domingo, 11 de diciembre de 2005

Adiós a Richard Pryor

1940 - 2005
Gene Wilder se ha quedado sin su ‘partenaire’ más célebre. Nosotros nos hemos quedado sin uno de los mejores cómicos que ha tenido el humorismo internacional en toda su historia.
D.E.P.

sábado, 10 de diciembre de 2005

Tu madre se ha comido a Peter Jackson

Por mucho que lo observe, sigue impresionándome la mutación.
Qué queréis que os diga.

Lo último de Estopa

Esta semana me he hecho con el último disco de Estopa, el grupo formado por los hermanos Muñoz, José Luis, ése guitarra de sonrisa bellaca inextinguible, con dientes ambarinos de tanto tabaco y coletilla de Jedi, de apariencia bonachona y secundaria respecto a su hermano mayor y David, uno de esos tipos con carisma especial para caer bien, para dejarse querer con su nada impostada actitud campechana.
Dos hermanos con empaque, con una extraña áurea de gracia y humildad que hace llegar su chispa a todo el mundo. La procedencia de estos multiventas es digna de prevalecer, pese a que se haya marcado en todas las entradillas que se han escrito a la hora de hablar del fenómeno Estopa. Llegados directamente de una fábrica de tornillos, currantes y/o currelas de tomo y lomo, de los que llegan con dificultad a fin de mes, a pasar a ser estrellas de la canción. En pocos meses pasaron de comerse el bocata de chorizo con el vinito caliente de la fábrica a ser ‘número 1’, por encima de Michael Jackson, Madonna o grandes hitos de la música comercial.
Lamentablemente, ‘Voces de ultrarumba’ mitiga la evolución de un dúo que ha hecho de su estilo, a medio camino entre la rumba gamberra, el pop, el rock y la calorrada, una seña de identidad que, con el paso de sus discos, se ha constituido consumado en un producto demasiado reiterativo e invariable. A pesar de que la carga incisiva de sus letras sobre los vestigios de las drogas y la sandunga a la que conlleva emborracharse, la cotidianidad de la diversión esperada del fin de semana de cualquier trabajador modesto, el amor sucio y básico o la inquietud callejera incluso en la delincuencia, Estopa empieza a dejar la sensación de redundancia, esta vez mucho más comercial y sin riesgo, anulando cualquier capacidad de sorpresa. Los dos hermanos parecen haber perdido el sarcasmo cabrón que les hacía asemejarse al mejor Robe Iniesta, la rumba catalana y el calé marcado de Los Chichos para sonar demasiado letárgicos y sin ningún hálito de mejora.
Mucha gente me ha reprochado siempre la simpatía que despiertan en mí estos chavalotes enérgicos y descojonantes, que han conseguido el sueño de aquellos que cantan y tocan en un grupo, de los que sueñan con giras, discos de platino y conciertos multitudinarios. Son divertidos, su actitud musical sigue siendo la inaudita que esgrime el ‘carpe diem’ y la diversión, aunque estén perdiendo fuerza. El regodeo y la humildad siguen siendo las armas voraces que empapan su propio emblema, su propia historia. Coño, a mí me gusta Estopa. Aunque éste último disco, sinceramente, no esté a la altura.

jueves, 8 de diciembre de 2005

Review 'The Exorcism of Emily Rose'

Poco terror, mucho discurso teológico
A pesar de conjugar géneros tan dispares como el terror y el drama judicial, el filme de Derrickson acaba por desfallecer por su maniqueo posicionamiento ideológico.
Muchos esperaban encontrar en ‘El Exorcismo de Emily Rose’ una película que encomendara a la memoria del personaje de Regan MacNeill en ‘El Exorcista’. Es decir, una dramática película de terror que, más allá del ‘splatter’ y los jugos gástricos verdosos, retomara el exorcismo como terrorífico acto religioso de exoneración diabólica con las trágicas consecuencias que ello arrastra. La trama hacía albergar alguna que otra esperanza: una historia basada en el caso real de Anneliese Michel, una joven alemana que en la década de los 70 falleció por un ritual exorcista, adaptándola a los tiempos actuales, en Estados Unidos, por supuesto, con el juicio del Padre Moore, un sacerdote acusado de negligencia tras la muerte de la joven Emily Rose, cuya posesión es reconocida extraoficialmente por la Iglesia católica, como en el caso de Michel.
Pero nada más lejos de la realidad, ya que la cuarta película de Scott Derrickson renuncia, en parte, a la extática demonológica para centrarse en el conflicto de discusión humanista y filosófico sobre este tipo de fenómenos, en la irreconciliable dicotomía que supone el enfrenamiento de la fe contra la ciencia, en un contexto judicial y expositivo, ya que la película se desarrolla en el litigio que se lleva a cabo hacia la supuesta incuria del padre Moore hacia la joven católica Emily Rose. Un contexto que tiene como gran virtud el que Derrickson se desvíe de los preceptos y tópicos formulistas del género de terror sustentando el peso de la cinta en la discordia sobre el relativismo posmodernista opuesto a la fe religiosa que se discute durante el proceso legal. ‘El exorcismo de Emily Rose’ es una difícil y compleja suerte de tres géneros de naturaleza antitética como son el terror, el cine judicial y el puro melodrama (eso sin contar que desde una perspectiva escéptica, su conclusión se convierta poco menos que en una exagerada comedia).
El problema de las directrices argumentales mostradas durante el filme es que, bajo el yugo del sutil terror fantástico que alcanza su plenitud en los habituales ‘flashbacks’ descriptivos de la posesión de Emily Rose, sustentada en el efectismo visual y sonoro a golpe de música estruendosa que busca el sobresalto, encubierta en la imaginería religiosa, la película no deja de ser un indudable pasquín de auténtico maniqueísmo ideológico. Así, la protagonista del filme no es otra que Erin Bruner, la abogada defensora del Padre Moore, una agnóstica letrada con dudas religiosas que se enfrenta a Ethan Thomas, el devoto metodista que representa a la acusación. Lo que interesa del subtexto es patentizar la progresiva adopción de la creencia católica por parte de una abogada inmersa en una epifanía cristiana surgida por la manifestación de señales tenebrosas, hechos inexplicables, amenazas y fenómenos paranormales que se producen a su alrededor, que serán los que provoquen su incertidumbre y entrega final a la Fe Católica por dichas ‘evidencias’. Por supuesto, el empirismo científico es representado como intransigente y dogmático, ya que los médicos pronostican que la posesión de la joven Emily Rose es producto de la epilepsia y la esquizofrenia en contra de las prescripciones religiosas del padre Moore. Sin embargo, no se duda en ningún momento en lanzar incoherentes teorías de la defensa, llevando a una doctora interpretada por Shohreh Aghdashloo a declarar a favor de lo espiritual, mencionando a un experto en pantomimas como es Carlos Castaneda, autoproclamado antropólogo que ha dejado la inescrutable tensegridad y las ‘Enseñanzas de Don Juan’ en sus estudios, que mezclan de forma circense la antropología, las antiguas culturas y el chamanismo.
El resultado, según la disposición de cada espectador (porque en un devoto creyente será de lo más eficaz), es del todo ambigüo y prosaico, dilatando un contenido pretendidamente intelectual y melodramático para exhibir de manera muy expeditiva las declaraciones de los testigos que, conforme avanza la trama, van inclinando la diatriba hacia la balanza de la religiosidad con una cadena entregada a la abogada por una señal divina, provocando la repentina muerte de un testigo vital (sugiriendo el asesinato por medio de fuerzas malignas) e incluso visualizando a modo de ‘flashback’ (siempre de manera subjetiva) el exorcismo de Emily, así como la trascendencia de la verdad en forma de misiva que dejó la joven al narrar su espantosa ordalía religiosa.
No obstante, hay que agradecer la sutil limitación de truculencia durante el proceso de posesión y exorcismo, sin olvidar un sensacionalismo terrorífico muy moderado, teniendo siempre sobre el papel el juicio como nexo de unión entre pasado y presente, recubriendo el filme con un fascinante y lúgubre tono realista que, sin ser suficiente, sí aprovecha sus bazas para esbozar un retrato judicial que el cine norteamericano domina a la perfección. Una consecuencia aprovechada para esgrimir sus argucias científicas y metafísicas, llegando a plantear su objetivo, que es no es otro que provocar la duda en el espectador y poner de manifiesto que los exorcismos existen, que el Diablo existe y que, por lo tanto, que Dios existe. También hay que atribuirle a ‘El Exorcismo de Emily Rose’ la gran labor de su estupendo elenco de actores, que contribuyen a la eficacia interpretativa con unas sólidas composiciones encabezadas por la prolífica Laura Linney y el adusto Tom Wilkinson, y en menor medida, por Mary Beth Hurt y Campbell Scott . Pero sobre todo, hay que destacar el descubrimiento de Jennifer Carpenter, que logra con sutil caracterización introspectiva y sin excesivos maquillajes que la progresiva astenia vital se perciba muy visible y terrorífica. Aunque su personaje no esté muy definido, más que por las pinceladas que apuntan otros personajes.
La gran traba, sin duda alguna, es el raquitismo con el que se acomete su conclusión, cuando, más allá de pugnas entre razonamiento científico y teologismo, incluso del género de terror o del drama legal, ‘El Exorcismo de Emily Rose’ se convierte en un manifiesto panfletario de tal calado religioso que resulta incluso irrisorio, ya que con la confesión escrita de la joven de alma cándida descubrimos que no estaba poseída por un solo ente maléfico, sino que dentro de sí contenía una orgía satánica, albergando en su persona a nada menos que a seis demonios (como el metro cuadrado de las manifestaciones actuales), además de una aparición divina que propone la purificación del sufrimiento otorgando el Cielo Eterno a la exorcizada que, como mandan los cánones religiosos, rechaza para advertir al mundo con su sufrimiento que el Mal existe.
Un final que elimina cualquier atisbo de ambigüedad, excluyendo la posibilidad de una posible enfermedad mental (aunque se deja entrever) y juzgando las creencias antes que los hechos, siempre más sugeridos que evidenciados. Por eso, no es extraño que la cinta de Derrickson haya contado con el respaldo de la Iglesia Católica y que se vea normal esa sentencia dictada por el propio jurado a un homicidio por negligencia, que es resuelta como una condena de tiempo cumplido. Es decir, que el cura, aunque considerado responsable de la muerte de Emily Rose es inocente de los cargos ¿Alguien puede explicar esto? Obviamente, en Hollywood parece que sí.
Miguel Á. Refoyo © 2005

miércoles, 7 de diciembre de 2005

Próximamente: Roman Polanski en el Abismo

A lo largo de la semana que viene, y con motivo del reciente estreno de ‘Oliver Twist’, en este Abismo de perturbada semicognición, tendrá lugar la publicación de un extensísimo dossier analítico sobre la obra de un polémico e imprescindible autor como es Roman Polansi.
Un cineasta cultivador de obsesiones recurrentes, donde los impulsos individuales, las urgencias inconscientes y la psicosis humana han transformado su cine en una emulsión de elementos en los que destacan el mal, la catástrofe, la dicotomía entre fantasía y realidad, sexo y violencia, discordancia y dualidad, represión y claustrofobia, pesimismo… En una palabra, ambigüedad. Uno de los conceptos básicos sobre los que girará un prolongado y profuso recorrido por la obra de este director maldito.

martes, 6 de diciembre de 2005

6 de diciembre. FIESTA.

Cada 6 de diciembre celebramos el aniversario de la Constitución de 1978. Algo apasionante ¿No os parece? Ya, bueno. A mí tampoco.
Recuerdo que cuando éramos pequeños en el colegio coloreábamos una banderita de España y la colgábamos en la ventana sin saber exactamente a qué respondía semejante gilipollez. Pero lo cierto es que es un día de fiesta. Y sea por la razón que sea, siempre es una fecha para marcar en el calendario porque no se trabaja.
Hoy en día, poco importa que se conmemoren aquellos convulsos tiempos de la transición, de encomiar y garantizar la avenencia democrática devenida en un escrito en forma de la Constitución en 1978 y de unas Leyes que conformaran un orden económico y social ecuánime e imparcial. Tampoco que consolidara un Estado de Derecho, ni que se preocupara de velar por la justicia y el reciedumbre de unas relaciones pacificas y la cooperación entre todos los pueblos de la Tierra. Parece una utópica idea que se ha ido resquebrajando con el paso de los años. Hoy en día, insisto, parece que poco importa todo eso.
En cambio, la Constitución, más que nunca, sirve de excusa para la colisión política, para que unos intenten corregirla y modificarla siguiendo incoherentes preceptos manipuladores o un servilismo monárquico, pretendiendo operar sobre ella para que conduzca el país quien les plazca o cambiando palabras que significan lo mismo, mientras otros la utilizan vilmente como excusa ideológica y rancia, sin razón de ser, para lograr calentar los ánimos y acercar a los desinformados que sienten muy españoles. Haciendo su trabajo. Todos a la vez. Un trabajo que consiste en manejar los hilos de las marionetas sociales en que han convertido al pueblo para su despreciable usufructo. También se les ha olvidado que la Constitución señalaba que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna. Aunque esto ya se la suda mucho a todos porque a ellos no les afecta.
La Carta Magna está de moda. Y lo está porque ya no simboliza un instrumento útil para continuar por el histórico camino del desarrollo, si no, como todo lo que tocan las impúdicas manos políticas (vengan del partido que sea –abogo por mi vena apolítica y desprecio por los representantes de cualquier partido-), ahora la Constitución es un dispositivo de instrumentalización. Por eso, lo mejor es no profundizar en el asunto y disfrutar de la celebración, de la algarabía y asueto de un largo puente, ajenos a los entresijos de esta ciénaga ideológica que simboliza la inmundicia política que nos rodea.

lunes, 5 de diciembre de 2005

Palomitas

Como casi todo buen cinéfilo comprometido con unas tradiciones clásicas y reverentes con la película y sus espectadores, arraigadas al respeto, la puntualidad y el decoro silencioso en una sala de cine, odio las palomitas y a los que las consumen. Aborrezco su estridente e inquietante ruido, ese diabólico estrépito que provoca el crepitar, el desagradable y enardecido crujir producido por el constante masticar. Es un aperitivo ideal para la intimidad, donde uno sólo se molesta asimismo, pero no para compartir con gente. Comer palomitas es un ejercicio ocioso que aviva el malestar y los nervios de los no consumidores. Un encarecido producto por el que muchas salas subsisten hoy en día, desgraciadamente parte fundamental de la industria cinematográfica.
Las palomitas son un mal menor, pero una maldición cinéfila muy extendida hoy en día con la que estamos obligados a convivir. Recuerdo que aquí en Salamanca, había unos cines que hasta hace bien poco vedaban la entrada de comida en el cine (bien fueran palomitas, bolsas de chucherías, gominolas e incluso caramelos). Pero como “poderoso caballero es Don Dinero” en seguida no sólo se extendió la abominable venta de diversos modelos (pequeño, normal y extra) de cajas de palomitas y demás dulces, si no que encima habilitaron todas las salas para poder colocar los enormes vasos de refrescos y la caja de palomitas en la butaca. Venal desperdicio de una epopéyica raigambre. Una adversidad contra la que no se puede luchar, que necesita de gente habituada a tener algo en la boca con quién sabe qué clase de problema ‘freudiano’ anexado a ello.
Lo cierto es que a todos, en mayor o menor medida, nos gusta este infernal aperitivo. Y vaya por delante que me gustan las palomitas, pero no en el cine. He aprendido desde pequeño a acatar las reglas no escritas del respeto que, como espectador, uno debe profesar en una sala de cine. La gran pregunta es ¿qué diablos pasa si en el cine te regalaran las palomitas con tu entrada? Maldita pregunta y maldito el momento. El otro día, cuando fui a ver la última del niño mago Potter (al que, por cierto, ya le ha salido pelusilla en sus partes pudendas), descubrí, con cierto desconcierto, que en los cines donde proyectaban ‘El cáliz de fuego’ a los que fui, regalaban las palomitas. Obviamente, como si fuera un pensionista de la tercera edad y como eran gratis, las cogí, no sin cierto recelo, mirando a un lado y a otro, procurando que me viera la menor gente posible. Y allí estaba yo, sentado en mi butaca, con cara de gilipollas y un enorme envase de 90 gr. hasta arriba, cultivando con simonía el pecado que tanto he condenado a lo largo de los años, dejándome llevar por el sabor a maíz y el tentador olor que desprende tan infructuosa manducatoria. Además, qué narices, no había ni un solo espectador sin palomitas, por lo que el mal era menor.
Creo recordar que la última vez que comí palomitas en un cine fue viendo ‘Procedimiento ilegal’. Eran otros tiempos de inconsciencia infantil, en plena preadolescencia, compartiendo momentos con mis primos. Otra época casi olvidada. Me he traicionado a mí mismo, pero reconozco que las putas palomitas estaban deliciosas. Eso sí, certifico que será la última vez que cometo tal delito.
Hasta que dure la promoción en los cines Ábaco, por supuesto.

sábado, 3 de diciembre de 2005

Los personajes de ficción más ricos del mundo

Fascinados y recelosos del inalcanzable estatus (y sobre todo de sus cuentas bancarias) que mantienen los hombres más poderosos del mundo, muchas veces la ficción reduce este tipo de afortunados a simples caricaturas de ficción. Monopolistas, oráculos, derrochadores, tacaños, tiranos, genios, engreídos y, en muchos casos, especuladores y ladrones. En una palabra: Multimillonarios.
La revista Forbes, habituada a restregar a sus lectores las personas más acaudaladas del mundo en su anual lista de poderosos capitalistas, acaba de publicar un ranking en el que se establecen los personajes de ficción que más dinero poseen en sus arcas.
1. Santa Claus.
2. Oliver "Daddy" Warbucks.
3. Richie Rich.
4. Lex Luthor.
5. C. Montgomery Burns.
6. Scrooge McDuck.
7. Jed Clampett.
8. Bruce Wayne.
9. Thurston Howell III.
10. Willy Wonka
11. Arthur Bach.
12. Ebenezer Scrooge.
13. Lara Croft.
14. Cruella De Vil.
15. Lucius Malfoy.
¿Que no conocéis a la mitad de ellos? Seguro que el enlace (con fotos) os ayudan.

jueves, 1 de diciembre de 2005

Review 'Kiss Kiss Bang Bang'

Metalenguaje, humor y cine negro
Shane Black propone un surreal juego de elementos de renovación ‘noir’ fusionado con irónico humor negro en una inteligente y fascinante película.
El debut como director del guionista Shane Black era un evento esperado desde hace años, ya que fue él quien redefinió los cánones del género de acción licuado con el linaje policiaco como creador de clásicos modernos de finales de los 80 y principios de los 90 (históricamente maltratados por la crítica) como ‘Arma Letal’, ‘El último boy scout’ o ‘El último gran héroe’. De alguna forma, Black fue el precursor de una nueva estirpe de cine negro derivado en subgénero, denominado como ‘buddie movies’, ésas películas de compañeros de departamento obligados a trabajar juntos pese a sus abismales diferencias. Para ‘Kiss Kiss Bang Bang’, cinta de onomatopéyico título que también alude a la recopilación de artículos de Pauline Kael de 1968, Black despliega en su argumento un enloquecido homenaje a las tramas clásicas del cine negro, del ‘noir’ modernizado. Un condicional y estético en el que cabe el cine de acción ‘ochentero’ para formular una sarcástica visión creada en torno a un anfibológico cosmos que combina intriga, acción, humor y ‘thriller’ y que está adaptada –el propio Black- la novela de Brett Halliday ‘Bodies are where you find them’. Como apunte, Kael aludía con el título de su libro a una precisa aserción de la básica y estricta fascinación que proponen muchas veces las películas, al entretenimiento sin complicaciones, materia prima con la que Black dota a su filme desde el principio hasta el final.
‘Kiss Kiss, Bang Bang’ es un apoteósico ejercicio de irreverente reciclaje, compilación de la tradición clásica de la novela y el cine negro de los años 40, como bien hicieran los Coen en su prodigiosa modernización en ‘El Gran Lebowski’, que introduce bajo su apariencia de comedia (en ése sentido, recuerda al clásico de culto ‘Las aventuras de Ford Fairlane’, de Renny Harlin) la efectiva y compleja fórmula de las obras literarias de detectives, adaptándolos a la familiar y artificial esfera del mundo cinematográfico hollywoodiense, en un sentido contextual. Es por eso que la metodología basada en dos variantes (una compleja, la otra trivial, ambas conectadas) seguida por los personajes, que siguen la metodología de un ficticio detective (Jonny Gossmer, referencia directa a Raymond Chandler o Dashiell Hammet) protagonista de unas novelas ‘pulp’ baratas, sea sólo el comienzo de lo que será una constante parodia inteligente de los preceptos del ‘noir’ clásico, que arranca directamente con la voz en off de un narrador que se equivoca o se salta segmentos del discurso que acomete. Un efecto al que no son ajenos la utilización de unos soberbios créditos a lo ‘Saul Bass’ ni la fragmentación episódica de la cinta, como si fuera precisamente una novela.
Que el héroe de la función sea un ladrón de poca monta que es confundido con un actor puesto al amparo de un detective homosexual para preparar un papel y que finja, además, ser un verdadero investigador privado, responde a una de las construcciones más originales expuestas en el último Hollywood para componer un protagonista con el que el espectador se identifica desde los primeros fotogramas. La pirueta guionística es sólo el comienzo de lo que será una indescifrable trama que gira en torno a dos cadáveres, una intriga que no huye a ningún tópico genérico; suicidios, mentiras, muertes, extrañas confidencias, torturas y el develamiento de secretos familiares ocultos en la historia. Por supuesto, tampoco falta la ‘femme fatal’ de enigmática moralidad, incierta fidelidad y nombre a la altura: Harmony Faith Lane.
Black fagocita todos esos elementos y los distorsiona (y subvierte) por medio de un tamiz irónico en una constante ruptura de las formas cinematográficas, donde sus ambiguos personajes no viven ajenos al conflicto que propone el ‘cine dentro del cine’ de esta película. Dudoso juego entre la realidad y la ficción, pero absorbiendo las leyes propias del género de tal forma que el experimento termina por decantarse hacia una opción metalingüística, con un método tan habilidoso como divertido, haciendo que en ningún momento nada sea lo que parece y el protagonista se revele contra el destino nomotético de su rol. Un metalenguaje que contiene dentro sí una riqueza de posibilidades constructivas inagotables, que destroza en todo momento el carácter lógico y general de una trama policíaca como la que se lleva a cabo, dejando de lado las pesquisas de búsqueda típicas para jugar con el surrealismo irónico y la corrosiva causticidad de algunos momentos cómicos inolvidables (como aquél en que el protagonista orina encima de un cadáver sin darse cuenta o el momento ‘Lynch’ de la pérdida de uno de sus dedos).
‘Kiss Kiss Bang Bang’ es un delirio cómico con momentos brillantes y excesivos. Una película macabra, original y divertida que desprende una inventiva no exenta de magnífico ritmo y progresión, de vitriólico humor (inolvidable su ‘happy ending’ mostrado con vergüenza y servidumbre al cine actual) y acción sin freno que fomenta su eficiencia con una buscada tonalidad fotográfica del cine de acción de los 80, gracias a la gran labor de Michael Barrett. Lo que queda fuera de toda duda es que la peculiar elegancia autoparódica del filme de Black no tendría su extraña autenticidad y apariencia sin ese actor en estado de gracia que es –y siempre ha sido- el gran Robert Downey Jr., al que dan réplica un recuperado Val Kilmer, derrochando carisma y humor con su caracterización de rudo detective ‘gay’ con principios y el gran descubrimiento de la bella Michelle Monaghan, gran baza femenina a la altura de una cinta que basa su éxito en la fascinación del material que emplea, en su desorden y en el desprejuicio con el que Shane Black estipula todos los mecanismos de una obra que, aunque sea una ópera prima, a buen seguro será de culto. Una obra inteligente que supone una lección de espectáculo irreprochablemente lapidaria.
Miguel Á. Refoyo © 2005

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