viernes, 23 de septiembre de 2011

Dossier: POLICÍAS DEL CINE ESPAÑOL

Agentes de la ley ibéricos y castizos
Aprovechando el estreno de ‘No habrá paz para los malvados’, de Enrique Urbizu, hacemos un recorrido abismal por los agentes de la ley del cine español.
El cine que pertenezca a géneros poco frecuentados por la cinematografía española siempre ha suscitado acercamientos tímidos, tildados de arriesgados por la infrecuencia con la que estamos acostumbrados a romper barreras a la hora de ofrecer algo equidistante a los cauces normalizados dentro de las películas en España. El cine policiaco, pertenece, como la ciencia ficción o en menor medida el terror (que se ha instalado como un género habitual en el catálogo fílmico patrio), a esa estirpe de cintas que devienen en pequeñas muestras para mirar de cerca el compromiso con su propia naturaleza ante que anteponer sus intereses a la abnegada taquilla. Aunque una cosa no esté reñida con la otra. Pero hubo un tiempo, allá por los 50, en que esta tradición de modelar la narrativa criminal a base de ‘thrillers’ de cine negro era algo corriente en nuestro cine como modalidad expresiva que iba más allá del relato policial. Pioneros como Ignacio F. Iquino, Antonio Isasi-Isasmendi, Juan Bosh, Josep María Forn, José Antonio Nieves Conde, José Antonio de la Loma o Francisco Pérez-Dolz abrieron, posiblemente, las páginas más agradecidas a este género patrio tan desconocido como brillante. El género policial ha ido salpicando desde entonces la cinematografía española, brindando a la galería varios agentes que han definido su trabajo de diversas maneras y en distintas épocas. Dentro del policiaco español encontramos una amplia gama de agentes de la ley que componen un pequeño mosaico dentro de la diversidad genérica tan nacional como heterogénea.
Con motivo del estreno de la película de Enrique Urbizu ‘No habrá paz para los malvados’, he aquí una pequeña muestra de estos personajes de comisaría, pistola, placa y rudeza castiza.
Agente de la ley: FERNANDO OLMOS SÁNCHEZ.
Actor: José Suárez.
Película: ‘Brigada criminal’ (1950).
Director: Ignacio F. Iquino.
El caso: Las vicisitudes de un joven agente de policía que, lejos de seguir los dictámenes de sus superiores, abandona un caso aparentemente sencillo para meterse en otro mucho más ambicioso y arriesgado: el robo de un banco del que es cliente por parte de unos peligrosos atracadores.
Perfil: A pesar de que con el jefe del cuerpo haya confianza, Olmos es un policía inquieto que no duda en poner peligro su vida infiltrándose en la organización criminal para destaparla. Cuando tiene que “quitar del medio” a la novia de uno de los integrantes del grupo que es una soplona, dudará entre seguir con su caso hasta al final o hacer caso a sus condicionamientos como policía.
Ficha policial: Una de las películas germinales del género policiaco español que, a pesar de una espantosa e innecesaria voz en off, hereda la esencia del ‘noir’ estadounidense y traslada a los contornos patrios una solvente historia puntuada con la música del mítico Augusto Algueró.
Agente de la ley: ANDRÉS MARTÍN.
Actor: Adolfo Marsillach.
Película: ‘091 Policía al habla’ (1960).
Director: José María Forqué.
El caso: Un policía obsesionado con la muerte de su hija en un trágico accidente de tráfico, en el que el conductor se dio a la fuga, vive las noches de insomnios patrullando en una espiral de locura interna.
Perfil: La agonía que vive este agente contrasta con la por entonces tranquila vida nocturna madrileña de principios de los 60, acechando taciturno en su coche patrulla Z-10. Los fantasmas de un pasado y el deber se mezclan en una tensión que irá ‘in crescendo’ desde que un coche sospechoso apunta a ser el mismo que atropelló a su hija.
Ficha policial: Estupenda película de Forqué, que demostraba una y otra vez su versatilidad tras las cámaras. Destaca, además de la apuesta genérica, alejada de la comedia (sin renunciar a los toques de humor), un espectacular reparto compuesto por Marsillach, Tony Leblanc, Susana Campos, José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur, María Luisa Merlo y Manuel Alexandre.
Agente de la ley: MARÍO.
Actor: Arturo Fernández.
Película: ‘El salario del crimen’ (1964).
Director: Julio Buchs.
El caso: Mario, un joven inspector de policía que sigue los pasos de su padre, un comisario muerto en acto de servicio, emprende la búsqueda de una poderosa red de traficantes de narcóticos. En el camino, conoce a una irresistible mujer perteneciente al mundo del hampa por la que empieza a perder su dedicación y deber policial.
Perfil: Como en las grandes pelícuas ‘noir’, la ‘femme fatale’ distrae el camino del protagonista y hace que sus encantos obnubilen el cumplimiento de la ley y caer en el lado corrompido. El mundo de Mario, aparentemente severo y férreo con el crimen, comienza a tambalearse con la obsesión por la enigmática Elsa.
Ficha policial: Título injustamente olvidado, se somete al riesgo de una historia en clave de ‘thriller’ que se apoya en unos cimientos estilísticos reconocibles dentro del género, en el que la historia avanza con ritmo y que tiene entre sus bondades, además de la sugerente Francoise Brion, un espectacular plano secuencia avanzado a su tiempo.
Agente de la ley: INSPECTOR MENDOZA.
Actor: John Justin.
Película: ‘Razzia (La redada)’ (1971).
Director: José Antonio de la Loma.
El caso: El Inspector Mendoza deberá hacerse cargo de un caso, gracias al hallazgo de una pareja de periodistas, que apunta a un almacén donde se retienen a chicas. Se destapa de este modo que en el siniestro lugar se esconde una red de prostitución de menores y de narcotráfico muy peligrosa.
Perfil: Hierático y contundente, sin atisbo de sentido del humor, el Inspector Mendoza no tiene ningún tipo de escrúpulo a la hora de hacer valer la ley, por mucho que la delincuencia y la corrupción se fragüe en los contextos de las altas esferas catalanas del momento.
Ficha policial: El gran padre del cine ‘kinki’ José Antonio de la Loma, expone aquí su destreza a la hora de filmar acción y persecuciones con ecos del género ‘poliziesco’ italiano donde su carisma como cineasta se queda a medio camino entre el riesgo y el mensaje ético que esconde un guión lleno de tópicos y lugares comunes. Aún así, esta cinta (que abrió una trilogía con el inspector Mendoza como protagonista) es una muestra de cine de género con pocos medios y donde destaca con el ‘score’ de Stelvio Ciprani.
Agente de la ley: GERMÁN ARETA.
Actor: Alfredo Landa.
Película: ‘El crack’ (1981).
Director: José Luis Garci.
El caso: Un ex policía que ejerce de detective privado recibe el encargo de encontrar a la hija de un poderoso empresario de Ponferrada. Lo que parece ser la fuga de una chica embarazada a la que su padre quiere obligar a abortar se complica, anegando al detective en un oscuro mundo de intereses e hipocresía burguesa.
Perfil: Areta es un tipo hosco y con malos modales. Su fisonomía amable, de tipo de bigote, bajito y algo serio esconde un hombre con carácter que expone el modelo a lo Clint Eastwood y responde a la fisonomía de un antihéroe patrio inolvidable. Basta su actitud en ese atraco mientras come un plato combinado en un bar de carretera: “devuélveme el mechero o te quemo los huevos” le dice encañonando al atracador.
Informe policial: Hubo en tiempo en que Garci, llevado de forma sempiterna por su inagotable cinefilia quiso articular un relato que mezclara mitología del ‘thriller’ yanqui con las circunstancias sociales españolas del momento. El resultado fue una memorable ofrenda a Dashiell Hammett que se produjo durante la transición democrática española respetando el modelo al que se homenajeaba, oscilando entre el equilibrio y la contingencia de asumir con seriedad un filme de estas características.
Agente de la ley: GUMERSINDO “GUMER”.
Actor: Emilio Aragón.
Película: ‘Policía’ (1987).
Director: José Luiz Saez de Heredia.
El caso: “Gumer”, un chico algo patoso y embobado, trabaja como ayudante de farmacéutico junto a una chica, hasta que su jefe resulta asesinado durante un atraco. Sin trabajo, él decide alistarse en la Academia de Policía, saliendo a la calle en un mundo de violencia y riesgo para el que, en principio, él no está preparado. Ella, se engancha a las drogas bajo la potestad de un capo de la mafia.
Perfil: Un agente de fuerza del orden público con el rostro de Emilio Aragón sigue siendo algo extravagante tanto antes como ahora. “Gumer” es un joven al que las situaciones le superan y tiene que curtirse contra sus cualidades torpes e irresolutivas. Por descontado que irá asumiendo su heroicidad y cumpliendo sus objetivos.
Informe policial: El intento de Saez de Heredia por abarcar el género desde un enfoque donde dramatismo y comedia tenían espacio hacen de esta cinta una chusca exposición del género caricaturesco, con dos rostros conocidos del momento, el entonces “Milikito” y la bióloga Ana Obregón en una extraña pareja, intentado (sin suerte) dar un giro a su carrera y arropados por secundarios como Agustín González, Juan Luis Galiardo y Jack Taylor, que es lo único que vale de este desaguisado en forma de ‘thriller’.
Agente de la ley: ÁNGEL ESTRADA.
Actor: Antonio Resines.
Película: ‘Todo por la pasta’ (1991).
Director: Enrique Urbizu.
El caso: Cuarenta y ocho millones de pesetas desaparecidas de un bingo es el botín que pone en jaque a todos los personajes; una actriz de porno en vivo y una encargada de una residencia de ancianos le roban la cuantiosa suma al novio de la primera, sin saber que el dinero pertenece al pago de dos mercenarios para cometer un crimen organizado por la policía.
Perfil: Ángel Estrada es, probablemente, el poli más rudo y más salvaje de este catálogo de figuras policiales. No hay honor ni formas cuando se trata de proteger la ley; la violencia forma parte del ‘modus operandi’ de un brutal inspector ajeno al mundo de corrupción que le rodea. El rol despertó una cara oculta de un Antonio Resines que, acostumbrado a la comedia, aquí daba miedo.
Informe policial: Urbizu sorprendía con este ‘thriller’ de acción policial cuyo rango de moralidad imponía un universo turbio y sórdido reflejado por el cineasta vasco con una frescura hasta entonces inaudita en el cine español de su generación. El poder estético de la perversidad de los bajos fondos de Bilbao, secuencias definidas con perfección y oficio y un trasfondo político que podía aludir al GAL en su discurso sobre mafias policiales dieron una cinta rabiosamente diferente.
Agente de la ley: JOSÉ LUIS TORRENTE.
Actor: Santiago Segura.
Película: ‘Torrente, el brazo tonto de la ley’ (1998).
Director: Santiago Segura.
El caso: Casi sin querer, José Luis Torrente, un policía grosero, racista, misógino y del Atleti, destapa un caso de mafias y narcotráfico que investigará junto a Rafi, un vecino algo lerdo que le sigue en sus pesquisas para llegar a la verdad.
Perfil: Torrente vendría a simbolizar el anverso de cualquier héroe del género en toda su historia. Estamos ante un personaje icónico donde la podredumbre moral, lo escatológico y las desviaciones humanas se ceban en un agente anclado en antediluvianos conceptos ideológicos que, paradójicamente, forman parte de la sociedad española. Torrente es un cerdo con encanto, un vividor, un cobarde y un jeta que abusa del poder y se aprovecha de la debilidad de los demás.
Informe polcial: Santiago Segura se erigió como elemento fundamental cimentado en la integridad estética y narrativa a la hora de lanzar un producto arriesgado que dio en la diana de la taquilla y lanzó su personaje a la fama con tres secuelas más que han definido el camino único de Segura como director. Lo más agradecido de la primera ‘Torrente’ fue esa mezcla de inteligencia y sarcasmo utilizaba el humor desagradable y lleno de cinismo que la han convertido en un clásico del cine español moderno.
Agente de la ley: VIVANCOS.
Actor: El Gran Wyoming.
Película: ‘Vivancos III (Si te gusta haremos las dos primeras)’ (2002).
Director: Albert Saguer.
El caso: El inspector Vivancos descubre una red de corrupción en el departamento tras investigar el asesinato de dos compañeros policías. Solo ante este caso, superando los obstáculos que le ponen sus superiores para evitar desenmascarar el pastel, Vivancos llegará al fondo de la cuestión haciendo valer su placa y la ley.
Perfil: Aprovechando el rebufo de ‘Torrente’, Vivancos sigue los pasos del teniente Frank Drebin (Leslie Nielsen) en ‘Agárralo como puedas’. Un agente del orden público que reúne todos los estereotipos del inspector que se beneficiaba del rostro del Gran Wyoming en una mezcla de humor absurdo y la vanidad que suele darle a sus personajes.
Informe policial: A pesar de que la crítica la puso a escurrir, ‘Vivancos III’ tiene momentos cómicos destacables. Con un trasfondo velado de la desintegración de los valores policiales, la cinta transcurría a golpe de hilarantes gags, humor escatológico y excéntricos personajes en un conato de ‘spoof movie’ policial a la española.
Agente de la ley: SANTOS TRINIDAD.
Actor: José Coronado.
Película: ‘No habrá paz para los malvados’ (2011).
Director: Enrique Urbizu.
El caso: Santos Trinidad es un policía desgastado, un antihéroe descarnado que destapa un complot terrorista que amenaza Madrid al intentar camuflar las huellas de un crimen cometido por él y por el que sus superiores le pisan los talones.
Perfil: Es un hombre que se ha pasado al lado oscuro y odia al mundo tanto como así mismo. Sin embargo, se intuye que una vez fue un buen policía. Aunque sobrevive como un perdedor de dudosos métodos, su destreza le hace meterse en un caso que le superará y le abrirá la puerta a la redención.
Ficha policial: Con la veteranía como arma, Urbizu ejerce con oficio y maestría el que puede empezar a ser considerado ‘thriller’ del año y esa película española de la temporada destinada a llevarse todos los premios habidos y por haber. De momento, en Donosti ha encandilado el sentido crepuscular y sucio de una oscura historia que remite al ‘western’ y a los bajos fondos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Review 'La piel que habito', de Pedro Almodóvar

La doble piel
Sin ser una gran obra, Almodóvar sorprende con una amalgama genérica, sombría y enfermiza, pero no logra sus objetivos con la concesión al humor marca de la casa.
¿El cine de Almodóvar ha cambiado? En apariencia, no. Pero está en pleno proceso de ello. Para el cineasta manchego la variabilidad de los complementos ornamentales que componen un todo indisoluble para sorprender con elaborada puesta en escena ya no es lo más importante. O al menos, eso se desprende de esta oscura y atormentada cinta que es ‘La piel que habito’. Inspirada en la novela de Thierry Jonquet ‘Tarántula’, arrastra al espectador a los infiernos de un cirujano sin escrúpulos, obsesionado con la creación de una piel perfecta desde que su mujer sufriera graves secuelas en un accidente y que retiene contra su voluntad a una víctima de su locura. Puede que estemos ante la cinta incómoda de su director, donde procede con una narración oscura y opresiva, llena de laberintos camuflados en apariencias.
La ambición de Almodóvar a veces supera su propia narración dentro de un universo multigénero, sumergido en la sinuosidad de alusiones fílmicas, autoconsciente de que todo este filme no es más que una contorsión referencial, una vuelta de tuerca genérica, de afectada complejidad, con la que va encubriendo sus verdaderas intenciones. Es como si tratara de un revestimiento que hay que superar para ir metiéndose en el entramado que evoca a una tradición deliberadamente clasicista y literaria de autores que van desde Evelyn Waugh a J.G. Ballard infectando su sentido moral hacia el cine de Hitchcock, Buñuel, Lang, Franju o coqueteos con el ‘giallo’ de Mario Bava o Dario Argento. En clave más ‘kitsch’, Almodóvar logra salvar la acentuación de su estilo para acabar dándole una vuelta radical a su forma de abarcar la multiplicidad de conceptos.
Si ‘La piel que habito’ se deja seguir con algo de atención, sin perder suspense e interés, es porque Almodóvar renuncia por completo al esperado autohomenaje con ornamento, a ese submundo floral donde todo se conforma para el lucimiento. Tanto estigma, sin embargo, no se diluye del todo. Y la consecuencia es un férreo sometimiento a su humor descolocado, haciendo dudar si se está tomando demasiado en serio todas las extrañas apariencias con las que juega dentro del relato o son parte de su macabro juego de humor subyaciente. La línea de la singularidad del ridículo y de la vergüenza ajena es muy fina y Almodóvar siempre opera al filo de la navaja. Es cierto que no puede desasirse de ciertos códigos privativos de su filmografía y es lo que, precisamente, hace que sus intentos de rebajar el ‘in crescendo’ con algún quiebro personal caigan en un humor involuntario que hace que ‘La piel que habito’ no obtenga toda la tenebrosidad que pretende Almodóvar.
Es lo que provoca que, dentro del caparazón de sorpresas que va anunciando el filme, deje algún diálogo o personaje bufonesco que se escapa al raciocinio (ese desconcertante Roberto Álamo vestido de tigre), giros inesperados (o no tanto) y soliloquios explicativos que desvirtúan la capacidad de seducción hacia unos derroteros más ordinarios a su cine. Lo que le salvaguarda en esta arriesgada apuesta es que sabe imprimir cierta autoridad sobre el desigual ritmo, lo que hace que las motivaciones de sus personajes, sus interconexiones con el pasado a modo de (cuestionables) ‘flashbacks’ y relaciones en un presente oscuro y ambiguo vayan sembrando el interés de un espectador que, más allá de un giro final bastante previsible, se pregunte por la capacidad del cineasta para ir dilucidando todos los requiebros que ha ido abriendo a lo largo de la película.
Podría decirse que lo más acertado de ‘La piel que habito’ es su complejidad formal y estructural, que utiliza dos tiempos de narración, donde presente y pretérito surcan la historia de forma paralela sin estorbarse entre ellas (y de paso, sin necesitarse la una a la otra), reconduciendo la belleza de su estilo para ponerla en función de la narración y no viceversa. Un ‘thriller’ psicosexual cuyos eventos están anclados en la sobriedad de una dirección que atiende a una severidad meticulosa, con la que Almodóvar dibuja un filme con supuestos paralelismos a otra de sus obras, ‘Átame’, en su condición de enfermiza fábula obsesiva que deviene en catálogo de referencias al amor, a la necesidad, al aislamiento forzoso o al síndrome de Estocolmo para mezclarlo con un espejo de máscaras que esconden arduos juegos de sexo y carnosidad, donde el poder tiene tanta importancia como la propia identidad.
La violencia entra de este modo coagulando un fondo perversamente atractivo, donde ambigüedad de una moral mal entendida va tejiendo la crónica de una venganza, que es la clave para componer el sorprendente puzzle que marca una inesperada transexualidad. ‘La piel que habito’ es una pieza de terror melodramático, más reflexiva que emocional, en la que lo cariscaturesco no le hace bien a sus objetivos dramáticos, si no todo lo contrario.
No es su mejor película, ni mucho menos. Sin embargo, podría decirse que este volteo temático en su cine impone una esperanza de cambio hacia unos confines inexplorados por el propio Almodóvar. Un director que busca la evolución y parece dejar atrás ese ombliguismo giratorio y estético que parecía haber corroído su progresión como cineasta. ‘La piel que habito’ puede verse como un punto y aparte donde el reencuentro con un Antonio Banderas totalmente neutral y diabólico y una Elena Anaya a la altura de las circunstancias rompe el tejido de las superficies, estilos e imágenes del director que deja una obra irregular, pero voluntariosa sobre la falta de ética, los traumas y la transformación y la resurrección. Elementos que, pese a ser comunes en su cine, se reactivan con el contacto de otros nuevos géneros dentro de un director acostumbrado a ofrecer a su público más de lo mismo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

lunes, 19 de septiembre de 2011

Eurobasket 2011: La grandeza de un equipo irrepetible

Se acaban las palabras encomiables, los halagos, los adjetivos ponderativos y las loas desatadas cuando llega la hora de escribir sobre las hazañas de la selección española de baloncesto. Cuando los éxitos se han venido repitiendo una y otra vez parece que lo imposible ahora es rutinario y accesible. Sin embargo, sería un tremendo error dejar de enaltecer la glorificación de una generación de jugadores irrepetible, capaces de hacernos vivir la magia de un deporte que sólo se puede afrontar desde pasión y la emoción. Su juego, determinado en el equilibrio y la estabilidad, en el compañerismo y la disciplina, sumado a un portentoso talento y capacidad forja el milagro de ese juego de ensueño que consuma perfecta armonía y entendimiento colectivo. Desde ayer, España es bicampeona de Europa, una proeza que no sucedía desde que lo lograra aquella Yugoslavia de Dejan Bodiroga, Aleksandar Djordjevic y Predrag Danilovic en 1997. Y lo hizo dejando en la cuneta a Francia, con una contundencia absoluta (98-85) y un juego irrebatible en la que será recordada de nuevo como una nueva gesta deportiva.
A la final Francia llegaba con un juego venenoso y con ganas de revancha después de su “no-partido” de la segunda fase. Su táctica estaba clara desde el principio apoyada en la velocidad de un Tony Parker poderoso y letal, comandando a un equipo donde grandes figuras como Noah, Batum, Diaw, Pietrus o Gelabale. Todos querían hacer difícil la consecución de otro título para los nuestros. Fue misión imposible. Francia se vacío en un partido fabuloso. Y aún así, no logró más que ser testigo de excepción de otra victoria de esta España que consigue perpetuar un hermoso sueño. Los galos lo dieron todo. Hicieron un partido excepcional. Pero no fue posible parar las continuas embestidas de un equipo en estado de gracia, con Calderón asumiendo el mando, con el destructivo juego interior de los hermanos Gasol y las apariciones estelares de esa bestia llamada Juan Carlos Navarro, un Rudy revoltoso y lleno de furia y la aparición de un Ibaka portentoso e intimidador que puso cinco “pinchos de merluza” en apenas ocho minutos. En Kaunas España estaba destinada a ilustrar otra página de oro dentro del deporte de élite.
Cabe destacar, en una visión global, la descomunal actuación en el torneo de un héroe que hace magia cuando el baloncesto se apodera de él, alguien capaz de endosar casi 100 puntos entre cuartos de final y la final de ayer; “La bomba” Navarro, un jugador en constante estado de gracia, cuyo apodo le viene por dinamitar partidos, por destrozarlos y reventarlos haciendo que la balanza siempre caiga hacia su lado. Un talento donde el físico imperante actual se anula ante la grandeza de un tonelaje desprovisto de artificios. Así lo ha venido haciendo en este campeonato, donde su regularidad y acierto impresionante ha hecho que España haya fraguado su campeonato más perfectamente dibujado, cuyos partidos han constatado que este equipo también necesita respirar a través del reinado eterno de Pau Gasol, posiblemente, el mejor deportista español de la Historia. El 4 no parece ser de este mundo. Pertenece a una estirpe de ganadores que inocula la grandeza a sus compañeros de selección. Jugadores de talento inalcanzable que hacen posible la superioridad para convertir el juego en poesía. No olvidemos subrayar la estrategia y el funcionamiento como parte fundamental para esta conquista la figura de Sergio Scariolo, que en esta ocasión no ha dejado dudas en sus planteamientos tácticos. Este equipo sigue asentando su éxito en una mezcla de familiaridad, talento, respeto y ganas de obtener cotas nunca antes alcanzadas. Las aspiraciones de este grupo de amigos han hecho que esta selección borde cada partido para esa continua y dulce hora de los éxitos: la Era de España, la del reinado propio dentro de los fastos del deporte de la canasta.
Es la Selección de Oro, el equipo que desenvuelve su juego cristalizado en triunfos en los que prevalece el orgullo de un deporte donde la honestidad y el sacrificio se ensamblan con el espectáculo. Lo de ayer es otra gesta inolvidable, otra lección de pizarra que desemboca en el gesto humano y el guiño a la amistad y la confianza. La celebración de ayer volvió a definir al colectivo, al grupo de amigos que llevan el baloncesto de selección a la fraternidad de gente que se quiere y se admira. El reciente y triste fallecimiento de los padres de Felipe Reyes y Víctor Claver brindó instantes en los que se interiorizó la emoción y se exhibió el respeto y el cariño, cuando Reyes levantó la Copa de Campeones por decisión de Navarro o todos se fundieron en un abrazo de aprecio con ambos jugadores. La carga sentimental humaniza también a este conjunto de ganadores. Ricky Rubio, Víctor Sada, Juan Carlos Navarro, Rudy Fernández, José Manuel Calderón, San Emeterio, Sergio Llull, Víctor Claver, Pau Gasol, Felipe Reyes, Sergi Ibaka y Marc Gasol siguen siendo presente y el futuro. El ciclo no está cerrado. Ni mucho menos. Será el año que viene, en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, cuando toque librar la batalla más grande jamás contada; el asalto a la medalla de oro. El trofeo más preciado y el único que se le resiste a esta generación tocada por la varita mágica de la divinidad y en la que no hay que olvidar, en este momento de gloria, a otros integrantes de la misma como Berni Rodríguez, Carlos Cabezas, Raúl López, Carlos Jiménez, Jorge Garbajosa o Àlex Mumbrú. Sin dejar de contar a Pepu Hernández y Aito García Reneses. El año seguirá el ciclo. No lo dudamos. Nuestra esperanza y nuestros sueños nunca pueden ser traicionados por el ímpetu y la grandeza de este equipo de prestigio y admiración popular. Por eso, confiamos en más hazañas y en más alegrías como las de ayer.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Review 'Cowboys & Aliens (Cowboys & Aliens)', de Jon Favreau

Extravagante ensalada de géneros
Daniel Craig y Harrison Ford se meten de lleno en un ‘mash-up’ que ejerce de exótica mixtura de ciencia ficción y ‘western’ en un filme solvente pero lleno de tópicos de ambos géneros.
La variabilidad de Hollywood cada vez está más estancada, olvidando encauzar su camino hacia la mutación, hacia la continua transformación de códigos y géneros. Por eso, el hecho de que la adaptación de la novela gráfica de Scott Mitchell Rosenberg ‘Cowboys & Aliens’ se haya transformado en una superproducción, en estos tiempos de ‘remakes’ y traslaciones, no sorprende a nadie. Definida como un ‘mash-up’, que vendría a ser un híbrido de géneros y lugares comunes, la suma de clichés, la cinta de Jon Favreau propone en su presentación la defensa de los estilemas del ‘far west’ y el cine de ciencia ficción; un hombre sin nombre, perdido en un pequeño pueblo ganadero con sentido de la honestidad pese a estar detenido por el Sheriff condal y abogando por la redención que no duda en unirse al bien común utilizando todas sus armas para lograrlo.
Hasta ahí, bien. Lo inusual es cómo el enemigo esta vez se metaforiza en los indios, ni en impíos malvados que amedrentan la villa. Aquí los malos de la función son unos aliens que se apoderan de una explotación de oro y abducen a gente con oscuros fines. El héroe, en este caso provisto de una extraña muñequera con poderes destructivos, será el encargado de salvar a la humanidad. Más o menos, eso es lo que viene a narrar este entretenimiento veraniego con ínfulas de cine fugaz y circunstancial, que no busca transgredir en ninguno de los dos géneros que aderezan esta extravagante ensalada.
Con ‘Cowboy & Aliens’, Favreu sigue un insólito modelo prosélito, a su manera, de los edictos ‘fordianos’ del ‘western’, donde los indios son sustituidos por extraterrestres y los códigos de conducta no varían en exceso de los de aquellas piezas maestras. El género clásico americano por excelencia y su marco histórico se invierten hacia un relato de ciencia ficción descafeinado, donde todo parece avocado a ese simbolismo de pertenencia en contra del colono, que amenaza en forma de flagelo extranjero los intereses de sus diversos componentes. Ese subfondo simbólico que acude a un género patriótico y genunino como es el ‘western’ se fusiona con la ciencia ficción de extraterrestres e invasiones en una emulsión que no acaba de convencer, pero que acaba por resultar un filme solvente e irregular e impone su curso hacia un patrón de espectáculo que no traiciona en ningún momento.
No hay que negar que el primer tramo es prometedor y resulta estimulante, pero se va enflaqueciendo una vez conocidos todos (o casi todos –por no spoilear-) los elementos que mueven la historia, con momentos de espectáculo llevados casi al paroxismo de la miscelánea, como el momento en que los jinetes cabalgan en grupo con la intención de luchar contra las naves espaciales. Sin embargo, ‘Cowboys & Aliens’ no termina de erigirse como la gran función que todos esperábamos. Fundamentalmente, porque está trazada por el convencionalismo, pero sobre todo por una acuciante falta de humor e ironía, en un producto que necesitaba algo de autoparodia para funcionar y que se limita a tomarse demasiado en serio y sin decidirse en ningún momento a explotar al máximo ninguno de los dos dispositivos que homenajea.
No obstante, Favreau no pierde su pulso en el constante rastreo de la esencia de un espectáculo diáfano que recupere la infalibilidad de otros tiempos pasados, sin conseguirlo, pero tampoco dejándose comer por la mediocridad de algunos éxitos de saldo que responde a una moda muy consolidada dentro de la gran industria. Se intuye algo de riesgo en sus expectativas. Las suficientes como para orientar su estilo lúcido a la hora de alcanzar formas más indicadas de introducir al espectador en el caos alienígena. El resultado es un “ctrl. X + ctrl. V” exótico y dispendioso, donde destaca un siempre contundente Daniel Craig y un Harrison Ford que pule su carisma para adecuarse a un personaje algo desagradable y envejecido. Un producto con alma de ‘blockbuster’ que mantiene su dignidad con logrados efectos digitales y una derivación genérica que resulta de guión escrito y reescrito hasta la extenuación, como un adoquinado de irregularidades, a golpe de ‘cliffhanger’ y sin lustre, que se encamina con cansancio y flojedad hacia ese gran enfrentamiento prometido por el título de la película.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'La piel que habito', de Pedro Almodóvar.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Amazon llega a España

AMAZON.es es una realidad.
Hoy, Amazon abre sus puertas al mercado on-line dentro de nuestro territorio. En principio, el modelo Kindle tendrá que esperar a finales de este mismo año. Hasta entonces, iremos viendo el paulatino crecimiento del gigante de venta por Internet.
Bienvenida sea esta alternativa.

domingo, 11 de septiembre de 2011

11-S: La herida sigue abierta, una década después

‘11-S’, la herida abierta
El 11 de septiembre de 2001 el terror se apoderó del mundo occidental. A las 8:45 de la mañana de aquella jornada, Estados Unidos veía horrorizada el impacto de un Boeing 767, el vuelo 11 de American Airlines, contra una de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. Era el primer ataque continental contra el país más poderoso del mundo desde la Guerra de Secesión. A las 9:05 otro Boeing 767, esta vez el vuelo 175 de United Airlines, era estrellado contra la segunda torre. El pánico asoló al mundo, que vivió en directo, a través de la televisión, el horror del atentado terrorista más espectacular y cruel que hasta entonces se había vivido en Occidente.
El planeta vivió en directo estos imborrables atentados suicidas que implicaron el secuestro de cuatro aviones de pasajeros para consumar el ataque, empleados como bombas aéreas para matar a un número indiscriminado de personas. Un tercer avión, un Boeing 757 de American Airlines, se abatía sobre el Pentágono (en Washington) cerca de las 9:40. La pesadilla de ataques concluyó su oleada de pánico cuando a las 10:10 una cuarta aeronave, el vuelo 93 de United Airlines, que presuntamente se dirigía a la Casa Blanca, se estrelló por circunstancias aún desconocidas en Pennsylvania, cerca de Pittsburg, en una zona rural.
Las Torres Gemelas de Nueva York reducidas a escombros y el Pentágono seriamente dañado fueron la consecuencia de la infamia que Al Qaeda consagró al terror mundial aquel día. El icono de poder económico norteamericano había sido reducido a cenizas y la efigie militar poliédrica parcialmente destruida. El resultado: más de 3.000 muertos. El cruel acto que encogió los corazones de todos los ciudadanos del mundo supuso un enorme golpe moral a la sociedad estadounidense que, por primera vez en su historia, se sentía vulnerable y conocía de primera mano el horror de la guerra y el terrorismo en masa. El por entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, ordenó evacuar el sur de Manhattan, fuerzas militares fueron desplegadas por diversas capitales de Estados Unidos, que encendió la alerta roja ante la alerta de nuevas agresiones.
Mientras La ONU canceló de inmediato la apertura de su Asamblea General, en Bruselas, la OTAN ordenó el abandono de su cuartel general en la capital belga. Como en una superproducción catastrofista de Hollywood, las imágenes de las Torres Gemelas de Manhattan en llamas y su posterior derrumbamiento imprimieron una estampa televisiva imposible de olvidar. El peor atentado terrorista en la historia de la humanidad evidenciaba, una vez más, que la realidad supera a la ficción. El siglo XXI comenzaba con la confrontación entre el terrorismo de los movimientos fanáticos y las sociedades democráticas. La acción directa y la violencia indiscriminada evidenciaron aquel día 11 un descomunal poder destructivo que causó irreparables estragos en una civilización actual atenazada desde entonces por el miedo.
Inmediatamente se organizó una dispar coalición antiterrorista internacional, procedente de Washington, que comenzó el ataque contra el régimen talibán y las fuerzas de Al Qaeda en territorio afgano en busca del principal responsable de los atentados, Osama Bin Laden. Muchos aplaudieron la reacción de la superpotencia yanqui y a George W. Bush, un presidente ex alcohólico y bastante inepto en sus decisiones, que aprovechó la tragedia para desasirse de su puerilidad y tratar de convertirse en el líder indiscutible que nunca fue. Estados Unidos y Bush se habían mostrado sorprendentemente diligentes y resolutivos. Pero nada más lejos de la realidad. Bush, posteriormente, en colaboración con Blair y Aznar, a través del Pacto de Las Azores, utilizó su administración, las agencias de inteligencia y a una gigantesca maquinaria de relaciones públicas para convencer al mundo de la posesión de armas de exterminio en masa de un país instrumentalizado para una venganza poco menos que personal contra Sadam Hussein.
Ya cuando las Torres Gemelas cayeron fulminadas, las imágenes difundidas por la televisión norteamericana no fueron las de la catástrofe, censuradas por respeto a las familias de las víctimas y en beneficio de su campaña de terror. Las imágenes que se divulgaron fueron las de unos niños palestinos aplaudiendo el derrumbe del World Trade Center y de jóvenes quemando banderas de barras y estrellas. Fue la primera consecuencia de una política basada en la provocación entre los pueblos y el desprecio a los derechos humanos.
Mientras tanto, para Al Qaeda, el 11 de septiembre de 2001 fue una victoria y un desastre a partes iguales. Por un lado, la organización terrorista perdió su templo afgano y sus dirigentes fueron asesinados o capturados. Pero por otro, la masacre de Nueva York sirvió como iluminación fanática para los centenares de grupos extremistas que abundan en el mundo islámico. Sin el conocido mundialmente como ‘9/11’ nunca hubiera existido el trágico atentado del 11 de Marzo de 2004 en Madrid, ni el 7 de Julio de 2005 en Londres. Desde entonces, el mundo occidental nunca ha estado seguro ante la desafiante mirada del terrorismo islámico. Por mucho que este mismo mes de mayo, Bin Laden fuera capturado y asesinado por fuerzas militares estadounidenses.
Ficción y teorías conspiratorias
Por supuesto, unos acontecimientos como los del 11 de septiembre, dominados siempre por unos medios de comunicación manipulados por los políticos y los intereses que representan, saltó a la ficción y el docudrama realista por medio de todo tipo de teorías conspiratorias. Mientras hoy, diez años después, Nueva York se enfrenta al reto urbanístico de reedificar el hirsuto espacio que dejó el World Trade Center sin perder su uso comercial y económico y sirva como ofrenda a la memoria de las víctimas de los atentados, en el resto del planeta no se han dejado de hacer conjeturas alternativas a la oficial. Algunas de ellas proponen que fueron los agentes secretos de Israel y Pakistán los que estaban detrás de los ataques o directamente al gobierno de Estados Unidos como responsable de la masacre, ya que éste tenía conocimiento previo de la ofensiva y deliberadamente no hizo nada para prevenirlo e incluso que fue el propio gobierno americano quien orquestó los ataques movido por sus intereses en Oriente Medio.
En el libro ‘La gran mentira’, León Klein procuró esclarecer algunos de los puntos más tenebrosos que rodearon a los atentados, desglosando un estudio sobre unos supuestos sistemas de control remoto que inhabilitaron los mandos del avión a los pilotos en los últimos minutos del vuelo y cortaron las comunicaciones con tierra, creando así un descomunal crimen de Estado para que el lobby petrolífero mejorara sus posiciones. Otra, apunta a que George Bush inicio su particular guerra global contra el terrorismo no como una lucha contra la amenaza terrorista, sino como una privativa venganza personal con una guerra contra el Islam.
Por supuesto, las conjeturas sobre la posible anticipación sobre los atentados no tardaron en saltar, cuando David Schippers, el fiscal de la acusación de Bill Clinton, declaró que había recibido advertencias de agentes del FBI seis semanas antes que incluían la fecha y los objetivos de los ataques. El periodista William Norman Grigg apoyó esta teoría en The New American, donde según tres agentes del FBI que había entrevistado afirmaron que la información proporcionada a Schippers era cierta. Tampoco faltan las que señalan que las Torres Gemelas fueron derribadas por cargas explosivas situadas estratégicamente justo en el punto de impacto de los aviones o aquella que señala que no fue un avión sino un misil el objeto que intentó demoler parte del Pentágono.
Finalmente, cabe destacar las que apuntan a que los atentados respondieron simplemente a una estrategia económica respaldada por el Gobierno, ya que tres días antes del fatídico día se disparó el movimiento de ‘stock options’ pertenecientes a sólo dos líneas aéreas; American Airlines y United Airlines, o que también se compraron grandes cantidades de opciones sobre Morgan Stanley Dean Witter, que ocupaba 22 pisos en una de las Torres Gemelas.
Hollywood no tardó en abordar con alguna controvertida película estas difíciles y conflictivas cuestiones recodando a través del cine aquella jornada de septiembre como el mes de los héroes, el dolor, las banderas y las proclamas de patriotismo a las que estamos acostumbrados, pero en un espinoso terreno para los yanquis: un atentado que dejó al descubierto la vulnerabilidad de un país acostumbrado a ser tildado de inquebrantable e inmune. Los ataques del 11-S habían convertido a la potencia hegemónica en blanco enemigo, al igual que sucedería después con el 11-M y el 7-J para Europa. Ningún país, cultura o persona está a salvo de la amenaza terrorista. Y eso, dada la universalidad del Séptimo Arte, no podía quedar sin imágenes filmadas. Hoy en día siguen poniendo un nudo en la garganta las imágenes de aquellos colosales edificios viniéndose abajo, de las consecuencias que tuvieron los atentados y las estampas atroces que dejó una jornada que, de una u otra forma, marcaron al mundo. Todos recordamos dónde estábamos y qué hicimos aquel 11 de septiembre. Todos tenemos presente que en aquella masacre perdimos un poco de inocencia en un hecho que dejó imágenes que jamás olvidaremos. Ha pasado una década. Sin embargo, la herida todavía está ahí.

jueves, 1 de septiembre de 2011

'3665': Ha llegado la hora...

Nunca había estado tan nervioso como lo estoy estos días. No es una cuestión de ilusión, de expectativas o de frenesí porque vamos a volver a rodar después de nueve años. Mentiría si dijera que no es así. Casi una década alejado de mi gran sueño y de mi pasión que es el cine, con una necesidad constante de crear historia y narrar algo visualmente. A pesar de estar al borde del colapso por el devenir de la producción más difícil que voy a acometer en mucho tiempo. He tenido que administrar y supervisar cada hilo que compone este tejido en forma de cortometraje, donde nada ha ido como debía para recomponerse una y otra vez, mutando para vivir y convertirse en un cortometraje lleno de dificultades a superar. Con ello, voy sintiendo ese gusanillo tan difícil de explicar. Han sido días agónicos, sin respiro, con mil preocupaciones que han asolado mi existencia y que me han impedido conciliar el sueño, estando a punto de descuartizar la esperanza que hemos depositado en todo este engranaje que empezó como algo sencillo y que, como todas las cosas de la vida, se ha complicado hasta crecer y tomar vida propia. Tanto que ahora lleva las riendas de todo lo que sucede a mi alrededor, como un monstruo que te posee y te dicta el devenir de cada acción que perpetras.
“Una historia corta post-apocalíptica…”. Así comenzó todo. Y ahora no hay marcha atrás. Nos hemos metido en un fregado de tres pares de cojones, que nos ha superado y me ha sumido en un maravilloso infierno dentro del Abismo. Tanto sufrimiento sin caer en el desánimo es un reto que agota hasta la extenuación, pero en este caso da alas para seguir adelante, sin mirar atrás, sabiendo que la recompensa merecerá la pena. Sin embargo, el reto no ha hecho más que comenzar y hay que procurar ganar una hermosa guerra. Como dijo Samuel Fuller en ‘Pierrot el Loco’: “El cine es como un campo de batalla: amor, odio, acción, violencia y muerte, en una palabra: emoción”. Dado que estamos a unas horas para empezar uno de los viajes más fascinantes de los últimos años, tengo que recomponerme y erigirme de nuevo como aquel chaval con ambición que un día decidió contar historias y que es hoy una sombra de sí mismo que quiere recuperar aquel empeño y tenacidad. Desde lo más profundo de mí, la necesidad impera y plantea un desafío que se presenta ineludible. Y es entonces cuando el desasosiego pasa a ser una luz en la oscuridad, la misma que inaugura una ficción en forma de historia. Otra vez en las trincheras de un rodaje, en la esencia de la vida, en la felicidad absurda que produce la angustia y la presión de este tipo de situaciones. Ha llegado la hora de regresar… y eso es ahora lo único que importa.
Pronto tendréis noticias. Hasta entonces… vamos a rodar.

viernes, 26 de agosto de 2011

Review 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams

Impagable ofrenda a las películas que no volverán
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a una motivación y sublimación sentimental que sigue los edictos fílmicos y de entretenimiento de la factoría Amblin de Steven Spielberg.
El pasado tiene una carga importante en nuestras vidas y todo lo que recuerde aquellos retazos escondidos en la memoria espolean la juventud para despertar una fantasía hacinada en la nostalgia y en los recuerdos. Tal vez por eso, una película como ‘Super 8’, se aproveche de todo aquel concepto de ‘blockbuster’ que originaron dos tótems como Steven Spielberg y George Lucas, con un imaginario colectivo al alcance de todos los espectadores, una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento que germinaron Lucas Ltd. y, sobre todo, la Amblin Entertaiment de Spielberg, verdadera fábrica de sueños infantiles que se erigió con el secreto y la receta de un prototipo de cine capacitado para vincular afinidades e inquietudes a través de la infalibilidad de sus aventuras, fantasía y diversión. Los 80 daban sus primeros coletazos y el cine apadrinado por el “Rey Midas” era sinónimo de calidad, de cine familiar aderezado con efectos especiales donde se exigía una tarifa de comedia e imaginación que no traicionaba las expectativas.
‘Super 8’, la tercera película de J.J. Abrams, responde a ésa motivación sentimental, que no contextualiza su nostalgia tanto en el pasado como en los designios del cine actual que mira con tristeza a lo que fue el cine comercial, sin perder su relatividad y entendiendo las licencias para que todo resulte reconocible en función de su ofrenda. Que se sitúe en 1979 en vez del presente convulso en el que vivimos ahora responde, en gran medida, a una intención de evocación que se extiende a través del vestuario, de la estética, de la puesta en escena o de los elementos específicos de un lapso de tiempo concreto que ‘anacronizan’ su contextura, pero a la vez requiere de esta añoranza cinematográfica con el objetivo de obtener sus metas como narración sin perder la voz propia de su tiempo, donde el ente televisivo ha absorbido lo mejor del cine para recomponer su discurso dentro del panorama cinematográfico.
Es decir, por un lado tenemos ese ineludible factor de la memoria y del homenaje al cine de Spielberg, pero por otro, también, la capacidad de Abrams para encauzar su historia con la personalidad necesaria sin traicionar su estilo. Muestra de ello es el fascinante arranque del filme, con ese digitalizado accidente ferroviario que desencadena el acontecimiento misterioso, pero también en la fuerza con la que presentan sus personajes sus personajes y el hechizo que despiertan sus imágenes a lo largo del desarrollo de la trama.
Abrams es consciente de la dificultad que entraña este tributo sentimental que venera a un director en concreto, pero también a una estirpe de producciones con un sello distintivo al que recurre con total sutileza, siendo capaz de mezclar más referencias fílmicas sin que el público se dé cuenta. Una historia que acude a aquellos entornos suburbiales, urbanos y familiares perdidos de los años 80, donde las bicicletas se inmiscuían con los coches en sus tranquilas carreteras. La infancia marca la pauta y el trasfondo iniciático en el que los traumas deben ser superados, el amor asumido con valentía ante la adversidad y la amistad reforzada con el conocimiento de compartir las trabas con sensatez y lógica por mucho que se imponga el enamoramiento de la misma chica. Y entretanto, el impacto de un suceso extraordinario que aviva la emoción y la incertidumbre dentro de la rutina gris de sus protagonistas. ‘Super 8’ se adentra así en un ‘mcguffin’ entre soldados del ejército y una extraña presencia invisible y peligrosa fundamentada en la rúbrica identificativa de aquel cine de Spielberg, el mismo que abordaba la superación y aceptación de una pérdida, la renuncia de afectaciones emocionales y la búsqueda de un nuevo camino con la elección de unos valores que reivindican la grandeza de la vida y la aventura.
Abrams esgrime en todo momento la inocencia como cristal traslúcido a la hora de entender la emoción y el cine que, en este caso, tal vez esté más enfocado a una generación concreta, la de los 70 y principios de los 80, que a las posteriores o la infancia que hoy, que engulle producciones saturadas de efectos especiales, ‘remakes’ y adaptaciones de cómics. Despojada de infantilismo, pero con una entidad privilegiada a la hora de convulsionar dentro de sus parámetros de dedicatoria, ‘Super 8’ se transforma en un producto de sinceridad que rememora un estilo perdido, una esencia retrospectiva formulada en una forma de crear espectáculo que, si bien no puede dejar de evidenciar su condición actual, sí introduce en su atributo de reminiscencias una serie de implicaciones y postulados fílmicos, argumentales y visuales, como por ejemplo la utilización de las ‘lens flares’ en muchas de sus secuencias nocturnas.
Existen puntos en común del hálito ‘spielbergiano’ de antaño, como la de la ausencia de la figura maternal (Joe y Alice, respectivamente –aunque en el cine del Rey Midas evocara la pérdida del padre-), donde la relación está distanciada y rota con los padres por la incomunicación o guiños evidentes a algunos de los títulos dirigidos y producidos por el preceptor del proyecto, como el cobertizo y las linternas de ‘E.T. El extraterrestre’, así como la amenaza del ejército en las vidas de los habitantes del pueblo mucho más nocivas que el propio alien que parece ir sembrando el pánico, las consignas de hazañas veraniegas de ‘Los Goonies’, aires de ‘Encuentros en la tercera fase’, ‘Tiburón’, ‘Nuestros maravillosos aliados’, ‘Parque Jurásico’ e incluso títulos más cercanos en el tiempo como ‘La guerra de los Mundos’.
Nadie va a descubrir a estas alturas la perspicacia de Abrams con la cámara, de continuo movimiento, la trepidante acción y agilidad con la que plantea la emoción, el reto de hacer llorar a la vez que traza el suspense y la ciencia ficción, donde la aventura responde a aquélla máxima olvidada de que todo lo que sucede, aunque esté envuelto en catástrofe y peligro, hay que vivirlo como una experiencia inolvidable. ‘Super 8’ recupera el espíritu de aquélla época, con lugares comunes en los que hemos vivido, con los defectos y virtudes que esconde esa mirada infantil que traiciona las órdenes guionísticas establecidas (cayendo en alguna licencia antojadiza, no hay que negarlo) para imponer un grado de libertad máximo hacia una historia sin condicionantes que se escuda en la candidez de cada plano, en su actitud global, para focalizar y legitimar esa narrativa hacia entornos conocidos que nos entrega una realidad manifiesta en el sentido del filme: el de aquéllas películas que nunca volverán. Y lo hace sin evitar la fantasmagoría de su reducto televisivo tan influenciado por ‘Lost’ y su constante tendencia a ocultar y velar el monstruo extraterrestre para utilizarlo como excusa engañosa y metafórica dentro de un argumento que plantea otro tipo de conflictos más allá del cine fantástico.
‘Super 8’ no es más un acto delimitado a la reivindicación de ciertos ritos cinéfilos esgrimiendo el concepto de deuda con referencias retro y nostálgicas, que vinculan al niño y cineasta que comparten Abrams y Spielberg. De ahí, que los pequeños protagonistas vivan el cine de una forma categórica en un momento de sus vidas tan fundamental como es la adolescencia, a través del rodaje de una cinta de zombies serie Z realizada con pocos medios, pero con la ilusión de narrar visualmente una historia más allá de los condicionantes y obstáculos que se les pongan por delante. Es lo que define la ideología que ha seguido en este producto de Abrams con vocación tan universal como intrínseca, utilizada como contrapunto entre esa película Super 8 dentro de otra película bien distinta que supone la aventura de ciencia ficción que se desarrolla a gran escala en un pequeño pueblo de Ohio.
Pese a ser un filme mejor esbozado que resuelto y sin llegar a ser una obra maestra que ha dividido al público al que va dirigida (básicamente porque las expectativas son demasiado altas por parte del espectador), ‘Super 8’ se puede considerar como una obra diferente, sin complejos cuando se trata de reconocer su fanatismo visual, sin ardides a la hora de exponerse como metodismo anclado en nuestro pasado colectivo, como forma de ver y sentir el cine. Una obra que se postula como la representación imposible de lo que será una mítica película veraniega que, por si fuera poco, se sitúa muy por encima de cualquier película estrenada en este 2011 y que tiene tantas virtudes que es imposible no caer rendido ante sus pies; empezando por ese soberbio elenco infantil donde resplandece la figura de Elle Fanning y la candidez de Joel Courtney, Riley Griffiths o Ryan Lee y la sobrecogedora partitura de ese iluminado Michael Giaccino que se ha dejado imbuir por la magia incidental de John Williams.
‘Super 8’ se convierte en una mezcla inspirada, un edicto melancólico que no oculta su deuda con Spielberg y que sufraga esa imposible asignación a los que aman la imperfección de un cine que ya no se hace y aquel fondo optimista y esperanzador que confluyen en una película veraniega como esta. Eso sí, Abrams no es el Maestro. Ni pretende serlo. Por ello, no tiene sentido alguno cualquier tipo de cotejo con un tiempo pasado. ‘Super 8’ no se puede ni debe comparar con aquella estela de filmes de cariz infantil sobre cuestiones más trascendentes y de las que Abrams bebe continuamente, sino que esa magia idealizada simboliza una oda de cariño hacia todo ello.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

viernes, 19 de agosto de 2011

Review 'El origen del Planeta de los Simios (Rise of the Planet of the Apes), de Rupert Wyatt

Ejemplar venganza antropoide
A pesar de vivir la continua moda de adaptaciones y ‘remakes’, la ejemplar cinta de Rupert Wyatt resiste a sus predecesoras y abre la esperanza a la calidad de este tipo de productos revisionistas.
Uno puede llegar a pensar que la moda del ‘reboot’ y el ‘remake’ se agota en el mismo instante en que la redundancia planea sobre los proyectos que emergen como formulismos comerciales de temporada. Esta revisión de la saga iniciada en 1968 con el clásico ‘El planeta de los simios’, de Franklin J. Schaffner, en apariencia, podría parecer otra de esas tentativas oportunistas con el fin de explotar un filón eclipsado por su antigua estrella original. En cierto modo, no deja de serlo. Sin embargo, existen casos ejemplarizantes que convocan la sorpresa con un designio revitalizador que va más allá incluso del puro entretenimiento y del folletín científico con efluvios del ‘Frankenstein’ de Mary Shelley que supuso esta tradición simiesca.
Lo cierto es que ‘El origen del Planeta de los Simios’ deroga la enflaquecida perspectiva que ofreció la versión de Tim Burton y apuesta por la dignidad de una iniciativa estimulante que, al igual que sus predecesoras, emplaza una cuestión de fondo crítico con la sociedad de nuestros días sobre unos cimientos fantásticos y aleccionadores acerca los riesgos del desacierto y la desorientación mundial. La historia de ese científico megalómano llamado Will Rodman que quiere evitar la muerte de su padre aquejado de Alzheimer con un medicamento llamado ALZ-112 que mejora el sistema cognitivo aplicado a monos que muestran una increíble inteligencia y habilidades integrales esconde una reflexión sobre el estado de lo que hoy vivimos. Precisamente, está el mundo en su mejor momento para imaginar una catástrofe anticipativa de magnitud incalculable. La cinta de Rupert Wyatt refleja, con esa mutación de los monos en amenaza contra el bienestar del mundo desarrollado, un contexto ficticio y desasosegante a la que está avocada la humanidad, pero que metaforiza un abismo de miedos y admoniciones que enclavan con cierta puntería la realidad que nos rodea.
De eso trata, en definitiva, esta sensacional película de verano. Wyatt parece no estar condicionado ni tener deudas con ninguna de sus antecesoras (aunque haya pequeños guiños de nomenclaturas y referencias constantes), por lo que encuentra su virtud en una inesperada libertad que reinventa el espíritu del mensaje de la obra de Pierre Boulle, tratando al espectador con respeto y creando cine de evasión desde la inteligencia para cuajar un ‘reboot’ con dignidad y pulso de cadencia torrencial, pese a camuflar cierto maniqueísmo en la transformación de ese doctor ambicioso en activista contra su propio descubrimiento. A destacar, por tanto, la abrumante reinvención de un ‘thriller’ que inquieta y escudriña sus posibilidades meciéndose entre géneros como la ciencia ficción y la acción de esencia científica que recobra el mensaje sobre los riesgos a los que conlleva jugar a ser Dios para confluir en un inevitablemente castigo y venganza antropoide debido a la soberbia del ser humano.
Este ejemplar ‘blockbuster’ es un espectáculo rígido, que no ve mermado su empuje con esas largas secuencias en las que el espectador sólo ve primates en diversas actitudes de desarrollo, hasta llegar al belicismo que les enfrenta a los humanos en una pugna por la supervivencia y la potestad. Entretanto, el ansia por detener la lógica evolución del hombre y su muerte, de evitar el curso natural del destino, provoca que unas criaturas sensibles sometidas a la autoridad humana engendren una venganza de liberación que culmina en ese final apoteósico (tal vez excesivamente digitalizado) del enfrentamiento culminante entre los simios de la rebelión y la policía de Bay Area en el Golden Gate de San Francisco.
Lo que contribuye a que ‘El origen del Planeta de los Simios’ flote entre la mediocridad de ‘remakes’ y adaptaciones es su brillantez adjudicada en la distribución de arcos dramáticos, que se aprovecha sutilmente de esa magistral técnica de captura de movimientos que naturaliza hasta tal punto el mundo de los simios, con recreaciones digitales que parecen tan reales, que ejemplariza cómo las nuevas tecnologías también pueden ponerse exclusivamente al servicio de una historia dotada de prontitud, de ferocidad y terror a la hora de llevar hasta el límite ese ataque “monoide” hacia una humanidad que juega con fuego y acaba por quemarse. Sin olvidar, por supuesto, al gran Andy Serkis, que atribuye al gran protagonista de la función, un chimpancé con capacidad de liderazgo e inteligencia desmedida llamado César, una personalidad y sensibilidad escondidas tras el repaso digital de postproducción.
Una fantasía apocalíptica y dramática que gira al alrededor de la avaricia corporativa, la ingeniería genética, la compasión humana, el maltrato de animales o el amor paterno filial que incluso llega a hacer olvidar sus predecesoras en sus variables formas dentro del discurso sobre el cuestionamiento del fin de la humanidad y el constante desafío de jugar con las leyes naturales que sugestiona la rebelión social y los ataques a los sistemas autocráticos. ‘El origen del Planeta de los Simios’ es una fantástica propuesta veraniega, mucho más solemne y loable de cuantas superproducciones comerciales llevamos en 2011.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Super 8 (Super 8)', de J.J. Abrams.

sábado, 13 de agosto de 2011

Los 112 años de Hitchcock

Hace doce años se cumplieron cien años del nacimiento del iconográfico Sir Alfred Hitchcock, uno de los cineastas más admirados de la Historia del Cine que aún en nuestros días sigue estando más vivo que nunca a través de una filmografía repleta de obras maestras que perduran imborrables en la memoria colectiva. Justo, hoy 13 de agosto, doce años después de su centenario, recuperamos a un cineasta que supuso tal revolución en el Séptimo Arte que puede considerarse como un género en sí mismo por la magnitud de una filmografía inalcanzable. Nacido en Londres en 1899, el joven Hitchcock debutó como ingeniero en la Compañía telegráfica Hanley y más tarde entra en la sucursal londinense de la firma de Hollywood Famous Players Lasky, donde trabajó como diseñador de subtítulos para las películas mudas.
Tras una breve estancia en la UFA, que le ayudaría a descubrir la obra de Paul Leni y Fritz Lang, llegaron sus primeros tanteos como cineasta con ‘Number 13’, película que no llegó a terminar, ‘Always tell your life’ que ni siquiera firmó como director y ‘The pleasure garden’, su primera película. Su particular y genuino estilo empezó a dar evidentes signos de desbordante talento con ‘El enemigo de las rubias’ y sobre todo con ‘La muchacha de Londres’. Hitchcock se formó aceptando las más dispares obras para instruirse y es ‘Blackmail’ la obra más carismática del primer cine sonoro británico. David O. Selznick fue el hombre que le llevaría a Estados Unidos, donde comienza a trabajar en una serie propia serie para televisión. Desde entonces la máquina creadora nunca paró, deleitando y suspendiendo la tensión de muchos de sus filmes irrepetibles.
Lo cierto es que Hitchcock desarrolla su verdadera personalidad cinéfila a través de investigaciones formales de distinta índole, cuyos éxitos utilizaría para transmitir una perspectiva del cine única, no por sus temas o sus mensajes, sino por una estructura narrativa fascinante y una realización basada en la capacidad de relatar por medio de las imágenes. En último término, el cine de Hitchcock se ha convertido en un egregio arte porque busca (al fin y al cabo) el puro entretenimiento, para después pasar a jugar con negativas que desembocan en una traducción cimentada en la libertad de acción ‘in crescendo’ utilizando el mítico suspense como excusa o pretexto.
En cuanto a esa intriga, el Gran Maestro siempre fue coherente consigo mismo y con el espectador, dotando a sus personajes con la identificación, confiriéndoles una dimensión dotada de privilegiados análisis y, sobre todo, tomando la condición del suspense para contravenir cualquier tópico acerca del género. Para Hitchcock el cine se tenía que centrar en sus instantes dramáticos (es célebre aquella frase “el drama es la vida despojada de sus momentos aburridos”) en el que hasta el romanticismo desaparece en su final (como en ‘Vértigo’) en pos de una postura ante el cine como provocador erudito.
El hecho de que el cineasta británico no le diera importancia a la evolución de su carrera coincide precisamente con su perspectiva acerca de la maldad oculta en un halo de abstracción e incluso de abyección, como si quisiera exhumar el aplomo malintencionado con el que se pueden invertir los valores. Tampoco deviene una catarsis personal a través de sus filmes (su misoginia, obsesión y frustración) sino que nos dejó contemplar una evolución pesimista de su visión del cine (‘Crimen perfecto’, ‘Topaz’, ‘La trama’…). Siempre quiso dirigir comedias, pero no hubo suerte, a pesar de poseer ese humor británico mordaz y camuflado, válido para esa poco reconocida ‘Pero... ¿quién mató a Harry?’.
El Hitchcock más conocido era un genio, un clásico de nuestro siglo, especulando con un cine en el que la estilística y la temática se estiban formando una sola. Su práctica de montaje rayano en la perfección nos hace ver al perfeccionista que buscó siempre la cúspide visual. Se le puede considerar como un creador avanzado a su tiempo, un visionario de percepción cinematográfica propia e inconfundible, donde la figura del cineasta ante su obra no desaparece, pero tampoco se toma como un elemento demiúrgico. Su discernimiento creativo progenitor de obsesiones particulares se caracterizó por dotar a sus protagonistas femeninas de un carácter frío (signo de frigidez, no de independencia) que no hacían vislumbrar un fulgor puritano, sino todo lo contrario, de ahí esos exhaustivos diagnósticos (en este Abismo dedicaré algún reportaje a ellas) sobre todas sus rubias más memorables: Grace Kelly, Tippi Hedren, Janet Leight, Kim Novak
El cine de Hitchcock es anexo al sentido ‘freudiano’ del discurso (visible en el epílogo de ‘Psicosis’) en el que abundan referencias a Kafka o Chesterton, que bifurca el análisis de los dobles juegos establecidos sobre la puesta en escena y su trascendencia (‘Encadenados’, ‘Atormentada’, ‘La ventana indiscreta’, ‘Vértigo’ o ‘Marnie, la ladrona’). Como conclusión (y dejando de analizar sus ‘McGuffins’, la teatralidad de alguna de sus obras maestras, el espectáculo, el erotismo, la muerte, el sexo, el espionaje, sus intencionados ‘cameos’, la planificación… con la excusa de desglosarlo como bien se merece) cabe significar la vasta sombra de Hitchcock como una de las personalidades más ciclópeas que ha tenido el cine jamás.
El director ‘maestro de maestros’ ha legado una irrepetible leyenda en la que todos los espectadores tienen cabida. Sólo hay que ver (o revisar) una película suya para entrar en su fascinante universo. Hace un cuarto de siglo que el gran Hitchcock nos dejó, pero legando una obra que nadie superará. Desde aquí este pequeño alusión a su muerte como pequeño homenaje.