lunes, 28 de marzo de 2005

Adiós al pionero de la 'radiofórmula' española

“Gua... guaaa… guaaaa… Tú y yo lo sabíamos… Es lo más… 3, 2 o 1…”. Ya no volveremos a escuchar estas expresiones, ni esa curiosa palabra “musicine” que acuñó el hoy fallecido Joaquín Luqui cuando se refería a las bandas sonoras.
Viendo las noticias he recordado al catedrático que nos dio radio en la facultad de comunicación durante mis años universitarios. Se obstinó desde un principio (no os imagináis con qué desmedido fervor), en dejarnos bien claro que el original individuo con cara de buen amigo y pelo a lo ‘profesor chiflado’ Emmet Brown fue una figura fundamental, paradigma de la radio española. La radiofórmula nació con Luqui en nuestro país que importó una forma de contribuir a que la radio musical moderna entrara en la ‘Deep Spain’. Es el adiós de un astro de las ondas y de una de las personalidades más queridas del país. Me he preguntado ¿Hay alguien al que le cayera mal este ilustre hombre de radio? La respuesta parece clara.
Recuerdo haberlo visto hace un par de años con acompañado del Foro de la Bestia tras una cena de antología, alguien dijo: “Mira, JL, Joaquín Luqui en directo” (creo que fue el gran Suda Sánchez) y otro, mi memoria no alcanza a saber quién, gritó “¡Gato malo!”. Nada tenía que ver con su figura, ni con sus frases. Simplemente nos encontrábamos todos sobradamente ebrios. Luqui no dudó en girarse y saludarnos con el brazo en alto gritando un “Pasadlo bien, chicos”. Dos segundos después nos hicimos una triste foto cruzando un paso de cebra, intentando reproducir la del 'Abbey Road' de los Beattles. No lo conseguimos. Sé que es una historia mínima, absurda, improcedente a la grandeza del comentarista musical, pero es la única personal que tengo sobre él. Estoy convencido de que si hubiera sabido cuál era nuestra intención fotográfica, se hubiera unido al grupo.
El caso es que Luqui ha sido el más carismático, el hombre a contracorriente, la imagen heterogénea, rayana en el horterismo pero que le conferían un áurea de hombre al que se le adivinaba feliz. Más de 35 años en Los 40 Principales, aficionado a las ciencias ocultas (extravagante coincidencia que ayer muriera Jiménez del Oso), el más ‘fan’ del quinteto más grande de Liverpool (por el que se le conocía como “el quinto Beattle”), de Paul Anka, de Rolling Stone o de Bruce Springsteen, entre otros. O sus programas; ‘El Gran Musical’, ‘JL en FM’, ‘Radioshow’, ‘Fan Club’, ‘Fórmula weekend’, ‘Los mundos de Luqui'...
En fin, qué voy a contar yo en este espacio que no se haya dicho ya. Sólo quería dedicarle unas líneas a este entrañable personaje que nos ha dejado.
D.E.P el gran Luqui.

domingo, 27 de marzo de 2005

En busca de los Ummitas

Para ‘El círculo de las doncellas’, uno de los guiones de largometraje escrito con mi coguionista Chema Guevara, nos instruimos mucho acerca del mundo de la parapsicología y de los timos en este terreno. El personaje principal es Fermín Carrasco, un pobre diablo que se dedica a recrear psicofonías falsas y que admira, sobre todas las cosas, a Fernando Jiménez del Oso. Leímos bastantes números de las revistas ‘Más Allá’, ‘Espacio y tiempo’ y 'Enigmas’ (entre otras), las publicaciones de este psiquiatra experto en parapsicología que ha muerto hoy a los 64 años de edad.
Quién no recuerda ‘Todo es posible en domingo’, ‘La puerta del misterio’ o la versión televisiva ‘Más allá’, nuestros ‘Misterios sin resolver’ en versión cañí. Enigmas, contactos con muertos, ouijas, espiritismo, nigromancia, ciencias ocultas, adivinación y sobre todo el fenómeno ovnis rodearon la vida de este inquietante hombre que esperaba entrar en contacto desde 1979 con unos extraterrestres llamados Ummitas.
Lo último que supe de él fue su colaboración en el disco de Michel Huygen ‘Astralia’, una extrañeza musical definida en un viaje astral más allá de los confines entre lo terrenal de lo cósmico. Una rareza sonora donde Jiménez del Oso iba narrando experiencias paranormales que se escuchaba con su voz distorsionada. Y sí, daba mal rollo.

Del cómic a la pantalla: Más de lo mismo

Sony está en negociaciones con la Marvel para llevar a la gran pantalla ‘Killraven’, el cómic de 1973 creado por Roy Thomas y Neal Adams lanzado en su época como un ofrenda intencional de ‘La Guerra de los Mundos’, de H. G. Wells, que vio la luz por primera vez en el número 18 de la colección Amazing Adventures.
‘Killraven, el guerrero de los mundos’, narraba cómo en el Siglo XXI la tierra es asediada por alienígenas que se hacen con el control del planeta. Los últimos supervivientes son guerrilleros que luchan contra el régimen marciano en una batalla poco menos que apocalíptica. El líder del grupo es Jonathan Raven “Killraven”, un gladiador que combate en los circos Marcianos para regocijo de los nuevos conquistadores. A “Killraven” le acompañaba un séquito formado por los inolvidables M’Shulla, Carmilla, Skull y Hawk en su cruzada por devolver la libertad en la tierra.
Gerry Conway, Bill Mantlo, Gene Colan, Hert Trimpe o Howard Chaykin forjaron el mito, pero no fue hasta la llegada de Don McGregor a los guiones del cómic (en sintonía con los estupendos dibujos de Peter Craig Russell), cuando éste logró conocerse por el aficionado al noveno arte.
Un nuevo proyecto pasa del papel de cómic al cine, uniéndose a la monomanía por la traslación de algún superhéroe de las páginas tebeísticas al celuloide. No insistiré más en la carestía de ideas, el ostracismo creativo y el recurso fácil del último cine comercial que se perpetra Hollywood. El alud de títulos es inagotable: ‘Iron Fist’, ‘Sub-Mariner’, ‘The Hands of Shang-Chi’, ‘Werewolf by Night’, ‘The Black Widow’, ‘Deathlok’, ‘Iron Man’, ‘X-Men 3’, ‘Man-Thing’, ‘Luke Cage’, ‘Ghost Rider’, ‘Fantastic Four’...
Y lo curioso es que existe un responsable directo de todo esto, su nombre: Avi Arad (basta echar un vistazo a su filmografía para saber de qué pie cojea este productor que tiene los derechos de más 4.500 cómics de la Marvel -para algo es uno de sus 'peces gordos'-).
Yo ya me resigno. Como dice mi amigo Raymundo: “Habrá que verla ¿no?”.

¿Qué pasó ayer en el Abismo?

Aún no salgo de mi asombro, todavía estoy turbado con el desmedido número de visitas que se produjo ayer en este humilde blog. Desconozco si se trata de un error o de qué enlace (porque si no, no hay explicación) provino la avalancha de lectores ocasionales, curiosos o despistados que acabaron irrumpiendo en el Abismo, un hecho que me complace sobremanera. Ha sido un progreso paulatino el ascenso de audiencia internauta que se pasa por aquí de vez en cuando, pero lo de ayer (761 entradas) se me antoja desorbitado.
A todo el mundo le gusta que cuando promueve un cometido como el de crear un weblog la difusión sea lo más elevada posible. Es un incentivo más para seguir desarrollando el adeudo que tengo con vosotros, los verdaderos responsables de que cada día encuentre las ganas de redactar (a veces frenéticamente) y procurarle a este Abismo una cierta ralea con contenidos dispares, buscando siempre la calidad, pero por encima de esto, amenizar. Aún saboreando las mieles de este efímero auge y aceptación, la idea sigue siendo la misma con la que nació este weblog, que no es más que alcanzar una diversión bilateral entre el escribiente (que soy yo) y el lector (que eres tú).
Gracias a todos por seguir lo que acontece en este Abismo, de verdad.

sábado, 26 de marzo de 2005

Review 'Asalto al distrito 13'

Un asedio carente de emoción
Jean-François Richet lleva a cabo una insípida actualización del clásico de Carpenter, cuya esencia de tensión y claustrofobia se pierden en el camino de su modernización.
En esta irracional fiebre del ‘remake’, cada día más extendida en el cine norteamericano, corriente fílmica que manifiesta la anemia de ideas originales y el anquilosamiento por el que atraviesa la cinematografía yanqui, uno de los preceptos autoimpuestos para su entendimiento es, al menos, respetary mantenerse fiel al espíritu del original. Pues esta simple premisa, obtenida en no muchas ocasiones, parece ser que no es suficiente para que un 'remake' mantenga la coherencia que se le supone a este nimio ejercicio de reiteración. Un gran ejemplo de esta desvalorización en la duplicación de películas ya rodadas es ‘Asalto al distrito 13’, la nueva visión del clásico de serie B rodado en 1976 por John Carpenter ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’. En esta nueva traducción actualizada, la idea conceptual y esquemática, sin concesiones a la narrativa malabárica, se mantiene e incluso se incrementa desde la perspectiva del francés Jean-François Richet, que toma la excusa argumental de la película de Carpenter: el asedio sufrido por los ocupantes de una comisaría a punto de cerrar por una mesnada exterior que hará todo lo posible por acabar con sus vidas.
Hasta aquí muy bien, el respeto y finalidad de lealtad cinematográfica hacia el maestro es innegable. Pero hay algo que no funciona, que distancia este redundante producto de su predecesor. Tal vez sea que esta revisión no suscita ningún tipo de desasosiego, de tensión claustrofóbica y de efectividad, debido a que el espectador sabe perfectamente dónde está, el entorno es demasiado familiar. Y es que aunque Richet no se aleje de las gélidas sombras y disparos, del contexto opresivo y estremecedor, en el que la irracional violencia del colectivo externo proviene de ‘La noche de los muertos vivientes’ (máxima referencia a la monumental novela de Richard Matheson ‘Soy Leyenda’), el realizador galo no encuentra el vigor y la actitud resolutiva para supeditar lo significativo a lo trivial, haciendo que las perfiladas relaciones interpersonales que forjan sus protagonistas, aislados y destinados a entenderse si quieren sobrevivir, ensombrezcan cualquier tipo de tratamiento de la soledad o los sepulcrales silencios de la original, rotos por esas ráfagas de tiros de la oscura amenaza. Hay un excesivo diálogo en sus esteriotipados personajes como para que funcione al nivel dramático del clásico de Carpenter.
De todos es conocida la adhesión de director de ‘Halloween’ al ideal de Howard Hawks y su infiltrada utilización de la consubstancialidad más auténtica del ‘far west’. En ese sentido, este nuevo ‘Asalto...’ poco ha cambiado de aquél western urbano con forma de thriller, donde los indios, reflejados en una pandilla juvenil llamada ‘El trueno verde’ en busca de venganza, han sido sustituidos por un grupo de policías corruptos que quieren acabar con el único testigo que puede delatarles. Asimismo, el fuerte a ocupar ya no es una solitaria y desértica dependencia policial de Anderson, en Los Angeles, sino una destartalada comisaría en pleno corazón de Detroit, ambas a punto de cerrar. Desde el principio, este ‘remake’ deja bastante claro cómo ha cambiado la sociedad actual respecto a la de los 70, idiotizándose deliberadamente bajo la hipocresía moral que nos rodea.
En ‘Asalto a la comisaría del Distrito 13’ (curiosa traducción, ya que se trataba de la comisaría 13 del distrito 9), de John Carpenter, la raíz del acoso procedía de las ansias de venganza del grupo juvenil hacia un padre que veía cómo éstos mataban a su hija de seis años sin motivo alguno, resarciéndose con un disparo que acaba con la vida de uno de ellos. En la actualidad que una inocente niña reciba un tiro a bocajarro con un helado de la mano, es una imagen inconcebible en Hollywood. La rebeldía de esta juventud encolerizada era lógica, teniendo en cuenta que seis componentes de su banda habían sido acribillados por la policía, situación en la que Carpenter propuso las relaciones entre las bandas y las fuerzas de orden público como una batalla fruto de la ineficacia política de la época. Para la versión de 2005 es mucho más fácil, sin tanto calado de violencia gratuita, haciendo que la trama gire en torno a los valores morales, acomodando a los sitiadores como una treintena de policías corruptos pretendiendo salvaguardar sus espaldas. En 1976 Bishop era el policía negro primerizo, el accidental héroe que en su infancia había coqueteado con la delincuencia. Ahora, Bishop se ha transmutado en el íntegro criminal que no duda en ponerse de parte de la ley, ya que esto le beneficia, perdiendo así la figura del socarrón y carismático Napoleón Wilson, un recluso que se regía bajo el instinto de supervivencia. La iniquidad de la propuesta actual de esa carcoma de estos agentes de policía deja mucho que desear si se confronta con aquel ‘cholo’ (una lucha a muerte) de Carpenter.
Son muchas las diferencias que hacen que este ‘Asalto…’ de 2005 esté muy por debajo de su progenitora, fundamentalmente en la exposición general de sus personajes. Mientras que Carpenter definió los caracteres de sus acorralados roles en una insubordinación a los cánones impuestos en el filme de Richet todos representan a un personaje típico del género. Los tres protagonistas de la cinta del maestro Carpenter, Leight (Laurie Zimmer) una secretaria impasible y tenaz, Bishop (Austin Stoker), el policía negro héroe a supesar y Wilson (Darwin Joston), un peligroso criminal que actúa al lado de la ley para sobrevivir no estaban a gusto en el tópico que se les imponía, insubordinándose a los preceptos genéricos. Ahora no, la pérdida de identidad del filme de Richet, además de claudicar ante lo común de una trama que pierde cualquier nivel de intención alegórica que poseía la película de 1976, tiene su peor enemigo en el guión de James DeMonaco (‘El negociador’) que se excede en la prototipificación de su fauna, iniciado con ese prólogo donde vemos a Roenick (en las facciones del cada vez más demacrado Ethan Hawke) fracasar en una operación antidroga en la que pierde a sus dos compañeros. Ya tenemos la excusa perfecta para conocer los fantasmas del heroico protagonista, de comprender su ‘modus operandi’ y sus reacciones ante el ataque policial de su comisaría.
La excesiva personalización no sólo se rotula en el personaje principal y en su forzoso acólito Bishop (Lawrence Fishburne, ejerciendo otra vez de Morpheo), el problema es que se despliega a los demás personajes secundarios, que toman más protagonismo del esperado; una secretaria deseosa de sexo con chicos malos (la muy ‘carpenteriana’ Drea de Matteo), un policía irlandés a punto de jubilarse (un envejecido Brian Dennehy), un drogadicto nervioso e irracional (histriónico como siempre John Leguizamo), y una incapaz psicóloga (una insulsa Maria Bello) adquieren un protagonismo desnivelado en función de la acción.
La originalidad se pierde por completo, la falta de recursos argumentales y la superposición de la acción en detrimento de la cadencia que significaba el hermetismo claustrofóbico de la original se unen al recursivo apego de Richet por el constante movimiento de cámara para encontrar el ritmo visual, último recurso utilizado por Carpenter en su segundo filme. También se desmejora el nuevo ‘Asalto…’ en el desarrollo lógico de la trama, apoyándose en un pretendido realismo (la justificación argumental de todo lo que pasa) que cercena cualquier intención de insinuación, de subversividad, incluso el enfoque dramático del angustioso encierro queda mutilado con ese final a campo abierto (ojo, en un bosque en medio de Detroit, en el centro de la ciudad) que descompone el clímax logrado por Carpenter con aquel atrincheramiento en el sótano de la comisaría con sólo ocho balas para frenar a la horda de agresores. Si a este escamoteo de intenciones le añadimos que en el filme de Richet la oscuridad es mucho menos sombría gracias a la ajustada fotografía de Robert Gantz, que empaña el asfixiante objetivo de claustrofobia y tensión que logró Carpenter, nos queda bien poco.
A cambio, Richet brinda un arsenal de secuencias de acción, de ráfagas de cine de género bien rodado, con buen pulso amparado en el alarde técnico, siempre en función de un espectáculo que termina siendo vacuo, enérgico y eficaz, eso sí, pero carente de emoción. Un producto de innegable capacidad para distraer, pero sin llegar a más. Se pierde, por tanto, el nivel de tensión del inquietante tratamiento de las tribus urbanas suplantado por un anodino policía con los rasgos del siempre fallido Gabriel Byrne en otra espeluznante interpretación, con lo cual, todos hemos salido perdiendo. Tampoco escuchamos los punteos sintetizados de Carpenter que dan esa peculiar energía a la acción, ni concurre en su interior una escéptica visión acerca de la aquiescente actitud de la sociedad americana, ni se ha mantenido el sentido del humor irónico que salpicaba el filme del maestro de la serie B, ni se percibe algún signo de inquietud por aportar nada nuevo a la historia. Por lo tanto, no existe un motivo claro y justificable para esta revisitiación cuya intrascendencia es identificable a estos tiempos de desabrimiento y oprobio ‘hollywoodiense’.
Miguel Á. Refoyo © 2005

¿Volverá?

"La arqueología busca el hecho y no la verdad. Si es la verdad lo que les interesa el profesor Daily da filosofía en la clase del fondo. Olvídense de ciudades perdidas y objetos exóticos. No hay mapas que lleven tesoros ocultos y nunca hay una equis que marque el lugar. No hay que seguir la mitología al pie de la letra".
Esperamos tu regreso. Stop. El cine te necesita.

viernes, 25 de marzo de 2005

Una secuencia al azar (II). 'First Blood'. A one man war

Nos situamos a principios de los años 80, subsiguientemente a la guerra de Vietnam. Una contienda que dejó secuelas en los marines que sobrevivieron a la barbarie; síntomas de aguda ansiedad, fuerte depresión o desorden de estrés postraumático... Atrás habían quedado el conflicto de Laos y Camboya, el intento de mantener la presencia francesa colonial en Indochina frente a las fuerzas comunistas del Vietminh, apoyando al régimen anticomunista de Vgo Dinh Diem o los bombardeos masivos y el uso de agentes químicos. Cuando el 17 de abril, Phnom Penh cayó en manos de los Khmers Rojos y poco tiempo después los comunistas tomaron Saigón, miles de soldados norteamericanos volvieron a casa con una sintomatología difícil de expeler. El tiempo no siempre lo cura todo. 58.000 muertos y 300.000 heridos devolvieron a centenares de miles de soldados con una amplia adicción a las drogas y con serios problemas de adaptación a la vida civil.
Un atribulado marine transita por una carretera de Estados Unidos cercana a la frontera con Canadá. ‘Wellcome to Holidayland’ es el marbete por el que pasa con su petate al hombro al llegar al apacible pueblecito de Hope. Acaba de descubrir que el último amigo de su escuadrón ha muerto víctima del cáncer debido al Napalm. La guerra le ha convertido en un inestable individuo a punto de estallar, estigmatizado por el afeamiento de un conflicto bélico sin sentido. Su nombre es John Rambo, un engranaje perfecto para la guerra desubicado en una sociedad que está a punto de desdeñarle.
El Sheriff Will Teasle sale de la comisaría afablemente, dando los buenos días a todo el mundo, hipócritamente feliz. Vislumbra cierta amenaza en el porte y aspecto de John. Le ordena subirse al coche. No tarda en culparle de mendicante y pordiosero.
- ¿A dónde te diriges?
- A Portland.
- Eso está al sur y no al norte como dijiste.
- Sólo quiero comer algo.
- Hay un parador a 45 Km. de aquí.
- ¿Existe alguna ley que me prohíba comer en este pueblo?
- Sí. Yo.
Teasle le repudia, ultrajándole y abandonando al pobre hombre en la otra punta del pueblo, insinuando que se vaya. Esto es el mundo y él una sola persona, todo lo demás llegó después, todos los sistemas siempre lo olvidan, que decía una canción de ‘La polla record’. El fascismo del poder. Rambo, porfiado y herido en su orgullo, reencauza sus pasos de nuevo hacia el pueblo. El Sheriff atisba la acción incrédulo y se dirige a él para detenerle.
Es el principio de una contienda que no podrá ganar.
Por cierto ¿sabíais que ‘Rambo’ en japonés significa ‘Violencia’?

Subversión

Ejemplo paradigmático de un erróneo concepto de algún malintencionado diseñador a la hora de crear un logo para un centro pediátrico de Virginia.

Nuevo proyecto de Shyamalan

A través de su mirada, M. Night Shyamalan ha encauzado la tradición filosófica y existencial hacia un excepcional pesimismo y fatalismo, desplegado en su vertiente más poética y sensible. Así ha podido recurrir a la diferenciación de sus propios designios para invertirlos y adoptar la manumisión a culquier regla impuesta, a lo que se esperaba de él tras ‘El Sexto Sentido’. Shyamalan ha sabido desplegar de este modo su fascinante cine cargado de quietud imperceptible, cristalizado en un tratamiento impecable acerca de la muerte, el amor, la soledad, la incomunicación y el sentido de nuestro propio destino.
Su próximo proyecto confirmado es ‘Lady in the Water’, una inquietante fábula sobre un portero de un edificio (nada que ver con el de “un poquito de por favor”) que encuentra una sirena en la piscina del edificio, según ha hecho saber Movieweb.
No esperéis una edulcorada y risueña arenga romántica homóloga a ‘Splash’, de Ron Howard, si no que Shyamalan atestigua, bajo un halo de misterio -el que rodea a sus películas-, que será un escabroso cuento sobre los mitos y las supersticiones. El guión está escrito por él mismo. Sam Mercer, bajo la productora Blinding Edge Pictures, será el productor de la nueva y esperada película de Shyamalan tras su fabulosa ‘The Village’.
Una nueva oportunidad para demostrar su facilidad con la que sabe bucear en los bellos y desolados mares de lo eterno.

jueves, 24 de marzo de 2005

Paganía alcoholizada

Hoy, Jueves Santo, la tradición católica celebra la muerte de Cristo, la pasión como bien ha dejado para la posteridad fílmica el ínclito rumí cristiano Mel Gibson. Pero hay otras conmemoraciones, en este caso paganas y heterodoxas, que avivan una afinidad para aquellos a los que la zambra y el embriaguez les motiva para profesar su dogma hacia la baraúnda tumultuosa, o lo que es lo mismo, la fiesta jaranera sin freno donde el alcohol es la deidad a venerar.
Esto es lo que sucede en la Semana Santa Leonesa, en esta noche de Jueves Santo, donde miles de leoneses y potenciales odres llegados de toda España invaden el casco antiguo de la ciudad, el popular Barrio Húmedo, para celebrar el Entierro de Genarín, una romería que se determina por ser estridente, picaresca y de carácter beodo en todas sus dimensiones. Una procesión desplegada a la gloria de Genaro Blanco, más conocido como Genarín, un personaje de principios de siglo que ejercía de pellejero y que vivió en León. Era conocido por ser bajito, caricaturescamente feo, tunante artero, diletante de los lupanares (es decir, un putero en toda regla), pero sobre todo ha pasado a la historia era un gran borracho. Así de fácil. Un buen día, mientras se acercaba dando tumbos hasta la Avda. de los Cubos (una de las calles más populares de la ciudad), el primer camión de la basura de la ciudad de León le atropelló y acabó con su bulliciosa vida en marzo de 1929.
Cada año, como manda el ceremonial, la comitiva se desplaza desde la Calle de la Sal (siguiendo la liturgia de los 30 pasos, oratorias de romances e ingestión de grandes cantidades de orujo de la tierra) portando en las espaldas de los cofrades (ya mamados) un paso que acarrea un barril de orujo con una corona de laurel y velas hasta la Plaza del Grano, donde se prosigue con los romances y los desmedidas degluciones de orujo hasta que el hermano colgador de la cofradía de Genarín se encarga de escalar la muralla y colocar en lo alto una botella de orujo, queso, pan de hogaza y dos naranjas, que simbolizan el alimento para el espíritu de Jenaro, el Genarín.
Entonces entona los siguientes versos:
Y antes de ser declamadas para gloria de este mundo,
siguiéndote en tus costumbres, pues nunca ganasteis lujos,
bebamos a tu memoria una copina de orujo,
que fue lo que más chupaste antes de ser difunto.
Y así termina esta vía-crucis, con todo el mundo ebrio, brindando con orujo.
Una entrañable fiesta, sin duda alguna, que muchos tachan de sacrílega e irreverente. Pero a los fieles de esta tradición “que les quiten lo bailao”. Si María Jiménez supiera de la existencia de esta romería, seguramente que no volvería a arrastrar el culo en el Rocío.