miércoles, 20 de diciembre de 2006

Los músicos y el golf

Términos como ‘tee de salida’, ‘dogleg’, ‘fairway’, ‘rough’, ‘green’, ‘bunker’, water hazard’… son utilizados con el mundo de los hoyos y los palos, del golf, en definitiva, que muchos artistas de diversos ámbitos tienen como hobbie y ocio, desarrollando al aire libre y en plena naturaleza esa armonía y apacibilidad que aporta un juego que ha sido, históricamente, vinculado a la burguesía y a la alta aristocracia. Un deporte, sin embargo, que cada día más se ha hecho asequible y popular, sobre todo para un nutrido grupo de célebres músicos que mejoran su handicap en las frondosas hierbas de lujosos campos, emulando así a los Ben Hogan, Bobby Jones, Harold Jug McSpaden, Tom Morris, Arnold Palmer, Greg Norman o Tiger Woods.
La revista Golf Digest ha publicado una lista con el top 100 de handicaps pertenecientes a músicos famosos que componen un peculiar ranking de golfistas rockeros, tunantes, artistas compositores y, sobre todo, artistas del country. Desde el mítico Bob Dylan, pasando por Alice Cooper, Huey Lewis, Justin Timberlake, Willie Nelson, Celine Dion hasta llegar a gente como Vince Neil, Neil Young o Meat Loaf son fervientes apasionados de este reposado juego en el que muchos de ellos saben lo que es conseguir grandes ‘birdies’ o ‘boogies’ (como Kenny G, en lo alto de la lista) y otros lo que es cerrar un campo de golf sin haber metido una bola en su solo hoyo.

Tera Patrick: la eterna quimera sexual

¿La veis bien? ¿Verdad que es impresionante? Es uno de los sueños recurrentes más febriles y enardecidos que ha existido en este terrenal mundo desde inmemoriales tiempos de entusiasmo onanístico. La eterna Tera Patrick, ese conjuro de los dioses se ha convertido en el deseo sexual de cualquier noche, ya sea de verano, de invierno o de cualquier estación del año… Hija de padre inglés y de madre tailandesa, esta poderosa y magnética hembra dotada de inverosímil belleza y el voluptuoso cuerpo abastecido con la perfección de las ninfas fabulescas. Esta mujer, amigos míos, provoca expresiones comunes que desatan la vena agreste y abandona los buenos modos con frases tales como “me la pone con brillo”, “me levanta el cimbrel”, “me calienta la fogata”, “me pone pinchote”. Como se quiera llamar, su cautivadora atracción sexual reverbera los más bajos instintos masculinos. Al menos los míos.
Patrick tiene carrera universitaria, fue enfermera profesional a la vez que compaginaba su carrera de sanadora (no quiero imaginarme estar enfermo y ser atendido por esta deliciosa y corpórea mujer) con sus apariciones en revistas de moda como Harper's Bazaar o Vogue. Desde que la prestigiosa fotógrafa del universo XxX Suze Randall obrara el milagro de mostrar sus imperiales atributos al mundo, Tera Patrick se convertiría en un icono de los amantes del ‘hobbie a una mano’.
Su carrera en el mundo del cine porno ha sido fulgurante; pasó de ser portada en revistas subidas de tono como Penthouse, Hustler y Playboy a debutar en rollo sicalíptico con ‘Aroused’, del rey del ‘porno chic’ Andrew Blake y pasar a ser una estrella total del género, llegando a rodar más de 80 películas. Ha trabajado con sellos tan conocidos como Digital Playground (inolvidable su ‘Virtual Sex’) o Vivid, dando a sus miles de fans esos característicos gemidos, orgasmos afectados por una sensualidad fuera de toda lógica que mitificó imbuido en su habitual gamberrismo Howard Stern en su programa radiofónico. La fantasía hecha carne. Casada con Evan Seinfeld, el cantante/bajista de Biohazard y conocido como Spyder Jonez dentro del imperio XXX, ha rodado junto a él cinco películas, entre las que destaca ‘Teradise Island: Anal Fever’, el nuevo título de esta musa masturbatoria y que tanto recuerda a ‘Caribbean Undercover’, donde Patrick, desnaturalizada por operaciones de aumento pectoral y enflaquecida por algún otra mal trago, sigue dando lo mejor de sí misma.
Bien, pues además de la gratuidad del post para destacar a esta inspiradora deidad estimulantemente sexual, hay que destacar la aparición de lo que parece un ‘fake’ de lo que sería un juego interactivo sobre la pornostar: ‘Virtual Tera’, una experiencia vivida en primera persona con la Patrick, una fantasía a modo de juego en 3D con la que satisfacer el ocio en dos vertientes; el más instintivo y el de pasatiempo computerizado. Y se supone que es un fake, porque la recreación de este ‘teaser’ animado de lo que puede ser ‘Teradise’ recuerda en exceso a ese lujo al alcance de unos pocos que es el ‘Virtual Hottie 2’, elaborado juego pornográfico que supone un logro en el ocio sexual dentro de un mundo interactivo con infinidad de posibilidades eróticofestivas solamente para mayores de 18 años.
Si os gusta lo que veis en este vídeo y os apetece, de repente, jugar a este juego, ya sabéis qué pedirle estas Navidades a los Reyes Magos.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Nominaciones XXI Edición de los Premios Goya

Inevitablemente, hay que hablar de las nominaciones a los Premios Goya. En mi caso, como diría Bartleby, el entrañable personaje creado de la pluma de Herman Melville, “preferiría no hacerlo”. Me aburre sobremanera. Pero allá vamos, por el compromiso con la actualidad.
Para empezar, la verdad es que poco (o nada) ha sorprendido la lista de candidaturas de esta XXI edición de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España que se celebrará el próximo enero y que ha estrenado presidenta en la figura de la guionista y directora Ángeles González Sinde. Todo predecible. Ninguna sorpresa. Y si esto es así, no quiero imaginarme la Gala que nos espera dentro de un mes. Este año, el cine español se ha escudado en la buena marcha comercial (pero sin lanzar cohetes ¿eh?) de alguna películas españolas estrenadas a lo largo de 2006, por lo que la cosa ha sido fácil a la hora de designar a los filmes candidatos; las películas que mejor han funcionado en cartel han sido las elegidas para optar al mayor número de nominaciones. Un hecho reiterativo, que maneja los mismos clichés que llevamos viendo en los últimos años.
Así, era incuestionable el pronóstico: ‘Alatriste’, de Agustín Díaz Yanes, se ha llevado el podium de las menciones (15, nada menos) para los Goya ¿Esto ha pillado a alguien por sorpresa? Evidentemente, no. Si se ha manofacturado una película que ha costado 30 millones de euros y es la más cara de la historia del cine español, pues se nomina a todo lo nominable (incluso su surreal guión) y todos tan contentos. También ha triunfado en esta terna ‘Volver’, de Pedro Almodóvar, quien hace un año, junto a su hermano Agustín, abandonó la Academia, alegando su desacuerdo con el sistema de votaciones de los Goya. Como el año pasado ‘La vida secreta de las palabras’ (filme producido por El Deseo) fue la triunfadora de estos premios, las votaciones han cambiado y su película está nominada a los Globos de Oro y se perfila como una de las candidatas a los Oscar, era inevitable el reconocimiento académico. Por supuesto, si Cannes premia a todas las actrices de la cinta ¿por qué no el cine español?
También ‘Salvador’ ha sido agraciada en la particular pedrea al mencionarse la película de Manel Huerga hasta once veces. Por supuesto, las merecidas 13 nominaciones de ‘El Laberinto del Fauno’, de Guillermo del Toro dejan la incógnita de si el Goya se lo llevará la mejor película y la noche tendrá sabor a tequila o, aludiendo a su nacionalidad mexicana y competencia directa con ‘Volver’, se optará por la redundancia nepotista de la familia del cine español ¿Cómo va a resultar ganadora una película que compite directamente con Almodóvar en la carrera por los Oscar?
Sin duda alguna, este año, vistos los mediocres resultados que han superado al nefasto 2005, requiere un grito a voces que sugerirá una mejora, vanagloriándose de la actual situación de la cinematografía patria sin reconocer que aún se está muy lejos de ir por el buen camino. Hay que admitir, no obstante, que en esta lista de nominaciones se encuentra lo más granado de este año en cuanto a cine español se refiere, pero a su vez, que hay bien poco donde escoger, sabiendo que con la calidad de estos cuatro títulos se mejora notablemente el descalabro del año pasado. Es la excusa, la defensa discursiva en la que se ampara el cine español.
Por supuesto que en las nominaciones hay títulos que acicalan un poco la misérrima decadencia de los que no están, concretando títulos que escapan a nulos incentivos de cambio o novedad y han logrado un merecido interés; véanse ‘AzulOscuroCasiNegro’, de Daniel Sánchez Arévalo, ‘La noche de los girasoles’, de Jorge Sánchez Cabezudo o ‘Un franco, 14 pesetas’, de Carlos Iglesias. Curiosamente, tres de los cuatro (junto a Javier Rebollo, por 'Lo que sé de Lola' –que no he visto-) aspirantes a Mejor Dirección Novel. Un acontecimiento que invoca a la reflexión.
Por lo demás, nos esperan los mismos bostezos de una gala que siempre depara alguna sorpresa y algún que otro ridículo que analizar, otro palmarés previsible y apático, encomiada falsedad y un Goya de Honor a Tadeo Villalba. Otra fiesta que prolongue, otro año más, una mortecina situación incalificable y, por supuesto, jamás admitida.
Todas las nominaciones, aquí.

Ya está aquí la Navidad... otra vez

Frases como “cada vez llega más pronto”, “la Navidad es un invento de las grandes superficies”, “odio estas putas fechas”, “papá ¿compramos un jamón?” y “estoy deseando que pasen las fiestas de una vez” forman parte de una tradición inquebrantable que todos tenemos que pasar, queramos o no, entre finales de noviembre (cada vez más pronto) y el día de Reyes en enero, más o menos.
La Navidad se caracteriza por ser un acontecimiento que sirve de excusa para todo; para salir de fiesta, para emborracharse, para tirarle los trastos a la compañera de trabajo, para proponerse sin éxito ser mejor persona, para cenar en familia, para aburrirse, para sonreír sin ganas, para comer y beber de todo sin control. Durante varios días de fiesta, alternamos toda clase de opulentas cenas y comidas con compañeros del curro, con amigos y familiares, Nochebuena con Navidad, Nochevieja con Año Nuevo, comida de la empresa, cena de antiguos compañeros, habituales cogorzas semanales. Fiestas arraigadas a las guirnaldas, al muérdago, a las luces de colores, a los belenes, a un pequeño pino talado violentamente para goce efímero de la vista, a la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia. Eso es la Navidad.
No pretendo desnaturalizar la Navidad, ni arremeter contra una serie de ritos sacralizados que han perdido la batalla contra el gasto comercial sin control. Por supuesto, no voy a adoctrinar sobre esto. Para eso está esa canción tan desmadradamente cierta de los Soziedad Alkoholica referente a esta cuestión. No voy a caer en el error de posicionarme en una actitud desmitificadora que enuncie una imprecisión disfrazada de individualismo, de puro egoísmo, del “no me gusta la Navidad porque es una mierda”. Es más, a mí siempre me ha gustado preconizar estas fiestas, aunque sea por la estética, por la citada preferencia a la algarabía, a las ridículas cestas con embutido del barato, champán sin marca y turrón del duro, a los Niños de San Ildefonso cantando la pedrea y el gordo el día 22; por ver ‘Plácido’ y ‘Qué bello es vivir’ en una sola sesión, por reencontrarme con gente a la que sólo veo en estas fechas, por las cenas familiares... Parece que celebrar la Navidad se ha convertido en una actividad infamada y apática. Pero no creo que sea así. Si lo es, debo ser de los pocos gilipollas a los que les gusta la Navidad por cuestiones arraigadas al verdadero espíritu de estas fechas. En otras palabras: los que no saben tomar parte del rito se confortan atacándolo.
Pero cuando hay que celebrarlas, abrir regalos y apreciar el ambientecillo resplandoroso de las calles iluminada salir de fiesta hasta altas horas, todos se apuntan. Todo el mundo sale, se emborracha e intenta pasarlo bien. El concepto de Navidad está más allá de la parafernalia consumista. Y es que la confusión atávica ante el inexorable ciclo vital, del invierno y del verano (con las vacaciones familiares –la otra gran diatriba del español moderno-), ha creado celebraciones de solsticios para todos los gustos. Lo divertido de todo es ser cínico, socarrón y disfrutar de todo con divertimento. La Navidad es la época ideal para reírse con más fuerza de aquellos a los que no le gustan. Algo así, como el mensaje de esa más que interesante película de Terry Zwigoff que es 'Bad Santa', donde un Santa Claus borracho, pendenciero, ladrón e hijoputa encuentra el espíritu de las Pascuas en un niño 'loser' gordo, medio imbécil cuyo máximo deseo es tener un estúpido elefante violeta como regalo de Navidad. O a una joven ninfómana que disfruta del sexo navideño si Santa lleva el gorro de la borla roja por un complejo infantil. La Navidad es cojonuda, amigos. Y quien diga lo contrario es que no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.
Próximamente, el cercano 25 de diciembre volveré a recordar algún especial ya aparecido en el Abismo en anteriores Pascuas. Porque, desde diversas perspectivas, otra de las cosas que atraen en estos días es vaguear un poco y disfrutar más de esas cosas que ahora saben mejor en esta tradición universal y ancestral.
Yo, por mi parte, he desempolvado el flash navideño de la cabecera para ‘Un Mundo desde el Abismo’ decorando este espacio para la ocasión, dándole así una absurda pero vistosa pátina navideña. Incluso he colgado una ridícula instantánea de ese ‘otro yo’ que escribe en la red con un simpático gorrito de Papá Noél, o Santa Claus, o Kris Kringle, o San Nicolás… Da lo mismo.
Otra cuestión a debatir sería si las efigies mágicas de nuestra Navidad española han dejado dilapidarse por imágenes anglosajonas, los Reyes Magos dilapidados por Santa Claus. Sólo me queda decir: FELIZ NAVIDAD a todos y a ser tan felices como podáis. Por lo menos, en estas fechas… tan ‘señaladas’.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Review 'Déjà Vu'

Pretérito imperfecto
Tras el descalabro de ‘Dómino’, Tony Scott logra con ‘Déjà Vu’ una cinta de acción frenética que tiene como atractivo la fusión de dos géneros como el cine fantástico de viajes temporales y el ‘thriller policiaco’.
Cuando se habla de Tony Scott los críticos de cine, entendidos o simplemente aquellos que se acercan de un modo neófito al cineasta etiquetado como “el hermano pequeño de Ridley Scott los términos que suelen monopolizar su definición suelen ser los mismos; montaje frenético, estética de videoclip, contexto publicitario, efectos pirotécnicos, opulencia fotográfica, planificación imposible, angulaciones improcedentes, plétora ruidista de cuidada sofisticación… En definitiva, un director propenso al exceso. Pero lo cierto es que Tony Scott, al contrario de esas detracciones que levanta su cine entre los más puristas, es un director dotado con un estilo propio, basado, eso sí, en los constantes filtros sincopados, en la búsqueda del encuadre abrupto, síntoma de una obsesiva predisposición hacia la abrasiva estética percutante. Para bien o para mal, su estilo ha determinado un estereotipo de cine imitado y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su forma, es todo un paradigma de honestidad hacia un género (el de acción) del que nunca se ha separado a lo largo de su filmografía. Algo que, desde el desconocimiento sin argumentación, suele generar imputaciones artísticas de lo más grotescas hacia su obra.
El recurrente término ‘déjà vu’ o paramnesia, la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación, sirve de excusa para un argumento a modo de puzzle que viene firmado por Terry Rossio (autor de los libretos de ‘Piratas del Caribe’) y Bill Marsilii. Lejos de la decepción sin sentido que provocó la existencialista vacuidad y ostentosa abundancia de la desilusoria ‘Dómino’, ‘Déjà vù’ arranca con brío y algo de riesgo, en los tiempos de corrección política y contención violenta en el cine de Hollywood, al patentizar con todo lujo de detalles dignos de una superproducción de Jerry Bruckheimer, la explosión de un Ferry en la bahía de Nueva Orleáns donde mueren 543 civiles por obra y gracia de un terrorista fanático. Por supuesto que la inevitable paranoia post 11-S se esconde detrás de cualquier voluntad de trascendencia, así como los devastadores efectos del huracán Katrina. Pero también, la autoaquiescencia de formular, como en el cine de género de hace un par de décadas, a un villano de casa, a un norteamericano extremista y religioso con aires de grandeza histórica. La trama se centra así en el agente de la ATF Doug Carlin (Denzel Washington), un íntegro y virtuoso policía que, en colaboración del FBI, viajará a través del tiempo para intentar evitar el terrible suceso y atrapar a su principal responsable.
En este punto, con la inesperada incursión del cine de ciencia ficción, es donde Scott propugna sus mejores armas, al compendiar el género fantástico con el ‘thriller’ de acción, excusa perfecta para el atractivo tiovivo de diligencia al que ha acostumbrado el cineasta a sus fieles. Los científicos del FBI crean un dispositivo para penetrar en el pasado y observar con anticipación lo que el asesino estaba haciendo cuatro días antes del atentado. Un acto que puede resultar absurdo e incoherente, así como los viajes temporales. Pero al menos, Rossio y Bill Marsilii dejan a un lado el término que da título al filme acuñado por Emile Boirac y se fundamentan en leyes científicas en su sucinta reflexión sobre los desplazamientos temporales, utilizando hipótesis básicas sobre la estructura del tiempo y estableciendo las posibilidades teóricas de Einstein, Rosen o John Wheeler sobre agujeros de gusano y espuma cuántica de túneles de espacio-tiempo unidos por líneas de fuerza eléctricas. Un gesto que es de agradecer en el cómputo argumental en el que se centra la película. Una vez ingerida la irrupción de esta sorpresa genérica, el filme sigue con sus derroteros de intriga criminal, de estridencia explosiva y apremiante impacto acumulativo en su propósito de generar adrenalina visual, ese puro entretenimiento que se echó de menos en su anterior cinta.
En ‘Déjà Vu’, los dos (y hasta tres) universos consistentes y paralelos donde se desarrolla la acción, sirven a Scott para reiterar muchos de sus temas predilectos, sobre todo, en esa visión tecnológica del pasado, de vigilancia intrusista, que recuerda al ‘high tech’ de ‘Enemigo Público’ y ‘Spy Game’ en sus efectos vouyeristas y que terminan por acomodan la trama al esperado paroxismo visual del director. Es decir, esos planos saturados, deformados, acelerados y al ralentí, filmados desde varios ángulos y multitud de lentes… la sensación de montaña rusa que despiden sus imágenes de un modo casi estroboscópico. Aún así, Scott, a pesar de utilizar la fotografía de Paul Cameron (responsable de ‘Swordfish’, ‘Man on Fire’ o ‘Collateral’) no es otro inmoderado producto que rinda pleitesía al montaje sincopado y la estética publicitaria sin freno.
Tony Scott ha logrado con ‘Déjà Vu’ una de sus películas más moderadas, simples y sensitivamente honestas de su filmografía, sin renunciar a ese peculiar estilo fotográfico que marca los diversos momentos en que se desarrolla la acción. Por eso, lejos de ser perjudicial para el filme, llega un momento en el que los personajes, secundarios sin esencia o principales de importancia sin destino, ofrecen un plano adventicio respecto a la historia, imbuidos en un endiablado ritmo de celeridad personal, del habitual estilo de su creador, como aquellos momentos en que la trama se fragmenta bruscamente y los acontecimientos se van sucediendo, sin dejar lugar para el respiro de un espectador entregado a ese sentido heroico de la historia.
Con inspirados ecos obsesivos de ‘Laura’ de Preminger, ‘Déjà Vu’ supone un carrusel temporal entre dimensiones que marcan un ‘thriller’ existencial de ciencia-ficción sobre el destino y las consecuencias de las decisiones pretéritas. Sin embargo, más allá de todo eso, la última película de Scott es un cuidado juego de entretenimiento de género, sin más, que rezuma pureza y mesura dentro de lo exorbitante de esa trama artificiosa que permite a los personajes deambular retrospectivamente por el pasado y evitar una masacre. Se trata de una inocua superproducción de estudio, manufacturada con un fondo argumental muy interesante apoyado en la eficacia de su principal estrella Denzel Washington, en su reinterpretación de eterno policía incorruptible, además de evidenciar el deterioro al que está sometiendo la edad a Val Kilmer, el descubrimiento de la sugerente Paula Patton o el divertimento que provoca analizar el papel James Caviezel, reconvertido en el antagonista del Jesucristo de Mel Gibson, en otro autoproclamado líder espiritual, esta vez terrorista sin escrúpulos, que propugna el destino y la intervención divina, satanizada por la trascendencia de aquellos que eternizan su nombre cometiendo actos de horror.
‘Déjà Vu’ es una agradable experiencia degustada previamente, que propone la sensación de haberla vivido en el pasado, en el propio cine que autentifica el mejor Tony Scott, uno de los valedores más astutos dentro del cine de acción moderno. Y esto, hoy en día, es todo un logro.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

miércoles, 13 de diciembre de 2006

35 mm: el cine convencional ya es pasado

El sonido del celuloide, el negativo adquiriendo 25 fotogramas por segundo, el ruido del motor de una cámara de 35 mm... Todo eso se perderá. Como lágrimas en la lluvia. La muerte del cine, como la entendemos actualmente, está más cerca de lo que pensamos. Desde que George Lucas rodara íntegramente ‘Star Wars: Episodio III. La Venganza de los Sith’ en formato digital, se ha estado trabajando en una redefinición del nuevo estándar de proyección de películas en salas cinematográficas.
Este nuevo sistema sustituirá a las tradicionales películas de celuloide con halogenuros de plata, haciendo obsoletos los clásicos procesos como el revelado, convirtiendo el nuevo en un estándar al alcance de todo productor y cineasta. De este modo, el cine pasará a una esfera plenamente digital donde los filmes podrán ser rodados, montados, distribuidos y exhibidos en sistemas totalmente digitales. Todo ello se recoge en un documento hecho público hace varios meses por la Digital Cinema Initiatives, que contemplaba especificaciones que van desde los métodos de compresión de archivos para su transmisión a través de Internet, hasta medidas de seguridad para evitar posibles actos de piratería. Cineastas como James Cameron, Robert Rodríguez, John Lasseter, George Lucas y Robert Zemeckis fueron y son sus máximos valedores.
El nuevo sistema soportará varias bandas de sonido, diferentes idiomas y podrá verse fácilmente en 3D si se desea. Consecuencia: la tradicional metodología para rodar caerá en el olvido. El mayor beneficio llegará por medio del ahorro de una de las más abultadas partidas del presupuesto de toda película, que no es otra que la de los gastos de laboratorio. Así, un plano podrá ser ‘borrado’ si al director no le gusta, así como el privilegio en función de la calidad que supone que las copias eviten cualquier imperfección en la imagen y el posterior deterioro progresivo de las copias.
A cambio perdemos una nostálgica visión de rodar, de ver a través de un negativo el cine, desvinculando para siempre el acto fotográfico clásico de un arte que siempre ha ido hermanado a la Historia del Cine.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Review 'Borat'

Los defectos de la América de Bush
‘Borat’ es prodigioso falso documental que revela las miserias del ser humano actual sobre el racismo e intransigencia que avivan el prejuicio y la ignorancia.
Cuando uno asiste a un filme como ‘Borat’ debe tener en cuenta dos cosas. La primera, que es la nueva creación del humorista Sacha Baron Cohen (célebre gracias a su personaje ‘Ali G’), intérprete acostumbrado a jugar con fuego, a la polémica recreación establecida en la provocación escatológica, impúdica y subversiva. En segundo lugar, la dirección corre a cargo de Larry Charles, productor y escritor de series como 'Mad about you', ‘Seinfeld’ y ‘Curb Your Enthusiasm’. Tanto Charles como, sobre todo, Baron, se perfilan como legatarios de Lenny Bruce o Andy Kaufmann, ya que ambos están habituados a un tipo de humor sarcástico e inmediato, incapaces de seguir las convenciones sociales, dotados con una inteligencia expeditiva donde la consecuencia es el humor que deriva de la crítica social que apuesta con el desafío ante la moderación, dinamitando sus códigos de comportamiento (chistes sobre antisemitismo, ateísmo, racismo, homofobia o machismo) para ofrecer a la sociedad un agresivo análisis sociológico sobre sus propios defectos.
Partiendo de estos términos, ‘Borat’ no es más que la prolongación excesiva de ese humor con arriesgada predisposición a la mofa provocativa inherente a ambos creadores, una parodia cruel de la visión tercermundista del norteamericano ante los países que considera subdesarrollados, evidenciando síntomas de supremacía arrogante, en realidad, una desmedida incultura encubierta en la absurda y elitista prepotencia con la que Estados Unidos mira al resto del mundo. Su sinopsis es palmaria: Dejando atrás su país natal, Kazajistán, Borat Sagdiyev, presentador de la televisión pública de su país, llega a Estados Unidos para hacer un reportaje sobre “la nación más maravillosa de la tierra”, documental sobre la forma de vida yanqui para ayudar a mejorar la existencia de su pueblo kazajo. Pero en su camino, se cruza la sugerente visión de Pamela Anderson, que pasa a ser, de inmediato, su objetivo de felicidad. Borat, nada más llegar, ya ha encontrado el absurdo ‘sueño americano’ que se ha prodigado hasta la extenuación. Con lo que nadie contaba, es con que su estrafalario comportamiento va a generar indignación y reacciones, exponiendo los prejuicios e hipocresías de la cultura norteamericana.
Larry Charles y Baron Cohen aceptan las bases del falso documental para subvertirlas y exprimir así todas las posibilidades cómicas que reúne el género. Dentro del filme, Borat perpetúa con sus entrevistas una singular perspectiva de las cosas, bajo una inocente apariencia y malintencionada actitud, ridiculizando a mujeres, árabes, judíos, gitanos, homosexuales, liberales, conservadores, judíos, cristianos, musulmanes... El catálogo de objetivos para sus envenenados dardos no tiene límites. Borat se convierte inconscientemente en un fulminante contestatario, un crítico que, desde el falso desconocimiento, ahonda en la realidad de un país incoherente en sus diversas ideologías, profundizando de forma malintencionada en la manipulación y fraudulenta imagen que ha venido dando los EE.UU. al mundo, en ese entorno de libertad, como la autoasumida tierra de las oportunidades (“si te quedas aquí triunfarás”, le espeta un universitario fracasado y alcohólico que recorre la nación en una caravana).
El absurdo, la escatología y la sátira son los dispositivos con los que ‘Borat’ adjudica su particular ‘road movie’, su estudio sobre la contraposición de culturas, del enfrentamiento directo de aquellas sociedades superdesarrollados que, escudadas en su democracia artificialmente laica, encubre la impostura de las relaciones sociales, el ridículo de sus mecanismos y la irritación que genera en la sociedad la aparición de un elemento desestabilizador. Como en la secuencia de rodeo, con Borat ponderando a los marines que han dado su vida en Irak y elogiando a George W. Bush, jaleado por el público sureño que, pocos segundos después, escucha atónito en el enfervorizado discurso el deseo del crítico reportero porque el señor Bush pueda beberse la sangre de todos los hombres, mujeres y niños de Irak y apuntillar a los encrespados asistentes con un apoteósico y agraviante ‘Star Spangled Banner’, el himno yanqui que sirve como burla al patriotismo extremo.
Una cinta cuyo mensaje bascula entre el ‘gag’ políticamente incorrecto y la crítica política y social de un país acostumbrado a creerse el ombligo del mundo, en algunos casos, valiéndose de la raza y el sexo, mientras que en otros aprovecha las patrióticas lecciones respecto a los valores occidentales para escarnecer al que aparece en pantalla. Como falso documental, ‘Borat’ se convierte en una cinta de reacciones, donde la realidad y la ficción se mezclan en función de un objetivo, el de mover al pensamiento tras las hilarantes situaciones que aparecen en pantalla (mítico resulta el encuentro con el instructor que da clases de humor), utilizando un ingenio que espera y necesita múltiples respuestas por parte del espectador. Charles y Baron Cohen eligen a sus víctimas sabiendo de antemano cuál puede ser su reacción, minando las situaciones con expresiones desafortunadas que revelen el verdadero pensamiento de gran parte de esa sociedad (el encuentro con las feministas, su cena con la esnobista clase alta, su incursión en una armería, su entrada en el hotel después de haber aprendido cómo moverse en la esfera ‘nigga’…). Provocaciones de excelente humor que alcanzan un ámbito de ostensible autenticidad.
Y es que, pese a su condición de cinta grosera y agreste, que maneja con acierto sus cartas de humor zafio e inmediato, ‘Borat’ esconde una de las cintas más inteligentes y reflexivas de los últimos años, situándose más allá de cualquier etiqueta de comedia socarrona. La película apunta su humillante sátira no sólo contra esa mencionada hipocresía de aquellos que se ofenden con la barbarie moral con la que somete el personaje a sus entrevistados, sino contra aquellos que ríen la gracia y confunden la acrimonia verbal y situacional con la plena identificación. La reflexión de este manifiesto de catarsis ideológico va mucho más allá de la autocrítica de Michael Moore o de las expiatorias diatribas de Susan Sonntag, Michael Hardt o Noam Chomsky con respecto a la situación contemporánea de Estados Unidos, ya que además de ridiculizar el patriotismo, el ultracatolicismo, la censura, a los judíos y su retrato ‘kafkiano’, al pueblo de Uzbekistán o la farsa vital yanqui, ‘Borat’ centra su mensaje en el modo en que el racismo e intransigencia crece de modo solapado en el seno de la modernidad, donde el prejuicio y la ignorancia afectan sobremanera a nuestra sociedad.
‘Borat’ se convierte así en una de las obras imprescindibles de este 2006, en uno de los trabajos más clarividentes del cine actual, en oposición a la vena circunspecta cuando se trata de exponer sesudos y alarmantes análisis sobre la política, los riesgos de la evolución, la sociedad y su desarrollo. La cinta de Larry Charles y Sacha Baron Cohen es, ante todo, una comedia necesaria que rebosa de hiperbólica agudeza a la hora de analizar la condición de la ‘white trash’ tan arraigada al ser humano y que, desgraciadamente, todos llevamos dentro.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

domingo, 10 de diciembre de 2006

El mundo celebra una muerte merecida

Hace tan sólo dos días podíamos leer…
“El dictador chileno Augusto Pinochet sigue evolucionando favorablemente de su infarto, lo que posibilita un traslado a una unidad de cuidados intermedios, donde permanecerá al menos hasta el próximo martes, día en que salvo imprevistos, podrá salir del hospital”.
Pues va a ser que no, porque los imprevistos han aparecido en forma de una muerte justa y conveniente para uno de los genocidas más despreciables que han poblado la Historia de la Humanidad. Es una lástima que haya muerto de un modo natural y no fusilado, degollado, envenenado, ahogado o torturado como las miles de personas que él mandó asesinar.
Hoy es un día feliz para los que creemos en la Democracia.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

'Happy feet': enésima negligencia de doblaje en la animación digital

Ayer se estrenó en salas comerciales ‘Happy Feet’, la nueva cinta de animación dirigida por el otrora ‘wild road runner’ George Miller, que se apaciguó con cerditos parlantes en el acomodaticio mundo del target infantil. Esta nueva apuesta navideña por el cine familiar ha entrado con buen pie, ya que fue capaz de imponerse a ‘Casino Royale’ debutando con 42,3 millones de dólares sobre los 40,6 millones de la última aventura del agente 007 en su primer fin de semana de exhibición en USA.
Cuando uno lee que Elijah Wood, Robin Williams, Hugh Jackman o Nicole Kidman son las voces de la versión original de ‘Happy Feet’ espera que la cinta tenga su aquél, el esperado incentivo que suelen congregar este tipo de porducciones animadas digitalmente a la hora de convergir en el armónico equilibrio del divertimento dirigido tanto a niños como a adultos.
Bien, todo este plantel queda devastado por una execrable nueva (aunque no tanto) tendencia que se da en nuestro país. Aquí nos hemos acostumbrado a que aficionados ajenos a la profesión de doblaje (labor que, en buen juicio, tendría que desaparecer) que creen actuar, laceren las cintas de animación digital llegadas de todas las partes del mundo. Aquí, los protagonistas de la cinta de Miller son el infame Carlos Latre y el no menos ignominioso Alexis Valdés, un tipo con la misma gracia que padecer síndrome diarreico agudo. La polémica está servida y siempre salpica este contexto de películas de animación ¿Por qué hay famosillos de medio pelo empeñados en doblar animación y existe gente imponiéndolos sin ningún tipo de rubor?
En España se han habituado a descuartizar los excelentes productos foráneos con esta aberración normalizada; Paco León se cargó sin ningún tipo de prejuicio ‘Madagascar’ (junto al citado Valdés) y ‘Valiant’, la dicción de Fernando Tejero hizo lo propio con ‘El espantatiburones’, Fele Martínez, Gurruchaga y María Esteve desdibujaron ‘Ratónpolis’, la voz de pito de Elena Anaya y Carlos Jean hicieron lo mismo con ‘Arthur y los Minimoys’ y gente tan incompetente para el gremio como Fran Perea, Pepe Viyuela, Anabel Alonso, Manel Fuentes, Esther Arroyo, el dúo Gomaespuma, Michel Brown (que sustituyó nada menos que a Bruce Willis en ‘Vecinos Invasores’) o Luis Merlo han simbolizado algunos ejemplos de esta ridícula tendencia a estropear los excelentes filmes animados llegados de Estados Unidos. Como en ‘Cars’, con el insípido calvo de Telecinco apareando sin ningún pudor la F1 y la Nascar sólo para que el insípido e insubstancial Fernando Alonso tuviera una estúpida frase como publicidad engañosa de cara a los seguidores de este deporte.
La desincronización, la chapuza y el desacierto seguirán constantes mientras siga habiendo intereses de por medio. Unos intereses que crean un único damnificado que es, al fin y al cabo, un espectador que, para disfrutar de este tipo de filmes, tiene que recurrir al DVD meses después del estreno de la película. Siempre y cuando no viva en una gran capital… ¿Hablamos de una mayor proliferación de cines en V.O.S. en sitios que no sean Madrid o Barcelona? Tal vez otro día.
Feliz puente a todos.

viernes, 1 de diciembre de 2006

DVD killed VHS Star

Hace pocos días nos enteramos de una muerte anunciada: el VHS pasa a mejor vida, la de la nostalgia, la de aquellos que crecimos llenando los brazos de cine de culto, asistiendo religiosamente a las estanterías de los videoclubes con hambre de devorar todo aquello que allí reposara, ya fueran novedades, películas de saldo, clásicos imborrables, espantosos títulos de llamativas caratulas, Serie B o incluso cine porno.
Con más de tres décadas años de vida desde su lanzamiento, el añorado formato magnético acabará sus días tras estas Navidades, cuando la nueva tecnología de alta definición amparada en el DVD, que dará paso al Blu-Ray y el HD-DVD (que a su vez destruirán el concepto de DVD convencional que conocemos hasta el momento), se haya impuesto por aplastante elección del consumidor en los mercados de medio mundo. El VHS comenzó en 2003 su retirada parsimoniosa y definitiva de los videoclubes, en el mismo instante en que el DVD se convertía en la codiciada y solicitada pieza de todos aquellos que siempre han sido amantes de la calidad ilimitada del formato óptico. Entonces el VHS pasó de moda. Las ventas descendieron y las pobres cintas se arrinconaron, se desecharon en el baúl de los recuerdos. Aquellos que poseemos miles de películas en VHS y que nos quedamos con cara de gilipollas ante la llegada del fenómeno DVD, lloraremos la pérdida de este tipo de afición que tuvo su apogeo en los años 80 y con la que muchos desarrollaron su cinefilia y pasión por el mítico ‘Cine en Casa’, cuando el ritual de asistir al videoclub como una rata sedienta de conocimiento cinematográfico era todavía algo especial. Aquello se ha perdido. Y con la entidad de un recuerdo constante, el vídeo se fue apagando poco a poco hasta un definitivo Off de un mañana que lo considerará una reliquia de museo.
Tres décadas en las que hemos grabado todo tipo de acontecimientos, en las que ese aparato en forma de armatoste tecnológico ha decorado los salones de todo el mundo, como un gran aliado del ocio, como otro miembro más de la familia, con su imagen imperfecta y desigual y que nos deja sin la socorrida expresión “dale al tracking” cuando alguna se veía mal o sin el rebobinado, un término destinado al uso antediluviano. El futuro ya está aquí y ha llegado la hora de desenchufar el vídeo para siempre. El Siglo XXI destruyó con su llegada una pieza que otrora fue fundamental en nuestras vidas, como muchas otras cosas.
Un entrañable aparato que quedará en el recuerdo de los afligidos nostálgicos ubicados en un pequeño reducto, como los coleccionistas que en la actualidad disfrutan del característico ruido de los discos de vinilo. Como el Beta, el Vídeo 2000, los mini-discs y aquella rareza que fueron los laserdiscs, el VHS siempre quedará en nuestra memoria por una cuestión de aplastante importancia, la de revelar a toda una generación de jóvenes que hoy son adultos el placer de descubrir un cine que llevará consigo la etiqueta de ‘videoclub’.