lunes, 18 de junio de 2007

Will Smith y el Cubo de Rubbik

Will Smith hace años que dejó de ser el célebre ‘Príncipe de Bel Air’. Pocos recordarán que su reconocimiento en el cine, más allá de su éxito televisivo, llegó con un filme dramático ‘Six Degrees of Separation’, donde interpretaba a un joven homosexual arribista y algo peligroso que irrumpía en la vida de un matrimonio de clase alta. Desde entonces, la carrera de Smith se encaminó hacia las altas esferas del cine comercial. ‘Dos policías rebeldes’ fue el primer taquillazo en el ‘box office’, pero no sería hasta ‘Independence Day’ cuando el bueno de Smith vería su nombre impreso al lado de las palabras ‘estrella de Hollywood’. Desde entonces, compaginando en un principio su carrera cinematográfica y musical (tiene dos Grammys como mejor cantante de hip-hop), comenzó a ser habitual en títulos principalmente de acción o en comedias. Ejemplo de ello son ‘Men in Black (I y II)’, ‘Enemigo público’, ‘Yo robot’ o ‘Wild Wild West’ y ‘Hitch’.
Pero a Smith siempre le han apasionado los retos interpretativos, como ese ‘caddy’ negro de ‘La leyenda de Bagger Vance’ y, sobre todo, los dos papeles por los que ha sido nominado a los Oscar como mejor actor principal ‘Ali’, de Michael Mann y ‘The Pursuit of Happyness’, de Gabriele Muccino. Dos roles en los que el actor afroamericano ha demostrado su valía y que ha abierto un nuevo camino para Will Smith hacia interpretaciones más complejas, que le han permitido alejarse de los papeles cómicos y de acción a los que había acostumbrado al espectador. Lo próximo se encuadra a los ‘blockbuster’ a los que está acostumbrado el bueno de Will: ‘Soy leyenda’, esa adaptación de la obra maestra de Richard Matheson que dirige Francis Lawrence que hace palidecer de terror y embargar en prejuicios a los aficionados al literatura y al cine de género.
Lo que pocos saben es que Smith es un excelente ‘rubbik’s cube maker’. Una gesta accesible para unos cuantos y perennemente imposible para otros. 55 segundos. No está nada mal.

domingo, 17 de junio de 2007

Conseguido: Nos quedamos en Primera

Por el suelo. Así he celebrado los dos goles del Athletic de Bilbao ante el Levante en uno de los partidos más agónicos (por lo espinoso de la situación si no se lograba la victoria) vividos en la Historia de un club que extenderá su perenne tradición en Primera un año más. El delirio y el desahogo se han vuelto a unir para constituir en comunión ese sentimiento de exaltación común, hermanando a los fieles seguidores de unos colores inomrtales desde los fastos del balompié español.
Como el año pasado, el Athletic se ha escapado del infierno de Segunda en el último instante. 109 años después, el equipo bilbaíno seguirá escribiendo sus páginas deportivas en la división de oro. La lectura de la temporada ha sido la misma que la pasada; la victoria de hoy supone la exultación final a un curso nefasto, en la que el pozo del fracaso siempre ha sido un engorroso aliado. Esta victoria que supone la permanencia ‘in extremis’ ha dejado otra gesta histórica. Sin embargo, abre, a su vez, otras cuestiones de cara a la siguiente campaña. En un histórico del fútbol como lo es el Athletic se recurre, por enésima vez, a una porofunda reflexión. A lo largo este desastroso itinerario, muchos han sido los que han coincidido en apuntar un necesario análisis de la situación del club y determinar las causas que han provocado otra temporada más para olvidar.
Como bien escribí en este blog el pasado año: “El Athletic vive un difícil equilibrio entre la tradición inalterable y el posible ‘aggiorgamieto’ de sus planteamientos como club. La nefasta gestión que tuvo Lamikiz, dentro del club, la discordia que existe entre algunos aficionados con los planteamientos del equipo y una división en cuanto a la posibilidad de incorporar jugadores foráneos sobrevuelan el momento actual del Athletic”.
¿Ha llegado la hora de poner en tela de juicio el viejo modelo del Athletic? Subjetivamente, me aferro a la tradición y a que todo siga como está. Si soy de este equipo es porque tiene unas señas de identidad inquebrantables y nostálgicas. Pero soy consciente de que en la actualidad es imposible pensar en una competición equitativa con posibilidad de títulos importantes en relación a los grandes equipos de la liga española. Tal vez la resistencia sentimental con la historia, con sus mitos y con el estilo de una ciudad refractaria con este tipo de cambios haya llegado a un necesario cuestionamiento que puede llegar en el mismo momento en que el colosal símbolo del Athletic, San Mamés, “La Catedral”, sea sustituida por el nuevo coliseo que sucederá al emblema del club, a un estadio que casi un siglo después ha visto lo mejor y lo peor (esta temporada) de un equipo de tradiciones como es el Athletic Club.
Se habla de cambios y de reflexión. Pero lo que está claro es que ningún aficionado a este club quiere repetir una experiencia tan traumática y desesperanzadora como la vivida en estas dos últimas campañas.
De momento, es hora de celebrar la salvación con unos buenos ‘katxis’ de kalimotxo, como he hecho yo esta misma tarde. Ya veremos lo que sucede el año que viene. Pero por siempre, y hoy más que nunca: ¡Aupa athletic!.

miércoles, 13 de junio de 2007

Review 'Half Nelson'

Entre el didactismo y la autodestrucción
Ryan Fleck debuta con un filme que evita el exceso de dramatismo para narrar una dura historia de desilusión y fracaso, de violencia y sufrimiento devenidos en un mundo de camellos y toxicómanos cercanos y llenos de humanidad.
Concebida, confeccionada y vendida como pieza nacida para ser denominada como “película independiente” y ser premiada y reconocida (como lo fue) en esa factoría desdibujada desde hace años que es Sundace, ‘Half Nelson’, debut de Ryan Fleck tras la cámara, recoge lo mejor y lo peor de esta definición que responde al constante esfuerzo por apartarse de la industria del cine. Por una parte, hay una intención manifiesta por desvincular su aparente típica historia de relación fraternal entre profesor y alumno para llevar la historia a un entorno de drogadicción, soledad, dependencia y dialéctica de fuerzas, sin dar cómodas explicaciones de sus motivaciones. Llevando sus situaciones al extremo. Empero, por otra parte, Fleck decide expresarse con un estilo impersonal a la hora de plasmar los sentimientos e inquietudes en pantalla, utilizando la cámara continuamente en acomodaticios y vibrantes movimientos, en inmutable desenfoque y primeros planos, producto de una corrompida finalidad con la que llegar al universo realista que analiza. Sin salirse, por supuesto, de los cánones imperantes en el esquematizado sistema de producción de este tipo de películas independientes.
‘Half Nelson’ es la historia de Dan Dunne, un profesor enganchado a las drogas que imparte clases de historia y entrena al equipo de baloncesto femenino en una ‘high school’ de barrio marginal. Dunne fue un idealista que no ha perdido su talento pedagógico, pero que ha equivocado el rumbo y se ha metido de lleno en la desmotivación y el nihilismo, en el asumido vacío existencial de un drogadicto que se aferra a su trabajo como único cimiento para soportar el día a día. Sin embargo, encontrará la complicidad y la empatía con una de sus alumnas que le sorprende en pleno ‘viaje’ de crack. Son elementos que podrían haber sido planteados desde la más descara simplicidad con la que muchas veces se abordan este tipo de dramas. En esos términos, no es una película original. Casi, todo lo contrario.
El guión del propio Fleck y Anna Boden entra en unos interesantes derroteros a la hora de indagar en su coherente reflexión sobre la imperfección, sobre el vicio al que avoca la soledad y el fracaso. La pérdida de motivación, la incomunicación, el fortuito encuentro con alguien a quién dar una lección vital se desliga de lo fácil para formular la brutal contradicción que supone la desesperanza de un hombre rendido ante el ‘crack’ que asume con lucidez que el único camino de coherencia es su adicción que se enfrenta cada mañana a la pretensión de un futuro mejor para sus alumnos gracias a los efectos benefactores de su educación de calidad. Una espinosa diatriba que contrapone la habilidad de instruir y el impedimento ilógico de emplear la enseñaza en beneficio propio.
Por eso, lo más destacado de un filme irregular, con problemas de ritmo (subsanados con narraciones por parte de cada alumno que cuenta a cámara un acontecimiento histórico que supuso una lucha triunfal de una minoría por la defensa de sus derechos civiles a lo largo del siglo XX), es la sutileza con la que el guión logra soterrar la violencia y sufrimiento devenidos en un mundo de camellos y toxicómanos, dos fuerzas contrapuestas como las que exhorta el profesor Dunne en sus clases de historia, su particular autodestrucción y la tentación fácil del mundo del tráfico a pequeña escala con el que coquetea esa alumna afroamericana que camina en la cuerda floja de su condición social. Personajes, en definitiva, que divagan el frágil equilibrio de la esperanza y el caos personal.
Pese a que podría haber aprovechado la subvertida concienciación política como imperativo moral, Fleck prefiere incidir en el drama, dejando a un lado la sensiblería trágica y mostrar una extraña historia amistad y enseñanzas propias y ajenas, donde los debilitados ideales han hecho de un perfecto ejemplo social un despojo que ni siquiera encuentra consuelo en una familia aparentemente normal (en otros tiempos también con inquietudes de cambio) que no sabe ver la espiral de soledad, falta de ilusión y carencia de fuerzas para enfrentarse a un futuro de dudosa oscuridad y angustia en la que se encuentra este profesor de instituto. Y todo ello, sin enjuiciar ni moralizar en ningún momento en su discurso narrativo desalentador y lúcido donde un ‘Half-Nelson’ es una llave inmovilizante de la que resulta imposible librarse.
Si todas las miradas han sido puestas en el talento del actor de moda, Ryan Goslin, que aquí profundiza a intervalos en el dolor interno del personaje, pero que se deja llevar por una excesiva énfasis y exposición de su tortura interior, es justo destacar, muy por encima del intérprete nominado al Oscar por este filme, a Shareeka Epps, dando vida a la alumna capaz de mover al profesor de su vacío, replantearse de sus ideales y vislumbrar con ello una fugaz esperanza de un hermoso final a tan traumática experiencia. Ellos son, con su lenguaje expresivo cargado de talento, el alma de un filme que, sin tener grandes dosis de brillantez, sabe transmitir aquello que se propone. Un hecho que honra a sus creadores y la hace merecedora de un obligado visionado.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

lunes, 11 de junio de 2007

Papel higiénico, accesorio vital para la Humanidad poco reconocido

Esta misma mañana, cuando he acabado de hacer de vientre, llevado la curiosidad sobrevenida por una absurda pregunta que me he hecho en el váter, he investigado de dónde proviene el papel higiénico y en qué año se descubrió. Un tema escabroso por lo excrementicio de su funcionalidad, pero relevante por su importancia dentro de nuestras vidas.
Fue en 1890 y casualmente lo lanzó al mercado Scott, la empresa de los perritos esos tan monos que sirven de guía a los invidentes. También se comenta que en la Antigua Roma se utilizaba una esponja atada a un palo que se usaba para estos menesteres y luego se enjuagaba en un cubo de agua de mar. Debía ser una chabacanería escatológica porque, por supuesto, se compartía sin ningún pudor. Imaginadlo por un momento.
Escarbando en estos particulares anales (referido a la Historia, no vayamos a pensar mal), en 1391 los emperadores chinos ya ordenaron la fabricación de hojas especiales para el baño, de 0,5 x 0,9 metros de longitud, que iban aprovechando dependiendo de la cantidad evacuada y de los estigmas fecales adheridos al lugar donde la espalda pierde su nombre, mientras que los colonos norteamericanos prefirieron las mazorcas de maíz hasta bien entrado el siglo XVIII. Todo ello, muy lejos del papel actual fabricado con diversos tratamientos para obtener los tres tipos de pasta con los que se confeccionan; la química (tratamiento químico), la mecánica (desintegración/raspadura) y las intermedias o CTMP (tratamientos mecánicos, químicos y térmicos sucesivos).
Por eso, amigos, hay que pensar en lo venturosos que somos y la suerte que tenemos al contar con este importante accesorio para la higiene dentro de nuestro día a día. Un complemento de baño convertido en elemental, sí, pero relegado a la desatención por la regularización cotidiana que ha convertido al papel higiénico en otro pilar de comodidad asumida.
En el fondo, somos unos privilegiados y no nos damos cuenta.

jueves, 7 de junio de 2007

Review 'Pirates of the Caribbean: At World's End'

Tecnología digital, propósito comercial y anti-épica
Verbinski firma una tercera parte de estos piratas caribeños donde se ha perdido la frescura primigenia y sólo importa el espectáculo visual más allá de cualquier coherencia argumental y aventurera.
Cuando el todopoderoso productor Jerry Bruckheimer unió sus fuerzas al director Gore Verbinski con el inicio de la saga ‘Piratas del Caribe’, el género de aventuras de bucaneros y galeones se vio vivificado con un acertado tanteo postmoderno que mezclaba el más genuino clasicismo genérico con los preceptos de las superproducciones infalibles en taquilla. El resultado se saldó con una película contundente en sus propósitos y aspiraciones, de convencidas habilidades, en la que destacaró su categórica elocuencia y su imaginería, intrascendencia argumental, su inspirada cadencia rítmica y su desparpajo a la hora de actualizar los términos de aventura del pasado, sabiendo manejar sus defectos para transformarlos en virtudes. Por supuesto, el rotundo éxito, hizo que esta primera cinta se convirtiera, por arte de magia, en una saga formada por tres cintas uniéndose así a la desdeñable moda de las trilogías. Su segunda muestra, ‘El cofre del hombre muerto’ no fue todo lo desastrosa que uno podía esperar, ya que logró reunir algunos de los mejores elementos de su predecesora, como la comicidad física y el explosivo espectáculo que recurría a los efectos digitales para suplir las carencias argumentales y narrativas, pero sin la gracia de su primera función, aportando, eso sí, algunos instantes de júbilo aventurero sin ni siquiera justificar su propia existencia.
Siguiendo estos mismos cánones, su tercera (y esperemos que última) entrega titulada dentro del título originario ‘En el fin del mundo’ se rige por esa actitud de superflua continuación que prevaleció después de su estupendo origen de aportar, cuánto más mejor, un espectáculo lleno de fuegos de artificio. Tanto Verbinski como Bruckheimer eran conscientes de que había que rodar una tercera por encima de muchas cosas. Entre otras, de si había una buena historia o no. Y es que esta tercera entrega es una paradigmática muestra de reducción creativa al mínimo esfuerzo por parte de sus guionistas, Ted Elliott y Terry Rossio, cuyo esfuerzo es inapreciable en su reinvención del subgénero, dejándose llevar por las actuales directrices de las terceras partes; es decir la de la consecución de un paupérrimo producto de entretenimiento donde vale cualquier mecanismo si el resultado es la mínima eficacia en sus habilidades comerciales. Por ello, no dudan en surtir el nuevo episodio de aventuras con la esperada profusión de nuevos y viejos personajes, agotando el histrionismo de un rol principal que se ha convertido en una caricatura de sí mismo y donde no falten ni la tópica subtrama romántica, ni la titánica exuberancia de efectos digitales que aderecen todo tipo de carencias visible en una saga que, definitivamente, se ha perdido en sus ínfulas taquilleras.
Este final de fiesta en alta mar patentiza, de entrada, la creciente sensación de agotamiento que acompañan las aventuras de ese otrora sugestivo jeta vividor con amaneramiento llamado Jack Sparrow, al que acompañan la moralista y atrevida Elizabeth y el pazguato desaborido con complejo de huérfano llorón William Turner. Por supuesto, no se duda en recurrir al villano de la primera entrega, el Capitán Barbosa, que se une a la tripulación de Sparrow con el desesperado objetivo de salvarle del Limbo Infernal para reestablecer el orden marítimo de los piratas, amenazado por El Holandés Errante y Davy Jones, que actúan bajos las órdenes de la Compañía de las Indias. Es el pretexto de un argumento que se desenvuelve entre diversos caminos, sin un rumbo fijo, de forma acrobática y de serial piratesco, donde el énfasis por seguir los propios intereses de cada personaje hacen que el vaivén de posiciones en torno al cofre de Jones y la llave que lo abre, los correctivos contra maldiciones fraternas y traiciones varias acaben resultando, además de una maraña sin interés ninguno, un enloquecido guión determinado por sus excedencias de enmarañada exposición.
A lo largo de casi tres horas, donde caben todo tipo de ofrendas sin cohesión; desde el surrealismo psicodélico, a ese arranque ‘carpenteriano’ de tintes asiáticos de bajos fondos, al cine fantástico con aires mitológicos, al spaghetti-western descarado y sin complejos o la no menos inquietante recuperación de Jack Sparrow inmerso, poco menos, que en un purgatorio a medio camino entre ‘Matrix’ y ‘El Show de Truman’... Todo procura ser ofrecido al público como un espectáculo visual abrumante, determinado por el barroquismo al que se aproximan en esta ocasión las imágenes de un ostentoso producto de fastuosas pretensiones no tanto artísticas como comerciales. Pero en su desarrollo desmedido, Verbinski y sus guionistas lo único que consiguen es conferir a este mediocre filme un universo errático, sin atisbos de ningún soporte arquetípico o heroico que bien demostraron en la primera parte y en algunos instantes de la segunda, reiterando errores pasados y, lo que es peor, perdiendo la frescura y el carisma con que se concibió la saga.
Sólo en su último tramo, esta tercera parte de ‘Piratas del Caribe’ pone las cartas sobre la mesa y se destapa como lo que es; una superproducción de envidiable recreación digital en el que predomina el mismo histerismo tecnológico de un juego de ‘playstation’ (con esos planos imposibles recreados por ordenador en el duelo final de Jones y Sparrow), por encima de cualquier atisbo de congruencia épica, parodiando el género y olvidando, por momentos, la credibilidad de sus pilares primigenios. Un delirio en el que cabría destacar la extraordinaria partitura creada por Hans Zimmer (o sus ‘negros’, vaya usted a saber), el fantástico cameo de Keith Richards y la interpretación, a niveles muy superiores de los que le rodean, del mono de Barbossa que se llama Jack.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

lunes, 4 de junio de 2007

Cuando Fritz desencontró a Marlene

“Esta película fue concebida para Marlene Dietrich. Ella me gustaba realmente. Quería escribir una película de ‘saloon’ con una historia sobre una mujer ya madura pero muy deseable y un viejo pistolero que no es tan rápido a la hora de desenfundar. Así que construí esta historia. Sin embargo, a Marlene le molestó pasar a una categoría de madurez que ella no asimilaba. Se creía la estrella de juventud que ya no era y se alió con actores para ir en contra de otros actores, de mí... hasta que el rodaje se hizo poco menos que insoportable. Estaba todavía bajo la influencia de Sternberg y decía “Oh mira, Josef hubieras hecho esto así” o “Esto Josef lo habría hecho mejor”. “Fantástico”, le decía yo, “pero yo soy Frizt Lang y ésta es mi película”. Quizá fue algo ambicioso al pretender trabajar con ella. Creo que nunca tuvo la suficiente confianza en mí… Y al acabar la película, jamás volvimos a cruzar una palabra”.
(Fritz Lang sobre su filme ‘Rancho Norotious (Encubridora)’, de 1952).

viernes, 1 de junio de 2007

miércoles, 30 de mayo de 2007

Review 'Zodiac'

Quirúrgica y obsesiva demostración de talento
‘Zodiac’ es un riguroso trabajo que aborda con mirada microscópica a unos personajes llevados al extremo. Fincher prefiere acercarse a la obsesiva afectación de todos los implicados en el caso antes que decantarse por el ‘thriller’ de suspense.
Para David Fincher, ‘Se7en’ supuso la consecución de un éxito en varios aspectos; no sólo en la espléndida acogida que tuvo por parte de crítica y público, sino que, además, significó el afianzamiento de un estilo propio, sustentado en su portentosa y muy personal capacidad fílmica a medio camino entre la fascinación visual modernista, la narrativa clásica y el vibrante ejercicio de metodismo que logró modernizar las costumbres del cine negro y reinventar el ‘thriller’ psicológico, máxime cuando Jonathan Demme parecía haber establecido las bases renovadoras del género unos años antes con ‘El silencio de los corderos’.
Fincher concedió con ‘Se7ven’ una película impecable, donde la tensión visual y narrativa, de forma implícita, formulaban una subyacente reflexión de fondo en la que el desasosiego de una sociedad infectada por el miedo, cruel y umbría, tenebrosa y obsesiva, se enfrentada a la amenaza más cruel al que puede enfrentarse la sociedad: el propio ser humano. La personalidad de Fincher, desde entonces, bien sea en la hoy en día debilitada ‘The Game’, en la enardecida y magistral ‘Fight Club’ o en la menos apreciada pero interesante ‘Panic Room’, ha seguido fomentando aquel espíritu analista acerca de los miedos inherentes al hombre. Un director que ha conseguido despojar a su cine de excusas y coartadas propias de los géneros que ha abordado, haciéndose muy difícil cualquier consideración sobre sus oscuros valores sin prescindir de una incuestionable y particular sordidez.
El nuevo filme del cineasta ofrece una visión paralela a ‘Se7en’, sugiriendo de nuevo el mal como atracción por lo desconocido inscrito en la percepción de la cotidianidad y el sosiego pervertido, de nuevo, por el temor y los fantasmas exteriores. Con trazos de docudrama y una sistemática criminalista obsesiva y abrumante, ‘Zodiac’ bordea los límites de lo real para dejar a un lado la observación del asesino y centrarse en otra variedad de trastorno, la que provoca aquellas causas comunes de una asfixiante investigación policial, del metódico análisis de dos agentes y dos periodistas (magníficos Jake Gyllenhaal, Robert Downey Jr., Anthony Edwards y, sobre todo, Mark Ruffalo) inmersos en un caso en el que un sociópata aterrorizó a varios condados de California con una serie de asesinatos (sólo 5 de ellos confirmados, a pesar de que la leyenda hable de 37 homicidios), utilizando para ello peculiares criptogramas dirigidos a la prensa. Un hecho que le convirtió en uno de los asesinos en serie más mediáticos y populares de la historia negra de los Estados Unidos.
Es el tortuoso recorrido que Fincher propone, plasmando en imágenes el riguroso y detallista guión de un James Vanderbilt que basa su libreto en los libros de Robert Graysmith (protagonista real de los sucesos), un vehemente itinerario a la precisa reconstrucción de unos hechos forjados en imágenes con una absoluta y creíble aproximación a lo aconteció, a la épica de la investigación, al sinuoso viaje interior que experimentan los personajes.
Es ahí, en ése punto, en la obsesiva afectación de todos los implicados en el caso, donde inciden Fincher y Vanderbilt, antes que decantarse por el thriller de suspense. Como antítesis de ‘Se7en’, aquí la aureola sobrehumana y espiritual del asesino van mermando su interés, difundiendo su figura y enferma personalidad, en beneficio de la obstinación de aquellos que quieren encontrar la verdadera identidad de Zodiac, en una evolución investigativa que va diluyendo la verdad con la impenetrabilidad de un caso que se corrompe con la aparición de imitadores, de pistas falsas, de varias personas que, debido al alcance del acontecimiento, van asumiendo la misma identidad del célebre asesino. El misterioso Zodiac es llevado a los altares del ‘mainstream’ por culpa de los ‘mass media’, pues estamos ante el primer ‘psychokiller’ generado por la profusión mediática, un cazador humano con debilidad por el estrellato efímero, de contundente afán de reconocimiento y protagonismo. Pero para ello, Fincher, lejos de seguir los preceptos de la mecánica obsesiva que nutre cualquier guía genérica, licua todo protagonismo individual en la indeterminada burguesía de lo institucional.
Fincher compone de esta forma una categórica obra sobre profesionales que desempeñan su cometido hasta el límite, para plantear, más allá de su observación obsesiva de los personajes sobre los acontecimientos, que terminan por propagarse a los diversos registros expresivos del filme, una reflexión sobre la justicia que estipula la insolvencia de un régimen judicial negligente. ‘Zodiac’ es la demostración evolutiva de que Fincher radiografía como pocos, sin moralismos, enmudeciendo cualquier sermón final, una sociedad, bien sea la actual o la pretérita, que camina imparable hacia su autodestrucción. Estamos pues ante un trabajo quirúrgico, que aborda con mirada microscópica a sus personajes, sacando al exterior sus pesadillas interiores, de los que se pueden extraer una analogía establecida entre las coacciones y el miedo del pueblo ante Zodiac con la del paulatino desarrollo social implantado en las vidas de los americanos que vivieron aquellos turbios días.
David Fincher desarrolla una investigación lineal, dentro de una narración fragmentada, con saltos elípticos de fechas que simbolizan a la perfección las secuelas que va dejando en los protagonistas un caso irresoluble, sin requerir en exceso a los códigos habituales del ‘thriller’ actual. Es importante subrayar el cuidado con el que se emplea la materia con la que está confeccionando y asume la larga duración de la película, para evidenciar de este modo el paso de las dos décadas que pasan factura en los personajes y en la veracidad que va apuntando, paulatinamente, a uno u otro sospechoso. ‘Zodiac’ podría dividirse en dos partes; la cinta policial y periodística que persigue al asesino pertinazmente, hasta agotar las posibilidades y el ánimo de muchos involucrados que abandonaron el caso debido a la falta de coordinación de cuatro jurisdicciones policiales distintas supeditadas a la presunción de inocencia y una segunda parte, en la que se disecciona la obstinación enfermiza de un personaje por descifrar el misterio cuando ya carece de cualquier preeminencia mediática y popular. Ejecutando cada segmento con una precisa definición expositiva de detalles sobre los asesinatos, sobre sus derivaciones y sobre una figura a la que nunca vemos el rostro. Un enigma que, pese a tener posibles sospechosos, no encontró rostro para el criminal.
‘Zodiac’ funciona a varios niveles; como ‘thriller’ policiaco, como investigación periodistica con ecos del cine de género de los 70 y como retrato dramático de un hombre abocado a ceder ante la vulnerabilidad humana. Y todo gracias a una prodigiosa labor de dirección de un Fincher en estado de gracia, renunciando a cualquier atisbo de postmodernismo (ése que tanto se le reprochó en ‘Se7en’ o ‘Fight Club’), adaptando las situaciones y diálogos al realismo que evidencia la propensión a los planos estáticos, ajustándose a la contención estética y el vigor del montaje y sin apelar en ningún momento a la profusión de digresiones narrativas. Aquí no hay espacio para esos largos planos-secuencia digitalizados, ni para el ‘photogrammetry’. Fincher es consciente de ello y abandona su acostumbrada devoción por los cánones del ‘videoclip’ para demostrar una sujeción al clasicismo que ensalzan su perfecta definición de un objetivo visual que va en función de la acción argumentada.
Fincher es consecuente con la historia y sabe dotarla de la austeridad y sobriedad que atribuyeron gente como J. Pakula, Siegel, Friedkin o Lumet, entre otros; la narrativa se sustenta en la importancia del contexto social y en la veracidad de los espacios, el estilo visual, el tratamiento del entorno y la acción dentro de él, como un personaje más, que implica consideraciones que importan más que el ‘thriller’. Con esa recuperación de una época definida de forma tan escrupulosa y fiel, lo macabro subyace por debajo de la cotidianidad para descubrir, con perturbadora intensidad, el deterioro urbano, la crisis social, el miedo amenazante que va destruyendo la inocencia de los personajes, meros símbolos del creciente pesimismo cultural de la época de pesimismo tras la guerra de Vietnam, el origen del periodismo de masas, el final del sueño ‘hippie’ y los asesinatos de Charles Manson y, precisamente, la repercusión popular que tuvo Zodiac en la nación.
Un ejemplar trabajo que cuenta, curiosamente, con la excelente partitura de David Shire, compositor, entre otras, de ‘La conversación’, de Coppola, y ‘Todos los hombres del presidente’, de Alan J. Pakula, películas con las que ‘Zodiac’ tiene tanto en común. Fincher ha vuelto a dejar claro su condición de director con cualidades que exceden, con preeminencia aplastante, lo que se viene elogiando en el cine actual (entre los que él mismo podría incluirse), para ofrecer una obra de esas en las que el cine se ratifica en su condición de arte con esta demostración de suficiencia en la brillantez propia de un genio para narrar su historia con la misma precisión que unos archivos policiales. Una película, desde hoy, convertida en un clásico del cine moderno.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

martes, 29 de mayo de 2007

Álex de la Iglesia rodará 'La Marca Amarilla'

No se trata de un rumor, si no de una noticia consolidada de primera mano por el propio implicado.
Si todo sigue su curso y los astros se confabulan en su orden lógico, Álex de la Iglesia llevará a cabo la adaptación cinematográfica de ‘La marca amarilla’, una de las obras maestras del Noveno Arte creadas por el mítico Edgar Pierre Jacobs. El cineasta, que última el montaje de la esperada ‘Los Crímenes de Oxford’, se hará cargo de trasladar las aventuras del maestro belga en el antológico enfrentamiento de Blake y Mortimer contra el infame coronel Olrik y el científico loco, el profesor Septimus. La fabrique du films, productora francesa que estuviero presente ya en ‘800 balas’, ‘Crimen Ferpecto’ y ‘Los crímenes de Oxford’ serán los encargados de producir este clásico de la narrativa dibujada francófona.