lunes, 20 de abril de 2009

J.G. Ballard, cronista del nihilismo moderno

1930-2009
“En una sociedad totalmente cuerda, la locura es la única libertad”.
(J.G. Ballard).
La muerte de James Graham Ballard deja un vacío importante en la literatura contemporánea. Más allá de modas, de estilos o de transgresiones, el autor británico puede ser considerado como el gran cronista de la ciencia ficción inminente, uno de los padres del nihilismo moderno y un autor visionario comprometido con su obra. Ballard fue capaz de describir cualquier tipo de imagen y sensación con una brutalidad molesta. A través de ésa sutil incomodidad, supo enfrentar al lector al mundo y a su terrible esencia. Ésta condena apocalíptica se plasmó en sus páginas por medio del psicoanálisis y el surrealismo, con una perspectiva extrapolada que anticipó la enfermedad y el síncope de la sociedad y el modo de vida occidental. El ser humano y, sobre todo, la clase media, era para el escritor una entidad moldeable, a la que es fácil extirpar de su miseria diaria para abrirle un inmenso caos donde su condición se transforma en algo totalmente insignificante. Su distopía, por tanto, se asentó a lo largo de su obra en los padecimientos globales y el virus social que el ser humano ha incubado en su entorno. El mundo, visto desde los ojos de Ballard, no es más que un desolador paisaje proveniente de la culpa del hombre y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico.
El diccionario recoge el término “ballardiano” para definir la “la modernidad distópica y los desoladores paisajes de un futuro inmediato” que tanto frecuentó en su literatura. La digresión y perversión de sus palabras será recordada por una de sus obras magnas, ‘El Imperio del Sol’, una pesadilla autobiográfica que recoge su experiencia infantil desde sus vivencias en el barrio europeo de Shanghai, rodeado de lujo, a las carencias y humillaciones del campo de prisioneros japonés de Lunghua en el que fue recluido. Sin embargo, la obra de Ballard va mucho más allá de este texto adaptado por Tom Stoppard para que Steven Spilberg dirigiera una de sus obras más personales. J. G. Ballard ha erigido una obra literaria señalada por una temática rica en alegorías obsesivas, descritas con crudeza y explicitud, elementos clave para poder descifrar el presente y plantear así una oscura visión del futuro. De ahí emana esa conocida y personal “ciencia ficción subjetiva” que dio como consecuencia una nueva acepción de la ciencia ficción introspectiva, una nueva fórmula de afrontar los elementos del género, desde un espacio reflexivo, antes que redundar en los convencionalismos, haciendo una exposición analítica de lo que él llamaba psicología del futuro.
El futuro ya está aquí, entre nosotros, emplazado en la depravación de la cotidianidad, que deja un contexto sincrético y evidencia la fragilidad de las relaciones sociales visualizadas en la desintegración del paisaje y descomposición de los valores morales. Un éter apocalíptico que deja espacio, a pesar de ello, para descubrir la excrecencia de realidad “ballardiana” del hombre moderno. Para Ballard, no había futuro, concluyendo que el consumismo era la única ideología de la sociedad y la alienación idiotizante su forma de vida. La obra de Ballard se nutre de una asepsia genuina, mediatizada por un detallismo que no repara en la utilización de simbolismos y metáforas, de obscenidad, de convulsiva fisicidad y sexualidad, con copiosas descripciones caracterizadas con una rudeza directa en el tratamiento de sus temas, en los que destacan las descarnadas referencias a la deformación y a la violencia de sus pesadillas urbanas.
Ahí queda esa tetralogía catastrofista sobre el final de la Humanidad que suponen ‘El mundo sumergido’, ‘El huracán cósmico’, ‘La sequía’ y ‘El mundo de cristal’. Obras radicales y esencia de la Nueva Carne que profieren las páginas de ‘La exhibición de atrocidades’ y ‘Crash’ e innumerables maravillas encontradas en una sucesión de títulos imprescindibles; ‘Rascacielos’, ‘La isla de cemento’, ‘La Compañía de Sueños Ilimitada’, ‘Hola, América’, ‘Furia feroz’, ‘Diez monólogos de la vida de asesinos en serie’, ‘Noches de cocaína’, ‘Super Cannes’, ‘Milenio negro’, ‘Kingdom Come’… Fue la voz narrativa del cronista que, desde la distancia y con una frialdad ejemplar, supo desgranar los designios de los tiempos presentes a través de un futuro que vive en nosotros, con cierta tendencia al diagnóstico del psiquismo, donde no existe una separación tangible entre paisaje y pensamiento, con reflexiones y filosofía absolutamente estremecedora. La literatura siempre recordará la genialidad de ese universo imaginario descrito desde un pequeño resquicio en el suburbio de Shepperton. Con la muerte de Ballard, la sociedad actual sigue la profecía de este autor, sumida en la decadencia progresiva, en su futuro desolador, con esa imagen de una piscina en las que flotan hojas secas.

viernes, 17 de abril de 2009

17.04.09: Estreno REFOyo.com y nueva imagen del Abismo

Desde hace muchos, muchos años… la idea ha seguido dando vueltas, adquiriendo forma lenta pero constantemente. Ha estado a punto de materializarse en varias ocasiones. Sin embargo, no era el momento. Hoy, por fin, día 17 de abril de 2009, es un hecho. REFOyo.com se lanza a la red después de cuatro años de trabajo intermitente. Ha sido un duro periplo en la consecución de este proyecto que nace, como toda página de bombo e impulso personal, desde una absurda ilusión. Tener una página web con tu propio nombre puede ser visto como un acto de arrogancia, un excentricismo ególatra sinsentido. Hay gran parte de razón en esta aseveración que servirá como foco de ataque por parte de detractores, pero bien cierto es que una página web puede funcionar como un enloquecido escaparate a la idiosincrasia personal de aquel sobre el que trata. Pero no hay que tomarse en serio nada en absoluto. Como yo he hecho desde la idea de este portal. El lanzamiento de esta web llega bajo el influjo de ‘Un Mundo desde el Abismo’, como extensión a ése blog que tantas satisfacciones ha dado y sigue dando. Por eso, es un privilegio y un orgullo poder ofrecer esta nueva página a lectores y visitantes, a internautas y ocasionales que se encuentren con ella a través de los bastos nimbos incorpóreos de Internet.
REFOyo.com es una web personal que tiene como objetivo ampliar el enfoque intrínseco del autor, una oportunidad darme promoción por el morro. Y qué mejor que hacerlo mediante una página de estructura sencilla, de comodidad en su navegación, sin descuidar la eficacia del diseño de la página. En ella, podéis daros una vuelta por los trabajos, proyectos, escritos, ilusiones y decepciones puestas al servicio de todo aquel que quiera darse una vuelta por mi desordenada cabeza y vida. Tener una página, como modo de proyección internauta, era algo que siempre había estado en mi agenda, un deseo que había querido desde hace muchos años. Y aquí está, funcionando, todavía sin poder creerlo. Una advertencia a principiantes; muchas de las secciones de esta web funcionan mediante ventanas emergentes en Flash. Obviamente, en ninguna aparece publicidad, sólo contenidos relacionados con la web.
Nueva imagen Abismal
Por si fuera poco y aprovechando la inauguración del estreno de la web, el entorno abismal sufre con ella una pequeña transformación. Ya iba siendo hora de que todo esto tuviera un cambio de imagen. Desde que en septiembre de 2005, ‘Un Mundo desde el Abismo’ adquiriera la revolucionaria transformación que ha mantenido a lo largo de todos estos años, se hacía necesaria otra versión que mantuviera el carácter y el diseño de su antecesora, pero imprimiendo alguna novedad. La estructura abismal ha variado muy poco con respecto a la anterior versión. La disposición de lectura regresa a su origen, como homenaje a lo que ‘blogger’ estableció como comienzos de sus plantillas, volviendo a circunscribir el texto a la parte izquierda del blog. Dentro de ella, la novedad más importante (y deseo desde hace años) es la neutralización del color de fondo, dejando el blanco con letras oscuras para facilitar la lectura del internauta que visite el Abismo, simplificando al máximo esta exigencia que venía pidiéndose desde hace tiempo y además se ve ligeramente ampliada en su cuadro. Pero por ello, el estilo no ha cambiado. Sigue siendo el mismo, respetando el espíritu de aquella versión 3.0 que fue la pionera en radicalizar estructuras combinando Macromedia Flash y XML como parte distributiva de un blog y su disposición de actualización de los enlaces.
‘Un Mundo desde el Abismo’ siempre ha abogado por permitir un mejor acceso a todo lo que se estaba acumulando en este weblog, sin necesidad de recurrir a las imposiciones de Blogger y Google. Por eso, en su parte derecha se acumulan algunas agradables sorpresas como es ése archivo de críticas ordenado alfabéticamente para una fácil búsqueda de todas las críticas que han ido apareciendo a lo largo de estos cinco años en el blog. Por supuesto, sigue funcionando ese bloque titulado ‘El Fondo del Abismo’ utilizado para ordenar el amplio repertorio de entradas que han ido acumulándose durante todos estos años clasificados por categorías. Queríamos un hábitat personal y heterogéneo, que no desnaturalizara mucho la anterior versión del Abismo, así es posible seguir accediendo a todas las páginas que tienen que ver con el submundo de “Refo” y sus filias y fobias. Todos ellos tienen su enlace en REFOyo.com y se corresponden a las típicas páginas que están saturando la red, a las posibilidades de ocio informático cada día más multitudinarias; Facebook, Fotolog, Twitter, la galería fotográfica de Flickr, un Myspace horroroso a medio hacer… añadido al archivo anual de ‘blogspot’ y a la inauguración (con gran retraso) de la página del cortometraje ‘El Límite’, donde además de poder disfrutar de su visionado, recopila información ingente sobre el proceso y creación del que hasta el momento es mi trabajo cinematográfico más conocido. En cuanto a contenido, todo sigue su curso natural; las críticas, los dossieres, los enlaces, los posts pretéritos y los destacados… Todo sigue igual, pero desde una perspectiva distinta, más dinámica y rápida apoyado en un ‘scroll’ o barra lateral que agilizará el desplazamiento por las diversas secciones de este entorno y sus subpáginas.
Tras varios intentos frustrados, e interminables años de trabajo e ilusión como armas primordiales, la aportación y el esfuerzo titánico de Myrian Trujillano han sido fundamentales para que tanto el estreno de REFOyo.com como la actualización de ‘Un Mundo desde el Abismo’ hayan visto la luz después de tanto tiempo. Ella ha sido la compañera y cómplice perfecta. Sin ella, esto no hubiera posible.
Los que leéis este espacio habitualmente, los que pasáis de forma esporádica, así como los que desfilan por aquí efímeramente estáis en vuestra casa. Esta vez ampliada con más contenidos y mejoras. Disfrutad de la fiesta y muchas gracias por vuestra constante confianza y apoyo abismal. Sin vosotros, todo esto no hubiera sido posible.
Esto se merece una celebración con una buena cerveza ¿No creéis?

miércoles, 15 de abril de 2009

Review 'La Lista (Deception)'

Entre el convencionalismo y el absurdo
A pesar de la presencia de Hugh Jackman y Ewan McGregor, ‘La Lista’ es un ‘pseudothriller’ sensual llevado por el desequilibrio, la inverosimilitud y la mediocridad.
‘La lista’ se vende muy bien sobre el papel. Otra cosa es que todo el engranaje funcione como debiera o, que al menos, divierta y sea entretenida. Un ‘thriller’ condimentado con algo de erotismo ‘soft’ y dos rostros conocidos del calado de Ewan McGregor y el galán de moda Hugh Jackman, podrían ser suficientes para levantar el interés por este apático filme de suspense. Sin embargo, no lo son. Los elementos que formulan la cinta se basan en el encuentro, aparentemente accidental, de dos personajes antagónicos. Uno, un auditor de Nueva York sin mucha vida social. Otro, un abogado vividor que le abre las puertas al primero a un mundo de sexo fácil dentro de un ambiente elitista con bellas mujeres que pertenecen a un club secreto de gente de altas esferas abiertas a relaciones esporádicas y anónimas. Sin saber muy bien la razón, una de estas chicas, a la que previamente ha visto en una estación de metro, se convierte en el objeto de deseo del pusilánime auditor.
A partir de ese momento, el suspense psicológico se convierte en una feria de absurdos giros y desencuentros que se ponen al servicio de una intriga sin lustre. Desde el comienzo, todo parece decidirse en función de lo que será una película apagada, plana, con sorpresas fláccidas en su proposición y catastróficas en su ejecución.
Su director, Marcel Langenegger, apoyado en un desastroso guión de Mark Bomback (uno de los responsables de la última entrega de ‘Jungla de Cristal’), apenas puede nutrir de fascinación las anodinas secuencias que van conformando esa escalofriante decepción a la que alude su título original. La narrativa deformada por la linealidad inconsecuente de su argumento, por su inconsistencia a la hora de proponer rotaciones inverosímiles en la conducción lógica de un ‘thriller’ psicológico, obtiene un cierto mínimo de calidad únicamente con la fotografía fría y resultona de un grande como Dante Spinotti, pero también desprovista de estilo.
‘La lista’ se desenvuelve a medio camino entre el convencionalismo más insultante y un inestable desequilibrio que oscila entre el absurdo y el dramatismo asumido como hilarante, en los momentos precedentes a ese tercer acto de este espanto, que lleva al público a asistir al despropósito final por las calles de Madrid. Es cuando ‘La Lista’ despliega su traca final, su explosión de disparates varios, su esencia de bufonada que se quiere tomar en serio así misma.
El filme de Langenegger es una insensatez fílmica por los todos sus costados. Incluso se percibe un desapego por sus respectivas interpretaciones a dos estrellas como McGregor y Jackman, que apenas sostienen sobre sus hombros tanta incoherencia. Eso sí, Michelle Williams, muy guapa. Y también muy sosa. Como todo en conjunto.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

Comparaciones de una Ministra de Cultura

“Comparto el disgusto por caza, peleterías y mataderos. Pero no por los toros. Nunca dejan de seducirme, [...], lo que más me gusta de los toros, como del teatro, es la emoción compartida: 20.000 almas en silencio. Atención absoluta sobre un mismo pensamiento. ¡Qué energía! Y los pasodobles. Sé que está mal y debería curarme de esto, pero amo tanto ese bien escaso, un emocionante silencio”.
Ángeles González-Sinde.
(Fragmento de ‘Elogio del Silencio’, con motivo de la Feria de San Isidro).

lunes, 13 de abril de 2009

Review 'Los Abrazos Rotos (Los Abrazos Rotos)'

Narcisista reflexión sobre la evolución de un estilo
Almodóvar ofrece su película más barroca, con tiempos y protocolos estéticos que desfilan por la pantalla sin ningún tipo de autoridad sobre el desigual ritmo, pero sin perder el impecable cuidado de sus fotogramas.
El cine de Pedro Almodóvar pasó de la modernidad irreverente que simbolizó la denominada “movida madrileña”, cuna de la cultura alternativa, el ‘underground’ o la contracultura, con un cine incisivo, directo, donde el humor y el descontrol provocativo eran las señas de identidad a otro cine mucho más meditabundo, profuso en un embellecimiento y técnica, en historias dotadas de melodramatismo salpicado con gotas idiosincrásicas vinculadas al pasado del cineasta. Sin embargo, esta pérdida de la vanguardia y la insolencia fue dejando, sobre todo a lo largo de su cine de finales de los 80 y principios de los 90, a un Almodóvar autoconsciente de su nombre y de un estilo por explotar.
La revolución valiente y genial de sus inicios quedó atrás en el tiempo. Llegó un momento en el que “cineasta manchego más internacional” inclinó la balanza hacia la filia por la complejidad de historias en las que el pasado, el sentimiento de culpa, las apariencias y secretos. Con ello, los diálogos perdieron su frescura junto a una mezcla de géneros que se han transformado en un hábito esclavo de sí mismo.
Echando un vistazo a su última película, ‘Los abrazos rotos’, el espectador tiene la sensación de acudir a otro de esos espectáculos ‘almodovarianos’ tan típicos de su cosecha. No muy lejos de los argumentos de ‘Carne trémula’ o ‘La mala educación’, ni tampoco del estilismo conceptual de ‘Todo sobre mi madre’, ‘Hable con ella’ o ‘Volver’, Almodóvar ha dejado las superficies imperfectas, el humor, el desparpajo coloquial y el descaro localista de su cine para convertirse en un icono de sí mismo. Los dramas siguen empeñados en resultar enigmáticos, con la utilización del metalenguaje y el hipertexto, donde la elipsis se entremezcle con la idealización de la secuencia y el plano, jugando con ficción y la realidad, paliando los vacíos de sus guiones con los ambientes, con una pormenorizada dirección artística sumida en el ‘horror vacui’ y con la música de Alberto Iglesias como telón de fondo. ‘Los abrazos rotos’ se sumerge en las turbias aguas de varias historias interconectadas a través de un director y guionista, Harry Caine/ Mateo Blanco, que hace años sufrió un accidente y ahora está ciego. Pese a ello, quiere seguir haciendo cine desde la oscuridad, sumido en la tristeza, evocando al que fuera su gran amor, Lena, una secretaria aspirante a actriz que era la mujer de su productor. Su vida está salpicada, obviamente, por personajes que encubren con hermetismo historias personales y pasajes de vida recónditos que les vinculan dramáticamente.
La cinta es un enorme ‘flashback’ defragmentado en la memoria del protagonista, estructurando la historia en un nuevo juego de duplicidad, aunque no tiene tanto que ver con una articulación de dobles realidades, sino que Almodóvar, esta vez, proyecta sus piruetas en el cine como profesión y pasión, ésa palabra tan fundamental y enfática en este filme. Aquí Almodóvar, como en ‘La mala educación’, pretende combinar géneros antagónicos como el cine negro con una suerte de melodrama y toques de comedia, desplegando varios grados narrativos, donde los tiempos y protocolos estéticos desfilan por la pantalla sin ningún tipo de autoridad sobre el desigual ritmo, abogando por el barroquismo de sus imágenes antes que por la coherencia de diálogos y tramas.
Con aspiraciones de ser una profunda y compleja, ‘Los abrazos rotos’ denota un abuso de las influencias manifiestas que reconstruyen la memoria cinéfila del realizador manchego, que resucitan por momentos la ideología cinematográfica de Rossellini, Antonioni, Cassavetes, Magritte, Louis Malle o Douglas Sirk, como también a los ‘thrillers’ americanos de los años 50, con Hitchcock a la cabeza. Pero más allá de la ofrenda cinéfila a los clásicos, su enrevesada y conmovedora historia sobre fatalidad, celos y traición es una narcisista reflexión sobre la evolución de su propio cine suscrita a la miscelánea referencial e imaginería que lo caracteriza. Poco hay en ‘Los abrazos rotos’ de lúcido ensayo sobre el cine dentro de sí mismo, aunque ésta sea su mayor propósito, fundamentalmente porque se evidencia a un director excesivamente preocupado por resultar inteligente, encrespado en su narrativa argumental y estilísticamente sorpresivo, siempre asociado al impecable cuidado que denotan sus fotogramas.
Su pormenorizada pasión no es más que una exhibición bastante grandilocuente del preciosismo formal con el que Almodóvar sabe rodar, haciendo que toda la función tenga un impostado cine artístico, y demostrando, más que nunca, que es un director sumido en el artificio provisto de florituras y moderneces que se mira al ombligo con el deseo de que el espectador flipe con sus historias. Obviamente, existen momentos y planos dentro del filme que despliegan una admiración fuera de toda duda, como en cada película de Almodóvar; esas fotos destrozadas, como fragmentos de una vida que jamás volverán, la sufrida llamada de Lena a Ernesto, la lectura de unos labios en la pantalla, los dos amantes encarcelados sin poder comunicarse… Pero en el fondo, ‘Los abrazos rotos’ se revela como una película quebradiza, constreñida en su vacuo drama desprovisto de trascendencia emocional, sin alma a la hora de unificar su trama de cine negro con la médula dramática que acaba resultando una telenovela al más puro estilo culebrón.
Ni siquiera el promulgado talento de Penélope Cruz, inconsecuente en ‘Vicky, Cristina, Barcelona’ (y su Oscar), tiene la magnitud que debiera. Aunque sin llegar a las cotas de dramatismo y sutileza de ‘Volver’, la actriz está a la altura, beneficiándose además con algunas endebles aportaciones secundarias como la del espantoso Rubén Ochandiano o de Tamar Novas y haciendo contrapeso con solventes actores y actrices de la talla de Lluis Homar, José Luis Gómez, Lola Dueñas, Blanca Portillo y Carmen Machi. ‘Los abrazos rotos’ vuelve a ser la historia oscura y dolorosa que tanto prolifera en el último cine de Almodóvar, llena de amores intensos y cruzados, donde hay celos, venganzas y abusos terribles que devienen en exhibiciones de poder por parte de aquéllos que dominan el mundo, mostrando el amor como una expresión de condescendencia y de olvido.
Un autohomenaje con ornamento que se sostiene en la belleza de su estilo que es capaz de acabar dándole una vuelta radical a su último testimonio de amor al cine y dibujando un final definido en el mundo de la comedia con esa película dentro de su película ‘Chicas y maletas’, una nostálgica dedicatoria a los comienzos, a su época más venerada y clásica, cuando Almodóvar dibujaba personajes con vida o dramas más inspirados que su última y más floja película en mucho tiempo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

jueves, 9 de abril de 2009

Especial Semana Santa: Review 'La pasión de Cristo (The Passion Of The Christ)', de Mel Gibson

La efectista violencia de un calvario
‘La Pasión de Cristo’ no es más que un producto de calculada trascendencia comercial que removerá el corazón de los fácilmente impresionables.
En nuestra cultura occidental, desde Giotto –hacia finales del 1200– hasta la magnífica era de los grandes pintores seculares holandeses del Siglo XVII, las imágenes de Jesucristo y su Pasión han sido imprescindibles en el entendimiento del Arte. En el cine (sobre todo en el épico) también ha habido una predilección ‘histórico-bíblica’ hacia el sufrimiento y muerte de Cristo. En una época dominada por los grandes blockbusters comerciales, los remakes, el cine repleto de sangre y las películas de efectos especiales, Mel Gibson ha tenido a bien acopiar todos estos elementos y fusionarlos con el siempre controvertible y comercial argumento de la religión, aderezado además con una suficiente cantidad de escándalo que persigan su nuevo filme al proponer esta esperada y propagada ‘La Pasión de Cristo’.
Para su salmo cinematográfico y religioso, Gibson ha tomado como referente las revelaciones que aparecen en el libro ‘La dolorosa Pasión de nuestro Señor Jesucristo’, de la mística alemana Ana Catalina Emmerich. La película comienza con Jesús de Nazaret orando en el Monte de los Olivos en Getsemaní. Allí, Satanás tienta a Jesús para convencerle de que abandone su misión redentora. Los soldados romanos se llevan al Mesías debido a la denuncia de Judas. Cuando Poncio Pilatos dicta su destino secundando la petición de los judíos, el Hijo de Dios tiene doce horas antes de que fenezca en la Cruz sobre el Gólgota. Éste es el comienzo de la polémica visión de Gibson, del último medio día de Jesús. Un argumento que consiste, básicamente, en la selección de tres o cuatro capítulos de cada Evangelio (en Mateo, 26-28; en Marco, 14-16; en Lucas, 22-24; y en Juan, 18-21) para narrar, con todo lujo de detalles, el calvario que sufrió el Profeta antes de su muerte.
Mucho se ha hablado de la explícita violencia de ‘La Pasión de Cristo’. Y no es difícil apoyar esta abusiva directriz a la hora de hablar del filme de Gibson. Transcurridos unos minutos, la extrema rudeza del contenido violento comienza tras la captura de Jesús, dramatizada instantáneamente con un recital de abusivos golpes por parte de los soldados romanos que le descuelgan por un puente. Es la primera acción cruenta de un amplio catálogo de golpes (con un variado inventario de armas de tortura), latigazos, guantazos, pateos, heridas, esputos, sangre y brusquedad con la que se condimenta una película mantenida en la fuerza sangrienta de su imagen. A lo largo de las más de dos horas que dura este espectáculo ‘ultragore’, el espectador es flagelado con el rebuscado efecto de la imagen sádica y de la angustia atroz que produce un sobredimensionado sensacionalismo en busca del estremecimiento.
Tras esa hosquedad, Gibson oculta su obstinada búsqueda de lo comercial, lo polémico y lo vendible. Sin embargo, y a pesar de situarse cerca del ‘splatter’ de las películas más sangrientas del subgénero (recreándose en el efectismo absurdo de cada golpe para provocar unas reacciones que harán efecto en aquellas personas desacostumbradas al cine de terror contemporáneo y que altere a las que van a ver la cinta como un evento puntual), ‘La Pasión de Cristo’ no es más que un producto de calculada trascendencia comercial y emocional, de estética acentuada e indigesta, que removerá el corazón de los fácilmente impresionables y a los que no sepan ver más allá de los más obvios recursos cinematográficos utilizados por Gibson.
Más allá de esta polémica, la tercera película del cineasta no cuenta nada nuevo. De su supuesta literalidad del fondo pasional del calvario deviene uno de los mayores problemas del filme. El mismo de toda la película literaria: su total previsibilidad, la sensación de haber visto lo narrado muchas veces. Algo que se deja ver tras frases, escenas y parábolas por todos conocidas y sabidas. Para intentar camuflar este gran problema medular, Gibson se centra básica-mente en un detallismo que ambiciona la crudeza del documental y hace minuciosa la tortura y muerte de Cristo en la Cruz. Todo un error que absorbe por completo cualquier rasgo estilístico de un Gibson que falta a su coherencia como director dejando que el impulso de sus imágenes resulte evangélico y épico.
De ahí que el realizador asfixie a la platea con una reiterativa y plomiza cámara lenta para exaltar gestos y momentos de una solemnidad y dramatismo a veces inexistentes y que quedan totalmente deslucidos por ese ímpetu de aproximar al espectador al sufrimiento y a la barbarie en un simulado epicismo del que sin duda carece el filme. Hay por tanto un impulso por contar cómo fueron las cosas hace dos mil años, abusando de artificiosos recursos para dar verosimilitud a la historia. Algo que no sucede en un guión que adolece muchas veces de falta de coherencia.
En este desabrido terreno destaca la concesión licenciosa a introducir una subtrama del Diablo a lo largo de la historia. Antagonismo que, a partir de su primera aparición, se manifiesta en miradas malignas y en una inexplicable utilización de efectos especiales de maquillaje (hay que destacar la veracidad de la sangre en la labor de Greg Cannom y Kelley Mitchell) más propios de una película de terror slasher que de una cinta teológica como la que pretende otorgar Gibson a los fieles creyentes. Una errónea forma de mostrar la dicotomía entre el Bien y el Mal que se materializa en ese final condenatorio del Diablo en contraposición a un epílogo a lo ‘Terminator’ de Jesús de Nazaret, resucitando con un gol-pe de efecto musical más descifrable en una película de acción que en esta equívoca muestra de aparente realismo. La excedida heroicidad sobrehumana que convierte a Jesús en un impertérrito superhéroe capaz de soportar la inclemencia de unas palizas físicas imposibles de concebir o la caricaturización de algunos personajes como un Herodes extremadamente gay o un Barrabás transformado en ogro fabulesco son algunos de los ejemplos de la sátira licenciosa de un Gibson que desperdicia la ocasión para indagar en la situación de aquellos judíos que no comprendieron el mensaje de Jesús y de cómo éste reaccionó por ello, dejándolo en algo insinuado, velado, desdibujado.
El director de ‘Braveheart’ prefiere mostrar la historia con un desmesurado maniqueísmo donde los asesinos son todos y donde sólo hay una víctima: Jesús. Judas Iscariote le traicionó, las autoridades judías le enjuiciaron, los apóstoles le abandonaron (Pedro le negó), el rey Herodes se río de él, Pilatos le condenó, la masa pública pidió su muerte, los soldados del imperio romano le azotaron y crucificaron… Todo ello hace que ‘La Pasión de Cristo’ sea vista tan sólo como una flagelación paroxística en su goce culpable, como una vacua, violentamente efectista muestra de carencia de efusión de la que se supone que habla. Una efusión emotiva que alcanza su gran fuerza en la sugerencia de los mejores y más valiosos momentos de la película, aquéllos en los que se aprecia la Pasión a través de los ojos de María y María Magdalena, papeles fundamentales reducidos aquí a simples espectadoras horrorizadas.
Para evitar caer en un aburrimiento que se apodera del cinéfilo desde sus primeros compases, Gibson recurre a pequeños 'flashbacks' de relleno bíblico para no acusar la lentitud del evento que es este indolente suplicio. Es la paupérrima forma que tiene la película de mostrar la conexión entre la Pasión de Jesús y los Sacramentos (en siete momentos se refiere a los recuerdos a la Última Cena). Esto y algunos momentos evangélicos, como la presentación de líderes religiosos como Nicodemo y José de Arimatea forzados peligrosamente a defender al hijo de Dios, Simón y su forzosa ayuda a Jesús con la Cruz y el hermoso momento (posiblemente uno de los únicos en los que Gibson haya acertado dilatando la prorrogable e insistente partitura de John Debney) en que Verónica se acerca a Jesús para limpiar su cara, hacen que la historia tenga algo de interés.
En cuanto al reparto, Jim Caviezel compone uno de los papeles más fáciles que un actor haya desarrollado últimamente al interpretar a un Cristo sin pasión, aburrido y que debido al énfasis violento de Gibson sólo permite ver en su registro quejidos entrecortados y gritos de sufrimiento. Todo lo contrario que un maravilloso reparto ecuménico de actores desconocidos a los que se suman una admirable Monica Bellucci y, sobre todo, la prodigiosidad de una intensa y atormentada Maia Morgenstern. Otra de las pocas virtudes que encuentra ‘La Pasión de Cristo’ es el riesgo de jugar con el historicismo llevado al exceso, percibido en las lenguas del Israel del Siglo I (el latín para los personajes del Imperio Romano, el arameo para los hebreos no cultos) que se utilizan en la película. Un hecho intrascendente que tendría su importancia si se viera el concepto de sacrificio diluido y olvidado para ahondar en su valor propiciatorio, lo que permitiría comprender, en un corte transcultural, el significado del sacrificio humano en el conjunto de nuestras culturas. Pero esto no es así en el filme de Gibson. El resultado de todo ello es una película pretenciosa, por momentos monótona, que apoya sus mejores valores artísticos en el redundante tratamiento fotográfico de Caleb Deschanel inspirado en el tenebrismo de las pinturas de Caravaggio. Una película que ha provocado una reacción que va más allá de la misma cinta y de su director, incluidos en la comercialidad de una más que excelente campaña de marketing. Eso y simplemente eso es ‘La Pasión de Cristo’, vista por Mel Gibson.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2004

ANÉCDOTA: Por esta crítica recibí todo tipo de insultos, ofensas, amenazas y comentarios despectivos por parte de cierto sector ultracatólico que, en discrepancia con mis palabras sobre el filme de Gibson, optaron por olvidar las buenas formas, la ética y el respeto y demostrar hasta dónde llega la exaltación de credo. El mejor ejemplo, también el más educado, ya apareció hace tiempo en el Abismo.
Fue un mail y un post para el recuerdo.

Simplificar ideas

"La película va de que el mundo está amenazado. Sustituimos la mano de los extraterrestres y las raíces rojas por los números predictivos de la cápsula, damos un aire apocalíptico y ya tenemos el poster de la última de Alex Proyas".

miércoles, 8 de abril de 2009

Ángeles González Sinde, la ministra que amaba Internet

Antes de jurar el cargo como nueva ministra de cultura, Ángeles González Sinde, la presidenta de la Academia de Cine de verbigracia y discursos ingeniosos, ya está en el punto de mira. Y lo es porque este paradigma de la sosería e insipidez humana que esconde una alimaña con sed de sadismo se ha ido granjeado enemigos dentro del mundo de Internet gracias a sus declaraciones monotemáticas o sus admoniciones infundadas y vacuas, así como a una reiterativa pesadumbre de discurso sobre la ‘piratería’ y sus riesgos, primero en el cine español, que ella parece conocer por provenir de él y luego, en segundo término, sin mucha preparación para hablar de ello y dando menos importancia, del resto de la cultura. Cuando más era necesario abogar por una persona con capacidad de innovación, conocedora del medio y equilibrada en su función de defensa de los derechos tanto de los creadores, como de internautas, así como de los ciudadanos en general, colocan a una mujer que, con sus conocidas frases radicales y trasnochadas, va a desembocar en un atentado contra la sociedad de la información, que tendrá más consecuencias negativas en la cinematografía y la sociedad española que ventajas. Es más fácil cargar contra nuevos modelos estructurales que asocien el derecho del autor con las nuevas tecnologías o abogar por un proteccionismo extremo antes que buscar soluciones reales.
Es la actitud de alguien cree que Internet únicamente se utiliza para descargar películas o música y que piensa que el canon que pagamos todos, el mismo que sale de los bolsillos de gente que utiliza los mecanismos de almacenaje para guardar trabajos y documentos, es insuficiente. La cultura, desde ayer, se reduce a una sola cuestión: la piratería. Por supuesto, la FAPAE y la SGAE ya se están frotando las manos. Y el mundo de Internet se ha echado las manos a la cabeza por la despótica y arbitraria época a la que parece avocada la red. Sólo esperemos que cualquier derecho constitucional no sea aplastado por un decreto-ley unilateral e imperativo.