miércoles, 4 de agosto de 2010

Oradores precoces

Hay una cierta raza de seres humanos destinados a exhortar, sermonear, inventar, difundir o transmitir ciertos paralogismos que evidencian algo de coherencia. Maestros de la retórica que, en el fondo, barnizan la vacuidad en falsa trascendencia. Al final lo que queda, como deja de manifiesto el teórico argentino Ernesto Laclau, es un significante vacío que, en sentido estricto del término, termina por ser un significante sin significado. Eso es el fundamento de la política actual. Da igual la ideología y las proclamas. El vacío es lo que representa. Los políticos han sido y son como esos predicadores que engañan a la gente con sus discursos alarmistas recurriendo a la palabra del señor y a la sagrada biblia. El niño del vídeo es un ejemplo de político precoz, lleno de énfasis y autocredibilidad en lo que alega, balbuceando sus razones como dogmas irrefutables. Aparte del rollo paródico que haya o de la credibilidad de los subtítulos respecto a las palabras y gritos sinsentido del chavalín, su discurso da un poco de miedo. por el contexto de fanatismo religioso que hay en él. No obstante, el niño representa un claro paradigma de lo que son los discursos que teorizan hoy en día sobre el mundo y la sociedad actual.

martes, 3 de agosto de 2010

Cartel Ferias y Fiestas Salamanca 2010, de Tomás Hijo

Uno se va quedando sin halagos lisonjeros para describir el talento creativo de un hombre como Tomás Hijo. Hacía tiempo que no se aludía a su figura en estos procelosos terrenos abismales. Concretamente, desde aquel post con motivo de ese cortometraje de culto titulado ‘La mosca que mordió a Dios’, que sucedió a una obra maestra del cortometraje nacional como es ‘El morajuelo’. Y no será porque este artista salmantino no haya seguido desarrollando una interesante carrera extendida a diversos ámbitos plásticos y artísticos. Desde entonces, Tomás (o TOX, como nos gusta llamarle a unos cuantos) ha seguido una férrea trayectoria en paralelo, en el mundo de la literatura, donde además de multitud de cuentos y artículos en todo tipo de publicaciones de prestigio o su colaboración en el programa de Cuatro ‘Cuarto Milenio’, ha publicado varios e interesantes libros entre los que destaca, sobre todo, ‘El libro negro de las leyendas urbanas, los bulos y los rumores maliciosos’ (Editorial Styria), muy recomendable y divertido compendio de quinientas leyendas urbanas apiñadas en un libro que pormenoriza todo tipo de mitos, supersticiones, historias sobrenaturales, habladurías, conspiraciones y versiones no oficiales sobre sucesos que han ido incrementando la alteración de una posible realidad, con miedos y paganismos de toda índole llevados a la condición de crónica crédula.
Este artista total; escritor, cineasta y profesor en la Universidad de Salamanca, ha destacado siempre por una faceta en la que es también un maestro: la ilustración. Dotado con un estilo reconocible y fascinante, la obra de Hijo destaca por la significación inevitable de las fábulas y ficciones tradicionales, que imponen una alegoría hemerológica sobre acontecimientos y personajes que forman parte de la raigambre popular o anónima y que construyen entelequias plasmadas con una expresividad identificable y llena de matices que atestan de color y personalidad sus ilustraciones y dibujos de gran calado barroco. Esta lúcida aptitud para captar la belleza del arte, la tradición y la vida se concentra en el cartel anunciador de las Ferias y Fiestas de Salamanca 2010, que tendrán lugar del 7 al 15 de septiembre. Habitualmente, se tiene una percepción de abandono a la calidad de este tipo de anuncios, pero este año es diferente. La inspiración somática de un mito de las fiestas de la ciudad como son los cabezudos es el elemento estimulante y protagonista del cartel. Con su habitual composición detallada y simbolista, Tomás Hijo ha sabido captar el miedo y la atracción hacia estas figuras míticas dentro de la costumbre festiva, en la que unas cabezas realizadas en cartón-piedra con un armazón de hierro recorren las calles de la ciudad ataviados con fustas y palos, al compás de una charanga, persiguiendo a los más pequeños, que provocan y huyen espantados ante la amenaza de ser reprendidos y azotados por estas siniestras figuras. A pesar de lo que pueda parecer, en los ‘padrelucas’ (que deriva del clérigo local ‘Padre Putas’) se funden lo festivo y lo grotesco, identificando una tradición arcaica e inamovible en la memoria de las generaciones de charros que han acelerado su paso en la travesía de estas icónicas figuras que representan, para unos, la inmoralidad o la herejía y, para otros, la naturaleza sometida a Dios.
En cualquier caso, el artista salmantino no olvida los detalles congénitos a la ciudad helmántica; la fachada del Ayuntamiento de la Plaza Mayor, desde donde se ofrenda el pregón y testigo de la Historia de las ferias y fiestas, con el suelo de un teatro de entelequia y sencillez que acerca estas fiestas a sus gentes, sin olvidar la ‘Mariseca’ emblema exhibido durante este periplo. Tampoco las figuras de cabezudos más representativos de la ciudad. Tomás Hijo ha logrado la hazaña de cautivar inmediatamente la atención y la imaginación del espectador viandante con su perspectiva de composición, color e imaginería legendaria y popular.

sábado, 31 de julio de 2010

Review 'Toy Story 3 (Toy Story 3)', de Lee Unkrich

El mito de los entrañables juguetes rotos
La factoría capitaneada por John Lasseter impone de nuevo su hegemonía, más allá del elogio, en otro testimonio de indudable calidad de unos genios capacitados para sorprender en cada película que estrenan. A pesar de ser la más oscura de la saga, es el más memorable, virtuoso y ejemplar alegato al poder de la imaginación de todas ellas.
Hace ya quince años desde que John Lasseter y su Pixar Animation se plantara en Hollywood como la empresa visionaria capaz de arrojar una luz incandescente sobre los nuevos signos dentro de la animación y, por extensión, al ámbito comercial y cinematográfico. Su irrupción con ‘Toy Story’ avanzó la capacidad de sorpresa y la futura regalía en cuanto a la revolución de la tecnología aplicada al cine (no sólo de animación) que, de manera gradual, ha ido alcanzando cotas de perfección imprevisibles hace una década en la que Pixar ha alcanzado una perfección más allá del elogio. La tradición y modernidad se unen a la modélica construcción narrativa de sus guiones, en continuas muestras de artesanía revolucionaria que cambia y magnifica la animación llevándola a una privativa esfera donde las reglas del entretenimiento y la imaginación parecen no tener límites.
Con voluntad de transgredir, con astucia y evitando la artificiosidad de sus competidoras, Pixar consigue en cada acometida esa idónea mezcla de diversión, inteligencia y prurito conmovedor que fascina a los pequeños espectadores y conquistar el corazón de sus padres. Las obras surgidas de esta fábrica de sueños vendrían a resumir su éxito en una doble conquista: son películas infantiles para adultos y, a su vez, películas adultas para niños. La saga de ‘Toy Story’ parece describir la evolución de esta firma, que rubrica en imágenes una autobiografía colectiva. Para ellos, al igual que el espíritu de estas entrañables tres películas, el verdadero sentido del trabajo y aquello que les convierte en únicos es el hecho de no renunciar jamás a la fe infantil, donde cualquier mundo inimaginable es posible.
‘Toy Story 3’ es otro milagro. Otra consecuencia de esta conjunción de talento, calidad y trabajo visionario. Por ello, el sheriff Woody y el protector espacial Buzz Lightyear, junto a sus amigos; el perro Slinky, el dinosaurio Rex, el cerdo-hucha Hamm, Mr. Potato, los tres marcianitos del Pizza Planet, la vaquera Jessie y el caballo Perdigón, han pasado a formar parte de la iconografía de la familia de la cultura norteamericana y del resto del mundo. Son compañeros de viaje que ofrecen un último itinerario con aventuras en el mundo de los humanos que serán muy difíciles de superar. Basta con un espectacular prólogo para dejar claro las intenciones de superación respecto a sus ya de por sí antológicas antecesoras. ‘Toy Story 3’ se presenta mejorando los pocos defectos de sus precedentes y evidenciando una sofisticación dentro de la desbordante acción y del sentido del humor. Y lo evidencian en ese formidable prefacio que remite al ‘western’ mezclado con la ciencia-ficción y la ostentación de imaginería infantil puesta al servicio de la magia de Pixar. Sin embargo, en seguida el espectador se da cuenta de que estos fuegos artificiales devenidos en juego infantil no son más que un instante retrospectivo que forma parte del pasado.
A pesar de que los juguetes siguen su vida en equidistancia a la realidad, viven un mundo circundante que se ha ido desvaneciendo con el paso de los años hasta acabar con ellos en un arcón de viejos recuerdos. Andy tiene diecisiete años y ya es mayor para jugar con muñecos. El presente les destina a un alejamiento definitivo. El joven se va a la Universidad y el destino de los juguetes tiene un futuro incierto: permanecer para siempre en el desván, ser donados a un parvulario o directamente a la basura. Por una confusión, todos ellos acaban en la guardería Sunnyside, donde la diversión, los niños y el cariño parece ser la nota predominante del lugar. Por supuesto, no todo es tan bonito e idílico como parece.
De entrada, ‘Toy Story 3’ fundamenta su éxito en la portentosa eficacia de su guión, en la construcción delineada con unos movimientos lapidarios, donde los diálogos se suceden con la maestría de los clásicos, respondiendo a la necesidad del diseño de unos personajes pormenorizados al amparo del excelente empleo de los dispositivos cinematográficos. El filme de Lee Unkrich responde a un complejo engranaje de insuperable funcionamiento, que sabe ampliar sus posibilidades argumentales armonizando parodia, tacto emocional y una colorista estética conferida del acostumbrado detallismo extremo de Pixar. La confección narrativa es paradigmática por el sustento de un ritmo acelerado y sin freno, que entusiasma y deslumbra por el laberinto de sutilezas al que es arrojado el espectador. Se reanuda así un preciso trazado que simboliza los lugares comunes de la saga, ambientado en el género carcelario de evasiones.
En ese sentido, ‘Toy Story 3’ no ofrece nada nuevo visto en sus dos anteriores funciones. La fuga como objetivo sigue perfilándose como el esquema medular de la acción, recurriendo a la estructura del rescate, a la acción como motor de la convulsión dramática. La historia de Lasseter, Andrew Stanton y el propio Unkrich en manos del guión de Michael Arndt basa su vigor y emoción en la sensibilidad y el respeto por todos y cada uno de los personajes que desfilan por la pantalla, en sus particularidades y caracterización humana y psicológica, con un contenido sintético propio. Por tanto, sigue la voluntad de perpetuar el descomunal talento con una idiosincrasia propia, evolucionando en su trascendencia, perpetuando su identidad como referente de animación mucho más allá de los anticuados conceptos de Disney, el gran nombre que les distribuye. ‘Toy Story 3’ hipnotiza de tal modo que cualquier atisbo de secuela oportunista queda diluido desde su primer fotograma.
Como no podía ser de otro modo, esta montaña rusa de acción y sentimientos presentada como comedia de animación digital sigue venerando la sencillez con que están diseñados los juguetes originales. Eso sí, que nadie vaya a pensar que Pixar no haya avanzado otro escalón más en su progresión dentro de los parámetros tecnológicos puestos como retos casi inalcanzables. ‘Toy Story 3’ exhibe el 3D más acabado y elegante de cuantos se han visto hasta el momento (incluido el ‘Avatar’, de James Cameron). La factoría de Lasseter demuestra así esa lucidez de análisis de todas las técnicas fílmicas que ni siquiera ellos mismos soñaban cuando lanzaron las dos primeras partes de la trilogía y que han ido puliendo paulatinamente en los últimos años con maravillas como ‘WALL•E’ y ‘Up’. Los ángulos, la composición de los planos, los tiros de cámara llenos de magia y ese cuidado de la textura cromática y de la luz ponen el perfeccionamiento a un nivel de exigencia que aquí tiene un testimonio concretizado en la indudable calidad de unos genios capacitados para sorprender en cada película que estrenan.
En el mundo de las secuelas, y más en la prosapia del cine infantil, la oscuridad y el tono más lóbrego suele infundir ese halo de misterio e interés como técnica de lanzamiento para nuevas entregas. A ‘Toy Story 3’, obviamente, esto no le hacía falta. Sin embargo, lo es. Este tercer viaje sigue afrontando ese miedo e incertidumbre al abandono y al desamparo del juguete. Pero nunca antes hubo una analogía tan clara entre esa orfandad equiparada al miedo a la muerte. No sólo porque haya alguna terrible secuencia que enfrente a los protagonistas a ella, sino en esa sensación de desconfianza sobre el acontecer de los giros, de ese porvenir borroso en un juego de pugnas entre desilusión y optimismo. El viaje final es también un testimonio visual de la caducidad del tiempo, de cómo todo lo que un día era felicidad se vuelve una incógnita convertida en ley de vida.
Lo vemos en el perro de la familia Buster, que ya no es un cachorro juguetón y cómplice de los juguetes, ya que ahora está viejo y cansado. También en Molly, la hermana pequeña de Andy, que prefiere leer revistas de ídolos adolescentes que jugar con su Barbie. Pero sobre todo en esa desconexión del vínculo familiar (esta vez aseverada la falta de la figura paterna) entre madre e hijo una vez que éste empieza una nueva vida lejos de casa. El relato infantil se anula por completo de forma velada por otro de un calado vital y reflexivo que impone, a todas luces, una lección de humanidad y de vida.
‘Toy Story 3’ es la más oscura de las tres porque además incluye temibles figuras empapadas de opacidad y heridas sentimentales, como el aterrador Big Babby que custodia las espaldas de la gran figura maligna del filme, un oso con olor a fresa llamado Lotso Abracitos, fraudulento peluche entrañable lleno de odio y resquemor que no es más que la manifestación del ánimo de venganza por la incuria infantil, emblema de la orfandad a la que se ve sometido un juguete cuando el niño se desentiende de él y pasa a otra vida bien distinta que nada tiene que ver con el juego y la atención. Algo parecido a lo que se planteaba en la segunda entrega por parte de Stinky Pete y su deseo de acabar sus días en un museo para admiración de generaciones de amantes de los juguetes clásicos.
Sin embargo, aquí no hay espacio para la amabilidad, los despóticos juguetes de la Sala Mariposa no dudan en torturar a los rebeldes de la sala Oruga, espacio en el que los infantes más descontrolados descuartizan y maltratan todo lo que cae en sus manos. ‘Toy Story 3’ se nutre de un complejo discurso sobre el paso del tiempo y la nostalgia que no se resiente en cuanto a su contenido moralizante y aleccionador, tomándose la licencia de exponer con violencia la iniquidad del olvido y de sus consecuencias. Sin olvidar esa persecución culminante de un clímax esperado. Ya no se trata de un cohete de ensueño de deposita a los protagonistas en la caja vacía de un asiento trasero, reconstituyendo la feliz normalidad infantil. Tampoco la trepidante aventura en una cinta transportadora de un aeropuerto. En esta ocasión, el destino enfrentará a los juguetes a una eventualidad mucho más fea e incómoda como es la supervivencia a una instalación de procesamiento de basura a la que están predestinados.
A pesar de ese tono tenebroso, naturalmente Pixar se supedita al universo infantil, por eso el humor sigue siendo vital para que todo funcione. Además de esa constante sorpresa en el ‘gag’, la diversión viene dada por elementos novedosos que encuentran su destacada presencia en el muñeco Ken, que propicia algunos de los momentos más hilarantes de la película, cuestionando su masculinidad por poseer un ropero de lo más variopinto y en su relación con Barbie. No faltan alusiones a la propia historia de Pixar, con guiños cinéfilos y autorreferencias constantes (como Sid, el terrible vecino de Andy de la primera parte, que ahora es el basurero del barrio), en la metamorfosis de Mr. Potato o en la vulnerabilidad de Buzz Lightyear y su formateo y cambio de idioma o la desternillante metamorfosis de Mr. Potato. Sin olvidar a nuevos roles como ese mono guardián chillón o el teléfono de Fisher Price renegado y temeroso.
Por todo eso, ‘Toy Story 3’ subraya la importancia y trascendencia de los nuevos ciclos vitales, sin evitar que se marque una substancial huella de aquellos instantes felices que se pasan junto a aquellos juguetes que pertenecen al pasado, que fueron parte significativa de la vida y el ocio infantil y que reviven en manos de aquellos que merecen jugar con ellos. La saga de ‘Toy Story’ es y será a lo largo de la Historia un virtuoso y ejemplar alegato al poder de la imaginación. Un final de fiesta desproporcionadamente entrañable que alberga una espectacular plétora de emociones que van desde la angustia dotada de una tensión insostenible al suspiro pacificador, para llevar al público en volandas a ese epílogo capaz de hacer aflorar las lágrimas, sacudiendo el sentimiento colectivo, cargado de una melancolía y una nostalgia digna de una gran obra maestra que cierra el círculo de una trilogía maravillosa.
Estamos, sin duda alguna, ante la posible gran película de 2010. La cinta de Unkrich apela al poder de la emoción en esa historia del adiós a la niñez, transformando el cuento en la entrega más madura ya no sólo de ‘Toy Story’ sino de la iconografía y de los anales de Pixar, en esa emisión de madurez y complejidad acerca de valores como la deslealtad, la pérdida o la fugacidad del tiempo que contrasta con la reflexión meditada sobre el amor y la amistad. Es una obra total de envidiable elegancia, gusto y maestría a la hora de provocar emociones y advertir, de paso, el riesgo al que conlleva que los niños de hoy en día encaminen sus gustos hacia juegos virtuales antes que hacia los juguetes tradicionales y que la propia necesidad por satisfacer la imaginación a través del juego imaginativo. Será difícil olvidar esta tercera parte dentro del cómputo común. ‘Toy Story 3’ provoca esa difícil satisfacción de estar ante un cine en estado puro. Es, a fin de cuentas, sencillamente memorable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'The A-Team (El equipo A), de Joe Carnahan.

miércoles, 28 de julio de 2010

Equipación Athletic de Bilbao 2010-2011

En una era destinada al desarraigo de la liga nacional del fútbol patrio, al ostracismo dictatorial de dos equipos deportivamente autócratas que aspiran a lograr la victoria final por puntos, cosas aparentemente nimias como la presentación de una camiseta sirven para alentar a los aficionados de los demás competidores condenados a su realidad sin esperanza. Los jugadores del Athletic Club de Bilbao se vistieron de largo en La Alhóndiga, uno de los edificios más representativos y modernos de la capital bilbaína, escenario que simboliza a la perfección la nueva indumentaria ‘athletizcale’. Las estrellas intocables del equipo, Fernando Llorente y Javi Martínez (Campeones del Mundo con la Selección española), acompañados de la promisoria esperanza de la nueva terna, Iker Muniain, junto a otros componentes del equipo como Iraola o David López son los protagonistas del vídeo que lanza esta nueva equipación para la temporada 2010-2011. Este año la marca Umbro reanuda la intención de tradición y pasado, tanteado, con más fortuna que en anteriores campañas, la búsqueda de un estilo retro, inspirándose en las zamarras de décadas primigenias, siguiendo las mismas pautas que el año pasado. El objetivo es lograr un diseño adecuado al clasicismo “inglés”.
Por ello, se vuelve al cuello tradicional de pico rojo, que incorpora un botón ergonómico. Destacan también los originales y cuidados bordados de precisión de las franjas en forma de zigzag, que enaltecen el rojiblanco y le dan un acabado de sastrería inglesa clásica que recuerda a las antiguas elásticas clásicas del club y que varia en disposición del rojo y blanco respecto a la temporada anterior, pero sin ensanchar en exceso las franjas, lo que hace que apenas se diferencien del estilo de las mejores camisetas de los últimos años. Se recupera también, por fortuna, el logo del centenario realizado por García Ergüin en su cuello, el mismo que ha acompañado al Athletic en todas las camisetas desde 1998 a excepción del año pasado. Los dorsales serán más visibles y grandes así como los elaborados bordados del escudo y los logos, que hacen destacar la delicadeza y el cuidado de la confección de este nuevo símbolo de un sentimiento común por un equipo único y que tiene su detalle más emotivo en esa frase ‘Zu zara nagusia’ en la zona de la etiqueta interior. El resultado es que estamos ante una de las mejores y más bonitas camisetas de los últimos años.
Ahora sólo queda ir viendo cómo se desarrolla esta difícil temporada en la que el club de San Mamés dirigido por Joaquín Caparrós deberá rendir a la altura de lo esperado, demostrando que puede llegar más lejos del buen papel desempeñado este pasado ejercicio. La afición así lo espera. Como siempre, tienen millones de corazones tarareando el ‘Altza Gaztiak’, aquella banda sonora que atesora una ilusión y un sentimiento mayor del que puedan ofrecer otros clubes de alta alcurnia. A ver si este año, también se puede repetir alguna que otra hazaña.
Pase lo que pase, por siempre: ¡Aupa Athletic!

martes, 27 de julio de 2010

Una secuencia al azar (XI): 'Los incorregibles albóndigas', nostálgico campamento veraniego

Periodista
Estos niños asistirán a la más prestigiosa de las colonias veraniegas, la Colonia Mohawk. Hay una lista de espera de dos años y el ingreso se decide por votación. Por si eso no era suficiente, la tarifa es de mil dólares por semana de estancia, pero la cuestión es… ¿lo que dan a cambio vale esos mil dólares?
Tripper
Claro que sí. Es la mejor colonia que hay.
Periodista
Vaya ¿Trabaja usted en la Colonia Mohawk?
Tripper
Naturalmente, soy su director de actividades, Jerry Aldini.
Periodista
¿Cómo justifica usted la tarifa de mil dólares a la semana?
Tripper
Ofrecemos muchas actividades especiales. Montaremos obras de Shakaspeare en teatro circular, por supuesto. Kissinger nos visitará. Yasir Arafat vendrá a pasar un fin de semana con los críos para cambiar impresiones.
Periodista
Eso es asombroso.
Tripper
Y como los chicos querían animales, este año cada niño cazará y matará su propio oso en nuestra reserva privada de animales salvajes.
Periodista
¿Cree que los chicos superarán esa experiencia?
Tripper
Ya veremos. Pero lo emocionante será al final del verano, durante la semana de Aprendizaje Sexual. Importaremos doscientas prostitutas de todo el mundo y cada chico armado con sólo un termo de café y dos mil dólares en efectivo intentará recorrer el mayor número de países. El que gane, por supuesto, será nombrado Rey de la Semana Sexual y tendrá privilegios de violación y saqueo en los pueblos vecinos.
Periodista
Es… es increíble.
Tripper
¿Qué esperaba por mil dólares a la semana? En fin, que pase usted un buen verano.
Vista hoy en día, ‘Los incorregibles albóndigas (Meatballs)’, de Ivan Reitman, puede haber envejecido muy mal para los tiempos que corren. Su humor algo blanco, sus intenciones benévolas, su esencia bondadosa y de moraleja indulgente responden a un momento muy concreto, 1979, estimulación primigenia de las comedias adolescentes de campamentos y de sexualidad a flor de piel, con gracia transgresora pero sutilizada, que concretaba esa temática de hormona revolucionada con un fondo accesible a todos los públicos. Una de las obras germinales de comedias más revoltosas y políticamente incorrectas de los 80 junto a ‘Desmadre a la americana’, ‘Meatballs’ fue una ruptura como vía a la novedad de comedia sediciosa y desvergonzada. En su época fue un éxito, debido a su superficialidad refrescante, de índole veraniega y sin ambiciones, abanderado por elementos que, hoy en día deben ser vistos con el reconocimiento de absolutos clásicos; desde ese enésimo personaje antológico de Tripper interpretado por el icono del género Bill Murray, auténtica alma de la función, pasando por su director Ivan Reitman, nombre imprescindible para entender el éxito comercial como lo entendemos actualmente y sus guionistas Daniel Goldberg, Len Blum y el nunca bien ponderado Harold Ramis.
Obviamente no estamos ante una obra maestra, pero sí ante una de esas entrañables películas que despiertan la nostalgia de otros tiempos y recuerdan experiencias comunes universalizadas en un contexto generacional como son los campamentos de verano. Las aventuras de Tripper, la dulce Roxanna, Mickey, el objeto de todo tipo de putadas Morty, el ‘nerd’ Spaz, Fink, Crickett, A.L., Candance, Wendy, Hardware o Wheels siguen perpetuando esa estela conmemorativa de un tipo de cine algo deslustrado que mantiene su aprecio gracias a una serie de ‘set pieces’ que desfilan con un ritmo vertiginoso, que se rompen en la paternal relación de Tripper con Rudy, ese chico retraído y solitario destinado a ser el gran héroe del NorthStar en las olimpiadas contra el antagónico campamento de pijos y adinerados Mohawk e imponen una agradable cadencia que resulta de lo más reconfortante. Ahora, en verano, acuciados por la inercia de la inactividad es buen momento para recuperar este pequeño clásico provisto de la fascinante banda sonora de Elmer Bernstein.

domingo, 25 de julio de 2010

Tercer Tour de Contador y la polémica del espectáculo

Ayer Alberto Contador lloraba debido a una catártica explosión de nervios y tensión, liberada tras haber sufrido más de lo normal en la etapa crono entre Burdeos y Pauillac. Ayer Contador se encumbró (por si no lo era ya) como uno de los mejores ciclistas de todos los tiempos. Un mito, un titán de la bicicleta que ha escrito con letras de oro su nombre. Hoy el mundo del deporte habla de él como el gran protagonista de la jornada. Nadie duda de su estirpe ganadora, de su ralea de triunfador nato. Lástima que este Tour de Francia no será recordado como una gesta inolvidable como las de antaño. Ni siquiera esa mínima franja que ha separado en la clasificación general final a Contador de su gran rival Andy Schleck (sólo 39 segundos de ventaja) servirán para paliar la escasez de espectáculo que se ha dado a lo largo del periplo galo.
Este Tour quedará como una gran hazaña del ciclista de Pinto, que ha luchado con pundonor y esfuerzo para lograr un triunfo ajustado y emocionante en su recta final. Nadie va cuestionar la grandeza de la proeza. Pero también hay que reconocer que deja una extraña partida de ajedrez entre dos antagonistas que paradójicamente son muy buenos amigos. Obviamente, me refiero a la polémica desatada a raíz de la situación que se provocó en la decimoquinta etapa, a un par de kilómetros de coronar el Port de Balés, cuando Andy Schleck demarró durante su ascensión con un ataque que siguieron con dificultad Vinokúrov y Contador. Entonces el gran imprevisto y detonante de todo el busilis: a Schleck se le sale la cadena. Contador continúa su embestida con Menchov y Samu Sánchez siguiéndole en su aventura para conquistar este tercer Tour. Schleck pierde su ventaja y además pierde 8 segundos que serán vitales para el posterior desarrollo de la carrera. Pues bien, esta etapa, la más importante dentro de la ronda visto lo que se aconteció, fue cuestionada desde todos los medios e incluso desde el propio pelotón ¿Había vulnerado Contador los límites del ‘fair play’? ¿Debió esperar el ciclista español al luxemburgués? El nuevo maillot amarillo se sinceraba horas después a través de Twitter: “Tal vez me he equivocado. Lo siento” anunció.
Los viejos zorros entendedores del arte y del sacrificio de la bici alucinaron ¿Por qué Contador pedía perdón por una avería que forma parte de los lances de este juego? ¿Qué culpa tiene el rival de que uno se equivoque al lanzar un ataque con un desarrollo duro engranado? Lo extraordinario llegaba en la gran etapa reina, el desafiante Tourmalet, cuando ambos llegaban como los grandes protagonistas de la función, sabedores de que son los soberanos del pelotón, los dos grandes astros del momento, sin que nadie pudiera seguir sus pedaladas hacia la cima. Andy impuso su ritmo. Pocos son capaces de seguirle. Kolobnev, que se había escapado unos kilómetros antes, vio como Andy y Alberto le sobrepasaban sin poder seguir su estela. Era el momento de esperar un duelo en las alturas. De esos que todo el mundo espera recordar en el futuro. Una pugna de fuerzas desbordadas, atacándose hasta el desfallecimiento. Pero nos quedamos con las ganas. Contador hizo un tímido intento. Andy estaba más preocupado en pedirle que entrara a relevar que en atacar o pensar en ser atacado. Al final, como dos amiguitos de colegio, Schleck ganaba la etapa con el beneplácito del español, que asintió con gesto de benevolencia su decisión. “Yo me he portado mal al no esperarte y tú te mereces este premio. Como compensación” podía analizarse en la lectura de la etapa.
Carlos Sastre, también ganador del Tour en 2008, no pudo ser más conciso al calificar el rumbo del ciclismo actual como el de “una patraña de niñatos”. Contador es un campeón. Hoy ha conquistado los Campos Eliseos como el gran fenómeno que es. Con todas las de la ley. Lo ha hecho sufriendo y ganando como los grandes. Con dignidad. Nadie se lo va a negar. Ahora la pregunta es… ¿dónde ha quedado el ciclismo de lucha, de ataques, de épica, de fuerza, de resistencia para anular la aquiescencia? ¿Ahora se pone la amistad por encima de la competición? No es cuestión de criticar las nuevas fórmulas y leyes internas del ciclismo, sin embargo echando la vista atrás, se empieza a echar de menos no sólo la filosofía y grandeza de aquellas míticas figuras como los grandes genios de la bici Bahamontes y Merckx, la astucia estratega de gente como Hinault, Fignon o LeMond, los cojones antológicos de Perico Delgado, la garra escaladora de Marco Pantani o la clase y potencia de un imparable Miguel Indurain. Incluso el ansía sin fin y egoísmo de Lance Armstrong parecen empolvarse en el olvido. Llegan otros tiempos dentro del universo ciclista. Contador sigue demostrando su hegemonía. Con la evolución admirable de Schleck, el duelo está servido por parte de ambos. Sólo esperemos que el año que viene ambos aprendan a morder y a ser fieros con el contrario. Por el bien del espectáculo.

sábado, 24 de julio de 2010

Review 'Noche y Día (Knight & Day)', de James Mangold

Refrescante mezcla de parodias
La cinta de James Mangold adopta su condición de escapista ‘blockbuster’ veraniego para ofrecer una cinta de entretenimiento que no se ruboriza de su condición de idiotez intrascendente, riéndose de sí misma en todo momento.
De entrada, las cartas se muestran desde su génesis. Este filme no aspira a transformar un género, ni a sorprender con algún truco imprevisto, ni siquiera a ofrecer algo original. Tampoco a jugar genéricamente con sus bazas. ‘Noche y día’ está instituida espiritualmente como una película de verano, una chorrada estival divertida y fácil con aspiraciones comerciales que, hoy en día, se da en llamar ‘blockbuster’, término rapiñado de antiguas funciones teatrales que señala directamente a aquellas películas creadas con intenciones de superéxito taquillero. Y es lo que hay. Ni más ni menos. Sin pretensiones ni dobles juegos, el filme de James Mangold pertenece a esta categoría en toda regla, sin avergonzarse de su condición de cinta de efímera estela ni exigencias de ningún tipo.
Su intrascendencia es su mejor arma, puesto que dota a este refrescante entretenimiento de una libertad descomedida e insolente. Presentada intencionalmente como un híbrido de clásicos como ‘Charada’, de Stanley Donen o ‘Con la muerte en los talones’, de Hitchcok y alguna más o menos recientes como ‘Tras el corazón verde’, de Robert Zemeckis o ‘Sr. & Sra. Smith’, ‘Noche y día’, de Doug Liman se plantea como una comedia romántica pasada por el filtro de la adrenalina de un ‘thriller’ y, sobre todo, de película de acción, de sobredimensionado ‘thriller’ de espías conspiratorios que aspira al entretenimiento sin concesiones a otras lecturas.
Marcada por un ‘McGuffin’ simbolizado en una potente pila de energía inagotable que es codiciada por mafias latinas y espías mercenarios, la trama se adentra en un agente secreto que posee el pretendido tesoro y en cuyo camino se cruza una joven que desea acudir a la boda de su hermana, viéndose envuelta en una trama de espionaje donde compartirá persecuciones y peligro junto a este misterioso agente. Tom Cruise regresa dando vida a Roy Miller, ese tipo de personaje que define su condición de estrella sin complejos, de ‘action hero’ multitudinario, tan seguro de sí mismo y sin miedo al ridículo, a la mueca o al histrionismo. Cameron Diaz tiene en June Havens un rol fácil, que juega a una fútil evolución de chica normal involucrada en una aventura peligrosa que despierta su lado canalla y vividor.
Es una lástima que la química entre ambos sea infructuosa, aunque tampoco incomode mucho, ya que la pulsión sexual no es lo importante en el tránsito aventurero. En ‘Noche y día’ se busca más el designio escapista forjado en los términos y condicionantes de la ‘screwball-comedy’ y de la acción inverosímil de la violencia disparatada. La coyuntura de ambos personajes transita marcada por una vertiente previsible, donde nada entorpece el signo natural de su desarrollo, sabiendo que aquí no importa la incongruencia, porque se valora el entretenimiento y el ritmo sobre cualquier condicionamiento narrativo o argumental.
Por eso, la imprecisa profundidad de sus personajes, primero en los trazos universales que definen a Roy, un superespía que hará todo lo posible por salvaguardar la vida de sus protegidos más allá de justificar su verdad y, segundo, la caracterización de June, esa chica soñadora, amante de la mecánica y la adrenalina que ve cumplida sus fantasías, es un obstáculo para seguir con una fiesta cinematográfica de barra libre. Lo más destacable de la película, sin duda alguna, es ese Roy Miller otorgado por un brillante Tom Cruise, una perfecta conjunción hilarante de todos los héroes que ha protagonizado a lo largo de su carrera.
En algunos medios internacionales y patrios se ha apuntado a un declive en la carrera de la estrella. Sin embargo, si uno compara sus últimos filmes (con interpretaciones siempre notables); desde ese giro de la gravedad y prudencia en papeles como los de ‘Valkiria’ o ‘Leones por corderos’ hacia la vena más autoparódica de ‘Thropic Thunder’ y ‘Noche y día’ se extrae una perspicacia y acierto en su actitud mucho más cabal que aquellos apocalípticos que dan por acabada su fortuna dentro del firmamento hollywoodiense. Tom Cruise sigue siendo, como apunta su personaje Roy Miller, “muy bueno en lo que hace”. Siempre sabiéndose rodear de gente que apoye sus locuras con evidente talento, como es el caso de la citada Diaz o secundarios de lujo con el renombre de Peter Sarsgaard, Paul Dano o Viola Davis.
‘Noche y día’ funciona por sus sucesivas piezas de tiroteos y persecuciones en busca del “más difícil todavía”, sin ruborizarse de su condición de idiotez intrascendente, riéndose de sí misma en todo momento, sin tomarse en serio ni los protocolos dramáticos ni los giros imprevistos de guión, con sus constantes movimientos geográficos en un parque de atracciones ecuménico, utilizando sus antojadizos cambios de velocidad que esperan un nuevo golpe de efecto para provocar otra asechanza imposible que tienen como colofón esas divertidas elipsis que suprimen el visionado de inverosímiles y ostentosas escapatorias como evidente uso de voluntad paródica.
La cinta de Mangold responde a la conjunción olvidadiza de estereotipos, convenciones y de lugares comunes, pero, sobre todo, a un guión de tiralíneas sin complicaciones que evita caer en el descrédito por el morro (otros dirán que desfachatez) de sus intenciones. Tal vez lo menos destacado sea la dirección de un versátil cineasta como James Mangold, al que le falta cierto toque de sofisticación para tanta traca, ya que no está a la altura de las proposiciones de embelesamiento que propone una función de espectáculo enfático y altisonante que, si bien está perfectamente ensamblada por el ‘score’ de John Powell, no alcanza sus ambicionadas cotas de hipnotismo y espectacularidad.
No exenta de errores y lacras o alguna incoherencia que va más allá de esa polémica secuencia ubicada en nuestro país que desmitifica el folklore y la tradición arcaica fusionando, de un golpe, los Sanfermines y la Feria y Semana Santa de Sevilla en un solo cartucho, ‘Noche y día’ se perfila con ingeniosa superficialidad, que aboga por la celeridad impertinente antes que por inanición de cualquier explicación que entorpezca la función. Por cierto, que este incompatibilidad de absurda dimensión nacional hace reflexionar sobre si los responsables de la fiesta Navarra se negaron a ofrecer los escenarios reales, haciendo que los encargados buscaron otro sitio más barato y agradecido a propasarse con las sacras costumbres vernáculas. O eso, o es que los yanquis son así porque sí. Más allá de ilógicas protestas, con sus abusos y excesos, su ampulosa acción marcada por la ‘macarrada’ sin complejos y por la efervescencia de un conjunto que no se sostendría sin sus consecutivas ‘set-pices’ de acción barroca ‘Noche y día’ es un entretenimiento tan banal como necesario en esta sequía veraniega de títulos de este calibre.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Toy Story 3 (Toy Story 3)', de Lee Unkrich.

jueves, 22 de julio de 2010

La divertida descontextualización de la fiesta nacional

Esta misma semana hemos tenido la oportunidad una espectacular imagen de salvajismo animal. Se trata del trágico suceso de la tradicional desencajonada de Valencia, con la suelta de los toros previa a la Feria de Julio de la ciudad ché. La cosa fue así, se suelta a los toros ante la mirada de esas personas que consideran un arte este incoherente pasatiempo arcaico. El tendido con algo de gente, los palcos a medias y las andanadas semivacías. En un instante de la función sobreviene algo imprevisto, dos toros de la manada se buscan con la mirada y al encontrarse se abalanzan el uno hacia el otro. El toro Carafina choca brutalmente sus astas contras las de Pelotito (ojo al nombre de los vacunos), hermanos de camada, pero por lo que se vio enemigos irreconciliables.
Los dos animales caen de bruces al suelo, entre estertores tras el brutal encontronazo. Pelotito queda malherido, Carafina aparentemente también. Sin embargo, éste logra ponerse en pie y rematar su venganza corneando a su semejante en el coso, ante la atónita mirada de los espectadores, aterrorizados por esta situación anómala, pero acostumbrada a ver sufrir a los animales en su lenta muerte. Silban y abuchean indignados, no sé muy bien si por lo terrible del suceso o porque este tipo de conductas no son de recibo en este particular festejo. Paradójico y risible, obviamente. Carafina está ajeno a esta polémica. Su destino sigue siendo el mismo. Tras ser observado por los veterinarios y confirmar su buen estado, será lidiado (perdón, sacrificado) mañana por la tarde.
En esta tesitura fuera de lugar, de irregularidad no tan desnaturalizada dentro del mundo animal, se podría fantasear perversamente con una descontextualización que invirtiera los términos, en plan anástrofe que alterara la fiesta nacional. El asunto sería observar como los valientes toreros, en vez de acometer sus faenas ante un toro moribundo y agonizante se enfrentaran entre ellos mismos, como lo han hecho Carafina y Pelotito, en un duelo de espadas, vestidos de luces, con su montera y su capotito, con el estoque en ristre, regresando culturalmente al Siglo XV y su génesis del ‘duellum’ (un poco dentro de los parámetros de las corridas actuales y sus argumentos), con desafiantes y oponentes, como si de Arthur Wellesley y George William Finch-Hatton se tratara.
Ofrecerían de este modo un espectáculo mucho más dantesco del que ya por sí celebran en su sectario ruedo. Sería algo así como ver una lucha a muerte entre dos paupérrimos simulacros de Darth Vader y Darth Sith, sangrando con banderillas en su espalda, pero sin emoción, efectos especiales ni suntuosas galas de fanfarrias épicas. Dos toreros del Lado Oscuro embutidos en taleguillas y chaquetillas, con las morillas haciendo las veces de los moños de la Princesa Leia, pero con medias de color, como las chicas ‘ye-yé’. Un fragrante duelo sin sables de luz, pero con ese desagradable y rancio olor a puro, sudor, suciedad e intransigencia atávica que se perpetúa en bares y círculos de dominó a la hora de que el toro salga a morir a la plaza.

martes, 20 de julio de 2010

Harvey Pekar: el individualista marginal

1939-2010
La semana pasada fallecía Harvey Pekar, uno de los padres del cómic ‘underground’, aunque más que alternativo o ajeno a seguir modas voluntariamente, abogó por reflejar con su propia realidad un contexto marginal que fraguó sus mejores tiras dentro del cómic independiente yanqui. Pekar fue el héroe invisible, aquel que se atrevió a abrir una nueva vía dentro del cómic que parecía improcedente en un cosmos tebeístico plagado de superhombres con poderes y aventuras ilusorias. En 1976 comenzó la que sería su gran aportación al cómic norteamericano con la serie ‘American Splendor’ cuyos guiones serían llevados a viñeta por Robert Crumb, que supo ver el potencial de aquellos guiones que narraban las propias vivencias de Pekar, reflejando de un modo satírico, sostenido sobre el crudo sarcasmo y la frustración, el estilo de vida de la clase obrera americana con todas sus imperfecciones y defectos.
El talento de Pekar fue capaz de crear y fomentar un universo propio, una idiosincrasia de excentricidad sin límites, para exponer como catarsis la insoportable rutina, cristalizada con ingenio, en un paradigma de autocrítica que involucraba, sin concesiones a la condescendencia, el ácido humor del derrotado sin renunciar al patetismo de la autocrítica más cruel. Trabajó toda su vida como empleado de un hospital local de Cleveland (Ohio). La mediocridad y el sentido del absurdo siempre han sido el sustrato necesario para poder ofrecer esa imposible unión a la hora de abordar la trascendencia existencial de la autobiográfica ‘American Splendor’ y el humor ciertamente cabrón. El pesimismo y la desmoralización son elementos básicos no en la obra de Pekar, si no como condicionamientos que evocan la verdad sobre la vida misma, los mismos que trataron de llevar el cómic entendido como cultura del proletariado, asequible para todo tipo de lectores. Se ha escrito en infinidad de ocasiones, y con motivo de su muerte que Pekar era un gruñón misántropo, un cascarrabias que supo ver la parte negativa de la cotidianidad, pero lo cierto es que, más allá de valoraciones sobre su perspectiva negativa del mundo, era un individualista con una especial curiosidad sobre la vida real que se vive cada día en la calle.
El padre generacional de autores de la talla de Daniel Clowes o Peter Bagge y su particular visión del mundo, desde la incómoda posición del crítico ácido y antipático, se granjeó algo de fama extra como invitado ocasional en el show de David Letterman ‘Late Night’ de la NBC. Pekar supuso un halo de frescura al programa. Su participación en forma de diálogo con Letterman dejó auténticas reliquias catódicas, hasta que Pekar, siempre identificado con el trabajador, se dejó llevar por las protestas de los currelas y el sindicato de la cadena y puso a parir a la General Electric, una de las principales fuentes económicas de la NBC. Además de trabajar al lado de Crumb, Pekar tuvo cómplices como Gary Dumm, Haspiel Dean, Friedman Drew o Rick Gear y recientemente con Richard Corben, Joe Sacco o David Lapham para materializar sus obsesiones naturalistas y mostrar, siempre con una portentosa honestidad consigo mismo, el cinismo de saberse un perdedor que asume su lugar en un mundo empañado por el ostracismo del día a día y fiel reflejo de algunos de sus mejores logros: ‘Our Cancer year’ (que podría traducirse como ‘El año de nuestro cáncer’), escrita con su esposa Joyce Brabner, que narra sus vivencias y miedos tras ser diagnosticado de cáncer linfático en 1990 y ‘El derrotista’, ilustrado en su totalidad por Dean Haspiel, su mejor y más lúcido relato autobiográfico.
Con la muerte de Pekar se va esa voz de la conciencia social aparentemente pesimista. El mundo del cómic pierde así a uno de sus valedores más neuróticos, resentidos y geniales capaces de ver la mezquindad, de evidenciar lo miserables que son nuestras vidas llenas de defectos y dificultades, pero a su vez escrutar, con gran acierto y reflexión triste y entrañable, lo que supone levantarse cada día para vivir un automatismo inalterable, como lo supo expresar en sus críticas en forma de manifiestos realistas sobre temas reales que afectan a gran parte del sector laboral estadounidense en sus columnas de ‘Down Beat’ y ‘The Austin Chronicle’.
D.E.P.

sábado, 17 de julio de 2010

Review 'Madres e hijas (Mother & Child)', de Rodrigo García

Heridas maternofiliales
Rodrigo García vuelve al drama coral femenino en un filme sobre lazos maternofiliales que pasa de la coherencia y desgarro emocional al frenesí dramático de una estruendosa sensiblería.
Rodrigo García intentó desligarse con ‘Passengers’ de esa aparente detención en el arquetipo subgenérico donde parece sentirse a gusto que corresponde al melodrama femenino coral, como evidenció en ‘Cosas que diría con sólo mirarla’ y ‘Nueve Vidas’. No hubo suerte. Pese al esfuerzo, la conseguida puesta en escena y un impecable aspecto técnico, ‘Passengers’ constituyó otro de esos paradigmas de ‘thriller’ ahogado por tópicos y golpes de efectos. Más suerte ha tenido en televisión, donde sí ha forjado una respetable carrera con trabajos en algunos capítulos de ‘Los soprano’, ‘A dos metros bajo tierra’, ‘En terapia’ o ‘Carnivàle’. Para su regreso al cine García no ha querido otro tropiezo en su determinación como cineasta sin querer traicionarse a sí mismo, lo que ha supuesto el inevitable regreso a ese universo del alma femenina, a su inclinación por indagar bajo su mirada poética y humana en la complejidad interior del mundo femenino, en sus soledades y afecciones, en la psicología de la mujer partiendo de la comprensión y la sensibilidad.
‘Madres e hijas’ sigue esa línea abierta con sus dos primeros largometrajes. En esta ocasión para hablar de la maternidad desde tres puntos de vista fortalecidos por la soledad o las heridas del pasado que apenas han cicatrizado en el presente. Son madres e hijas que sufren y se aferran a su forma de ser y a sus decisiones, representadas por sus relaciones con sus parejas, con sus hijas, con sus madres y con ellas mismas. Vidas cruzadas, al fin y al cabo, que esbozan la principal característica de su realizador y guionista cuando se adentra en esta difícil maraña de emociones.
Así se presenta una mujer obsesionada con el triunfo material que se ha autoimpuesto un carácter de dureza en lo que respecta a las relaciones con los hombres y vive resentida por un hecho de interconexión con el pasado de su madre, que siendo adolescente tuvo que dejarla en adopción y que ahora cuida a su madre mientras intenta establecer la normalidad en su vida con una pareja comprensiva. También es la historia de otra tercera, que lucha contra la burocracia por satisfacer su necesidad maternal ante la imposibilidad de tener hijos. Aquí, como en las películas con perspectiva de conflictos femeninos, la mujer es el mecanismo que mueve la acción, mientras los personajes masculinos son secundarios, aunque suponen el anclaje a la realidad y en ocasiones al discernimiento dentro de un cosmos sacudido por las emociones.
Una se siente rechazada y viene marcada de forma negativa desde su niñez por este abandono, que refuta con frialdad el acercamiento personal a ninguna relación seria a causa de una desconfianza enfermiza. Una mujer que ha forjado su vida sobre una independencia que se ha terminado por convertir en soledad. La misma que siente en su interior esa madre hosca y huraña, con un gran vacío y sentimiento de culpa que no puede olvidar los vínculos perdidos. Y en discordia, la mujer que siente alejarse de esa posibilidad de tenerlos. La maternidad simboliza así el alma de estos tres personajes unidos por sutiles filamentos del drama humano con el que García sabe engarzar desde la vibración sentimental, en principio esquinado, que termina por sacar a flote las verdades y (des)afectos que entorpecen la felicidad. Sentimientos que se superponen a una compostura sublimada por una contundente multiplicidad de personajes acometidos por el ojo quirúrgico del cineasta. Es cuando mejores resultados ofrece la película, cuando se centra en el enérgico vínculo maternofilial que atomiza los problemas de la pérdida, la ausencia, el destino o las consecuencias de los errores pretéritos.
‘Madres e hijas’ compensa su dramatismo inicial en esa amargura del encuentro de madre e hija, de la necesidad implícita recíproca de ambas de darse una oportunidad a ese reencuentro de redención. La importancia de la relación consanguínea y de los lazos imborrables entre estos dos personajes supone lo más alto del discurso acerca de ese cordón umbilical que implica la necesidad del perdón o salvación. Sin embargo, lo que parece ser otro de esos impecables dramas de corte lacrimógeno, se va abatiendo hacia el artificio, hacia ese destino caprichoso que une y separa a los roles. Por ejemplo, la tercera fábula en discordia, la de esa joven afroamericana que busca con su pareja adoptar un bebé que se ve sometida a exámenes y exigencias, deja muy pronto de tener interés y entorpece el cúmulo de emociones suscitadas por las excepcionales Annette Bening y Naomi Watts, posiblemente, en los mejores papeles de sus respectivas carreras hasta el momento.
Rodrigo García sabe que su logro es que los intérpretes sean los que marquen la pauta dramática de la acción. Junto a eso, y pese a la estructura visual que aboga por no evadir su deuda con el formato televisivo (o eso parece), es loable el oficio y sensibilidad con la que incrusta las sutiles transiciones entre vida y vida, dejando en la superficie ese desazón emocional que, tras sus mejores secuencias dialécticas, va perdiendo la naturalidad del drama para llevarlo a la manipulación y el artificio. Lo que deja una sensación de incomprensión es la forma en que García va tejiendo sus tramas y subtramas con una coherencia y desgarro emocional cimentado en la credibilidad de sus movimientos, en la certeza de las miradas, de las palabras y los silencios, para hacer que esa intensidad de frenesí dramática que busca el autor para fusionar sus historias cruzadas en la sensiblería acabe decayendo en un estruendoso extremo que expone el más tramposo de los ‘tear jerker’.
‘Madres e hijas’ pasa a ser un filme muy irregular, que agota su esencia en un conjunto que adolece, en su fondo (que no en su forma), de la profundidad de planteamientos que han seguido a lo largo del filme. El propósito de ‘Madres e hijas’ se adaptaría de un modo engañoso hacia el folletín, siguiendo una tradición discursiva que más que darle credibilidad hiperdramática al relato, termina por desorbitar su aspiración lacrimógena en una especie de telefilme de sobremesa especiado con algunas gotas de calidad en su acabado formal. El realismo trágico y la desorientación psicológica que aboga por la aleccionadora dimensión universal devenida en el manejo de una fatalidad y destino tan caprichoso como capcioso es un instrumento para vapulear a unos personajes ahogados en sus problemas y unidos por la desesperación. La película de ausencia, soledad, dependencia en cadena, maternidad y adopción que encamina su discurso hacia la catarsis, hacia una redención personal de sus elementos que exige la indagación en los traumas del pasado para afrontar con indulgencia el presente se convierte en un cúmulo de elementos convencionales, condescendientes, llevados hacia la lágrima fácil y la palmadita en la espalda.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Noche y Día (Knight & Day)', de James Mangold.