lunes, 30 de enero de 2006

Más de lo mismo en los XX Premios Goya

La celebración de las dos primeras décadas de los Premios de la Academia, los Goya, era un tema recurrente que parecía ideal para inhumar el precedente ridículo y la parquedad de aptitud que se ha porfiado a lo largo de los últimos años (en realidad todos) en una gala habitualmente caracterizada por el estrambótico ridículo que suele hacer el cine español cuando se trata de laurearse a sí mismo, en un círculo donde nadie parece darse cuenta de lo mal que va la cinematografía española en cuanto a calidad y cifras.
Mercedes Sampietro, presidente de la Academia de las Ciencia y la Artes españolas soltó un discurso en el que, de forma crédula e infeliz, quiso hacer creer lo bien que va el cine español que, según el Ministerio, ha aumentado la cuota de mercado 3,5 puntos más que el año anterior. Parece ser que, dentro de la propia Academia y en el mundillo, nadie parece darse cuenta del bajo nivel que predomina en las películas nacionales. Por supuesto, no había que olvidarse de recurrentes temas como la venta de DVD’s, la aparición de nuevos canales (como Cuatroº -que todos sabemos que se hinchan a emitir cine…-) y, sobre todo, dos cuestiones vitales que son la excusa perfecta para echar balones fuera y no asumir la culpa de los deberes mal hechos; la piratería (que esta vez no fue el paupérrimo asunto victimista que el pasado año –afortunadamente-) y esa frase misteriosa e inculpadora “profesionales que desde su tribuna pública afirman orgullosos que no ven cine español y lo critican”. Una afirmación que fue rematada con inmodestia al certificar, adulterando la realidad, que este año 2005 al cine español hay que ponerle “¡buena nota!”.
Sí señora. Sigamos haciendo el paupérrimo cine que hacemos que nos va muy bien. Que los que critican, no tienen ni puta idea. Vamos a seguir así que lo estamos haciendo maravillosamente. Nos merecemos muchas palmaditas y, por supuesto, la culpa de cualquier problema es de los demás, no de nosotros. Deleznable elocuencia sin fondo, amiga Sampietro.
A lo que vamos. La gala de ayer fue la menos mala de los últimos años. Una buena labor de dirección de arte y decorado dispuso el esplendor necesario para que, al menos, todo luciera con algo de ‘glamour’. Una cualidad que brilló por su ausencia. Empezando por el horroroso y ridículo vestido de ese esperpento político que es la ministra Carmen Calvo hasta llegar al vestido ‘menina’ de Concha Velasco que, se dio cuenta a tiempo de que una de las consecuencias de la edad no es tener que anunciar Indasec, sino esos bochornosos pliegues de carne fláccida debajo de las axilas cuando se pretende lucir un vestido de noche con escote.
Y sí, amigos. La pareja encargada de presentar la gala fueron Antonio Resines y Concha Velasco. Qué pareja de dos, que diría algún trasnochado provinciano. Se limitaron a hacer su papel como ocasionales presentadores, siguiendo la consigna de una velada dirigida por el letárgico talento del espectáculo que siempre ha tenido Fernando Méndez-Leite, que abandonó su suerte a un guión improvisado tan artificioso como incomprensible; que si la chorba de este último, Fiorella Fantoyano, aparece detallando recuerdos de la Academia como si estuviera en un brindis de reunión de empresa, que si Resines se mete en plan gracioso con José Luis Cuerda y éste le devuelve la jugada, Elsa Pataki alude a las escaleras procurando parecer cómica o Santiago Segura evidenciando que es el único que sabe manejar este tipo de temeridades con su divertida verborrea (mítica la frase "En vez de darme de baja de la Academia o irme a Hollywood, aquí estoy, con solidaridad, la actitud necesaria para levantar el cine español y, si se me permite decir, ¡a España y sus naciones!"). Un caos de guión que certifica algo que parece evidente desde hace tiempo: en España, o no hay buenos guionistas o a los buenos no se les da la oportunidad de arreglar el percal.
La gala fue interminable, de lento devenir y ritmo pausado. Pero sin incomodar en exceso. En gran medida por la sensacional labor de los montadores de los vídeos que, constantemente (casi todos protagonizados por Fernando Fernán Gómez) recuperaban fragmentos de tiempos pasados que fueron, lógicamente, mejores que los de este apático momento actual. Eso sí, cuando llegaba la hora de finiquitarlos, los escindían con un tijeretazo que devolvía a la cruda realidad de los Goya. Como esa insoportable cortinilla musical de trompetas cómicas que introdujeron entre secuencias en los ‘clips’ de los nominados a los premios. Otro absurdo lance de la noche fue la risible inventiva a la hora de engarzar la presentación de las extemporáneas parejas que anunciaron a los ganadores (José Sacristán y Verónica Sánchez, Verónica Forqué (a la que presentaron como Rosa María Sardá –eso es concordia de guión-) y Juan Luis Galiardo, José Coronado, Pepe Sancho y Leticia Dolera o José Luis Cuerda y Bárbara Lennie…). Todos apareciendo tras una pantalla donde instantes antes se había proyectado una secuencia suya, recurso alusivo a ‘La rosa púrpura del Cairo’, de un Woody Allen, que sin saber que iba a ganar el Goya por ‘Match Point’ agradeció en un vídeo grabado el premio y envió a su hermana a recogerlo. Como en los Oscar, en los Goya nadie sabe quién va a ser el afortunado.
La divinísima Ana Fernández reivindicando que ‘El cielo gira’ no estaba nominada, Jorge Perugorría haciendo promoción del rodaje de su nueva película, Óscar Jaenada dándoselas de estrella con las gafas de sol puestas en medio de la gala, Pedro Masó limpiándose los ojos, las comisuras de los labios y la nariz con su pañuelo, el espantoso vestido de una enmudecida Leticia Dolera o la extraña elegancia de un refinado (de actitud y de peso) Álex de la Iglesia destacaron dentro de una función tan superficial como olvidable.
En el apartado de los premios: una paradoja brutal. Hace tres años, Pedro Almodóvar y su hermano Agustín abandonaron la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, alegando su desacuerdo con el sistema vigente de votaciones de los Goya. Esto, parece ser, no es óbice para bajarse los pantalones si uno sabe que va a ganar los premios más importantes de la noche. ‘La vida secretas de las palabras’ fue considerada la mejor película española (con actores extranjeros e intenciones americanas) del año. Agustín se frotaba las manos por esa ración extra de público y dinero, cayéndose al suelo (literalmente) cuando Isabel Coixet subió dos veces a por sendos Goyas como mejor guión y mejor director o su posterior recogida del premio a la mejor película. La buena de Isabel hizo el amago del ridículo que protagonizó hace dos años, pero simplemente se limitó a hacer sólo el ridículo verbal al que nos tiene acostumbrados. ‘Princesas’ se llevó los tres augurados (incluidos los de Micaela Nerváez y Candela Peña), Óscar Jaenada recibió el Goya al mejor actor por ‘Camarón’ (pero que nadie olvide de qué formas ha demostrado su discutible talento en ‘XXL’ o ‘Somne’), Carmelo Gómez el de mejor secundario por ‘El método’ y la gran Elvira Mínguez se llevó a casa el más que merecido galardón por ‘Tapas’, de José Corbacho y Juan Cruz, que también lograron el referente a la mejor dirección nobel. ‘Obaba’, de Montxo Armendáriz, con 10 candidaturas, sólo alcanzó el de mejor sonido y resultó la gran perdedora de estos XX Goya.
Total, que más de lo mismo, pero sin hacerlo tan mal como en ediciones anteriores. Lo que no quita el hecho de que no hubiera ninguna actuación musical, ni ‘gags’, ni gracia ni despertara algo de interés dejen a esta celebración como un letárgico trámite de autocomplacencia que sirvió, con sus vídeos conmemorativos de las ganadoras y nominadas del pasado, para exhibir que el cine español era mejor antes que ahora. Fragmentos de películas que, dado el triste momento al que ha llegado nuestro cine, parecen inalcanzables; ‘El viaje a ninguna parte’, ‘El bosque animado’, ‘Los peores años de nuestra vida’, ‘¡Ay, Carmela!’, ‘Amantes’, ‘Belle Epoque’, ‘Nadie hablará de nosotras…’, ‘Días contados’, ‘Mujeres al borde…’, ‘La buena estrella’
LO MEJOR: Antonio Banderas, que está siempre donde tiene que estar.
LO PEOR: Uno de los productores de ‘La vida secreta de las palabras’ que dio la lamentable puntilla a una noche moderada en cuanto a lo esperado al mendigarle a la ministra atención a modo de sustentáculo económico y político para con el cine español, llegando a demandar “excepción cultural” falseando la realidad asegurando que la gente del cine patrio no está ahí para forrarse. Como si alguien pudiera creerlo.

domingo, 29 de enero de 2006

sábado, 28 de enero de 2006

Nuevo Año Chino 4.704

¡Feliz Año Nuevo Chino!
Estamos de celebración. Mañana se festeja en la segunda Luna Nueva después del 21 de diciembre. Mañana da comienzo el año del Perro de Fuego. El símbolo antiguo para el signo Perro era una mano sosteniendo un arma, porque el perro defiende indómitamente su espacio y tiene un gran sentido de la territorialidad. Muros que se erigen inabordables, invasiones, guerras civiles, gobiernos nacionalistas... Así que no debemos esperar que el año del Perro sea precisamente pacífico. En el último año del Perro de Fuego, el mundo salía de la II Guerra Mundial y a pesar de eso, emergieron nuevos conflictos, como la Guerra de Vietnam.
Cuentan las leyendas que, antaño, los patrones ofrecían a sus empleados una comida llamada ‘wei ya’. Otra tradición folclórica es la reunión del ‘twan-yuan fan’, una cena previa a la noche del Año Nuevo (es decir, hoy), donde la familia se reúne para disfrutar de la cena en una mesa con forma circular en la que puede faltar el ‘yu’, pescado simboliza la abundancia cocina de la vieja Catay.
Para el feng shui el tiempo y el espacio no son dimensiones separadas, sino que se rigen por los mismos principios básicos. El calendario chino, por ejemplo, está construido sobre la base de la Teoría de los Cinco Elementos. Por lo tanto, los cambios en el tiempo son tan importantes como los cambios en el espacio: ingresar a un nuevo año es, en cierto modo, comparable a una mudanza o a una remodelación: es comenzar una nueva etapa.
El Perro ignora las exquisiteces, requiere de dureza y de perseverancia, es esencialmente imparcial y justiciero. Los límites se establecerán donde correspondan y si estalla el conflicto será simplemente porque hay un desequilibrio que compensar. En ese sentido el Perro nos recuerda a la ley del Karma: causa y efecto.
Una excusa perfecta para darle un poco al saque.

viernes, 27 de enero de 2006

250 años

¿Si Wolfgang Amadeus Mozart viviera en la actualidad compondría bandas sonoras para cine?
Hay pocas palabras que escribir y muchas notas que escuchar una y otra vez.
El gran genio es hoy el nombre del día.

No habrá 'Toy Story 3'

Después de que la Disney adquiriera el pasado martes la Pixar Animation Studios en un acuerdo de 7.400 millones de dólares que le da control a los creativos animadores de Pixar sobre el más famoso estudio de dibujos animados del mundo, el universo de la animación se relamió ante el beneficioso duplo que tan buenos resultados habían dado hasta entonces. El acuerdo ha dejado al presidente ejecutivo de Pixar, Steve Jobs, como uno de los mayores accionistas de Disney.
La primera y bendita decisión de John Lasseter, ahora con potestad total sobre los proyectos animados, ha sido cancelar la tercera parte de ‘Toy Story’ que se llevaba preparando un par de años Disney y que iba a traicionar tanto al espíritu de las originales como al equipo que las creó.
Una buena noticia ¿no?

jueves, 26 de enero de 2006

Review 'Crash'

Debut de grandilocuente (in)trascendencia
Paul Haggis consigue con su debut un desigual producto discursivo y trascendentalizado sobre los conflictos raciales, étnicos y sociales de una gran ciudad.
En la ciudad de Los Angeles todo el mundo está crispado. El sentimiento que causa este enfado colectivo es la impotencia, el racismo soterrado que convive con la hipocresía, los prejuicios, la discriminación y las apariencias. Son los elementos básicos que definen la primera película como director del aclamado guionista Paul Haggis, que debuta en la dirección con una historia de vidas cruzadas en la que varios personajes vinculados en torno a un drama social y coral donde las relaciones conllevan por efecto del miedo y la desconfianza que conduce una atroz deshumanización, al aislamiento y a la obstinación, ejerciendo una fuerza motriz en la ordenación de un destino que parece querer entroncarles por medio de imprevistos encuentros.
En este complejo ejercicio de dramaturgia se sitúa la fábula urbana de Haggis, armonizada por diversos personajes a los que les une y les separa la diferencia de clases, confluyendo en accidentales encontronazos que sirven de excusa perfecta para ocultar sus miedos y dejar salir al exterior el odio y la violencia transmutado en el racismo orientado hacia todas las direcciones. En su cáustica visión de la ciudad, en medio de una composición de problemas étnicos y sociales nadie es lo que aparente ser, el guionista de 'Million Dolar Baby' se deja caer en el sensacionalismo, recurriendo en todo momento a un tono efectista, trazando un recorrido por la confusa e intensa geografía humana que nos muestra. ‘Crash’ padece de una grandilocuente trascendencia, a veces muy forzada, puesto que nada de lo ocurre en pantalla sucede de un modo ocasional, sino que encuentra su justificación diegética en el azar impuesto por el director y guionista para que sus personajes se encuentren o desencuentren. En ésa actitud de ambiciosa construcción, Haggis confía su historia a la autocomplacencia artificiosa de un modelo tipológico que, aunque funcione, aquí parece acartonado, lo que resulta condescendiente en su manipulación, cuando la historia necesita ser mucho más agresiva de lo que aparenta. ‘Crash’, de este modo, se diluye en varias direcciones en su caleidoscópica mirada a un puzzle de enfrenamientos raciales que reverberan en la agresividad en forma de contacto humano.
Haggis persiste en demostrar, no sin cierta presunción, que toda la sociedad (diversificada en distintos estratos sociales, religiosos, raciales e ideológicos) es víctima del racismo y culpable de sembrarlo. De ritmo lento y solemne, esta ‘opera prima’ es una deliberada praxis de discurso ambivalente desde un punto de vista ético y moral, que procura que no haya ni buenos ni malos y evita caer en los extremos, como impugnación a cualquier verdad absoluta. Pero todo lo acontecido es insuficiente. Según el director, la realidad es interpretada sobre la base de una valoración dicotómica bastante confusa, utilizada para exponer un orbe descontrolado, en crisis, de subrayada locura e intolerancia, que espera, sin embargo, ser devuelto a la realidad, para bien o para mal, con personajes conscientes de sus errores que abren los ojos a la cruda realidad que les rodea.
La pérdida de valores de un director televisivo (Terence Dashon Howard) que se deja pisar por mantener su posición social, la de un agente de homicidios (espléndido Don Cheadle) que traiciona sus principios por proteger a su hermano, un exasperante iraní (Shaun tour) que está a punto de matar por un sentimiento de indefensión, la acomodada mujer de un político (Sandra Bullock) aterrada por las minorías, un veterano policía sobón y amargado (Matt Dillon) que encuentra la heroicidad salvando una vida o su joven compañero idealista (Ryan Phillipe) que acaba cometiendo un delito atroz llevado por la desconfianza, son los ejes sobre los que se mueve una desequilibrada historia que obstruye sus propósitos de realismo pretendiendo que el fantasma del 11-S se perciba como telón de fondo. Pequeños vicios que convierten este pretencioso experimento en un producto perecedero sobre temas sociales visto infinidad de veces y resueltos con mejor suerte que este ‘Crash’, una película de colisiones, sin duda alguna. Pero con el espectador, en este caso (subjetivo, todo sea dicho).
En ese fondo moral donde todos los personajes parecen desconocer las razas ajenas, donde los aparentemente despreciables personajes sin escrúpulos encuentran la catarsis en una heróica acción y los más débiles e incorruptibles cometen imperdonables errores es donde ‘Crash’ demuestra su tendencia maniquea hacia un discurso victimista en un mundo lleno de aprensiones y despotismos injustificables que, sin embargo, alberga la esperanza de los milagros personificados en la entrañable historia de corte fantástico del cerrajero (Michael Pena) y su pequeña hija, la única que aún mantiene la inocencia en un mundo lleno de injusticias. Si encima, la intención de Haggis por hacer que Los Ángeles se anteponga a sus personajes, a las relaciones que les une y les distancia, se diluye por el afán de formular esa divergente identidad de caracteres que determina la narración, muy interesado en que la humanidad de sus personajes se construya en todo momento a través de una visión intuida como universal, tenemos una película tan artera como efímera. Y no sólo eso, sino que Haggis se permite cerrar el círculo con un ridículo resuello final de ceremonial contemplativo y purgante, como emulando a Paul Thomas Anderson en su magistral ‘Magnolia’, simbolizado, sustituyendo las ranas por una hermosa y nívea estampa de una ciudad que respira temporalmente de sus errores bajo un manto de nieve.
Miguel Á. Refoyo © 2006

miércoles, 25 de enero de 2006

Ha muerto Chris Penn

1962-2006
Nos hemos levantando esta mañana con una noticia, por lo menos, impactante. Y bastante triste. El actor Chris Penn, hermano pequeño de Sean Penn, ha sido hallado muerto en su apartamento cerca de la playa de Santa Mónica. Según el teniente Frank Fabrega, responsable del caso: “el cuerpo no presentaba signos de violencia”. Chris Penn tenía 43 años.
Todos le recordaremos, además por sus trabajos en 'Short cuts', ‘Amor a quemarropa’, ‘To Wong Foo Thanks for Everything, Julie Newmar’, ‘El Funeral’, 'Rush Hour', 'Mulholland Falls' y su voz como Eddie Pulaski en el juego 'Grand Theft Auto: San Andreas', por dar vida al inolvidable Eddie “El amable” (Nice Guy Eddie Cabot) de ‘Reservoir Dogs’, del que extraigo un fragmento de diálogo como homenaje.
Te echaremos de menos, Chris.
EDDIE EL AMABLE
Al venir he oído 'The Night The Light Went Out In Georgia'. No la había escuchado desde que fue un éxito. En su momento debí escucharla un trillón de veces. Y ha sido hoy cuando me he enterado de que la chica que canta es la misma que dispara a Andy.
SR. MARRÓN
¿Quieres decir que no sabías que disparaba ella?
EDDIE EL AMABLE
Creía que era el putón de su mujer.
SR. RUBIO
Lo dicen al final de la canción.
EDDIE EL AMABLE
Sí, ya lo sé, gilipollas, acabo de oírlo. A eso es a lo que me refiero.
SR. NARANJA
Aquí el único gilipollas eres tú, que no te sabes la letra de la canción.

martes, 24 de enero de 2006

Dan Brown y Cannes

'The Da Vinci Code', dirigida por Ron Howard abrirá el 59º Festival Internacional de Cine de Cannes el 17 de mayo de 2006.
Tom Hanks, Audrey Tatou, Jean Reno, Sir Ian Mckellen y Alfred Molina acudirán vestidos de gala al evento cinematográfico.
Que Dios nos pille confesados.

lunes, 23 de enero de 2006

La Isla de los Secretos

Después de reconciliarme con ‘Lost’, tras su penosa emisión en TVE (pasando sin avisar su emisión de los domingos por la tarde a los jueves en ‘primer time’ o descolocando un par de capítulos porque sí) y un imperdonable olvido que me dejó apeado de tan adictiva serie, ayer, con nocturnidad y desconcierto, terminé de ver su primera temporada ¿La primera? Si yo ya he visto la mitad de la segunda, os diréis muchos de vosotros. Lances del destino, supongo. Un término tan procedente a esta extraordinaria pero imperfecta serie.
Vale, he tardado mucho. Demasiado, diría yo. Pero hago efectivo el noble proverbio que más vale tarde que nunca.
No hace falta empezar diciendo que las ajetreadas vidas de catorce de los 48 supervivientes del vuelo 815 de Oceanic con rumbo a Los Angeles desde Sydney en una isla perdida en medio de la nada ha resultado un fenómeno televisivo sin precedentes. Sería hacer hincapié en lo enfático. Ya inmersa en su segunda temporada (que ansío ver por las muchas dudas inconclusas esbozadas en esta primera tanda), ‘Lost', al menos sus primeros 25 capítulos, en mi humilde opinión, se adivina como un producto prestidigitador, espléndido y sobrenatural donde los haya, pero en el fondo bastante astuto y embaucador con sus planteamientos y su lento desarrollo, minado de atractivos orientaciones misteriosas, disimuladas tras un enorme ‘mcguffin’ de fondo que resulta ser una artimañaza perfecta para alargar la angustia sobre qué es lo qué pasa exactamente con la isla de los secretos. Así como el inexplorado contexto juega con los náufragos, la serie (en este caso, los guionistas) juega a su gusto con el espectador.
Lo cierto es que, más allá de los ardides y del hermetismo inexplicable y fragmentario de algunas situaciones y tramas que se dan a lo largo de la serie, en ‘Lost’ impera una calidad formal y argumental que está por encima de sus defectos. A pesar de que los misterios en torno a la razón de la supervivencia, filosófica, existencial o paranormal, de que se solapen incertidumbres o se imprecisen personajes, la atracción por la serie creada por J.J. Abrams es total gracias al prodigioso manejo de la efectiva combinación de drama, acción, suspense y misterio. Toda una lección de intriga emocional, de engatusamiento televisivo. Aunque a veces los pasados en ‘flashbacks’ de los personajes sean reiterativos y se atisbe cierta medianía en las lagunas de las motivaciones previas al vuelo de cada uno de los náufragos, el ritmo narrativo de estos hombres y mujeres absorbidos por la isla es impecable. Personajes que, en un entorno de extravagancia paranormal, se enfrentan a sus temores y sus pretensiones, se redimen o malogran su oportunidad según focalicen sus reacciones y acciones. No hay que mirar más allá.
O tal vez sí.
El último capítulo (divido en tres), titulado ‘Éxodo’, es el ejemplo más paradigmático de lo que ha sido toda la primera temporada. Veamos. A lo largo de los episodios precedentes, jugaron con ciertos factores paranormales; lo “especial” que es Walt, la combinación de los protervos números 4,8,15,16,23 y 42 (que, según cuentan son reincidentes en distintos segmentos de la serie), la anatemización de Harley y su suerte millonaria, el sueño profético de Locke y el descubrimiento de la escotilla (que una noche hasta centellea), la apocalíptica advertencia de Rosseau y su temor por “los otros” o la misteriosa aparición del galeón ‘Roca Negra’ abre una abismal veda a muchas dudas sobre las ya expuestas (como que todos podrían estar muertos, que están en otra dimensión, en otro planeta, que están en el limbo o que han viajado en el tiempo, por poner algún ejemplo) en el transcurso de la serie. Preparan al espectador para un final apoteósico, de perentorias explicaciones a alguna de las repuestas planteadas. Todo se dispone para que así sea. Los ‘flashbacks’ personales se definen a momentos antes de coger el avión que marcará un destino común, mientras en la isla, se fragua un inquietante desenlace. Pero éste no llega. No se cierra ninguna vía. Es más, se inician otras nuevas. Una estrategia de aglomeración congestiva que diversifica con vítrea complejidad sus posibilidades hasta el infinito
El final está encubierto en un clandestino señuelo para que el espectador siga enganchado a la segunda temporada. Todo está dispuesto en función a la entusiasta búsqueda de respuestas que no llegan. El espectador ha dejado 25 capítulos de espera inquiriendo sobre las causas del naufragio y revelaciones de los misterios que encierra la isla, pero aún así nada es revelado. Todo siguen siendo dudas. La aparición de “los otros” y el secuestro de Walt (algo que ya ha pasado con Claire), el acojone de Hurley por el descubrimiento de los esotéricos números (previa visualización de éstos en su evocación del accidentado recorrido a la puerta 23, las 42 revoluciones del coche averiado, las 15 millas a las que desciende el cuentakilómteros o el equipo de volley femenino que los luce al completo-) y, sobre todo, ese travelling que desciende hacia la nada con los rostros de Jack y Locke observando el túnel provocan una sensación de incertidumbre que termina por resultar demasiado adulterada, afectada por la provocada necesidad de saber más. Algo loable en efectividad, pero también debilitado por la inacción del total.
Si nos paramos a pensar ¿Qué es lo que ha pasado en la Isla? Que un grupo de náufragos sobreviven atemorizados por un supuesto monstruo antediluviano (que se explica como un ‘sistema de seguridad’ autodefensivo de la Isla), que una loca que lleva 16 años viviendo allí intenta secuestrar al hijo no nato de una de ellas junto a un personaje al que matan sin saber de donde procede y que un paralítico que camina descubierto como un fiera en la supervivencia y su pupilo (que muere debido a su único instante de flaqueza) encuentran una misteriosa escotilla que hay que abrir como sea.
Sé que ya hay mucha gente enganchada a la segunda temporada. Esperaré unos días y decidiré si cometo un delito denunciado por Santiago Segura y la SGAE o espero a que TVE la malestrene para ir desvelando unas incógnitas que se me antojan irresolubles.
Me intriga la aclaración de esa paraplejia de Locke y el subrepticio enigma que le vincula a la Isla, qué significa el improcedente tatuaje de Jack y qué hay de su divorcio/viudedad de la mujer a la que salvó, quiero saber más cosas obre Sawyer (mi personaje favorito dentro de la serie), dónde aprendió Sun a hablar inglés (y por qué), de dónde le vienen a Walt los poderes y por qué Michael sabe, de repente, construir un barco. Pero, sobre todo, por qué Jack siempre tiene el pelo corto, las chicas van tan bien pintadas y Hurley no ha perdido ni un solo gramo desde el naufragio. Unido, por supuesto, a ver qué pasa con la puñetera escotilla y los números malditos.
Vale, la explicación de Locke sería que todo responde al destino que marca la isla. Así que pronto os comentaré qué tal me va con la segunda temporada.
Esperaré a ver qué pasa con Desmond y esos experimentos.

Kobe Bryant: Increíble-ble-ble

Wilton Norman "Wilt" Chamberlain anotó con los Warriors de Filadelfia el 2 de marzo de 1962 la histórica marca de 100 puntos contra los Knicks de Nueva York.
La pasada madrugada, Kobe Bryant (Lakers) le endosó 81 puntos a los Raptors, la segunda mejor anotación en un partido de la NBA.
Una proeza que, sin lugar a dudas, es, desde ya, un hecho deportivo histórico.