viernes, 15 de diciembre de 2006

Review 'Déjà Vu'

Pretérito imperfecto
Tras el descalabro de ‘Dómino’, Tony Scott logra con ‘Déjà Vu’ una cinta de acción frenética que tiene como atractivo la fusión de dos géneros como el cine fantástico de viajes temporales y el ‘thriller policiaco’.
Cuando se habla de Tony Scott los críticos de cine, entendidos o simplemente aquellos que se acercan de un modo neófito al cineasta etiquetado como “el hermano pequeño de Ridley Scott los términos que suelen monopolizar su definición suelen ser los mismos; montaje frenético, estética de videoclip, contexto publicitario, efectos pirotécnicos, opulencia fotográfica, planificación imposible, angulaciones improcedentes, plétora ruidista de cuidada sofisticación… En definitiva, un director propenso al exceso. Pero lo cierto es que Tony Scott, al contrario de esas detracciones que levanta su cine entre los más puristas, es un director dotado con un estilo propio, basado, eso sí, en los constantes filtros sincopados, en la búsqueda del encuadre abrupto, síntoma de una obsesiva predisposición hacia la abrasiva estética percutante. Para bien o para mal, su estilo ha determinado un estereotipo de cine imitado y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su forma, es todo un paradigma de honestidad hacia un género (el de acción) del que nunca se ha separado a lo largo de su filmografía. Algo que, desde el desconocimiento sin argumentación, suele generar imputaciones artísticas de lo más grotescas hacia su obra.
El recurrente término ‘déjà vu’ o paramnesia, la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación, sirve de excusa para un argumento a modo de puzzle que viene firmado por Terry Rossio (autor de los libretos de ‘Piratas del Caribe’) y Bill Marsilii. Lejos de la decepción sin sentido que provocó la existencialista vacuidad y ostentosa abundancia de la desilusoria ‘Dómino’, ‘Déjà vù’ arranca con brío y algo de riesgo, en los tiempos de corrección política y contención violenta en el cine de Hollywood, al patentizar con todo lujo de detalles dignos de una superproducción de Jerry Bruckheimer, la explosión de un Ferry en la bahía de Nueva Orleáns donde mueren 543 civiles por obra y gracia de un terrorista fanático. Por supuesto que la inevitable paranoia post 11-S se esconde detrás de cualquier voluntad de trascendencia, así como los devastadores efectos del huracán Katrina. Pero también, la autoaquiescencia de formular, como en el cine de género de hace un par de décadas, a un villano de casa, a un norteamericano extremista y religioso con aires de grandeza histórica. La trama se centra así en el agente de la ATF Doug Carlin (Denzel Washington), un íntegro y virtuoso policía que, en colaboración del FBI, viajará a través del tiempo para intentar evitar el terrible suceso y atrapar a su principal responsable.
En este punto, con la inesperada incursión del cine de ciencia ficción, es donde Scott propugna sus mejores armas, al compendiar el género fantástico con el ‘thriller’ de acción, excusa perfecta para el atractivo tiovivo de diligencia al que ha acostumbrado el cineasta a sus fieles. Los científicos del FBI crean un dispositivo para penetrar en el pasado y observar con anticipación lo que el asesino estaba haciendo cuatro días antes del atentado. Un acto que puede resultar absurdo e incoherente, así como los viajes temporales. Pero al menos, Rossio y Bill Marsilii dejan a un lado el término que da título al filme acuñado por Emile Boirac y se fundamentan en leyes científicas en su sucinta reflexión sobre los desplazamientos temporales, utilizando hipótesis básicas sobre la estructura del tiempo y estableciendo las posibilidades teóricas de Einstein, Rosen o John Wheeler sobre agujeros de gusano y espuma cuántica de túneles de espacio-tiempo unidos por líneas de fuerza eléctricas. Un gesto que es de agradecer en el cómputo argumental en el que se centra la película. Una vez ingerida la irrupción de esta sorpresa genérica, el filme sigue con sus derroteros de intriga criminal, de estridencia explosiva y apremiante impacto acumulativo en su propósito de generar adrenalina visual, ese puro entretenimiento que se echó de menos en su anterior cinta.
En ‘Déjà Vu’, los dos (y hasta tres) universos consistentes y paralelos donde se desarrolla la acción, sirven a Scott para reiterar muchos de sus temas predilectos, sobre todo, en esa visión tecnológica del pasado, de vigilancia intrusista, que recuerda al ‘high tech’ de ‘Enemigo Público’ y ‘Spy Game’ en sus efectos vouyeristas y que terminan por acomodan la trama al esperado paroxismo visual del director. Es decir, esos planos saturados, deformados, acelerados y al ralentí, filmados desde varios ángulos y multitud de lentes… la sensación de montaña rusa que despiden sus imágenes de un modo casi estroboscópico. Aún así, Scott, a pesar de utilizar la fotografía de Paul Cameron (responsable de ‘Swordfish’, ‘Man on Fire’ o ‘Collateral’) no es otro inmoderado producto que rinda pleitesía al montaje sincopado y la estética publicitaria sin freno.
Tony Scott ha logrado con ‘Déjà Vu’ una de sus películas más moderadas, simples y sensitivamente honestas de su filmografía, sin renunciar a ese peculiar estilo fotográfico que marca los diversos momentos en que se desarrolla la acción. Por eso, lejos de ser perjudicial para el filme, llega un momento en el que los personajes, secundarios sin esencia o principales de importancia sin destino, ofrecen un plano adventicio respecto a la historia, imbuidos en un endiablado ritmo de celeridad personal, del habitual estilo de su creador, como aquellos momentos en que la trama se fragmenta bruscamente y los acontecimientos se van sucediendo, sin dejar lugar para el respiro de un espectador entregado a ese sentido heroico de la historia.
Con inspirados ecos obsesivos de ‘Laura’ de Preminger, ‘Déjà Vu’ supone un carrusel temporal entre dimensiones que marcan un ‘thriller’ existencial de ciencia-ficción sobre el destino y las consecuencias de las decisiones pretéritas. Sin embargo, más allá de todo eso, la última película de Scott es un cuidado juego de entretenimiento de género, sin más, que rezuma pureza y mesura dentro de lo exorbitante de esa trama artificiosa que permite a los personajes deambular retrospectivamente por el pasado y evitar una masacre. Se trata de una inocua superproducción de estudio, manufacturada con un fondo argumental muy interesante apoyado en la eficacia de su principal estrella Denzel Washington, en su reinterpretación de eterno policía incorruptible, además de evidenciar el deterioro al que está sometiendo la edad a Val Kilmer, el descubrimiento de la sugerente Paula Patton o el divertimento que provoca analizar el papel James Caviezel, reconvertido en el antagonista del Jesucristo de Mel Gibson, en otro autoproclamado líder espiritual, esta vez terrorista sin escrúpulos, que propugna el destino y la intervención divina, satanizada por la trascendencia de aquellos que eternizan su nombre cometiendo actos de horror.
‘Déjà Vu’ es una agradable experiencia degustada previamente, que propone la sensación de haberla vivido en el pasado, en el propio cine que autentifica el mejor Tony Scott, uno de los valedores más astutos dentro del cine de acción moderno. Y esto, hoy en día, es todo un logro.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

miércoles, 13 de diciembre de 2006

35 mm: el cine convencional ya es pasado

El sonido del celuloide, el negativo adquiriendo 25 fotogramas por segundo, el ruido del motor de una cámara de 35 mm... Todo eso se perderá. Como lágrimas en la lluvia. La muerte del cine, como la entendemos actualmente, está más cerca de lo que pensamos. Desde que George Lucas rodara íntegramente ‘Star Wars: Episodio III. La Venganza de los Sith’ en formato digital, se ha estado trabajando en una redefinición del nuevo estándar de proyección de películas en salas cinematográficas.
Este nuevo sistema sustituirá a las tradicionales películas de celuloide con halogenuros de plata, haciendo obsoletos los clásicos procesos como el revelado, convirtiendo el nuevo en un estándar al alcance de todo productor y cineasta. De este modo, el cine pasará a una esfera plenamente digital donde los filmes podrán ser rodados, montados, distribuidos y exhibidos en sistemas totalmente digitales. Todo ello se recoge en un documento hecho público hace varios meses por la Digital Cinema Initiatives, que contemplaba especificaciones que van desde los métodos de compresión de archivos para su transmisión a través de Internet, hasta medidas de seguridad para evitar posibles actos de piratería. Cineastas como James Cameron, Robert Rodríguez, John Lasseter, George Lucas y Robert Zemeckis fueron y son sus máximos valedores.
El nuevo sistema soportará varias bandas de sonido, diferentes idiomas y podrá verse fácilmente en 3D si se desea. Consecuencia: la tradicional metodología para rodar caerá en el olvido. El mayor beneficio llegará por medio del ahorro de una de las más abultadas partidas del presupuesto de toda película, que no es otra que la de los gastos de laboratorio. Así, un plano podrá ser ‘borrado’ si al director no le gusta, así como el privilegio en función de la calidad que supone que las copias eviten cualquier imperfección en la imagen y el posterior deterioro progresivo de las copias.
A cambio perdemos una nostálgica visión de rodar, de ver a través de un negativo el cine, desvinculando para siempre el acto fotográfico clásico de un arte que siempre ha ido hermanado a la Historia del Cine.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Review 'Borat'

Los defectos de la América de Bush
‘Borat’ es prodigioso falso documental que revela las miserias del ser humano actual sobre el racismo e intransigencia que avivan el prejuicio y la ignorancia.
Cuando uno asiste a un filme como ‘Borat’ debe tener en cuenta dos cosas. La primera, que es la nueva creación del humorista Sacha Baron Cohen (célebre gracias a su personaje ‘Ali G’), intérprete acostumbrado a jugar con fuego, a la polémica recreación establecida en la provocación escatológica, impúdica y subversiva. En segundo lugar, la dirección corre a cargo de Larry Charles, productor y escritor de series como 'Mad about you', ‘Seinfeld’ y ‘Curb Your Enthusiasm’. Tanto Charles como, sobre todo, Baron, se perfilan como legatarios de Lenny Bruce o Andy Kaufmann, ya que ambos están habituados a un tipo de humor sarcástico e inmediato, incapaces de seguir las convenciones sociales, dotados con una inteligencia expeditiva donde la consecuencia es el humor que deriva de la crítica social que apuesta con el desafío ante la moderación, dinamitando sus códigos de comportamiento (chistes sobre antisemitismo, ateísmo, racismo, homofobia o machismo) para ofrecer a la sociedad un agresivo análisis sociológico sobre sus propios defectos.
Partiendo de estos términos, ‘Borat’ no es más que la prolongación excesiva de ese humor con arriesgada predisposición a la mofa provocativa inherente a ambos creadores, una parodia cruel de la visión tercermundista del norteamericano ante los países que considera subdesarrollados, evidenciando síntomas de supremacía arrogante, en realidad, una desmedida incultura encubierta en la absurda y elitista prepotencia con la que Estados Unidos mira al resto del mundo. Su sinopsis es palmaria: Dejando atrás su país natal, Kazajistán, Borat Sagdiyev, presentador de la televisión pública de su país, llega a Estados Unidos para hacer un reportaje sobre “la nación más maravillosa de la tierra”, documental sobre la forma de vida yanqui para ayudar a mejorar la existencia de su pueblo kazajo. Pero en su camino, se cruza la sugerente visión de Pamela Anderson, que pasa a ser, de inmediato, su objetivo de felicidad. Borat, nada más llegar, ya ha encontrado el absurdo ‘sueño americano’ que se ha prodigado hasta la extenuación. Con lo que nadie contaba, es con que su estrafalario comportamiento va a generar indignación y reacciones, exponiendo los prejuicios e hipocresías de la cultura norteamericana.
Larry Charles y Baron Cohen aceptan las bases del falso documental para subvertirlas y exprimir así todas las posibilidades cómicas que reúne el género. Dentro del filme, Borat perpetúa con sus entrevistas una singular perspectiva de las cosas, bajo una inocente apariencia y malintencionada actitud, ridiculizando a mujeres, árabes, judíos, gitanos, homosexuales, liberales, conservadores, judíos, cristianos, musulmanes... El catálogo de objetivos para sus envenenados dardos no tiene límites. Borat se convierte inconscientemente en un fulminante contestatario, un crítico que, desde el falso desconocimiento, ahonda en la realidad de un país incoherente en sus diversas ideologías, profundizando de forma malintencionada en la manipulación y fraudulenta imagen que ha venido dando los EE.UU. al mundo, en ese entorno de libertad, como la autoasumida tierra de las oportunidades (“si te quedas aquí triunfarás”, le espeta un universitario fracasado y alcohólico que recorre la nación en una caravana).
El absurdo, la escatología y la sátira son los dispositivos con los que ‘Borat’ adjudica su particular ‘road movie’, su estudio sobre la contraposición de culturas, del enfrentamiento directo de aquellas sociedades superdesarrollados que, escudadas en su democracia artificialmente laica, encubre la impostura de las relaciones sociales, el ridículo de sus mecanismos y la irritación que genera en la sociedad la aparición de un elemento desestabilizador. Como en la secuencia de rodeo, con Borat ponderando a los marines que han dado su vida en Irak y elogiando a George W. Bush, jaleado por el público sureño que, pocos segundos después, escucha atónito en el enfervorizado discurso el deseo del crítico reportero porque el señor Bush pueda beberse la sangre de todos los hombres, mujeres y niños de Irak y apuntillar a los encrespados asistentes con un apoteósico y agraviante ‘Star Spangled Banner’, el himno yanqui que sirve como burla al patriotismo extremo.
Una cinta cuyo mensaje bascula entre el ‘gag’ políticamente incorrecto y la crítica política y social de un país acostumbrado a creerse el ombligo del mundo, en algunos casos, valiéndose de la raza y el sexo, mientras que en otros aprovecha las patrióticas lecciones respecto a los valores occidentales para escarnecer al que aparece en pantalla. Como falso documental, ‘Borat’ se convierte en una cinta de reacciones, donde la realidad y la ficción se mezclan en función de un objetivo, el de mover al pensamiento tras las hilarantes situaciones que aparecen en pantalla (mítico resulta el encuentro con el instructor que da clases de humor), utilizando un ingenio que espera y necesita múltiples respuestas por parte del espectador. Charles y Baron Cohen eligen a sus víctimas sabiendo de antemano cuál puede ser su reacción, minando las situaciones con expresiones desafortunadas que revelen el verdadero pensamiento de gran parte de esa sociedad (el encuentro con las feministas, su cena con la esnobista clase alta, su incursión en una armería, su entrada en el hotel después de haber aprendido cómo moverse en la esfera ‘nigga’…). Provocaciones de excelente humor que alcanzan un ámbito de ostensible autenticidad.
Y es que, pese a su condición de cinta grosera y agreste, que maneja con acierto sus cartas de humor zafio e inmediato, ‘Borat’ esconde una de las cintas más inteligentes y reflexivas de los últimos años, situándose más allá de cualquier etiqueta de comedia socarrona. La película apunta su humillante sátira no sólo contra esa mencionada hipocresía de aquellos que se ofenden con la barbarie moral con la que somete el personaje a sus entrevistados, sino contra aquellos que ríen la gracia y confunden la acrimonia verbal y situacional con la plena identificación. La reflexión de este manifiesto de catarsis ideológico va mucho más allá de la autocrítica de Michael Moore o de las expiatorias diatribas de Susan Sonntag, Michael Hardt o Noam Chomsky con respecto a la situación contemporánea de Estados Unidos, ya que además de ridiculizar el patriotismo, el ultracatolicismo, la censura, a los judíos y su retrato ‘kafkiano’, al pueblo de Uzbekistán o la farsa vital yanqui, ‘Borat’ centra su mensaje en el modo en que el racismo e intransigencia crece de modo solapado en el seno de la modernidad, donde el prejuicio y la ignorancia afectan sobremanera a nuestra sociedad.
‘Borat’ se convierte así en una de las obras imprescindibles de este 2006, en uno de los trabajos más clarividentes del cine actual, en oposición a la vena circunspecta cuando se trata de exponer sesudos y alarmantes análisis sobre la política, los riesgos de la evolución, la sociedad y su desarrollo. La cinta de Larry Charles y Sacha Baron Cohen es, ante todo, una comedia necesaria que rebosa de hiperbólica agudeza a la hora de analizar la condición de la ‘white trash’ tan arraigada al ser humano y que, desgraciadamente, todos llevamos dentro.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

domingo, 10 de diciembre de 2006

El mundo celebra una muerte merecida

Hace tan sólo dos días podíamos leer…
“El dictador chileno Augusto Pinochet sigue evolucionando favorablemente de su infarto, lo que posibilita un traslado a una unidad de cuidados intermedios, donde permanecerá al menos hasta el próximo martes, día en que salvo imprevistos, podrá salir del hospital”.
Pues va a ser que no, porque los imprevistos han aparecido en forma de una muerte justa y conveniente para uno de los genocidas más despreciables que han poblado la Historia de la Humanidad. Es una lástima que haya muerto de un modo natural y no fusilado, degollado, envenenado, ahogado o torturado como las miles de personas que él mandó asesinar.
Hoy es un día feliz para los que creemos en la Democracia.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

'Happy feet': enésima negligencia de doblaje en la animación digital

Ayer se estrenó en salas comerciales ‘Happy Feet’, la nueva cinta de animación dirigida por el otrora ‘wild road runner’ George Miller, que se apaciguó con cerditos parlantes en el acomodaticio mundo del target infantil. Esta nueva apuesta navideña por el cine familiar ha entrado con buen pie, ya que fue capaz de imponerse a ‘Casino Royale’ debutando con 42,3 millones de dólares sobre los 40,6 millones de la última aventura del agente 007 en su primer fin de semana de exhibición en USA.
Cuando uno lee que Elijah Wood, Robin Williams, Hugh Jackman o Nicole Kidman son las voces de la versión original de ‘Happy Feet’ espera que la cinta tenga su aquél, el esperado incentivo que suelen congregar este tipo de porducciones animadas digitalmente a la hora de convergir en el armónico equilibrio del divertimento dirigido tanto a niños como a adultos.
Bien, todo este plantel queda devastado por una execrable nueva (aunque no tanto) tendencia que se da en nuestro país. Aquí nos hemos acostumbrado a que aficionados ajenos a la profesión de doblaje (labor que, en buen juicio, tendría que desaparecer) que creen actuar, laceren las cintas de animación digital llegadas de todas las partes del mundo. Aquí, los protagonistas de la cinta de Miller son el infame Carlos Latre y el no menos ignominioso Alexis Valdés, un tipo con la misma gracia que padecer síndrome diarreico agudo. La polémica está servida y siempre salpica este contexto de películas de animación ¿Por qué hay famosillos de medio pelo empeñados en doblar animación y existe gente imponiéndolos sin ningún tipo de rubor?
En España se han habituado a descuartizar los excelentes productos foráneos con esta aberración normalizada; Paco León se cargó sin ningún tipo de prejuicio ‘Madagascar’ (junto al citado Valdés) y ‘Valiant’, la dicción de Fernando Tejero hizo lo propio con ‘El espantatiburones’, Fele Martínez, Gurruchaga y María Esteve desdibujaron ‘Ratónpolis’, la voz de pito de Elena Anaya y Carlos Jean hicieron lo mismo con ‘Arthur y los Minimoys’ y gente tan incompetente para el gremio como Fran Perea, Pepe Viyuela, Anabel Alonso, Manel Fuentes, Esther Arroyo, el dúo Gomaespuma, Michel Brown (que sustituyó nada menos que a Bruce Willis en ‘Vecinos Invasores’) o Luis Merlo han simbolizado algunos ejemplos de esta ridícula tendencia a estropear los excelentes filmes animados llegados de Estados Unidos. Como en ‘Cars’, con el insípido calvo de Telecinco apareando sin ningún pudor la F1 y la Nascar sólo para que el insípido e insubstancial Fernando Alonso tuviera una estúpida frase como publicidad engañosa de cara a los seguidores de este deporte.
La desincronización, la chapuza y el desacierto seguirán constantes mientras siga habiendo intereses de por medio. Unos intereses que crean un único damnificado que es, al fin y al cabo, un espectador que, para disfrutar de este tipo de filmes, tiene que recurrir al DVD meses después del estreno de la película. Siempre y cuando no viva en una gran capital… ¿Hablamos de una mayor proliferación de cines en V.O.S. en sitios que no sean Madrid o Barcelona? Tal vez otro día.
Feliz puente a todos.

viernes, 1 de diciembre de 2006

DVD killed VHS Star

Hace pocos días nos enteramos de una muerte anunciada: el VHS pasa a mejor vida, la de la nostalgia, la de aquellos que crecimos llenando los brazos de cine de culto, asistiendo religiosamente a las estanterías de los videoclubes con hambre de devorar todo aquello que allí reposara, ya fueran novedades, películas de saldo, clásicos imborrables, espantosos títulos de llamativas caratulas, Serie B o incluso cine porno.
Con más de tres décadas años de vida desde su lanzamiento, el añorado formato magnético acabará sus días tras estas Navidades, cuando la nueva tecnología de alta definición amparada en el DVD, que dará paso al Blu-Ray y el HD-DVD (que a su vez destruirán el concepto de DVD convencional que conocemos hasta el momento), se haya impuesto por aplastante elección del consumidor en los mercados de medio mundo. El VHS comenzó en 2003 su retirada parsimoniosa y definitiva de los videoclubes, en el mismo instante en que el DVD se convertía en la codiciada y solicitada pieza de todos aquellos que siempre han sido amantes de la calidad ilimitada del formato óptico. Entonces el VHS pasó de moda. Las ventas descendieron y las pobres cintas se arrinconaron, se desecharon en el baúl de los recuerdos. Aquellos que poseemos miles de películas en VHS y que nos quedamos con cara de gilipollas ante la llegada del fenómeno DVD, lloraremos la pérdida de este tipo de afición que tuvo su apogeo en los años 80 y con la que muchos desarrollaron su cinefilia y pasión por el mítico ‘Cine en Casa’, cuando el ritual de asistir al videoclub como una rata sedienta de conocimiento cinematográfico era todavía algo especial. Aquello se ha perdido. Y con la entidad de un recuerdo constante, el vídeo se fue apagando poco a poco hasta un definitivo Off de un mañana que lo considerará una reliquia de museo.
Tres décadas en las que hemos grabado todo tipo de acontecimientos, en las que ese aparato en forma de armatoste tecnológico ha decorado los salones de todo el mundo, como un gran aliado del ocio, como otro miembro más de la familia, con su imagen imperfecta y desigual y que nos deja sin la socorrida expresión “dale al tracking” cuando alguna se veía mal o sin el rebobinado, un término destinado al uso antediluviano. El futuro ya está aquí y ha llegado la hora de desenchufar el vídeo para siempre. El Siglo XXI destruyó con su llegada una pieza que otrora fue fundamental en nuestras vidas, como muchas otras cosas.
Un entrañable aparato que quedará en el recuerdo de los afligidos nostálgicos ubicados en un pequeño reducto, como los coleccionistas que en la actualidad disfrutan del característico ruido de los discos de vinilo. Como el Beta, el Vídeo 2000, los mini-discs y aquella rareza que fueron los laserdiscs, el VHS siempre quedará en nuestra memoria por una cuestión de aplastante importancia, la de revelar a toda una generación de jóvenes que hoy son adultos el placer de descubrir un cine que llevará consigo la etiqueta de ‘videoclub’.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

El Abismo, en Fotogramas

Hace algún tiempo, cuando conseguí mi propia ficha en IMDB, enunciaba esos sueños utópicos y factibles; educar a un hijo, plantar un árbol, escribir un libro, comer todo lo que quiera sin engordar, participar en un trío sexual con hermosas damas de distintas etnias, vivir en una mansión con mi propia sala de cine, tener un mapache, dirigir un largometraje, comprarme un ‘pin-ball’, ser el dueño de una tienda de antigüedades, ir a recoger un premio a Tokio y a México, amaestrar una pulga, hacer malabares, orinar desde un rascacielos… Algunos son improbables por una cuestión de raciocinio, otros podrían ser asequibles en un futuro, los demás, sólo son despropósitos dignos del aturdimiento efímero.
Salir en el Fotogramas, revista mítica que supone nuestro pequeño Variety de andar por casa, esas entrañables hojas que siempre me han acompañado en los momentos de evasión en los que uno evacua el vientre, era algo que no estaba en la lista de absurdos sueños, pero que me ha hecho una ilusión tremenda e infinita. El Abismo va creciendo cada día en alcance mediático y esta breve reseña es un logro. Como también lo fue el descubrimiento de la aparición de este weblog en el libro de José Luis Orihuela (versado erudito y creador de ECuaderno) ‘La revolución de los blogs’, que distinguió el Abismo entre las elegidas para su Anexo III: ‘Selección de weblogs en español por temas’, en la sección de cine. La honra de aparecer en Fotogramas (pag. 232 -Sección Internet-) viene dada gracias a un gesto de Jorge Riera (más conocido por estos lares como PutoKrio), que ha tenido a bien dedicarme unas líneas en esta apreciada publicación mensual por la que han pasado algunas de las mejores (y peores) plumas del sector cinematográfico español. Por ello, hay que agradecerle eternamente este envite a formar una minúscula parte de la hemeroteca de la revista.
Un número cuya portada tiene a un Brad Pitt por el que no pasan los años y que recoge en su interior el inevitable avance de las películas que vendrán en 2007, una abecedario de Denzel Washington, un interesante reportaje de niños prodigio que acabaron sumidos en una espiral de fracaso y drogas, una foto de las tetas operadas de Lucía Lapiedra, especiales navideños y un reportaje sobre los nuevos cineastas españoles entre los que destaca, como es obvio, Koldo Serra.
En cuanto a las breves líneas de Riera con respecto al Abismo nada que objetar, asumiendo que en ocasiones esa grandilocuencia que menciona PutoKrio se deja filtrar por estos pantanosos cenagales de descompensado entretenimiento.
Gracias amigo Riera por este detalle y también a Orihuela, por supuesto.

martes, 28 de noviembre de 2006

'Le Samouraï', el silencio de la muerte

“La profunda soledad del samurai sólo es comparable a la de un tigre en la jungla”.
(El Bushido)
Alain Delon da vida al hermético y frío asesino a sueldo Jeff Costello, un hombre marcado por el código de honor japonés Bushido, estricta cédula ética por el que se regían los samuráis. ‘Le Samouraï (El Silencio de un Hombre)’ es una excelente pieza del cine negro francés, donde la calidad de los diálogos y su uso taxativo amparan una cuota de interés magistral. Jean-Pierre Melville, sugestionado en su fascinación por el cine estadounidense logró aunar la perspectiva determinada en los géneros cinematográficos yanquis con esa aura de alarde de los grandes cineastas europeos. ‘Le Samouraï’ es la demarcación que separa la excelencia de cintas como ‘Bob, Le Falmbeur’, ‘El Confidente’, ‘El Guardaespaldas’ o ‘Hasta el último aliento’ de la grandiosidad de su obra maestra ‘Círculo Rojo’, con la que ‘Le Samouraï’ tiene tantos paralelismos. Es la invención elaborada de unos cánones frecuentes, de depurada estilización que componen su trayecto hacia un estilo propio y sugerente, con matices de un alcance fílmico mayúsculo.
‘Le Samouraï’ es un catálogo de los ideales artísticos de un genio como Melville, de su impronta definida en la caracterización de personajes habituales en su carrera. Jeff Costello es la representación idealista del antihéroe ‘melvilliano’, un personaje desmotivado, sin causas ni objetivos, frío y ascético, silencioso, amparado en una soledad emplazada en habitaciones claustrofóbicas, representando un entorno que denota el único espacio de libertad real ante un mundo perseguidor y amenazante, espacios abiertos donde acecha el peligro. Los taciturnos héroes de Melville, que encuentran en Costello su procedente enseña, siguen un código moral invulnerable convertido en un protocolo de decisiones que sólo tienen un camino establecido por el propio personaje. En este caso, un Costello que sabe desafiar con carácter ritual a la sacralización de una muerte que asume y afronta con el honor del código ético aplicado por su profesión.
Melville juega con un atractivo distanciamiento del espectador con respecto a Costello, pero sin dejar en todo momento de acercarle a la cotidianidad (el simple sigilo con el que se mueve, un apartamento semivacío, un pájaro enjaulado al que dar de comer, la meticulosidad con la que se prepara antes de salir de casa…), un detallismo plagado de silencios, de miradas que expresan mucho más que las pocas líneas de diálogo que se escuchan a lo largo del filme. Es, en último término, la impasible crónica de un suicido de un hombre traicionado que no tiene otra alternativa que la de aceptar una ética especial dentro de una situación que acaba por dominarle, al que se le escapa de las manos cualquier resquicio de esperanza o salvación. Su sacrifico es la única alternativa, mostrada como un gesto de honesta heroicidad que parte de una razón única, la fidelidad a unos principios, a una conducta cimentada en un compromiso que no admite el arrepentimiento.
El filme de Melville es una película que no duda tampoco en acoger toda la iconografía e iconos del cine negro, con esa tendencia narrativa a la mentira, traición y manipulación por parte de sus personajes, donde las delaciones se suceden constantemente; el contratista (Jacques Leroy) vende a Costello, los gángsteres manipulan a Valèrie (Cathy Rosier), ésta traiciona a Costello y el asesino a sueldo lograr adulterar las sospechas del inspector de policía (François Périer) en relación a Jane Lagrange (Nathalie Delon), que se convierte en la única coartada del asesino. Tampoco faltan persecuciones, tiroteos, intriga criminal y esa dualidad divergente que hace que los asesinos parezcan héroes y los policías sean los malvados hostigadores, así como los elementos de vestuario y personaje característico del cine negro más clásico.
‘Le Samouraï’ es una película de mentiras y traición como única vía de supervivencia, donde la intimidad tiene tanta importancia y la estilización fotográfica de Henri Decaë ahonda sin tregua en la personalidad de los roles, utilizando colores apagados y fríos que se transforman, como casi todo en esta cinta, en parte de una puesta en escena opresiva e inquietante. Un juego de espejos, de imágenes irradiadas que lo único que dejan claro es la impenetrabilidad de los rostros y sus actitudes, así como la impermeabilidad que poseen sus personajes, ambiguos, como su propia condición y moralidad. Melville se valió para ello de descripciones lentas, sin apenas diálogos, deteniéndose en los hechos y su mecanismo y sosteniendo la acción en los hieráticos gestos de Costello. Es la peculiar búsqueda por parte del cineasta de esa gran tragedia que siempre quiso reflejar en un cine desbordado, en muchas de sus ocasiones, en la más rotunda brillantez.
La obra maestra de Melville se ha mantenido como uno de los títulos más importantes del género dentro de la historia del cine y es una película capital a la que le han rendido homenaje cineastas como Godard, Scorsese, Tarantino, Jarmusch o John Woo.

viernes, 24 de noviembre de 2006

El nuevo Beta Blogger

Fijaos bien en la caja de Flash con los enlaces, anteriores posts, selección de dossieres, enlaces y demás que tenéis a vuestra izquierda. No funciona ¿Podéis verlo? Claro que sí.
¿De quién es la culpa? Exacto. Otra vez de Blogger, en complot con Google, los heraldos de Satán que han venido a jodernos la vida internauta.
Si, por alguna remota casualidad, se os ocurre la demencial e irracional idea de tantear el Beta Blogger que os imponen más que sugieren desde la página de inicio de esta herramienta para blogs, recordad que vuestro blog dejará de ser el que era y se convertirá en un infierno proporcionado a un entorno para legos como los que lo han creado. Y algo importante que debéis saber; nunca podréis volver atrás. Estoy muy enfadado con Blogspot, con Blogger y con la madre que los parió a todos. Habitualmente no suele dar problemas, pero primero con lo Adsense y ahora con esto, han conseguido levantarme la mala sangre.
El próximo proyecto del Abismo está claro: idear un sistema de posts que recoja estos dos años y medio en un generador propio en php, manteniendo el css estético, la estructura y el interfaz utilizado hasta la fecha. Y así algún día mandar al carajo a Blogger y no tener que depender de ellos nunca jamás.
Hasta entonces, como todo en esta vida, toca aguantar la volubilidad a la que someten las condiciones de este tipo de blogs que metaforizan aquellos que manejan el mundo a su antojo como simples marionetas.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Semana ajetreada

Llevo unas semanas fatigosas y bastante liadas, de esas que apenas te dejan tiempo para dedicarlo como es debido a este blog que ha malacostumbrado a sus lectores a una actualización poco menos que diaria. Seguro que habéis notado que el Abismo ha mermado su manufactura textual. Cierto es, amigos. A veces echo de menos aquellos largos días de inercia y ociosidad sin límite donde lo único que llenaba mi tiempo era atestar este espacio copiosamente con innumerables posts, cinco o seis por día, deliberando dossieres, escribiendo desquiciadas críticas, enlazando absurdos links con comentarios burlescos e incluso profesar un poco la escritura automática, a ver que salía.
Pero, al contrario de aquellos que se quejan de estrés en el trabajo, que reaccionan negativamente a un nivel emocional acusando astenia cognitiva y fisiológica, la presión laboral puede ser un elemento de ayuda, un estímulo para afrontar los retos como desafíos personales que superar. Acoso y derribo a las consignas de Karasek y Theorell. Gestiones laborales de todo tipo; ofertas turísticas, llamadas a hoteles, la responsabilidad de acarrear cometidos dentro una empresa de turismo internacional, críticas de cine, reportajes de estrenos, columnas de opinión, la realización audiovisual de una obra de teatro el próximo sábado, día contra La Violencia de Género, chapurrear con diseños internautas para webs, compartir pábulos con el mundo del artisteo moldeando nuevos proyectos, lecturas y relecturas de libros, cómics, diarios y demás textos para acopiar reseñas, ideas y conceptos, la preparación del próximo proyecto cortometrajístico, planificar, hacer cuentas… Todo ello dentro de plazos ajustados a extremos que suscitan los más bajos impulsos perfeccionistas. Y en el tiempo libre, dedicado al merecido relax, postrado con inercia en un sofá, viendo series o películas o simplemente disfrutando de timbas de Pro convertidas en antológico pasatiempo.
No son buenos tiempos para el Abismo, pero sí para mi sosiego personal, flagrante economía y bienestar profesional. Tras esta particular contienda contra el tiempo, llegará la esperada búsqueda de piso en el que encontrar un privativo entorno de calma y felicidad, un microcosmos de freakismo cultural, espacio abierto al ocio y al trabajo en mi casa propia, donde desarrollar mis actividades con la paz del aislamiento felizmente transgredida con la presencia de mi alma gemela. Hasta entonces, intentaré superponerme a la presión y responder con efectividad a las expectativas que me autoimpuse cuando abrí el Abismo como postulado editorial: la actualización constante.
Tener un weblog requiere una afanosa dedicación para que los contenidos queden bien segmentados y orientados hacia todo tipo de público que, al fin y al cabo, es el objetivo de todo esto. Hoy ha tocado una odisea personal de subjetividad utilizado como bitácora personal de inquietudes. Un post que, probablemente, no le importe a nadie. Pero había que explicar someramente porqué ‘Un Mundo desde el Abismo’ está un poco aletargado estos días. Durante los próximos, volverá a la normalidad.
Gracias a todos por vuestra paciencia.
Y eso es todo por hoy.