jueves, 7 de julio de 2011

La sonrisa del mono

La sonrisa del mono de cresta negra de Sulawesi, una especie de macaco protegida ha dado la vuelta al mundo con la insólita situación que se produjo cuando al fotógrafo David Slater perdió de vista una de sus cámaras sostenida sobre un trípode. El simio, aparentemente consciente del manejo de ésta, se acercó a ella para autorretratarse y mostrar la mejor de sus sonrisas. Llevado por la curiosidad del sonido del disparador y del reflejo del flash comenzó a hacer fotos de todo aquello que le rodeaba.
Slater, oriundo de de Coleford, Gloucestershire, aseguró “el sonido llamó su atención y siguió presionando el botón. En un principio se asustó, pero enseguida volvió e hizo cientos de fotos, de las que, evidentemente, no todas estaban a foco”. El gibón oriental de cresta negra es un primate hominoideo en peligro de extinción que se encuentra en una pequeña área al noreste de Vietnam y en la isla de Hainan en China.

miércoles, 6 de julio de 2011

Leyenda urbanas

Hace poco, alguien me recordó por enésima vez la leyenda urbana que generó el ‘remake’ ‘Tres solteros y un bebé’. Ya sabéis, el plano ése donde aparecen Ted Danson y Celeste Holm y en cuyo fondo se ve una silueta reconocible a la que se le elaboró una terrorífica historia acerca de un adolescente que se suicidó en el apartamento donde ser rodó la película y que su madre, al verlo, entró en una fase de ‘shock’ que la llevó a un centro psiquiátrico para el resto de sus días. La figura humana semioculta detrás de las cortinas resultó ser un ‘display’ promocional, una figura de cartón del propio Danson con smoking para una campaña publicitaria. Además, el filme no fue rodado en un apartamento, sino en unos estudios canadienses, por lo que la leyenda urbana queda impugnada a pesar de ser una de las más conocidas del Hollywood contemporáneo.
Revisando ‘Río Grande’, de John Ford, aprovechando la reedición en DVD de las películas de John Wayne, recordé que había otra de estas leyendas que deja más dudas a la interpretación dentro de la rumorología de este tipo de temas: ¿Aparece realmente un OVNI en una secuencia de diálogo entre Wayne y Maureen O'Hara? Parece ser que no hay montaje posible y que lo que aparece en el cielo pudo acontecer allí, pues se rodó en exteriores, en Moab, Utah, cerca del desierto. Pero también hay quien rebate esta apasionante visión de los hechos, asegurando que el western de Ford pudo ser rodado en los Republic Studios y lo que se ve es un decorado donde se refleja un foco.
Son pequeños ejemplos de las leyendas urbanas que han caracterizado Hollywood; como aquel que cuenta que el nombre del sobre que abrió un Jack Palance en estado de embriaguez no era el de Marisa Tomei, que las muertes de varios integrantes de la saga ‘Poltergeist’ (incluida la niña Heather O'Rourke) fueron consecuencia de un maleficio, como la falsedad que apuntaba a Ronald Reagan para protagonizar Casablanca, que C3-PO apareció en varias imágenes promocionales oficiales luciendo un escandaloso ‘goldmember’, que Christopher Walken asesinó a Natalie Wood, que Polanski sabía que algo iba a suceder en su mansión de Cielo Drive la noche del 9 de agosto de 1969 o como que Jamie Lee Curtis es hermafrodita...
En la página Snopes.com tenemos todo tipo de rumorología y leyendas urbanas sobre el mundo del cine que especifica su autenticidad o revocan su veracidad como una simple patraña adoptada como fidedigna.

viernes, 1 de julio de 2011

Review 'Resacón 2 ¡Ahora en Tailandia! (The Hangover Part II)', de Todd Phillips

Cuando la secuela es un ‘remake’ de conveniencia
Todd Phillips y sus guionistas se autoplagian en una secuela carente de sorpresas e innovación que sigue la fórmula narrativa de su predecesora sin perder el sentido del humor atrevido y políticamente incorrecto.
Cuando en la azotea de un rascacielos Phil (Bradley Cooper) dice “ha vuelto a pasar”, nadie se imagina que se está admitiendo, a modo casi de ‘spoiler’, que la película que está a punto de ver el espectador es casi idéntica a la anterior. La fórmula de ‘Resacón en Las Vegas’ supuso un acierto en varios frentes; primero, como resurgimiento de un género cómico que, si bien seguía los conceptos comunes de lo que se ha dado en llamar ‘Nueva Comedia Americana’, supo sobreponer la diversión y la comedia en estado puro a los austeros entresijos morales y existenciales de sus bases. Y segundo, en la fruición de un ritmo de acción formidable, donde los giros constantes sobre la hipótesis acerca del paradero de uno de los integrantes de una fiesta loca dejaron el desmadre con un tipo de situaciones dipsomaniacas identificables y llevadas al extremo con genial histrionismo demencial.
‘Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!’ recurre a una idéntica fórmula, la de monumental y amnésica resaca que provoca otra incógnita movida por una elipsis total que obliga a la reconstrucción del puzzle provocado por la ingestión involuntaria de una mezcla de alcaloides que desembocan en una noche de brutal juerga que sume en el olvido posterior a todos los integrantes de esta parranda sacada de contexto. Doug, Alan y Phil viajan a Tailandia para asistir a la boda de su colega Stu. Sin embargo, esta vez no pierden a Doug, que permanece ajeno al lío (y gracias) en su hotel, sino al hermano pequeño de la novia, el protegido del padre y un virtuoso de la medicina y el chelo. Tampoco falta en el sarao el gángster afeminado y loco llamado Mr. Chow (Ken Jeong), centro de las pesquisas de su primera parte.
De entrada, la gran decepción viene provocada por la paulatina falta de innovación, por esa constante réplica de facilidad poco trabajada, donde el guión fusila la estructura de su predecesora narrando con exactitud los mismos pasos que abren la recapitulación sobre las convulsiones noctívagas de este grupo de amigos. Todd Phillips, en complicidad con unos guionistas que no se han esforzado mucho, ha confeccionado un ‘remake’ asiático de la primera entrega, con los mismos pliegos, obteniendo un ‘fast food’ a modo de remedo. Lo malo es ya no tiene tanta gracia un humor más acartonado. Al menos no se pierde la eficacia grosera y temeraria asignada a lo que el público va a esperar del filme. En analogía narrativa, las dos entregas se alinearían casi a la perfección.
En ‘Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!’ no hay sorpresas que vayan aportando frescura al desarrollo, ni novedades que dinamiten las expectativas más básicas y previsibles. Algo que termina por derivar en la triste extinción de la carcajada que da como consecuencia que la diversión se resienta en una limitación de sus objetivos. A pesar de ello, Phillips no pierde de vista el tono gamberro, pasado de rosca y explícitamente desinhibido, sin obviar la vulgaridad, entroncando su humor al anverso de la corrección política. Aquí no faltan alusiones a penetraciones transexuales, el tigre se sustituye por un mono capuchino que ejerce de camello y fuma como un carretero y hay ‘gags’ en torno al robo de un monje budista en silla de ruedas en voto de silencio, a dos mantones rusos, al dueño de una barra americana que quiere colocar una UCI, un salón de tatuajes que profanan la piel de chavales de nueve años o un dedo desmembrado con un anillo que pertenece al desaparecido.
Sin embargo, en esta ocasión el trasfondo de falta de madurez, de crisis existencial y abandono a la irresponsabilidad sólo se sostiene en Alan (Galifianakis), esa especie de oligofrénico carente de afecto y salido de una familia adinerada, que protagoniza un ‘flashback’ fascinante donde tiene acceso a ciertas partes de la noche olvidada y donde se ve a sí mismo y a los demás como niños envueltos en una noche de farra. Phillips intenta fascinar con su juego de trilero, mostrándose firme a la hora de dirigir acción y no dejar que la comedia decaiga en ningún momento. Sin embargo, sólo lo logra a veces, salpicado por aquellos destellos que en su predecesora eran una constante sorpresa. La lástima, por tanto, es que en esta ocasión toda esa retahíla de barrabasadas innombrables del ‘slideshow’ fotográfico de créditos finales se convierta en lo más divertido de la película. Es decir, que todo aquello que se exhibe en él deriva en lo más loco. Y lo que fue la guinda a una abrasiva e inmoderada despedida de soltero increíblemente satisfactoria, aquí es el culmen que hace preguntarse al espectador por qué ha tenido que perderse lo mejor de la noche.
Por supuesto, lo mejor de la película es, de nuevo, el trío protagonista, versión americana suburbana de ‘The three stoges’. Aunque esta vez Zach Galifianakis ejerza una poderosa fuerza sobre sus dos partenaires, Ed Helms y Bradley Cooper. La estrategia se queda en un simple ‘dejà vú’ cuya reincidencia dentro de una sórdida noche se debilita dentro de su propia excentricidad, sin llegar a resultar del todo gratificante y donde el encadenando de ‘set pieces’ con ‘slapsticks’ y demás excesos no llega a cuajar hasta devenir en apagado facsímil. Todo está tan forzado como la aparición final de un acabado Mike Tyson en plan estelar cantándose un ‘hip-hop’. Y lo más irónico de todo es que se desarrolle Bangkok, ciudad que es la cuna de las imitaciones baratas, simbolismo perfecto para definir una comedia como ‘Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!’, una obviedad innecesaria que no consigue sus objetivos. Al menos, si es que pensaron más allá de la recaudación final.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011

jueves, 30 de junio de 2011

‘Centauros del desierto’, el gran icono del 'Western'

Considerada como una de las mejores películas de la historia del Séptimo Arte, ‘Centauros del Desierto’ es, por derecho propio, una de esas piezas que agotan elogios y acaparan estudios, que permanece constante en nuestra memoria colectiva con su espléndida vivacidad y atemporalidad. Como se ha empeñado en reiterar en multitud de ocasiones ‘Centauros...’ es el western por definición pura, el género americano que incluye en sus fastos obras imborrables, indelebles.
El filme de John Ford puede ser considerado a estas alturas como "el western que se sitúa por encima de todos" (al igual que el rótulo que decoraba uno de sus carteles más memorables). Nos encontramos ante una obra terminante, de complejísima y consumada construcción, de la cual pocas cosas se pueden decir ya, debido a los exhaustivos análisis que se han extraído, interpretando cada secuencia y giro hasta el delirio. Esta película del Oeste representa la afirmación del arte, la emoción y el espectáculo como jamás nadie ha sabido exhibir en una pantalla de cine. Por eso, la constante revisión de la obra de Ford es una nueva oportunidad de engrandecer la más descriptiva cinta fordiana. En algún momento de la historia, Ford reflexionaba sobre ‘The Searchers’ (su título original) comentando que era “simplemente la tragedia de un hombre solitario. De un hombre que regresó de la Guerra de Secesión, probablemente se fue a México y volvió a casa convertido en un bandido que luchó para Juárez o Maximiliano, sabiendo que nunca hubiera podido ser realmente el miembro de su familia que hubiera querido...”. Este es el arranque, el prólogo, la sinopsis de la historia, el comienzo del rumbo que sigue una trama de dimensiones ciclópeas para perpetuar un sentido narrativo inusual y arriesgadamente envolvente.
La historia de Ethan (John Wayne), un tipo solitario obsesionado durante años con rescatar a su sobrina Debbie (Natalie Wood), raptada de pequeña por los indios cuando éstos asesinaron a toda su familia, trata sobre la búsqueda de los vínculos familiares que quedaron rotos en el mismo instante en que el Jefe Cicatriz los asesinó y se llevó a la pequeña. Pero lo hermoso de este clásico es todo el armazón de relaciones, analogías, parentescos, traiciones y simbología que alcanza un nivel de acopio excepcional en la larga carrera de Ford, destruyendo e redescubriendo a la vez, de forma soberbia, todas las bases de la narración clásica.
Desde el apoteósico comienzo con la llegada del hijo pródigo, del héroe atormentado a casa de su hermana Laura (Vera Miles) observamos hasta dónde puede llegar la amargura y el desencanto de un hombre, víctima de un existencialismo que marca uno de los personajes más logrados en la ‘época dorada’ del Hollywood más añorado, tal vez resultado del contraste revisionista con respecto a la película desde una óptica de escepticismo, de madurez en la perspectiva de Ford. Un aspecto éste excepcional con respecto al personaje de un John Wayne que marcará una disposición elegíaca en la posterior tradición de los (anti)héroes de la obra de uno de los genios más alabados de la historia del cine. Acumulando la línea narrativa de falsos aforismos (fugaces, efímeros, a veces incompletos) para que el espectador saque su propia conclusión, de forma interpelativa (¿cómo olvidar el célebre plano que abre y cierra la película?) para que entremos, como privilegiados asistentes, de un modo directo en la narración para captar el sentido total de los personajes y luego, al final, devolvernos a nuestra realidad.
Todo el viaje que realiza Ethan no se limita a ese rastreo en busca de su sobrina por todo el vasto Oeste, que bien podía ser la metáfora de la búsqueda homérica de su propia identidad, de autoexploración interior sumido en la soledad del territorio que le rodea y le cerca a la vez. También lo es para evidenciar la insociabilidad de un personaje oscuro, privado de hogar, con dificultad para amar. En este ámbito, la lectura que se extrae en su relación con su acompañante de viaje, el repudiado sobrino Martin (Jeffrey Hunter), otro ser herido debido a su mestizaje y el rechazo que sufre por parte de Ethan es la clave fundamental de ‘Centauros...’. Ya que Martin es una especie de sustento de la familia que quiere cerrar un círculo abierto para sentirse integrado en una comunidad a la que ya no pertenece nadie, a una familia que no tendría la oportunidad de sobrevivir como tal.
Narrativamente ‘Centauros del desierto’ (ahora mismo recuerdo las ridiculeces que soltó el bocazas de Amenábar sobre esta película en sus comienzos, dignas del más deficiente inculto cinéfilo) es uno de los escasos ejemplos de perfección, un modelo de majestuosidad, de excelencia. El uso reiterado de la célebre elipsis característica del filme da como consecuencia que el relato camine accesible hacia la magnificencia de un argumento épico, de naturaleza trágica y búsqueda moral, encontrando además un origen estructural de películas con personaje en búsqueda obsesiva y catártica, forzado a un destino de soledad y marginación (Paul Schrader fue durante años el paradigma más clarividente de esta connotación –sobre todo con su particular y duro homenaje en ‘Hardcore’).
A todo esto contribuye, conjuntamente, la espléndida utilización del tiempo, un tremolante tratamiento del paso de los seis años transcurridos en la búsqueda de Debbie, marcando con pequeños matices las personalidades de ambos protagonistas. Y también lo es el hecho de la nueva disposición con la que Ford incorpora la leyenda del sueño americano, nunca enjuiciado con una conducta tan distinta a las expuestas hasta aquel momento. Un personaje, Ethan, que alude a la idea de un itinerario hacia una esperanza que se torna en la pesadilla de sus propios temores, una pesadilla de la que no puede salir y en la que América idiosincrásica del ‘western’ está engañada por ella misma.
Remarcada con una percepción estética realmente maravillosa, un concepto de la luz revolucionario y una precisión y encuadres usados en torno a un uso dramático en el que las sombras y la captación del espacio son tan rotundas, encontramos un contenido emocional que evoca el más hermoso de los expresionismos. Un clásico que mantiene intacta su frescura y contundencia. ‘Centauros...’ es una obra (por definición y calidad) imprescindible, necesaria para entender la evolución del cine, de la imagen y de este arte que engloba sueños y realidad. Por eso, cada vez que se ve esta cinta de culto cinéfago se desentierran nuevos matices, nuevos motivos de reflexión que se hacen inagotables en la esencia de la perfección de aquello épico, pero a la vez sencillo y perentorio.
‘The Searchers’ es la aproximación más definitoria de lo sublime, de lo inalcanzable. Es una de las obras más carismáticas e inolvidables del cine que, con su narración y a pesar del paso de los años, sigue respondiendo de forma sutil y directa a preguntas y necesidades muy concretas. Indiscutiblemente, una película que marcó con letras de oro su propia leyenda en un arte que pocas veces encontró tan de cerca la corrección.

martes, 28 de junio de 2011

El perro más feo del mundo

La belleza está en los ojos del que mira. Al menos, eso se dice. Sin embargo, a veces no es así. Los concursos por saber quién es el mejor, el más guapo, el que más logra o en el terreno del récord absurdo es como una obsesión para la Norteamérica más arraigada a este tipo de desafíos. Allí son así. Se ven obligados a competir por absolutamente todo. Incluso en disciplinas del todo rocambolescas y dentro del anverso estético. Por supuesto, en el terreno de las mascotas no podía ser de otro modo. Lo normal es que las mascotas perrunas más modélicas se presenten a competiciones de belleza animal, con todo tipo de pruebas de destreza para que los campeones hagan gala de habilidades y desfilen con la pureza de su raza.
Que tenemos un guiñapo de perro y hasta nos avergüenza sacarle a hacer sus necesidades. No pasa nada. Podemos presentarlo a la feria anual del condado de Sonoma-Marin, en el Norte de California, que selecciona al perro más feo del mundo, otorgándole a su dueña el honor de tener el chucho más horroroso del planeta. Este año el título se lo ha llevado Yoda (no extraña su bien avenido nombre), una mezcla de chihuahua chino crestado al que le cuelga la alengua, no tiene pelo en sus esqueléticas patas y pesa menos de un kilo. Su dueña, Nicole Schumacher, aseguró que encontró a la perra ganadora detrás de su edificio y que, a simple vista, creyó que era una rata sarnosa.
Con este breve apunte y por muchos gozques que puedan ganar este ridículo campeonato anual, siempre quedará en nuestra memoria el mítico Sam, un Chinese Crested Hairless que arrasó durante muchos años y fue considerado, con una potestad increíble, el perro más feo del mundo (y que fue aludido en este blog allá por 2006 ).

domingo, 26 de junio de 2011

España, campeona de Europa Sub-21. Ellos son el futuro

Para los que han seguido a la selección sub-21 en el Europeo de Dinamarca, lo de ayer fue otra de esas jornadas que no pasarán desapercibas en la memoria colectiva y deportiva del futuro. Y lo fue por el tesón, por el juego en equipo, por el toque, por la amistad que atesora un grupo de chavales con la ilusión de seguir los pasos de esa selección española absoluta a la que imitan con un juego desbordante y de calidad. Ellos representan un porvenir ilusionante, el relevo de esa selección nacional que está malacostumbrando al seguidor al éxito, que hacer fácil lo difícil y garantiza que a España le quedan éxitos futbolísticos para rato.
La tercera copa de Europa sub-21, después de las conseguidas en 1986 y 1998, es fruto de un fútbol táctico, de imposible conjunción de magia y talento, de puro espectáculo donde no faltan grandes dosis de creatividad, de juego desbordante y conclusiones malabaristas de una generación destinada a escribir grandes páginas deportivas. Ayer fue contra Suiza y levantaron la Copa de Capeones de Europa, el mañana será suyo, porque todos lo merecen y han demostrado que no hay límites a ese juego que nos ha enamorado durante dos semanas.

sábado, 25 de junio de 2011

Muere Peter Falk, el eterno detective Colombo

(1927–2011)
En los círculos de alto ‘standing’ de California se cometían asesinatos imposibles de resolver. Nadie hubiera sido capaz de llegar a la verdad. Si no fuera por la sagacidad de un hombre pequeño y hurón, de aspecto desgarbado, con una garabina que le quedaba grande y un puro inacabado, eterno y representativo de aquellos delitos sin solventar. Comenzaba así un juego de manipulación psicológica, de enfrentamiento con un criminal casi siempre educado y refinado, en un choque frontal que aludía a una batalla de clases en la que siempre ganaba el lado honesto, la ley. En el fondo, la representación de la clase trabajadora a la que pertenecía ese hombre sin nombre, pero un apellido que pasó a formar parte de los anales catódicos y brindó a su intérprete, Peter Falk, el hecho de convertirse en el actor televisivo mejor pagado a finales de los 70.
El actor del ojo cristal, bajito y más bien feo, pasó a ser una estrella memorable. Con el investigador que siempre aludía a su mujer y a su jefe y jamás aparecieron físicamente, Falk obtuvo cuatro Emmys y un Globo de Oro gracias a su más carismático detective. Sin embargo, su capacidad de registros fue ampliándose a lo largo de los años; fue nominado dos veces como secundario, por ‘El sindicato del crimen’, de Burt Balaban y ‘Un gángster para un milagro’, de Frank Capra, estuvo en películas de éxito (‘La carrera del siglo’, ‘El mundo está loco, loco, loco’ y ‘El mayor robo del siglo’), se atrevió con el cine de improvisación de su gran amigo John Cassavetes (‘Maridos’, ‘Opening night’ y ‘Una mujer bajo la influencia’ y participó en películas generacionales como en ‘La princesa prometida’. Según cuentan, fue un hombre entrañable y cercano, amante de su profesión y de la pintura. Con Falk perdemos a ese hombre que, antes de irse, decía aquello de “Bueno… si no le molesta… tengo una última pregunta… porque hay algo que no encaja”.
D.E.P.

viernes, 24 de junio de 2011

Review 'Hanna (Hanna)', de Joe Wright

Una máquina de matar inhibida
Joe Wright propone un juego de apariencias donde el ‘thriller’ no es más que un simbolismo más dentro de una trama con propensión a lo ostentoso que acaba por desfallecer.
En ‘Kick-ass’, la novela gráfica de Mark Millar y John Romita Jr. y adaptada al cine por Matthew Vaughn, un padre ex policía que intentaba acabar con los principales capos de una mafia de narcotraficantes que mataron a su esposa educaba a su hija pequeña en el arte de la guerra y para que le acompañara en su función superheroica en busca de venganza. Es imposible no acordarse leyendo la sinopsis de ‘Hanna’ de Big Daddy y Hit-Girl. Sin embargo, lo que allí suponía un ejemplo de anarquía cinematográfica en la deconstrucción del héroe de cómic, de espíritu irónico cercano al cinismo, poco tiene que ver con las bases sobre las que se erige la película de Joe Wright. Ambas comparten a esa dulce e inocente niña que es, en el fondo, una bestia adiestrada para matar.
Aquí la protagonista es una etérea y fría joven de rostro hierático y penetrantes ojos azul aciano que esconde bajo su pálido rostro años de aprendizaje de lucha extrema, manejo de las armas, caza, defensa bélica en todas sus variantes. En un reducto natural perdido en Finlandia, Hanna ha sido entrenada por su padre, Erik Heller (Eric Banna), un agente de la CIA que tiene escondida a la chica para evitar que su despiadada compañera del servicio de inteligencia Marissa Wiegler dé con ella para eliminarla. Pero Hanna, carente de habilidades sociales, ha decidido que quiere ver mundo. En su comienzo, el filme de Wright bosqueja los rudimentos narrativos de lo que vamos a ver en el trayecto vital del personaje, un un viaje iniciático desde la niñez al mundo adulto, donde la pérdida de la inocencia viene dada desde un punto de vista fabulesco en ese halo misterioso que esconde la naturaleza de la protagonista en su viaje a la civilización en busca de respuestas.
De entrada, resulta extraño que un director como Joe Wright, adecuado a películas de época y corsés con dramas como ‘Orgullo y prejuicio’ y ‘Expiación’, haya virado su trayectoria hacia el cine de acción pretendidamente expeditivo y sin freno. Tampoco ha modificado su ejecución, apoyada en todo momento por un punto de poética, donde prevalece la puesta en escena y la estética de un ejercicio de efectismo formal, de cierta grandilocuencia artística. Wright no abandona en su sondeo de esta primera aventura en el género algunos de sus rasgos estilísticos, como la propensión a lo ostentoso, a la frialdad sofisticada en la composición de sus imágenes o ese plano secuencia que nos recuerde que es un director virtuoso que sabe exponer este tipo de dificultades técnicas en la narración y salir victorioso.
‘Hanna’ está trazada con los rituales esquemáticos de un cuento de hadas, como si fuera una nueva versión de Caperucita y el Lobo, combinada con el espíritu de Christian Andersen en el que los ‘glocks’, los ‘smartphones’ y los seguimientos satélites de la CIA representan el acecho del villano de turno. También hay un manifiesto homenaje explícito a los hermanos Grimm (es el nombre del parque de atracciones oxidado y envejecido clave en la búsqueda de Hanna de su destino), pero desprovisto de la oscura temática y el humor de los escritores alemanes. Estamos ante un juego de apariencias, donde el ‘thriller’ no es más que un simbolismo más dentro de un entramado de envolturas con el fin de distraer la atención del espectador hacia un ritmo palpitante, pero sin pararse a reflexionar sobre preguntas evidentes que cuestionan el detonante y el desarrollo de toda la trama: ¿por qué si Heller ama como un padre a Hanna no abandona su proscripción y la devuelve a la civilización para enseñarle otro tipo de vida y dejar atrás el localizador y esa forma de sanguinaria vida salvaje?
En ese sentido, ‘Hanna’ abre muchos frentes metafóricos, que tienen sólo en un subtexto intangible su verdadera gracia. Podría haber sido un soterrado cuestionamiento de la deshumanización que sufre la infancia con tanta manipulación polifórmica o un brillante estudio sobre el desarrollo de esa niña que se hace mujer y que comienza tal periplo en el mismo instante en que aprieta un botón rojo (que bien podría representar la menstruación) para enfrentarse al universo adulto. Tal vez lo sean, pero las metáforas se limitan a lo fácil, a lo evidente, como ese persistente simbolismo de Cate Blanchett, villana de turno, limpiándose los dientes hasta el sangrado con todo tipo de utensilios odontológicos, mostrando así al lobo afilándose los dientes, como preparada para comerse a la niña en una suculenta cena.
Y es que ‘Hanna’ aspira a coagular un conjunto sólido, donde sus elementos y ‘set-pieces’ funcionen individualmente, más allá de confluir como una miscelánea coherente y sólida. Pero no es así. Desde esa desdibujada relación paternofilial, pasando por esa historia de amistad entre adolescentes donde dos chicas se humanizan respectivamente descubriendo sus carencias afectivas hasta llegar a la repulsiva delineación de los villanos que acechan a la joven, personajes estos que aparentan inteligencia pero que se comportan de manera inexplicable estúpida. Aquí los malos parecen sacados de un película infantil de serie Z, donde el perseguidor Isaacs (Tom Hollander) parece una bifurcación patética del Frank Booth de ‘Blue Velvet’ y el Harry Powell en ‘La noche del cazador’, vestido con un estrambótico chandal sacado de la británica serie ‘Little Britain’.
No se entiende cómo se trata a la chica durante el filme después de la brillante secuencia de la base marroquí, en la que evidencia la bestia que lleva dentro. A pesar de ello, la vemos perseguida por infames madames de la CIA y gregarios de puticlub. La comicidad involuntaria no le viene bien a un ‘thriller’ con ínfulas de oscura visceralidad, por lo que el suspense se estanca y se va debilitando su poder de sugestión desprovisto de ambigüedad moral hasta el punto de llegar a encuadrarse en la subclasificación de película de persecuciones, siempre vacía de ímpetu efusivo.
La violencia y la sangre también se muestran en todo momento inhibidas, la agresividad resulta desangelada, así como las emociones carecen de matices, de fondo dramático que las sustenten. Sólo la joven actriz Saorsie Ronan, estupenda y convincente, parece ser la única interesada en mantener algo de credibilidad en la vertiente emocional con un papel muy físico y complejo. Se encuadra en ese tipo de heroínas aparentemente frágiles capaces de destrozar a quien se le ponga por delante. Pero ni con esas, por mucho ritmo electrónico e hipnótico salido de la imaginería musical de los Chemical Brothers que acompañe a las imágenes.
El problema es que a Wright se le vuelve a ir la mano en el exceso de trascendencia con la que asume su cargo, tendente hacia un esforzado europeísmo que prevalece en toda la acción, con tramas de espionaje y manipulación genética soterrada que esconde un cuento demasiado artificial, que tiene que recurrir a la labor fotográfica de Alwin H. Kuchler para establecer un estado de ánimo y un aumento del nivel de tensión. Por lo demás ‘Hanna’ no propone nada nuevo. La reiterada historia de un pez fuera del agua, como hace poco hemos visto en ‘Sin identidad’, de Jaume Collet-Serra, que a su vez ejercía de vidriosa reminiscencia de la saga de Jason Bourne, sólo que aquí el personaje principal en vez de buscar la verdad sobre quién es, se preocupa por la búsqueda de lo que es, como un alegoría del monstruo de Frankenstein de Mary Shelly. ‘Hanna’, al final, queda como una fábula surrealista de sangre y arrepentimiento, más superficial que hiperactiva y audaz. Poco ortodoxa, sí, sin embargo acaba dejando un sinsabor que, afortunadamente, se olvida una vez se abandona la sala de cine.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia! (The Hangover Part II)', de Todd Phillips.

miércoles, 22 de junio de 2011

Miss USA 2011 deja perplejo al mundo de la belleza y el vacuo boato

Todos recordaremos aquél momento glorioso para el colectivo rapaz y catódico en el que al embajador de Rusia de 2001 se le ocurrió preguntarle a la candidata a Miss España por parte de Melilla aquello de “dime en algunas 25 palabras qué sabes de mi país: soy embajador de Rusia”. La joven maniquí, aturdida por la mala hostia de la pregunta, no supo más que responder “Pues Rusia es un país… donde vive gente maravillosa, que… ha habido en el tema de política algunos cambios y no sé mucho más. Gracias”. “¡Menudo cabrón!” debió pensar la pobre Eva Maria Blanco, que así se llamaba la guapa del otro lado del Peñón. Pues bien, en USA, ese país donde a las niñas pequeñas las moldean hasta el paroxismo enfermo desde pequeñas para ser ‘misses’, haciendo de ellas poco menos que unas ‘freaks’ repulsivas de la belleza como aspiración de un sueño americano caduco y podrido, tampoco le van a la zaga. Siempre hemos pensado que aquél soviético fue muy cruel con la pobre chica aspirante a desfilar y a obtener una cuota efímera de celebridad (que la tuvo). Sin embargo, cambiemos la pregunta de los rusos por esta otra: “¿crees que la teoría de la evolución debe enseñarse en las escuelas públicas?”. Aquí viene lo bueno. Alyssa Campanella, la representante de California que finalmente ha ganado el concurso de Miss USA 2011, respondió con total soltura: “Por supuesto. Lo aprendí todo acerca de teoría de la evolución en la escuela. Y creo en ella. Soy una tremenda ‘geek’ de la ciencia y me gusta creer en la teoría del Big Bang y en la evolución del hombre a través del tiempo”. Vale, diréis que cualquiera podría haber contestado algo similar.
Pues bien, el 98 % de las candidatas no supo contentar más allá del típico “Bueno, eh… pues…” y finalizar su aportación sobre el tema rascándose la cabeza y sonriendo con vulgaridad. Campanella recordó además que el Centro Nacional de Ciencias de la Educación Nacional había manifestado hace poco que el creacionismo (es decir, el dogma que profesa a Dios como el creador del universo) es una materia que se aceptaba en Estados Unidos como científicamente válida. Algo que ella consideraba un error para los cursos de ciencias de cara a su futuro universitario. Mientras sus rivales Jessica Chuckran (Miss Alaska), Patterson Keeley (Miss Mississippi) y Whitney Veach (Miss Virginia Occidental) rechazaron la teoría de la evolución de Darwin y Wallace aludiendo a ella como una teoría religiosa errónea, Madeline Mitchell (Miss Alabama) simplemente declaró: “Yo no creo en la evolución, no creo que se deba enseñar en las aulas pues no es un estimulo para nadie”. Alyssa, por su parte, ha dejado claro que, dentro del circo de bellezas de figurín y estética vacua que suele dar en estos certámenes, existe un prototipo de belleza que reúne más cualidades aparte del físico. Eso sí, a la audiencia les ha dejado a cuadros, como los de las camisas de los ‘rednecks’ que no entienden cómo una chica guapa ha negado lo que ellos creen a pies juntillas.

martes, 21 de junio de 2011

Adiós a Ryan Dunn

Ayer nos dejó prematuramente Ryan Dunn, uno de los veteranos de ‘JackAss’ y miembro de ‘Viva la Bam’. Dunn se dejó la vida en un accidente de tráfico en West Goshen Township, Pensilvania, a los 34 años. Perteneció a una generación que triunfó en la MTV dentro del programa capitaneado por Johnny Knoxville, donde fue parte destacada de esos símbolos de la salvajada visual, como parte importante de una feria de ‘cartoon’ enloquecidos que tuvo como propio centro de agresiones el cuerpo de sus integrantes, la definición de locura autoviolenta en la que jugarse el físico con tal de lograr el más demencial ‘sketch’. En el margen más arriesgado y brutal, donde rige la regla del “cuanto más estúpido, original o peligroso, mucho mejor”, se situaron los retos de estos vídeos ‘slapstick’ poco aconsejables para una audiencia impresionable o madura.
Hizo sus pinitos como actor en pequeños papeles en cine y televisión, participó en rallies de coches de lujo junto a su gran amigo e ilustre integrante de ‘JackAss’ Bam Margera, hizo el loco junto a Don Vito, ejerció de maestro de ceremonias y culminó algunas de sus mejores locuras metiéndose en un cubo de basura y dejándose caer por un tejado hasta el suelo, insertando un coche de juguete en su culo para ver la reacción del médico, sintió la fuerza de un motor a reacción de un L-39 de combate, tuvo sus roces con diversos tipos de escaleras y carros de la compra, era capaz de beberse una botella de whisky de un trago… y más barrabasadas que le hicieron convertirse en parte fundamental de ese grupo de tarados con ganas de hacer reír a la audiencia con un humor directo y superficial, adecuado para ver con una cerveza en la mano y otra en la otra y determinado en el infantilismo cómplice que no entiende de circunspección. Lo último que estrenó ha sido, apenas hace unos días, ‘Proving Ground’ para G4 TV, junto a Jessica Chobot. Se le vio horas antes de su tremendo accidente en Twitter, donde colgó una foto poniéndose hasta arriba de cervezas. Eso, unido a los 180 Km/h. que marcaba su cuentakilómetros en momento del siniestro hicieron el resto.