viernes, 12 de septiembre de 2008

La Feria de Día de Salamanca, todo un éxito

Desde hace una semana, Salamanca vive sus particulares Ferias y Fiestas 2008. En esta ocasión, como viene siendo habitual, la atracción más llamativa y con más éxito no son los conciertos (de los que han destacado el de Muchachito Bombo Infierno, Gwendal y ayer Los Ilegales junto a los míticos Siniestro Total), ni la feria de noche, ni el paupérrimo catálogo de actividades diarias, ni siquiera por las deplorables corridas de toros que aglutinan a lo más granado de la prole salmantina con puro y peineta, la cremè de la cremè, en definitiva, el ascopénico espectáculo borreguil. El protagonismo de las Fiestas se lo lleva la llamada Feria de Día, las casetas, esas pequeñas sucursales de grasa y alcohol que suministran la gran pasión de cualquier celebración que se precie. Casetas que han ido evolucionando en su acomodo en zonas determinadas, donde abundan comensales y bebedores, curiosos ocasionales o aficionados diarios a este solaz entretenimiento que, pese a su lamentable fondo de intereses e hipocresía, dan vida y color a las Ferias.
La idea es la de un botellón colectivo, fraccionado en pequeños espacios que, en espíritu, esencia e imagen, representa esa actividad tan perseguida durante el año en esta ciudad universitaria; la de un grupo inmenso de gente reunida para beber, comer y más beber en plena calle, con la exención absoluta de normas o decoro. Es cierto que desde la última vez que este hecho fue comentado aquí, la cosa ha ido mejorando y hasta un servidor disfruta de la rapiña y el abuso por parte de la Asociación de Hosteleros Salamantinos, que ya han copado todos los palos de la baraja, haciendo usufructo de la tradición universitaria festiva y de la propia ciudadanía, pero también lo es aquel último párrafo de la reflexión sobre este fenómeno desde este blog; la deleznable hipocresía que se establece cuando la falsedad se alía con los intereses económicos, cuando los patronos del poder giran la cabeza ante las injusticias siempre y cuando les beneficien. Eso siguen las Ferias y Fiestas de Salamanca, por mucho que se disfrute del cotarro.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Hace seis años...

“Junto a Israel Seoane “Azazel” me quedo esperando a que llegue el generador, ése trasto que tantos problemas nos ha dado, dudando si tendría o no un estabilizador. Cuando lo traen, nos quedamos acojonados por sus descomunales dimensiones; parece el ataúd de un elefante. Lo probamos. Las cosas parecen comenzar bien. Como nos dijeron, está insonorizado. Y lo más importante, tiene el estabilizador de los cojones. Los chicos que conforman el equipo de cámara preparan y dejan en una siniestra penumbra lo que se hace llamar La Salle. ‘El límite’ está a punto de comenzar y siento sobre mí el peso del mundo, una especie de nervios incontrolables y un entusiasmo difícil de explicar con palabras. No me creo que vaya a empezar este sueño, este difícil y esperado proyecto que me está proporcionando el más arduo y provechoso adiestramiento que podía esperar. Comemos en la localización unas hamburguesas ‘made in Gema’ esperando a que esto dé comienzo…”.
Estas son las primeras palabras que aparecían en el diario de rodaje de ‘El Límite’, mi último cortometraje hasta la fecha. Si hace pocos días celebraba aquí mismo el nacimiento de este blog, tal día como hoy, un 10 de septiembre, comenzaba el rodaje de de pieza con desigual suerte. Después de un verano de trabajo sin freno, de colaboraciones y vértigos varios, daba comienzo el reto de crear un corto a la altura de las exigencias impuestas por un equipo que luchó hasta la extenuación para que las cosas fueran por buen cauce. Era 2002, año en el que se celebró la Capitalidad Cultural Europea de Salamanca. Hace ya seis de aquella odisea que se aleja en el tiempo y deja una herida cicatrizada en el recuerdo.
Hasta entonces, muchos han sido los proyectos que hemos manejado para mi regreso detrás de una cámara; ‘El reencuentro’, una historia romántica con fondo de terror demasiado costosa, ‘Una sombra en el espejo’, un pequeño ‘cyberpunk’ de apenas cinco minutos, ‘Día de campo’, inquietante historia de un dominguero o ‘Schmerzloss (The Painless)’, cinta de peleas ilegales con guión del gran Iván Sáinz-Pardo. Hasta un ‘western’ de terror acojonante en el que me hubiera gustado involucrarme de una forma más personal. Pero de todos hay uno que lleva estando latente durante largo tiempo: ‘KM.’, una extraña ‘road-movie’ que se está preparando desde hace tres años y que nunca se materializa. Es el trabajo que supone la vuelta, el ansiado retorno que no llega. Se trata de un cortometraje que está en el limbo por voluntades propias y ajenas, en una fase de absurda espera que nadie parece querer romper y cuyo máximo responsable soy, en último término, yo mismo.
Desde aquel rodaje, la necesidad, en forma de autoexigencia, ha ido convirtiéndose en una obsesión vital que cumplir, pero imposible de llevar a cabo (a excepción de las dos piezas para el festival de ESCORTO, de las cuales una logró dos premios). Si no se toman las medidas necesarias y se mueve a quien se tiene que mover, los sueños del pasado van empañándose y el paso del tiempo hace inquebrantable la frontera entre lo que se tiene y lo que se quiere, precisamente, uno de los temas principales de ‘El Límite’. Os dejo, eso sí, en exclusiva y en primicia absoluta y mundial, un avance de lo que será la web www.refoyo.com, a punto de ver la luz después de otra tortuosa y larguísima fase de hibernación. En esta ventana emergente tenéis todos los detalles de aquel maravilloso viaje a lo largo de cinco días con un equipo al que sigo adorando y añorando a partes iguales. Es un enlace provisional, así que si algo falla, sabed disculpadme.
Sin embargo, aquí estoy, seis años después, rememorando las sensaciones perdidas, casi borrosas, que supusieron la semana más feliz de mi vida. Y lo hago esperando retomar algún día la senda de lo que para mí fue lo más importante y que poco a poco va cayendo en la indolencia. Me refiero a recuperar ese estado de ánimo que muchos conocéis, ése afán por narrar historias. Con escepticismo, mirando hacia atrás, echo de menos aquel veinteañero que iba cumpliendo sus expectativas de forma paulatina. Lamentablemente, el estancamiento anímico y la falta de esperanza han ido mermando tanto el ímpetu que, simplemente, lo único que puedo hacer es asumirlo. Me he convertido en uno de esos personajes de mis propias historias sumido en la rutina que espera que algún día suceda algo importante. Y creo que ése no es el camino.
Aunque necesite de otros socios para sacar alguno de esos citados proyectos adelante, auguro un cambio de actitud, una próxima definición de objetivos. Me gustaría pensar que el resurgir está en el horizonte ¿Por qué no? 2009 suena muy bien para que las cosas cambien. Eso sí, es la última oportunidad.
Después de seis años... la espera debe acabar.

martes, 9 de septiembre de 2008

El torbellino musical de Muchachito Bombo Infierno

Ayer, en el hermoso cónclave de la Plaza Mayor de Salamanca y dando inicio a los conciertos que tendrán lugar con motivo de la Ferias y Fiestas de esta ciudad, la platea charra tuvo el privilegio de asistir a uno de esos conciertos que enchufan a cualquiera a mover las piernas y a corear canciones llevados por el entusiasmo de esos pocos grupos que aportan un soplo de vida y optimismo con el talento y el ajetreo musical de esos fieras que vienen a llamarse Muchachito Bombo Infierno. Salamanca disfrutó como hace años de un espectáculo musical y ambulante que se recordará durante tiempo. Un exhibición de talento flexible y espontáneo, donde la alegría y el humor son tan fundamentales para conectar inmediatamente con el público, contagiando un espíritu de diversión que no hace sino despertar un buen rollo vertiginoso. Este grupo encabezado por el increíble Jairo Perera, auténtica alma de la fiesta, convierte la música y el ritmo en admirable hiperactividad inspirado en la rumba catalana de aires arrabaleros, pero ampliando sus influencias a una mezcolanza donde cabe de todo; desde el ‘swing’, la música latina, el ‘funk’, el flamenco, el ‘reggae’ y mucho de rock canalla que inspiran su influencia edificada en nombres como Peret y Kiko Veneno, donde no se puede olvidar a Mano Negra, Macaco o Sargento García y otras músicas como Jonathan Richman, Only Ones o los Stray Cats.
Mesticismo que no falte en el jovial cabaret que se montan estos monstruos con pequeños números de cachondeo y arte entre canción y canción, en los que no faltan monólogos, historias sobre borracheras, reflexiones incongruentes y atinadas, mucha improvisación y las impresionantes pinturas en directo de Santos de Veracruz, que va creando una obra pictórica de altos vuelos mientras se desarrollan unos conciertos de duración imprevisible. Incluso Muchachito se permite lanzar dardos venenosos y mordaces contra las SGAE y hacer humor con dos letras suyas utilizadas con cortes de otros artistas en un maravilloso ejemplo del júbilo y la exultación a la que pueden llegar estos genios del desparpajo. El bombo, la guitarra y la voz de Perera arrolla con su Bombo Infierno acompañado de la batería de Héctor Bellino, el superteclista Tito Carlos (¡Tito, Tito, Tito, Tito…!), el contrabajo de Lere Chiquitín y el entusiasta y magistral apartado de vientos; la Gigoletto Brass (Saxos), Martín “Luxurius” y David “El Niño” (trombón) y Alberto “Jaguar”, Josué “Ciclón” y Óscar Bass (trompetas). Cada concierto es una experiencia única.
Es el aliento irresistible que encuentra su génesis en la calle, la misma que imbuye de optimismo e historias urbanas, encontrando la eminente ilusión de sus mensajes, del denominado ‘Rumboxing’, fusión de rumba y swing, de sus primeros trabajos en el grupo Trimelón de Naranjus hasta estos dos discos de Muchachito…, ‘Vamos que nos vamos’ y ‘Visto lo visto’, que han adecuado el vendaval escenográfico a una banda irrepetible, que lo da todo acorde al ritmo que marca ese infernal bombo que se beneficia, y tanto, de una sección de viento, para callejear con gusto llevado por la única consigna, que es la diversión.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cumpleaños abismal

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Uno gira la vista a atrás y se hace imposible concienciarse de tantas y tantas horas dedicadas al Abismo, de tantas ideas y reajustes, de escritura de nuevos posts, de historias, de críticas, de análisis, de noticias y muchas incoherencias y chorradas sin sentido. Desde un principio, el blog iba a ser una cosa más personal, pero en seguida mutó, explotando a todos los géneros posibles, teniendo en el cine como razón de ser, como en mi vida diaria, pero no dejando ningún área de lado. ‘Un Mundo desde el Abismo’ nació en un día como hoy hace cuatro años, sin saber sabe muy bien a qué expectativas respondía. Ni siquiera sé explicar porqué se llama así.
En estos cuatro años, se han abierto casi 1.400 entradas o posts, en los cuales ha entrado alrededor de un millón y medio de visitantes, con más de 15.000 comentarios y todavía dando guerra. A este blog le queda mucha vida, amigos. Cierto es que la cuota de entradas ha descendido. El ritmo que llevó el Abismo en sus primeros dos años era ingente, arrollador y, en último término, imposible de seguir. Aún así, las actualizaciones suelen ser regulares, siempre con afanosa dedicación para que los contenidos queden bien segmentados y orientados hacia los que os dais de vez en cuando o diariamente una vuelta por estos lares. Al fin y al cabo, es el objetivo de todo esto. ‘Un Mundo desde el Abismo’ sigue en su ímpetu por mejorar, por aportar algo de subjetividad en un blog asentado en el desorden. Todo está trastornado por la locura y precipitación con la nacen los posts, desde el arrebato y la inmediatez. Como surgió hace en 2004 esta bitácora que sigue creciendo y con aspiraciones de mejorar.
Hay una sorpresa guardada. Iba a ser el autoregalo para festejar este aniversario. Pero tendrá que esperar porque no ha sido posible. Se trata de una nueva versión renovada, la 4.0, que pronto dará un cambio de aires a esta página que se mantiene con la misma ideología que aquel 5 de septiembre en el que dio sus primeros pasitos: la diversión. Y en eso seguimos. Sin ése concepto tan trascendente nada en absoluto tendría sentido.
Una vez más, gracias a todos por seguir confiando en este espacio para llenar vuestros momentos de absurdo hastío en disposición de perder el tiempo con este Weblog que va ya para veterano.

Review 'Zohan: Licencia para peinar (You Don't Mess with the Zohan)'

Peinando como puedas…
Partiendo de una idea monumental, la cinta del veterano Dennis Dugan, aunque funciona a partes desiguales, se aprovecha de puntuales ‘gags’ de puro delirio que mezcla escatología y momentos zafios.
‘Zohan: Licencia para peinar’ posee, a simple vista, los ingredientes para que una comedia de sus aspiraciones atraiga o repela a partes iguales. La figura de Adam Sandler es un icono dentro del cine ‘maisntream’ cómico, sin ningún alarde interpretativo y pocas complicaciones, que se hizo famoso con una serie de ‘tics’ arrastrados de su etapa en el ‘Saturday Night Live’ y definidos en películas como ‘Little Nicky’, ‘The Waterboy’ o en menor medida en ‘Un papá genial’.
Pero lo cierto es que Sandler, más allá de histrionismo también es un actor de recursos dramáticos como lo demostró en la solemne comedia de Paul Thomas Anderson ‘Punch Drunk Love’ o más recientemente en el drama sobre el 11-S ‘En algún lugar de la memoria’. Él es el mayor aliciente de esta comedia alocada creada única y exclusivamente para el entretenimiento a golpe de ‘gag’, en búsqueda constante de la carcajada del espectador. Es el regreso de Sandler al cine paródico, en el que da rienda suelta a todo su arsenal humorístico, lo que condiciona, en cierta medida, cualquier expectativa que vaya más allá de la exhibición física y socarrona de un actor acostumbrado a fragmentar al espectador.
Estamos ante una película de magistral sinopsis, que no se ve afectada por su enfangado desarrollo, en la que Sandler da vida a un macho alfa dominante capaz de satisfacer a una docena de mujeres al día, infalible en la lucha cuerpo a cuerpo y con una capacidad de supervivencia imposible para un superhéroe. El Zohan opera en arriesgadas misiones como indestructible soldado israelí que aprovecha la misión de atrapar a un peligroso terrorista palestino llamado “El Fantasma” para fingir su muerte y emigrar a Estados Unidos con el fin de realizar su sueño secreto: convertirse en un afamado peluquero y estilista bajo la identidad de Scrappy Coco. El destino le lleva a comenzar su andadura de peluquero en un ‘ghetto’ musulmán a las órdenes de una atractiva mujer palestina que ve salvado su negocio con la especial atención del agente secreto a su octogenaria clientela.
La comicidad se fundamenta en la condición de superdotado del Zohan, jugando en todo momento con el absurdo y la ponderación del exceso escatológico llevado hasta el límite de la grosería, que desempeña su función de comedia extravagante mucho mejor que cuando las cosas que serenan y sosiegan el ‘gag’ para seguir el desarrollo del guión. ‘Zohan: Licencia para peinar’ funciona a partes desiguales, dejando sus más sonoras carcajadas en todo el prólogo y reitera posteriormente sus aciertos en la obscenidad sexual con la que Zohan peina (y despacha) a sus clientas de la tercera edad, haciendo gala de una abrupta ridiculización sobre todo aquello que desfila por la pantalla de esencia exótica y oriental, donde el homoerotismo de bajos peludos, la incontinencia verbal y las situaciones extravagantes se mezclan ágilmente con un amplio catalogo de chistes a costa de la comunidad judía y palestina, de sus costumbres alimentarias (con especial énfasis por el ‘hummus’) o sus aficiones deportivas llevadas a cabo con animales de compañía.
La obra del veterano Dennis Dugan pretende hacer, con más o menos suerte, apología del ridículo, con caricaturas que alcanzan el puro delirio, envueltos en una trama que frivoliza con atinado desparpajo sobre algo tan serio como es el conflicto entre palestinos e israelíes. Más allá de plantear complejidades reales del problema de Oriente Medio, de sumergirse en causas profundas sobre el retiro israelí de los territorios ocupados que configuran el estado palestino o las causas de una guerra interminable, la carga política se diluye en la comedia, motivando una ficción diáfana, ideológicamente utópica, en el reflejo de esos palestinos e israelíes que encuentran su forzoso territorio común en un suburbio de Estados Unidos donde, eso sí, nadie logra su sueño profesional, pero sí conviven en paz y armonía y donde elevación humorística llega con esa pequeña crítica subversiva donde todos los americanos confunden ambas religiones en la homogeneización de sus rasgos.
De hecho, la forzosa historia de amor se da entre Zohan y la hermosa palestina, dueña de la peluquería que le brinda su oportunidad como estilista, no es más que una intencional muestra por crear un ‘buenrrollismo’ e inocencia que borda su justificación con esa magistral secuencia de tres palestinos que quieren destruir a Zohan escuchando los mensajes del contestador automático de Hezbollah y su posterior fabricación de una bomba creada con un ünguento antihemorroidal o la discusión que une al pueblo judío-palestino sobre qué primera dama yanqui es sexualmente más sugerente. Aquí el verdadero villano de la función sigue siendo esa poderosa maquinaria especulativa que pretende destruir el suburbio étnico para construir un centro comercial (con montaña rusa incluida), como también sucedía, en otro nivel de comedia, en ‘Rebobine, por favor’, de Michel Gondry.
El problema deviene en un exceso de metraje, que no favorece en absoluto a un adecuado sondeo de ciertos personajes bastante desaprovechados; como el de Nick Swardson, Ido Mosseri o Rob Schneider, que tiene aquí uno de sus mejores y más logrados roles. También podría increparse la insistencia de ciertos momentos de comedia que pierden su gracia con tanta reincidencia. Todo ello se le puede achacar a un tercer vértice de la creación, el actual rey de la comedia americana Judd Apatow (que escribe el guión junto Sandler y su antiguo compañero del ‘SNL’ Robert Smigel), puesto que muchos de los problemas de esta comedia son los mismos que determinan las más visibles trabas de sus películas como director y guionista. No obstante, el nuevo vehículo de Adam Sandler supone el regreso a la comedia loca con cierta decencia y disposición para el histrionismo desbocado de todos sus humoristas; desde el citado Sandler, pasando por un John Turturro desmelenado hasta el más moderado Schneider.
A medio camino en propósitos argumentales de ‘El príncipe de Zamunda’, de John Landis y ‘Zoolander’, de Ben Stiller, ‘Zohan: Licencia para peinar’ no se avergüenza de sus mecanismos por corroer el buen gusto y descubrirse como una comedia zafia donde abunda la sobredosis de escatología, momentos zafios y humor inteligente en el que ni siquiera falta ese ‘happy end’ a lo Frank Capra, asumiendo su condición de película absurda con fondo acusador hacia la xenofobia como claro manifiesto conciliador de posturas antagónicas ideológicas, religiosas y políticas que se sustituyen por términos mucho más conciliadores como el amor, la paz y la comprensión, que es lo que debería prevalecer en el mundo. Todo muy quimérico. Todo muy Hollywood.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Muere la voz de Dios

Sin él los ‘trailers’, ese concepto tan arraigado a la historia del cine que va perdiendo su significado a lo largo de los años, no serían lo que son sin la voz de Don Lafontaine, que puso su profunda locución llena de carisma al servicio de más de 5.000 avances cinematográficos y centenares de anuncios, llegando a acumular hasta 10 trabajos diarios. El rey del ‘voiceover’ nos deja huérfanos de la magia y de su encabezamiento más mítico: “In a world... (en un mundo...)”. Hollywood se va quedando también sin su sortilegio clásico en muchos de los terrenos menos conocidos por el gran público.

martes, 2 de septiembre de 2008

Cambio de logotipos en televisión

Septiembre parece que trae cambios. Al menos, dentro del entorno televisivo. RTVE ha cambiado radicalmente su imagen corporativo, rompiendo de una manera cruel la historia y su pasado con la destrucción del clasicismo de sus logos. Ahora, las moscas identificativas de la cadena tienen una apariencia simplista y redondeada donde no hay margen para el estilo. Por no hablar del sospechoso parecido con la enseña corporativa de la compañía telefónica Yoigo.
Los términos moderno o creativo, luz y color son una excusa ramplona para un cambio inadecuado que molesta por la insipidez de esos logotipos con el 1 y el 2 reducidos a un número sin personalidad. Después de 40 años, el emblema de TVE de grafía angulosa ha pasado a mejor vida. Han preferido lo obvio, lo burdo y lo escueto de una tipografía absurda, como de cumpleaños infantil de Burguer King. Mala elección, por mucho que hayan obligado a su plantilla a mostrarse entusiasmados con la idea.
Telecinco, por su parte, obvia la renovación y sólo asume pequeños cambios dentro de su nueva imagen en el terreno del color (que es similar al de la cadena pública), manteniendo la estructura formal, tendiendo hacia la curvatura de su fuente y manteniendo el contexto anterior. Vamos, que no han hecho mucho cambio.
Antena 3 ni se ha molestado en presentar novedades. Para qué, si su mosca es la que más protagonismo acapara en la pequeña pantalla desde hace años.
Dentro de la imagen corporativa de la televisión española no hay término medio.

jueves, 28 de agosto de 2008

Review 'El Caballero Oscuro (The Dark Knight)'

Dudas y reflexiones acerca del héroe
Llena de golpes de efecto, de incuestionable ritmo e intachable factura, la secuela de Nolan sobre Batman sigue y dilata los designios de acentuación dramática e introspectiva de su primera parte.
Después de la renovación que supuso ‘Batman Begins’ y el retorno a los orígenes del mito superheroico llevado a cabo por Christopher Nolan, la segunda parte de aquélla se esperaba como la verdadera evolución del personaje creado por Bob Kane en 1939 en un entorno de reescritura sin concesiones a la nostalgia. Aquí ya no se trata de estudiar al personaje desde su génesis, apoyado en un prólogo iniciático a través del viaje a los desequilibrios interiores de un Bruce Wayne que acomete su tormentosa metamorfosis en Batman franqueando su sentimiento de culpa, sino que en ‘El Caballero Oscuro’ Nolan, junto a su hermano Jonathan tras el guión, acomete una ambiciosa aventura concebida como disertación sobre la condición del superhéroe, sobre la dualidad y los cuestionamientos, los adeudos sociales y la limitación de los valores morales cuando Batman ya no es capaz de sustentarse bajo la máscara de una identidad subjetiva. Todo ello amplificado con la necesidad de un villano como adversario en la inseparable antítesis entre el bien y el mal.
El resultado ha sido un éxito sin precedentes de crítica (algunos la han subido demasiado pronto al pedestal de obra maestra) y de público (155,3 millones de dólares en su primer fin de semana y rozando los 500 millones sin llegar al mes de exhibición).
La finalidad, desde su noción innovadora, era distanciarse del maniqueísmo del género y evitar el escapismo frugal para unir la parte indefectible de entretenimiento con una importante carga existencial. La historia se bifurca en dos frentes, la lucha de Batman/Bruce Wayne contra el crimen en Gotham y su Mafia con la ayuda que le brindan el teniente Jim Gordon y el nuevo e implacable fiscal del distrito Harvey Dent y la aparición del siniestro Joker, que surge para eliminar a un héroe que es cuestionado por la ciudad. La ética, la venganza, la violencia, la anarquía y la democracia son los términos que condimentan una película que, como en muchas de las trilogías y siguiendo los modelos perpetrados por célebres sagas, se muestra más oscura y adulta que su antecesora.
Podría verse como una reflexión sobre el heroísmo y sus responsabilidades ya que, en esta ocasión, el personaje interpretado con solvencia por Christian Bale asume el dilema de decidir el destino dejando a un lado su vena heroica, en contraste entre la elección aleatoria y la disyuntiva de la deliberación inmersa en el cauce de una justicia improbable, pero situándose desde un enfoque más escéptico respecto al cambio del curso de los acontecimientos y las elecciones morales y personales de sus personajes, subrayando el fatalismo y el sufrimiento, asumiendo el artificio para indagar la parte más oscura de la galería de seres que pueblan Gotham City.
La simbología y su definición en el género se sitúa de nuevo por encima de cualquier cinta vista antes, reforzando la idea de un heroísmo entendido como sacrificio vital que el superhéroe no se puede permitir, rehusando incluso al ‘status quo’, como asentaron en el mundo del cómic Frank Miller, Alan Moore, Dave Gibbons, Jeph Loeb y Tim Sale, nombres insinuados en el embalaje narrativo que vertebra la cinta de Nolan en su intensidad argumental a la hora de conferir la credibilidad y la épica necesaria.
La búsqueda del hiperrealismo, de la naturalidad aséptica dentro del orbe arquitectónico de Gotham, así como de los modelos visuales que pretende seguir, se desmontan y vuelve a erigirse con demasiada facilidad como para resultar homogéneo. Es lo que da dinamismo a ‘El Caballero Oscuro’ en su desarrollo constructivo; siempre aboga por el constante golpe de efecto, los giros tebeísticos que no pierden de vista la carga que supone ser un superhéroe en un mundo viciado, sin reconocer el equilibrio entre el orden y la anarquía. El tono discursivo de su anterior parte se suple, por momentos, por una incipiente inflexión de urgencia moderada, que sigue manteniendo un contenido sentido del suspense con aires de ‘thriller’. Eso sí, despojado, aparentemente, de los clichés del cine fantástico.
En el trayecto, Christopher Nolan se permite licencias y efectismos varios como el de hacer ver por momentos a un Batman como sosias de James Bond o espectaculares secuencias que tampoco vienen mucho a cuento, así como incoherencias y lasitud en ciertos aspectos de las subtramas, fundamentalmente las que conciernen a personajes como Salvatore Maroni, el asiático Lau, pero sobre todo la teniente Ramírez, así como la poca consistencia que tienen en esta ocasión los roles de Michael Caine o Morgan Freeman.
Bajo la pretensión de la citada verosimilitud se aspira a encuadrar al héroe alado en una disposición genérica de cine negro, donde prevalece la forma en la que Nolan filma las dudas morales y éticas que arrastran sus protagonistas, mostradas con bastante habilidad en su construcción a la hora de crear un lenguaje visual determinado, circunscrito a los exteriores urbanos de Gotham y a la obsesiva partitura creada por Hans Zimmer y James Newton Howard. A pesar de cierta redundancia de motivos, la sutileza a la hora de mostrar una violencia latente en todo el metraje o los pocos convencionalismos en los que cae, esta segunda entrega del nuevo Batman es una maravillosa muestra de cine híbrido; mezcla de drama reflexivo y cine espectáculo, que reconvierte la fantasía circense en un universo de acción y meditación. El problema (o la virtud) de esa acentuación dramática e introspectiva que tanto se reprocha en el cine del director londinense es la clave que determina la diferencia de esta nueva saga del personaje. La cuestión cardinal se encuentra en que Christopher Nolan ha creado una franquicia pensando no en el aficionado al cómic o en el fan del cine de superhéroes, sino un cine creado con un carácter más universal y adulto.
Dentro del pesimismo y el vibrante oscurantismo hay que destacar, por supuesto, la figura de ese Joker por el que respira un demoledor Heath Ledger en estado de gracia, haciendo que el villano incomode, atraiga y fascine con gran facilidad. La gracia está en admirar la capacidad de acción de un sociopáta enloquecido de mente perturbada y hedonismo provocado por el caos, la anarquía y el mal. Un personaje dibujado con acierto, que sabe llevar su discurso inmoral hasta el extremo cuando, en un momento del filme, radicaliza su posición de despreciable hijo de puta y da una lección de desgobierno al despreciar la esencia que mueve la sociedad contemporánea: el dinero. Y lo hace de la única manera aceptable de su maligna esencia; mediante la destrucción.
Joker subyuga, pero también echa en falta algo de sentido del absurdo, cuestión vital en este aterrador personaje y que luce con holgura, como ejemplo, en la secuencia destructiva del hospital. Y es que Joker, en esencia, se superpone al resto de los personajes, de entre los que el propio Bale y su ‘alter ego’ sale bastante perjudicado, puesto que los caracteres de Aaron Eckhart, Gary Oldman y en menor medida Maggie Gyllenhaal tienen bastante más relevancia que el personaje superheroico. En el que caso de Eckhart, su Harvey Dent debería haber tenido más protagonismo, puesto que él es la auténtica piedra angular del filme. Como ejemplo: su transformación en Dos Caras está acelerada de tal manera que empaña la brillantez de su desarrollo.
Es cierto que se echa en falta algo más de capacidad de sorpresa, del sentido apocalíptico que debería haberse cernido sobre la ciudad de Gotham, aunque se presuma disimulado en la degeneración de los valores y principios que envuelven a los personajes. Y en este aspecto es donde Nolan subvalora inconscientemente la inteligencia del espectador, puesto que los caracteres acaban por expresar sus condicionamientos y reflexiones sin dejar que el público pueda llegar a sacar conclusiones o dobles lecturas. Es donde ‘El Caballero Oscuro’, en su grandilocuencia moral y acentuación del mensaje, pierde toda la capacidad de sugerencia o de especulación.
No obstante, hay que reconocer el mérito de este juego mastodóntico que ha logrado modificar su esencia en función de lo desplegado en su primera película. Es difícil saber si esta nueva aportación de Nolan es o no la mejor película sobre un superheroe de todas las que van proliferando a lo largo de estos últimos años. Lo que está claro es que, a partir de este momento, las cosas dentro de las adaptaciones de cómics al cine se replantearán de otro modo, adaptando sus principios a la hora de lanzar su acomodaticio producto y poniendo sus miras en esta película donde la calidad y el ritmo hacen de ella un ejemplo a seguir.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 25 de agosto de 2008

Pekín 2008, unos juegos inolvidables

Una vez que se apagó el pebetero con la llama olímpica extinguiendo su fulgor, el deporte volvió a sentirse huérfano de euforia después de ofrecer más de dos semanas de adrenalina y emociones, de récords y victorias, de lágrimas y derrotas. El final de las Olimpiadas de Pekín devuelve al aficionado, al amante del deporte, a la cotidianidad más deslucida, ahora con la liga de fútbol a punto de empezar. Algo que se antoja como una deslustrada retribución de consuelo. No es lo mismo. Unas olimpiadas suponen el mayor y más apoteósico evento deportivo del panorama mundial. Hoy, tan sólo un día después de asistir a uno de los partidos de baloncesto más memorables de la historia y haber disfrutado con la apabullante y vistosa ceremonia de clausura, estos juegos olímpicos, los destinados a ser considerados durante muchos años como unos de los más brillantes de los fastos, quedan como un recuerdo que tardará años en olvidarse.
Como referencia universal, las Olimpiadas se marcan con nombres propios, con marcas y gestas heroicas de nombres que definen el sacrificio y la grandeza del ser humano en su nivel competitivo. En Pekín 2008 se han labrado hazañas para guardar en la retentiva colectiva; como la conseguida por Michael Phelps con sus ocho oros y siete récords del mundo pulverizados. La máquina, el “hombre pez”, ya se ha catapultado a la epopeya, desplazando a su paisano Mark Spitz a la evocación del pasado, a relegar en la memoria la epopeya de Múnich 72. Parece que en el deporte de alta competición no hay nada imposible. También hemos olvidado por momentos a Jesse Owens y Carl Lewis contemplando al jamaicano Usain Bolt destrozando todas las leyes de la velocidad y la física humana. Nunca antes las pruebas de velocidad acapararon la mirada de un mundo que permaneció en silencio tan sólo 9,69 segundos para alabar una proeza implacable en un grandioso testimonio de brutal aceleración y porvenir sin límites. Con sus 22 años, el Nido de Pekín asistió a las zancadas sin concesiones a la relajación de Bolt en unos 200 metros en los que detuvo el crono en 19,30, dos centésimas más abajo que la plusmarca que hace doce años estableció el estadounidense Michael Johnson. También compartiendo gloria con Nesta Carter, Michael Frater y Asafa Powell en la consecución de otro record, esta vez el de relevos 4x100 con 37.10 segundos.
Es la hegemonía del relámpago, de la velocidad jamaicana. Las lágrimas de la pertiguista Yelena Isinbáyeva quedarán como bella imagen de un récord del mundo para disfrute del público, que vio cómo superó su récord mundial número 24 con una altura de 5,05 y se acerca a su objetivo de superar el número de plusmarcas de su compatriota Sergey Bubka (35 récords). O el nombre español con más lustre que entra con todos estos mitos en el album de héroes y heroinas de Pekín 2008, Rafa Nadal, el número uno, el mejor tenista de los últimos años, afianzando su supremacía tenística después de Roland Garros y Wimbledon con una medalla de oro fruto de la grandeza y la dimensión de los elegidos. Ellos han sido los verdaderos ídolos de Pekín 2008.
Las 18 medallas obtenidas por la delegación española dejan el sabor agridulce del éxito. Es un triunfo a medias. Los cinco oros, las diez platas y los tres bronces sitúan a España por encima de los retos y triunfos de Sydney y Atenas, pero muy lejos de aquellos trece oros con 22 metales de Barcelona. Se puede hablar de mala suerte, de excesivo optimismo, pero lo cierto es que en disciplinas como el atletismo la decepción ha sido aparatosa. Ni “Paquillo”, ni Javier Gómez Noya, ni Marta Domínguez, ni Higuero, Casado o Estévez, ni María Vasco pudieron cumplir el objetivo del podio en la Olimpiada. Es cierto que nombres como los de Samuel Sánchez, Joan Llaneras (el olimpico español más laureado de la historia –aquí doble medallista-), Antonio Tauler y Leire Olaberría legitiman el ciclismo como terreno donde triunfar o que selecciones colectivas como las de baloncesto, hockey hierba, balonmano o Gervasio Deferr en gimnasia o las chicas de natación sincronizada llevan tiempo en la cima de la competición internacional, pero se echa de menos los logros a los que este año parecía aspirar un país con la ilusión por los aires.
Por supuesto, las 18 medallas no son, ni mucho menos, un fracaso. Pero saben a poco, porque ha habido demasiadas ocasiones en las que la frase “por poco” que conlleva directamente a un diploma han servido de obstáculo a España para subir un poco más dentro del desafío medallista. Hay que alegrarse pues de la epopeya de deportistas como José Luis Abajo en esgrima, Iker Martínez y Xabi Fernández y su oro convertido en plata por la ilegalidad de la que también se da en unos juegos de aspirada equidad que sí obtuvieron Fernando Echávarri y Antón Paz. Por Bibí Ruano y Anabel Medina en dobles femenino de tenis, completando al huracán Nadal o la gran actuación de David Cal, Saúl Craviotto y Carlos Pérez en sus respectivas categorías de piragüsimo. España demuestra que la recompensa olímpica va más allá del atletismo, donde hace años cabía la posibilidad de lograr algo. Hay categorías con potestad nacional y una esperanza de futuro que hay que alimentar a basa de éxitos que seguirán llegando hasta dentro de cuatro años.
Pekín ha dejado imágenes imborrables, como la del atleta chino Liu Xiang, lesionado y abandonando entre sollozos la prueba en la que es el emperador, la de 110 metros vallas. Las lágrimas de Araceli Navarro por no poder seguir compitiendo después de una lesión en el hombro, las declaraciones del taekwondista español Juan Antonio Ramos cuando no pudo conseguir la medalla de bronce frente a un adversario afgano que reflejan el sentimiento máximo d la frustración y la impotencia que contrastan con el manteo alegre del equipo español de balonmano a David Barrufet. No podemos olvidar con facilidad la dolorosa imagen del húngaro Baranyai y su dislocación de hombro cuando intentaba levantar 148 kilogramos en la modalidad de arrancada o la hostia que el taekwondista cubano Angel Valodia Matos le dio a un árbitro después de ser descalificado o al luchador sueco Ara Abrahamian que perdió su medalla de bronce en lucha greco-romana cuando la lanzó al suelo y abandonó el podio como protesta por la controvertida semifinal. Así como el rostro del fracaso de Ronaldihno tras perder en semifinales contra la todopoderosa Argentina de Leo Messi y el“Kun”Agüero o la decepción de Laure Manaudou y la entrada del maratoniano keniata Samuel Kamau Wansiru.
Pero si estas Olimpiadas quedan en nuestra memoria colectiva es por dos instantes imposibles de olvidar; ese beso al tapiz de la gran Almudena Cid, despidiéndose con honores de reina deportiva tras una carrera que ha acumulado éxitos y cuatro olimpiadas donde siempre fue finalista, cerrando su etapa profesional, quince años después, con el diploma olímpico bajo el brazo. Y la que aconteció ayer en el Pabellón Olímpico de Pekín, cuando la selección española de baloncesto realizó una enardecida gesta de leyenda contra el mejor equipo de estrellas venidas de la NBA en las últimas Olimpiadas, justo después del declive del mejor basket del planeta cuando el único e insustituible ‘Dream Team’ embelesó al mundo en Barcelona. Tuvieron que pasar 24 años para que España pudiera volver a verse las caras en una final olímpica contra USA. Y contrariamente a lo que sucedió en Los Ángeles aquel 11 de agosto de 1984, España barrió en juego colectivo y tesón a los americanos. Los de Aito García-Reneses, los “Chicos de Oro” capitaneados por Pau Gasol, ofrecieron una lección de juego y de aguante, donde el honor y el orgullo quedó por encima del resultado (107-118). En una competición que asume las reglas FIBA (la línea de tres, el tiempo de cada cuarto…), donde la cuestión de los pasos de salida desiguala al baloncesto frente las normas NBA y de la fuerza física impuesta en claras faltas personales en ataque o en defensa no pitadas es donde el equipo de Kobe Bryant, creado alrededor de la autosuficiencia y la hegemonía, logró la medalla de oro. Sólo la permisividad arbitral de la que ha gozado el USA Team a lo largo del torneo ha servido para que estos demiurgos de la canasta se auparan a lo más alto del podio.
Pese a la frase de Jacques Rogge: “A lo largo de estos Juegos, el Mundo ha conocido mejor a China y China ha aprendido mucho del resto del Mundo”, China y Pekín han engrandecido el deporte en unos Juegos Olímpicos donde la brillantez de la competición ha sido capaz de esconder, en breves retazos, otros factores extradeportivos que siguen dejando a China como un país autocrático que desprecia a los Derechos Humanos que ha propugnado a lo largo de dos semanas que han finalizado su periplo en el emblemático estadio El Nido de Pájaro, tiñéndose de luz y fuegos artificiales y dando la bienvenida, como suele ser habitual, a la siguiente designación olímpica.
Dentro de cuatro años, en 2012, la magia de mayor cita deportiva del mundo retornará con el acento británico de Londres. Hasta entonces, nos quedamos con un hecho ejemplar acontecido en estos Juegos; Pekín 2008 se ha transformado en un modelo paradigmático en el avance en la batalla contra el dopaje. Su intolerancia absoluta con las drogas en el deporte debe ser la tónica a seguir. Por eso y por todas las sensaciones transmitidas estos días desde la capital de China, esta Olimpiada debe ser recordada como una de las mejores y más organizadas de la Historia.

viernes, 22 de agosto de 2008

Review 'WALL•E (WALL•E)'

Mágico romanticismo espacial
El filme de Andrew Stanton es un memorable y hermoso viaje con una fábula de ciencia ficción y ecología antropológica que se sirve de la gramática de la articulación de las máquinas para obtener una película inolvidable.
Es una tradición reiterativa el hecho de que en cada ocasión que los estudios Pixar lanzan un nuevo trabajo, la crítica suela comenzar con los mismos adjetivos ponderativos a un grupo de animadores que han revolucionado el mundo de la animación con sus historias que se despliegan más allá de un acostumbrado ensueño tecnológico y digital. Pixar ha hecho posible una plausible voluntad por la épica clásica que mezcla tradicionalismo y modernidad, clásicos renovados para todos los ‘targets’ en una exhibición absoluta de aleación entre realidad, romanticismo, ironía y aventura.
Con casi veinte años de historia, tiene la extraña facultad de transformar cada nueva obra en una delicada muestra de artesanía revolucionaria que cambia y magnifica la animación llevándola a un lugar común donde las reglas del entretenimiento y la imaginación parecen no tener límites. La factoría de John Lasseter, se ha ido ganando a lo largo de los años, con una contundencia categórica, el indiscutible sinónimo de calidad que acompaña a sus película digitalizadas.
‘WALL•E’ no podía ser alejarse de este concepto y vuelve a ejemplarizar la distintiva necesidad expresiva que mueven los proyectos de Pixar, aventajando en este terreno su reconocido exhibicionismo tecnológico. Todo comienza en un futuro apocalíptico, sin vida, en una lúgubre y desoladora visión de la civilización humana que se acentúa con la sentimental descripción de la soledad a través de un pequeño y viejo robot llamado WALL•E (que es la abreviatura de Waste Allocation Load Lifter Earth-Class), dedicado durante siglos a apilar residuos en forma de pirámides. La sincera emotividad con la que se presenta al entrañable robot y preciosismo extremado con el que su director Andrew Stanton (codirector de ‘Bichos’ y ‘Buscando a Nemo’) detalla la rutina del único habitante de la tierra, crean una inmediata empatía con el espectador, rendido ante la sorprendente dialéctica de la exigua expresión.
Que un trasto como WALL•E sea el emblema más destacado del lenguaje físico y pantomímico metamorfoseado en la gramática de la articulación de las máquinas sitúa a esta obra de grandeza cinematográfica inexpugnable a otra división dentro de las altas cotas a las que están acostumbrados sus responsables. Esta decisión apela directamente a la expresividad fílmica de los grandes clásicos como Buster Keaton, Charles Chaplin o Jacques Tati, acudiendo a los introductorios elementos humorísticos basados en el ‘gag’ más tradicional, muchas veces cerca del ‘slapstick’, como tributo al cine clásico, al que acude constantemente en intenciones, homenajes y esencia. En esa imperecedera primera parte del filme, Stanton y su equipo transfieren y superan los protocolos del formato de animación para presentar el filme de Pixar más imaginativo y fantástico hasta la fecha. Aunque luego la cosa vaya por otros derroteros.
No hacen falta diálogos para convencer de la afabilidad y ternura del robot. La descripción de la atmósfera, los elementos que rodean su vida y las costumbres de esta máquina de limpieza aficionada a la colección retronostágica de artefactos del pasado que encuentra entre la basura, donde no faltan los bollos del Círculo Rojo como manjar de una cucaracha (su única compañía terrestre), el Cubo de Rubik o incluso la aparición del juego de 1972 ‘Pong’ de Atari son suficientes para universalizar sus conceptos y que estos ayuden a la inmediata filiación.
Por supuesto, llega elemento de ruptura llega de la mano de una moderna robot explorador llamada EVE (abreviatura de Extra-terrestrial Vegetation Evaluator), encargada de comprobar si hay vida en la Tierra. El destartalado robot con apariencia simbiotizada entre ‘E.T.’ y el Johnny Número 5 de ‘CortoCircuito’ y la autómata con apariencia de iPod (para algo Steve Jobs es uno de los jefazos de Pixar) serán los encargados de llevar al público, a través de su variedad de indicios emocionales y sonidos electrónicos, a un memorable y hermoso viaje a lo largo y ancho de la galaxia en el que vivirán una emocionante e inolvidable aventura. La idea, por tanto, es que presentar e ir desarrollando las virtudes del personaje y su capacidad de superación, desde la más terminante simplicidad hasta vencer todos los obstáculos que se interponen en su camino por el amor de EVE.
Es donde ‘WALL•E’ se muestra más enérgica, en lo argumental y en lo entusiasta y sensible. La idea de ese robot que sueña con la belleza de un momento tan etéreo y romántico como es darle la mano a la persona amada por medio de un fragmento de ‘Hello Dolly’, de Gene Kelly, es mágica. En todo ello; en el instante en que ‘WALL•E’ muestra a EVE su destartalado hogar, qué es el fuego por medio de un Zippo, lo rescatado de la basura o qué significa bailar evoca la idea de un mecanismo que enseña a la humanidad cómo volver a ser humana. Y lo hace con grandes dosis de compasión, sencillez e imaginación, situándose en la maravilla no por la tecnología o el argumento que se despliega, sino por lo honesto que resulta todo a los ojos del espectador.
Es entonces cuando llega el cambio de escenario, cuando el poema cinematográfico al género de la ciencia ficción acude a los lugares comunes y significaciones del género. Con la aparición de los humanos dentro de la fábula, entre en juego un mundo futuro de distopía homogeneizada, de conformismo enfermizo, de un mundo artificial que se ha erigido en el espacio como simulacro de un hipercentro de ocio. Es el antitético universo que separa a los humanos de los dos robotizados enamorados, relegados en una base espacial donde todos son obesos mórbidos, incapaces de moverse, dominados por la absurda felicidad de una alienación constituida en la comodidad del sedentarismo ultratecnologíco. Es donde la mímica clásica pasa a dar paso a las reflexiones apocalípticas de un futuro en el que la realidad acontece en términos inversos a la idealización social, donde todos forman parte de una comunidad sin comunicación, uno de los grandes temas de ‘WALL•E’, dejándose llevar por un robot con la grafía de HAL 9000 hacia el consonantismo social imperceptiblemente opresivo y totalitario que propugnaron en sus obras Isaac Asimov, George Orwell, J.G. Ballard, Arthur C. Clarke, Orson Scott Card o Philip K. Dick y que recuerda, en ciertos momentos, a la genial sinopsis del filme de Mike Judge ‘Idiocracy’.
Mientras tanto, la Tierra que ha permanecido deforestada siete siglos espera el regreso del ser humano para su reestructuración, con la intención de repoblarla y volver a dar la vida. Es cuando Andrew Stanton divulga su evidente mensaje, menos atractivo que sus planteamientos iniciales, en su crítica de metáfora acerca de hombre actual que se está convirtiendo en gordos de McDonalds y que está destruyendo el planeta con tanta basura. Llegados a este punto que nadie dude en ningún momento que ‘WALL•E’ es un filme de moralina medioambiental, cuya esencia se encuentra en una planta terrestre que desencadenará toda la trama espacial. Sin embargo, y de un modo inteligente, también se plantea, como en la obra de Stanley Kubrick ‘2001, una Odisea del Espacio’, hasta qué punto deshumanización del ser humano (solapada al consumismo y adicción a las nuevas tecnologías) lleva implícita el desarrollo emocional de las máquinas. Los robots, afín de cuentas, han aprendido a amar y a pensar despóticamente y han logrado anular lo poco de humano que queda en un futuro que se prevé no tan imaginativo.
‘WALL•E’ es uno de los trabajos más logrados de Pixar, sin duda alguna. Stanton, además, se sirve de un admirable manejo del ‘scope’ para recrear todo cuanto acontece en la superficie terrestre como en la nave nodriza. Un filme familiar sobre el amor entre dos robots muy humanos, la tiranía y sus condicionamientos, la ecología como advertencia de futuro, el albedrío y la eterna vuelta a casa.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008