematográficas para todos los públicos.
La nostálgica índole de formas ‘feéries’ parecen no tener espacio en este Burton tecnificado y sometido por los edictos de Disney, como si se hubiera concebido pensando en recientes adaptaciones literarias como la saga de Narnia o ‘La brújula dorada’ antes que en el texto de Carroll. En ‘Alicia en el País de las Maravillas’ se descentraliza lo intrínseco y lo ideológicamente anfibológico del espíritu de la Alicia de Carroll para llevarla a un terreno de neurasténico y desestructurado, donde cada paso que acontece se antepone a sus propios movimientos.
Lo que Burton ha intentado es hacer creer que esta aventura era espectáculo visual mágico y sugestivo. Por el contrario, las imágenes se alejan de cualquier sensación de espectacularidad. Todo es plano, como en un escenario vacío de emoción. Algo que no se le puede perdonar a un creador de sombras y estética que rehúye el ‘horror vacui’ de cuidadas composiciones de dirección artística. Aquí, intenta entrar en los parámetros de Maxfield Parrish para su recreación de Underland, pero sin éxito, aunque haya guiños ornamentales de animales reales como pequeños monos, cerdos o ranas que sirven como lacayos de la malvada reina. La torpeza (o lo que es peor, la desgana) del director se deja entrever en muchos instantes donde algunos síntomas de brillantez aseguran a Burton el éxito indulgente. Pero pocos. Lo que queda es, entre otras cosas, esa batalla final despojada de dramatismo o épica, que bien poco tiene de espectacular en el encuentro entre el bien y el mal con la pugna de Alicia blandiendo la espada vorpal contra el Jabberwocky. Además, a la película le falta empaque iconográfico y contextual. Un desacierto que es disimulado con las notas del siempre genial Danny Elfman, de ese halo de noción trágica y entristecida, corriendo incluso el riesgo de depender en demasía de la partitura para que los fotogramas de claroscuros de Burton tengan la fuerza necesaria para fascinar.
Entre lo mejor de esta nueva cruzada de Burton con el cine fantástico está ése citado y virtual elenco inspirado en las ilustraciones de John Tenniel, donde destaca la composición de Helena Bonham-Carter, que se hace la dueña de la pantalla cuando tiene oportunidad. El peor parado es, sin lugar a dudas, un Johnny Depp (cuyo Sombro Loco es un remedo de Carrot Top) que rebosa de loco histrionismo al que se le va de la mano con un rol entrañable hasta la representación del insoportable gesto alucinado y maquillado que lleva tiempo reduciendo hasta el encasillamiento sus posibilidades interpretativas.
En ‘Alicia en el País de las Maravillas’, definitivamente, se echa de menos a aquel Burton más contracorriente, obsesivo e hiperbólico, al creador manierista y ‘outsider’ que era capaz de deconstruir sus creaciones con astucia, ingenio sarcástico y colorista crueldad. Ha quedado a medio camino en sus ínfulas convencer con este fallido juego que discurre acerca de las decepciones de esa niña que debe afrontar el mundo adulto en contraposición con el olvido de la fantasía infantil. En esta esfera, se podría asemejar al fallido ‘Hook’, de Steven Spielberg, en su intención de reinventar un icono literario fantástico de tan importante efigie. Y, como en aquélla, la jugada es bastante desfavorable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Más allá del tiempo (The time traveler's wife)', de Robert Schwentke.

miércoles, 28 de abril de 2010

'E.T. El Extra-Terrestre': Localizaciones cinematográficas ayer y hoy

A través del director de fotografía y amigo Pol Turrents he llegado al imprescindible link ‘E.T. on the Set’, que hace aflorar los sentimientos más nostálgicos y evocadores a aquella infancia perdida de la que tanto se echa en falta en estos turbulentos días. El paso del tiempo, ese proceso absurdo que va huyendo progresivamente entre la nada y el todo de nuestras vidas, la sensación de lejanía de aquellos recuerdos que nos marcaron, pero que siguen vigentes por la presencia invisible y atenuada de lo que un día vimos como parte de nosotros, inextinguible ante lo efímero del paso de los años. Para una generación que creció bajo la magia de un cine que hoy es clásico, ‘E.T. El Extra-Terrestre’ sigue resucitando al infante que un día fuimos, a aquel pequeño que soñaba con narrar grandes historias. En la actualidad aquél niño de flequillo y rostro inocente ha quedado personificado en un cúmulo de propósitos desbaratados por el azar que, sin embargo, añora y se hace fuerte con aquel recuerdo. El filme de Steven Spielberg tuvo hace tiempo la declaración de amor más traslúcida y profunda hacia una obra cinematográfica que se ha podido leer en estas líneas abismales.
El ‘blogger’ Hervé Attia ha reavivado la llama del recuerdo con un impresionante y purificador documento que atiende a lo antes descrito. Ha viajado al 7121 de Lonzo Street, en Tujunga (Los Angeles) para mostrar cómo ha pasado el tiempo en aquel barrio, en aquella casa en cuya parte trasera Elliot encuentra a E.T. en un entrañable viaje por las calles, parques, bosques y demás localizaciones que dieron el espacio geográfico donde vivir un sueño de tal magnitud. Es como un hermoso retroceso a esa obsesión aflictiva que supera la temporalidad y nos devuelve a aquel 1982 en el que descubrimos que, como a Elliot, aquel alienígena feo de ojos saltones y cuello contráctil vino a nosotros en forma de fantasía hecha realidad.
Lo de reactualizar un vistazo a localizaciones en las que se rodaron películas no es nada nuevo. Hace tiempo, Ron Fugelseth y Patrick Radcliff, se fueron a aquel pequeño pueblo portuario de Portland donde se gestó ‘Los Goonies’. El mayor catálogo de localizaciones exhibe multitud de estos lugares mágicos en los que se rodaron películas más menos antológicas. Por último, desde el ‘blog’ Meridianos también se proponen algunos de estos apasionante viajes al “antes” y “después” de esos sitios que hicieron fantasear al público y que, con el tiempo, se ha transformado en santuarios de cinéfilos y apasionados.