lunes, 6 de octubre de 2008

Review 'El Tren de las 3:10 (3:10 to Yuma)'

Readaptación y clasicismo actualizado del ‘western’
Un sorprendente James Mangold consigue aportar con su nueva versión una admirable lealtad hacia el clásico de Daves en un apreciable filme de elegancia y factura intachable.
El western, como género, es uno de los modelos de narrativa épica más elaborado y reconocido del Arte Cinematográfico. Bajo su espíritu se ha recorrido un esencial destilación de las raíces de Norteamérica, de sus figurantes humanos y de sus paisajes. Un género mayor cuyos relatos describen la perfección de la mitología y el folclore de una nación. Actualizar un género en una época de coléricos ‘remakes’ y de ‘revivals’ puede considerarse un desacierto si no se logra readaptar a los tiempos que corren. Como una inalterable forma de entender el mundo, el ‘western’ acepta una continua renovación, siempre y cuando se respeten sus reglas y el código de valores logre revelar la esencia geográfica legítimamente americana para convertirla en un concepto ecuménico.
En ese terreno de duelos, bien sea de personalidades como verbales, de ‘cowboys’, de villanos admirables sumidos en una constante pugna de pliegues psicológicos y morales, en los que la violencia juega un papel fundamental se sitúa ‘El tren de las 3:10’, del irregular cineasta James Mangold, que reformula la historia con entornos de ‘western’ que Delmer Daves sugiriera en 1957 con la adaptación de un relato corto de Elmore Leonard con Glenn Ford y Van Heflin como protagonistas.
La versión actualizada no es un ‘remake’ como tal, sino una reinterpretación del mismo argumento que recoge esa mística de valoración dicotómica que utiliza los estereotipos del ‘western’, a sabiendas del tópico, pero otorgándoles una sobriedad más que apreciable. Se podría decir que a ambas versiones les unen los mismos puntos, con el eje coaxial de un argumento trenzado a través de dos personajes antagónicos que reúnen paralelismos en sus diferentes formas de actuar. La de Dan Evans, un pobre ranchero veterano de guerra al que sus hijos no respetan que sufre el acoso por parte de los patronos sin entrañas que aspiran a conseguir sus tierras para poder construir el ferrocarril. Por otro lado, Ben Wade, un peligroso forajido con ciertos valores, que es trasladado hacia el pueblo donde esperarán a que el tren que da título al filme le lleve a saldar sus cuentas con la justicia. Evans se une a las autoridades encargadas de trasladar al proscrito con la intención de cobrar una recompensa que alivie su miseria. La historia de fondo sigue siendo la misma que en la versión del 57, la lucha por la supervivencia de dos roles que comparten trayecto; uno, transformado por la leyenda en un célebre asesino uno y otro, hombre de buena fe, un padre de familia frustrado, lleno de dudas y sin futuro.
Mangold, bajo el guión de Halsted Welles, Michael Brandt y Derek Haas, consigue aportar con su nueva versión una admirable lealtad hacia el clásico de Daves, llegando a determinar una personalidad propia que se apoya en el tono artesanal que despliega, con sobrado talento, un halo de clasicismo actualizado. ‘El tren de las 3:10’ supone así una inesperada sorpresa que describe todo aquello que debe divulgar un buen ‘western’; una fábula donde mito e historia se agrupan en una cohesión donde la moralidad y la epopeya conviven en conflicto bajo los relieves de un paisaje en la que la aventura y la acción proponen diatribas tan salvajes como trascendentes.
Un reconocible viaje hacia un punto en concreto, que es la excusa para profundizar en otra travesía mucho más importante, la del trayecto vital en el que Evans reconoce errores vitales para poder vencer un lastre que arrastra en forma de minusvalía junto a un Wade que aprende a ver la heroicidad que mueve a un hombre que actúa por demostrar su valía ante su hijo mayor. Es, en definitiva, un relato poético erigido a partir de la idea del itinerario que vincula la idea de desplazamiento físico del héroe individual o colectivo como de su representación de cruzada ética.
Tampoco se olvida del salvaje oeste inmerso en una época de cambio, el principio del fin de aquel mundo insociable de conquista y colonización, con la introducción de ésa contemplación histórica que se establece en torno al papel simbólico que juega la homérica construcción del ferrocarril, definido en un par de secuencias donde un pueblo atestado de inmigrantes trabajan duramente para los colonos estadounidenses o en la desidealización de la propia esencia del ‘western’, con indios atacando con armas de fuego y los desagravios familiares que se llevan a cabo con avanzadas técnicas de tortura. A Mangold no le hace falta hacer hincapié en estos temas, puesto que forman parte de la descripción de un ‘far west’ a punto de cambiar, como una subsiguiente refracción de la magnífica serie de la HBO ‘Deadwood’.
En ése sentido ‘El tren de las 3:10’ se sitúa en un nivel más cercano a la infravalorada ‘Open Range’, de Kevin Costner, que a las magníficas manifestaciones genéricas de películas como ‘The Proposition’, de John Hillcoat o ‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’, de Andrew Dominik, ya que la obra de Mangold está desprovista de la lacónica crepuscular de estos citados y excelentes ‘westerns’, aunque sí verdad que aquí se eche de menos la proliferación de panorámicas paisajistas. Preocupa más, por tanto, la descripción de los personajes por encima del horizonte, planteando incertidumbres y reflexiones que tienen su mejor soporte en unos brillantes diálogos acerca de la dialéctica sobre la ética, la vida y la muerte. Todo ello, sin olvidar el cuidado por la acción y la coreografía de la violencia en la que no faltan asaltos a diligencias, tiroteos y la tensión hacia su inesperado final, donde la dicotomía del bien y el mal se ve extrañamente sacudida por el curso de los acontecimientos.
La diferencia, entre el filme de Daves y la nueva actualización de Mangold, se encuentra en el abandono del claustrofóbico reducto de una habitación donde el lucha psicológica entre ambos roles tenía lugar en su película originaria se expande aquí a un vasto territorio. La importancia del reloj y el paso del tiempo no lo es tanto como el de una reliquia en forma de condecoración que le hace recordar a Evans quién es en realidad. Para Wade, auténtica alma de la historia, su gesto de heroicidad está por encima de la justicia. Y eso, hace despertar su fascinante catadura ética, viendo en la coyuntura la oportunidad de ayudar a un pobre hombre a recuperar el respeto de su hijo y de él mismo, que contrasta e inmuta al convicto, ambiguo en su moral y en sus actos.
El heroísmo se muestra como una forma de catarsis destructiva, de exoneración con la culpa y con el pasado. Evans actúa con la resignación a convertirse en el héroe que nunca fue por necesidades mucho mayores que el dinero. Wade, por su parte, lo hace como una reivindicación personal porque sabe que el primogénito de Evans le respetará no por una vida de sacrificios y trabajo, sino por una acción que va más allá de cruzar la frontera, donde no existe ni ley, ni moral ni justicia, sólo la idea de la valentía.
Hay que destacar muy especialmente el gran trabajo de dos actores en constante reto interpretativo. Si bien un inmenso Russell Crowe (posiblemente su mejor papel hasta el momento) aprovecha la grandeza de un personaje perfilado con sutiles aristas, también lo es el partido que saca Christian Bale a su humilde granjero, muy por debajo en el atractivo de su personaje respecto a su antagonista, así como la aportación de secundarios de lujo como Ben Foster, el veterano Peter Fonda o el jovencísimo Logan Lerman. ‘El tren de las 3:10’ es una oda al género y a sus reglamentos artísticos, perfectamente conseguidos bajo las directrices de un Mangold que encuentra, en varios momentos y con la lógica de un talento reposado en la veteranía, ápices de genialidad, de resolución impecable y de planificación elegante con cierto estilo clásico.
Una película muy masculina que realza su brillantez con la proverbial partitura de un rotundo Marco Beltrami, siguiendo las directrices de maestros del género como Morricone, Bernstein o Broughton. Es incomprensible, por ello, que este ‘western’ de altos vuelos haya estado a punto de sucumbir a las ineptas decisiones de las grandes distribuidoras que estuvieron a punto de no estrenar esta fantástica película en nuestro país.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

El nuevo corto de Paco Cavero, para perder la cabeza

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El genial ilustrador catalán Paco Cavero, tras su primera y reconocida experiencia cinematográfica, ‘Yo y sus geranios’, vuelve a realizar otra inefable pieza cortometrajística utilizando algunos de los elementos que ya tocaba en aquél; la cotidianidad, situaciones y diálogos cercanos, personajes ordinarios que, por azar del destino, se ven inmersos en situaciones grotescas en las que la violencia (en este caso accidental) y la sangre no son más que un percance adventicio.
La realidad de un encuentro en un ascensor por parte de dos vecinos que hablan de esos frecuentes temas de los que todos hablan en esta situación vecinal se convierte en una pequeña pesadilla donde no falta el humor negro y la aportación actoral de un intérprete con talento y mucho futuro como es Álvaro Manso. En este caso acompañado en la réplica por la actriz cómica Idoia Merodio.
El título del corto ‘No lo vas a entender’.

martes, 30 de septiembre de 2008

Review 'Wanted (Se busca) (Wanted)'

Entre la pretensión y el apático delirio visual
Sustentada en la sofisticación y sus numeritos de acción a golpe de ralentí y aceleración inmediata, Timur Bekmambetov desperdicia la obra de Mark Millar para ofrecer un vacuo espectáculo sin ningún tipo de atractivo.
Para el cómic ‘Wanted’, uno de los mejores y más aclamados guionistas del universo de la viñeta, el británico Mark Millar, aportó una controvertida novela grafica que tenía como esencia la destrucción de los cánones habidos y por haber con el protagonismo único de un mundo en el que los superhéroes no existen y sólo hay cabida para los antagonistas del Mal, los supervillanos, en una contestataria y transgresora historia donde la moralina, el comedimiento y el mensaje escapaban a cualquier discurso panfletario o coyuntura discursiva. El cómic de Millar (en conjunción con J.G. Jones y Paul Maounts) se sustenta así en la anarquía como motivo de conducta, en una trama llena de acción y ultraviolencia.
El filme del ruidoso director ruso-kazajo Timur Bekmambetov plantea un inicio casi calcado a las escandalosas viñetas, describiendo (a imagen y estructura de las páginas tebeísticas) el día a día de Wesley Gibson, un joven gris y anodino que ve cómo su vida se consume en la frustración y la cotidianidad de un trabajo como contable en el que es puteado por una oronda y autocrática jefa. Mientras, su mejor amigo se folla a su novia y su cuenta corriente está vacía. Cuando la resignación parece ser la elección más fácil, una Organización secreta de Asesinos profesionales le revela que es el primogénito de un famoso villano del que hereda una enorme suma de dinero y la capacidad de poder matar con técnicas prácticamente sobrehumanas. Hasta ése momento, más o menos, todo parece ir por su cauce en términos de fidelidad, pero muy pronto el ‘Wanted’ cinematográfico se disocia eliminando de su trama lo más atractivo del cómic de Millar; un mundo donde los superhéroes han sido aniquilados y los supervillanos actúan con impunidad en una sociedad totalmente corrupta que permanece ajena a las barrabasadas de estos villanos.
Para Michael Brandt, Derek Haas y Chris Morgan (es inconcebible que un guión de, digámoslo ya, una adaptación tan pobre, se haya utilizado a tres guionistas) el elemento referencial es el de ir desgranando el caudal de ira rutinaria al que es sometido el personaje principal como catalizador de una explosión de violencia y adiestramiento de un pringado convertido en una máquina de matar. El prólogo anuncia una narración sin freno, dinámica, que predice una obra llena de furia y acción, de divertimento sin límites con una narrativa expedita, netamente de montaje, con efectos especiales puestos al servicio del arrebato visual. Nada más lejos de la realidad. De pronto, el filme deja a un lado el cómic y plantea su propia historia. Lo que debería haber sido una película de inspiración nihilista llevada al límite del espíritu de obras literarias de autores contracorrientes como Chuck Palahniuk, Easton Ellis o Frédéric Beigbeder se transforma en el enésimo facsímil y simulacro de los rudimentos ‘The Matrix’ y toda la pseudoescuela estilística creada a raíz de la obra cumbre de los hermanos Wachowski con intencionales referencias a ‘El Club de la Lucha’.
Wesley Gibson ya no es el heredero de unos superpoderes que se pone al servicio de una organización dominada por supervillanos en un mundo donde los superhéroes existen solo en los comics y que albergaba una esencia perturbadora y lasciva donde destacan nombres de malvados como Cabeza de Mierda, Subnor o Johnny Dos Pollas, ni hay un antagonista a la altura como Mr. Rictus, sustituido por un inoperante Sloan al que da vida Morgan Freeman. Asimismo, la fraternidad de asesinos que se odian entre ellos y les une la animadversión por la raza humana se sustituye en su homólogo cinematográfico por un grupo de asesinos sin poderes que operan por designios del destino, determinados en sus objetivos por una máquina de tejer. Ahí es donde ‘Wanted (Se Busca)’ desperdicia el material precedente y se dedica a exponer torpezas y desaguisados varios.
Si en el cómic Millar juega con el concepto de antihéroe llevado hasta las últimas consecuencias, la película de Bekmambetov abandona cualquier signo humorístico y se deja caer en una apatía argumental que no encuentra ningún tipo de confidencialidad con el espectador, sometido al mero artificio. Lo importante aquí es que prevalezca el gusto por el exceso y por la pirueta visual de digitalizada impavidez, haciendo de este aspecto la única coartada con la que intentar ir abrumando al público, reiterando una y otra vez la esencia computerizada del medio, el bastimento de adrenalina sin gracia por medio de visuales secuencias en las que se desafía a la aerodinámica, dejando que la realidad de la física se tome como un juego (supuestamente) divertido. Y lo hace sin poder esconder su aplastante vacuidad y su ostracismo congénito, pese a su elevada sofisticación y sus numeritos de acción a golpe de ralentí y aceleración inmediata.
Si hubiera seguido por esos cauces, igual hubiera quedado como otra película con ínfulas de revolución dentro del género, pero lo peor de todo es cuando ‘Wanted (Se Busca)’ pretende volver a la esencia del cómic, a ese alejamiento de cualquier parámetro maniqueísta, pretendiendo proponer cuitas filosóficas y morales de altos vuelos, como esa analogía bíblica que expone a Gibson como un apóstol en el que su tarea no es interpretar el mensaje descifrado de un trozo de tela, sino cumplirlo. El material inicial ha pasado a ser una sucesión de paridas ridículas, en el reciclaje de idearios metafísicos que resultan no ya confusos, sino explícitamente banales, con frases estrambóticas que devienen en grotescas decisiones como la de destruir una fortaleza con mil ratas atadas a un explosivo cada una o giros argumentales que revelan la importancia paternofilial como signo de doble venganza. Es una película que se propone llegar muy lejos en un entorno donde términos como destino, identidad o justicia suenan tan superficiales que determinan el absurdo en el que se mueven constantemente unos personajes que reiteran su capacidad de hacer que una bala trace una curva imposible para impactar en su objetivo. Eso, sin duda, debe ser lo que más mola de todo.
Artificiosa y, por momentos, surreal, podríamos calificar este desaguisado como un soporífero mojón que parece no acabar nunca. Este amago de ‘blockbuster’ revolucionario en lo técnico y adulterado en lo visual no suscita un interés que no vaya más allá de verle el culo a Angelina Jolie un par de segundos y comparar las ganas que le pone James McAvoy por alejarse de sus dramas de época. Sin olvidar la desgana interpretativa de Freeman, Terence Stamp e incluso la propia Jolie. Tampoco ayuda mucho la indolencia con la que está filmada su aparatosa violencia explícita, ni su previsible desenlace. Incluso se permite destrozar la macarrada final del cómic por una apestosa moralina echa por tierra cualquier lógica, imponiendo, eso sí, la moraleja de asesinar como acto de realización personal, ego, autoestima, prestigio y distinción.
Se conoce que a Bekmambetov y a sus guionistas esta parte les encantaba y había que meterla como fuera, aunque no tuviera nada que ver con la perpetración respecto a la obra de Millar. Un hecho que no hace si no exponer los defectos de una inmerecida adaptación de uno de los mejores y más gamberros cómics de los últimos años. Sea como fuera, como película ajena al cómic y dejando a un lado comparaciones (por eso de que los dos medios artísticos suelen ser incompatible), si esto es una muestra de lo que el cine comercial de acción creado por la maquinaria ‘hollywoodiense’ puede llegar a ofrecer, apaga y vámonos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

Post pre-crítica de 'Tropic Thunder'

Escribiendo la crítica de 'Tropic Thunder', me encontrado con esto. Un divertido y alocado dardo contra la publicidad viral y los nuevos modelos de difusión y publicidad, jugando con la misma ironía que maneja el filme de Ben Stiller. Vale la pena.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Paul Newman: El adiós del mejor actor de todos los tiempos

1925-2008
El mundo del cine ha perdido a una de sus figuras más emblemáticas. Hollywood se ha visto huérfano del gran estandarte de su época dorada, al representante del glamour, el talento y la contundencia interpretativa. La despedida final de Paul Newman a los 83 años, víctima de un doloroso cáncer de pulmón, marca el final de una era que deja imágenes inmortales dentro de una filmografía y legado como actor, director y productor repleta de clásicos indiscutibles e interpretaciones memorables. Newman nació en Shaker Haights, Ohio, en 1925 procedente de una familia de inmigrantes; su padre, Arthur, era un alemán israelí y su madre, Theresa, húngara de férreas creencias católicas. Quiso ser piloto, pero debido a su daltonismo le fue imposible y tras un fugaz paso por la Marina yanqui, acabó cursando estudios de Economía. Pero el destino de Newman tenía un signo evidente y muy distinto a los números. Había nacido para ser una estrella. Casado con Jackie Witte, con la que tuvo dos hijas, el joven aspirante a actor se traslada a Nueva York con la intención de ingresar en el Yale Drama School y en 1952 recala en la prestigiosa Actor’s Studio, donde coincide con actores generacionales como Marlon Brando y James Dean que, como él, pasarían a formar parte de los anales a través de las enseñanzas de Lee Strasberg.
Debutó en televisión con algunos personajes episódicos en series como ‘You are there’, de John Frankenheimer, pero sus primeros éxitos llegan sobre los escenarios de Broadway en 1953, con la obra ‘Picnic’, de William Motter Inge, prosiguiendo su andadura teatral con la obra de Joseph Hayes ‘Horas desesperadas’, que serviría como pasaporte para firmar un contrato con la Warner. Newman iba a debutar en el cine. Pero no lo hizo con buen pie. Victor Saville hace que su portentoso talento no luzca como era de esperar en el filme ‘Caliz de Plata’, película de la que el actor nunca se sintió satisfecho. Tras seguir interpretando pequeños papeles en series de televisión, la trágica muerte de James Dean en un accidente automovilístico le brinda la gran oportunidad de su vida. ‘Marcado por el odio’, de Robert Wise, supone no ya el despegue definitivo y absoluto de Newman como estrella, sino la demostración categórica del potencial interpretativo de un actor de fuerza y energía indiscutible. El biopic sobre la figura del boxeador Rocky Graziano se sustenta sobre la grandeza de Newman, en su fuerza dramática y emocional.
Cauto en sus decisiones, con películas donde desplegar su carisma y sin mucha prisa por convertirse en la estrella que ya era, vuelve a dar un golpe de efecto a su incipiente filmografía con su papel como Ben Quick en ‘El largo y cálido verano’, la adaptación de Martin Ritt sobre el texto de William Faulkner. En ella, coincidió con Joanne Woodward, la mujer con la que se casaría en segundas nupcias y que siempre ha estado a su lado en uno de los matrimonios más ejemplares del mundo de la farándula a lo largo de 50 años. La conoció durante su etapa en el Actor’s Studio, con la preparación de ‘Picnic’ y durante todos los años venideros se mantuvieron juntos, haciendo frente a la gloria y las adversidades. De esta ejemplar relación siempre quedará esa máxima marital de honestidad y compromiso intachable del actor: “¿Para qué salir a buscar una hamburguesa si tengo en casa un bistec?”.
Paul Newman estaba ya considerado como uno de los valores en alza y un ‘sex symbol’ de mirada asombrosa. Su brutal composición del atormentado ex futbolista alcohólico Brick Pollitt, junto a la estrella femenina de la época Elizabeth Taylor en la adaptación de la obra de Tenesse Williams llevada a cabo por Richard Brooks en ‘La gata sobre el tejado de Zinc’ sigue siendo una las actuaciones más recordadas de aquélla espléndida época hollywoodiense. Su actuación es una exhibición de su talento, de personalidad, de poder de atracción y aptitud para la ambigüedad. Newman fue uno de los mejores representantes del Método Stanislawski, que supo interiorizar con las emociones de los personajes, aprendiendo absolutamente todo aquello que hacía falta para aprender para a dominar la película. Un hecho vital que aprovecharía para su posterior lanzamiento como director. Su trabajo al lado de una estupenda Taylor le atribuiría la primera de sus nueve nominaciones al Oscar a lo largo de su carrera. Su interpretación de Billy “El Niño” en ‘El Zurdo’, de Arthur Penn, es otro hito dentro del ‘western’ y un importante escollo dentro del debacle de la mejor tradición del género en su arista clásica.
Más cercano para el público que un complejo y oscuro Marlon Brando, Newman se caracterizó por la amplia gama de registros que podía interpretar; su naturalidad y compromiso con el rol acabarían por forjar una de las filmografías más interesantes y completas de cuantos actores hayan pasado por la meca del cine. De cinismo sano y de mueca honesta, quiso apartarse de la explotación de su hipnótico físico contrarrestándolo con una serie de papeles antológicos. Para Newman su profesión siempre fue un duro oficio, no una categoría o un ‘status’. Muy pronto, se convierte en el actor protegido de Martin Ritt (con él rodaría seis títulos – ‘Hud’, ‘Un largo y cálido verano’, ‘Un hombre’, ‘El más salvaje entre mil’, ‘Un día volveré y ‘Cuatro confesiones’-), que sabe ver la fuerza dramática de Newman, ideal para desglosar el intimismo sociológico del director. Además, a ambos les une las mismas tendencias políticas con el partido demócrata, al que el actor fue propuesto como delegado por Conneticut. Esto, le haría aparecer en el puesto número 19 de la lista de enemigos de la Administración de Richard Nixon.
‘Un marido en apuros’, de Leo Mcarey, ‘La ciudad frente a mí’, de Vincent Sherman, ‘El buscavidas’, de Robert Rossen, ‘Dulce Pájaro de juventud’, de Richard Brooks, ‘El Premio’, de Mark Robson o ‘La leyenda del Indomable’, de Stuart Rosenberg componen los mejores años de Newman como actor, moldeando los caracteres de aquellos personajes a los que da vida en una inteligente estrategia que evita el encasillamiento, logrando apartarse del estereotipo. Newman interpretó como nadie a los débiles, a los perdedores, víctimas traumatizadas en lucha contra la injusticia y de los contratiempos, trasmitiendo el espíritu de la autenticidad con cada trabajo.
Incluso los fracasos comerciales como los de ‘Éxodo’, de Otto Preminger, ‘Cortina rasgada’, del mítico Alfred Hitchcock o posteriormente ‘El hombre de Mackintosh’, de John Huston no hicieron mella en su viable regreso al éxito. Es conocida su facultad de resarcimiento, de asumir los errores y seguir aprendiendo de una profesión en la que llegó a ser el mejor. En 1968, funda la Newman-Foreman; posteriormente, en 1971, se asocia con Barbra Streisand, Dustin Hoffman y Sidney Poitier para crear la First Artist Production Ltd.
Paul Newman regresa por la puerta grande con el éxito comercial ‘Dos hombres y un destino’, de George Roy Hill con otro de esos rostros destinados a marcar época en Hollywood: Robert Redford, en un atípico ‘western’, alegre y desenfadado sobre la huida de Butch Cassidy y Sundance Kid. Una explosiva asociación que repetiría cuatro años después en ‘El Golpe’, también dirigido por Roy Hill, en una cinta no menos clásica. Durante los 70, Newman diversifica su rostro en películas de desigual suerte, asumiendo los retos de sus elecciones, en filmes de trascendencia personal, como la aceptación de lo peor y lo condenable de su majestuosa construcción del personaje del juez Roy Bean en ‘El juez de la horca’, de John Huston, en sus constantes coqueteos con el ‘western’ (‘Los indeseables’, con Rosenberg y ‘Buffalo Bill y los indios’, de Robert Altman) como en su incursión en éxitos de claro corte ‘mainstream’ como ‘El coloso en llamas’, de Irwin Allen y John Guillermin o la divertida ‘El castañazo’, de nuevo con Roy Hill.
Paul Newman había rodado en 1959 un cortometraje inspirado en ‘Los perjuicios del tabaco’, de Chéjov con su mujer al frente. Sería nueve años más tarde cuando decide dar el salto detrás de las cámaras. Y lo hace, como siempre a partir de entonces que dirigiera un filme (a excepción de su segundo título como realizador ‘Casta invencible’), con su mujer Joanne Woodward, a la que proporcionó algunas de sus mejores y más recordadas interpretaciones dramáticas. ‘Rachel, Rachel’ ofrece a la actriz la posibilidad de cambiar los papeles de lucimiento por una interpretación de carácter. Su carrera como director también fluctúa entre la desigualdad y el interés, la irregularidad y la calidad de filmes como ‘El efecto de los rayos Gamma’, basado en la obra ganadora del Pulitzer de Paul Zindel y el telefilme de ‘The Shadow Box’ o la más adecuada y último trabajo de Newman como director ‘El zoo de cristal’, de nuevo con recital de Woodward.
Pero si una película será recordada de forma íntima en la vida de Newman, ésa es la conmovedora ‘Harry e hijo’, que supone la catarsis de Newman de la peor etapa personal que llegó en 1978, cuando el hijo de su primer matrimonio, Scott, falleció a causa de una sobredosis. Una película dura y pesimista que supo abordar el espíritu de la América de los perdedores y de los excluidos. Con ella licuó su culpabilidad y los fantasmas del pasado, creando a su vez un centro de ayuda y protección para drogodependientes con el nombre de su hijo y la cadena de salsas Newman's Own, empresa que dona íntegramente sus ganancias a organizaciones benéficas. La muerte de su hijo fue superada, en parte, gracias a su conocida afición por el automovilismo y la velocidad que conoció en 1969 a través del filme ‘Winning’. La adrenalina y las ganas de seguir adelante llegaron por medio del volante y de la afición inexpugnable por correr al filo del límite. Newman se hizo propietario de la escudería de Cart y llegó a lograr un segundo puesto en las 24 horas de Le Mans de 1979 con su Porsche 935.
Los años 80 comienzan con papeles de enjundia, donde llega a desplegar su devoción por la mitología de las soledades, con ese ex abogado alcohólico retirado que mantiene la dignidad ante un caso de negligencia médica o el reencuentro de su personaje de ‘El buscavidas’, Eddie Felson, en ‘El color del dinero’, de Martin Scorsese, papel que le vale el Oscar en 1987. Una década donde su pétreo rostro, perfectamente envejecido y sin perder el ápice de atractivo y talento se deja ver en películas olvidables como ‘El escándalo Blaze’, ‘Creadores de sombra’ o ‘Esperando a Mr. Bridge’, última colaboración en pantalla con su musa. La última etapa interpretativa de Paul Newman está acorde con su personalidad arrebatadora y la dimensión como actor. Ahí quedan un puñado de papeles gloriosos, como el déspota Sidney J. Mussburger de ‘El gran salto’, de los hermanos Coen o ese entrañable cascarrabias de ‘Ni un pelo de tonto’, así como el crepuscular detective a la vieja usanza de ‘Al caer el Sol’, ambas a las órdenes de Robert Benton. Dos películas fascinantes, donde Newman se revela como el veterano mito con ganas de aportar lo mejor, de seguir dejando su estela de grandeza, con una hondura y un mimo por sus personajes llenas de personalidad y seducción inagotable.
Películas de transición y sin mucho destello en ninguna de sus categorías a excepción de la presencia de Newman como ‘Mensaje en una botella’ o ‘Donde esté el dinero’ dejan paso a la que ha sido la última y gran interpretación del mito en la gran pantalla. Sam Mendes contó con él para la irregular ‘Camino a la perdición’ y Newman ofreció, por enésima vez, una lección de interpretación a la vieja usanza como jefe de la mafia irlandesa en Rock Island junto a Tom Hanks. En sus últimos años tuvo tiempo de ganar un Tony por su interpretación en la obra teatral ‘Our Town’ en 2003 y de regresar a la televisión llevándose un Emmy en 2005 por la lujosa ‘Empire Falls’, de Fred Schepisi. La carrera de Paul Newman tiene punto y final en su colaboración vocal de la cinta animada de Pixar ‘Cars’, prestando su voz al modelo 51 Doc Hudson y como narrador del documental ‘The price of sugar’, que sigue la figura del Padre Christopher Hartley que intenta llevar algo de justicia y derechos humanos a la República Dominicana, donde perviven haitianos esclavos que cultivan los campos de caña de azúcar de la que cual se consume en gran parte en Estados Unidos. El cáncer no ha dejado tiempo para más.
Dentro de los fastos del cine, nunca ha existido (ni existirá) nadie como él, con ése hechizo y cercanía que despertaba esa mil veces definida como “la mirada más azul de Hollywood”. Newman era apuesto, guapo, reflexivo, inteligente, filántropo y talentoso. Su rostro tenía un toque de difícil perfección, armonioso y cautivador, de divinidad y atractivo que sedujo tanto a mujeres como despertó la empatía masculina. La admiración que despertaba era comparable al respeto que imponía, a su interminable lucidez delante de la cámara. El hombre respetable del que todo el mundo debería tomar ejemplo. El hombre vulnerable y sentimental que tenía como afición la cerveza y que fue honesto y discreto hasta el final de sus días.
Paul Newman, eterno y ajeno a las modas, siempre fiel a sí mismo, ha sido durante décadas EL HOMBRE. Y lo seguirá siendo por siempre jamás, porque su leyenda será imposible de olvidar. Él es parte del Cine, una pieza fundamental sin la que el Séptimo Arte no sería lo que es. Newman seguirá en la memoria colectiva como una de los más grandes personalidades de su historia. Y de forma subjetiva, creo que el mejor actor de todos los tiempos.
Adiós, Paul.
Echaremos de menos tu mirada azul, tu gran personalidad y al legendario actor insustituible.
Descansa en paz.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Se estrena la espacial y enloquecida comedia televisiva de Álex de la Iglesia

Por fin, la televisión ofrece una serie española que se sale de los cánones de lo establecido, de la facilidad con la que se plagian fórmulas y situaciones de éxito fuera de nuestras fronteras. Es la hora de romper moldes, de liberar el ocio catódico de la sumisión al ‘share’, de destruir los conceptos reiterados de los que el espectador está harto. Ha llegado la hora de divertirse.
Esta noche, en la 2 de TVE, a partir de las 23:00 horas, se estrena ‘Plutón BRB Nero’ la primera ‘sitcom’ de ciencia ficción española de la mano de Álex de la Iglesia escrita junto a su inseparable Jorge Guerricaechevarría. Se trata de una comedia enloquecida y gamberra, que se desmarca de cualquier género aparecido en los fastos de la pequeña pantalla nacional. Serán 26 episodios de una duración de 35 minutos en la que un grupo de marines españoles viajan a través de la galaxia a bordo de esta nave llamada Plutón BRB Nero (el BRB proviene de Biotechnological Research Badajoz, su empresa creadora) con un solo designio: encontrar un planeta acondicionado para la vida, puesto que el Mundo, tal y como lo conocemos hoy en día, se ha convertido en una amalgama de edificios y tan superpopblada que ya no cabe nadie. Desarrollada en el siglo XXVI, en el año 2530, el presidente del planeta, Macaulay Kulkin III, va a tomar dos controvertidas resoluciones; cambiar de sexo una vez más y enviar una nave al espacio para salvar al mundo.
A bordo de la BRB Nero encontraremos a personajes que definirán el rumbo de una serie destinada a cambiar la cuadriculada visión que se tiene en este país respecto a la ficción televisiva; el capitán Valladares, el piloto Querejeta, la curvilínea androide científica Lorna, el alienígena Roswell, Hoffman, técnico de mantenimiento y el androide Wollensky. Es una demostración de libertad por parte de sus creadores, de riesgo e ímpetu a la hora de poner en marcha una demencial serie con una propuesta radical que ha levantado una gran expectación. Álex de la Iglesia emprende así su viaje estelar con el espíritu de serie como ‘Enano Rojo’, ‘Doctor Who’ o la insolencia socarrona de las creaciones catódicas de Ben Elton.
Una nueva aventura que promete un disparatado y brillante acontecimiento televisivo donde no faltarán ‘cyborgs’, mutantes del espacio, aliens deformes, armas de rayos láser y ganas de divertirse con un evento que no hay que perderse. El reparto de la serie está encabezado por Antonio Gil, Carlos Areces, Carolina Bang, Enrique Martínez, Gracia Olayo, Manuel Tallafé, Mariano Venancio y Enrique Villén.

Crónica de un fracaso anunciado

El regreso, una vez más, tendrá que esperar una larga temporada.

Fallece Pedro Masó, una vida dedicada al cine

1927-2008
Pedro Masó ha dejado tras como director, guionista y productor una carrera de más de 60 años dedicados al mundo del cine donde recorrió todos los oficios dentro de la industria hasta convertirse en guionista e impulsor de títulos como ‘La chicas de la Cruz Roja’, ‘Atraco a las tres’, ‘Vacaciones para Ivette’, ‘La Ciudad no es para mí’, ‘Un millón a la basura’ y, sobre todo, ‘La Gran Familia’. También tuvo especial importancia televisiva con series de reconocida calidad como ‘Anillos de oro’ o ‘Brigada Central’. Dirigió 14 películas, escribió 146 guiones y produjo 82 películas. Recibió el Goya Honorífico en 2005.

lunes, 22 de septiembre de 2008

‘Death Magnetic’, de Metallica: El despertar del gigante dormido

Hacía tiempo que se venía rumoreando que el nuevo disco de Metallica ‘Death Magnetic’ iba a recuperar parte del espíritu perdido de los viejos tiempos, dejando a un lado el enmohecimiento y la adulteración musical de uno de los grupos más importantes de la Historia de la música. Si bien es cierto que la marcha de Jason Newsted, bajista inolvidable con el que el grupo de Los Ángeles confeccionó sus obras maestras, la experimentación sin rumbo en pos del ‘mainstream’ comercial y de un criticado último disco ‘St. Anger’, parece que la banda ha querido dejar de reinventarse así misma y desplegar aquellos efluvios del ‘trash metal’ de los 80, cuando los chicos de Metallica eran soberanos en una época de descubrimientos épicos en el mundo del rock. No es una entelequia nostálgica, ni un deseo de fan arraigado a los viejos modelos. Está claro que este nuevo ‘Death Magnetic’ es una ofrenda sensorial y reverencial a sus tres mejores discos, ‘Master of Puppets’, ‘Ride the Lightning’ y especialmente ‘...And Justice for All’, la Santa Trinidad que hizo de Metallica la leyenda que es.
El hálito de antaño ha vuelto y no hace falta más que una primera toma de contacto con el disco para que estos cabrones le pongan a uno la carne de gallina, en una redención sin concesiones, en la vuelta a un estilo de un disco que se apoya casi exclusivamente en la camaradería que se da entre ese coloso de la guitarra que es Kirk Hammet, los ‘riffs’ de un James Hetfield que retoma su esperado dinamismo vocal, la depurada fuerza de Rob Trujillo y los revitalizantes golpes de batería en ocho tiempos del polémico Lars Ulrich. La producción de Rick Rubin (su mano está detrás de discos de Danzig, Red Hot Chili Peppers, Slayer, Rage Against the Machine o System of a Down) parece haber acabado con el ostracismo desfasado que inculcó Bob Rock, el hombre que fue minando la potencia de un grupo que tras más de una década parecía ser la sombra de lo que fueron. No es un disco perfecto, en absoluto, pero sí acumula temas como ‘That was just your life’, la prodigiosa ‘Broken, Beat and Scarred’, ‘All nightmare long’ o ‘My apocalypse’, suficientemente poderosos como para dejarse llevar hacia la loa ponderativa. Metallica se aleja del crepúsculo al que estaban avocados y que dejó para la posteridad esa triste genialidad a modo de documental ‘Some kind of monster’ y brindan al aficionado más escéptico un álbum que es, desde ya mismo, uno de los imprescindibles de este 2008.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Arranca el Zinemaldia en Donosti

Hoy ha comenzado el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el Zinemaldia de Donosti, vaya. Su 56ª edición se inaugura con ‘The other man’, con Antonio Banderas, que hace ya una década estrenaba en el Teatro Victoria Eugenia ‘El Zorro’ y que este año es premiado con el Premio Donostia junto a Meryl Streep. La última de Woody Allen con Javier Bardem, Scarlett Johansson y Penélope Cruz es otro de esos primeros platos que apetecen. Michael Winterbottom, Kim Ki-duk, Daniel Burman, Javier Fesser, Mark Herman, Mike Leigh, Laurent Cantet, los hermanos Coen, Jaime Rosales, Kiyoshi Kurosawa o Ben Stiller serán algunas de las figuras que, de uno u otro modo, estarán presentes en este nueva entrega de un certamen que ha vivido años de ostracismo y que va recuperando su estela.
En un entorno personal, Donosti sigue siendo el festival en el que crecí, en el que escribí mis mejores crónicas y donde los recuerdos se acumulan y se van perdiendo en el pasado con el inexorable paso del tiempo. El año pasado ya escribí sobre estos sentimientos. Este año, nada ha cambiado. Sigo echando de menos la ciudad de la Bella Easo, sus gentes y el día a día de un festival inolvidable.