martes, 6 de mayo de 2008

Alan Ladd y Veronica Lake, unidos por el destino

Él era bajito y no fue jamás una estrella de su tiempo. Con ella sucedía lo mismo. Ambos fueron eclipsados dentro de la estirpe genérica por Bogart y Bacall. Sin embargo, llegaron antes. Son Alan Ladd y Veronica Lake, dos figuras que grabaron su nombre efímeramente en el género del cine negro, en ese sucio universo del crimen poblado de gángsteres donde los delincuentes transgredían el orden legal, con la explotación del detective o investigador subordinado a las tensiones de un entorno corrupto y a la hermosa ‘femme fatale’, atractiva y seductora, que jugaba peligrosamente en el límite de la turbiedad.
Ladd había interpretado todo tipo de antihéroes a lo largo de su poco reconocida filmografía; hasta esa época, había aparecido en una veintena de títulos, algunos de ellos sin acreditar, incluida su participación en ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles, sin mucho reconocimiento de labor actoral. Ladd procuró dejar una impronta de ‘tipo duro’ con rostro angelical capaz de ser un hijo de puta manipulable, una víctima del género negro. Ella venía respaldada con el éxito de ‘Los viajes de Sullivan’, de Preston Sturges. Su voz ronca y envolvente, su esencia de fémina agresiva, elegante y sofisticada, muy sugerente y sensual, la habían revelado como una actriz de estilo inconfundible. Su peinado, el mítico ‘peek-a-boo-bang’, con su inconfundible cabello rubio platino ondulado tapándole un ojo, sería imitado y definido como el peinado del siglo. Ambos dieron vida a algunos de los roles más emblemáticos del cine negro de los años 40, simbolizando ese estado de ánimo que se vislumbra en una época de crisis sociopolítica y moral, con las mentiras como protagonistas de los clásicos que protagonizaron, aportando con sus rostros una apertura a los límites de cualquier categoría, en una tipología fílmica que pasaba del expresionismo al barroquismo casi minimalista, donde la dosis de violencia y fascinación erótica determinaron la genealogía del ‘noir’. Y ellos son parte de esta historia.
‘El Cuervo’, de Frank Tuttle marca el inicio de su matrimonio cinematográfico. Basada en una novela de Graham Greene, narra la historia de ese asesino sin escrúpulos llamado Raven, contratado para que cometa un asesinato sin saber que está siendo víctima de una peligrosa trampa de la que debe sobrevivir a toda costa. Una fotografía de claroscuros, atmósfera umbrosa y clima indefinido contrastaban a la perfección con la tribulación de un portentoso Ladd en divergencia con el penetrante rostro de Lake. Desde entonces, sus relaciones dentro de la pantalla estuvieron definidas por la apariencia utilizada como intriga. ‘La llave de cristal’, de Stuart Heisler, es una obra maestra que sigue los preceptos literarios de Dashiell Hammett en su perfecta conjunción de cine de gángsteres, ‘thiller político’ y cine negro con la historia de un líder mafioso que decide apoyar a un candidato reformista en las elecciones, viéndose envuelto en un asesinato de estado que no ha cometido. Es la simbología de aquello que prevalece detrás de una realidad figurada, donde la violencia ya se ha instalado como moneda de cambio para llegar al poder. Es en éste filme de rotunda clarividencia en el que Ladd y lake funcionan como pareja, él como Ned Beaumont, guardaespaldas que investiga el homicidio del hijo del senador Henry. Lake como la inolvidable Janet Henry, encargada de ayudar en las pesquisas de Beaumont.
‘La dalia azul’, de George Marshall y adaptación al cine de Raymond Chandler, reiteraría de algún modo ese personaje especulativo que tan bien interpretaba Ladd, el de un veterano de guerra que en su regreso a casa, comprueba que su esposa tiene un amante que es el propietario de un ‘nightclub’ llamado como la propia película. Cuando ella es asesinada, él se convierte en el principal sospechoso. De nuevo, el regreso del hombre a los descontrolados tiempos de corrupción y falsedades a descubrir, de nuevo con la ayuda del personaje de Veronica Lake para resolver el caso que le exculpe de todo. Su asociación fílmica terminaría con ‘Saigon’, fábula oriental a modo de ‘pulp magazine’ dirigida por Leslie Fenton y ubicada en el Shanghai de postguerra, donde tres pilotos se ven involucrados en un suculento negocio de dinero negro a través de un magnate que va acompañado por una hermosa secretaria a la que da vida, como no podía ser de otro modo, por Lake. Enfrentamientos, traiciones y una extraña historia de amor se entremezclan en este filme que, además de un fracaso de crítica y público, supuso el final del idilio cinematográfico de Ladd y Lake.
Desde ese momento, ambos caerían en una análoga decadencia salpicada por algún que otro éxito. En el caso de Ladd, proseguiría con una carrera titubeante en la que trabajó con cineastas de renombre como Mitchell Leisen, Raoul Walsh o Delmer Daves. Y fue con ‘Raíces profundas’, en 1957, donde alcanzaría su mejor y más valorada interpretación. Sería su nuevo momento de gloria. Pero duraría poco. Desde ahí, a los descensos del fracaso que terminarían con un trágico final cuando se suicidó con una sobredosis de barbitúricos y alcohol. Con Lake sucedería algo similar. A pesar de casarse con André de Toth, protagonizó un estrepitoso fracaso de la Fox como ‘Stronghold’ que acabó su fama. Deambuló como actriz en alguna serie de televisión, fue investigada por evasión de impuestos y comenzó a darle a la bebida de forma descontrolada. Trabajó como camarera y regreso al celuloide en alguna infecta y olvidable muestra de serie Z. En los últimos años de su vida, fue encerrada con un cuadro de paranoia esquizoide y, tras publicar su autobiografía, murió a los 50 años, sin amigos y enemistada con su familia, por una insuficiencia renal provocada por su alcoholismo.

jueves, 1 de mayo de 2008

Review 'Elegy (Elegy)', de Isabel Coixet

Crónicas de un viejo seductor
Isabel Coixet recurre a una novela de Philip Roth análoga a la temática íntima de soledad de la directora. El problema es que todo va licuándose en el desinterés y en la apatía de una historia que carece de verdad.
Muchas veces se ha recurrido a la literatura más que al cine para definir el esteticismo y el estilo de una directora como Isabel Coixet. Obviamente, era de esperar alguna adaptación de uno de sus escritores de cabecera, en esta ocasión, de la mano de la novela de Philip Roth ‘El animal moribundo’, eso sí, sin guión original de la cineasta, sino escrito por Nicholas Meyer, autor de otra irregular adaptación para el cine de otra novela de Roth como ‘La Mancha Humana’, dirigida por Robert Benton. La directora, de mirada siempre íntima y personal, se arroja a una historia de pleamares emocionales y físicos intergeneracionales, de inherente pulsión sexual, confesiones y reflexiones existenciales determinadas por la decadencia física del cuerpo, con protagónica esencia del sexo atañido con la muerte. ‘Elegy’ pretende ser eso; un canto a la belleza, a la pasión, a la verdad del sueño eterno y, finalmente, a la vida. Son elementos que no difieren mucho de sus anteriores filmes. Se diría que hasta pueden ser hasta reiterativos, códigos identificativos en su periplo como guionista y realizadora. A lo largo de sus cinco anteriores trabajos, Coixet ha tratado de reflejar un propósito analítico sobre la soledad, el amor y, sobre todo, el destino.
Por supuesto, esta nueva incursión en el tema y primera producción íntegramente norteamericana no se sale de estos cánones. Es la historia de un veterano profesor de poesía que hace gala de una importante moral hedónica; es cínico, intelectual y seductor, inteligente, culto, autosuficiente, ajeno al compromiso, toca el piano y se folla a las alumnas que le adoran después de acabar el curso para no tener problemas. Como es de esperar, el detonante de la historia, será la aparición de una hermosa alumna que hace tambalear el mundo de certidumbre el y blindaje emocional que liberaron en el pasado de vínculos a este hombre. El mismo que le hizo abandonar su matrimonio y sacrificar el afecto de un hijo, que se ha convertido en el espejo contradictorio de sus miedos. No tardarán en aparecer los celos, provocados por la edad, liberador del deseo y de la obsesión posesiva. Como en la novela de Coetzee ‘Desgracia’, la cosa va de hombres geriátricos con espíritu joven que esconden su miedo a la muerte en el éxtasis sexual con jóvenes que les idolatran, escondiendo su miseria humana de fracasos, de incompetitividad familiar, atmormentados y aferrados a la juventud de sus amantes para aplacar su irreprimible ocaso.
Otra historia de confesiones privadas que se entremezclan con la reflexión filosófica y los cuestionamientos finales. Coixet acude al subjetivo punto de vista del profesor interpretado con coherencia por Ben Kingsley (no se puede decir lo mismo de Penélope Cruz), valiéndose de la eterna voz en Off que ha acompañado la carrera de la cineasta española. Sin embargo, se podría decir que ‘Elegy’ es la película más impersonal de su autora, pues abdica el reconocible protagonismo del entorno en el que se desenvuelven sus personajes y la idiosincrasia paisajística por una profundización única de la fauna que escudriña. Para Coixet (y en extensión, para Meyer y Roth), es más importante el contexto emocional (los sentimientos, las miradas, las reflexiones), que el geográfico. En este sentido, hay que destacar el desvanecimiento de algunos de los aspectos más privativos de sus anteriores obras, quizás los más estilísticos y que definían la personalidad como directora. Nadie le va a negar a Coixet sus destacados dotes para el sutil simbolismo, sus cuidados movimientos de cámara y alguna que otra exquisitez en su personal y elegante mirada cinematográfica. Lamentablemente, aquí se excede en su profuso intento de ‘literaturalizar’ la realidad llegando a carecer de verdad en muchas de las situaciones que desfilan por pantalla a lo largo de 108 minuros que, hay que avanzarlo ya, parecen 140.
La filosofía burguesa, de corte ‘new age’, que impregna el relato hace que el filme se vaya imbuyendo en sí mismo, en la autocotemplación de una historia que pierde interés desde su inicio, haciéndose previsible su desarrollo, con un pulso anémico, casi anecdótico, en el que además de echar en falta cualquier atisbo de pasión o complicidad con el espectador, los personajes dejan de conmover demasiado pronto, abandonándose a la deriva sus motivaciones o movimientos dentro del relato. Desde muy pronto afloran los problemas que van a definir el curso de la película.
Por una parte, la absoluta ausencia de química entre Penélope Cruz y Kingsley, de una artificialidad y falta de veracidad en su relación fílmica que contrarresta cualquier aspiración creíble. Por otra, la actitud de la directora por menguar ciertos detalles sexuales en la relación del profesor y la ex alumna que dan el sentido a la novela de Roth. Así como al torpe retrato del personaje de Patricia Clarksson o al menosprecio a la importante subtrama paternofilial. Son insuficiencias de guión, por supuesto, no de Coixet. Sin embargo, éstas se unen al alargamiento y reiteración de las situaciones, en las que prima la musicalidad pianística que acompaña a la reflexión y a la ventana empañada por la abundante lluvia de un día gris de recuerdos melancólicos… Coixet ni siquiera recurre a sobreponer la descripción sobre la narración. Lo que hace que su historia sobre segundas oportunidades se vacíe hasta llegar a resultar aburrida e inoperante.
‘Elegy’ es así un retrato de esteticismo erótico sin fuerza, que medita sobre las paradojas del tiempo y la edad, la vida y el arte, el amor y el deseo enfrentados a la vejez… en un final que pretende humanizar al hombre egoísta y ególatra para mostrarle débil ante la muerte y el amor, ante el entendimiento y aceptación de su edad a través de los ojos de aquellos que ha sustentado su vida, como parte del poema de Yeats ‘Sailing to Byzantium’, del que proviene el título original de la novela de Roth ‘El animal moribundo’.
Una empalagosa tesis acerca de la soledad a la que se enfrenta el hombre moderno, a esa reflexión sobre el envejecimiento que Coixet metaforiza en una pelota de squash solitaria que ha quedado abandonada sin jugadores, en un metrónomo que no marca pautas, en una planta que va perdiendo las hojas… Eso es ‘Elegy’, una parábola ineficaz y sosa, decepcionante y apática.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 28 de abril de 2008

El universo laboral de 'The Office'

Ricky Gervais y Stephen Merchan consiguieron con la primigenia ‘The Office’ una doble consecución con su serie para la BBC2; por un lado, consagrar y reestablecer la comedia inglesa televisiva como fuente de inspiración y tradicional cuna de grandes joyas catódicas. De de 2001 a 2003, ‘The Office’ obtuvo el reconocimiento de la crítica y del público, llegando a ganar dos Globos de Oro en 2004. Por otro, y factor más importante, ha sido la revelación para su readaptación por parte de la NBC a la próspera televisión americana, que no dudó en llevar esta serie al estilo ‘yanqui’, a la idiosincrasia norteamericana del entorno laboral de los empleados de la oficina de Scranton (Pensilvania) de la compañía de papel ficticia Dunder Mifflin.
‘The Office’, en su ‘remake’ US, es un prodigio y un hallazgo de increíbles cualidades, de apreciable maestría dentro del amplio y sugestivo catálogo de la actual pequeña pantalla estadounidense. La serie se desarrolla bajo un formato que adopta los conceptos del falso documental, como las declaraciones directas a cámara, el movimiento nervioso de la cámara en mano, con sus zooms indiscretos y ‘tics’ propios del género. Resulta, obviamente, algo disímil a la ‘sitcom’ tradicional. Es lo que se ha venido a denominar ‘mockumentary’, satírica utilización de las pautas documentales aplicadas a situaciones dotadas de realidad y verismo, pero en todo momento asimilando su naturaleza ficcional, llevado todo ello al terreno de la comedia televisiva (utilizado en excelentes series como ‘Curb your enthusiasm’, ‘Trailer Park Boys’ o ‘Arrested development’). Esa interacción con el objetivo no sólo escudriña las declaraciones de los protagonistas y su día a día dentro de la serie, sino pasa a un nivel mucho más interesante, ya que involucra al propio espectador, cómplice de la cruel realidad que rodea a la fauna oficinista, obligando a éste a reflexionar sobre lo visto a cada momento, agilizando la correspondencia entre lo que se ve y lo que sucede a un nivel interior de drama y comedia detrás de las declaraciones que recogen los secretos, los silencios y las inquietudes de estos trabajadores resignados.
Los guiones, elevados a una categoría de grandeza absorbente, suelen simplificarse normalmente a una sola trama que afecta a todos los personajes, sin recurrir necesariamente a una premisa humorística. Aquí se trata de ofrecer un efecto de realismo deformado por la actitud de varios componentes de esta delirante oficina. Lo que acontece dentro de los guiones está excepcionalmente proporcionado para facilitar un equilibrio medido, que hace las situaciones, sus argumentos y los golpes de efecto retroalimenten el interés de la serie y afecten a sus tramas, capítulo a capítulo. Lo que más llama la atención de este ‘The Office’ americanizado, es la facilidad con la que el público llega a la identificación gradual con los protagonistas, a la familiarización con los excelentes secundarios que se mueven discretamente alrededor de los rostros visibles y más célebres de la oficina.
Steve Carell proporciona aquí su descomunal talento cómico e interpretativo en el rostro de Michael Scott, mezquino director de la oficina, autoconsciente de ser el mejor jefe del mundo (como reza un eslogan de su taza de café). Además, Michael tiene la ferviente convicción de parecer ante los demás como un tío divertido, elocuente, enrollado y admirado. Nada más lejos de la realidad, puesto que no es más que un pobre y despreciable arrogante que no sabe medir sus acciones y comentarios que resultan, en muchos casos, machistas y ofensivos. Un individuo ruin y cobarde, lleno de prejuicios, infantil e incoherente que, sin embargo, llega a conmover por su estúpida maldad, que no obvia frustraciones y defectos.
‘The Office’, corrosivo retrato de los integrantes de esta empresa, utiliza los estereotipos que podrían esperarse de su argumento para abandonarlos y reformular atractivos estudios psicológicos que potencian la efectividad de un pequeño universo de personalidades conflictivas. Como el gran Dwight Schrute (Rainn Wilson) ese pelota asistente del gerente regional, un neurótico e infantil chalado, amante de las artes marciales y trepa incorruptible que es víctima de las putadas de Jim Halpert (John Krasinski), el tipo divertido y cercano de la oficina, un joven desmotivado laboralmente, pero a gusto con el ambiente profesional y enamorado de la recepcionista, Pam Beesly (Jenna Fischer), confidente y amiga con la que existe una evidente tensión sexual no resuelta y que no es más que el cebo aparente para esa cédula con respecto al espectador. Ambos son los primeros responsables de la filiación con el público, pero sólo en apariencia. Un elemento cardinal dentro de la serie, puesto que bajo la despreocupación inicial, existen unas vidas de desengaños, aspiraciones y deseos no conseguidos con insalvables dificultades en el camino hacia la felicidad.
Los personajes de la serie viven bajo ese signo de la apariencia. Son seres solitarios con secretos y defectos, esclavos de la cotidianidad y la extravagancia a partes iguales. Por eso, los roles secundarios; el hacendoso y flemático Stanley Hudson (Leslie David Bake), la anticuada y obsesa de los gatos Angela Martin (Angela Kinsey), el homosexual hispano Oscar Martinez (Oscar Nuñez), la oronda e inocente Phyllis Lapin (Phyllis Smith), el hombre de pocas luces glotón y parado Kevin Malone (Brian Baumgartner), la ex alcohólica Meredith Palmer (Kate Flannery), el novato con contrato temporal Ryan Howard (B.J. Novak) o la estrictita ‘corporate manager’ Jan Levinson (Melora Hardin)… son fundamentales a la hora de entender y apreciar el ecosistema que rodea Dunder Mifflin, víctimas de la mezquinidad llevada al paroxismo de Michael. El director, paradójicamente, es la personificación de la idiotez irreconocida, que no duda en echar por tierra los puntos de vista y opiniones de las otras personas, con el objetivo de situarse por encima de los demás. Es la imagen de la vergüenza ajena llevaba hasta el humor cruel. En ‘The Office’, la realidad deformada se circunscribe a la importancia geográfica de ese espacio cerrado, a un submundo reconocible donde el humor y la parodia no abogan por las instancias intermedias ni indirectas.
Con cuatro temporadas emitidas, ‘The Office’ es una de las series más imprescindibles de los últimos años.
- Fake Web de la Compañía Dunder Mifflin.
- Web oficial de ‘The office’.

jueves, 24 de abril de 2008

Review 'Rebobine, por favor (Be Kind Rewind)'

Renovación visual, bajo los designios de lo ‘freak’
Gondry elabora un homenaje a la cinefilia a través de una ‘buddie movie’ con grandes ideas, talento e incendiario discurso. Pero también con alguna carencia de mitología cinematográfica.
Después de tres películas como ‘Human Nature’, ‘Olvídate de mí’ o ‘La Ciencia del Sueño’ y una carrera más que fructuosa dentro del mundo del videoclip, Michel Gondry sigue persistiendo con su cuatro largometraje en otro reconocible evento surrealista de inspiración melancólica y poética, esta vez como enloquecido ejercicio de cinefilia, alejado de sus dos anteriores melodramas obsesivos sobre el amor y el romanticismo. El cineasta galo abandona la temática del corazón para recrear otro tipo de pasión; la del cine dentro del cine, la idealización creativista de dos personajes que se ven avocados a dar rienda suelta a su vena cinematográfica y creadora cuando, por culpa de una descarga eléctrica, uno de ellos se transforma en un desmagnetizador humano, borrando todas las cintas de vídeo de un viejo videoclub a punto de ser demolido del que el otro queda al cargo. El original punto de partida hará que ambos tengan que rehacer (en una suerte de ‘remakes’ de serie Z) las películas que piden los clientes, tan sólo armados con grandes dosis de imaginación y los pocos medios de los que disponen. El resultado es lo que se de denominará como ‘suecadas’, condensación personal y sintetizada de las cintas que mantienen el espíritu original, pero vueltas a rodar con el único afán de la necesidad y el divertimento.
El mundo hipertrofiado de ensoñación de Gondry sigue caminando entre el naturalismo, la estética feísta y un personal e íntimo surrealismo, que funciona a la perfección en el melodrama y en la comedia, como es el caso, en su manifestación provocadora sobre el destino incierto del cine al amparo de los nuevos modelos audiovisuales (como Youtube y el fácil acceso a cámaras domésticas de gran calidad), allí donde Gondry especula e invita al espectador a la intrusión ilusoria de los sistemas cinematográficos actuales.
‘Be Kind Rewind’ basa su fuerza, su vida y su comicidad en la imperturbable ilusión por crear, por rodar sin ningún tipo de formalismo, donde impera la imaginación vinculada a la creatividad de trabajo manual que remite a sus habituales medios de fantasía; algo tan sencillo como el cartón, la pintura, los hilos, la plastilina o el dibujo. Es el enfrentamiento a la digitalización del cine que impone el autor francés, remitiendo en intención a la ficción rústica de la inventiva, como lo hicieran Meliès o Segundo de Chomón en los orígenes del Séptimo Arte.
Con ello, Gondry está reivindicando la necesidad de que cada uno cuente sus ideas con los medios que existen, afirmando libremente la utópica idea de que todo el mundo puede ejercer de cineasta y exhibidor, como una preciosa oda a la democratización del acto creativo y cinematográfico que postula a favor del vídeo y el énfasis por rodar como medio de aprendizaje y de progreso artístico. Cuando Jerry (Jack Black) y Mike (Mos Def) se ven obligados a crear su propia película, lo hacen a sabiendas de estar pariendo un cine cutre y sin complejos, pero al alcance de todos los públicos, como concepto descentralizador y participativo, aquél que hace más amplio el acceso al medio audiovisual, en este caso, a todo un barrio enganchado a las ‘suecadas’ de los dos protagonistas. Supone así un nuevo vistazo a la tipología cómica de la patafísica, renovada bajo los designios de lo ‘freak’, del ente cinematográfico hecho con el gusto y la añoranza por los clásicos comerciales de los 80. Un cine que ha marcado a toda una generación de cineastas y que, incluso hoy en día, sigue sin estar reconocido por la crítica más versada.
Gondry expone con melancolía el cine como un sueño que vivir, una voluble ilusión utilizada como escapismo a la vida real. Sin embargo, ésa realidad, como consecuencia, destruye los sueños que sirven como catalizadores de los deseos que son inalcanzables. Es la diatriba entre esta idea de la democratización del cine y el conflicto que se da entre la calidad y las oportunidades. Lo que está haciendo Gondry, a través de la anacronía del VHS, es metaforizar con el presente y futuro del cine, donde por mucho que las ‘suecadas’ funcionen como una coartada intelectual de lo más estimulante, choca de lleno con el cine “de verdad”. A fin de cuentas, con la todopoderosa industria de Hollywood.
Gondry cuestiona así la industrialización comercial del cine, simbolizado en los arquetípicos especuladores de terrenos que destruyen la nostalgia y el pasado o los tiburones y abogados de los grandes estudios que acusan a los héroes cotidianos de plagio, cuando en realidad lo que están haciendo es cercenar una esperanza utilizando las leyes de piratería en su propio beneficio. El mensaje, visto de este modo, no deja de ser incendiario, puesto que se plantea un cine visto como tal por las multinacionales, porque, queramos o no, es la única vía para crear una película con aspiraciones comerciales. Incluso ‘Be Kind Rewind’ entraría en esta catalogación. Y Gondry lo sabe. Y no deja la oportunidad de potenciarlo con el talento subversivo que le caracteriza, idealizando la necesidad de narrar historias con un ímpetu romántico, sin atender a condicionamientos ni presupuestos.
Es la nostalgia por la expedición, un viaje por la memoria, a través de los títulos que los protagonistas ‘suequean’ (‘Cazafantasmas’, ‘Robocop’, ‘Carrie’, ‘2001: Una Odisea del Espacio’, ‘Hora Punta II’ (sic)… y todas las películas que no han podido mostrarse por culpa, precisamente, de los derechos tan férreos de las grandes ‘majors’), la reivindicación de las VHS de toda la vida, en un acto de amor al cine y a la películas de vídeo con las que muchos han crecido. Aunque ahí esté su peor defecto. Precisamente, en que esas parodias de las películas son simples anécdotas, recursos delirantes pero sin profundización o brillante síntesis. Tan sólo algunos planos reconocibles o la sobreimpresión de los títulos de las películas hacen reconocibles los homenajes. Es la gran traba de este inocuo divertimento.
La ensoñación idealista viene dada, empero, por la singular relectura del metalenguaje aplicado a la fábula sobre el cine dentro del cine y su fragmentación de mecanismos genéricos divulgados a través de los títulos que se ‘remakean’. A pesar de que ‘Be Kind Rewind’ es la más descarada apuesta por la comercialidad por parte de su director, también es cierto que sigue siendo, aunque con menos frescura que sus antecedentes, cine creado con la artesanía de un maestro a la hora de llevar a cabo la realidad conferida con un extraño y sugestivo toque de naturalismo y fantasía; bien sea en la recreación rústica de las películas que desfilan por la pantalla, como por esa fascinación de un entorno de barrio del pequeño Passaic, en Nueva Jersey, captando el tono suburbial, punto de unión en la subhistoria de "Fats Waller", uno de los primeros grandes pianistas de la historia del jazz. Recurso que opera como testimonio de la nostalgia, de la memoria común, para deducir que el cine es un acto de paganismo que enlaza y une a una comunidad.
Es, en definitiva, una hermosa ‘buddie movie’ que funciona como comedia y, en varios de sus segmentos, como película emotiva, de tesis o de acción, en una falsa concordancia populista que llegue a todos los sectores del público. La ilusión, para Gondry, es lo último que hay que perder, como viene a representarse en la historia paternofilial del viejo Elroy Fletcher (Danny Glover) y Mike, engañado toda su vida con la única esperanza de mantener la esperanza. Ésa es la médula espinal sobre la que sustenta un filme que tiene en Jack Black a su mejor embajador. Un actor inmerso en su salsa de excesos, desbordante en su peculiar y poco reconocido histrionismo en el que sólo él sabe dar rienda suelta a sus tics cómicos y aspavientos estrafalarios que aquí funcionan como nunca.
‘Be Kind Rewind’ podría haber sido obra catedralicia de la cultura popular, de los años 80, de la memoria cinéfila de unos cuantos que muestra con sutileza que su interés y vigencia tiene que va más allá de la interesante trama de su divertida sinopsis, incluso de ese emotivo final que no pretende moralizar ni dejar una moraleja optimista. Pero lo cierto es que Gondry parece dejarse llevar por la epidérmica sensación de sentimentalismo propio de los grandres ‘blockbusters’ a los que homenajea y no al verdadero espíritu que podría haberle atribuido a tan honrosa ofrenda fílmica.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

martes, 22 de abril de 2008

Queda sólo un mes

Sólo queda un mes para que el cine comercial se ponga patas arriba. Para recuperar el espíritu de una generación que clama en silencio y con nervios la llegada de este día.
Sólo quedan 29 días para que Indiana Jones despliegue su látigo y despeje la incógnita más esperada de los últimos tiempos, la del regreso de un mito irrepetible.
Habrá que preparar algo abismal y especial para ese día ¿no?

lunes, 21 de abril de 2008

'Y todo va bien', segundo corto de Guillermo Zapata

Guillermo Zapata ha conseguido con su primer cortometraje ‘Lo que tú quieras oír’ un hecho insólito: gracias a la difusión gratuita en Internet, utilizando dos armas como son la Creative Commons y el portal Youtube, más de 68 millones de personas han disfrutado de esta pequeña obra a través de la red. Con ello, su trabajo se ha colocado como uno de los vídeos más vistos del año del sitio más famoso de vídeos en Internet, siendo el único video de ficción en el ‘TOP 20’, dominado por videoclips y vídeos de entretenimiento. También es el único en castellano. Todo un logro, sin duda alguna.
Haciéndose eco por todos los medios posibles, primero por todo tipo de blogs, después apareciendo en los grandes medios de comunicación nacionales e internacionales, su debut como cortometrajista ha obtenido una promoción absolutamente histórica, haciendo que la realidad innegable de los nuevos medios de comunicación, de la inmediatez de la red, haya desbordado las visitas del trabajo de este joven director y guionista.
Un hecho donde ha primado, por encima de todo, la distribución del cortometraje sobre las retribución o la consecución de premios. Para Zapata el premio más importante ha sido el de la aceptación ‘internauta’ del corto y la increíble amplificación y circulación que ha tenido su debut cortometrajístico. Un merecido éxito que le honra y que demuestra hasta dónde puede llegar la creencia en esta metodología de distribución. Para su segundo trabajo, ‘Y todo va bien’, Zapata vuelve a utilizar la misma estrategia. Youtube y los medios de comunicación, priorizando blogs y página relacionadas con el medio, vuelven a ser fundamentales para el lanzamiento de este nuevo cortometraje que podéis ver en este mismo espacio abismal.
Para su nuevo trabajo, Zapata continúa hablando sobre el desengaño y la falta de comunicación. Si en ‘Lo que tú quieras oír’, una mujer interpretada por Fátima Baeza, manipulaba la realidad con un contestador automático para reconvertir una traumática experiencia en una hermosa mentira que le permitiera devolver el recuerdo extinguido del doloroso amor, aquí, Internet, el medio que tanto le ha reportado a este valor cinematográfico de sólidos pilares dentro del mundo del guión (trabaja desde hace tiempo en la televisiva ‘Hospital Central’), es el elemento fundamental para narrar, con un reconocible estilo costumbrista y cercano, la historia de dos personas, un hombre y una mujer, anclados en una rutina que ha convertido sus respectivas vidas en una absurda redundancia de insufrible monotonía. Seres desorientados en busca de una salida, que necesitan una novedad en su vida para acabar con ese hastío que les coarta.
Él no sabe a qué demonios se dedica, sumido en un trabajo donde ni siquiera su jefe puede explicarle la función que ejerce la empresa. Ella, empieza a verse como una pieza del puzzle vital de su metódico y perfecto novio. Las relaciones y el automatismo como factores que amenazan y destruyen la ilusión son el entorno sobre el que orbita este conmovedor retrato de personalidades, de individuos deseosos de una posibilidad de cambio, sin plantearse el riesgo de equivocarse, porque eso conllevaría a un nuevo bucle de limitaciones existenciales.
Zapata se desenvuelve con soltura a la hora de confeccionar diálogos de un dinamismo y una efectividad irreprochables, ataviados de una planificación sencilla que juega con la sutil comedia íntima que enriquece con recursos como la voz en ‘Off’ y alguna interactividad puntual con la cámara para sacar todo el partido a una historia que ejecuta sus virtudes con cognición. Zapata no renuncia tampoco a hacer un análisis de fondo antropológico sobre la comunicación social, en la descripción de un encuentro pactado desde la distancia, que desencadena que los acontecimientos cambien de rumbo. En ‘Y todo va bien’, esa enunciada rutina imposibilita ya no sólo una pequeña plenitud diaria, sino la consecución de la felicidad, determinando Internet no como un nocivo aislamiento de personas que pasan horas y horas frente al ordenador, alejándolas de los contactos y las relaciones más próximas y reales, sino como una vía de escape, una circunstancia que garantiza una puerta a la reelaboración de una nueva vida. Al menos, en la catarsis de una chispa pasional que devuelva la esperanza y la confianza.
En su composición realista hay que destacar la gran labor del elenco encabezado por la pareja formada por Ruth Díaz y Luis Callejo, que saben incorporar con soltura y talento a las dos criaturas solitarias de Zapata. Así como al cómico Mauro Muñiz, que en dos planos consigue trasmitir el tono de comedia buscado por el director. Anecdótica es la aportación del presentador Antonio Muñoz de Mesa.
Una historia de gente vulnerable que necesita creer en la esperanza y el optimismo. Una historia capaz de transmitir ese sentimiento de duda ante el día a día, siendo consciente de una pregunta: ¿en realidad hacemos lo que queremos o hacemos lo que la sociedad quiere que hagamos?
Página oficial de 'Y todo va bien'.

miércoles, 16 de abril de 2008

'Pobre cabrón', de Joe Matt

Cuando uno lee ‘Pobre cabrón’, de Joe Matt, no deja de reconocer en el cinismo, el egoísmo personal, el miedo a las relaciones o la mezquindad absurda e infantil que rodea toda esa mugre moral de su personaje autoparódico, que hay un poco de nosotros mismos dentro de él… ¿En qué momento no hemos rechazado un buen polvo o un vínculo afectivo con posibilidades por anteponer la búsqueda de la mujer ideal? ¿No hemos actuado de forma inconsecuente y ha sido un pobre cabrón? En este cómic se dan las pautas que definen una personalidad despreciable y decadente, cierto es, pero en el fondo sigue siendo reconocible e identificable la personalidad de un ser pusilánime que llega a resultar un icono dilecto para el lector. La inmadurez y el patetismo con la que reacciona a sus dudas existenciales y amorosas, la actitud desarraigada, la tacañería y sus despropósitos y fantasías sexuales no son más que esa inconsciente quimera universal que nadie reconoce por el hedonismo.
Es ‘Pobre cabrón’ una radiografía analítica e introspectiva, desarrollada con una energía y ritmo entusiastas, con magníficos diálogos, exacta morfología y recursos como los ‘flashback’ o las elipsis, que aportan al compilatorio una lectura amena y rápida. Joe Matt no se corta un pelo al mostrarse al mundo como un ser ruin e incapaz de esconder sus prejuicios ridículos, siendo contrarrestados por la voz de la conciencia que representan sus amigos, víctimas de esa inseguridad y confusión de un personaje aficionado a la pornografía, maniático ingobernable que, desde su profunda humanidad, tanto recuerda al estilo de Robert Crumb, Peter Bagge o Daniel Clowes, por mucho que Matt siempre refiera como influencias a Art Spiegelman, Robert Crumb o Harvey Pekar. Con todos ellos comulga esta magnífica obra que lleva la honestidad personal hasta límites insospechados, sin atender a moderación alguna cuando se trata de retratarse con un escrupuloso gusto hacia la incorrección política, donde no falta el humor ácido y la ironía hijaputa, sin perder de vista la autocrítica, la sátira social y sexual o la descripción de las miserias cotidianas, elementos muy afines al cómic underground.
El universo de Joe Matt, lleno de diversión y escepticismo deformado, invoca a la irreverencia y a la mordacidad de un caos de contradicción y reflexión, de temosa identificación con lo leído. Un mundo en el que una colección de ‘view-masters’ sea el pasatiempo favorito, que cuando llega la oportunidad de ese ilusorio ‘Ménage à trois’ masculino, no se esté a la altura o que una tía buenorra y exótica, bajita, con cuerpo de diosa y sin ninguna imperfección física pueda convertirse en el objeto del deseo, en la Chica de Ipanema.
Imprescindible.

lunes, 14 de abril de 2008

Tarantino, 'Río Bravo' y John Carpenter

El pasado verano, Warner lanzaba una edición de lujo de uno de los clásicos del ‘western’ por excelencia: ‘Río Bravo’, una de las muchas obras maestras de Howard Hawks. Se distribuyeron dos versiones de la edición de dos discos, en la que destacaba una con una caja de tela, muy cuidada en su aspecto exterior. Muy ‘western’. No está mal. Los extras tampoco es que sean una dádiva de esplendidez; hay una galería de tráilers de películas clásicas de John Wayne, un documental de 1973 sobre la figura del cineasta Howard Hawks, una colección de fotos del rodaje de la película, otro documental conmemorativo titulado ‘Rio Bravo de Howard Hawks’ y un curioso documento visual sobre los escenarios donde se rodó el filme ‘Old Tucson: Donde se Pasean los Mitos’.
Pero hay algo que llama poderosamente la atención. En la sección de extras de comentarios aparece como estrella invitada Quentin Tarantino. Uno se imagina a los muchos seguidores del creador de ‘Reservoir Dogs’ haciéndose con el DVD por esta razón, la de disfrutar de Tarantino narrando con su habitual verbigracia una de las piezas fundamentales del género. A la hora de abrir el dvd, colocarlo en el reproductor y escoger esta opción se encuentra, de repente, que la voz de Tarantino no pertenece a la que se escucha en la banda de audio. La sorpresa es mucho mayor. Obviamente, para los fans de Quentin, seguro que es una terrible decepción, pero cuando en realidad se desvela que los comentarios son de John Carpenter y Richard Schickel, la sorpresa es mayúscula. No sólo porque Carpenter ha sido uno de los creadores que mejor ha sabido proseguir con la dimensionalidad argumental de este ‘Río Bravo’ a lo largo de su contundente filmografía, sino que Schickel es uno de los más reputados y veteranos analistas cinematográficos de Hollywood.
‘Río Bravo’ pertenece a esa estirpe de películas inmortales que mantienen su vigencia a través de los años. La historia de ese arquetípico héroe, John T. Chance, al que da vida un homérico John Wayne, sheriff de una pequeña ciudad del Oeste que debe arrestar a uno de sus hermanos Burdette, familia de poderoso linaje que no dudará en buscar venganza por esta detención. La cinta de Hawks funciona con un perfecto engranaje de comedia, drama y acción, sabiendo reconvertir la trama inmersa en la épica del ‘western’, suplantando espacios abiertos y paisajes espectaculares por la reclusión de las escenas más importantes en la pequeña cárcel del pueblo, donde transcurre gran parte de la acción.
Un puñado de personajes entrañables como Chance, Dude, el alcohólico ex ayudante del sheriff interpretado por Dean Martin que necesita recuperar la autoestima, el joven Colorado Ryan (Rickey Nelson), la seductora jugadora de cartas Feathers (Angie Dickinson) y el viejo gruñón Stumpy (Walter Brennan) se unen al control de la puesta en escena y dirección de Hawks, la poesía visual de su conjunto y la partitura de Dimitri Tiomkin para hacer de ´Río Bravo’ una pieza única de valiosa autenticidad que supone un himno a la lealtad y a la dignidad de la gente corriente que determinó la cara oculta del género. Pura epopeya del ‘western’ que se cierra con el mítico tema ‘My Rifle, My Pony and Me’. CINE con mayúsculas.

sábado, 12 de abril de 2008

Review 'La familia Savage (The Savages)'

Radiografía de la sociedad individualista
Está claro que el cine independiente ha adulterado su término y sus propósitos a la hora de vender un filme alejado de la gran industria, bebiendo del tópico y el prototipo espiritual de un movimiento que acude a la etiqueta para modernizar su comercialidad. ‘Juno’, de Jason Reitman, es un ejemplo de esa falsa independencia. No así ‘La famlia Savages’, que concibe su razón de ser en una historia pequeña y cotidiana que logra desmarcarse del formulismo vigente y aboga por salirse de los cánones establecidos, una especie de salvaguarda de un potencial ‘off-Hollywood’, en su devastadora aproximación al fantasmal otoño de los mediocres, a la cotidianidad de dos hermanos distanciados que deben reconstruir su deteriorada unión familiar para hacerse cargo de un padre cuyo recuerdo distan mucho de la felicidad.
Los personajes del filme de Tamara Jenkins son extraños de sí mismos que asumen una carga familiar no como una redención individual, que habría sido lo fácil, sino por una obligación descreída y fría. La ruptura de la rutina supone para estos dos hermanos la implicación emocional que reposa siempre en el distanciamiento reflexivo. Por ello, en ‘La familia Savage’ son tan importantes los diálogos como los silencios, el verbo como las miradas silenciosas de un hombre y una mujer sumidos en la amargura y el desasosiego, que han visto como su juventud se ha ido disipando con la frustración de sus sueños y la soledad de un tiempo perdido.
Sin embargo, Jenkins no cae en el sentimentalismo, ni tampoco lo hace en el tremendismo, ya que desmitifica el núcleo de insatisfacción vital con cierta ironía, convirtiendo el melodrama en tragicomedia, con cercanía y realismo, sin recurrir a coartadas genéricas de ningún tipo. La gran baza de la película, no obstante, es la aportación de dos pesos pesados como Laura Linney y Philip Seymour Hoffman, que elevan sus respectivas y compartidas fracasos dentro de la historia con una elevación interpretativa en todo momento extraordinarias.
En ellos recae la diferencia entre lo que podría haber sido un filme correcto con connotaciones televisivas y la acertada radiografía de la sociedad individualista en que vivimos con algo de profundidad que devienen de la teatralidad desarraigada de Bretch. ‘La familia Savage’ con envidiable mirada refleja el egoísmo y el dolor que ocasionan las relaciones familiares, la deuda con los sueños rotos y la responsabilidad familiar que finalmente encuentra una pequeña vía para el optimismo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

viernes, 11 de abril de 2008

El anatema del fútbol en Antena 3

Cuando se retransmite un partido de clasificación a doble partido en Antena 3, hay una manía que desvirtúa la emoción de estos choques futbolísticos. Primero, la constante estulticia verbal a modo de disparate que sale por la boca de ese bochornoso periodista llamado Manu Sánchez, seguido por el énfasis impostado de un José Antonio Luque que vive en desproporción los choques. Segundo, que cuando un equipo español tiene que jugar los 90 minutos para poder clasificarse para la siguiente fase, a estos narradores les da por engrandecer méritos y cantar victoria antes de tiempo. Pasó el año pasado cuando todos estos profesionales del deporte daban por vencedor al Valencia en el partido de cuartos de final contra el Chelsea en la Champions League. Hace poco, ha sucedido con el Sevilla, que cayó derrotado contra el Fenerbahçe en la tanda de penalties cuando todo parecía una celebración. Por supuesto, para los chicos de Antena 3, esto era algo impensable, pues dentro de sus probabilidades, si un equipo español juega, tiene que ganar. Básicamente, porque ellos lo dicen.
En la funesta veleda de fútbol de hoy para los aficionados a este deporte, el Getafe ha estado en dos ocasiones rozando su clasificación para la semifinal de la Copa de la UEFA. Mientras el debilitado mental Manu Sánchez hacía sus habituales comentarios sin coherencia y era respaldado en sus palabras de “fiesta” y “semifinal” por Luque, un profesional de la talla de Matías Prats advertía con el riesgo de que, por mucho que el Getafe ganara por dos goles, en un partido no se logra la victoria hasta el que árbitro señala el final del encuentro. La injusticia se ha cebado irremediablemente con el equipo y la afición de un modesto que ha despertado la simpatía de un país. Que te metan dos goles en los últimos tres minutos de una prórroga y te arrebaten el sueño de alcanzar unos objetivos deportivos ilusorios, es casi una injuria a la lógica. Lo que ha le ha sucedido al equipo madrileño destruye una merecida quimera, a la vez que enturbia lo que podría haber sido una gesta épica. Pero el fútbol es así.
Lo que hay que preguntarse es por qué cada partido importante que retransmite la sección deportiva de Antena 3 Televisión donde un equipo español se la juega, acaba en tragedia homérica, en un acto de imposible mala suerte ¿Podemos hablar de gafe? ¿de hablar antes de tiempo? ¿de casualidades?...Lo cierto es que, a veces, tanto afán localista por creer en el triunfo de un equipo a toda costa conlleva una subjetividad que no se corresponde en absoluto con la realidad que acontece. Hoy el castigo inmerecido se ha cebado con el Getafe. El próximo bien podría ser la eliminación del Barça. Por el propio bien del fútbol y de los corazones de los millones de aficionados al fútbol en España, lo mejor que es que la cadena privada deje de retransmitir este deporte.