viernes, 27 de enero de 2006

250 años

¿Si Wolfgang Amadeus Mozart viviera en la actualidad compondría bandas sonoras para cine?
Hay pocas palabras que escribir y muchas notas que escuchar una y otra vez.
El gran genio es hoy el nombre del día.

No habrá 'Toy Story 3'

Después de que la Disney adquiriera el pasado martes la Pixar Animation Studios en un acuerdo de 7.400 millones de dólares que le da control a los creativos animadores de Pixar sobre el más famoso estudio de dibujos animados del mundo, el universo de la animación se relamió ante el beneficioso duplo que tan buenos resultados habían dado hasta entonces. El acuerdo ha dejado al presidente ejecutivo de Pixar, Steve Jobs, como uno de los mayores accionistas de Disney.
La primera y bendita decisión de John Lasseter, ahora con potestad total sobre los proyectos animados, ha sido cancelar la tercera parte de ‘Toy Story’ que se llevaba preparando un par de años Disney y que iba a traicionar tanto al espíritu de las originales como al equipo que las creó.
Una buena noticia ¿no?

jueves, 26 de enero de 2006

Review 'Crash'

Debut de grandilocuente (in)trascendencia
Paul Haggis consigue con su debut un desigual producto discursivo y trascendentalizado sobre los conflictos raciales, étnicos y sociales de una gran ciudad.
En la ciudad de Los Angeles todo el mundo está crispado. El sentimiento que causa este enfado colectivo es la impotencia, el racismo soterrado que convive con la hipocresía, los prejuicios, la discriminación y las apariencias. Son los elementos básicos que definen la primera película como director del aclamado guionista Paul Haggis, que debuta en la dirección con una historia de vidas cruzadas en la que varios personajes vinculados en torno a un drama social y coral donde las relaciones conllevan por efecto del miedo y la desconfianza que conduce una atroz deshumanización, al aislamiento y a la obstinación, ejerciendo una fuerza motriz en la ordenación de un destino que parece querer entroncarles por medio de imprevistos encuentros.
En este complejo ejercicio de dramaturgia se sitúa la fábula urbana de Haggis, armonizada por diversos personajes a los que les une y les separa la diferencia de clases, confluyendo en accidentales encontronazos que sirven de excusa perfecta para ocultar sus miedos y dejar salir al exterior el odio y la violencia transmutado en el racismo orientado hacia todas las direcciones. En su cáustica visión de la ciudad, en medio de una composición de problemas étnicos y sociales nadie es lo que aparente ser, el guionista de 'Million Dolar Baby' se deja caer en el sensacionalismo, recurriendo en todo momento a un tono efectista, trazando un recorrido por la confusa e intensa geografía humana que nos muestra. ‘Crash’ padece de una grandilocuente trascendencia, a veces muy forzada, puesto que nada de lo ocurre en pantalla sucede de un modo ocasional, sino que encuentra su justificación diegética en el azar impuesto por el director y guionista para que sus personajes se encuentren o desencuentren. En ésa actitud de ambiciosa construcción, Haggis confía su historia a la autocomplacencia artificiosa de un modelo tipológico que, aunque funcione, aquí parece acartonado, lo que resulta condescendiente en su manipulación, cuando la historia necesita ser mucho más agresiva de lo que aparenta. ‘Crash’, de este modo, se diluye en varias direcciones en su caleidoscópica mirada a un puzzle de enfrenamientos raciales que reverberan en la agresividad en forma de contacto humano.
Haggis persiste en demostrar, no sin cierta presunción, que toda la sociedad (diversificada en distintos estratos sociales, religiosos, raciales e ideológicos) es víctima del racismo y culpable de sembrarlo. De ritmo lento y solemne, esta ‘opera prima’ es una deliberada praxis de discurso ambivalente desde un punto de vista ético y moral, que procura que no haya ni buenos ni malos y evita caer en los extremos, como impugnación a cualquier verdad absoluta. Pero todo lo acontecido es insuficiente. Según el director, la realidad es interpretada sobre la base de una valoración dicotómica bastante confusa, utilizada para exponer un orbe descontrolado, en crisis, de subrayada locura e intolerancia, que espera, sin embargo, ser devuelto a la realidad, para bien o para mal, con personajes conscientes de sus errores que abren los ojos a la cruda realidad que les rodea.
La pérdida de valores de un director televisivo (Terence Dashon Howard) que se deja pisar por mantener su posición social, la de un agente de homicidios (espléndido Don Cheadle) que traiciona sus principios por proteger a su hermano, un exasperante iraní (Shaun tour) que está a punto de matar por un sentimiento de indefensión, la acomodada mujer de un político (Sandra Bullock) aterrada por las minorías, un veterano policía sobón y amargado (Matt Dillon) que encuentra la heroicidad salvando una vida o su joven compañero idealista (Ryan Phillipe) que acaba cometiendo un delito atroz llevado por la desconfianza, son los ejes sobre los que se mueve una desequilibrada historia que obstruye sus propósitos de realismo pretendiendo que el fantasma del 11-S se perciba como telón de fondo. Pequeños vicios que convierten este pretencioso experimento en un producto perecedero sobre temas sociales visto infinidad de veces y resueltos con mejor suerte que este ‘Crash’, una película de colisiones, sin duda alguna. Pero con el espectador, en este caso (subjetivo, todo sea dicho).
En ese fondo moral donde todos los personajes parecen desconocer las razas ajenas, donde los aparentemente despreciables personajes sin escrúpulos encuentran la catarsis en una heróica acción y los más débiles e incorruptibles cometen imperdonables errores es donde ‘Crash’ demuestra su tendencia maniquea hacia un discurso victimista en un mundo lleno de aprensiones y despotismos injustificables que, sin embargo, alberga la esperanza de los milagros personificados en la entrañable historia de corte fantástico del cerrajero (Michael Pena) y su pequeña hija, la única que aún mantiene la inocencia en un mundo lleno de injusticias. Si encima, la intención de Haggis por hacer que Los Ángeles se anteponga a sus personajes, a las relaciones que les une y les distancia, se diluye por el afán de formular esa divergente identidad de caracteres que determina la narración, muy interesado en que la humanidad de sus personajes se construya en todo momento a través de una visión intuida como universal, tenemos una película tan artera como efímera. Y no sólo eso, sino que Haggis se permite cerrar el círculo con un ridículo resuello final de ceremonial contemplativo y purgante, como emulando a Paul Thomas Anderson en su magistral ‘Magnolia’, simbolizado, sustituyendo las ranas por una hermosa y nívea estampa de una ciudad que respira temporalmente de sus errores bajo un manto de nieve.
Miguel Á. Refoyo © 2006

miércoles, 25 de enero de 2006

Ha muerto Chris Penn

1962-2006
Nos hemos levantando esta mañana con una noticia, por lo menos, impactante. Y bastante triste. El actor Chris Penn, hermano pequeño de Sean Penn, ha sido hallado muerto en su apartamento cerca de la playa de Santa Mónica. Según el teniente Frank Fabrega, responsable del caso: “el cuerpo no presentaba signos de violencia”. Chris Penn tenía 43 años.
Todos le recordaremos, además por sus trabajos en 'Short cuts', ‘Amor a quemarropa’, ‘To Wong Foo Thanks for Everything, Julie Newmar’, ‘El Funeral’, 'Rush Hour', 'Mulholland Falls' y su voz como Eddie Pulaski en el juego 'Grand Theft Auto: San Andreas', por dar vida al inolvidable Eddie “El amable” (Nice Guy Eddie Cabot) de ‘Reservoir Dogs’, del que extraigo un fragmento de diálogo como homenaje.
Te echaremos de menos, Chris.
EDDIE EL AMABLE
Al venir he oído 'The Night The Light Went Out In Georgia'. No la había escuchado desde que fue un éxito. En su momento debí escucharla un trillón de veces. Y ha sido hoy cuando me he enterado de que la chica que canta es la misma que dispara a Andy.
SR. MARRÓN
¿Quieres decir que no sabías que disparaba ella?
EDDIE EL AMABLE
Creía que era el putón de su mujer.
SR. RUBIO
Lo dicen al final de la canción.
EDDIE EL AMABLE
Sí, ya lo sé, gilipollas, acabo de oírlo. A eso es a lo que me refiero.
SR. NARANJA
Aquí el único gilipollas eres tú, que no te sabes la letra de la canción.

martes, 24 de enero de 2006

Dan Brown y Cannes

'The Da Vinci Code', dirigida por Ron Howard abrirá el 59º Festival Internacional de Cine de Cannes el 17 de mayo de 2006.
Tom Hanks, Audrey Tatou, Jean Reno, Sir Ian Mckellen y Alfred Molina acudirán vestidos de gala al evento cinematográfico.
Que Dios nos pille confesados.

lunes, 23 de enero de 2006

La Isla de los Secretos

Después de reconciliarme con ‘Lost’, tras su penosa emisión en TVE (pasando sin avisar su emisión de los domingos por la tarde a los jueves en ‘primer time’ o descolocando un par de capítulos porque sí) y un imperdonable olvido que me dejó apeado de tan adictiva serie, ayer, con nocturnidad y desconcierto, terminé de ver su primera temporada ¿La primera? Si yo ya he visto la mitad de la segunda, os diréis muchos de vosotros. Lances del destino, supongo. Un término tan procedente a esta extraordinaria pero imperfecta serie.
Vale, he tardado mucho. Demasiado, diría yo. Pero hago efectivo el noble proverbio que más vale tarde que nunca.
No hace falta empezar diciendo que las ajetreadas vidas de catorce de los 48 supervivientes del vuelo 815 de Oceanic con rumbo a Los Angeles desde Sydney en una isla perdida en medio de la nada ha resultado un fenómeno televisivo sin precedentes. Sería hacer hincapié en lo enfático. Ya inmersa en su segunda temporada (que ansío ver por las muchas dudas inconclusas esbozadas en esta primera tanda), ‘Lost', al menos sus primeros 25 capítulos, en mi humilde opinión, se adivina como un producto prestidigitador, espléndido y sobrenatural donde los haya, pero en el fondo bastante astuto y embaucador con sus planteamientos y su lento desarrollo, minado de atractivos orientaciones misteriosas, disimuladas tras un enorme ‘mcguffin’ de fondo que resulta ser una artimañaza perfecta para alargar la angustia sobre qué es lo qué pasa exactamente con la isla de los secretos. Así como el inexplorado contexto juega con los náufragos, la serie (en este caso, los guionistas) juega a su gusto con el espectador.
Lo cierto es que, más allá de los ardides y del hermetismo inexplicable y fragmentario de algunas situaciones y tramas que se dan a lo largo de la serie, en ‘Lost’ impera una calidad formal y argumental que está por encima de sus defectos. A pesar de que los misterios en torno a la razón de la supervivencia, filosófica, existencial o paranormal, de que se solapen incertidumbres o se imprecisen personajes, la atracción por la serie creada por J.J. Abrams es total gracias al prodigioso manejo de la efectiva combinación de drama, acción, suspense y misterio. Toda una lección de intriga emocional, de engatusamiento televisivo. Aunque a veces los pasados en ‘flashbacks’ de los personajes sean reiterativos y se atisbe cierta medianía en las lagunas de las motivaciones previas al vuelo de cada uno de los náufragos, el ritmo narrativo de estos hombres y mujeres absorbidos por la isla es impecable. Personajes que, en un entorno de extravagancia paranormal, se enfrentan a sus temores y sus pretensiones, se redimen o malogran su oportunidad según focalicen sus reacciones y acciones. No hay que mirar más allá.
O tal vez sí.
El último capítulo (divido en tres), titulado ‘Éxodo’, es el ejemplo más paradigmático de lo que ha sido toda la primera temporada. Veamos. A lo largo de los episodios precedentes, jugaron con ciertos factores paranormales; lo “especial” que es Walt, la combinación de los protervos números 4,8,15,16,23 y 42 (que, según cuentan son reincidentes en distintos segmentos de la serie), la anatemización de Harley y su suerte millonaria, el sueño profético de Locke y el descubrimiento de la escotilla (que una noche hasta centellea), la apocalíptica advertencia de Rosseau y su temor por “los otros” o la misteriosa aparición del galeón ‘Roca Negra’ abre una abismal veda a muchas dudas sobre las ya expuestas (como que todos podrían estar muertos, que están en otra dimensión, en otro planeta, que están en el limbo o que han viajado en el tiempo, por poner algún ejemplo) en el transcurso de la serie. Preparan al espectador para un final apoteósico, de perentorias explicaciones a alguna de las repuestas planteadas. Todo se dispone para que así sea. Los ‘flashbacks’ personales se definen a momentos antes de coger el avión que marcará un destino común, mientras en la isla, se fragua un inquietante desenlace. Pero éste no llega. No se cierra ninguna vía. Es más, se inician otras nuevas. Una estrategia de aglomeración congestiva que diversifica con vítrea complejidad sus posibilidades hasta el infinito
El final está encubierto en un clandestino señuelo para que el espectador siga enganchado a la segunda temporada. Todo está dispuesto en función a la entusiasta búsqueda de respuestas que no llegan. El espectador ha dejado 25 capítulos de espera inquiriendo sobre las causas del naufragio y revelaciones de los misterios que encierra la isla, pero aún así nada es revelado. Todo siguen siendo dudas. La aparición de “los otros” y el secuestro de Walt (algo que ya ha pasado con Claire), el acojone de Hurley por el descubrimiento de los esotéricos números (previa visualización de éstos en su evocación del accidentado recorrido a la puerta 23, las 42 revoluciones del coche averiado, las 15 millas a las que desciende el cuentakilómteros o el equipo de volley femenino que los luce al completo-) y, sobre todo, ese travelling que desciende hacia la nada con los rostros de Jack y Locke observando el túnel provocan una sensación de incertidumbre que termina por resultar demasiado adulterada, afectada por la provocada necesidad de saber más. Algo loable en efectividad, pero también debilitado por la inacción del total.
Si nos paramos a pensar ¿Qué es lo que ha pasado en la Isla? Que un grupo de náufragos sobreviven atemorizados por un supuesto monstruo antediluviano (que se explica como un ‘sistema de seguridad’ autodefensivo de la Isla), que una loca que lleva 16 años viviendo allí intenta secuestrar al hijo no nato de una de ellas junto a un personaje al que matan sin saber de donde procede y que un paralítico que camina descubierto como un fiera en la supervivencia y su pupilo (que muere debido a su único instante de flaqueza) encuentran una misteriosa escotilla que hay que abrir como sea.
Sé que ya hay mucha gente enganchada a la segunda temporada. Esperaré unos días y decidiré si cometo un delito denunciado por Santiago Segura y la SGAE o espero a que TVE la malestrene para ir desvelando unas incógnitas que se me antojan irresolubles.
Me intriga la aclaración de esa paraplejia de Locke y el subrepticio enigma que le vincula a la Isla, qué significa el improcedente tatuaje de Jack y qué hay de su divorcio/viudedad de la mujer a la que salvó, quiero saber más cosas obre Sawyer (mi personaje favorito dentro de la serie), dónde aprendió Sun a hablar inglés (y por qué), de dónde le vienen a Walt los poderes y por qué Michael sabe, de repente, construir un barco. Pero, sobre todo, por qué Jack siempre tiene el pelo corto, las chicas van tan bien pintadas y Hurley no ha perdido ni un solo gramo desde el naufragio. Unido, por supuesto, a ver qué pasa con la puñetera escotilla y los números malditos.
Vale, la explicación de Locke sería que todo responde al destino que marca la isla. Así que pronto os comentaré qué tal me va con la segunda temporada.
Esperaré a ver qué pasa con Desmond y esos experimentos.

Kobe Bryant: Increíble-ble-ble

Wilton Norman "Wilt" Chamberlain anotó con los Warriors de Filadelfia el 2 de marzo de 1962 la histórica marca de 100 puntos contra los Knicks de Nueva York.
La pasada madrugada, Kobe Bryant (Lakers) le endosó 81 puntos a los Raptors, la segunda mejor anotación en un partido de la NBA.
Una proeza que, sin lugar a dudas, es, desde ya, un hecho deportivo histórico.

domingo, 22 de enero de 2006

Domingo reflexivo

“...mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y así cada hombre acaba siendo dos hombres”.
(Borges, 1941: 24)

sábado, 21 de enero de 2006

"Flo", gran fichaje de 'La Sexta'

La Sexta iniciará en marzo su emisión en otro conato de convidar a la audiencia a una cadena con flamantes contenidos catódicos y por la lucha del ‘share’ que amplia sus antagonistas en un desafío televisivo como nunca antes se había visto. Una televisión generalista y digital que abogará, según dicen, por la ficción, esa mefítica ficción española que no logra captar el mínimo interés y que se consume con extenuante apatía por el televidente acostumbrado al crepúsculo de ocio.
Cuatroº ya ha demostrado que los principios de una nueva cadena son difíciles, que el teleespectador no es tonto y que si no ofreces un ente de calidad te acabas dando de bruces en la procelosa indiferencia. Algo, que le ha sucedido a muchos de los programas de la nueva cadena.
Tendremos que esperar. Y en ese tránsito de expectativa, las noticias de La Sexta empiezan a germinar curiosidad alentadora; que si primero Wyoming (con la lección aprendida en el desastre una azotea) con un novedoso formato ajustado a su innegable carisma de presentador… Y ahora, Florentino Fernández, que augura un programa que recuperará el sarcástico y nostálgico espíritu de aquel mito televisivo que fue ‘El Informal’.
En cualquier caso, no hay que olvidar que una nueva cadena generalista, a estas alturas, responde más a una estrategia para que unos pocos se forren que a una verdadera intención por crear una televisión digna con identidad propia.
Veremos qué nos depara el futuro en el sinuoso orbe de la caja tonta.

jueves, 19 de enero de 2006

Mystic River, imperfección perfecta

Los fantasmas del pasado y la venganza del presente
Eastwood compuso una sólida intriga policial que indaga en la más cruel y oscura naturaleza del ser humano y en la violencia de la sociedad americana actual.
Tras la más que fallida ‘Deuda de sangre’ y antes que la magna obra ‘Million Dolar Baby’, Clint Eastwood volvió por sus fueros confirmando de nuevo su talento como director con la estupenda ‘Mystic River’, una trágica película que planeaba sobre la violencia como infección creada por la sociedad para su propia autodestrucción. Un tema en el que Eastwood ha sido uno de los iconos contemporáneos, primero idealizándola dentro de la pantalla como actor (‘Harry, el sucio’) y luego demoliéndola fuera de ella como director (‘El jineta pálido’ y, sobre todo, ‘Sin perdón’). Basada en la novela homónima de Dennis Lehane y adaptada al cine por Brian Helgeland, ‘Mystic River’ presentó un complejo lienzo de historias cruzadas a lo largo de un cuarto de siglo en un pequeño distrito de Boston, donde tres niños viven un trauma que marcará sus vidas para siempre con la cruel vejación de uno de ellos por parte de un hombre que dice ser policía. Un segundo encuentro en circunstancias igualmente aterradoras cierra el círculo entre los tres hombres en la actualidad. Tres vértices de un triángulo de prototipos de ciudadanos recluidos en el barrio periférico donde transcurren sus vidas.
Sombría y pesimista, ‘Mystic River’ desarrolla líneas laberínticas en las cuales los personajes dan paso a sus tres complejos caracteres marcados por la soledad silenciosa, el ansía de venganza y la locura pretérita, respectivamente, actualizada por un hecho inconfesable que no es más que la coartada moral para confirmar una anhelada búsqueda de la propia identidad. Con una estremecedora imagen periódica de la baldosa en la que dos de los chicos escribieron su nombre y donde el tercero no pudo escribirlo entero, metáfora de una vida incompleta, la intención ética del filme exhibe una inteligente disertación sobre la naturaleza humana, áspera y melancólica, que abre el insondable fondo más grisáceo del comportamiento humano, donde las secuelas del abuso infantil y las consecuencias del crimen no simplemente exponen personajes a un lado u otro del bien y el mal, sino a seres humanos combatiendo contra su propios fantasmas.
El interés de ‘Mystic River’ por tanto no reside en saber quién ha cometido el asesinato que lleva a sus personajes a un tortuoso destino, un ‘whodunit’ policial que en su desenlace puede ser lo más deficiente del relato (por su resolución), sino que reposa en la profunda y seria reflexión sobre las consecuencias que desencadena el hecho originario, el homicidio de la hija de uno de los tres amigos, en el entorno que rodea a la familia, en el barrio donde se ha perpetrado el crimen, alcanzando el macabro estigma a aquellos que intentan superar sus miedos y trastornos viéndose todos en una espiral de pesadillesca venganza y aire de violencia imparable.
Un oscuro pasado restaurador de las pesadillas infantiles trasladadas al presente en diversas y escabrosas formas que sirven de parábola para urdir una siniestra visión de la hipocresía y de procacidad provocadas en el actual Estados Unidos por la violencia bajo una intriga. En realidad, desapasionado y cruel análisis psicológico y social del terror violento y sus efectos sobre la paranoica sociedad ‘yanqui’ del presente. Un grito de mordacidad y pesimismo, de opacidad moral que es esta réplica al espejismo político de Bush con la presencia dos rostros militantes en la lucha contra la estupidez americana como son Sean Penn y Tim Robbins (ambos ganadores del Oscar), que realizaron dos de las interpretaciones más loables y intensas de sus respectivas filmografías. Dos creaciones de magnitud interpretativa llevadas hasta cotas de insuperable maestría, a las que se unieron unos magníficos Kevin Bacon y Lawrence Fishburne. Pero sobre todo, los secundarios personajes femeninos, Marcia Gay Harden y Laura Linney esposas, cómplices y traidoras, que toman una imperiosa fuerza narrativa, fundamental para el discurso radiográfico social en la parte final de la película. Con este relato de agobiante turbiedad moral, Eastwood consiguió con ‘Mystic River’ volver a demostrar su virtuosismo en una dirección de tintes clásicos, retomando la densidad violenta desgranadora de la verdadera y oscura condición humana de ‘Sin perdón’ e influenciado de nuevo por ‘El incidente Ox-Bow’, de William A. Wellman para realizar, de paso, uno de los mejores trabajos de toda su filmografía.
Una película de sólido temple, de elegante factura, categórica en su lóbrega proposición dramática lanzada con la clásica mirada de un director que sigue perpetuando una línea sombría ante sus personajes y ambientes. Un recurso que hizo que ‘Mystic River’ encontrara en su extensión un aire enrarecido de inmoralidad, maldad y recovecos internos en los que el destino teñido de sangre acaba por contagiar a todos los miembros de una comunidad que fecunda la violencia para sufrirla posteriormente. El veterano actor y cineasta creó así un obsesivo tono pausado y a veces voluntariamente arrítmico que acabó por otorgar a la cinta un equilibrio lento y sostenido, proporcionado en su investigación policial y en su profundización emocional a través de largos diálogos que dieron como consecuencia una oscurísima deliberación sobre la amistad, la fatalidad y la imposibilidad de las personas por evitar la tragedia. Uno de los trabajos fílmicos más sobresalientes de la carrera de Clint Eastwood, que viene a ser lo mismo que decir que es una de las mejores películas de los últimos años.