jueves, 8 de febrero de 2007

Review 'Apocalypto'

Salvajismo y antropología tribal
Mel Gibson propone un fascinante viaje a la cultura maya marcado por su desarrollo como trepidante ‘thriller’ de acción, cuya intensidad aumenta progresivamente en un filme de belleza sin adulterar.
Antes de su estreno estadounidense, ‘Apocalypto’, la última y controvertida película del director de ‘Braveheart’ y mito del cine comercial de los 90 Mel Gibson, ya había generado muchísima polémica. Primero, porque ser arrestado por conducir ebrio en una autopista de la costa del Pacífico, en el área de Malibú. Segundo, porque, también bajo los efectos del alcohol, al actor y director se le escapó una diatriba antisemita registrada por los ayudantes del sheriff del condado de Los Ángeles en las que señalaba a los judíos como los responsables de todas las guerras en el mundo. Por último, ante los preestrenos sudamericanos de este último filme, los comentarios orientaban sus críticas hacia un solo punto que la definieron como “sangrienta”, “adulterada” y “parcial”, lo que ha polarizado al público latinoamericano, cuyos habitantes suelen mostrar en algunas ocasiones un naturalizado patriotismo, especialmente cuando los foráneos hablan de su cultura y orígenes. También la extrema violencia de esta producción rodada íntegramente en idioma maya, ha levantado ampollas en países como Italia, centro del catolicismo e hipocresía internacional respecto a la religión y las buenas formas, donde se ha llegado a pedir a la distribuidora Eagle a invitar a las salas cinematográficas a desalentar o desaconsejar la presencia de menores de edad acompañados en las salas donde se proyecte ‘Apocalypto’.
Lejos de toda polémica, el verdadero espíritu de un filme como ‘Apocalypto’ se sitúa en la libertad a la hora de adoptar un material histórico que ningún otro cineasta estaría dispuesto a tratar dentro de una industria adulterada desde sus erróneos preceptos con los que se define el ‘cine de autor’. Gibson, como director, tiene un extraño prurito por las grandes producciones, por emprender colosales rodajes que dan rienda suelta a sus excesos, bien sean argumentales o presupuestarios.
Su empeño en centrarse en una civilización misteriosa y salvaje como la de los Maya y ambientarla como un ‘thriller’ trepidante, cuya intensidad aumenta progresivamente, fruto de la imaginería y de la pura emoción, aportan a Gibson una marginalidad casi homérica dentro del cine comercial actual. Por eso ‘Apocalypto’ es una película que no responde a ninguna independencia externa, una cinta de ‘autor’ que escapa a las pautas preconcebidas por Hollywood, eximiéndole esta actitud de cualquier atadura comercial, desafiando y provocando, infundiendo a su obra un toque romántico de libertad y fascinación.
Partiendo de esos términos, el filme se presenta como una experiencia cinematográfica insólita y extravagante, emplazada en plena decadencia de la cultura Maya, un periodo donde el hambre, las plagas y las incesantes guerras, hicieron que una de las civilizaciones más poderosas de la Época Precolombina se viera avocada al fracaso. En ese sentido, Gibson escarba en los motivos que llevaron a una sociedad de extraordinario poder a la autodestrucción, dejando a la colonización española en un lugar de privilegio ante aquella sociedad devastada. La visión de Gibson no se centra, por tanto, en la perspectiva antropológica de aquel mundo azteca, ya que combina libremente espacios, sucesos y tiempos de forma anacrónica, sino que da preeminencia a su obstinación por narrar una poderosa cinta de acción donde el frenesí y el enardecimiento de sus situaciones límite son capturadas en cada secuencia con una destreza sobresaliente, dejando que fluya en el subfondo de la historia de supervivencia, una representación social que, más allá de creencias o formas de vida antiquísimas, expone en qué medida se priorizan los intereses personales respecto a los colectivos.
Mediante la parquedad de diálogos (en versión original hablado en maya yucateco) y una estética naturalista y selvática fotografiada por Dean Semler, en la imaginería fantástica, aquella que sitúa la creencia por encima de los dogmas, es donde Gibson, junto a Farhad Safinia, ha pretendido narrar su particular visión de la tortuosa odisea de un hombre que se ve arrastrado a un viaje de terror motivado siempre por el amor a su familia, el instinto de supervivencia y el regreso a sus raíces.
Una historia en la que Gibson escapa en todo momento a la disertación existencialista, pero sin olvidar los aspectos biológicos y sociales del pueblo maya, su entorno brutal y salvaje. A pesar de las críticas negativas que apuntan al ensañamiento de la violencia por encima de las virtudes de los pobladores de aquel salvaje contexto, se da por hecho, en el momento en que se observa una sociedad organizada como la que muestra el cineasta, con sus jerarquías sociales (esclavos que excavan en las minas de piedras, comercian en mercados y tienen organigrama político) y su socialización manifiesta, que índoles como las matemáticas, la astronomía y la arquitectura, factores culturales por los que se caracterizó el pueblo maya, se complementaban con su sed de sangre, en una sociedad víctima de sus propias creencias.
De ahí, ese sacerdote en lo alto de una pirámide ofrece a Kuhkulkán el corazón de los prisioneros, mientras otro monje les corta la cabeza arrojándolas escaleras abajo, donde un gentío exaltado la recoge de forma coreográfica para posteriormente clavarla en lo alto de una pértiga. Un atroz ejercicio que simboliza la grafía tribal, donde el sacrificio humano era necesario para el equilibrio del universo que sólo es alcanzado cuando finaliza un eclipse solar sacia la sed de sangre de un pueblo atemorizado por sus dirigentes. Son los peligros de la veneración religiosa llevada al extremo, de la superstición, profundamente arraigada lo largo de la película (desde los rituales para paliar la infecundidad de uno de los protagonistas hasta la aparición de esa niña enferma que lanza un maleficio según pasan los invasores o la demostración de ‘Garra de Jaguar’ de su mimesis animal en el bosque).
El director australiano es un maestro a la hora de sistematizar en imágenes la violencia de una forma naturalista, cercana al dolor físico, capaz de atravesar el sufrimiento a través de la pantalla, como hiciera en ‘Braveheart’ y, sobre todo, en la más que fallida ‘La Pasión de Cristo’. En los filmes del director y actor australiano la violencia (sin escatimar en sangre, brutalidad y vísceras) se manifiesta en esta ocasión en un duelo donde los pueblos, a lo largo de la historia, son capaces de institucionalizar recompensas y puniciones mediante sus entidades políticas, religiosas y sociales, contra las cuales sólo existe la posibilidad proteger la propia vida y lo personal del modo que sea, como desfavorable testimonio de sacrificio e independencia, apelando con fuerza a nuestras vidas contemporáneas.
‘Apocalypto’ es una fábula visceral, de abrupta provocación y dolorosa belleza que aboga por el desagradable (pero poético) impresionismo de una acción que ofrece, de forma clara y explícita, la crueldad y falta de moral que imperaba en tiempos de relevo de civilizaciones, cuando la feroz decadencia humana se alimentaba de una y era sustituía por otra. Donde todo final es asimismo un nuevo comienzo no por ello mejor.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

miércoles, 7 de febrero de 2007

Indy IV: Ya hay fecha de estreno

Vayamos marcando nuestros calendarios y nuestras agendas. Ése será el día en que desempolvemos la nostalgia. El día en que el cine del S. XXI vuelva a los 80. El día que todos los que creemos en los mitos nos dejaremos llevar por el subjetivo ensueño de un personaje que nos ha marcado...

Viggo Vs. Pedro

"La verdad es que me cuesta entender como un director con tanto talento y más premios ganados que Buñuel como es Almodóvar pueda consistentemente faltarle respeto a la Academia y al público español, que tanto cariño y reconocimiento le han dado a través de los años. En vez de volver ha elegido la mala educación. Los que tuvimos la suerte de poder y querer ir lo pasamos muy bien. Espero que Pedro, gran veterano internacional de tales ceremonias, también lo haya pasado bien en su fiesta privada, y que le haya complacido su más reciente triunfo".
Fragmento de la carta de Viggo Mortensen publicada en Percebal Press
Fuente: El País.

martes, 6 de febrero de 2007

FITUR y los que dominan el mundo

La semana pasada pude asistir, en calidad de visitante profesional, a la 27ª Feria Internacional de Turismo de Madrid (Fitur), uno de esos artilugios propagandísticos dentro de un medio tan arraigado a la economía mundial como es el turismo.
Estudiando la situación como visitante primerizo me llamó poderosamente la atención de qué manera funciona este magno acontecimiento. Si uno se fija bien, existen dos clases de personas que pueblan con Fitur los dos días dedicados al profesional; primero, están aquellos que van a trabajar, a dar el callo y a sudar con su esfuerzo y sacrificio, buscando una recompensa en forma de dinero extra que apoye sus humildes capitales domésticos. Todos los elementos humanos necesarios para que funcione como un engranaje de relojería. Paradójicamente, son las personas que poco o nada tienen que ver con el sector. Es decir, los operarios que montan los miles de ‘stands’, electricistas y técnicos, gente del servicio de limpieza, azafatas, modelos, agentes del orden público, de seguridad, los que reparten publicidad, cocineros, camareros… Es decir, esa multitud que da vida a la masiva logia turística internacional.
Luego existe el fenómeno que más llama la atención; todos esos hombres y mujeres que dominan el mundo, los directivos, los jefes de ventas, los comerciales, los sénecas del oficio… curtidos en mil batallas, habituados a dar mucho dinero a sus empresas y mover con cognición los hilos convenientes en el momento oportuno. Al fin y al cabo, son una fauna a estudiar. Al fondo de cada pabellón, estos dirigentes ríen a carcajadas, comen jamón, beben en cantidades similares a las de un ‘hooligang’ antes y después de un partido de Inglaterra, se funden en toda clase de abrazos institucionales y viven al máximo (y desde primera hora) toda clase de fiestas en ‘petit comitè’, donde no faltan lujosos canapés, ni excesos varios y que, a buen seguro (dado la sensible reducción de personas en su segundo y tercer día), acaban el día con salidas nocturnas, infidelidades matrimoniales y amaneceres faroleros.
Sin embargo, todas esas fiestas no son más que la excusa ideal y perfecta para cerrar negocios, para que patronatos y empresarios conciban nuevas concepciones y estrategias que reporten los acariciados beneficios corporativos. Así funciona el mundo. Mientras los dóciles empleados más humildes de estas empresas se aplican con esfuerzo en las maratonianas jornadas de la feria con la única finalidad de hacer relaciones públicas, otros, en la sombra del poder, se autocomplacen, divierten y sobrecargan su colesterol rubricando posibles negocios, consolidando así la imagen corporativa en una de las muestras turísticas más importes del mundo. Por supuesto, las inversiones en estas ferias se saldarán con cuantiosos éxitos por encima de los costes que genera montar un ‘stand’. Eso sí, no hay que olvidar que el contacto humano es y será parte importante del negocio y, sin duda, Fitur concentra muchas oportunidades por metro cuadrado.
Existe un tercer grupúsculo, aquellos que, incluso con su maleta en mano y cargados con bolsas de publicidad, excavan hasta el más recóndito rincón de Fitur para hacerse con todo tipo de souvenirs de la Feria. Ajenos al ajetreo empresarial, su propósito es llenar estas bolsas de recuerdos, de pasar un día en una feria de muestras; que si caramelos, que si llaveros, que si apilo unos cientos de catálogos, que si una camiseta, que si puedo arrimarme a ver si cae algún pincho de jamón o un vaso de finito… Si es gratis, consumible o en forma de regalo, ahí es donde se apiña un considerable número de personas, esperando su oportunidad, sintiéndose parte de este gran circo internacional donde el turismo es fundamental. En cualquier caso, ellos mismos representan a esos visitantes que peregrinan, que viajan a lugares del mundo, aunque sea a un mastodóntico recinto donde 170 países y regiones están presentes. Así, Fitur congrega a 149.791 profesionales exhibiendo, 63.389 profesionales visitando, 11.419 periodistas siguiendo las novedades, un total de 81.402 expositores y casi 100.000 visitantes no profesionales. Total: 246.212 participantes en esta gigantesca maquinaria de promoción y negocio.

lunes, 5 de febrero de 2007

Scorsese, cada día más cerca

Este pasado fin de semana Martin Scorsese ganaba por su filme ‘The Departed’ uno de los premios más importantes en cuanto a recompensa de un director de cine en Hollwyood. Nada menos que el reconocimiento de sus propios compañeros de profesión, el ‘Directors Guild of America’, un galardón que vaticina (aunque no siempre con precisión) quién puede ser el máximo candidato a llevarse el Oscar de ese año. Puede que sea la oportunidad del gran maestro para ganar una de estas estatuillas. Sería un acto simbólico, pues al bueno de Marty no le hace falta tal prestigio de cara a la galería para ser reconocido como uno de los grandes directores clásicos de la Historia del Cine, que ya ha demostrado su calidad de preceptor con estilo propio dentro de la industria.
A Scorsese se le achaca que, durante los últimos años, haya ido descaradamente a por el Oscar. Algo que no es más que una superchería del falso erudito que añora la antigua filmografía del director italoamericano. Scorsese, en esta última etapa de su carrera, ha demostrado sus dotes como cineasta todoterreno, capaz de apuntalar depurados ejercicios de estilo y absoluta pericia, entre el clasicismo, el riesgo y la modernidad. Un hecho que le convierte en uno de los directores más imprevisibles del cine moderno ante sus siempre anunciados puntos de inflexión en una filmografía trufada de importantes obras que han ido adquiriendo su trascendencia a través de los años, incluidas aquellas despreciadas por ciertos sectores críticos, que han menospreciado cintas como ‘Al Límite’, ‘Gangs of New York’ o ‘El Aviador’. Y es que este año parece, si nada lo remedia, el que definitivamente podría dejar a Scorsese el Oscar que tanto anhela y merece por un filme, ‘The Departed’, que exuda esa directa inmediatez que provoca la sensación constante de disposición con la que el público se reubica en las continuas rotaciones de una narración espontánea y perceptiva.
Por supuesto siempre existe el escepticismo que hace romper las expectativas positivas, ya que se sabe que esto de los Oscar, desde tiempos inmemoriales, es un simple escaparate tan vacuo como absurdo. Si no, que se lo digan a Aldred Hitchcock, Orson Welles o Stanley Kubrick, genios reconocidos que no gozaron de la simpatía de la Academia de Hollywood y jamás ganaron un Oscar ¿Scorsese seguirá el mismo camino o ‘The Departed’ romperá el maleficio? La respuesta, la noche del 25 de febrero.

domingo, 4 de febrero de 2007

Zas!

Desde hace unos días no puedo desengancharme de esta frase. Recurro a ella como absurdo apóstrofe, utilizado en cualquier situación; sea cómica, de tono serio, en discusiones, en charlas con compañeros e incluso a un nivel profesional.
Peter Griffin rige muchos de nuestros destinos. Sólo que nosotros no lo sabemos.
Y... "¡Zas! En toda la boca".

miércoles, 31 de enero de 2007

Review 'Rocky Balboa'

A golpe de nostalgia
Lejos de la indulgencia con la recuperación de una saga, Stallone brinda la oportunidad de decir la última palabra a uno de sus personajes más iconográficos en un filme inesperadamente melancólico y enérgico.
Que Sylvester Stallone se haya vuelto a poner los guantes y subir a un ring dando vida a uno de sus personajes más célebres puede parecer, a simple vista, un denodado intento por reverdecer viejos éxitos. La gloria hace años que le dio la espalda. Pero en ‘Rocky Balboa’ se aleja de la secuela fácil, del oportunismo de saldo que muchos esperaban, convenciendo en su virtuosa apuesta por la palpitación y las motivaciones de un personaje que todavía tenía una última palabra que decir. Sylvester Stallone encamina este último viaje de Balboa hacia la desnudez emocional, la misma que ha concebido en una película que se presenta como la retirada definitiva de un mito del celuloide.
La nobleza de este aventurado desafío radica en la vinculación de la historiografía de Rocky Balboa con la nostalgia, exponiendo al que fuera indiscutible (anti)héroe como un abnegado hombre consumido en sus propios recuerdos, que no ha terminado de cicatrizar sus heridas internas (su esposa ha muerto y su hijo no quiere saber nada de él). Un hombre que vive del pasado y provoca compasión contando diariamente sus anécdotas de boxeador a los clientes de ‘Adrian’s’, el humilde restaurante que regenta. Pese a ello, sigue siendo una celebridad que aún posee un tenue fulgor en el presente, pues Balboa sigue siendo esa vieja leyenda con la que hacerse una foto si alguien se tropieza con él. El paso del tiempo no pasa en balde. Ni para el personaje, ni para Stallone, que parece no perder de viste en ningún momento esta actitud dentro de su entregada narración.
El boxeo ya no es lo que era, como el cine comercial del momento. Hollywood está viciado y agriado por el ostracismo de las productivas formulas actuales, por lo que ‘Rocky Balboa’ podría verse como un ejercicio de añoranza hacia una genealogía cinematográfica sofocada en el recuerdo, en la memoria de aquel cine de los 80 en el que Stallone era un dispositivo infalible para la taquilla. Y lo cierto es que, tanto en su guión sostenido en la simplicidad como detrás de la simple apariencia, el objetivo del filme va más allá del combate final de este viejo boxeador, ya que comprende, con contención, una perfecta representación de los propósitos de Stallone por intentar ofrecer un poco de toda aquella esencia perdida, de “dejar salir esa bestia” que el mismo Stallone llevaba dentro, como su rol, consiguiendo una película entrañable como adeudo para aquellos seguidores que no han olvidado su apagada estrella. Y parece ser que, haciendo caso a las cifras, muchos siguen siendo aquellos que echan de menos este tipo de cine y que aprecian, sobre todo, al propio Stallone, como limitado actor (aunque aquí esté en más de una ocasión más que brillante) más que como el director y guionista que una vez llegó a ganar un Oscar.
Treinta años después, ‘Rocky Balboa’, con un tono mucho más íntimo, certifica con una nobleza fuera de toda duda aquello que le convirtió en una parábola del crédito de superación que otorga la humildad, donde no faltan valores morales y el riesgo de luchar por lo que uno cree, desde la tradicional apostura del drama clásico hasta ahondar en el esfuerzo y pesar de sus personajes (como Paulie -Burt Young-), que ha aceptado la vejez de un modo más convencional), a través de su aburrida cotidianidad, de su apesadumbrada melancolía, de su desastrosa relación paterno-filial, de sus anhelos por volver a boxear. Stallone recupera, desde la dignidad, el respeto y el cariño a su personaje, el carisma del boxeador y su particular idiosincrasia, sin evitar el inapelable paso del tiempo.
Rocky vuelve a subirse al ring, arrastrando artrosis en su cuello, consciente de sus limitaciones, pero manteniendo un cuerpo aún con algo de potencia para combatir contra el campeón mundial de los pesados, en simbolismo de la pugna con el cine actual, lleno de efectos especiales, como ese combate virtual que incita a Rocky a meterse en un improbable pugilato de exhibición.
Sin grandes novedades, resulta meritorio de qué forma ha resucitado Stallone a su púgil en ‘Rocky Balboa’, haciendo emocionar a la platea en la apoteosis en ese ‘Gonna fly now’ de Bill Conti que rememora una época, una genealogía pugilística fílmica de una saga que, con todos sus errores, integran en su esencia algunos de los mejores momentos de cine de boxeo de la Historia, incluso saliéndose de esa delimitación. Stallone, además, solventa con cognición el impedimento de asentar el sentimentalismo en el boxeo.
No se trata de propagar un estilo, ni siquiera de enfatizar un guión bastante medido (algo desaprovechado en su último tramo), tampoco de ver la buena forma en que se encuentra su protagonista (aunque sea anabolizado), ni como un testimonio de poder por parte de Stallone. Se trata simplemente de la recuperación de un viejo compañero de viaje existencial al que el espectador no ha olvidado tras treinta años. De un icono que, en el ocaso, sigue ejerciendo identificación para con el público, la del honesto boxeador medio sonado que, en un alarde de humanidad, quiere ofrecer su última y trascendental lección.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

martes, 30 de enero de 2007

Curioso 'meme' literario

Un ‘meme’ es lo mismo que una cadena, pequeños cuestionarios a modo de preguntas o pequeños retos que se van enlazando paulatinamente hasta perder su sentido de respuestas y vínculos inconsecuentes. Cada ‘meme’ nace con la iniciativa de conocer un poco más a los autores que pueblan la blogesfera. Nunca he entendido la querencia por este tipo de juegos, pero me uno a ellos con alegría inmediata, respondiendo sin oponerme, porque, en el fondo, así me siento “uno más” cuando se forma parte de la cadena.
Como en la única ocasión en la que participé en un ‘meme’, la proposición de cadena me ha llegado a través de David Fernández, creador de esa imprescindible weblog que es ‘Aquí huele a azufre’.
El eslabón tiene el siguiente propósito:
1. Coge el libro más cercano que tengas, estés donde estés.
2. Lo abres por la página 123.
3. Buscas la quinta frase (que no línea).
4. Y escribes las tres frases que le sigan en tu blog.
5. Por último nominas a cinco personas para que hagan este juego.
>>Te equivocaste mamá. No había nadie. Sólo estabas imaginando.
>>Ahora no pueden hacernos daño mamá, estamos demasiado lejos para que nos encuentren.
>>Si no los vigilas siempre... siempre..., pueden venir a buscarte y encontrarte. Siempre están ahí, André... sólo que no puedes verlos.
‘Sed de sangre’.
(Robert McCammon).
Por supuesto, escindo la cadena y eximo a las cinco personas que me corresponden a seguir con esto, pero invitando a quien quiera a seguirla. Es divertido.

lunes, 29 de enero de 2007

XXI Premios Goya: Mejorando, pero...

Cuando hace dos años, en una horrenda y desventurada Gala de los premios de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión (ATV), el imprevisible José Corbacho tiró a la basura de forma simbólica la propia gala, aludiendo a que, de vez en cuando, hay que hacer un poco de ‘autocrítica’, debía tener asumido que presentar y dirigir una ceremonia como los Goya no es una empresa sencilla. Pues bien, Corbacho cumplió, pero no convenció. Su gala fue insulsa, rácana en espectáculo e imaginación. Sólo en alguno de los ‘sketchs’ parodiando las películas nominadas (en especial el sensacional de ‘Volver’) dejaron la impronta de estar ante algo un poco sugestivo.
El exceso de protagonismo concedido en todo momento a su propia figura fue el desliz más reseñable de, eso sí, una gala más amena que sus antecesoras. Un listón muy fácil de superar para el humorista catalán. Así, la gala, determinando su esencia a la fugacidad y la prontitud, transcurrió sin mucho margen para la concesión de ninguna novedad destacada. Empero, si por algo sorprendió Corbacho, por supuesto dejando a un lado sus escandalosos trajes y su carencia en el medido guión de sus míticos ‘hachazos’ (sustituidos por una amortiguada corrección política bastante vergonzosa), fue por esa inmoral depilación de cejas digna de esteticien de barrio.
Lo de que Pedro Almodóvar no se lleva bien con los Goya ha pasado a mejor vida. A su ausencia más que sospechosa en los Globos de Oro, llegó su exilio voluntario de unos premios que han cambiado la tradición de martirizarle despóticamente por la de otorgarle sin miramientos estatuillas inmerecidas. Si Corbacho no estuvo a la altura esperada (o al menos no a la que se espera de un ‘showman’ tan insurrecto como él), menos lo estuvo un palmarés repugnantemente parcial y arbitrario, indulgente y previsible. La voluntad de repartir ‘justamente’ todos los premios para que nadie fuera el gran derrotado es un oprobio a la ecuanimidad. Así, ‘Volver’ ganó cinco premios, ‘El laberinto del Fauno’ siete, ‘Alatriste’ tres, los mismos que ‘AzulOscuroCasiNegro’ o ese único Goya para ‘Salvador’, el de mejor guión adaptado… Y todos tan contentos.
Es lógico que, tras la decepción de no ver la película de Almodóvar nominada a los Oscars, no se le otorgara la cortesía de desagraviarle en su propio país. Tampoco hubiera sido "justificable" para la Academia premiar una película considerada ‘mexicana’ antes que ensalzar la reincidencia de Peeeedro en su temática endogámica; la rancia nostalgia geográfica, los vínculos familiares de tres generaciones de mujeres que simbolizan la veneración del director manchego a la feminidad y a la maternidad. Hasta en eso, el cine español sigue estancado en sus complacientes previsiones. También el trabajo de Penélope Cruz debía ser subrayado, ya que es (y puede que sea) la mejor interpretación de la actriz en toda su carrera.
Por lo demás, sobre el escenario desfilaron las estrellas más ‘guapas’ de nuestro cine, en su gran mayoría actrices de nuevo cuño con mermadas dotes interpretativas pero con atractivos dotes físicos (caso de Verónica Sánchez, Natalia Verbeke, Kirá Miró, María Valverde, Elena Anaya -que lució un ridículo modelito…-), completándose esta tendencia con otros ciudadanos del mundo del cine faltos de carisma para sostener una presentación decente, como el caso de Ray Loriga o Isabel Coixet.
Tampoco ayudó mucho la nueva presidenta de la Academia, Ángeles González-Sinde, que aburrió a las ovejas con su vetusta historia del cine español y su insulsez innata, situando su estúpida fábula en la Prehistoria, en las cavernas paleolíticas de pinturas rupestres, con sus coletillas inadmisibles para una guionista de su supuesta talla como “se lo juro por Dios” o “el tío de la linterna”… Hasta un párvulo de primaria puede redactar mejor una historia de semejante calado. Se echa de menos a aquella Marisa Paredes tirándose un vaso de agua encima mientras hablaba a la platea o a la grandísima Aitana Sánchez-Gijón, capaz de llenar un escenario con su simple presencia.
Corbacho estuvo fino cuando lanzó una de las pocas ‘puyas’ que le caracterizan, en el instante en que Dani Martín y Najwa Nimri, como si la cosa no fuera con ellos, oyeron de boca del maestro de ceremonias que se dejaran de tanto “tabaco de la risa”, sin saber (o sabiendo) que el premio a la mejor canción recaería en esa tipeja indigna que es Bebe (saliendo con una cámara de vídeo y demostrando, una vez, su encrespante descompostura).
También quedó claro cómo y de qué manera se la suda a la Academia el mundo del cortometraje. Si la semana pasada descubrimos que los cortos de Javier Fesser y Borja Cobeaga, nominados al Oscar en este apartado, no estaban en la incomprensible lista de candidatos al mejor corto de ficción de los Goya, el hecho de repartir a la vez el premio de esta categoría junto a los de mejor corto de animación y corto documental y hacer coincidir a los ganadores apiñados alrededor del atril, estorbándose unos a otros y víctimas de otro número de protagonismo de Corbacho y Santi Millán, deja claro que la fuente de talento es meada y escupida claramente por los que ya se consideran importantes, dentro y fuera de los premios. Otro desliz de guión que suponía la finalización de un particular ‘running gag’ al que se unió otro de similar corte por parte de Santiago Segura, el único que da siempre un poco de gracia a estos premios.
La cara de Ray Loriga cuando abrió el sobre de mejor guión adaptado y no leyó el nombre de Díaz Yanes por ‘Alatriste’ sino el de Luis Ascarazo por ‘Salvador’ también fue de lo más divertido. También resulto cuanto menos curioso que Antonio de la Torre, Quim Gutiérrez y Daniel Sánchez Arévalo agradecieran de una forma poética y hermosa, pero tan similar en su fondo y contenido que pareciera que el propio director hubiera escrito los tres discursos. Todo lo contrario que el singular agradecimiento de Carlos Benpar en plan ‘cherokee’ por su excelente documental 'Cineastas en acción'.
Como dijo el propio Corbacho “los espejos sirven para que cada uno se vea reflejado en ellos como quiera”. Una frase que sirve como metáfora condescendiente con la gala, con los premios, incluso con el propio cine español.
LO MEJOR:
- La presencia de todos y cada uno de los miembros candidatos a ‘El Laberinto del Fauno’; desde Guillermo Del Toro, a Guillermo Navarro, pasando por los actores, en especial esa niña ‘monstruo’, bilingüe y que da un poco de grima que es Ivana Baquero, creada para orar, agradecer premios y promocionar películas como nadie.
- La parodia de ‘Volver’ y ese primer falso premio en el que Corbacho disparó contra un supuesto ganador que se iba a extender en su discurso de agradecimiento.
- El maestro Juan Diego, compartiendo el premio con Juan Diego Botto.
- Un emocionado Tadeo Villalba (aunque viene siendo lo de siempre).
- Los vestidos y la elegancia de Verónica Echegui y Viggo Mortensen, respectivamente.
- Las ovaciones que recibió en todo momento Daniel Sánchez-Arévalo, el mismo que merecen los nuevos directores españoles con sus interesantes nuevas propuestas.
LO PEOR:
- La ignominiosa decisión de emitir la ceremonia con 30 minutos de retraso si esta vez no hubo teta de Paz Vega a lo Janet Jackson.
- La ausencia de Almodóvar.
- Corbacho cantando ‘Soy minero’ y piropeando a la Ministra Carmen Calvo, ensalzando su belleza, cuando es más fea que Picio.
- El vestido de la presidenta González-Sinde, diseño de David Delfín con frases del escritor Raymon Carver. Se nota que no lo tuvo en cuenta antes de redactar su discurso de los Goya.
- Que no hubiera ‘clips’ audiovisuales como los del año pasado.
- El dominio protagónico de Julio Fernández cuando Filmax recibe un premio, dejando al director de la película a un lado.

domingo, 28 de enero de 2007

Un paréntesis musical: La Tigresa de Oriente

Hace relativamente poco, gracias a la blogoesfera, descubrimos, con cierto estupor y algo de consternación, a Sotok, extraño artista con un ‘temazo’ debajo del brazo destinado a monopolizar la atención de los cazadores de momentos ‘freaks’ dentro de Internet. Poco después, sentimos la vergüenza ajena en nuestra propia carne de la mano del inigualable Delfín Quishpe, un ecuatoriano que tortura los oídos con una descomunal y espeluznante asimetría armónica.
Siguiendo sus pasos, con la emoción contenida de un momento sin igual, llega la ex maquilladora peruana Judith Bustos, más conocida artísticamente como La Tigresa de Oriente, una imposible mezcla de voquible musical de Tamara-Ámbar-Yurena y el físico a medio camino entre Aramis Fuster, Las Supremas de Móstoles y Reggina DoSantos, nos trae el sorprendente ‘hit’ ritmo de ‘cumbia selvática’ ‘Nuevo Amanecer’, la banda sonora de esta semana.