martes, 3 de octubre de 2006

'Lost Souls', el milenarismo desinflado de Kaminski

El satanismo milenarista, como subgénero atávico y popular, fue uno de los centros terroríficos de Hollywood a principios de la década. Un subgénero que englobaba de por sí y de un modo ancestral y evolutivo, un sentido intimidatorio en pos de una destilación de conceptos inquietantes que, bien utilizados, puede ser de lo más efectivo. Pero la tradición filosófico-religiosa sobre del tema se ha popularizado mediante el arte, la cultura y folclore, llevando muchos de sus conceptos taxativos a una esfera estética llena de total vacuidad. Aprovechando el cambio de milenio, el director de fotografía Janusz Kaminski debutó en la dirección con ‘Lost Souls’ al amparo del guión de Pierce Gardner.
Como nueva confrontación de la dicotomía del Bien y el Mal y sus consecuencias en una sociedad actual con una carencia de fe mayúscula, la fallida cinta debut se planteó sobre la estructura narrativa del fantaterrorífico en su subgénero de posesiones infernales y satanismo, pero acababa centrándose, de forma intencionada, en el fantastique estético más que en el terror psicológico. La aburrida historia se centra en Maya Larkin, una joven que se dedica a ayudar a un grupo de exorcistas dirigidos por el padre Claude Lareaux en su lucha contra las posesiones demoníacas. Después de una sucesión de hechos reveladores, Maya se convence de que el Anticristo tomará el cuerpo del escritor Peter Kelson, un acontecimiento que deberá impedir a toda costa.
Pues bien, a pesar de tener unas magníficas bases narrativas, lo que es interesante sobre el papel no lo fue en pantalla. Kaminski, consciente de ello, impuso, sin embargo, un buen ‘tempo’ y cadencia en constante búsqueda de la suntuosa yuxtaposición de imagen y ritmo fílmico, revistiendo a ‘Lost Souls’ de una luminosa visualidad que se intentó vincular en todo momento al estilo sintético de Owen Roizman utilizado en ‘El exorcista’, para ampliar así su inquietante atmósfera con un conseguido granulado, que lograba un primer propósito subsistente como la mayor virtud de un filme muy irregular e impasible.
Inadecuada y simplista, ‘Lost Souls’ adolece en muchos de sus ciclos de un desabrimiento presuntuoso que se hace evidente en su tramo final, estas Almas perdidas se adhieren a un tipo de terror efectivo y efectista, sin concesiones a una profundidad que termina por otorgar al género la enésima percepción idiotizada del satanismo masónico de fin de milenio.
El guión, constantemente bajo la predisposición comercial de sus erradas intenciones, se va haciendo endeble a medida que la imagen, dinámica y conseguida de Kaminski, va proporcionando el ambiente necesario para el extraordinario y mirífico desenlace. Uno de los puntos álgidos de esta discreta obra de terror fue la gran aportación de una Winona Ryder (que por entonces volvía a emerger después de sus problemas con los hurtos textiles), logrando hacer lo que pudo en pantalla, pero sin brillar lo suficiente ante un reparto anodino e impasible.
‘Lost Souls’ se malogró en el reiterado intento por asemejarse, en algunos instantes, con sus volubles ambientes que pretenden evocar al cine Polanski (la subtrama relacionada con el edificio en el que vive el joven escritor) y la crudeza documental de Friedkin o Roeg en muchos otros, mistificando así un conjunto resuelto con intenciones, pero adoleciendo de una vitalidad necesaria que hubiera hecho de ‘Lost Souls’ una obra, al menos, interesante. La apática quietud de fondo hizo que la ‘opera prima’ de Kaminski cayera, merecidamente, en el desinterés, y acabó por acotar y ocultar sus propósitos genéricos en un conformista manifiesto visual que configuró a su director como una promesa estética del Hollywood más preciosista y superficial que no ha vuelto a dirigir nada desde entonces. Y hace ya seis años de este frustrado debut.

lunes, 2 de octubre de 2006

McClane is back

En AICN (vía The Baltimore Sun) han aparecido las primeras imágenes de Bruce Willis retomando uno de sus papeles más importantes de su carrera: John McClane.
En Baltimore, ha dado comienzo la cuarta entrega de ‘Die Hard’, la película que desmonta la trilogía de ‘La Jungla’ y abre una nueva aventura de este cínico y sobrehumano policía que ha marcado los recuerdos del cine de acción de más de una progenie que, desde entonces, no ha vuelto a disfrutar de los ‘crowd-pleaser’, superproducciones capaces de complacer a todos los públicos, a los que Hollywood ha habituado al gran público.
Mucho se rumoreó y se sigue hablando sobre esta película que dirige Len Wiseman (que no sabemos si esto es bueno o es malo) y que protagonizan, además de Willis (que, como apunta “El Gordo” Knowles se asemeja a ‘Don Limpio’), Maggie Q., Justin Long y Yancey Arias y que tiene a Doug Richardson (‘La Jungla 2’, ‘Bad Boys’ o ‘Hostage’) como uno de sus guionistas.
Esperaremos a 2007 para ver los resultados.

viernes, 29 de septiembre de 2006

'Scrubs', pequeña maravilla catódica

Recién terminado el pertinente visionado de ‘Deadwood’ (excepcional serie de la que habrá que explayarse un día de estos) y antes de comenzar la otoñal bizarría maratoniana de tragarme series de gran calado fenomenológico como la segunda temporada de ‘Lost’, la quinta de ‘24’, ‘Prison Break’, iniciarme en ‘The Shield’ y ubicarme como se merece en ‘Curb Your Enthusiasm’, de Larry David, ha captado toda mi atención el tardío descubrimiento de ‘Scrubs’, serie creada por Bill Lawrence para la NBC, donde ese subgénero de ‘hospitales’ se afronta desde una perspectiva distinta, en la que el humor negro se mezcla con las interrelaciones, la deontología profesional y algo de edulcorada moraleja a través de la voz en off de su principal bastión, el joven doctor interino, un médico residente llamado John Dorian (interpretado por Zach Braff –que ya sorprendió en su debut cinematográfico 'Garden State'-).
‘Scrubs’ juega en mucho terrenos, sabiendo operar dentro de los géneros en que podría clasficarse, lo que convierte a esta creación televisiva en una serie inclasificable. ‘Scrubs’ aborda sin complejos la genuina ‘sitcom’, el drama circunspecto, la seriedad de contenido clínico, el surrealismo alucinatorio y la excentricidad de muchos de sus personajes, que escapan al estereotipo con gran facilidad desde el primer episodio; el compañero de facultad, de trabajo y de piso, un cirujano llamado Turk, la dubitativa Elliot Reid (qué descubrimiento Sarah Chalke), el infame Dr. Bob Celso y ese anticipo de Jerry House que es el sarcástico y despreciativo Dr. Cox, sin olvidar a la sosa Carla y a un hosco encargado de la limpieza que odia al protagonista. La serie, dividida en capítulos que apenas alcanza los 20 minutos, transcurre con una perfecta cadencia diligente, que condensa sus tramas sin necesidad de alargarlas hasta la extenuidad ni buscar subterfugios trascendentales, como sucede en otras series de pretenciosa compostura argumental.
Conflictos entre ética y praxis, dudas médicas de comprometida respuesta, escatología, humor cabrón y cínico, planteamientos vitales de fondo humanista, una mirada delineada en la propensión a soñar despierto que tiene Dorian (algo que recuerda, indefectiblemente, a ‘Ally McBeal’) o la diatriba de los hospitales americanos entre el mercantilismo y la justicia moral son sólo algunos de los elementos que reúne esta serie que, en ningún momento, recurre a falsarias técnicas de guión o externas (como la utilización de risas enlatadas) para crear un submundo alucinógeno donde el divertimento y la reflexión tienen cabida.
Nunca es tarde para descubrir esta pequeña maravilla catódica.

jueves, 28 de septiembre de 2006

Review 'Clerks II'

Volver a una esencia perdida
Kevin Smith se ha visto obligado a regresar, sin conseguirlo, al mundo caótico y grosero de su opera prima ‘Clerks’ tras sus últimos fracasos como director.
La secuela de ‘Clerks’, película con la que uno de los directores generacionales más importantes de el cine moderno saltó a los círculos comerciales, era algo bastante previsible por parte de su autor después del meritorio fracaso de su penúltimo filme ‘Jersey Girl’, inconcebible giro edulcorado hacia algo tan incoherente en su filmografía como una película insípida con ínfulas de tragicomedia paternal y melancólica. ‘Clerks II’ es, por tanto, el lógico retorno a la ortodoxia de su cine basado en el diálogo, en la ocurrencia socarrona de la réplica, en la incorrección política, en esa conjunción de inconfundible humor charlatán y la cotidianidad transformada en un universo poco convencional. Si con ‘Clerks’ aludió, descaradamente, al planteamiento pseudoexistencial de recovecos y dudas de una generación de jóvenes veinteañeros como retrato genealógico, exponiendo las pequeñas miserias de personajes desorientados que buscan respuestas a preguntas que les sobrepasan, la lógica evolución era que Kevin Smith regresara a ese cosmos, forzando una historia para esta secuela que, aparentemente, puede verse como producto innecesario y oportunista.
‘Clerks II’ arranca con un plano en blanco y negro del ‘Quick Stop’, la tienda que sirvió de espacio vital para estos jóvenes más de una década, ardiendo en llamas coloreadas, prediciendo que la ilustración de aquella esfera de entelequia queda en el pasado y que, desde ese momento, la historia en color tramita su narración en otro tiempo y en distintas condiciones a las que se dieron con la creación de una de las películas de culto más importantes de los últimos años. Dante Hicks (Brian O'Halloran) y Randall Graves (Jeff Anderson) se buscan la vida como pueden, trabajando en una franquicia de comida basura, sintiendo de nuevo la insatisfacción laboral que se confabula con una falta de ambición rota por la inminente marcha de Dante a Florida para trabajar en un negocio de lavado de coches para su futuro suegro.
Por supuesto, Smith intenta recuperar su humor más acido y cabrón que describa la actual sociedad que decomisa las improbables aspiraciones de los protagonistas, treinteañeros que, paradójicamente, mantienen los mismos razonamientos que los de hace doce años. Una reincidencia en la que no podía faltar la pareja cómica de la que ha subsistido el cine de Smith hasta el momento; Jay y Bob, el silencioso. Que aquí no funcionan salvo en dos o tres afortunados ‘gags’. La intención es loable, incurrir sin embozos hacia ese característico humor sin límites, que aborda desde la sátira secular, los deslices obscenos, los ‘gags’ absurdos, diatribas respecto a la trilogía de ‘El Señor de los anillos’ frente a las de ‘Star Wars’, además de una retahíla de cínicos e hirientes monólogos sobre los ‘Transformes’, el puritanismo ‘freakie’, la filosofía ‘geek’, el racismo o la zoofilia (aquí señalado como erotismo entre especies).
Pero lo cierto es que toda la escatología y la mordacidad ya no funcionan como reclamo para quitar peso a temas de solidez y sensatez. Ya no persiste ningún tipo de vestigio de de brillante reflexión prosopoéica que sí abundaba en su antecesora. Bajo esa reiterativa posición de rechazo a toda ambición mundana, como previsible travesura humanista sobre la vida de personas inadaptadas, hay una intención moralizadora y desaborida que va más allá de los pensamientos existencialistas presentados con el inconfundible signo de la vulgaridad y la grosería. La incursión en la trama de una tentadora gerente a la que da vida la explosiva Rosario Dawson, que hace partícipe a Dante de un secreto confidencial, es la simple excusa para la verdadera finalidad de Smith, que no se soporta en la descompensada trama. Y es la de le retomar parte de los propósitos románticos de ‘Persiguiendo a Amy’ o ‘Jersey Girl’, abriendo una vertiente bastante pestífera sobre el amor romántico, la familia y, en último término, la fraternidad y la amistad.
Es entonces cuando deja de importar la presentación de un nuevo personaje como Elias (Trevor Freeman) y convertirle en el único centro de las crueles execraciones del deslenguado Randall con su imprecisión sobre Anna Frank y Helen Keller, de la “normalización” de un insulto racista como el hilarante ‘Porch Monkey 4 Life’, las alusiones de Jay y su encuentro con la Biblia en la que descubre ‘cosas raras’ como que Jesús era judío, el cameo de Jason Lee como el millonario webmaster apodado ‘follapepinos’ o el mejor de ellos, aquel en el que Jay baila el ‘Goodbye Horses’, de Q. Lazzarus & Garvey, imitando a Buffalo Bill de ‘El silencio de los corderos’.
Pese a recuperar parte de la frescura primigenia, esta segunda parte, lamentablemente, se ha marchitado por la ambición de una propuesta artificiosa, derivada de la necesidad de recobrar forzadamente muchos de los irrepetibles momentos de aquella obra de culto a la que siempre ha recurrido Smith cuando su filmografía ha pretendido dar erróneos giros hacia un cine inesperado y nuevo. Es decir, acudiendo a la conmovedora fidelidad de la ética de la original ‘Clerks’, rehusando a cualquier tipo de didactismo o dogmatismo, pero perdiendo mucha de la efectividad de aquélla. Lo que hace que esta secuela promueva en exceso la nostalgia hacia la primera aventura de Dante y Randall en la pequeña tienda de Nueva Jersey. Algo de lo que Smith, en teoría, ha sido consciente, al crear un final antológico para esta segunda parte, sin duda alguna lo mejor de la fallida cinta.
Como un círculo que se cierra, ‘Clerks II’ acaba con la misma frase que abría su debut cinematográfico en boca de Randall, con un travelling alejándose y degradando la imagen a blanco y negro, para dejar a estos héroes de la contracultura en su hábitat natural, del que no deberían haber salido, volviendo a la esencia que les hizo célebres. Parece que Smith quiere decir con este plano que ha tenido que volver, casi obligatoriamente, a un submundo personal del que no puede desprenderse, como salvaguardia de una carrera que desde aquella entrañable cinta ha ido, sin remisión, a peor.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

martes, 26 de septiembre de 2006

Tres muestras de cine 'indie' sobre incomunicación adolescente

En menos de dos semanas he visto tres películas denominadas genéricamente ‘indies’ con un punto de partida de idéntico calado, muy parecidas (por no decir exactas) en sus objetivos finales, con historias vinculadas entre sí por tramas cuyos argumentos profundizan, cada una a su manera, en el desabrigo adolescente y la pérdida de un destino derivado de la desubicación familiar y social que ampara a la actual juventud americana.
‘The Chumscrubber’, de Arie Possin, ‘Thumbsucker’, de Mike Mills y ‘United State of Leland’, de Matthew Ryan Hoge, son películas que abordan problemas adolescentes desde el frío análisis de una disección social donde el divertimento ‘teenager’ queda relegado para comedias de baja estofa. En estas tres muestras de cine que sigue los preceptos delimitados por la magistral ‘Donnie Darko’, de Richard Kelly, los caminos iniciáticos de los chavales protagonistas encuentran su unidad común en la abismal diferencia respecto a todo el mundo que les rodea. Microcosmos de adolescentes desplazados, extravagantes y misteriosos, ‘freaks’ en definitiva, que no entienden la sociedad que les circunda, sintiéndose desdeñados e incluso asediados, situación que termina por excluirles de la supuesta normalidad y falso sosiego sometiéndoles a un contraproducente contexto donde se da la consecuente incomunicación respecto a los demás.
Uno se chupa el dedo como infantil actitud que no es más que un refugio de sus miedos, el otro es un prematuro camello perseguido por el suicidio de su mejor amigo y el último de ellos ha propinado veinte puñaladas a un disminuido psíquico para la librarle de la displicencia social que le va a tocar vivir. ‘Outsiders’ que pululan en un mundo retraído y desequilibrado ante el albedrío de sus actos. En esa mirada de familias disgregadas, de adicciones, de miedos o de vicios improcedentes, el derecho filosófico de mantener una ideología ajena a cualquier norma se encuadra en el despertar de una adolescencia deteriorada ante rechazo, la ofuscación existencial, la manipulación, la problemática juvenil con el sexo opuesto o la indiferencia paternal, obstaculizada por el ascetismo generacional y salpicado por la trascendental importancia de la muerte o la drogadicción en los tres títulos, como metodología de escape ante el absolutismo apático en el que viven.
Los tres filmes puntualizan la tragedia desde una perspectiva de salvación colectiva, donde los sentimientos que rodean a los antihéroes de estos filmes están adormecidos, para revelarse cuando algo catastrófico sacude sus vidas o simplemente cuando ante los ojos de los demás se logra superar la invisibilidad de la adolescencia, cuando se alcanza la madurez de forma directa y cruel. El sentimiento de depresión ha quedado atrás en una juventud que ve cómo las cuestiones más significativas no pueden ser resueltas por el mundo adulto, obstinado con sus problemas, actuando los padres como extraños espectadores sin recursos para disipar los problemas que interfieren en la vida cotidiana de estos tres jóvenes.
‘The Chumbscrubber’, ‘The United State of Leland’ y ‘The Thumbsucker’ son tres películas que, pese a sus diferencias narrativas y argumentales, encuentran un inesperado maridaje en sus propósitos finales, la convertir la trivialidad juvenil de la ‘american way of life’ falsamente inventada en una inesperada incomodidad filosofal de inquietudes mucho más profundas, reflexionando sobre las cuestiones que verdaderamente importan, las deformaciones que emergen de la falsedad de una sociedad de apariencias, que encubre sus defectos y gira la cabeza ante cualquier problema. La América actual de Bush es como la América de Reagan, como la de Clinton, como la de todas las sociedades desarrolladas, que integran en su aparente calma un lado oculto donde la adolescencia malvive con las carencias afectivas y frustraciones ante una sociedad adulta que lleva toda una vida desatendiendo y reprochando a sus progenitores sus propios errores.
La adolescencia sigue siendo, al fin y al cabo, el reflejo de las miserias adultas. Aquellas que encuentran en la simulación y falsedad la forzada felicidad para disimular la, cada vez más habitual, desestructuración familiar. Tres películas que, de diversos modos, reflejan adolescentes capaces de vencer su destino y erigirse en dueños de sus propias vidas. Incluso si por ello hay que renunciar a los sueños o hay que morir por una filosofía mal entendida e incluso si hay que empastillarse para triunfar en la vida.

domingo, 24 de septiembre de 2006

'The Backwoods' se estrena en Donosti

Hoy es un día fundamental en la vida del gran Koldo Serra. Su opera prima ‘The Backwoods (Bosque de sombras)’ se estrena esta noche mundialmente en el Festival Internacional de San Sebastián.
El pasado martes tuve el excepcional privilegio de visionar en ‘petit comitè’ esta obra de íntegra suntuosidad y hay que reconocer que, de entrada, estamos ante una película muy especial, personal y honesta. ‘The Backwoods’ es un impecable fresco a modo de intencional e ilustrativo ‘western’, de tintes crepusculares (ofrenda al cine de Peckinpah o Leone, entre sus reconocibles influencias), en una inolvidable lección de violencia, rencores y cobardía, de quebradizas relaciones afectivas y de explosiva introspección al lado oscuro del ser humano. Un tortuoso y hábil periplo hacia el concepto de la derrota causada por la negación y el arrepentimiento, donde las miradas o los gestos son tan destructivas como las armas que provocan la muerte.
Esta noche se podrá disfrutar en Donosti del lustroso bautismo de un cineasta llamado a ser uno de los grandes de nuestro cine. Esta noche se podrán contemplar algunas de las mejores interpretaciones de los últimos años (Gary Oldman, Lluis Homar, Paddy Considine, Virginie Ledoyen o Aitana Sánchez Gijón), una eminente fotografía a cargo de Unax Mendía que logra sublimar las secuencias con un clímax que alcanza un nivel de maestría absorbente y una portentosa utilización del sonido (7 minutos de música en 93 de metrajes) que convierten a esta primera película en un referente del cine patrio en este 2006 y que se estrenará comercialmente el próximo diciembre.
Mucha suerte desde este Abismo a Koldo y a todo el equipo. Ellos se lo merecen.

sábado, 23 de septiembre de 2006

Rebelcom 2006: fin de semana 'starwarsiano' en Valladolid

Keny Baker, Jerome Blake o Richard LeParmentier son algunos de los míticos intérpretes secundarios de la Saga ‘Star Wars’ que pasarán este fin de semana por Valladolid, ya que la capital castellanoleonesa acoge el Rebelcom 2006, convención nacional de aficionados a las películas de las dos trilogías creadas por George Lucas.
Una reunión de ‘starwarsianos’, organizada por la asociación Fuerza Rebelde de Valladolid, se ubica en el recinto de la Feria de Muestras de Valladolid. Allí se podrá disfrutar de todo lo que uno espera de este tipo de eventos; presencia de actores que han participado en las películas, dibujantes, coleccionistas, frikies irredentos, curiosos agnósticos, religiosos de las epístolas cinematográficas de Lucas, cortos con temáticas galáctica y un Torneo Nacional de Miniaturas de la Guerra de las Galaxias.
Si alguno de los lectores del Abismo asiste a esta entrañable reunión, que se anime y nos cuente qué tal la experiencia.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Nostalgia por el Zinemaldia

Estos días que se avecinan tendrán un residuo de melancolía añadida para mí. La razón: Ayer arrancó el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en su 54ª edición y yo no estoy allí.
Desde que en 1997 llegara poco menos que de casualidad al festival, es la primera vez que no voy por segundo año consecutivo al certamen donostiarra. El año pasado opté por Sitges como elección festivalera, donde absorber la nutrida selección de películas que engullir como referencia cinematográfica de la temporada. La otra ocasión en la que no asistí a la Bella Easo fue en 2002, cuando coincidió con las fechas posteriores al rodaje de ‘El Límite’.
Atrás quedan los años en los que, junto a cómplices y amigos periodistas, profesionales y aficionados, disfrutaba de todo lo que se proyectaba en el Zinemaldia y del mágico ambiente que desprendía a su alrededor. Pero las ansias se han turbado y ahora lo que era una necesidad anual ha mutado en la apática indiferencia debido al notable descenso de calidad en la selección de títulos en sección oficial y paralelas que ha sufrido el festival en los últimos años. Es evidente que el que es considerado uno de los festivales más importantes del planeta se encuentra en un período de gran mediocridad. Si a eso, añadimos que el presupuesto fue recortado de forma considerable y los patrocinadores cada vez son menos, tenemos uno de los pocos acontecimientos cinematográficos internacionales de renombre poco menos que herido de muerte.
Ya el año pasado, muchos de mis colegas acreditados a lo largo de décadas me comentaban, entristecidos, el infortunio de una insufrible muestra de películas mediocres, de cine apátrida en sus propósitos, sin mucho que contar, en un ir y venir sin películas trascendentales de otros festivales que lucieran en Zabaltegi. Y lo que es peor, en su escaparate de oropel, sin estrellas que den, al menos, una pátina de comercialidad al festival.
Este año echaré de menos esas reuniones a la salida de la proyección del Kursaal, bajo el cubo de Moneo o después de una relajante sesión en la butacas tan cómodas del Teatro Principal. Echaré de menos los madrugones, las crónicas incesantes y guerrilleras para no perderme una de las seis sesiones a las que uno se acostumbra cuando lo único que importa es ver cine y disfrutar del enloquecedor maratón visual. Añoraré las fiestas interminables del Bataplán, los etílicos paseos a altas horas de la madrugada por el casco viejo, los cócteles y sillones del Hotel María Cristina, las ruedas de prensa y los saludos efímeros a rostros conocidos pero nunca ubicados.
Pero si algo echaré de menos es el vicio de ese prototipo de alimentación universal que es el bocadillo, abanderado en ese mítico bar llamado Juantxo, un trozo de Paraíso Alimenticio que anualmente me regalaba los mejores momentos de apetito básico, de ese que se disfruta sentado en cualquier parte cerca de la playa de La Concha. Ay… el Juantxo, amigos, ése pedazo de Cielo que conquistó para siempre mi endeble y venal voluntad hacia el cenagal más pantanoso de la tentación y la abundancia, con esos más que soberbios, insuperables bocadillos, con sus pinchos, con su presentación de refectorio divino.
El Festival donostiarra ha dado a mi memoria muchos de los mejores recuerdos tanto en a nivel cinematográfico, como en un entorno personal de diversión y pensamiento. Este año no me reencontraré con todos esos recuerdos. De momento. Sin embargo, reservando mi intención de regresar a la ciudad que tanto adoro, tengo pensado acercarme a la Semana de cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, para volver con más fuerza que nunca a convergir con lo mejor de una pequeña metrópoli que ha dejado una huella tan profunda en mi vida.
De nuevo el monte Urgull servirá para inspirar nuevas ideas o el monte Igeldo para admirar la belleza de otro sueño que, de alguna manera, hace que cada año me reencuentre conmigo mismo, con mis deseos y con una de las ciudades más bonitas del mundo.

jueves, 21 de septiembre de 2006

Exclusiva abismal: Álex meets Elijah

Ni Gael García Bernal, ni Daniel Brühl. Ninguno de los dos será el protagonista de ‘Los Crímenes de Oxford’, la próxima película dirigida por Álex de la Iglesia. La nueva cinta del director de ‘Crimen Ferpecto’ contará con un protagonista de lujo y excepción; nada más y nada menos que Elijah Wood.
Tras el juego de intereses con su posterior negativa por parte de los dos primeros, el actor norteamericano, célebre por su rol de Frodo Bolsón en la Trilogía de ‘El Señor de los Anillos’ ha aceptado trabajar con el cineasta español en la adaptación al cine que llevarán a cabo De la Iglesia y su inseparable coguionista Jorge Guerricaechevarría de la obra del argentino Guillermo Martínez ganadora del Premio Planeta en el país austral. Wood, que está desarrollando una interesante filmografía posterior a la saga de Peter Jackson, se incorpora así a un elenco internacional en el que está asegurada la presencia del veterano John Hurt y la actriz española Leonor Watling.
El cineasta bilbaíno comenzará a finales de octubre el rodaje de esta ambiciosa coproducción entre España, Francia e Inglaterra que gira en torno a un joven estudiante de matemáticas que viaja a Oxford con fines académicos y se ve envuelto en la investigación de unos asesinatos en los que el lógica analítica es, más que una disciplina teórica, la clave para la búsqueda de la verdad sobre los crímenes. ‘Los Crímenes de Oxford’ se rodará íntegramente en la ciudad del título y durará nueve semanas. Es la segunda vez en su filmografía que De la Iglesia rueda en inglés y también la segunda vez que adapta un texto ajeno basado en una obra literaria. El precedente había sido 'Perdita Durango', de Barry Gifford.