jueves, 31 de enero de 2008

Review 'Expiación (Atonement)'

Autocomplacencia, evocación y lirismo
Con ínfulas de clásico moderno, el nuevo trabajo de Wright es un pretencioso trabajo que va perdiendo paulatinamente su interés en el ostentoso tono melancólico y quejumbroso del drama.
Como prosecución de la corriente de cine de época creada por el sello Marchant y James Ivory, en ésa prosapia de idealismo y romanticismo, diferencia de clases entre aristocracia y clases humildes, historias sobre un tiempo y lugar indelebles al paso del tiempo, contemporáneas a su modo e intención, Joe Wright, tras el éxito cosechado con su adaptación de Jane Austen en ‘Orgullo y prejuicio’, prolonga la directriz afectadamente delicada para reincidir en el raigón literario con ‘Expiación’, esta vez otra adaptación literaria de la obra de Ian McEwan.
Al igual que la comunión que formaron Merchant e Ivory, las mansiones y campiñas inglesas son el espacio contextual perfecto para dar principio una historia de sacrificio y pasión situada en 1935, donde, en el seno de un familia aburguesada, el amor contenido entre la joven Cecilia, la hermana mayor, y Robbie, el modesto jardinero hijo del ama de llaves de la casa desata la llama del amor. Sin embargo, los funestos malentendidos provocados por la hermana pequeña, Briony, hace que el destino cambie y separe a la pareja en un futuro dramático con la guerra mundial del fondo. Por supuesto, en una historia de este calado clásico, Wright confiere un sólido punto de poética, donde prevalece la puesta en escena, el impecable diseño de producción, la estética o el vestuario. En este aspecto, lo más destacable es que todo ello se subordina a los personajes y al ritmo modernizado con el que se narra una epopeya épica, romántica y clásica. Al cineasta británico le interesan, sobre todo, las reacciones discordantes de sus protagonistas, las consecuencias que provocan sus actos y el adverso fatum que les depara un difícil distanciamiento. Y lo hace sin añadir mucho énfasis descriptivo en el detallismo de la época, sin perder de vista el preciosismo algo rancio, atento a los pequeños detalles.
‘Expiación’ busca soterradamente la brillantez y elegancia necesaria para conferir al drama mayor magnitud de la que tiene, ataviándola de cierta cuota de ambición que no se difunde en ningún momento al interés de su historia. La película va desgranando su inicial y arriesgada estructura, en la que se reincide una sugerente multiplicidad perspectivista según el personaje desde la apariencia y la realidad, fragmentando y descontextualizando las escenas para volver a situarlas en la realidad de los hechos. Cuando ése juego temporal se acaba y los espacios se dividen junto a sus personajes, ‘Expiación’ va tejiendo con un estambre narrativo dubitativo y soporífero una historia sustentada en el rosáceo folletín de una tragedia sentimental que no termina de trascender a causa de su acentuación grandilocuente.
El sonido de las teclas de una máquina de escribir, con una (a priori) conexión entre literatura y cine, deja claro, a las primeras de cambio, la subjetividad de lo narrado, desde un único punto de vista. ‘Expiación’ se convierte así en una mirada introspectiva sobre las derivaciones vitales de una mentira, de la falsa imputación de un delito incontrastable por la procedencia de una clase menor. Todo gira en torno a una adolescente falacia que esconde un desagravio emocional típico de un caprichoso y núbil encaprichamiento que provoca un sinuoso viaje de negligencias morales en vidas dedicadas a la enmienda personal a través del sacrificio y ayuda a los demás. En el camino, no se omitirá, obviamente, una historia de pasión, sin oportunidad de esquivar las barreras de un amor imposible marcado por las clases sociales, los celos ajenos y la guerra. El sustrato romántico del filme respira con la lucha de Robbie y Cecilia por no perder la ilusión de un sueño que, según avanza la película, se va haciendo paulatinamente más difícil.
Sobre el papel, la segunda obra de Wright, adaptado con cierto desequilibrio por el veterano Christopher Hampton, parece una de esas obras clásicas de época con ciertas ínfulas de inmortalidad. La pasión y exoneración de la culpa, su relato épico acerca de las apariencias, la búsqueda de contraste entre la realidad y lo alegórico, hasta su estructuración en las tres partes clásicas de la narración se van perdiendo poco a poco y sin mucho esplendor en el tedio y el bostezo, en la indolencia con la que transcurren los acontecimientos. A pesar de que los elementos narrativos se sitúen a favor de una sucinta narración de prometedor arranque, cuando el vaivén temporal se pone en función de una subjetividad tramposa y descolocada, ‘Expiación’ no deja de ser más que un culebrón que no logra evitar que el lógico propósito por conferir una profundidad a unos personajes sin la fuerza ni la fascinación primordiales para que el drama conmueva.
Tampoco ayuda el cambio de cine trágico y sentimental a la ruda e inerme visión del conflicto bélico, que termina por menoscabar el nulo incentivo que van suscitando los dilemas pasionales y delatores. ‘Expiación’ va perdiendo su fuerza emotiva, impulsada por el distanciamiento entre sus protagonistas, recreándose en esa mano que no quiere ser tocada por temor al rechazo, en el recuerdo de una espera, de una postal que tiene en su grafía el futuro que la pareja merecía para su amor, separados por el estigma de una mentira imperdonable. Wright y Hampton acentúan en exceso el tono melancólico y quejumbroso, con una pomposidad desatinadamente manierista; en la descripción de la guerra y unos niños fusilados en medio del campo, en oscilación de misivas entre todos, en la dramática compañía de Briony a un soldado francés poco antes de morir, en el recuerdo materno de Robbie cuando todo está perdido…
Ni siquiera las esforzadas interpretaciones de un correcto elenco compuesto por Keira Knightley, James McAvoy, Romola Garai y Saoirse Ronan o la maravillosa partitura de Dario Marianelli son óbices para el descalabro. Inmerso en la autocomplacencia de evocación y lirismo de esta historia sobre la maldad infantil y el infortunio del destino incorregible, Joe Wright, que parece en todo momento muy comedido y clásico en el plano técnico, tal vez contagiado por el sopor de lo narrado, parece empalagarse de tal manera que, en un determinado instante de representación bélica, del dolor y el aturdimiento del conflicto, el cineasta británico regala al personal un onanista alarde de virtuosidad innecesaria, otorgando un largo plano secuencia que va mostrando la locura colectiva de un batallón que espera ser trasladado a su país en la playa de Dunkerque.
‘Expiación’, en su búsqueda de enmendar la culpabilidad y recomponer la idea romántica de un amor fragmentado, sólo podía terminar de perder su brújula en un sonrojante epílogo para recalcar esa expiación y confesión final con inerme apoteosis dramática protagonizada por Vanessa Redgrave, donde la mentira acaba dejando paso a la verdad y la ficción a la realidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 30 de enero de 2008

Del Toro y 'El Hobbit'

Hoy, el vídeo del día es este.
El de la noticia que marca definitivamente a Guillermo del Toro como director de ‘The Hobbit’. En este vídeo de presentación de ‘El Orfanato’ en Francia, J.A. Bayona desvela que el cineasta mexicano será el encargado de llevar a la gran pantalla la obra de J.R.R. Tolkien. Peter Jackson y New Line Cinema han optado por Del Toro para tomar las riendas de un proyecto del que mucho se ha hablado gracias a su capacidad de fascinación y la sobrenatural imaginería que ha demostrado en anteriores trabajos.
El anuncio se hará oficial una vez que concluya la Huelga de Guionistas que tiene en vilo a Hollywood y que llegará a buen puerto en breve.

martes, 29 de enero de 2008

¿Por qué haces lo que haces?

‘WDYDWYD’ nace como una iniciativa del fotógrafo Tony Deifell, un fotógrafo de San Francisco que comenzó hace años a hacer instantáneas en el desierto de Black Rock City con gente que contestaba siempre a una misma y simple pregunta “Why do you do what you do? (¿Por qué haces lo que haces?”). Una cuestión simple que, más allá de la subjetividad, esconde una de las grandes verdades individuales de este mundo.
Es la particular iniciativa de un artista reconocido por la Casa Blanca por sus trabajos visuales como modelos de educación e integración con ‘vídeo-diarios’ orientados a denunciar problemas raciales. Además, es también una de las cabezas pensantes de KaBOOM!, consejero de proyectos para cine y televisión y profesor de teoría documental para la universidad de Duke.
Por supuesto, cualquiera puede enviar su foto anunciando al mundo porqué hace lo que hace.

sábado, 26 de enero de 2008

Review 'The Oxford Murders'

La realidad contra el pensamiento
De la Iglesia adapta a Guillermo Martínez en un juego de apariencias en el que el discurso literario queda en un segundo término sobre el sentido fílmico de una obra admirablemente dirigida.
Ha necesitado Álex de la Iglesia rodar un filme de conversión (y de transición) como ‘Los Crímenes de Oxford’ para alcanzar la ratificación de un cine que va más allá de los términos causados por las inevitables contingencias comerciales. Su nuevo trabajo evidencia la capacidad de un director que se ha visto forzado, en más de una ocasión, a frecuentar un reconocible sello personal, de estruendoso potencial visual, pero de trasfondo cómico o con rasgos de sarcástico aticismo. A veces, el talento y la genialidad se verifican cuando se sabe reconocer la valía de un cineasta que ha sido capaz de disociarse de su irrevocable estilo personal en una historia alejada, en principio, de lo que se puede llegar a esperar de él. Y eso es lo que supone esta adaptación de la novela de Guillermo Martínez por parte del cineasta español: una película de encargo que proclama a un cineasta con una dilatada y portentosa diversidad fílmica.
‘Los Crímenes de Oxford’ narra la historia de una serie de asesinatos consecutivos que tienen como protagonistas de sus pesquisas a un profesor de la universidad de Oxford y un estudiante americano que le idolatra, aceptando ambos los siniestros acontecimientos como un juego de lances analizables desde la lógica. La trama criminal, acometida como un ‘thriller’ intelectual de génesis ‘hitchkockiano’, es tratada como un misterio, un puzzle, una ecuación matemática. El ‘whodunit’ de la investigación se plantea, por esta causa, aplicando la teoría del crimen como desafío al profesor y al alumno.
Género detectivesco y de suspense, evoca, inevitablemente, al espíritu de grandes nombres de la literatura como John Dickson Carr, Agatha Christie, Ellery Queen, Michael Innes, Anthony Berkeley, Nicholas Blake o Dorothy Sayers. Siguiendo esa corriente literaria y cinematográfica, en un guión que adapta fielmente la obra de Martínez, el grisáceo contexto académico de Oxford sirve como óleo para definir a unos personajes (todos ellos sospechosos en diversos momentos) al indagar, siguiendo una serie lógica, el problema matemático que conduce hasta el asesino.
Entretanto, el argumento matemático va abriendo un camino de posibilidades a la hora de debatir sobre los homicidios y el culpable, entrando a formar parte del texto los teoremas de Fermat o Gödel, la serie de Fibonacci o el principio de indeterminación de Heisenberg. Estas teorías, que marcarán la pauta de los acontecimientos, diseminan de elucubraciones y pistas ambiguas la narración, con infinidad de vocablos y axiomas matemáticos y filosóficos, que confiere variadas y variables soluciones al enigma. Algo que, a simple vista, podría ser un obstáculo para el espectador; el público es sumergido en un ciclón de códigos, series numéricas e incluso geometría fractal. Sin embargo, hay que agradecer a De la Iglesia y a su coguionista Jorge Guerricaechevarría la precisión con la que han atenuado la circunspección matemática de la trama, haciendo posible que, gracias a un ritmo diligente, el resultado sea accesible, sin enfatizar más que lo justo, pecando incluso de cierta inocencia al trasladar la obra de Martínez al cine. En cualquier caso, el discurso literario quedará en un segundo término sobre el sentido fílmico de la obra.
Estamos ante una partida de ‘Cluedo’ al que le falta una carta del sobre, trazando un juego de simulación de la realidad a través de los ojos de Martin (loable y versatil composición de Eljiah Wood) que, a su vez, se presenta como los ojos del espectador, en función elíptica dentro de la trama, como contraposición ideológica y existencial del soberbio y escéptico profesor Sheldom (sencillamente prodigioso John Hurt), personaje enemistado con la realidad, siempre desconfiado de aquello que le rodea y que no duda en afirmar que se puede predecir la realidad utilizando los números. Mientras el primero se muestra esperanzado ante la consecución lógica de las interacciones que se unen a la hipótesis de la “causa- efecto” (a posteriori el mecanismo de toda la trama criminal), el otro se mantiene oculto bajo un gambox de secretos y apariencias, negando la demostración lógica de los hechos, afirmando las casualidades como única verdad que determina los hechos. El filme se basa, por tanto, en un apasionante juego de apariencias.
La cuestión no es descubrir la identidad del asesino, sino que lo que verdaderamente importa es la praxis que se va a seguir para descubrir la verdad. El suspense, de este modo, no reside en la sorpresa de los puntos de giro, sino en la finalidad subjetiva de los personajes, de su discurso, de sus sospechas y de las consecuencias de sus decisiones. Todo se sustenta en la ambigüedad, en la astuta impostura y, sobre todo, en la representación. Por eso, Sheldom habla del crimen perfecto atribuyéndolo a un falso culpable cuya identidad no se corresponde al auténtico autor de los crímenes. Y en medio de ellos, una mujer, Lorna (sensual diosa materializada en el cuerpo de Leonor Watling), que podría entenderse como un personaje residual, la carnal atracción de la historia, que simboliza la importancia de la vida real, de vivir el momento ante el pensamiento, el sexo enfrentado a la cavilación, ejemplificado en el instante en que Martin abandona el autobús que se dirige a la conferencia sobre el teorema de Fermat y su demostración por parte de Andrew Wiles en Cambridge. Sin olvidar el otro personaje vital en discordia como es la ciudad de Oxford, concebida como un gran coliseo de simulación donde se mueven las piezas de este juego de manipulación.
Sin embargo, la grandeza del filme va más allá de cualquier delimitación argumental. Álex de la Iglesia afronta esta historia con clasicismo en sus formas de ‘thriller’, pero con una enunciación ciertamente modernista definido en el absoluto dominio de la técnica cinematográfica, perfilada bajo unos conceptos artísticos solemnes, expuestos con determinación en una cuidada estética que procede de las múltiples y novedosas influencias que construyen el universo visual del director. De la Iglesia deja a un lado la semiología y el contexto literario para abogar por una visualidad narrativa visceral, en la que la cámara identifica al espectador con la subjetividad en función de las vivencias del personaje de Martin, logrando desviar la realidad con un tono de confusión respecto a la verdad que se descubrirá en la distancia de la conclusión final.
De paso, y de forma admirable, De la Iglesia logra concertar el desafío matemático con un ritmo al que no le falta el virtuosismo necesario para que los grandilocuentes conceptos trigonométricos sean la excusa del discurso, abordando el filme desde un prisma artístico, en el que la capacidad visual de su creador opera con maestría desde la sombra, disipando su omnipresente figura dentro de una película donde prepondera, en cada plano y encuadre, una asombrosa opulencia de talento e imaginería, en el que destaca, a su vez, el beneficio de esa enérgica partitura de Roque Baños.
‘Los crímenes de Oxford’ es, en el fondo, un entretenimiento de suspense que, bajo su compleja problemática argumental (el citado ‘whodunit’), es un pretexto para desglosar, un majestuoso ejercicio de pericia cinematográfica, ilustrado en ese monumental ‘travelling’ que expone, con gran sabiduría, todas las piezas que componen el catálogo de sospechosos que giran en torno a estos inapreciables crímenes. Álex de la Iglesia da una lección (la enésima) de saber hacer, de perfecta ubicuidad de cámara, de precisa determinación de los espacios, de brillante manipulación de la realidad dependiendo de los ojos con la que se miren. Además, en su último filme, acredita que sabe también esconder las limitaciones de una película en el tópico, rodeando sutilmente sus defectos con un adictivo enigma de ambigüedades y apariencias, acudiendo, si es necesario, a ese elegante desenlace de doble giro, donde se demuestra que la complejidad de las sospechas, a veces, es un mero elemento para ocultar la respuesta más simple y accesible.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 24 de enero de 2008

‘Quantum of Solace’

Así se titula el vigésimo segundo filme de la saga James Bond. Este nuevo título proviene de una colección de cuentos del escritor británico Ian Fleming publicados en 1960.
Daniel Craig, tras su renovación e impecable personificación del agente 007 en ‘Casino Royale’, volverá a dar vida a Bond en un filme que dirige Marc Forster y que tiene como acompañantes a la habitual en la saga Judi Dench (como M), Jeffrey Wright y Giancarlo Giannini, que repiten, y como ‘chica Bond’ la ucraniana (y espectacular pibón) Olga Kurylenko.

martes, 22 de enero de 2008

Shock de actualidad: muere Heath Ledger

1979-2008
El mundo del cine se ha quedado de piedra ante una noticia de esas que provocan el ‘shock’ colectivo dentro del Séptimo Arte. Si hace unos días, moría a consecuencia de las drogas el joven actor Brad Renfro, hoy ha sido noticia el fallecimiento del actor australiano de 28 años Heath Ledger, una de las promesas más consolidadas del actual Hollywood.
Con una de las carreras cinematográficas más interesantes y fructíferas dentro del cine actual, Ledger, que ha realizado algunas interpretaciones de talento incontestable (‘Monster's Ball’, ‘Ned Kelly’, ‘The Order’, ‘Los hermanos Grimm’ o su consolidación definitiva con la controvertida ‘Brokeback Mountain’), tenía pendiente uno de los estrenos más esperado del año ‘Batman: The Dark Knight’ y estaba inmerso en el último filme del cineasta Terry Gilliam ‘The Imaginarium of Doctor Parnassus’.
Ledger ha sido encontrado muerto en su apartamento de Nueva York, según fuentes policiales y todo apunta, otra vez, a que su muerte ha sido causa de una sobredosis de narcóticos.

Ya hay candidatos, pero... ¿habrá Gala de los Oscar?

Primero cayeron los Globos de Oro, que este año se perdieron su cita anual con la audiencia. Los Oscars puede seguir el mismo camino. Entre medias, los Grammy tienen todas las papeletas para hundirse sin lucir la esperpéntica la galería de las vanidades del mundo de la música.
Hoy se han conocido los candidatos que optan a los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood. También, que el Sindicato de Guionistas (WGA) persiste en su rechazo a escribir nada para la gala. De momento, no hay paréntesis, por lo que la incógnita sobre si el 24 de febrero se podrá seguir el evento en las televisiones de más de medio. Es la mayor preocupación de una Industria envuelta en un caos sin precedentes.
Hace un mes, Patric Verrone, presidente de WGA, aseguraba “Los guionistas están enfrascados en una pugna para alcanzar un convenio beneficioso para sus intereses, que resguarde el presente y el futuro de sus derechos a la propiedad intelectual”. Los Oscar no serán un impedimento para que batalla continúe. La gran pregunta es… con todo lo que mueven estos premios ¿alguien se cree que los Oscar no van a emitirse?

sábado, 19 de enero de 2008

Review 'The Darjeeling Limited'

La belleza de lo sutil y lo espontáneo
Anderson corrobora su marcada personalidad con otra tragicomedia familiar que reivindica la transformación lógica de su muy personal modo de narración.
Esta película empieza mucho antes de que comience ‘Viaje a Darjeeling’. Y lo hace en una pieza a modo de cortometraje introductorio titulado ‘Hotel Chevalier’, dirigido también por Wes Anderson. Son diez minutos en los que dos personajes a los que dan vida Natalie Portman y Jason Schwartzman se reencuentran en una ‘suite’ parisina intentando arreglar sus discrepancias y solucionar un problema que les ha distanciado como pareja. El protocolo de preparación, una maleta, un palillo en la boca, un perfume, un diálogo de diferencias, amor y desamor en una velada donde el sexo determina el final o la prosecución de una relación tambaleante, determinan los elementos de una historia mínima que servirá como punto de referencia dentro de su posterior narración.
Sustentado en su concisa brevedad de la expresión, en el sarcasmo y con grandes dosis de nostalgia desencantada, Anderson da la pauta de lo que será ‘Viaje a Darjeeling’. En esta nueva aventura cinematográfica, este dinamitador de clichés, vuelve a dar cuenta de una asombrosa demostración de dimensión narrativa e inspiración, de admirable extrañeza estética y belleza poética, imprudente y anárquica. Anderson persiste en la esencia bizarra, pero atendiendo a la cuidada visualidad, aportando aquí una exótica atmósfera en la que se intrinca lo banal y lo trascendente, lo surreal y lo espontáneo.
Para su quinto largometraje, el cineasta de Texas se adentra en un entorno arquetípico como es la India, para narrar, a modo de tragicomedia familiar, la historia de tres hermanos con ciertas diferencias, interpretados con soltura por Owen Wilson, Adrien Brody y el mencionado Schwartzman, los cuales, tras la muerte de su padre, deciden lanzarse a la búsqueda de la espiritualidad para encontrar el vínculo del pasado que les une: su madre (a la que da vida Angelica Huston). Se trata de nuevo de un drama familiar ataviado con significantes toques de comedia, en el que vuelven a congregarse la amargura interna, dulcificada con un perspicaz y sutil sentido del humor, y la reflexión sentimental, que radica, en esta ocasión, en la idea de perder a sus personajes en un mundo ajeno a su hábitat, para, una vez extraviados geográficamente en ese extraño espacio, ir desgranando sus miedos, sus pequeñas miserias, desubicados en diversos contextos como el afectuoso y el familiar.
Los tres hermanos, malheridos de diversos modos, representan el modelo de rol que tanto ha dibujado Anderson; pequeños ‘loosers’ emocionales y contradictorios que caminan a ciegas en un desierto de incertidumbre, llenos de fortuitas vacilaciones y desalentados, pero que no pierden su ánimo por recobrar, aunque sea de forma fingida, un ejemplo de afinidad familiar. Al igual que en sus anteriores filmes, el cineasta se nutre de subyacentes deliberaciones existencialistas sobre el sentido de la vida, los vínculos o las necesidades, inscritas en una ‘road movia’ ferroviaria.
En ‘Viaje a Darjeeling’ no faltan las insólitas situaciones que rodean la tragedia y el ánimo a partes iguales, despertando éstas la búsqueda de respuestas al desaliento de los vulnerables hermanos para, una vez superadas, descubrir una nueva etapa más esperanzadora de la vida, el reencuentro consigo mismos. Como todos y cada de los referenciales protagonistas de sus anteriores cintas, cada uno a su manera, los hermanos Whitman son incapaces de afrontar sus problemas al colisionar con un mundo que no les entiende, pero que en su final asumen su madurez y recelan de lo insustancial, dando prioridad a cosas vitales más significativas. La desunión familiar, la falta de afecto y necesidad de lazos comunes rotos por la distancia y la incomunicación siguen perviviendo en la superficie de esta historia. Anderson incide, por tanto, en esas coordenadas reconocibles de otro peculiar viaje introspectivo, sin ánimo itinerante más que el de escapar a los problemas en un fingido proceso espiritual que obrará sus frutos con una desgracia real que ensamble sus lamentos.
Con ello, Anderson logra asumir que su cine es la aseveración de un excepcional progreso cinematográfico vinculado a una transformación lógica de un modo de narrar muy personal, que no duda en recurrir a la autoafirmación si el resultado es la consecución de un reconocible estilo, de un cine donde identidad y discurso juegan con la disfuncionalidad para hacer de la tragedia una comedia y viceversa, donde no faltan cámaras lenta, canciones ‘pop’ y una estructura episódica que responde a los rasgos de un director que rompe elegantemente la narración convencional. Sin embargo, la cámara mira directamente al rostro de sus personajes, en primeros planos, con los que los roles transmiten su esencia alejándose de filigranas conceptuales, de virguerías de planificación; el cine de Anderson es sencillo y directo. Anderson corrobora con ‘Viaje a Darjeeling’ que es uno de los cineastas con más personalidad del cine actual.
Dentro de paisajes desérticos y calurosos de la India, representado desde la metempsicosis, con sus ritos, sus gentes, sus reacciones e idiosincrasia, siempre desde el respeto y la fascinación, el filme entra directamente en el proceso de imaginería personal de un creador que, mediante la confrontación del espectador ante unos caracteres de ralea inmadura, permite llegar, a través del significado de sus discursos, absurdos tratos de hermanos y palabras perdidas, a las realidades trascendentales o ideas de ese mundo alejado de toda civilización que sirven como superación del trauma de la pérdida paterna, último acontecimiento que les reunió y a la vez les separó.
Un extravagante poema dialéctico sobre el egoísmo inocente de aquellos que emprenden trayectos espirituales para comprender al compañero de viaje y que aprovechan para echarse un vistazo a las entrañas, pese a llevar un pesado lastre como son unas maletas de Louis Vuitton diseñadas por Marc Jacobs, como legado del recuerdo patricarcal, metáfora de ese lastre vital del que han de desprenderse para poder ser felices. Es el cine y la personalidad de Wes Anderson, capaz de hacer perder a un tren en sus propias vías en el perdido paraje de Jodhpur, en el límite del desierto de Thar.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 17 de enero de 2008

Divorcio Express

Visto y no visto.
Dos semanas después de casarse en una ceremonia sin validez legal en Bora Bora, siguiendo un rito similar al que llevaron a cabo hace años Lauren Postigo y Yolanda Mora, o… tal vez no, el actor Eddie Murphy, al que le duran los amoríos menos que regüeldo de sobremesa, y su compañera sentimental, el pibón Tracey Edmonds, se han separado, según la edición digital de People.
Esto, que a cualquier hijo de vecino puede parecer una incoherencia nupcial, en Hollywood es algo que está a la orden del día. El récord lo tuvo muchos años la actriz Drew Barrymore con su primer marido, Jeremy Thomas, con el que pasó por la vicaría y 19 días después dejarían de ser marido y mujer. Repetiría experiencia con el cómico Tom Green, casándose con él en julio del 2001 y en separando sus vidas en diciembre del mismo años. Pero sería superada por ese jumento llamado Britney Spears que, 48 horas después de contraer matrimonio bajo los efectos del alcohol, las drogas y la anormal imbecilidad de la ex Reina del pop, abandonó a su marido, Jason Allen Alexander, y se divorció. Y eso que vamos a obviar los tiempos de Liz Taylor y su colección de bodas.
Hollywood y el mundo de la farándula son así.

miércoles, 16 de enero de 2008

La triste leyenda de Vampira

Hace unos días fallecía uno de los iconos del cine de Serie Z de todos los tiempos, la actriz Maila Nurmi, conocida por todos como Vampira, que pasó ser una de las musas de culto por su intervención en ‘Plan 9 from Outer Space’. La actriz, que obtuvo cierta popularidad en los años 50 al ser descubierta por el director Howard Hawks, quien le hablaría de ella a Michael Todd para incorporarla a su programa televisivo 'Spook Scandals’, un producto catódico de medianoche dedicado al Grand Guignol. Su papel en el que es considerado “peor película de la historia” de Ed Wood ensombreció de tal modo su carrera que la encasillaría definitivamente con aquélla lúgubre imagen que ella misma aseguraba haber sustraído de la esencia malévola y sexy del personaje de Morticia Adams. Sus posteriores trabajos, también de culto (‘The Beat Generation’ o ‘Sex Kittens Go to College’), quedaron relegados a una filmografía de escasa repercusión.
Hay ciertas anécdotas que se han pasado por alto a la hora de recordar su vida y obra tras su muerte, con 86 años, el pasado 10 de enero. Se sabe que trabajó como ‘stripper’ en el célebre club de Lili St. Cyr. o que Mae West la despidió en 1944 de su obra de Broadway ‘Catherine Was Great’. Sin embargo, nadie recuerda esa siniestra fábula con grandes dosis de realidad que recorre la Historia Negra de la ciudad de las estrellas, aquella que tan bien supo vincular al morbo Kenneth Anger en su libro ‘Hollywood Babilonia’. Cuentan que Nurmi conoció a James Dean y se enamoró de él, entre otras cosas por su insubordinación, insolencia y ambigüedad. Por supuesto, Dean no aceptó ninguna de las propuestas de Vampira, pese a salir un par de veces juntos. Como la prensa de la época se hizo eco de aquellas citas, el rebelde sin causa salió al paso negando cualquier tipo de relación, incluso llegó a burlarse públicamente de la obsesión macabra de Nurmi y su inquietante identificación por su personaje televisivo. La actriz, lejos de sentirse molesta, llegó a un extremo de encandilamiento y ridículo, que se cortó su larga y azabache melena por su amado James Dean. Éste se desvincularía en seguida de esta polémica que hoy sería pasto incesante de basuras sensacionalistas como ‘Aquí hay Tomate’, en versión yanqui. Sin saber parar a tiempo, Vampira acrecentó su locura haciendo pública una imagen suya sobre un nicho en el que se podía leer el epitafio “Cariño, ven y únete a mí”, en siniestro mensaje de amor hacia el niño bonito de la Industria.
Lo más oscuro de todo fue que los círculos más cercanos a Vampira, vinculada a ciertos ritos de magia negra y aficiones oscuras, llegaron a asegurar que la actriz hizo vudú con muñecos para obtener aquel amor desdeñado. Poco después, James Dean moriría en un fatídico accidente de coche. Muchas malas lenguas atribuyeron el siniestro a las malas vibraciones vertidas por la actriz que, en vez de alejarse de la controversia, quiso seguir con la triste pantomima, asegurando que cada noche sufría apariciones de Dean en inexistentes contactos ectoplásmicos. Fue el detonante que acabó para siempre con la carrera y reputación de Nurmi, ya que los grandes directivos cinematográficos y televisivos hicieron lo posible por que jamás volviera a resurgir. El tema tabú de la prematura muerte del actor con más futuro de Hollywood y el extenuación del tema por parte de la prensa del corazón dejaron a Maila Nurmi con un personaje perpetuo que sería un clásico de culto algunas décadas después.