¿Qué puedo escribir sobre esto, que no haya escrito ya...?
martes, 12 de junio de 2007
lunes, 11 de junio de 2007
Papel higiénico, accesorio vital para la Humanidad poco reconocido
Esta misma mañana, cuando he acabado de hacer de vientre, llevado la curiosidad sobrevenida por una absurda pregunta que me he hecho en el váter, he investigado de dónde proviene el papel higiénico y en qué año se descubrió. Un tema escabroso por lo excrementicio de su funcionalidad, pero relevante por su importancia dentro de nuestras vidas.
Fue en 1890 y casualmente lo lanzó al mercado Scott, la empresa de los perritos esos tan monos que sirven de guía a los invidentes. También se comenta que en la Antigua Roma se utilizaba una esponja atada a un palo que se usaba para estos menesteres y luego se enjuagaba en un cubo de agua de mar. Debía ser una chabacanería escatológica porque, por supuesto, se compartía sin ningún pudor. Imaginadlo por un momento.
Escarbando en estos particulares anales (referido a la Historia, no vayamos a pensar mal), en 1391 los emperadores chinos ya ordenaron la fabricación de hojas especiales para el baño, de 0,5 x 0,9 metros de longitud, que iban aprovechando dependiendo de la cantidad evacuada y de los estigmas fecales adheridos al lugar donde la espalda pierde su nombre, mientras que los colonos norteamericanos prefirieron las mazorcas de maíz hasta bien entrado el siglo XVIII. Todo ello, muy lejos del papel actual fabricado con diversos tratamientos para obtener los tres tipos de pasta con los que se confeccionan; la química (tratamiento químico), la mecánica (desintegración/raspadura) y las intermedias o CTMP (tratamientos mecánicos, químicos y térmicos sucesivos).
Por eso, amigos, hay que pensar en lo venturosos que somos y la suerte que tenemos al contar con este importante accesorio para la higiene dentro de nuestro día a día. Un complemento de baño convertido en elemental, sí, pero relegado a la desatención por la regularización cotidiana que ha convertido al papel higiénico en otro pilar de comodidad asumida.
En el fondo, somos unos privilegiados y no nos damos cuenta.
jueves, 7 de junio de 2007
Review 'Pirates of the Caribbean: At World's End'
Tecnología digital, propósito comercial y anti-épica
Verbinski firma una tercera parte de estos piratas caribeños donde se ha perdido la frescura primigenia y sólo importa el espectáculo visual más allá de cualquier coherencia argumental y aventurera.
Cuando el todopoderoso productor Jerry Bruckheimer unió sus fuerzas al director Gore Verbinski con el inicio de la saga ‘Piratas del Caribe’, el género de aventuras de bucaneros y galeones se vio vivificado con un acertado tanteo postmoderno que mezclaba el más genuino clasicismo genérico con los preceptos de las superproducciones infalibles en taquilla. El resultado se saldó con una película contundente en sus propósitos y aspiraciones, de convencidas habilidades, en la que destacaró su categórica elocuencia y su imaginería, intrascendencia argumental, su inspirada cadencia rítmica y su desparpajo a la hora de actualizar los términos de aventura del pasado, sabiendo manejar sus defectos para transformarlos en virtudes. Por supuesto, el rotundo éxito, hizo que esta primera cinta se convirtiera, por arte de magia, en una saga formada por tres cintas uniéndose así a la desdeñable moda de las trilogías. Su segunda muestra, ‘El cofre del hombre muerto’ no fue todo lo desastrosa que uno podía esperar, ya que logró reunir algunos de los mejores elementos de su predecesora, como la comicidad física y el explosivo espectáculo que recurría a los efectos digitales para suplir las carencias argumentales y narrativas, pero sin la gracia de su primera función, aportando, eso sí, algunos instantes de júbilo aventurero sin ni siquiera justificar su propia existencia.
Siguiendo estos mismos cánones, su tercera (y esperemos que última) entrega titulada dentro del título originario ‘En el fin del mundo’ se rige por esa actitud de superflua continuación que prevaleció después de su estupendo origen de aportar, cuánto más mejor, un espectáculo lleno de fuegos de artificio. Tanto Verbinski como Bruckheimer eran conscientes de que había que rodar una tercera por encima de muchas cosas. Entre otras, de si había una buena historia o no. Y es que esta tercera entrega es una paradigmática muestra de reducción creativa al mínimo esfuerzo por parte de sus guionistas, Ted Elliott y Terry Rossio, cuyo esfuerzo es inapreciable en su reinvención del subgénero, dejándose llevar por las actuales directrices de las terceras partes; es decir la de la consecución de un paupérrimo producto de entretenimiento donde vale cualquier mecanismo si el resultado es la mínima eficacia en sus habilidades comerciales. Por ello, no dudan en surtir el nuevo episodio de aventuras con la esperada profusión de nuevos y viejos personajes, agotando el histrionismo de un rol principal que se ha convertido en una caricatura de sí mismo y donde no falten ni la tópica subtrama romántica, ni la titánica exuberancia de efectos digitales que aderecen todo tipo de carencias visible en una saga que, definitivamente, se ha perdido en sus ínfulas taquilleras.
Este final de fiesta en alta mar patentiza, de entrada, la creciente sensación de agotamiento que acompañan las aventuras de ese otrora sugestivo jeta vividor con amaneramiento llamado Jack Sparrow, al que acompañan la moralista y atrevida Elizabeth y el pazguato desaborido con complejo de huérfano llorón William Turner. Por supuesto, no se duda en recurrir al villano de la primera entrega, el Capitán Barbosa, que se une a la tripulación de Sparrow con el desesperado objetivo de salvarle del Limbo Infernal para reestablecer el orden marítimo de los piratas, amenazado por El Holandés Errante y Davy Jones, que actúan bajos las órdenes de la Compañía de las Indias. Es el pretexto de un argumento que se desenvuelve entre diversos caminos, sin un rumbo fijo, de forma acrobática y de serial piratesco, donde el énfasis por seguir los propios intereses de cada personaje hacen que el vaivén de posiciones en torno al cofre de Jones y la llave que lo abre, los correctivos contra maldiciones fraternas y traiciones varias acaben resultando, además de una maraña sin interés ninguno, un enloquecido guión determinado por sus excedencias de enmarañada exposición.
A lo largo de casi tres horas, donde caben todo tipo de ofrendas sin cohesión; desde el surrealismo psicodélico, a ese arranque ‘carpenteriano’ de tintes asiáticos de bajos fondos, al cine fantástico con aires mitológicos, al spaghetti-western descarado y sin complejos o la no menos inquietante recuperación de Jack Sparrow inmerso, poco menos, que en un purgatorio a medio camino entre ‘Matrix’ y ‘El Show de Truman’... Todo procura ser ofrecido al público como un espectáculo visual abrumante, determinado por el barroquismo al que se aproximan en esta ocasión las imágenes de un ostentoso producto de fastuosas pretensiones no tanto artísticas como comerciales. Pero en su desarrollo desmedido, Verbinski y sus guionistas lo único que consiguen es conferir a este mediocre filme un universo errático, sin atisbos de ningún soporte arquetípico o heroico que bien demostraron en la primera parte y en algunos instantes de la segunda, reiterando errores pasados y, lo que es peor, perdiendo la frescura y el carisma con que se concibió la saga.
Sólo en su último tramo, esta tercera parte de ‘Piratas del Caribe’ pone las cartas sobre la mesa y se destapa como lo que es; una superproducción de envidiable recreación digital en el que predomina el mismo histerismo tecnológico de un juego de ‘playstation’ (con esos planos imposibles recreados por ordenador en el duelo final de Jones y Sparrow), por encima de cualquier atisbo de congruencia épica, parodiando el género y olvidando, por momentos, la credibilidad de sus pilares primigenios. Un delirio en el que cabría destacar la extraordinaria partitura creada por Hans Zimmer (o sus ‘negros’, vaya usted a saber), el fantástico cameo de Keith Richards y la interpretación, a niveles muy superiores de los que le rodean, del mono de Barbossa que se llama Jack.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007
lunes, 4 de junio de 2007
Cuando Fritz desencontró a Marlene
“Esta película fue concebida para Marlene Dietrich. Ella me gustaba realmente. Quería escribir una película de ‘saloon’ con una historia sobre una mujer ya madura pero muy deseable y un viejo pistolero que no es tan rápido a la hora de desenfundar. Así que construí esta historia. Sin embargo, a Marlene le molestó pasar a una categoría de madurez que ella no asimilaba. Se creía la estrella de juventud que ya no era y se alió con actores para ir en contra de otros actores, de mí... hasta que el rodaje se hizo poco menos que insoportable. Estaba todavía bajo la influencia de Sternberg y decía “Oh mira, Josef hubieras hecho esto así” o “Esto Josef lo habría hecho mejor”. “Fantástico”, le decía yo, “pero yo soy Frizt Lang y ésta es mi película”. Quizá fue algo ambicioso al pretender trabajar con ella. Creo que nunca tuvo la suficiente confianza en mí… Y al acabar la película, jamás volvimos a cruzar una palabra”.
(Fritz Lang sobre su filme ‘Rancho Norotious (Encubridora)’, de 1952).
viernes, 1 de junio de 2007
El esperado regreso
La semana que viene... comienza el rodaje de la cuarta parte de las aventuras de Indiana Jones.
miércoles, 30 de mayo de 2007
Review 'Zodiac'
Quirúrgica y obsesiva demostración de talento
‘Zodiac’ es un riguroso trabajo que aborda con mirada microscópica a unos personajes llevados al extremo. Fincher prefiere acercarse a la obsesiva afectación de todos los implicados en el caso antes que decantarse por el ‘thriller’ de suspense.
Para David Fincher, ‘Se7en’ supuso la consecución de un éxito en varios aspectos; no sólo en la espléndida acogida que tuvo por parte de crítica y público, sino que, además, significó el afianzamiento de un estilo propio, sustentado en su portentosa y muy personal capacidad fílmica a medio camino entre la fascinación visual modernista, la narrativa clásica y el vibrante ejercicio de metodismo que logró modernizar las costumbres del cine negro y reinventar el ‘thriller’ psicológico, máxime cuando Jonathan Demme parecía haber establecido las bases renovadoras del género unos años antes con ‘El silencio de los corderos’.
Fincher concedió con ‘Se7ven’ una película impecable, donde la tensión visual y narrativa, de forma implícita, formulaban una subyacente reflexión de fondo en la que el desasosiego de una sociedad infectada por el miedo, cruel y umbría, tenebrosa y obsesiva, se enfrentada a la amenaza más cruel al que puede enfrentarse la sociedad: el propio ser humano. La personalidad de Fincher, desde entonces, bien sea en la hoy en día debilitada ‘The Game’, en la enardecida y magistral ‘Fight Club’ o en la menos apreciada pero interesante ‘Panic Room’, ha seguido fomentando aquel espíritu analista acerca de los miedos inherentes al hombre. Un director que ha conseguido despojar a su cine de excusas y coartadas propias de los géneros que ha abordado, haciéndose muy difícil cualquier consideración sobre sus oscuros valores sin prescindir de una incuestionable y particular sordidez.
El nuevo filme del cineasta ofrece una visión paralela a ‘Se7en’, sugiriendo de nuevo el mal como atracción por lo desconocido inscrito en la percepción de la cotidianidad y el sosiego pervertido, de nuevo, por el temor y los fantasmas exteriores. Con trazos de docudrama y una sistemática criminalista obsesiva y abrumante, ‘Zodiac’ bordea los límites de lo real para dejar a un lado la observación del asesino y centrarse en otra variedad de trastorno, la que provoca aquellas causas comunes de una asfixiante investigación policial, del metódico análisis de dos agentes y dos periodistas (magníficos Jake Gyllenhaal, Robert Downey Jr., Anthony Edwards y, sobre todo, Mark Ruffalo) inmersos en un caso en el que un sociópata aterrorizó a varios condados de California con una serie de asesinatos (sólo 5 de ellos confirmados, a pesar de que la leyenda hable de 37 homicidios), utilizando para ello peculiares criptogramas dirigidos a la prensa. Un hecho que le convirtió en uno de los asesinos en serie más mediáticos y populares de la historia negra de los Estados Unidos.
Es el tortuoso recorrido que Fincher propone, plasmando en imágenes el riguroso y detallista guión de un James Vanderbilt que basa su libreto en los libros de Robert Graysmith (protagonista real de los sucesos), un vehemente itinerario a la precisa reconstrucción de unos hechos forjados en imágenes con una absoluta y creíble aproximación a lo aconteció, a la épica de la investigación, al sinuoso viaje interior que experimentan los personajes.
Es ahí, en ése punto, en la obsesiva afectación de todos los implicados en el caso, donde inciden Fincher y Vanderbilt, antes que decantarse por el thriller de suspense. Como antítesis de ‘Se7en’, aquí la aureola sobrehumana y espiritual del asesino van mermando su interés, difundiendo su figura y enferma personalidad, en beneficio de la obstinación de aquellos que quieren encontrar la verdadera identidad de Zodiac, en una evolución investigativa que va diluyendo la verdad con la impenetrabilidad de un caso que se corrompe con la aparición de imitadores, de pistas falsas, de varias personas que, debido al alcance del acontecimiento, van asumiendo la misma identidad del célebre asesino. El misterioso Zodiac es llevado a los altares del ‘mainstream’ por culpa de los ‘mass media’, pues estamos ante el primer ‘psychokiller’ generado por la profusión mediática, un cazador humano con debilidad por el estrellato efímero, de contundente afán de reconocimiento y protagonismo. Pero para ello, Fincher, lejos de seguir los preceptos de la mecánica obsesiva que nutre cualquier guía genérica, licua todo protagonismo individual en la indeterminada burguesía de lo institucional.
Fincher compone de esta forma una categórica obra sobre profesionales que desempeñan su cometido hasta el límite, para plantear, más allá de su observación obsesiva de los personajes sobre los acontecimientos, que terminan por propagarse a los diversos registros expresivos del filme, una reflexión sobre la justicia que estipula la insolvencia de un régimen judicial negligente. ‘Zodiac’ es la demostración evolutiva de que Fincher radiografía como pocos, sin moralismos, enmudeciendo cualquier sermón final, una sociedad, bien sea la actual o la pretérita, que camina imparable hacia su autodestrucción. Estamos pues ante un trabajo quirúrgico, que aborda con mirada microscópica a sus personajes, sacando al exterior sus pesadillas interiores, de los que se pueden extraer una analogía establecida entre las coacciones y el miedo del pueblo ante Zodiac con la del paulatino desarrollo social implantado en las vidas de los americanos que vivieron aquellos turbios días.
David Fincher desarrolla una investigación lineal, dentro de una narración fragmentada, con saltos elípticos de fechas que simbolizan a la perfección las secuelas que va dejando en los protagonistas un caso irresoluble, sin requerir en exceso a los códigos habituales del ‘thriller’ actual. Es importante subrayar el cuidado con el que se emplea la materia con la que está confeccionando y asume la larga duración de la película, para evidenciar de este modo el paso de las dos décadas que pasan factura en los personajes y en la veracidad que va apuntando, paulatinamente, a uno u otro sospechoso. ‘Zodiac’ podría dividirse en dos partes; la cinta policial y periodística que persigue al asesino pertinazmente, hasta agotar las posibilidades y el ánimo de muchos involucrados que abandonaron el caso debido a la falta de coordinación de cuatro jurisdicciones policiales distintas supeditadas a la presunción de inocencia y una segunda parte, en la que se disecciona la obstinación enfermiza de un personaje por descifrar el misterio cuando ya carece de cualquier preeminencia mediática y popular. Ejecutando cada segmento con una precisa definición expositiva de detalles sobre los asesinatos, sobre sus derivaciones y sobre una figura a la que nunca vemos el rostro. Un enigma que, pese a tener posibles sospechosos, no encontró rostro para el criminal.
‘Zodiac’ funciona a varios niveles; como ‘thriller’ policiaco, como investigación periodistica con ecos del cine de género de los 70 y como retrato dramático de un hombre abocado a ceder ante la vulnerabilidad humana. Y todo gracias a una prodigiosa labor de dirección de un Fincher en estado de gracia, renunciando a cualquier atisbo de postmodernismo (ése que tanto se le reprochó en ‘Se7en’ o ‘Fight Club’), adaptando las situaciones y diálogos al realismo que evidencia la propensión a los planos estáticos, ajustándose a la contención estética y el vigor del montaje y sin apelar en ningún momento a la profusión de digresiones narrativas. Aquí no hay espacio para esos largos planos-secuencia digitalizados, ni para el ‘photogrammetry’. Fincher es consciente de ello y abandona su acostumbrada devoción por los cánones del ‘videoclip’ para demostrar una sujeción al clasicismo que ensalzan su perfecta definición de un objetivo visual que va en función de la acción argumentada.
Fincher es consecuente con la historia y sabe dotarla de la austeridad y sobriedad que atribuyeron gente como J. Pakula, Siegel, Friedkin o Lumet, entre otros; la narrativa se sustenta en la importancia del contexto social y en la veracidad de los espacios, el estilo visual, el tratamiento del entorno y la acción dentro de él, como un personaje más, que implica consideraciones que importan más que el ‘thriller’. Con esa recuperación de una época definida de forma tan escrupulosa y fiel, lo macabro subyace por debajo de la cotidianidad para descubrir, con perturbadora intensidad, el deterioro urbano, la crisis social, el miedo amenazante que va destruyendo la inocencia de los personajes, meros símbolos del creciente pesimismo cultural de la época de pesimismo tras la guerra de Vietnam, el origen del periodismo de masas, el final del sueño ‘hippie’ y los asesinatos de Charles Manson y, precisamente, la repercusión popular que tuvo Zodiac en la nación.
Un ejemplar trabajo que cuenta, curiosamente, con la excelente partitura de David Shire, compositor, entre otras, de ‘La conversación’, de Coppola, y ‘Todos los hombres del presidente’, de Alan J. Pakula, películas con las que ‘Zodiac’ tiene tanto en común. Fincher ha vuelto a dejar claro su condición de director con cualidades que exceden, con preeminencia aplastante, lo que se viene elogiando en el cine actual (entre los que él mismo podría incluirse), para ofrecer una obra de esas en las que el cine se ratifica en su condición de arte con esta demostración de suficiencia en la brillantez propia de un genio para narrar su historia con la misma precisión que unos archivos policiales. Una película, desde hoy, convertida en un clásico del cine moderno.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007
martes, 29 de mayo de 2007
Álex de la Iglesia rodará 'La Marca Amarilla'
No se trata de un rumor, si no de una noticia consolidada de primera mano por el propio implicado.
Si todo sigue su curso y los astros se confabulan en su orden lógico, Álex de la Iglesia llevará a cabo la adaptación cinematográfica de ‘La marca amarilla’, una de las obras maestras del Noveno Arte creadas por el mítico Edgar Pierre Jacobs. El cineasta, que última el montaje de la esperada ‘Los Crímenes de Oxford’, se hará cargo de trasladar las aventuras del maestro belga en el antológico enfrentamiento de Blake y Mortimer contra el infame coronel Olrik y el científico loco, el profesor Septimus. La fabrique du films, productora francesa que estuviero presente ya en ‘800 balas’, ‘Crimen Ferpecto’ y ‘Los crímenes de Oxford’ serán los encargados de producir este clásico de la narrativa dibujada francófona.
viernes, 25 de mayo de 2007
Aniversario 'Star Wars': Tres décadas de magia y sueños
Es uno de los recuerdos más sólidos de mi infancia. No vi en cine el ‘Star Wars’ primigenio porque apenas tenía dos años. Pero llegué a tiempo para ver en cine ‘El Imperio Contraataca’. Año 1980. Cines Bretón. Salamanca. Asistí rodeado de mis primos en una de aquellas tardes especiales de cine familiar. Llegamos tarde, como siempre. Y nos tocó palco. Las sillas estaban avejentadas por el paso del tiempo. Eran incómodas, pero extrañamente cómplices de los sueños de toda una generación que pasó su trasero por su madera, confidente de pecados y delator de obsesiones cinematográficas.
Recuerdo haberme sentado y no poder ver en su amplitud la lona de aquel cine clásico hoy desaparecido. Era demasiado pequeño. Miraba a mis primos disfrutar atónitos de lo que acontecía en pantalla. Así que me levanté y me arrimé al balcón, levantando mi mirada a la amplitud del patio de butacas. Y así vi la película. De pie, aferrado con las manos al balcón, descubriendo un cine imprevisible, un espectáculo de sensaciones, absorto ante aquellos efectos especiales nunca vistos hasta el momento, asimilando todo un género multidisciplinario de tan amplio nivel popular. Absorbido por aquella experiencia dentro de la sociedad galáctica, ‘Star Wars’ irrumpió en mi vida de tal manera como lo hizo en la iconografía cinematográfica colectiva, pasando a ser una auténtica y genuina seña de identidad generacional que formaría parte de la cultura popular.
Más allá del ulterior embeleso, de las figuras y juguetes con los que jugar, de la obsesión, del ‘frikismo’ anticipatorio, hubo una imagen que me impactó como nunca antes algo lo había hecho; se trata del momento en que vi por primera vez a Darth Vader, el Mal absoluto, el icono más emblemático de la Saga… Más allá de mi incapacidad por entender toda esa confluencia de aquellos géneros que estaba empezando a descubrir por entonces; el ‘western’, el cine bélico, los cómics, la ciencia ficción, el cine de aventuras… sobresalió el siniestro casco negro de Lord Vader y su alegoría perfecta del Lado Oscuro de la Fuerza. Tras aquella proyección, nada volvió a ser lo mismo. La diversión, la espectacularidad visual, la infancia posteriormente perdida, la lucha entre el Imperio del Mal y los Jedis habían llegado a mi vida para permanecer por siempre en mi memoria, en mis recuerdos, en mis preferencias, en mis influencias...
Por eso, treinta años después, le doy las gracias a George Lucas por establecer un punto de referencia, por hacer soñar a aquella generación y a todas las venideras. Felicidades por tres décadas de magia y evocaciones.
Estas son las líneas que he escrito exclusivamente para el gran Noelio y su imprescindible blog ‘El Emperador de los Helados’, donde se han incluido los muchos y buenos recuerdos de los lectores habituales de esta página en uno de los más nostálgicos y entrañables homenajes en lengua castellana que se pueden hacer en una fecha tan señalada como la de este 25 de mayo a la Saga Galáctica.
Por eso, hoy más que nunca: "Que la Fuerza os acompañe".
La política debería ser así
Faltan sólo dos días para que materialicen las elecciones autonómicas y municipales. Estamos a punto de ver finiquitar esa ardua y aburrida campaña electoral, donde el ciudadano queda extenuado de tanto cruce de declaraciones y acusaciones por parte de aquellos que intervienen en beneficio propio dentro de las cosas del gobierno y negocios del Estado. Procedan de la orientación ideológica que procedan, esta sistemática farsa de intereses individuales que es la política genera una creciente disyunción del electorado frente a los programas presentados por los partidos y frente a una vulgar clase política y su forma de entender utilitariamente un gobierno que, en general (por no decir en su totalidad), apesta cada día más debido a su incoherencia y a su paulatina conversión en un circo del absurdo.
Por ello, no estaría mal que nuestros concejales, candidatos y aspirantes a chupar del bote social tuvieran a bien espectacularizar un poco las sandeces que enumeran caracterizadas por una total falta de credibilidad con algo de diversión que acompañe a sus palabras. Como ya hacen en los países asiáticos a la hora de elaborar los parlamentos en sus debates televisivos, aunque sea en el terreno de los 'talk shows'. Tal y como desmuestra el vídeo de arriba. La cosa mejoraría. Por lo menos, dándole la seriedad y coherencia que poseen sus soporíferas arengas y soflamas.
Mi voto, por supuesto, sólo ingresará en las urnas cuando, en nuestro país, se lleve a cabo una concienciación de ideas lógicas como ya ha sucedido en Bélgica. Al fin y al cabo, eso debería ser la política.
jueves, 24 de mayo de 2007
Review ‘Curse of the golden flower’
Estético espectáculo folletinesco
Zhang Yimou cierra su trilogía ‘Wuxia’ con un empalagoso culebrón de exuberante superficialidad y grandilocuencia en la que destaca su profusa visión de la belleza manierista oriental.
Desde que Zhang Yimou abandonara el cine de autor y se subiera al carro de la exhibición fastuosa del ‘wuxia’ con ‘Hero’ y ‘La casa de las dagas voladoras’, en esta nueva etapa de épico estilo netamente asiático, el director de ‘La semilla del crisantemo’ o ‘Sorgo rojo’, parece haber agotado sus ideas en un género caracterizado por la incursión de artes marciales, luchas con katana y espectáculo coreográfico. Un género que han utilizado mejor por otros cineastas como King Hu, Chang Cheh, Tsui Hark e incluso Ang Lee. En su reincidencia genérica. Yimou cierra así su trilogía ‘wusia’ con otro viaje histórico centrados en los reinados imperiales. Esta vez en la China del Siglo X, donde la dinastía Tang, en vísperas de Festival Chong Yang, se descompone con la llegada del emperador y sus oscuras maquinaciones por mantener su arrogante y dictatorial forma de llevar el Imperio bajo la amenaza de una familia disfuncional que esconde profundos secretos.
Basada en una obra teatral de Cao Yu, todas estas encrucijadas palaciegas y confidencias familiares de aires fatalistas; incestos varios, traiciones patriarcales, intrigas palaciegas, felonías domésticas, ardides y pasiones se configuran como elementos que se corresponden con los de cualquier telenovela barata de sobremesa. Y, básicamente, ‘Curse of the golden flower’ es eso. Un operístico y ostentoso folletín que aspira llegar a los términos de una tragedia shakespeariana, pero sin la lucidez necesaria, debido, en gran parte, a la opacidad de sus personajes y a la retahíla de eventos melodramáticos, expuestos con absoluta superficialidad y grandilocuencia por parte de Yimou. La pretensión del cineasta chino es la de sublimar las emociones de una historia de apuntes épicos y románticos. Lejos de esto, queda una crispante sensación de insípido culebrón de soterrado dramatismo que cae, sin quererlo, en el sainete dinástico, en la incuria argumental, envuelta, eso sí, en un embalaje estético afectado de profuso preciosismo, donde sobresale el majestuoso diseño de producción, el recargadísimo vestuario, la sugestiva fotografía de Xiaoding Zhao o la fervorosa música de Umebayashi.
‘Curse of the golden flower’ es un dispendio de sensaciones visuales que se autorecrea y abusa del boato y el embellecimiento de cada plano, de cada encuadre, con una precisión que a veces bordea lo exorbitante. El resultado es una forzada belleza y milimétrica precisión en sus ínfulas manieristas de fluctuante encanto a la vista. Con estética de discoteca de diseño, de puticlub de ornamento chino, de viaje psicodélico colorista, el filme de Yiomu es un chute de sobreabundancia cromática extraída de un fascinante calidoscopio con colores de piruleta infantil. De ahí que más allá del interés que pueda suscitar el reencuentro del director con su musa y ex mujer Gong Li (que no logra transmitir con vehemencia lo mucho que sufre –tampoco lo hace en su función de pérfido emperador Chow Yun-Fat -) o de esa abrumante orfebrería de colores y escenarios, quede la sensación de frialdad e impersonalidad de un conjunto que malogra la opción de utilizar los elementos identificativos del ‘wusia’. Yimou prefiere la historia trágica que la acción, insertando los momentos de lucha coreográfica con calzador, sin que poco o nada tenga que ver con el peñazo sumamente largo y de acentuado carácter melodramático que al realizador interesa.
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