jueves, 15 de mayo de 2008

Review 'Iron Man'

Paradigma de fidelidad y comercialidad
A pesar de transitar por lugares comunes del género, Favreau confiere al filme un plausible esfuerzo por evitar la previsibilidad y dotar de contenido a la historia.
Stan Lee y Jack Kirby parieron en marzo de 1963 para ‘Tales of Suspense’ este superhéroe que se desligaba completamente de la genealogía heroica típica de la Marvel hasta el momento. El que el hombre dentro de la coraza indestructible fuera un arrogante, playboy multimillonario, fabricante de armas, seductor y misógino que no dudaba en utilizar una desproporcionada ética teleologista y proporcionalista hicieron de ‘Iron Man’ todo un hallazgo trasgresor dentro del emporio ‘comiquero’ llevado a cabo por este duplo cardinal para entender el Noveno Arte.
Lo más atractivo era que el héroe escondía un secreto que le hacía, todavía si cabe, mucho más interesante. Tony Stark, el hombre de la coraza de hierro, debía estar sempiternamente conectado a una potente máquina adaptada a su corazón si no quería morir, producto de unos fragmentos de metal alojados en su organismo debido a la explosión de un arma fabricada por su misma empresa. Lo llamativo de todo esto era la vulnerabilidad que ocultaba al titán de acero, puesto que en su interior, no dejaba de ser un enfermo con graves problemas de salud.
Más o menos, la historia de su adaptación cinematográfica sigue siendo paralela a los inicios del cómic, los guionistas (hasta cuatro, destacando a Mark Fergus y Hawk Ostby, ambos encargados de ‘Hijos de los hombres’, de Alfonso Cuarón) no se salen de los patrones establecidos por la nueva ola de adaptaciones llamémoslas “un poco más serias” en la industria Hollywoodiense. Como los hermanos Nolan en ‘Batman Begins’, en ‘Iron Man’ lo que importa desde el principio es ir demorando la acción para centrarse en el rudimento del personaje y sus planteamientos personales, trazando a un héroe que surge desde la contradicción de un hombre acostumbrado a defender su imperio armamentístico con cinismo y soberbia que pasa a entender que su trabajo está aniquilando a pueblos asolados por los insurgentes que utilizan la guerra como método de dominación y brutalidad.
Hay que agradecer que esta metamorfosis filantrópica interna del superhéroe metálico se promueva dentro de la pantalla con gran ritmo y entretenimiento, sorteando el exceso de introspección especulativa o un marcado sentimiento de culpa. Gran parte del filme se dedica a la entretenida historia de amor y obsesión de Stark por su máquina, la creación de Iron Man y todo ese cúmulo de energía solar, baterías eléctricas, aleación, pruebas y absorción de partículas beta que usa como combustible. Es decir, una loa de las nuevas tecnologías y de las máquinas.
Jon Favreau aporta con su dirección y actitud algo más de personalidad de lo que suele ser habitual dentro de un prototipo de producto en el que todo está prefabricado, sin espacio para la sorpresa. El filme cuida en todo momento que el resultado sea un producto para todos los públicos, que no decepcione ni a fans de toda la vida ni a nuevos visitantes, ni niños ni a adultos, sin caer en la molesta futilidad con la que son tratadas casi la totalidad (salvo excepciones como los primeros ‘Spider-Man’, ‘X-Men’ o la mencionada ‘Batman Begins’) de las adaptaciones cinematográficas de los cómics.
En cierto sentido, reside en ‘Iron man’ gran honestidad, porque no hay un énfasis de realismo en sus pretensiones. Y a pesar de que Favreau es consciente de que su juguete comercial debe transitar por lugares comunes del género, se percibe un plausible esfuerzo por evitar la previsibilidad y dotar de sustancia tanto a la historia como a la narración.
Es una muestra de excepcional cine ‘blockbuster’, donde sobreabunda la acción dinámica y la ágil descripción. Sin llegar a ese punto al que podría haber llegado en su traslación fiel y real del cómic, mantiene el espíritu del héroe tebeístico, combinando con prudencia y acierto las subtramas de ‘dramatis personae’ de Stark, conflictos entre personajes, tecnología y puntos de giros más o menos esperados. Lo que si hay que imputarle es la renuncia, en cierto modo, del espíritu perverso y canalla del personaje, ya que Stark está mucho más dulficiado y humanizado. Salvo en un par de secuencias iniciales, carece del humor socarrón y directo de los cómics, enterrando la personalidad de Stark en su afán redentor en un discurso dicotómico sobre el bien y el mal más bien exiguo, sin incomodar, eso sí, en el desarrollo de sus aventuras. En cualquier caso, es algo perfectamente comprensible dentro de la industria comercial en la que se vende este filme. A cambio, se aplica la funcionalidad del divertimento por encima de todas las cosas.
En su traslación al cine, Favreau adapta al héroe de los cánones de la convencionalidad adscrita a este subgénero, pero ya es suficiente con que el mensaje final, que sí incluye una crítica antibelicista al Gobierno Exterior de Estados Unidos, no abogue por la profundización anímica, ni por las diatribas maniqueas distintivas del superhéroe, ni siquiera se recrea con la ligera historia de amor no consumada entre Stark y su ayudante Pepper Potes. El único designio que persiguen el cineasta (que también tiene un pequeño cameo como guardaespaldas) y sus guionistas es el de agradar a todos sin traicionar al personaje. Y lo consiguen con creces.
‘Iron man’ podría haber transgredido mucho más, porque el potencial del cómic y del rol daban para ello y mucho más. Por eso, se antoja insuficiente ese halo de ‘macarrismo’ que pretende dar Fraveau con canciones de AC/DC, Audioslave, Black Sabbath o Suicidal Tendencies o perceptible en el ‘score’ de Ramin Djawadi y su montaje hacendoso. Como compensación, el filme otorga en todo momento la necesaria importancia a todos y cada uno de los personajes que van apareciendo en pantalla. El héroe aquí no constituye un factor sistémico, sino un componente más del elenco de caracteres que diversifican la historia y apoyan al hombre de hierro; desde el hombre que va dentro, en la piel de un Robert Downey Jr. que presenta un entrañable alter ego con su maravilloso Stark, pasando por la sensual Pepper Potts interpretada por una Gwyneth Paltrow de resplandeciente belleza (conjuntada con unos desproporcionados tacones en algunas de las secuencias finales) sin saltarse la amistad fraternal con Jim Rhodes (siempre eficiente Terrence Howard), hasta llegar al villano de la función, ese Obadiah Stane personificado por Jeff Bridges que brilla con luz propia y proporciona el antagonismo perfecto a Iron Man/Tony Stark. Incluso dejan su pequeña impronta Yinsen (Shaun Toub), el Agente de ese guiño para los amantes del Noveno Arte S.H.I.E.L.D. Phil Coulson, la maciza periodista Christine Everhart y Jarvis, el mayordomo virtual.
Como era de esperar Jon Favreau juega su mejor baza para que su ‘Iron Man’ salga victorioso en los efectos especiales. De nuevo, como lo hiciera en la brillante ‘Zathura’, deja a un lado los espectaculares efectos especiales de última ola para recrear la pelea entre Iron Monguer y Iron Man robotizados con un aire artesanal, más creíble de lo que es habitual, en un espectáculo que llega sin avisar y que puede resultar un poco más rácano para lo esperado, pero que no es más que otro de los tantos logros de la película. En parte, por el empeño de su director por no hacer de la película un artefacto de protagónicos efectos computarizados.
Nota: Quien no quiera perderse un esperado ‘crossover’, que se quede hasta el final de los títulos de créditos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 12 de mayo de 2008

Ya la tengo

Estoy en un estado de impaciencia y nerviosismo tan absurdos que se podría equiparar a esos momentos de delirio entusiasta que me remiten a lo más añorado de mi infancia. Sólo este hecho, más allá del resultado de lo que haya parido Spielberg, me está haciendo disfrutar como nunca.

viernes, 9 de mayo de 2008

Review 'Cobardes'

Publireportaje sobre los miedos escolares
Los autores de ‘Tapas’ regresan a la fábula suburbana con una historia sobre miedo que cae en ciertos desequilibrios por la indecisión respecto a su posición ante el asunto.
José Corbacho y Juan Cruz llegaron sin hacer casi ruido con su ópera prima, ‘Tapas’, historia tan natural y sencilla como comprometida con sus humildes propósitos. En aquélla se narraba una tragicomedia urbana en forma de película coral que entrelazaba la vida de siete personas de L'Hospitalet que vivían como podían sus contrariedades, ambiciones, recelos, temores y sobre todo, la compartida soledad. De nuevo, con sus mejores armas narrativas y argumentales, alcanzan parte de las virtudes de aquella notable propuesta con ‘Cobardes’, historia sobre el temido ‘bullying’, esa cruel forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares de forma reiterada, violencia reflejada con naturalidad y sin morbo por Cruz y Corbacho, en la que predomina el tono emocional de esos enfrentamientos desnivelados que se producen en las aulas y patios de los centros escolares españoles.
El tono ligero aquí no tiene espacio, pues se presupone una asunción de un matiz más grave a la hora de contar la pesadilla de dos chavales de secundaria, uno víctima y el otro verdugo, de sus motivaciones dentro del colegio, pero de actitudes que devienen en herencia de unos padres que permanecen incomunicados de sus hijos, con otro tipo de temores respecto a sus vástagos, sin saber reaccionar ante profesores cansados de ejercer de progenitores y chavales incapaces de explicar sus miedos. ‘Cobardes’ es un filme sobre el miedo, sobre la vulnerabilidad que éste produce en las personas, sean pequeñas o sean adultos.
A varios niveles, el espectador va profundizando con el joven Garé en esta reflexión sobre la inseguridad, la ansiedad o la tristeza de una etapa difícil. En su voluntad de sencillez, ‘Cobardes’ destaca por intentar evitar el maquineísmo de su discurso, ya que dentro de la trama no hay buenos ni malos, solo una triste realidad de mentiras encubiertas. Pero lo cierto es que sólo lo consigue a ratos. El manifiesto de Cruz y Corbacho, en su buscada honestidad, termina descubriendo sus cartas con un aire de panegírico concienciador, demasiado artificioso y se podría decir que televisivo en su intento de manifestar la realidad, no llegando a proyectar esa falta de comunicación y desvinculación familiar. En ‘Cobardes’ existe una excesiva estereotipación de los personajes, producto más de referencias reales, que de roles con verdadera alma.
Se quiere reflejar una parábola aleccionadora cuyo núcleo pudiera haber sido el epicentro de una trama de impacto sociológico. Sin embargo, no han conseguido su cometido total, pese a que sea muy eficaz su tentativa por mostrar las situaciones que van desfilando por pantalla de una forma íntima y sensible, que echa en falta cierta brillantez en la manifestación realista apuntada en sus diálogos y situaciones, brindando emociones y hechos algo parciales dentro de un drama de gente atemorizada. ‘Cobardes’ termina pareciendo un publireportaje escolar informativo. Los directores no saben muy bien a qué jugar, y en su arbitrariedad, se alejan de los límites tan espinosos que plantean, en una epidérmica utilización de los recursos del mensaje discursivo. Por lo menos y como bien evidenciaron en ‘Tapas’, ambos saben acometer una excelente fusión de los códigos del drama en el reflejo de un malogrado espíritu de fábula suburbana. Pero ya.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 7 de mayo de 2008

Palabra de Peter Jackson

Peter Jackson dijo después del lanzamiento de las últimas ediciones especiales de la Trilogía de JRR Tolkien que no tenía pensado cambiar nada del material extra ni del montaje final en futuras ediciones. “No quiero que los fans se sientan traicionados y engañados con la salida de nuevas ediciones cada poco tiempo”, aseguró. Por supuesto, de aquélla frase sólo se creyó que no iba a tocar el montaje, porque el resto era de prever que se lo iba a pasar por el forro de los huevos.
Y así ha sido.
Aurum Producciones celebra este año el quinto aniversario del lanzamiento de la trilogía de ‘El Señor de los Anillos’ con una serie de acciones y novedades en torno a las películas dirigidas por Jackson. En septiembre se lanzarán las ediciones limitadas de cada una de las películas de la trilogía, unas versiones inéditas en nuestro país que se presentan con un atractivo diseño para coleccionistas e incluyen la versión estrenada en cines, la extendida y contenidos adicionales nunca vistos.
También anuncian, como era de presumir, que estas ediciones se pondrán a la venta por un tiempo limitado. Además, previamente, en el mes de julio, se presentará la espectacular edición en caja metálica que incluye tres discos con la trilogía.

martes, 6 de mayo de 2008

Alan Ladd y Veronica Lake, unidos por el destino

Él era bajito y no fue jamás una estrella de su tiempo. Con ella sucedía lo mismo. Ambos fueron eclipsados dentro de la estirpe genérica por Bogart y Bacall. Sin embargo, llegaron antes. Son Alan Ladd y Veronica Lake, dos figuras que grabaron su nombre efímeramente en el género del cine negro, en ese sucio universo del crimen poblado de gángsteres donde los delincuentes transgredían el orden legal, con la explotación del detective o investigador subordinado a las tensiones de un entorno corrupto y a la hermosa ‘femme fatale’, atractiva y seductora, que jugaba peligrosamente en el límite de la turbiedad.
Ladd había interpretado todo tipo de antihéroes a lo largo de su poco reconocida filmografía; hasta esa época, había aparecido en una veintena de títulos, algunos de ellos sin acreditar, incluida su participación en ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles, sin mucho reconocimiento de labor actoral. Ladd procuró dejar una impronta de ‘tipo duro’ con rostro angelical capaz de ser un hijo de puta manipulable, una víctima del género negro. Ella venía respaldada con el éxito de ‘Los viajes de Sullivan’, de Preston Sturges. Su voz ronca y envolvente, su esencia de fémina agresiva, elegante y sofisticada, muy sugerente y sensual, la habían revelado como una actriz de estilo inconfundible. Su peinado, el mítico ‘peek-a-boo-bang’, con su inconfundible cabello rubio platino ondulado tapándole un ojo, sería imitado y definido como el peinado del siglo. Ambos dieron vida a algunos de los roles más emblemáticos del cine negro de los años 40, simbolizando ese estado de ánimo que se vislumbra en una época de crisis sociopolítica y moral, con las mentiras como protagonistas de los clásicos que protagonizaron, aportando con sus rostros una apertura a los límites de cualquier categoría, en una tipología fílmica que pasaba del expresionismo al barroquismo casi minimalista, donde la dosis de violencia y fascinación erótica determinaron la genealogía del ‘noir’. Y ellos son parte de esta historia.
‘El Cuervo’, de Frank Tuttle marca el inicio de su matrimonio cinematográfico. Basada en una novela de Graham Greene, narra la historia de ese asesino sin escrúpulos llamado Raven, contratado para que cometa un asesinato sin saber que está siendo víctima de una peligrosa trampa de la que debe sobrevivir a toda costa. Una fotografía de claroscuros, atmósfera umbrosa y clima indefinido contrastaban a la perfección con la tribulación de un portentoso Ladd en divergencia con el penetrante rostro de Lake. Desde entonces, sus relaciones dentro de la pantalla estuvieron definidas por la apariencia utilizada como intriga. ‘La llave de cristal’, de Stuart Heisler, es una obra maestra que sigue los preceptos literarios de Dashiell Hammett en su perfecta conjunción de cine de gángsteres, ‘thiller político’ y cine negro con la historia de un líder mafioso que decide apoyar a un candidato reformista en las elecciones, viéndose envuelto en un asesinato de estado que no ha cometido. Es la simbología de aquello que prevalece detrás de una realidad figurada, donde la violencia ya se ha instalado como moneda de cambio para llegar al poder. Es en éste filme de rotunda clarividencia en el que Ladd y lake funcionan como pareja, él como Ned Beaumont, guardaespaldas que investiga el homicidio del hijo del senador Henry. Lake como la inolvidable Janet Henry, encargada de ayudar en las pesquisas de Beaumont.
‘La dalia azul’, de George Marshall y adaptación al cine de Raymond Chandler, reiteraría de algún modo ese personaje especulativo que tan bien interpretaba Ladd, el de un veterano de guerra que en su regreso a casa, comprueba que su esposa tiene un amante que es el propietario de un ‘nightclub’ llamado como la propia película. Cuando ella es asesinada, él se convierte en el principal sospechoso. De nuevo, el regreso del hombre a los descontrolados tiempos de corrupción y falsedades a descubrir, de nuevo con la ayuda del personaje de Veronica Lake para resolver el caso que le exculpe de todo. Su asociación fílmica terminaría con ‘Saigon’, fábula oriental a modo de ‘pulp magazine’ dirigida por Leslie Fenton y ubicada en el Shanghai de postguerra, donde tres pilotos se ven involucrados en un suculento negocio de dinero negro a través de un magnate que va acompañado por una hermosa secretaria a la que da vida, como no podía ser de otro modo, por Lake. Enfrentamientos, traiciones y una extraña historia de amor se entremezclan en este filme que, además de un fracaso de crítica y público, supuso el final del idilio cinematográfico de Ladd y Lake.
Desde ese momento, ambos caerían en una análoga decadencia salpicada por algún que otro éxito. En el caso de Ladd, proseguiría con una carrera titubeante en la que trabajó con cineastas de renombre como Mitchell Leisen, Raoul Walsh o Delmer Daves. Y fue con ‘Raíces profundas’, en 1957, donde alcanzaría su mejor y más valorada interpretación. Sería su nuevo momento de gloria. Pero duraría poco. Desde ahí, a los descensos del fracaso que terminarían con un trágico final cuando se suicidó con una sobredosis de barbitúricos y alcohol. Con Lake sucedería algo similar. A pesar de casarse con André de Toth, protagonizó un estrepitoso fracaso de la Fox como ‘Stronghold’ que acabó su fama. Deambuló como actriz en alguna serie de televisión, fue investigada por evasión de impuestos y comenzó a darle a la bebida de forma descontrolada. Trabajó como camarera y regreso al celuloide en alguna infecta y olvidable muestra de serie Z. En los últimos años de su vida, fue encerrada con un cuadro de paranoia esquizoide y, tras publicar su autobiografía, murió a los 50 años, sin amigos y enemistada con su familia, por una insuficiencia renal provocada por su alcoholismo.

jueves, 1 de mayo de 2008

Review 'Elegy (Elegy)', de Isabel Coixet

Crónicas de un viejo seductor
Isabel Coixet recurre a una novela de Philip Roth análoga a la temática íntima de soledad de la directora. El problema es que todo va licuándose en el desinterés y en la apatía de una historia que carece de verdad.
Muchas veces se ha recurrido a la literatura más que al cine para definir el esteticismo y el estilo de una directora como Isabel Coixet. Obviamente, era de esperar alguna adaptación de uno de sus escritores de cabecera, en esta ocasión, de la mano de la novela de Philip Roth ‘El animal moribundo’, eso sí, sin guión original de la cineasta, sino escrito por Nicholas Meyer, autor de otra irregular adaptación para el cine de otra novela de Roth como ‘La Mancha Humana’, dirigida por Robert Benton. La directora, de mirada siempre íntima y personal, se arroja a una historia de pleamares emocionales y físicos intergeneracionales, de inherente pulsión sexual, confesiones y reflexiones existenciales determinadas por la decadencia física del cuerpo, con protagónica esencia del sexo atañido con la muerte. ‘Elegy’ pretende ser eso; un canto a la belleza, a la pasión, a la verdad del sueño eterno y, finalmente, a la vida. Son elementos que no difieren mucho de sus anteriores filmes. Se diría que hasta pueden ser hasta reiterativos, códigos identificativos en su periplo como guionista y realizadora. A lo largo de sus cinco anteriores trabajos, Coixet ha tratado de reflejar un propósito analítico sobre la soledad, el amor y, sobre todo, el destino.
Por supuesto, esta nueva incursión en el tema y primera producción íntegramente norteamericana no se sale de estos cánones. Es la historia de un veterano profesor de poesía que hace gala de una importante moral hedónica; es cínico, intelectual y seductor, inteligente, culto, autosuficiente, ajeno al compromiso, toca el piano y se folla a las alumnas que le adoran después de acabar el curso para no tener problemas. Como es de esperar, el detonante de la historia, será la aparición de una hermosa alumna que hace tambalear el mundo de certidumbre el y blindaje emocional que liberaron en el pasado de vínculos a este hombre. El mismo que le hizo abandonar su matrimonio y sacrificar el afecto de un hijo, que se ha convertido en el espejo contradictorio de sus miedos. No tardarán en aparecer los celos, provocados por la edad, liberador del deseo y de la obsesión posesiva. Como en la novela de Coetzee ‘Desgracia’, la cosa va de hombres geriátricos con espíritu joven que esconden su miedo a la muerte en el éxtasis sexual con jóvenes que les idolatran, escondiendo su miseria humana de fracasos, de incompetitividad familiar, atmormentados y aferrados a la juventud de sus amantes para aplacar su irreprimible ocaso.
Otra historia de confesiones privadas que se entremezclan con la reflexión filosófica y los cuestionamientos finales. Coixet acude al subjetivo punto de vista del profesor interpretado con coherencia por Ben Kingsley (no se puede decir lo mismo de Penélope Cruz), valiéndose de la eterna voz en Off que ha acompañado la carrera de la cineasta española. Sin embargo, se podría decir que ‘Elegy’ es la película más impersonal de su autora, pues abdica el reconocible protagonismo del entorno en el que se desenvuelven sus personajes y la idiosincrasia paisajística por una profundización única de la fauna que escudriña. Para Coixet (y en extensión, para Meyer y Roth), es más importante el contexto emocional (los sentimientos, las miradas, las reflexiones), que el geográfico. En este sentido, hay que destacar el desvanecimiento de algunos de los aspectos más privativos de sus anteriores obras, quizás los más estilísticos y que definían la personalidad como directora. Nadie le va a negar a Coixet sus destacados dotes para el sutil simbolismo, sus cuidados movimientos de cámara y alguna que otra exquisitez en su personal y elegante mirada cinematográfica. Lamentablemente, aquí se excede en su profuso intento de ‘literaturalizar’ la realidad llegando a carecer de verdad en muchas de las situaciones que desfilan por pantalla a lo largo de 108 minuros que, hay que avanzarlo ya, parecen 140.
La filosofía burguesa, de corte ‘new age’, que impregna el relato hace que el filme se vaya imbuyendo en sí mismo, en la autocotemplación de una historia que pierde interés desde su inicio, haciéndose previsible su desarrollo, con un pulso anémico, casi anecdótico, en el que además de echar en falta cualquier atisbo de pasión o complicidad con el espectador, los personajes dejan de conmover demasiado pronto, abandonándose a la deriva sus motivaciones o movimientos dentro del relato. Desde muy pronto afloran los problemas que van a definir el curso de la película.
Por una parte, la absoluta ausencia de química entre Penélope Cruz y Kingsley, de una artificialidad y falta de veracidad en su relación fílmica que contrarresta cualquier aspiración creíble. Por otra, la actitud de la directora por menguar ciertos detalles sexuales en la relación del profesor y la ex alumna que dan el sentido a la novela de Roth. Así como al torpe retrato del personaje de Patricia Clarksson o al menosprecio a la importante subtrama paternofilial. Son insuficiencias de guión, por supuesto, no de Coixet. Sin embargo, éstas se unen al alargamiento y reiteración de las situaciones, en las que prima la musicalidad pianística que acompaña a la reflexión y a la ventana empañada por la abundante lluvia de un día gris de recuerdos melancólicos… Coixet ni siquiera recurre a sobreponer la descripción sobre la narración. Lo que hace que su historia sobre segundas oportunidades se vacíe hasta llegar a resultar aburrida e inoperante.
‘Elegy’ es así un retrato de esteticismo erótico sin fuerza, que medita sobre las paradojas del tiempo y la edad, la vida y el arte, el amor y el deseo enfrentados a la vejez… en un final que pretende humanizar al hombre egoísta y ególatra para mostrarle débil ante la muerte y el amor, ante el entendimiento y aceptación de su edad a través de los ojos de aquellos que ha sustentado su vida, como parte del poema de Yeats ‘Sailing to Byzantium’, del que proviene el título original de la novela de Roth ‘El animal moribundo’.
Una empalagosa tesis acerca de la soledad a la que se enfrenta el hombre moderno, a esa reflexión sobre el envejecimiento que Coixet metaforiza en una pelota de squash solitaria que ha quedado abandonada sin jugadores, en un metrónomo que no marca pautas, en una planta que va perdiendo las hojas… Eso es ‘Elegy’, una parábola ineficaz y sosa, decepcionante y apática.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 28 de abril de 2008

El universo laboral de 'The Office'

Ricky Gervais y Stephen Merchan consiguieron con la primigenia ‘The Office’ una doble consecución con su serie para la BBC2; por un lado, consagrar y reestablecer la comedia inglesa televisiva como fuente de inspiración y tradicional cuna de grandes joyas catódicas. De de 2001 a 2003, ‘The Office’ obtuvo el reconocimiento de la crítica y del público, llegando a ganar dos Globos de Oro en 2004. Por otro, y factor más importante, ha sido la revelación para su readaptación por parte de la NBC a la próspera televisión americana, que no dudó en llevar esta serie al estilo ‘yanqui’, a la idiosincrasia norteamericana del entorno laboral de los empleados de la oficina de Scranton (Pensilvania) de la compañía de papel ficticia Dunder Mifflin.
‘The Office’, en su ‘remake’ US, es un prodigio y un hallazgo de increíbles cualidades, de apreciable maestría dentro del amplio y sugestivo catálogo de la actual pequeña pantalla estadounidense. La serie se desarrolla bajo un formato que adopta los conceptos del falso documental, como las declaraciones directas a cámara, el movimiento nervioso de la cámara en mano, con sus zooms indiscretos y ‘tics’ propios del género. Resulta, obviamente, algo disímil a la ‘sitcom’ tradicional. Es lo que se ha venido a denominar ‘mockumentary’, satírica utilización de las pautas documentales aplicadas a situaciones dotadas de realidad y verismo, pero en todo momento asimilando su naturaleza ficcional, llevado todo ello al terreno de la comedia televisiva (utilizado en excelentes series como ‘Curb your enthusiasm’, ‘Trailer Park Boys’ o ‘Arrested development’). Esa interacción con el objetivo no sólo escudriña las declaraciones de los protagonistas y su día a día dentro de la serie, sino pasa a un nivel mucho más interesante, ya que involucra al propio espectador, cómplice de la cruel realidad que rodea a la fauna oficinista, obligando a éste a reflexionar sobre lo visto a cada momento, agilizando la correspondencia entre lo que se ve y lo que sucede a un nivel interior de drama y comedia detrás de las declaraciones que recogen los secretos, los silencios y las inquietudes de estos trabajadores resignados.
Los guiones, elevados a una categoría de grandeza absorbente, suelen simplificarse normalmente a una sola trama que afecta a todos los personajes, sin recurrir necesariamente a una premisa humorística. Aquí se trata de ofrecer un efecto de realismo deformado por la actitud de varios componentes de esta delirante oficina. Lo que acontece dentro de los guiones está excepcionalmente proporcionado para facilitar un equilibrio medido, que hace las situaciones, sus argumentos y los golpes de efecto retroalimenten el interés de la serie y afecten a sus tramas, capítulo a capítulo. Lo que más llama la atención de este ‘The Office’ americanizado, es la facilidad con la que el público llega a la identificación gradual con los protagonistas, a la familiarización con los excelentes secundarios que se mueven discretamente alrededor de los rostros visibles y más célebres de la oficina.
Steve Carell proporciona aquí su descomunal talento cómico e interpretativo en el rostro de Michael Scott, mezquino director de la oficina, autoconsciente de ser el mejor jefe del mundo (como reza un eslogan de su taza de café). Además, Michael tiene la ferviente convicción de parecer ante los demás como un tío divertido, elocuente, enrollado y admirado. Nada más lejos de la realidad, puesto que no es más que un pobre y despreciable arrogante que no sabe medir sus acciones y comentarios que resultan, en muchos casos, machistas y ofensivos. Un individuo ruin y cobarde, lleno de prejuicios, infantil e incoherente que, sin embargo, llega a conmover por su estúpida maldad, que no obvia frustraciones y defectos.
‘The Office’, corrosivo retrato de los integrantes de esta empresa, utiliza los estereotipos que podrían esperarse de su argumento para abandonarlos y reformular atractivos estudios psicológicos que potencian la efectividad de un pequeño universo de personalidades conflictivas. Como el gran Dwight Schrute (Rainn Wilson) ese pelota asistente del gerente regional, un neurótico e infantil chalado, amante de las artes marciales y trepa incorruptible que es víctima de las putadas de Jim Halpert (John Krasinski), el tipo divertido y cercano de la oficina, un joven desmotivado laboralmente, pero a gusto con el ambiente profesional y enamorado de la recepcionista, Pam Beesly (Jenna Fischer), confidente y amiga con la que existe una evidente tensión sexual no resuelta y que no es más que el cebo aparente para esa cédula con respecto al espectador. Ambos son los primeros responsables de la filiación con el público, pero sólo en apariencia. Un elemento cardinal dentro de la serie, puesto que bajo la despreocupación inicial, existen unas vidas de desengaños, aspiraciones y deseos no conseguidos con insalvables dificultades en el camino hacia la felicidad.
Los personajes de la serie viven bajo ese signo de la apariencia. Son seres solitarios con secretos y defectos, esclavos de la cotidianidad y la extravagancia a partes iguales. Por eso, los roles secundarios; el hacendoso y flemático Stanley Hudson (Leslie David Bake), la anticuada y obsesa de los gatos Angela Martin (Angela Kinsey), el homosexual hispano Oscar Martinez (Oscar Nuñez), la oronda e inocente Phyllis Lapin (Phyllis Smith), el hombre de pocas luces glotón y parado Kevin Malone (Brian Baumgartner), la ex alcohólica Meredith Palmer (Kate Flannery), el novato con contrato temporal Ryan Howard (B.J. Novak) o la estrictita ‘corporate manager’ Jan Levinson (Melora Hardin)… son fundamentales a la hora de entender y apreciar el ecosistema que rodea Dunder Mifflin, víctimas de la mezquinidad llevada al paroxismo de Michael. El director, paradójicamente, es la personificación de la idiotez irreconocida, que no duda en echar por tierra los puntos de vista y opiniones de las otras personas, con el objetivo de situarse por encima de los demás. Es la imagen de la vergüenza ajena llevaba hasta el humor cruel. En ‘The Office’, la realidad deformada se circunscribe a la importancia geográfica de ese espacio cerrado, a un submundo reconocible donde el humor y la parodia no abogan por las instancias intermedias ni indirectas.
Con cuatro temporadas emitidas, ‘The Office’ es una de las series más imprescindibles de los últimos años.
- Fake Web de la Compañía Dunder Mifflin.
- Web oficial de ‘The office’.

jueves, 24 de abril de 2008

Review 'Rebobine, por favor (Be Kind Rewind)'

Renovación visual, bajo los designios de lo ‘freak’
Gondry elabora un homenaje a la cinefilia a través de una ‘buddie movie’ con grandes ideas, talento e incendiario discurso. Pero también con alguna carencia de mitología cinematográfica.
Después de tres películas como ‘Human Nature’, ‘Olvídate de mí’ o ‘La Ciencia del Sueño’ y una carrera más que fructuosa dentro del mundo del videoclip, Michel Gondry sigue persistiendo con su cuatro largometraje en otro reconocible evento surrealista de inspiración melancólica y poética, esta vez como enloquecido ejercicio de cinefilia, alejado de sus dos anteriores melodramas obsesivos sobre el amor y el romanticismo. El cineasta galo abandona la temática del corazón para recrear otro tipo de pasión; la del cine dentro del cine, la idealización creativista de dos personajes que se ven avocados a dar rienda suelta a su vena cinematográfica y creadora cuando, por culpa de una descarga eléctrica, uno de ellos se transforma en un desmagnetizador humano, borrando todas las cintas de vídeo de un viejo videoclub a punto de ser demolido del que el otro queda al cargo. El original punto de partida hará que ambos tengan que rehacer (en una suerte de ‘remakes’ de serie Z) las películas que piden los clientes, tan sólo armados con grandes dosis de imaginación y los pocos medios de los que disponen. El resultado es lo que se de denominará como ‘suecadas’, condensación personal y sintetizada de las cintas que mantienen el espíritu original, pero vueltas a rodar con el único afán de la necesidad y el divertimento.
El mundo hipertrofiado de ensoñación de Gondry sigue caminando entre el naturalismo, la estética feísta y un personal e íntimo surrealismo, que funciona a la perfección en el melodrama y en la comedia, como es el caso, en su manifestación provocadora sobre el destino incierto del cine al amparo de los nuevos modelos audiovisuales (como Youtube y el fácil acceso a cámaras domésticas de gran calidad), allí donde Gondry especula e invita al espectador a la intrusión ilusoria de los sistemas cinematográficos actuales.
‘Be Kind Rewind’ basa su fuerza, su vida y su comicidad en la imperturbable ilusión por crear, por rodar sin ningún tipo de formalismo, donde impera la imaginación vinculada a la creatividad de trabajo manual que remite a sus habituales medios de fantasía; algo tan sencillo como el cartón, la pintura, los hilos, la plastilina o el dibujo. Es el enfrentamiento a la digitalización del cine que impone el autor francés, remitiendo en intención a la ficción rústica de la inventiva, como lo hicieran Meliès o Segundo de Chomón en los orígenes del Séptimo Arte.
Con ello, Gondry está reivindicando la necesidad de que cada uno cuente sus ideas con los medios que existen, afirmando libremente la utópica idea de que todo el mundo puede ejercer de cineasta y exhibidor, como una preciosa oda a la democratización del acto creativo y cinematográfico que postula a favor del vídeo y el énfasis por rodar como medio de aprendizaje y de progreso artístico. Cuando Jerry (Jack Black) y Mike (Mos Def) se ven obligados a crear su propia película, lo hacen a sabiendas de estar pariendo un cine cutre y sin complejos, pero al alcance de todos los públicos, como concepto descentralizador y participativo, aquél que hace más amplio el acceso al medio audiovisual, en este caso, a todo un barrio enganchado a las ‘suecadas’ de los dos protagonistas. Supone así un nuevo vistazo a la tipología cómica de la patafísica, renovada bajo los designios de lo ‘freak’, del ente cinematográfico hecho con el gusto y la añoranza por los clásicos comerciales de los 80. Un cine que ha marcado a toda una generación de cineastas y que, incluso hoy en día, sigue sin estar reconocido por la crítica más versada.
Gondry expone con melancolía el cine como un sueño que vivir, una voluble ilusión utilizada como escapismo a la vida real. Sin embargo, ésa realidad, como consecuencia, destruye los sueños que sirven como catalizadores de los deseos que son inalcanzables. Es la diatriba entre esta idea de la democratización del cine y el conflicto que se da entre la calidad y las oportunidades. Lo que está haciendo Gondry, a través de la anacronía del VHS, es metaforizar con el presente y futuro del cine, donde por mucho que las ‘suecadas’ funcionen como una coartada intelectual de lo más estimulante, choca de lleno con el cine “de verdad”. A fin de cuentas, con la todopoderosa industria de Hollywood.
Gondry cuestiona así la industrialización comercial del cine, simbolizado en los arquetípicos especuladores de terrenos que destruyen la nostalgia y el pasado o los tiburones y abogados de los grandes estudios que acusan a los héroes cotidianos de plagio, cuando en realidad lo que están haciendo es cercenar una esperanza utilizando las leyes de piratería en su propio beneficio. El mensaje, visto de este modo, no deja de ser incendiario, puesto que se plantea un cine visto como tal por las multinacionales, porque, queramos o no, es la única vía para crear una película con aspiraciones comerciales. Incluso ‘Be Kind Rewind’ entraría en esta catalogación. Y Gondry lo sabe. Y no deja la oportunidad de potenciarlo con el talento subversivo que le caracteriza, idealizando la necesidad de narrar historias con un ímpetu romántico, sin atender a condicionamientos ni presupuestos.
Es la nostalgia por la expedición, un viaje por la memoria, a través de los títulos que los protagonistas ‘suequean’ (‘Cazafantasmas’, ‘Robocop’, ‘Carrie’, ‘2001: Una Odisea del Espacio’, ‘Hora Punta II’ (sic)… y todas las películas que no han podido mostrarse por culpa, precisamente, de los derechos tan férreos de las grandes ‘majors’), la reivindicación de las VHS de toda la vida, en un acto de amor al cine y a la películas de vídeo con las que muchos han crecido. Aunque ahí esté su peor defecto. Precisamente, en que esas parodias de las películas son simples anécdotas, recursos delirantes pero sin profundización o brillante síntesis. Tan sólo algunos planos reconocibles o la sobreimpresión de los títulos de las películas hacen reconocibles los homenajes. Es la gran traba de este inocuo divertimento.
La ensoñación idealista viene dada, empero, por la singular relectura del metalenguaje aplicado a la fábula sobre el cine dentro del cine y su fragmentación de mecanismos genéricos divulgados a través de los títulos que se ‘remakean’. A pesar de que ‘Be Kind Rewind’ es la más descarada apuesta por la comercialidad por parte de su director, también es cierto que sigue siendo, aunque con menos frescura que sus antecedentes, cine creado con la artesanía de un maestro a la hora de llevar a cabo la realidad conferida con un extraño y sugestivo toque de naturalismo y fantasía; bien sea en la recreación rústica de las películas que desfilan por la pantalla, como por esa fascinación de un entorno de barrio del pequeño Passaic, en Nueva Jersey, captando el tono suburbial, punto de unión en la subhistoria de "Fats Waller", uno de los primeros grandes pianistas de la historia del jazz. Recurso que opera como testimonio de la nostalgia, de la memoria común, para deducir que el cine es un acto de paganismo que enlaza y une a una comunidad.
Es, en definitiva, una hermosa ‘buddie movie’ que funciona como comedia y, en varios de sus segmentos, como película emotiva, de tesis o de acción, en una falsa concordancia populista que llegue a todos los sectores del público. La ilusión, para Gondry, es lo último que hay que perder, como viene a representarse en la historia paternofilial del viejo Elroy Fletcher (Danny Glover) y Mike, engañado toda su vida con la única esperanza de mantener la esperanza. Ésa es la médula espinal sobre la que sustenta un filme que tiene en Jack Black a su mejor embajador. Un actor inmerso en su salsa de excesos, desbordante en su peculiar y poco reconocido histrionismo en el que sólo él sabe dar rienda suelta a sus tics cómicos y aspavientos estrafalarios que aquí funcionan como nunca.
‘Be Kind Rewind’ podría haber sido obra catedralicia de la cultura popular, de los años 80, de la memoria cinéfila de unos cuantos que muestra con sutileza que su interés y vigencia tiene que va más allá de la interesante trama de su divertida sinopsis, incluso de ese emotivo final que no pretende moralizar ni dejar una moraleja optimista. Pero lo cierto es que Gondry parece dejarse llevar por la epidérmica sensación de sentimentalismo propio de los grandres ‘blockbusters’ a los que homenajea y no al verdadero espíritu que podría haberle atribuido a tan honrosa ofrenda fílmica.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

martes, 22 de abril de 2008

Queda sólo un mes

Sólo queda un mes para que el cine comercial se ponga patas arriba. Para recuperar el espíritu de una generación que clama en silencio y con nervios la llegada de este día.
Sólo quedan 29 días para que Indiana Jones despliegue su látigo y despeje la incógnita más esperada de los últimos tiempos, la del regreso de un mito irrepetible.
Habrá que preparar algo abismal y especial para ese día ¿no?

lunes, 21 de abril de 2008

'Y todo va bien', segundo corto de Guillermo Zapata

Guillermo Zapata ha conseguido con su primer cortometraje ‘Lo que tú quieras oír’ un hecho insólito: gracias a la difusión gratuita en Internet, utilizando dos armas como son la Creative Commons y el portal Youtube, más de 68 millones de personas han disfrutado de esta pequeña obra a través de la red. Con ello, su trabajo se ha colocado como uno de los vídeos más vistos del año del sitio más famoso de vídeos en Internet, siendo el único video de ficción en el ‘TOP 20’, dominado por videoclips y vídeos de entretenimiento. También es el único en castellano. Todo un logro, sin duda alguna.
Haciéndose eco por todos los medios posibles, primero por todo tipo de blogs, después apareciendo en los grandes medios de comunicación nacionales e internacionales, su debut como cortometrajista ha obtenido una promoción absolutamente histórica, haciendo que la realidad innegable de los nuevos medios de comunicación, de la inmediatez de la red, haya desbordado las visitas del trabajo de este joven director y guionista.
Un hecho donde ha primado, por encima de todo, la distribución del cortometraje sobre las retribución o la consecución de premios. Para Zapata el premio más importante ha sido el de la aceptación ‘internauta’ del corto y la increíble amplificación y circulación que ha tenido su debut cortometrajístico. Un merecido éxito que le honra y que demuestra hasta dónde puede llegar la creencia en esta metodología de distribución. Para su segundo trabajo, ‘Y todo va bien’, Zapata vuelve a utilizar la misma estrategia. Youtube y los medios de comunicación, priorizando blogs y página relacionadas con el medio, vuelven a ser fundamentales para el lanzamiento de este nuevo cortometraje que podéis ver en este mismo espacio abismal.
Para su nuevo trabajo, Zapata continúa hablando sobre el desengaño y la falta de comunicación. Si en ‘Lo que tú quieras oír’, una mujer interpretada por Fátima Baeza, manipulaba la realidad con un contestador automático para reconvertir una traumática experiencia en una hermosa mentira que le permitiera devolver el recuerdo extinguido del doloroso amor, aquí, Internet, el medio que tanto le ha reportado a este valor cinematográfico de sólidos pilares dentro del mundo del guión (trabaja desde hace tiempo en la televisiva ‘Hospital Central’), es el elemento fundamental para narrar, con un reconocible estilo costumbrista y cercano, la historia de dos personas, un hombre y una mujer, anclados en una rutina que ha convertido sus respectivas vidas en una absurda redundancia de insufrible monotonía. Seres desorientados en busca de una salida, que necesitan una novedad en su vida para acabar con ese hastío que les coarta.
Él no sabe a qué demonios se dedica, sumido en un trabajo donde ni siquiera su jefe puede explicarle la función que ejerce la empresa. Ella, empieza a verse como una pieza del puzzle vital de su metódico y perfecto novio. Las relaciones y el automatismo como factores que amenazan y destruyen la ilusión son el entorno sobre el que orbita este conmovedor retrato de personalidades, de individuos deseosos de una posibilidad de cambio, sin plantearse el riesgo de equivocarse, porque eso conllevaría a un nuevo bucle de limitaciones existenciales.
Zapata se desenvuelve con soltura a la hora de confeccionar diálogos de un dinamismo y una efectividad irreprochables, ataviados de una planificación sencilla que juega con la sutil comedia íntima que enriquece con recursos como la voz en ‘Off’ y alguna interactividad puntual con la cámara para sacar todo el partido a una historia que ejecuta sus virtudes con cognición. Zapata no renuncia tampoco a hacer un análisis de fondo antropológico sobre la comunicación social, en la descripción de un encuentro pactado desde la distancia, que desencadena que los acontecimientos cambien de rumbo. En ‘Y todo va bien’, esa enunciada rutina imposibilita ya no sólo una pequeña plenitud diaria, sino la consecución de la felicidad, determinando Internet no como un nocivo aislamiento de personas que pasan horas y horas frente al ordenador, alejándolas de los contactos y las relaciones más próximas y reales, sino como una vía de escape, una circunstancia que garantiza una puerta a la reelaboración de una nueva vida. Al menos, en la catarsis de una chispa pasional que devuelva la esperanza y la confianza.
En su composición realista hay que destacar la gran labor del elenco encabezado por la pareja formada por Ruth Díaz y Luis Callejo, que saben incorporar con soltura y talento a las dos criaturas solitarias de Zapata. Así como al cómico Mauro Muñiz, que en dos planos consigue trasmitir el tono de comedia buscado por el director. Anecdótica es la aportación del presentador Antonio Muñoz de Mesa.
Una historia de gente vulnerable que necesita creer en la esperanza y el optimismo. Una historia capaz de transmitir ese sentimiento de duda ante el día a día, siendo consciente de una pregunta: ¿en realidad hacemos lo que queremos o hacemos lo que la sociedad quiere que hagamos?
Página oficial de 'Y todo va bien'.