lunes, 9 de marzo de 2009

Stanley Kubrick: Una década sin el Gran Genio

Este pasado fin de semana se cumplió el aniversario de la primera década de la muerte de Stanley Kubrick. Diez años sin el genio obsesivo y perfeccionista, el oscuro poeta de talento inabordable y elevación fílmica superlativa.
Uno de los valores congénitos que caracterizaron su filmografía fue, por encima de cualquier profundidad estilística, su independencia de los grandes estudios, su ilimitada megalomanía y una actitud casi insultante hacia la catalogación de un cine que el director supo forjar hacia la ruptura de todo esquema tradicional, sometiendo los cánones habidos y haber a las reglas de su propia imaginación. Desmitificador de iconos sociales y humanos, creador de universos, Kubrick, visionario con capacidad de cine de autor, hizo de cada trabajo una obra de completa clarividencia, en cualquiera de los terrenos en que se divida. Un perfeccionista que logró convertir todos sus proyectos en tesis cinematográficas. Cada plano, cada encuadre, cada luz… está examinada hasta la extenuación, hasta acercarse de forma verosímil a la sublimidad, donde el paralelismo análogo entre imagen mental y ocular pudiera ser posible. Stanley Kubrick fue, ante todo, un creador y pionero de nuevas formas, un ingeniero de imágenes, un idealista capaz de controlar cualquier aspecto de la producción por minúsculo que éste fuera con tal de lograr un objetivo tan poco loable como es la perfección. Una perseguida perfección que, aunque obsesiva, le valió el reconocimiento unánime gracias a sus extraordinarios códigos de representación formal.
Kubrick se convirtió así en un cineasta que supo realzar la inmensidad del cine hasta llevarla a un barroquismo que parecía extinguido, con una riqueza expresiva jamás alcanzada en la representación de la ambición, la violencia, el fracaso, el miedo, la catarsis y la avidez humana, jugando abundantemente con las convenciones de todos los géneros que filmó, graduando en cada película sus certeras sugerencias y explicitudes, metáforas y realidades. Las preocupaciones estéticas de Kubrick se puntualizaban en su gusto por reflejar el arte como un medio de transmisión de valores éticos, en una filmografía con personajes sumidos en una confrontación moral que, pese a su dificultad de identificación, desplegaban una sorprendente afinidad respecto al público. El cine de Kubrick se sustentó en unas poderosas imágenes vinculadas a la liturgia clásica, contrapuesta a su vocación de revolucionario estético, de explorador de las nuevas técnicas y primeros pasos del futuro cinematográfico. Para el Gran Maestro, la obsesión de sus creaciones provenía de una ambición por visualizar las oscilaciones del pensamiento y de lo onírico, mostrando para ello una sucesión de fragmentos interconectados tanto a la vida y a la realidad como a un estado de trascendencia. Como en ‘2001, una odisea del Espacio’, épica cinta centrada en la historia de la Humanidad, desde el nacimiento de la Prehistoria hasta un futuro confuso que presenta un ejemplar y bucólico retorno a los orígenes representado en la transmutación de Bowman, primero en un valetudinario viejo para, después, pasar a ser un feto nacido del Padre Muerto que regresa al cosmos infinito…
Con sólo trece títulos a sus espaldas Stanley Kubrick es, hoy en día, uno de los caracteres más emblemáticos e iconográficos que se puedan encontrar en la Historia de Cine. Considerado como un genio de enloquecida personalidad, su obra se ha establecido como prototipo de un cine insuperable, dando a su trayectoria una densidad mayor que la de cualquier director que se haya puesto detrás de una cámara. Diez años después, el Mito sigue vivo en la memoria y el Cine sigue echando de menos al hombre que logró una imposible magnificencia en la necesaria fusión de técnica, estética y las posibilidades conceptuales del Séptimo Arte.

jueves, 5 de marzo de 2009

Negativa a los vigilantes cinematográficos

Ayer decidí no ir a ver la adaptación cinematográfica de ‘Watchmen’. Dedicarle tiempo a una ‘review’ sobre el filme de Zack Snyder sería mucho pedir. Obviamente, tampoco voy a prejuzgarla, ni a valorarla, ni a sacar conclusiones de ningún tipo. Muestro todo mi respeto al dineral que se ha gastado la Warner y los valores artísticos que ésta pueda tener, así como el entretenimiento desprejuiciado que pueda albergar. Tampoco encuentro razones para argumentar esta determinación negativa. Únicamente no me apetece ver cómo y qué han hecho los guionistas David Hayter y Alex Tse con ese grupo de superhéroes que han sido extirpados de su aséptica heroicidad y sumergidos en la sórdida realidad de un pasado alternativo y ficcional donde Estados Unidos está a punto de entrar en una guerra nuclear con la Unión Soviética, ni cómo se las habrá ingeniado el otrora imaginativo director de ‘Amanecer de los muertos’ para otorgarle al filme la reconocible simetría concepción llena de simbolismos, o qué tal quedará en imágenes la pugna nuclear resuelta con una paradoja temporal, si es tan feroz la crítica a la sociedad occidental o si han sabido reflejar el escenario retrofuturista con trasfondo político.
El universo de El Comediante, el Dr. Manhattan, Búho Nocturno, Laurel Juspeczyk, Rorschach u Ozimandias sigue siendo más atractivo en las páginas del cómic creado por Alan Moore y Dave Gibbons. Sus personalidades deben tener el proceso deconstructivo de las páginas del cómic, en su desmitificación y formalización, devenidas dentro de una planificación y disposición concretas e inalterables. Una de las grandes obras maestras de la cultura contemporánea debe seguir siendo un referente dentro de su medio, no en un contexto ajeno, donde adulterar su sentido hacia unos límites comerciales innecesarios.
¿Qué sentido tiene ver ‘Watchmen’ cuando se puede volver a leer?
Acepto argumentos para un hipotético cambio de opinión.

¡A LA FINAL!

Y creímos… vaya si creímos.
Las grandes gestas vienen dadas, en ocasiones, por una cuestión de fe y de evocación histórica. San Mamés volvió a ser testigo de otra proeza futbolística, de otra de esas epopeyas que el Athletic de Bilbao casi había olvidado. La tradición devolvió al equipo rojiblanco a la final de la Copa del Rey, a su competición más carismática e identificativa. Un partido de garra y empuje, jugado con la convicción de los campeones, anulando al contrario, con la certeza de esa final que pertenece al equipo de Joaquín Caparrós. El orgullo pudo más que los pobres estatismos tácticos de un rival que no apareció ni siquiera en ráfagas. El león se comió a un lobo tratado con respeto, sin subestimar la posibilidad del sufrimiento en ningún instante, pero sabedores de que, a medida que pasaba el tiempo, la final estaba más cerca. Después de los tres goles de Javi Martínez, esa fuerza de la naturaleza llamada Fernando Llorente y el vital Toquero, el júbilo se desató en La Catedral y el césped fue invadido por los aficionados, casi con total seguridad la mejor afición del fútbol español, embargados por la euforia y el sentimiento unánime de pasión por un equipo humilde que espera una inigualable ocasión para volver a hacer historia el próximo día 13 de mayo, seguida por ése enjambre rojiblanco al que Valencia ya se le empieza a quedar pequeña. El ‘mainstream’ monopolista del fútbol en España es para los que ganan títulos con dinero y mercenarios que defienden los colores de un equipo a golpe de talón. La verdadera gloria está reservada para los que la disfrutan desde la honestidad de una tradición legendaria.
Ayer fue una noche antológica. Pero sólo debe ser el preámbulo de la gran fiesta.
¡¡AUPA ATHLETIC!! y Eskarrik Asko.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Hervidero rojiblanco

Ha llegado la hora de no ceder ante las agoreras expectativas deportivas marcadas por un resultado en contra, ni ante las estadísticas, ni ante jugadores de Mali que se crecen por momentos…
Ha llegado la hora de recuperar la unanimidad emocional que congrega una bandera, una ciudad, un campo ancestral de gestas heroicas, el sentimiento histórico de un equipo extraordinario y único en un mundo futbolístico tan mercantilista, sin implicación por el escudo que defiende.
Ha llegado la hora de la esperanza, de la resurrección de aquel soberano invencible que fue destronado de su competición predilecta, donde se escribieron las hazañas deportivas más rememoradas por la afición.
Veinticinco años después…
Ha llegado la hora… de creer.
¡AUPA ATHLETIC!

lunes, 2 de marzo de 2009

Review 'El luchador (The Wrestler)'

La épica batalla de los perdedores
Darren Aronofsky ofrece una tierna mirada de depuración estilística hacia la autodestrucción de un luchador en busca de redención al que da vida un colosal Mickey Rourke.
La cosa va de luchas. La de Randy “The Ram” Robinson, un luchador de ‘wrestling’ que un día fue un ídolo para el público que sigue con fervor este espectáculo tan yanqui que es el ‘pressing catch’, mezcla la adoración al cuerpo humano moldeado a base de esteroides y gimnasio, la lucha pactada (a veces grotesca) y la función circense y vulgar. En síntesis; deporte y teatro. Los ejemplares títulos de crédito de ‘El Luchador’ dan la pauta de un prólogo sin necesidad de imágenes que vayan más allá de los recortes de periódico que acapararon la prensa en el pasado para destacar la grandeza de este enérgico gladiador que un día fue el más grande. Sin embargo, los tiempos cambian y Randy ahora sobrevive peleando en pequeños ‘shows’ y ganándose la vida haciendo horas extras en un supermercado.
Es la historia de un hombre que sólo conoce una forma de vida, una pasión y que se convertido en un recuerdo difuminado. Desde ese momento, ‘El luchador’ no expone un guión innovador o volcado en sorpresas. Es otro de esos viajes a la América Profunda para vivir una vida despojada de encanto, de un perdedor que busca subsanar los errores del pasado y la redención. Esta redundancia temática no afecta al devenir de la película, ya que no engañan a nadie en el desarrollo de un drama que aglutina grandes dosis de honestidad e ingenuidad a la hora de manejar los tópicos y el arquetipo.
Poco tiene que sorprender que una película como esta venga firmada por un cineasta contracorriente como Darren Aronofsky, autor de títulos como ‘Requiem por un sueño’ y ‘La fuente de la vida’, puesto que ‘El luchador’ no deja de contener ese riesgo al mostrarse como una cinta verdaderamente independiente, sin casi recursos económicos, que sacude la mirada del espectador con su humilde empeño por contar una historia desprovista de la artificiosidad barroca y psicodélicamente visual que muchas veces se ha achacado al autor. Aronofsky evita la concesión a la opulencia estética y adecua los medios formales al discurso, con depuración estilística, respondiendo a las exigencias de la historia que se narra, pero no abandona su interés por los personajes a los que la cultura norteamericana ha abandonado a su suerte, que simbolizan la derrota ante un sueño americano dado de bruces con la frustración y los sueños rotos. Es conmovedor la mirada con la que el director recrea a ese luchador con heridas físicas y afectivas, alejándose de la indulgencia y el melodrama.
Para Aronofsky el respeto por su personaje se cimienta en la minuciosidad con la que sigue, cámara en mano, a “The Ram”, con un sentido quirúrgico, cercano al documental, buscando siempre la concesión final a su dignidad como persona, más allá del cuerpo machacado por los años y su súplica de redención. ‘El luchador’ ofrece un recital de verdad, de traslúcida contrición, de devoción por cada plano y secuencia por que la que transita esta diáfana fábula sobre el fracaso.
También es una turbadora radiografía del Wrestling de bajos fondos, despojado del ‘glamour’ y espectáculo que mueve gran tonelaje de dinero, del ‘show business’ que conocemos como WWE, aquél que subsiste una vez que acaba la gloria masificada. Aronofsky cuida al detalle esa obsesión de los luchadores por ofrecer un espectáculo realista, junto a los ambientes de gimnasio, de anabolizantes, de camaradería fraternal antes y después de los combates. No es difícil imaginar tantos y tantos luchadores como Randy, que perviven en un mundo tan autodestructivo como el que se plasma en pantalla. Desde ése punto de vista, no es extraño que el filme se empape por completo de la concisa melancolía que desprenden sus secuencias, de la dureza realista de todo el periplo vital de un viejo fracasado, pero sobre todo de esa nostalgia generacional que suena a golpe de música ‘heavy’ de los 80, cuando el ‘pressing catch’ se surtía del ensordecedor rugido de grupos como Accept, Scorpions, Firehouse, Slaughter o los Guns N’ Roses.
El paso de los años va arrancando lo que Randy simbolizó, plasmado con una grandeza inalcanzable en esas lágrimas ante su incapacidad por recuperar a su hija, a la que abandonó siendo una niña, en ese chaval que le abandona porque el juego en el que él es el protagonista ha quedado tremendamente envejecido ante las consolas de moda o la desangelada convención organizada en un local de la Legión Americana, donde las viejas glorias de la lucha libre firman autógrafos, se hacen fotos con sus ‘fans’ e intentan vender los VHS de sus mejores momentos para sacarse unos cuántos dólares. ‘El luchador’ destila humildad, suciedad urbana y realidad cuando habla de la autenticidad de las personas, de todo aquello que hace a Randy incapaz de rendirse y siga luchando por seguir siendo lo que siempre fue.
El contrapunto, en este mundo suburbano de ‘losers’, lo pone Cassidy (sublime Marisa Tomei), una sugerente ‘stripper’ madura que también empieza a plantearse el fin de sus días sobre el dudoso escenario. Es el único personaje que sabe ver la necesidad de afecto de un hombre a punto de derrumbarse, que se ve reflejada en él cuando es evidente que la madurez y los años han hecho de ella una persona totalmente diferente a la que un buen día soñó, cuando deja de resultar atractiva para los clientes más jóvenes. No es una historia de amor, sino de supervivencia, de seres que se necesitan como confidentes, como endebles apoyos morales para soportar la dureza con la que el destino va definiendo sus vidas.
Llegados a este punto de una apasionante crónica del fracaso y de los valores humanos de gente imperfecta, para “The Ram” el combate más importante ya no es contra sus rivales, ni por recuperar una fama que sabe perdida. La verdadera batalla se libra contra su propia soledad en un ‘ring’ tan poco idóneo como es la realidad.
Pero si algo en el filme aporta la humanidad y la excelsa dimensión dramática a la historia es la figura de Mickey Rourke. Mucho se ha hablado de su resurrección como actor, de su olvido, de su inactividad. Desde su debut, en 1980, no ha pasado ni un solo año sin que Rourke, dejando a un lado su vida sediciosa, sus combates pugilísticos y su deformación a causa del botox, haya participado en alguna que otra película. Nunca se fue, pero es cierto que este papel es su renacimiento como intérprete, su mejor y más aplaudida interpretación.
Y lo es porque Rourke desnuda su alma y vive a través de un personaje con el que le une cierta afinidad personal y profesional. Se muestra capaz de darlo todo con la cercanía de aquello que se narra, con esa caída de un mito que, aunque sea por un breve lapso de tiempo, reivindica su grandeza como actor mucho más allá de la rudeza con la que este monstruo actoral compone cada movimiento. Una actuación de probidad envidiable, de un calado dramático y contenido como pocas veces puede verse en una pantalla. Rourke exprime las aristas emocionales del gradullón para llenarlo de vida, de rebeldía ante la adversidad, de naturaleza humana a la hora de afrontar su desafío ante las segundas oportunidades. El inolvidable protagonista de ‘El corazón del ángel’ y ‘Manhattan Sur’ contagia su triste humanidad con una tierna mirada escondida bajo una presencia contundente.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

miércoles, 25 de febrero de 2009

Review 'El Curioso Caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button)'

La vida, en rumbo inverso
David Fincher crea una obra consciente de su grandeza, sutil en ejecución, que encumbra (una vez más) su domino de las posibilidades del medio cinematográfico con una historia sobre lo efímero de la vida y la necesidad de aprovechar cada instante.
“Conocer el valor del tiempo es saber vivir”. Es la máxima que podría haber inspirado a Mark Twain cuando aludió a esa posibilidad de ser felices si todo el mundo naciera con 80 años y llegara paulatinamente a los 18. Es la base que tomó F. Scott Fitzgerald para escribir su cuento ‘The Curious Case of Benjamin Button’ en 1921. El trascendencia del tiempo, el hecho de asumir la vejez y el final de la vida como comienzo de una nueva son las bases de este relato fantástico y metafórico que adapta libremente el guionista Eric Roth para que David Fincher lleve al cine la historia de Benjamin Button, una persona que nace con una anomalía biológica que invierte su ciclo de vida; nace como un bebé envejecido y es abandonado por su padre biológico en una residencia de ancianos. Acogido como uno más, Benjamin rejuvenecerá según avanza el tiempo, aprendiendo a vivir al revés que los demás, en una vida con un rumbo opuesto a la gente que le rodea.
Se trata así de una curiosa reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la vejez y la juventud, las segundas oportunidades o el amor y la muerte, articulada en un mismo camino de cierto pesimismo, ya que Fincher y Roth llevan el filme hacia unos cuestionamientos en los que se delibera sobre los códigos morales de la inexorabilidad del tiempo, ya sea hacia delante o en sentido contrario. ‘El curioso caso de Benjamin Button’ juega en un mundo irreal que se nutre de un personaje que tiene una forma distinta avanzar hacia el futuro, sugiriendo un radical ejemplo de heterogeneidad en las personas, la misma que hace a la gente especial. Se plantea con ello una fábula que concierne a la superación de barreras, a las ganas de vivir, incluso cuando la muerte rodea al insólito personaje en todo momento.
En realidad, la película es un gran ‘flashback’ proveniente de una lectura. Caroline, una mujer que vela a su madre en la agonía de una cama de hospital, cumple el último deseo de su progenitora, el de leer un viejo diario de un hombre al que una vez conoció. Con una fórmula tan desgastada, la narración va tomando cuerpo de narración fabulesca, a través de la vida de Benjamin Button, que arranca en el mismo instante en que nace, conociendo desde su alumbramiento ciertos episodios de su existencia, sin una historia detrás, donde su vida avanza (o retrocede, en este caso) sobre las palabras escritas de un hombre que ejemplifica lo efímero de la vida, la necesidad de aprovechar cada instante.
De ahí que desde muy pronto, el joven/viejo Button viva el descubrimiento de las cosas con los achaques de un anciano, pero con el espíritu de un niño, para ir desgranando su involución hacia una vida juvenil que, dentro de la película, emplea un metraje casi ínfimo comparado a su infancia/vejez, ya que de este modo, queda subrayado esa fugacidad cronológica a la que alude la historia, donde el romance entre Daisy y Benjamin, aplazado desde que él era un anciano y ella una niña adolescente, se fragua con la obligación de disfrutar cuanto puedan, sólo unos pocos años, en la flor de su juventud. En esencia, ‘El curioso caso de Benjamin Button’, es un drama nada condescendiente con el sentimentalismo lacrimógeno o edulcorado.
Uno de los logros de la cinta de Fincher es que no pretende seguir el desarrollo de la Historia del S. XX con las vivencias de su protagonista. No hay un énfasis en centrar su épico periplo en función de los acontecimientos que marcan Estados Unidos o el mundo, si no que se trata de una historia individual y vital que exceptúa, fortuitamente, este revisionismo histórico con la aparición en un momento puntual de la II Guerra Mundial o que marca el final del relato con la aparición del Huracán Katrina que asoló Nueva Orleáns, lugar donde se ubica gran parte de la historia.
Alude por tanto a la metáfora de todo lo vivido y de todo lo perdido, que se anticipa en el prodigioso prólogo, donde un relojero ciego construye un reloj de estación ferroviaria que marca el tiempo hacia atrás, pretendiendo con ello que así, de un modo emblemática, la vida pudiera ir hacia atrás para recuperar a todos aquellos seres que se perdieron, en este caso, en la I Guerra Mundial. Un idea hermosa y utópica que Benjamin Button desmonta en su romanticismo, pues deja claro que, si esto fuera así, la vida seguiría siendo un duro camino de dolorosas pérdidas y experiencias vitales. Es el cíclico periplo de un hombre que empieza morir cuando ese reloj es sustituido por uno digital, cuando la vejez da paso a la juventud…
Da la sensación, atendiendo a un primer análisis, que una película como ésta no responde, a priori, a un filme identificativo con la estupenda carrera cinematográfica de un director tan dotado para el medio como es David Fincher. A priori, no hay un riesgo tan evidente como en otras de sus obras magnas. En su apariencia, formal y argumental, no hay rastro de esa oscuridad fatalista con la que, desde su comienzo, Fincher ha sabido dotar con el desasosiego a una sociedad contagiada por el miedo, ni tampoco está clara la adscripción a los territorios colindantes del ‘thriller’ o el terror. Pero lo cierto es que no sólo Fincher sigue con esos conceptos existencialistas (aquí, el miedo a la muerte y el inexorable paso del tiempo), sino que el cineasta desglosa la prosa melodramática y al género fantástico.
Y es que a pesar la grandeza de su ambición, del acercamiento al gran público de su historia y sobre el terreno comercial sobre el que se mueve, nadie puede negarle al director de ‘El club de la lucha’ esa capacidad para hacer de la imagen un atractivo y riguroso trazo cinematográfico sumido constantemente en la exquisitez y la excelencia.
Fincher ha sabido, como muy pocos podrían hacerlo en Hollywood, adaptar esta película a la dramaturgia narrativa clásica, haciendo del cine poesía, adecuando la utilización de unos avanzados efectos especiales a la realidad de lo que cuenta, logrando que la magia y el engaño se transformen en un asombroso truco de realidad. Los asombrosos efectos especiales de maquillaje de Greg Cannom se unen a las últimas técnicas de CGI al servicio de la historia y nunca al contrario. Fincher es un mago sometiendo los avances del cine digital a las convenciones ideológicas del realismo cinematográfico.
Y el ‘El curioso caso de Benjamin Button’ no es una excepción, ya que es una abrumadora muestra de riqueza compositiva, de virtuosismo deslumbrante, de miscelánea de realidad y ficción que evidencia el conocimiento de las posibilidades del medio cinematográfico por parte de este autor. Puede que sea su filme más academicista, más cómodo y más rectilíneo en cuanto a narración, pero resplandece como una obra consciente de su grandeza y sutil en su ejecución.
No por ello no deja de haber espacio para achacarle el abuso, en ciertos momentos, de algunos sostenidos y recalcados planos confitados, que buscan la belleza de los encuadres y los movimientos operísticos de cámara o el engolamiento visual de esas lunas sobre el mar, esos cielos de composición perfecta, los viajes en moto al atardecer, esas ciudades tan románticas… Todo esto debilita, levemente, su contundencia argumental. En parte, por el acopio gradual de romanticismo sensiblero o de algún personaje secundario sometido al axioma metafísico. Se echa de menos cierta profundidad en algunos de los segmentos de la vida de Button, como el cariño que profesa a esa rica dama que le enseña a tocar el piano o su fugaz relación paterna y más opacidad a la hora de mostrar la tragedia interna a la que se enfrenta un personaje que está esclavizado a vivir hacía atrás durante toda su vida.
Tanto a Roth como a Fincher les interesa despojar a su historia de cualquier violencia realista, de sombrío cromatismo humano, para mostrar un cuento moral en el que no falten convencionalismos dramáticos y lugares comunes, sazonados de tópicos varios de ése mágico halo nostálgico con el que se narra el filme. En definitiva, se echan de menos, a lo largo de la historia, pasajes como el de la complicidad adulta con Elizabeth Abbot, la primera mujer con la que comparte inquietudes y sensaciones comunes, el primer amor, una mujer casada que ronda los 50. Sobran, empero, fragmentos licenciosos de puro almíbar tipo ‘Amelié’ para enfatizar el malogrado destino de Daisy en una secuencia totalmente fuera de lugar o esos instantes de colibrí digital, símbolo de la perdurabilidad y el coraje con el que hay que enfrentarse a la vida.
Llegados a este punto, poco importan los ‘peros’. Fincher compensa los deslices con una narrativa compleja, dinámica y cadenciosa, favorecido por el gran trabajo de Kirk Baxter y Angus Wall en el montaje y se respalda con la gran partitura de Alexandre Desplat en la opulencia estética y la reconstrucción histórica de ilusión fantástica de un Fincher que entrega al público una fábula trágica. Tampoco hay que olvidar el gran trabajo de un esplendoroso Brad Pitt en la comedida multiplicidad de su personaje y la siempre agradecida labor de Cate Blanchett, una de las actrices más brillantes del cine actual.
‘El curioso caso de Benjamin Button’ plantea la imposibilidad de vivir un amor con la convicción de la constancia. Y más allá de la historia romántica endulzada con algo de realismo mágico, el filme de Fincher no se queda simplemente en desarrollar una extraña fábula sobre el viaje inciático de un chaval que nace viejo y que descubre la vida, el amor y el drama con los condicionamientos del irregular paso del tiempo. Tampoco en la introspección sobre la existencia, el destino o la superación personal. ‘El curioso caso de Benjamin Button’ traza su camino alrededor de la naturaleza circular de la vida, de la reinvención como personas que, tras los fracasos, las renuncias y el paso del tiempo, siempre pueden comenzar desde cero como modo de afrontar la existencia.
Estamos ante una hermosa y compleja fantasía romántica, ante una mirada nostálgica a lo perecedero, a la necesidad de vivir el momento, desde un vértice humanista de desorden vital, con la presencia pesimista de la muerte, elemento central de la trama. Una preciosista película cuidada al detalle, tan ambiciosa y llena de talento como precisa en sus designios. David Fincher ha rodado este trabajo para que el tiempo la destine a ser un clásico o un punto y aparte en su prodigiosa filmografía. Sólo hay que esperar a que envejezca para conseguir esa joven solemnidad que anida en los fotogramas de las películas que superan el paso del tiempo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

lunes, 23 de febrero de 2009

81ª Edición de los Oscar

La predecible y discutible estela del triunfo ‘Bollywood’
Está claro que Hollywood quería ganarse Bollywood de cualquier manera. Es un hecho que ‘Slumdog Millionaire’ era su gran oportunidad para abrirse hueco en un mercado tan extenso como es la India y su idiosincrasia cinematográfica. Era evidente que este año, desde hace un tiempo amontonando premios, la película de Danny Boyle iba a acaparar la función de ese inmenso circo de oropel que son los Oscar. Y así ha sido. No ha habido espacio para ninguna sorpresa. La historia, de fondo argumental similar a ‘Ciudad de Dios’ y que parte de una novela de Vikas Swarup, se hizo con ocho galardones de los diez a los que optaba. La fusión de las dos industrias se consolidó con un solo título que acaparó la velada.
La fiesta de la 81ª edición de los Premios de la Academia de Hollywood comenzó con un nuevo maestro de ceremonias, Hugh Jackman, nombrado “hombre más sexy del mundo” y dispuesto a demostrar que no sólo es un actor de irreprochable carisma con cara bonita, sino que es un fuera de serie como ‘showman’ y como presentador de este tipo de saraos. Y en su primera toma de contacto con el público, se metió al espectador en el bolsillo con un número musical donde presumió de voz y dotes para la coreografía. A simple vista, de entrada arrolladora, se lució como un titán, como un ejemplar presentador de Oscar todoterreno. Al más puro estilo Broadway, Jackman conjugó el sentido del humor de sus letras con la espectacularidad que requiere un arranque con dinamismo, incluyendo a Anne Hathaway en su delicioso juego musical aludiendo a nominados y nominadas. Luego, discreto y adorable, se limitó a seguir con su presentación, amenizado con el halo de buen rollo que dejaron los primeros compases de la gala.
Además de Jackman, había más novedades. La estructura y disposición del Kodak Theatre cambió con respecto a las ceremonias del pasado para proponer un acercamiento de los candidatos y protagonistas de la noche, que estaban apenas a un metro de un monumental escenario en el que se vio, posiblemente, la mejor escenografía de la historia reciente (y pasada) de los Oscar. La otra, el nuevo procedimiento de concesión de las estatuillas en los apartados de interpretación. Este año, como lo ostentoso era fundamental para la intentar la sorpresa y la magnificencia del espectáculo, se iniciaba con un vídeo muy emocionante que recogían imágenes de ganadores de la categoría en años anteriores, del Hollywood clásico y del contemporáneo. A continuación, la gran convulsión de cara a la galería. Ni uno. ni dos, ni tres presentadores... Hasta cinco mitos del oficio se han reunido ante los aplausos y ovaciones de la platea para, como jurados de un concurso tipo ‘Mira quién baila’ u ‘Operación Triunfo’, alabar el trabajo del nominado correspondiente. Daba la sensación de que, en cualquier momento, entre tanta estrella de peloteo y alabanzas, fuera a aparecer Mariano Mariano a encomiar a alguno de ellos y dar su sabio veredicto.
Así, de repente, el escenario se llena con la presencia de Eva Marie Saint, que aclama la interpretación de Viola Davis (posiblemente, la mejor en este apartado), Angelica Huston, por su parte, hace una loa muy poco convincente de Penélope Cruz en ‘Vicky, Crsitina, Barcelona’. Whoopie Goldberg deja su toque irónico y de humor y se deja echar de menos al exponer lo bien que lo hace Amy Davis en su papel de monja en ‘La duda’, mientras que una recauchutada Goldie Hawn se deshace en cumplidos a Taraji P. Henson y, finalmente, Tilda Swinton, la ganadora del año pasado, alaba a Marisa Tomei. Una iniciativa emotiva e ingeniosa, pero demasiado extensa para la agilidad de la noche de premios. El primero recae en Penélope Cruz, que se convierte en la primera actriz española en conseguir un Oscar. Pe parece que se ha aprendido ese jadeo entrecortado de emoción, de sorpresa y éxtasis, a punto de llorar, que tan bien funciona cuando uno es intérprete y recoge un premio de este calibre.
Para no perderse, Cruz optó por la socorrida chuleta y destacó, con gran acierto, algunos de sus mentores españoles; desde Pedro Almodóvar, pasando por Bigas Luna o Fernando Trueba hasta llegar a Woody Allen, el pueblo de Alcobendas y acabar, en español, dedicando el premio a todos los actores y actrices de su país. Un momento histórico de alegría y comunión entre el aficionado al cine patrio y su musa más internacional, que veía coronada la gran carrera de premios de este año. El inicio de estos Oscar no podía comenzar de mejor manera.
El escenario, de nuevo, pasa a ser el gran protagonista de la noche convirtiéndose en un enorme guión que va escribiendo la aparición de sus dos siguientes presentadores, Steve Martin y Tina Fey, que entregan los premios a los mejores guiones. El de guión original recae en Dustin Lance Black por ‘Mi nombre es Harvey Milk’, la primera concesión de Hollywood con la comunidad gay de la noche, pues es de todos sabido lo bien que queda premiar película con contenido social para reivindicar igualdades y equidades. Mientras Lance Black se alarga en su sentimentaloide discurso al borde de las lágrimas, la realización muestra a Gus Van Sant y a Sean Penn que, ahora, es el que más disfruta, se estremece, aplaude, ríe y gime con todo este montaje. El de guión adaptado, por su parte, da la primera y aventurada pista de lo que va a ser la noche entera; Simon Beaufoy es el ganador por ‘Slumdog Millionaire’.
Cuando Jennifer Aniston y Jack Black aparecieron, todos pensaron lo mismo. A un metro y medio estaban sentados Angelina Jolie y Brad Pitt. Y esa sensación tan suspicaz se mantuvo mientras que, con cierta complicidad cómica, Black y ella (en la que jugaron con la confrontación desnivelada de Pixar y Dreamworks animation –con Jeffrey Katzenberg como diana del chiste-), concedieron una de las evidencias reales del año: la mejor película de animación era para ‘WALL•E’, la maravilla de Andrew Stanton, que no pudo hacer el doblete con ese mítico corto que es ‘Presto’, ya que se lo llevó ‘La maison en petit cubes’, del japonés Kunio Kato, que se mostró muy agradecido con todo el mundo, subrayando su “Zankiou (Thank you)” cada vez que abría la boca.
Al regreso del primer corte publicitario se apreció, en todo su esplendor, cómo y de qué manera se las gasta Hollywood. Así, el escenario se transformó en un gigantesco teatro de bambalinas y recreación ambiental clásica de los interiores de cualquier estudio. Daniel Craig y la insoportable Sarah Jessica Parker presentaron el premio a la mejor dirección artística, que fue a parar a Donald Graham Burt y Victor J. Zolfo por ‘El curioso caso de Benjamin Button’. Un espejismo para los que auguraban (si es que había alguien) que la cinta de David Fincher podía plantarle cara a la película ‘anglohindú’ de Danny Boyle, máxime cuando Greg Cannom obtenía para el mismo filme un merecido reconocimiento a su labor en el maquillaje. No iba a ser la noche de Benjamin Button. De hecho, dentro de la gala, Burt y Zolfo fueron los únicos que sufrieron esa putada hecha música que larga a patadas y de forma poco elegante a los ganadores si se exceden de tiempo en sus discursos. A ambos debió sentarles muy mal ver cómo Michael O’Connor, que se llevó el Oscar al mejor vestuario por ‘La duquesa’, se recreaba con agradecimientos eternos a todo el mundo con total exención de cortes.
Otra de las novedades videográficas de esta edición ha sido la de dedicar estupendos montajes a las películas del año segmentadas en los alguno de los diversos géneros en las que se catalogan. Así, la chica de ‘Mamma Mia!’ y el nuevo galán juvenil de ‘Crepúsculo’ Robert Pattinson (que es todo pose de rebelde que frunce el ceño pareciendo idiota), presentaron un clip de películas y momentos románticos del cine de 2008. Una aportación audiovisual que, si bien, reconoce los trabajos que nos han sido nominados en el pasado año, se alargó sin un sentido práctico para el espectáculo televisivo.
Como siempre, el rey de la comedia, el único que brinda risas aseguradas es Ben Stiller. Y no defraudó en su número cómico al lado de Natalie Portman, presentándose con una larga barba postiza, ajeno a la gala, parodiando a Joaquin Phoenix y haciéndose el desorientado, confuso y pasota ante el premio a la mejor fotografía para Anthony Dod Mantle por su muy discutible trabajo en ‘Slumdog Millionaire’, que ya se iba perfilando como la gran triunfadora en cuanto a premios se refiere, ya que el reconocimiento a la calidad cinematográfica parece que no entraba en las previsibles quinielas de la gala de este año.
Como en cada edición, una de las actrices más deseadas de Hollywood (es un hecho) daba hacía un resumen de la entrega de los Scientific Technical Awards, que se otorgan a los profesionales del cine que, con su trabajo, innovan para mejorar el séptimo arte en su apartado técnico. Este año, la encargada fue Jessica Biel, que estaba radiante, pero a la cual su espantoso vestido no le ayudaba mucho a despertar ese sex appeal innato que tiene.
La gala proseguía hasta ése momento dejando muy buenas vibraciones, ágil y vistosa, sin perder de rumbo el entretenimiento. Una gala que se benefició de uno de los mejores instantes de esta ceremonia, que fue el clip dedicado a la comedia de 2008, dirigido para la ocasión por Judd Apatow con James Franco y Seth Rogen dando vida a sus respectivos personajes de ‘Superfumados (Pineapple Express)’. La comicidad entró cuando se insertaron vídeos de ‘La Duda’ o de ‘The reader’ entre algunas instantáneas de comedias, llegando al extremo del humor delirante con las secuencias tórridas de ‘Mi nombre es Harvey Milk’ o las más sangrientas de ‘The Wrestler’ para su festival de humor, llegando al paroxismo de la euforia absurda con la sorprendente participación en el ‘sketch’ del director de fotografía Janusz Kaminski, que se introdujo, sin ningún pudor, en esta magnífica bufonada. Hay que reconocerle a Apatow su grado de comicidad y su manejo del humor. Este extraño trío, Franco, Rogen y Kaminski, fue el encargado de conceder el premio a mejor cortometraje ‘Spielzeugland (Toyland)’, de Jochen Alexander Freydank.
En el punto álgido de la noche, era la hora de volver a disfrutar de otro aparatoso número musical de Hugh Jackman coreografiado por Baz Luhrmann, que aplaudía desde un palco con un aire y bigotillo a lo Rhett Butler. Con otra sorprendente mutación escenográfica del escenario, el protagonista de ‘Australia’ volvió a sorprender al protagonizar un homenaje al género musical de la mano de la diosa de ébano Beyoncé Knowles en una antológica clase de baile a la que se unieron otras dos parejas; las formadas por Amanda Seyfield y Dominic Cooper, por un lado y Zac Effron junto a Vanessa Hudgens por otro. Impresionante. Para Jackman la fiesta tenía una máxima que grito al finalizar la actuación “The musical is back”.
Uno de los momentos más esperados de la noche era el del correspondiente a la disciplina de mejor actor de reparto. Siguiendo la nueva modalidad de desfiles de famosos ganadores del premio en esta categoría para hacer loas a los candidatos, la suerte se repartió de la siguiente manera; a Joel Grey (inolvidable ganador por ‘Cabaret’) le tocó Josh Brolin, a Christopher Walken, Michael Shannon, a Cuba Gooding Jr. y sus chistes sin gracia a Robert Downey Jr., a Alan Arkin, Philip Seymor Hoffman (sin entender porqué secundario si es el único protagonista de ‘La duda’) y, por último, a Kevin Kline le tocó la guinda de Heath Ledger. Obviamente, este instante debía ser uno de los más emotivos y sentidos de esta edición. Ledger, por supuesto, ganó el Oscar.
Es la segunda vez en la historia que se concede a título póstumo desde que en 1976 Peter Finch también lo obtuviera una vez fallecido por ‘Network’, de Sidney Lumet. Incuestionablemente, todos y cada uno de los asistentes al acto, se levantaron a ovacionar y homenajear al malogrado actor. Salieron a recibirlo en su nombre; su padre, su madre y su hermana. Pero lo que iba a ser una coyuntura triste, muy conmovedora y dramática, se torna en un agradecimiento del todo frío, con la única reacción de ciertos miembros de la comunidad de Hollywood a punto de llorar, pero percibiendo el acto como un trámite sin el espíritu de Ledger, a pesar de las sinceras y delicadas palabras de sus más cercanos allegados. Después del trance, fue el protagonista del documental (previo ‘clip’ dedicado al género) ‘Man on Wire’ Philippe Petit, funambulista que cruzó los 60 metros que separaban las Torres Gemelas del World Trade Center por un cable, el encargado de animar un poco el cotarro. Petit dedicó un “Yes!” como agradecimiento y se atrevió a hacer un número de magia ante los aplausos del público.
Con la presentación de Will Smith se llegó al principio del fin. El actor más taquillero del momento desplegó su vena carismática y simpatía, como es habitual en él. Pero no fue suficiente. Presentó el vídeo relativo al cine de ficción del pasado 2008 para otorgar unos cuantos premios; el de efectos especiales para la cinta de Fincher (que se quedó ahí, en tres galardones técnicos), mejor montaje de sonido para ‘El caballero oscuro’ y la decadencia absurda de un ridículo palmarés conformado a mayor gloria de ‘Slumdog Millionaire’, que se llevaba el de mejor sonido (para aplaudir a Resul Pookutty, único miembro hindú que acaparó las palabras del agradecimiento por encima de Ian Tapp y Richard Pryke) y el de mejor montaje, sincopado y virulento, gracias a la mano de Chris Dickens.
A partir de ese momento, la gala empezó a venirse abajo. El Oscar honorífico ya no es honorífico, ahora es humanitario y se llama Jean Hersholt Award. Eddie Murphy se lo entregó con cierta desgana a un tótem como Jerry Lewis, al que despacharon con un par de vídeos que recogían, respectivamente, algunos de los momentos de la carrera de Lewis como padre y deidad de la comedia americana, pero sobre todo por su activa participación en el Teletón, evento para recaudar fondos para la MDA y destinados a combatir más de 40 enfermedades neuromusculares que afectan a niños. Por mucho que Michael Giacchino, compositor que ha sustituido al mítico Bill Conti al frente de la orquesta de los Oscar, pusiera su talento al servicio del número de bandas sonoras que se llevó, incomprensiblemente, A.R.Rahman ampliando la cuenta de ‘Slumdog Millionaire’, la cosa pasó a ser bastante aburrida. Rahman volvió a salir a recoger la canción (éste más coherente) con ‘Jai Ho’ entregado por Alicia Keys y Zac Effron, la noche de entretenimiento estaba decayendo de forma vertiginosa, sin ápice de la lucidez o ritmo con la que había comenzado.
Entre el caudal de ‘spots’ publicitarios metidos casi entre premio y premio por la cadena ABC y el protagonismo previsible de la cinta de Danny Boyle, a unas horas intempestivas de la madrugada era más interesante saber que los Lakers de Gasol habían fulminado a los Toronto Raptors, que seguir con algo de interés la propia gala, interrumpida una y otra con más anuncios. Jackman había desaparecido del mapa y la figura de Billy Cristal, Steve Martin e incluso de Jon Stewart se empezaba a echar de menos. Al mismo tiempo, ‘Slumdog Millionaire’ seguía acaparando la atención de la ceremonia, ésta vez con Freida Pinto colgada en el brazo de Liam Neeson para presentar una de las pocas sorpresas de la noche, el Oscar a la mejor película extranjera que fue a parar a Japón con ‘Okuribito (Departures)’, de Yojiro Takita, por encima de rivales con más posibilidades como la película francesa ‘La clase’, y sobre todo la israelí ‘Vals con Bashir’.
Era tarde y quedaba todavía mucho por entregar. Aunque el interés y la fascinación estaban agotados. Queen Latifah cantó ‘I'll Be Seeing You’ con el vídeo de ‘In memorian’ que recopila imágenes de gente de la industria que ha fallecido durante el pasado año. Fue cuando, por fin, el sentimentalismo y emotividad hizo acto de presencia en el mismo instante en que el gran Paul Newman cerraba entre aplausos y la platea en pie el único instante de ternura común y celebrada de la noche. Y vuelta a los infernos del tedio. Reese Whiterspoon salía para darle el Oscar como director a Danny Boyle, que subió a recoger su premio sin su codirector hindú Loveleen Tandan.
Después de más cortes publicitarios, era el momento de continuar con la letárgica (por lo inacabable) entrega, ésta vez de los Oscar correspondientes a mejor actor y mejor actriz. En éste último, Sophia Loren evidenció que las operaciones han hecho de ella una aberración sin expresión y que Nicole Kidman rivaliza en este apartado como clara sucesora. La veterana actriz italiana se deshizo en elogios a Meryl Streep, mientras que Kidman hizo lo propio con Angelina Jolie. Con tanto aburrimiento encima no habría estado nada mal que la encargada de encomiar el trabajo de Jolie hubiera sido Jennifer Aniston. Shirley McClane habló maravillas de Anne Hathaway, una espectacular Halle Berry de Melissa Leo y, por último, Marion Cotillard le pasó el testigo de ganadora por 'El lector' a Kate Winslet. Winslet demostró porqué es tan buena actriz, ya que interpreta hasta para recoger premios, aparentemente afectada, con la respiración entrecortada (como antes había hecho Pe) y forjando un número de alegría contenida. Estuvo bien que, al agradecérselo a sus padres, el británico y macarra padre de la Winslet silbara para que su hija saludase.
El galardón al mejor actor reunió sobre el escenario a Michael Douglas, Adrien Brody, Ben Kingsley, Anthony Hopkins y Robert De Niro, que aduló como persona sin juzgar su trabajo en ‘Milk’ a Sean Penn que, por segunda vez en su carrera, se vio beneficiado por los votos de los académicos con un Oscar que llevaba el nombre de otro actor. Si hace cuatro años el damnificado fue Bill Murray, ésta vez se quedó sin premio Mickey Rourke por su excelente trabajo en ‘The Wrestler’. Penn, al que no hace tantos años estos premios le parecían un circo de vanidades, de estúpido sinsentido, recogió su premio con cara de emoción y se dedicó a hacer la pelota a todo el mundo, a pedir derechos de gays y lesbianas, a dar las gracias, a... Tanto, que en su afectado y postizo discurso, incluso elogió la figura de Barak Obama. Oírlo para creerlo. Lo que le faltaba a la noche interminable que Penn alargó un poco más con su perorata de agradecimientos.
La ABC seguía metiendo anuncios y anuncios y la gala de los Oscar que se proponía como un satisfactorio cambio, se había transformado en una de las más agónicas y aburridas de los últimos años. Menos mal que Steven Spielberg abrió el sobre y ‘Slumdog Millionaire’ terminó de llevarse lo que quedaba del pastel con todo ese grupo de gente muy ‘Bollywood’ sobre el escenario, como una gran familia, observando cómo a Christian Colson, el productor del filme, se le caía la baba con su ambicionado Oscar, impidiendo casi que Hugh Jackman puediera terminar, por fin, después de casi cuatro horas de gala. Era el punto y final a una 81ª edición de los Premios de la Academia.
Esperemos que en la próxima edición no tome como ejemplo y un punto de referencia esta desastrosa gala que empezó de forma espectacular y acabó siendo un bochornoso evento que rozó las cuatro horas. Por el bien del espectáculo y por el bien del cine, que cambie todo esto. La conclusión; Hollywood ya tiene su nueva película para meter en el mismo saco junto a cintas como ‘Gladiator’, ‘Shakespeare in Love’, ‘Una mente maravillosa’ o ‘Crash’, una tipología de películas que pasa a la historia por el número de Oscar acumulados, nunca por su calidad.
LO MEJOR
- El esperado premio, después de tanta incertidumbre y publicidad, de Penélope Cruz.
- El inicio, que prometía a un Hugh Jackman antológico.
- Ben Stiller y el ‘sketch’ de Judd Apatow.
- Halle Berry, Natalie Portman, Beyoncé Knowles, Amy Adams, Angelina Jolie, Marisa Tomei, Jada Pinkett Smith, Jessica Biel… elegancia y glamour destilada por tanta estrella.
- Ver a Philip Seymour Hoffman con problemas para sostener su cabeza sobre los hombros y a Ben Kingsley con problemas para mantenerse despierto ¿producto del aburrimiento?
- Jennifer Aniston aguándole la fiesta de glamour a Brad Pitt y Angelina Jolie.
- Poder ver de nuevo a Phoebe Cates acompañando a su eterno marido Kevin Kline.
- El divertido parecido entre el co-Director del documental ‘The Betrayal (Nerakhoon)’ Thavisouk Phrasavath a Ronaldinho y del cómico Bill Maher a Francis Lorenzo.
- Los spots de ‘El show de Jimmy Kimmel’ durante la publicidad. En especial uno protagonizado junto a Tom Cruise (al que siempre se le echa de menos cuando no está en los Oscar).
- Que acabara la gala.
LO PEOR
- Desde la mitad de la gala hasta su inacabable final.
- Lo previsible de todo el palmarés.
- La progresiva inclusión de publicidad por parte de la ABC.
- Sean Penn, porque él lo vale.
- Lainquietante presencia de Randolph Duke, presentador de la ABC-7 en la previa de la ‘red carpet’.
- El rostro de Sophia Loren, que no ha aguantado bien la reforma del bisturí. Luego hablan de Mickey Rourke… Por no hablar de Goldie Hawn.
- Algo extraño: el japonés Yojiro Takita, en plan ‘Terminator’, anunciando sin ningún criterio “I’ll be back” ¿Amenaza?
- La frialdad de los momentos emotivos.
- Que se echara tanto de menos a gente como Billy Cristal, Jon Stewart o Steve Martin olvidando, con gran facilidad, las cotas de maestría coreográfica de Hugh Jackman.
- Incógnitas: ¿No se supone que Sean Penn se había separado de Robin Wright y que Sarah Jessica Parker había dejado a Matthew Broderick? ¿Tan mal funciona la prensa rosa en USA?

domingo, 22 de febrero de 2009

29th Razzies 2008

Como cada año, la Golden Raspberry Award Foundation ha dado a conocer los Razzies, que alcanzan su edición 29ª, como la divertida antítesis de los Oscar. La noche que precede a los premios de la Academia de Hollywood se ha saldado con dos grandes damnificados; el cómico Mike Myers y su película ‘El Gurú del buen rollo’ y Paris Hilton, que no ha recibido más ‘razzies’ porque no ha participado en más películas. Tres han sido los que se ha llevado la hija de Richard Hilton y Kathy Richards, empatando con Eddie Murphy en la pasada edición, que también consiguió el mismo número con su triple interpretación en ‘Norbit’. Al infame Uwe Boll tampoco le perdonan su triplete de películas de este año y le han otorgado la designación de peor director con el sobrenombre de el “Ed Wood alemán”.
Peor película: ‘El gurú del buen rollo’, de Marco Schnabel.
Peor actor: Mike Myers, por ‘El gurú del buen rollo’.
Peor actriz: Paris Hilton, por ‘The Hottie and The Nottie’.
Peor pareja cinematográfica: Paris Hilton y Christine Lakin, o Paris Hilton y Joel David Moore, por ‘The Hottie & The Nottie’.
Peor actor de reparto: Pierce Brosnan, por ‘Mamma mia!, la película’.
Peor actriz de reparto: Paris Hilton, por ‘Repo! The genetic opera’.
Peor precuela, remake, Rip-Off o secuela: ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’, de Steven Spielberg.
Peor director: Uwe Boll, por ‘1968: Tunnel Rats’, ‘En el nombre del Rey’ y ‘Uwe Boll’s Postal’.
Peor guión: Mike Myers y Graham Gordy, por ‘El gurú del buen rollo’.

jueves, 19 de febrero de 2009

LIDL: El temible universo del 'hard discount'

No sé qué clase de perversa naturaleza posee el LIDL de mi barrio, pero viene a ser como el supermercado del fin del mundo, aquél destinado a acoger en sus pasillos a la mayor cantidad de gente rara por metro cuadrado. Gente apocalíptica que vaga por las secciones de este centro con la mirada perdida, buscando el precio más barato, que te mira mal porque cree que estás invadiendo su terreno, su páramo de disimilitud comercial. Hay de todo; gente que camina con bermudas cuando en la calle el termómetro marca dígitos por debajo de cero, señores de ochenta años que se pasean del brazo de espectaculares señoritas, amas de casa amenazantes que compran varios lotes de cuchillos de oferta, orondos caballeros que gustan de las virtudes de la cerveza alemana tirada de precio y aprovechan el viaje para comprar varias unidades de salchichas de kilo, tíos de bigote rizado aficionados al bricolaje, fulanos con enormes gafas de culo de vaso oliendo comida, inexplicables matrimonios apilando comida de forma ingente… Todos ellos unificados bajo una fisonomía inaudita, a veces grotesca, rara e inquietante.
Es como si la gente más extraña de la ciudad hubiera encontrado su lugar o formaran una sociedad secreta. Las cajeras parecen auténticas acémilas campesinas húngaras deseosas de cobrar por bolsas, ajenas a la atención del cliente, mecánicos cyborgs funcionales. LIDL corrompe la idea del término supermercado. Ya no es el típico establecimiento comercial de venta al por menor en el que se expenden todo género de artículos alimenticios, bebidas, productos de limpieza, etc. LIDL es el punto de congregación de aquellas personas que viven al día en las ofertas de productos a bajo precio, que han encontrado su lugar de ocio, su comercio predilecto, el recinto donde pasar las tardes en busca de ese artículo inspirador a precio de saldo.
Obviamente, no estoy diciendo que todo aquel que compre en un LIDL se ajuste a esta estrambótica idea de supermercado como fenómeno paranormal o universo paralelo. Sin ir más lejos, yo también me acerco esporádicamente a este espacio. Y lo hago para comprar, única y exclusivamente, agua. Reconozco que no he encontrado otra que esté a la altura de calidad, gusto neutralizado, transparencia pura y precio económico. Cuando voy, suelo adquirir del orden de 30 garrafas de 5 litros. Es la única manera de asegurarme el líquido elemento por unas cuantas semanas y poder evitar ir periódicamente al LIDL.
Lo extraño es que con un carro entero lleno de garrafas, con ésa visión de alguien directamente sacado de la película ‘The Faculty’ acarreando tal cantidad de agua, me convierte, a los ojos de cualquiera, en otro extravagante ser de esta familia de ‘freaks’, de gente extraña y de ‘cazaofertas’. Sin quererlo, ellos te observan de otro modo en el instante en que continúas cargando el carro del mismo modo en que lo harías si una catástrofe asolara la Tierra. Las miradas de reprobación se transforman en absurda complicidad. Ya eres uno más. Has pasado a formar parte de la cofradía de la cadena de supermercados de descuento y gente insólita. Es el pago que hay que hacer por beber el agua que te gusta. Es el mundo del ‘hard discount’, el paraíso de las marcas blancas. Simplemente, otro punto de vista en el microuniverso que forman espacios como Hipercor, Mercadona, Carrefour, Día, Gadys, Alcampo o Eroski.

martes, 17 de febrero de 2009

Otro cumpleaños más

Hoy en teléfono tiene más ajetreo del habitual, el mail acopia una actividad pródiga en imaginación y en Facebook, que es la última moda, ha tenido un buen número de notificaciones. Otro más. Y han caído ya unos cuantos. Concretamente el correspondiente al noveno término de la sucesión de Fibonacci, después de 21 y antes de 55. Y la lectura positiva de todo ello es que aún no me he cansado de cumplirlos. Celebro los cumpleaños con alegría, sin la necesidad que hacer recapitulación de ese historial del pasado o perspectivas de futuro capaces de materializarse en insatisfacción o frustración. Funciona el cinismo para hacer frente a la crisis de la edad; la vida es una gran ‘sitcom’ de humor negro que hay que aprender a disfrutar con las putadas que ésta te va haciendo. Y en ello estoy.
Hay que asumir los cumpleaños como lo que son, una gran fieshhhta, una serie de escalones que van directos al discernimiento de la evolución personal, del respeto por uno mismo e, inevitablemente, que conlleva hacia la madurez. En estos términos de filosofía de saldo, en ese halo superficial, se esconde el secreto de avanzar en edad sin que a uno le pesen los años; la indiferencia. Me da igual cumplir años. Hay que divertirse y vivir el momento. Ésa es la máxima. Es absurdo plantearse este tipo de cosas porque es inevitable. Aunque ya no se aguante la fiesta como hace años, el sobrepeso sea un compañero de viaje y aparezcan pelos blancos en los lugares más insospechados, hay que mirar con dignidad y expectativa lo mucho o lo poco que quede por vivir. La diversión exige una constante entrega en la que no hay lugar para plantearse si uno tiene un año más o está más viejo.
El pasado sábado tuvo lugar la celebración anticipada de un gran evento para festejar este aniversario. La treintena de personas que asistieron a la monumental fiesta son parte de la razón y el secreto para asumir como nimiedad el trance de ése año más. Así como la familia, mis padres, Myrian y todos aquellos que se molestan en llamar, en enviar un sms, en escribir en redes sociales o enviar mails, sin olvidar la fruición materialista al que conlleva este tipo de aniversarios con suculentos regalos que aparecerán mañana como actualización de este post. Lo importante es estar bien rodeado. Un cumpleaños viene a ser otra excusa para la socialización con los amigos y la familia, otra oportunidad para la jarana y la alegría. Es decir, que la celebración y la juerga deben ser constantes.
Y así, otro más… y otro. Con voluntad de júbilo y exultación cervecera. Eso, siempre.
Y que me quiten lo “bailao”.
UPDATE
1.- Figura articulada 45 cm. ‘Alien’ (Neca).
2.- ‘Los Soprano - Colección Completa’ (Warner).
3.- ‘La bruja troll y otras historias’, de Mike Mignola. (Norma editorial).
4.- ‘El ataúd encadenado y otras historias’, de Mike Nignola (Norma editorial).
5.- ‘El arte de Hellboy’, de Mike Mignola’ (Norma editorial).
6.- Frank Miller ‘El Arte de Sin City’ (Norma editorial).
7.- Playmobil BBK.
8.- ‘Titanic’ (Edición coleccionista 4 discos), de James Cameron (20th Century Fox).
9.- Cabezón Boba Fett, Colección ‘Star Wars’ (Funko).
10.- Set 1 ‘Vicky, el vikingo’ (Vicky, Faxe, Gorm), de SD Toys.
11.- ‘Moteros tranquilos, toros salvajes’, de Peter Biskind (Anagrama).
12.- Hucha Carlsberg.
13.- ‘La guía de Brian Griffin sobre priva, pavas y el arte olvidado de ser un hombre’, de Andrew Goldberg, de la colección ‘Padre de Familia’ (Asteberri).
14.- ‘Psychobase (333 asesinos de cine)’, de E. Martínez, R.Pajarón y A.Muñoz (Dolmen).
15.- Edición especial ‘Todos los hombres del presidente’, de Alan J. Pakula (Warner).
16.- Réplica látigo ‘Indiana Jones’ (LucasFilms™).
17.- Sexta Temporada ‘The Shield’ (Sony).
Click sobre la imagen para ver en grande.