miércoles, 5 de septiembre de 2007

Dossier Quentin Tarantino (I)

El salvaje y explosivo cóctel de Tarantino
El director de la recién estrenada ‘Death Proof’ de ha convertido en uno de los cineastas más importantes del cine contemporáneo gracias una breve pero intensa filmografía cargada de talento, reformulación y brillantez.
Después de tener que esperar casi siete años transcurridos desde ‘Jackie Brown’, en 1997, hasta su cuarto filme dividido en dos volúmenes ‘Kill Bill’, en 2004, el estreno de un nuevo filme de Quentin Tarantino ‘Death Proof’ (dentro del díptico ‘Grindhouse’ junto a ‘Planet Terror’, de Robert Rodríguez, que ha llegado a nuestro país escindido por motivos de distribución) ha sido destacable como una noticia significativa no sólo en términos cinematográficos, sino como merecido y preeminente apunte de actualidad, puesto que Tarantino se ha ido configurando como uno de los realizadores más importantes dentro del cine contemporáneo.
Cineasta insurgente y díscolo, amado y odiado por crítica y público, dejó de ser un realizador de moda para convertirse en un fenómeno de masas, en una atracción capaz de escalonar películas de culto dentro de una breve pero contundente filmografía que responde a un plausible capricho de un director que se otorga a sí mismo un cine entregado a los amantes de los géneros, a los que reverencia como repuesta a sus propios deseos como espectador. Tarantino, desde que en 1992 dejara para los fastos de cine independiente su obra cumbre, ‘Reservoir Dogs’, se ha establecido como un icono de identidad personal mil veces imitada, que aúna el poder quimérico de los grandes clásicos de los que bebe con una actitud del dinamitador del cine moderno que es, en su realización sin concesiones a las reglas, donde se enfatiza su incorruptible cine libre, en estado puro.
A lo largo de estos años, Tarantino ha pasado a ser un sello de garantía, en un denominativo cuyo epígrafe es sinónimo de éxito, pero también de controversia, polémicas, disputas, violencia y tantos otros términos que han definido sus personales cócteles de referencias temáticas sobre las que el cineasta es un experto conocedor de una precisión y contundencia que singularizan su figura dentro de sus obras y de la cinematografía actual. Así, los clásicos de siempre, las obras de culto de serie B, los subproductos de serie Z, los credos populares, las cintas orientales de artes marciales, los ‘westerns’, el cine negro, la literatura ‘pulp’ o la iconografía ‘pop’ más estandarizada junto a sus expresiones genéricas han desfilado por su carrera en un inverosímil combinado donde la fuerza del impacto y las analogías temáticas no sólo evocan simplemente el exceso y los aspectos más determinantes del multigénero, sino que, tras su primera apariencia, encubre el vigor de la rebelión subversiva, que confiere a sus películas posteriores; ‘Pulp Fiction’, ‘Jackie Brown’ o el citado duplo ‘Kill Bill’, un ímpetu emocional y un poder de hipnotismo absoluto. La consecuencia del éxito de Tarantino no es, por tanto, una concepción del cine autocomplaciente, sino un vehemente ritual, resultado de la convicción con la que construye sus ejercicios de nostalgia, cimiento raquídeo de toda una obra que pervive por y para una sublime fusión armónica entre cine y vida.
Tarantino ha logrado ejercer una transformación cultural y visual dentro del Séptimo Arte, ya que en el largo camino hacia la postmodernidad, ha evolucionado hacia una corrección dialógica y cinéfila. Sin embargo, Tarantino sabe diferenciar ésas dos vertientes, en las que cumple un papel esencial la avenencia de subgéneros provenidos de los clásicos y donde es fundamental el procedimiento modernista de la intertextualidad genérica, cuyo objetivo es releer y reinterpretar. Por eso, esa absorción de la grandeza de célebres títulos de los que bebe, representa el argumento que expone que el cineasta también sabe reconocer la necesidad de un modelo hermenéutico que atribuya a su carrera el poder mediador de la imagen y la palabra en el proceso de construcción de sentido fílmico de sus películas. Donde reside el verdadero potencial de su cine.
Los cánones de su cine se asientan, por supuesto, en un desmedido talento por la recuperación de clichés para la metamorfosis innovadora, donde Tarantino encuentra el eclecticismo y los códigos cinéfilos que singularizan sus sugestivas estructuras temporales, en las que predominan una destacada hegemonía del espacio cinematográfico y un amplio conocimiento de la cultura fílmica para insubordinarse con sus sagaces textos y diálogos, en los que caben disertaciones existenciales salpicadas de jerga popular (a veces ordinaria), como nimias tribulaciones sobre angostas series y personajes televisivos, códigos de honor de la mafia, conversaciones transversales sobre masajes, canciones populares, violencia, sexo, drogas, comida rápida, automóviles… atribuidos a sus películas desde sus propias alusiones formativas, en rutilantes instantes de brillantez jalonados por esa violencia extrema con la que se identifica el aspecto más agresivo de este polémico autor, utilizándola como medio de expresión, de acción y no como una simplista comparsa de sus perspicaces frases.
La violencia para Tarantino es una conducta, un concepto narrativo y un valor, como también lo fue para Howard Hawks, Phil Karlson, Sergio Leone, Samuel Fuller, Sam Peckinpah, Martin Scorsese, Brian de Palma o los grandes maestros del ‘giallo’ a los que tanto elogia y ofrenda dentro de sus creaciones. Este matiz del cine de Tarantino se exhibe extremo, salvaje y magnificado, que encuentra su gran virtud en la parvedad de su discurso moral, despojado de cualquier teoría especulativa que acerca sin prejuicios al salvajismo sangriento de sus potentes imágenes. Como en ‘Reservoir Dogs’ y ‘Pulp Fiction’ o ‘Kill Bill’, la sangre es mostrada como elemento necesario, sin caer en la trivialidad y asentando todo el interés de su agresiva ceremonia sanguinolenta en la diversión y sentido del humor. Por eso, la imagen de sadismo, el desmedido exceso y la exageración de los combates desde la perspectiva de Tarantino es necesaria mostrarla detenidamente en cada golpe, en cada patada, en cada disparo, en cada sablazo de katana y en cada muerte, para reflejar siempre un sutil sarcasmo.
Si por otro elemento se ha determinado su noción narrativa ha sido por la alteración nomotética del orden cronológico, amparada en una técnica de desestructuración que no responde a un antojo excéntrico y modernista, sino a la subjetividad de la narración afásica para jugar con los tiempos como procedimiento de impregnar a la acción el ritmo necesario que requieren sus historias, donde la anacronía temporal reside en la acción definida y separada de bloques argumentales. Lo realmente importante, sin embargo, es el fondo estructural basado en el diálogo, la base que orquesta todos los demás recursos del director. Por eso, Tarantino, con su disciplinada metodología del guión, se ha convertido en uno de los mejores y más privilegiados creadores americanos del momento, con sus personajes definidos en su exposición, rematados por la perfecta coalición entre sinceridad y sensacionalismo, rudeza y humanismo que suele conferir el cineasta y guionista a sus criaturas.
El director, en su abrumadora hosquedad, de impecable estilo verbal y visual, propone con su breve carrera auténticas elegías al cine en sus conceptos más amplios, reinventando con su espléndido ‘background’ cultural una nueva forma de ver este apasionante arte. Sorprendente, elocuente, e hipnotizante, el autor de esta última ‘Death Proof’ ha alcanzado un reconocible éxito que reposa en demostrar que el talento y la brillantez no están reñidos con la recreación fetichista de una serie de influencias con las que reinventar el cine, lejos de los especulativos ejercicios de sincretismo que muchos críticos le achacan, más pendiente de compaginar sus historias con una ruptura de las formas tradicionales del cine, en una clara actitud de descarada irreverencia. Así es Tarantino.
Hasta aquí, una sucinta introducción al universo 'tarantiniano'. Mañana, la segunda parte del dossier, mucho más amplia y extensa sobre su vida y obra.
Pasado, la ‘review’ de ‘Death Proof’.

lunes, 3 de septiembre de 2007

'Un ESpot de...' Director's Cut

Dentro de dos días arranca la segunda edición del Festival de Cortometrajes de El Escorial ESCORTO ’07, con los mejores trabajos del panorama nacional en pequeñas porciones que reunirá a lo más granado del orbe cortometrajístico nacional y que, si se repite la gesta del año pasado, se irá consolidando, con paso firme y seguro, como uno de los referentes festivaleros más importantes. Pero si por algo destaca ESCORTO es por la humildad desde la que se forja, el ambiente fraterno y festivo que desprende. Sobre todo, esta última parte. Por eso es imprescindible no perderse este evento tan señalado.
Como el año pasado, una de las secciones que han diferenciado al festival ha sido el de los ESpots, pequeños anuncios donde todo el mundo tiene la oportunidad de publicitar el certamen con curiosos trabajos, piezas donde el ingenio y la diversión se consolidan como elementos fundamentales. Como todos sabéis, este año volvemos a participar con el trabajo ‘Un ESpot de…’, que ha sido elegido como finalista para la recta final cuyos ganadores se desvelarán el próximo sábado.
Por exigencias de las bases, el ESpot tuvo que ser mutilado para poder cumplir los requisitos establecidos por los organizadores, lo que no impide para que hoy estrenemos el trabajo como fue concebido en un principio; sin cortes, íntegro, con 12 segundos más que aportan el sentido final a un spot que ha logrado que la diversión y las risas con la se fecundó hayan traspasado las pantallas de los miles de ordenadores que han podido disfrutarlo.
Muchas gracias a todos por ello.
Por cierto, si queréis verlo a una resolución óptima que se pierde con el enguarramiento visual al que somete a los vídeos YouTube, podéis verlo aquí.

viernes, 31 de agosto de 2007

Review 'The Bourne Ultimatum'

La consolidación de un mito
Paul Greengrass cierra una excelente trilogía con un filme lleno de puro nervio, donde la acción prevalece sobre la trama, dejando la sensación de estar ante un espectáculo de excepcional calidad.
En el universo de este hierático espía llamado Jason Bourne, el sistema es corrupto, el brazo ejecutor y las altas esferas de poder no dudan en eliminar cualquier rastro si aparece una causa fortuita que suponga una mínima amenaza. Así concibió sus obras el autor Robert Ludlum, en éste caso, el de un hombre que, tras de ser sometido a un inhumano adiestramiento para convertirse en una máquina de matar, pasa a ser el objetivo más escurridizo de la CIA debido a su pérdida de memoria y las consecuencias que pueda traerles. El personaje de Ludlum, cerrando una de las trilogías más sugerentes de los últimos años, sigue con su perseverante búsqueda de su identidad, para saber quién es en realidad y quién le enseñó a matar. Es la trama diametral que sigue esta nueva entrega ‘El Ultimátum de Bourne’, la de un individuo que se enfrenta a un poderoso colectivo en un particular y personal rastreo por desvelar la incógnita que esconde su personalidad.
Esta lucha sirve como ‘macguffin’ ofrecido como excusa para un frenético juego de espionaje y ambigüedades como paradigma de cine de acción que ha supuesto una renovación, donde la genealogía de Bourne se arraiga con una nueva visión del género, evolucionando hasta la actualización de sus cánones y acomodándolos a la actualidad, donde las grandes corporaciones mundiales, fuerzas militares y organizaciones gubernamentales conspiran para reemplazar el status quo a su antojo, sin prever una temible colisión contra un factor creado desde su entorno que les desafía en busca de respuestas personales. En la mejor línea del ‘thriller’ político, la filosofía imparable de un proceder frenético y la fría inteligencia de los guiones de Tony Gilroy, modelados con proverbial interacción con respecto a sus elementos vitales, la saga de Bourne, incluida esta estupenda última entrega, es el ejemplo de ese cine inabordable e ilusorio con el que muy pocas veces Hollywood retribuye al espectador.
Tanto Doug Liman, con su estilo más clásico y austero, como el nervio rítmico de montaje sincopado de Paul Greengrass, la eficaz heterogeneidad narrativa con la se ha desplegado impetuosamente la acción en la pantalla a través de las aventuras de Bourne, suponen un modélico cine de insuperable cadencia que, apoyándose en su deliberado realismo y verosimilitud, sin levantar el pie del acelerador, invita al espectador a acompañar a un hombre en su angustioso viaje por conocer su identidad, desplegando un cuidado diseño de producción a lo largo y ancho del mundo, pero sin alardes de ningún tipo, respetando la idea de una estética genérica de los años 70, con ese toque de cine europeo que se ha fomentado hasta el momento, con cámara en mano e iluminación y montaje de ritmo vehemente. La Saga Bourne es, en su conjunto, un modelo intuitivo y frenético, donde prima la intensidad y la adrenalina por encima de todo.
Para ‘El ultimátum de Bourne’, la idea de la conspiración y doctrinas gubernamentales descontroladas siguen siendo más que relevantes. Treadstone, el programa de operaciones ultrasecretas que convirtió a este espía en un arma letal ya no existe. Fue absorbido por el programa Blackbriar del Departamento de Defensa, que lanzó a la calle una nueva generación de asesinos profesionales a disposición del Gobierno y cuya existencia es desconocida. Entre ellos, el primero de la generación de estos sicarios, Jason Bourne. En este nuevo episodio, la humanización de Bourne es trascendental, debido a que, en esa indagación sobre su personalidad, el espectador recupera la memoria del propio personaje junto a él, en un viaje personal por descubrir la verdad, exhibiendo sus defectos como persona y siguiendo las huellas de un pasado oscuro inmerso en un siniestro mundo dispuesto a hacer lo que sea por eliminarle. En este último filme, Paul Greengrass se convierte en dueño y señor de una función colérica, donde se prolonga su alterado ritmo demencial en ese estilo tan personal de la cámara en mano, un ‘modus operandi’ de narración sustentado en el constantemente movimiento, dentro de un delirio visual a medio camino entre el frenesí y el ‘cinèma veritè’. Greengrass no se modera ni un pelo a la hora de formular sus sacudidas de planos, con extrema rapidez y mucha movilidad, que logra su cometido: agilizar y confundir, consiguiendo ese efecto de imprecisión e incertidumbre que caracterizan al realizador británico. Sin embargo, no puede evitar que en muchas ocasiones resulte demasiado enardecido, con un montaje aturdidor, donde el desconcierto parece ser ofrecido como un efecto funcional de una trama que se transmite con la fugacidad con la que las imágenes pasan por la retina del público.
En su propósito de cambio, ‘El Ultimátum de Bourne’ es la cumbre de esa readaptación genérica que han ido desarrollando de sus predecesoras, con asombrosa innovación narrativa de referencias argumentales y visuales, olvidando los desgastados arquetipos del pasado y haciendo, de forma inteligente, que se considere más importante la forma respecto al fondo, prevaleciendo la impetuosa apoteosis del ‘thriller’, sin escatimar en constantes persecuciones a pie o en vehículo, combates a cuerpo o dialécticos, que terminan por ser el verdadero eje argumental del filme y que lo vincula a sus dos anteriores partes. Un filme dinámico, que sabe neutralizar la extensa geografía por la que se mueve, representando los diversos espacios transitados por el ex espía con una estupenda indefinición de territorio, sin olvidar de caracterizar cada una de las muchas ciudades (Londres, París, Berlín, Tánger, Madrid, Nueva York…) que aparecen en la película con breves retazos, sin recurrir al tópico, entre otras cosas, porque lo que prima aquí no es el detalle turístico, sino la preeminencia de las escenas de acción (algunas muy notables como la de la estación de Waterloo de Londres o la persecución por los tejados y balcones de Tánger o la parte final de Nueva York).
Tampoco faltan los indispensables secundarios al acecho, siempre en comunicación directa con Bourne, pero al que no pueden ni ver ni seguir, sin salirse de la invisibilidad con la que se mueve el espía, donde juega un papel importante la tecnología, sobre la que Bourne está por encima cuando se trata de su persecución por parte de la CIA. Si Chris Cooper, Brian Cox, Clive Owen o Karl Urban fueron sus anteriores perseguidores, ahora, además de los que repiten (Joan Allen o Julia Stiles), se incorporan David Strathairn y Albert Finney, que dan la réplica a un Matt Damon que no abandona su rictus circunspecto ni su genial corporeidad para poner su notable talento al servicio de un personaje para que el parece haber nacido. Tal vez se eche de menos más relevancia en personajes como los que interpretan Paddy Considine, Scott Glenn, Daniel Brühl o Edgar Ramírez, simples peones dentro del gran ajedrez de la saga.
‘El Ultimátum de Bourne’ completa así una trilogía de incuestionable calidad que tiene momentos de puro cine, de admirable frenesí, de complicidad directa con el público, como en el momento en que Bourne pronuncia una misma frase de ‘El mito de Bourne’ a Joan Allen desde la distancia, entendiendo ambos que pueden confiar el uno y el otro o la última persecución en manos de otro agente entrenado para matar que ni siquiera sabe porqué ese énfasis de destrucción ante la mirada de entendimiento de un Bourne a punto de saltar a su salvación final más humano que nunca. Ese acercamiento y concordia final, bajo las notas de una excelente partitura de John Powell (que ha variado su cadencia según haya requerido la situación lo largo de las tres películas) en encadenamiento con el tema ‘Extreme Ways’ de Moby, dejan el regusto de haber asistido a una ceremonia de acción y pasión muy difícil de repetir en los tiempos que corren dentro del fastuoso universo hollywoodiense. Y es que Bourne y sus aventuras son cine trepidante, de acción inmutable, pura esencia de gran y genuino cine.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

jueves, 30 de agosto de 2007

NEXT COMING...

La próxima semana, coincidiendo con el estreno de ‘Death Proof’, este espacio abismal dedicará un dossier especial al cineasta Quentin Tarantino, consolidado, para bien o para mal, como uno de los cineastas más importantes del cine contemporáneo.
Estad atentos.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Próximamente: 'Yo y sus geranios', de Paco Cavero

Si hay un trabajo audiovisual, independientemente del formato al que pertenezca, que promueva la curiosidad del que esto escribe, ese es ‘Yo y sus geranios’, de Paco Cavero. Ya he hablado alguna que otra vez de este reconocido ilustrador (creador del ‘Refotoon’ que ilustra el Abismo) y dibujante de cómics, uno de los mejores que tenemos en nuestro país y en parte del extranjero, que ahora se ha lanzado al demencial universo del cortometraje con esta obra debut protagonizada por Jordi Vilches, Ana Sáez y Álvaro Manso.
Una pieza corta que delimita sus objetivos en su enloquecida sinopsis: Vicente, un hombre dedicado en cuerpo y alma a su obsesión más profunda, la elaboración de esculturas con patatas, se verá metido en un lío de los que hacen historia al tener que cuidar los geranios de su vecina cuando ésta se va con el Imserso unos días...
Será, a buen seguro, uno de esos cortos llenos del cinismo y el humor corrosivo que caracterizan a su autor, una comedia inscrita en el costumbrismo deformado bajo el incisivo prisma de un joven creador que, con este cambio de disciplina artística, manifiesta su condición de artista todoterreno y su indiscutible ímpetu por narrar historias. Por eso, el corto de Cavero supone un esperado trabajo que verá su luz a mediados o finales de septiembre en Girona, ciudad donde Paco Cavero esgrime sus mordaces y personales fábulas.
Más información, en la página oficial del cortometraje.
Y, de regalo, como en los Phoskitos, el cartel a gran resolución, también concebido por su autor.

martes, 28 de agosto de 2007

El mal signo de la actualidad

Se desconecta uno un poco del mundo y la actualidad se vuelve loca con las inesperadas y tristes muertes de Emma Penella y Francisco Umbral o con el estado de salud del jugador del Sevilla Antonio Puerta y el intento de suicidio de la estrella hollywoodiense Owen Wilson.
De la primera, la actriz de voz áspera y semblante más bien hosco pero cercano, la eterna Carmen, la hija de Amadeo en 'El Verdugo', comenzó trabajando en el inalcanzable erial de maestría del cine español de los 50 y 60, con próceres como Juan Antonio Bardem, Luis Gª Berlanga o Ladislao Vajda, destacando en los 70 sus interpretaciones en filmes como ‘Fortunata y Jacinta’, de Angelino Fons y ‘La Regenta’, de Gonzalo Suárez. La hermana de Terele Pávez también dejó su pétrea impronta actoral de cintas del calibre de ‘La estanquera de Vallecas’, de Eloy de la Iglesia y una etapa televisiva que, desde los 80, con series tan míticas como ‘Juncal’, ‘La huella del crimen’ y sobre todo ‘Aquí no hay quién viva’ cerraron una vida dedicada a la interpretación y enluta el cine patrio con la muerte de uno sus rostros veteranos más icónicos.
De Owen Wilson… su acto es la demostración de que cuando se tiene todo en esta vida, cuando más invulnerable puede ser una persona que ha alcanzado aquello por lo que muchos luchan y que muy pocos podrán alcanzar, más débil e incoherente se deriva de su actitud por negarse a seguir adelante, sin enfrentarse a sus problemas y optando por una solución inesperada. La suerte es que Wilson opta a una segunda oportunidad para enmendarse y seguir perpetuando su excelente condición de cómico.
Con Umbral se va una de las plumas más trascendentales que ha tenido este país en el último siglo. Su prolífica carrera, su estilo directo y sarcástico, su apego por retratar y exteriorizar los usos y costumbres sociales con la facilidad de una conducta sediciosa, sin perder el rumbo de lo cotidiano han marcado una trayectoria envidiable, de intachable evolución hacia el privilegio de la divinidad literaria. Umbral ha sido y será uno de los escritores más importantes que ha tenido la historia reciente de las letras hispanas por la excelsitud renovadora con las que ha destacado en las diversas facetas en las que dejó su inolvidable huella como hombre de letras.
(Tras las últimas noticias, Puerta parece haber empeorado en su ya muy grave estado. Esperemos que se obre el milagro y el mundo del fútbol no tenga que llorar la pérdida de un miembro de sus filas tan joven).
Tras este vaticinio, la peor noticia no se hizo esperar y el fallecimiento de Puerta llenó de lágrimas y tristeza un deporte acostumbrado a aunar fuerzas y ánimos en las victorias y en las derrotas dentro de los campos, pero que nunca está preparado (como en ninguna otra disciplina) para estas trágicas noticias. La muerte del jugador sevillista debida a una displasia arritmogénica del ventrículo derecho ha truncado para siempre la brillante carrera de un jugador dotado con una elegancia especial, en pleno apogeo evolutivo de un lateral con una vida de éxitos por delante. Más allá de la repercusión de su adiós definitivo, quedará la imagen de un deporte acostumbrado al egoísmo, a la prevalencia de los invidualismos, roto y aunado en un sentimiento común. La unión del cosmos futbolístico en el dolor por la muerte del joven jugador de 22 años deja la impronta de una gran familia que ha perdido a uno de sus hijos más destacados, uniendo aficiones, hermando a amigos y enemigos en el sufrimiento a un deporte que es grande en los logros, pero, en este caso, también lo es en los momentos duros.

viernes, 24 de agosto de 2007

Review ‘Ratatouille’

Exquisitez para todos los gustos
‘Ratatouille’ prosigue con la ilimitada evolución de Pixar, en un apasionante filme donde lo clásico y la épica digital se fusionan ofreciendo otro de los mejores ejemplos de cine animado vistos en años.
Las expectativas sobre esta nueva película Pixar en asociación con Disney después del desconcierto suscitado antes del estreno de ‘Cars’, hacían de ‘Ratatouille’ un esperado regreso a la gran pantalla del estudio que transmutó la idea de animación clásica con el revolucionario estreno de ‘Toy Story’. La digititalización de los dibujos animados no fue sólo la única novedad introducida por Pixar, sino que las historias, los modelos anclados en el pasado y el clasicismo sucumbieron ante el vendaval creativo de esta empresa dedicada a la constante superación con el trabajo de un equipo que parece no tener fronteras a su inalcanzable capacidad evolutiva. Sin embargo, tras la última producción ‘Cars’, dirigida por el creador del emporio Pixar, John Lasseter, muchos fueron los que, erróneamente, cuestionaron ésa idoneidad fabuladora de la compañía creadora de ‘Bichos’, ‘Buscando a Nemo’ o ‘Monstruos Inc.’, ya que algunos percibieron una notable insuficiencia en ese universo donde el ritmo de unas historias se definen por su primoroso mecanismo, llenas de exultación y pasión, señas de identidad de esta afanosa factoría de animación.
En su octava película, Pixar deja claro que el desafío de superación no tiene límites. ‘Ratatouille’ es la demostración de que estamos ante una imponderable institución nacida para la creación de sueños animados que representan el auténtico delirio tecnológico y digital, sin perder el evidente gusto por lo clásico o la épica de los cuentos tradicionales con la actualización de cánones que gustan a los adultos y a los niños por igual. Pixar, sabe mostrar la realidad jugando al mismo tiempo con la animación y la aventura, sin perder un ápice en su ponderación satírica y crítica. Algo muy presente en esta impresionante muestra de talento y saber hacer que supone esta película.
La premisa sitúa al espectador ante Remy, una rata de campo con excepcionales dotes para el olfato, que gusta combinar especias e ingredientes, capacidades que lo convierten en un superdotado de la cocina gracias a los consejos televisivos de Aguste Gusteau, un chef de la alta cocina parisina autor de un libro que define la clave del filme “Cualquiera puede cocinar’. Por circunstancias del destino, Remy acaba en el restaurante del difunto Gusteau. Por supuesto, Pixar nunca ha desistido por evocar los valores tradicionales de la amistad y la superación, la búsqueda de un lugar en el mundo y, por consiguiente, la felicidad, pero con la humildad que satisfaga unos principios muy básicos. Por eso, cuando Remy conoce a Linguini, un joven friegaplatos muy patoso y sin talento, se produce una situación de intereses comunes que convierten a Linguini en la marioneta del roedor, pero a la vez en una revelación de la cocina gracias a la función invisible de Remy.
Brad Bird equilibra con envidiable armonía los elementos con la que va definiéndose su evolución argumental, en el filo de lo tópico, evitando con sutileza cualquier tipo de anfibología adulta a la hora de utilizar el humor sin ningún atisbo de pantomima cínica, interfiriendo el drama, la acción, el romanticismo y la aventura vital en una experiencia absoluta y cinematográficamente incorruptible. Desde ese paradoja que introduce a una rata como un genio de la cocina (cuando es el motivo directo de la liquidación de cualquier restaurante), de la ilusión de un zangolotino que llega a triunfar en la vida y en el amor por simples pero hermosos casualismos, hasta la afinidad encontrada en los villanos del filme (el napoleónico cocinero jefe Skinner y el crítico gastronómico Anton Ego que consiguió hundir el negocio de Gusteau)… Todo funciona como una máquina de cuidado engranaje.
Brad Bird sale airoso incluso en la rocambolesca tentativa de hacer que el espectador deje a un lado su reticencia al ver a una horda de roedores corriendo y posteriormente cocinan al unísono, para disfrutar de la historia de simbiosis entre el joven Linguini y la rata Remy y la superación de todo obstáculo posible para lograr sus recíprocos sueños personales. Pero ‘Ratatouille’ encuentra su virtud casi ascética en un mensaje providencial que convierte a la película de Bird en una ejemplificante muestra de cine con mayúsculas; y es esa fundamental reprensión a la crítica ejecutora que juzga sin contemplaciones, a los prejuicios que existen en la sociedad que impiden apreciar lo bueno de la vida por la precipitada acción de conceptuar a simple vista.
La película define su magnitud argumental en ese magistral momento en el que el estirado crítico Ego cuando prueba el plato típico de Niza y de la región de Provenza que da título al filme, en el regreso a la infancia que propone la entrañable creencia de que todo es posible en un mundo alejado de la perversidad de los tiempos que corren, pero sin repudiar la dureza del trabajo y sin mostrar la debilidad de la insubstancialidad moralista para revelar la perseverancia del genio y la victoria de la excelencia sobre la vulgaridad. ‘Ratatouille’ es una pieza de reposada cocedura, que no sólo propone la gastronómico pugna entre la cocina de siempre y la ‘haute cuisine’, sino que aporta elementos de discusión social y política impensables en el cine de animación, utilizándolos con gran inteligencia, en paralelismo con la ingenuidad de sus conceptos, para detallar la capacidad de sugestión de cada maniobra argumental o visual dentro del filme.
Hasta la llegada de Brad Bird a Pixar, ésta se había centrado fundamentalmente en humanizar juguetes o animales, sin despegarse de los cánones clásicos abordados en el pasado de Disney. Entre otras cosas, porque la animación digital aún no había conseguido el arquetipo necesario de perfección que Pixar ansiaba para sus películas animadas. Sin perder el aspecto de la animación caricaturizada en los cuerpos y personalidades, tanto en ‘Los Increíbles’ como en este nuevo filme, se ha logrado dotar a sus criaturas de una admirable credibilidad concordándolos a la idoneidad clásica, convirtiéndolos así con sus acciones y diálogos en personajes que trascienden su prosapia arquetípica gracias a sutiles matices, llevando las técnicas de CGI hacia lo corporal y utilizar ese ‘subsurface scattering’ (técnica empleada en ‘Los Increíbles’ para dotar a la piel y a los objetos de una apariencia naturalista) para que todo resulte profundamente humano, visiblemente real.
Con aparente facilidad, Pixar consigue en ‘Ratatouille’ proseguir con su genuina exquisitez, alcanzando unos niveles de superación impensables después de sus precedentes gestas tecnológicas, recreando un París de postal, de pulida iluminación imbuida en sensitivos colores, con lapidarias texturas digitales que hacen olvidar que el espectador se encuentra ante una película animada, debido sobre todo, al impecable realismo que desprende incluso la imposible empatía entre Linguini y Remy, donde paisajes y personajes acarician en ocasiones la realidad sin llegar a confundirse con ella por el estrato de fantasía que les ampara.
Bajo las cómplices notas del compositor Michael Giacchino, el último prodigio de Brad Bird y Pixar, es un filme de sentimientos y pensamientos, de sensaciones y emociones. Una película que hay que degustar lentamente, sin perder el sabor del buen cine que alberga esta delicia, donde prevalece su mensaje de sutil moralina, sin aditivos ni falsas coartadas, siendo capaz de complacer y conmover, al mismo tiempo, a adultos y pequeños. Y es ahí donde reside el potencial comercial de esta fábrica de sueños. Es en ese punto, donde ‘Ratatouille’ se convierte en una película excepcional.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

miércoles, 22 de agosto de 2007

'Un ESpot de...' en ESCORTO'07

Como bien avanzaba hace unos días con un enloquecido ‘teaser’ del ESpot de este año presentado a concurso en su categoría para el II Festival de Cortometrajes de El Escorial ESCORTO 07, es de recibo que la dilación concluya una vez estrenado en la página oficial con el visionado de esta pequeña y divertida pieza que hemos llevado a cabo a largo del último mes.
Para poder verlo, podéis hacerlo de las siguientes maneras:
- Descargándolo de la página oficial ESCORTO’ 07 (recomendable por su mejor calidad en un archivo de 7 megas).
- A través de YouTube o Metacafe.
Como bien apuntaba hace un par de días a la página El Séptimo Vicio, la idea fundamental de llevar a cabo la filmación de este ESpot ha sido la de congregar a un grupo de amigos que adoran tanto como yo el Séptimo Arte como excusa perfecta de disfrutar de un rodaje cargado de risas y anécdotas. Después de la experiencia del año pasado en Escorto y el gran recibimiento que tuvo el anterior ESpot, era de débito intentar mejorar aquello y aprovechar la oportunidad para reunir al mismo grupo que lo hizo posible. Un sólo minuto para una idea descabellada, la de dar rienda suelta a tus filias y fobias cinematográficas y compartir esta sana afición del cine en un trabajo tan condensado.
Esta pieza titulada ‘Un ESpot de…’ es una sincera ofrenda, en clave de comedia, a todos esos géneros que me han marcado o que me han sorprendido en varios y múltiples niveles. Queríamos una pieza donde el desprejuicio, el sentido del humor y el ritmo frenético fueran los elementos que acompañan a ese ambiente de diversión que pretende contagiar al público. Si hemos conseguido eso, aunque sea un poco, ya es un éxito rotundo. Si no, al menos lo hemos intentado y nadie podrá quitarnos los inolvidables días de filmación.
También tenéis las votaciones del público, por si os sentís generosos a la hora de conceder vuestro voto al ESpot, así como al que más os guste dentro de la amplia gama de trabajos presentados este año entre los que destaca gente como Daniel Romero, Juanjo Iglesias, Jacinto Venaverme, Francisco Calvelo, Queco Ágreda o Alejandro Pérez, entre muchos otros.
Recordad ¡Número #29!
Una cosa más. Debido a las lógicas normas y exigencias de las bases del certamen tuvimos que recortar una versión final de 72 segundos a la que se ve estos días. Pero pronto tendréis a vuestra disposición la idea primigenia, en su plenitud, ofreciendo todo el trabajo desarrollado en estas últimas semanas y de la que sirve de anticipo esta antológica imagen.
Hasta entonces, y como finalización a este post de descarada y vergonzante autopromoción os enlazo también una entrevista que desvela algunas de las incógnitas del rodaje con motivo del estreno dentro de la sección de ESpots a concurso.
Gracias a tod@s por vuestra paciencia, fidelidad y vuestro voto.

martes, 21 de agosto de 2007

Muere Max Roach, la inigualable baqueta del jazz

1925-2007
Para los amantes del jazz, hoy es un día triste.
Ha muerto el gran genio Max Roach, uno de los pilares de este género musical que marcó la Época Dorada junto a otras divinidades como Miles Davis, Charlie Parker, Coleman Hawkins, Dizzie Gillespie, Clifford Brown o Duke Ellington, inmortales artistas con los que Roach propagó el estilo ‘be-bop’, aportando con sus innovaciones rítmicas una impresionante proporción de variaciones y revolucionarios compases que harían que el jazz pasara a ser considerado un arte.
Percusionista autodidacta, Roach, además de participar con algunos de los mencionados y célebres ‘jazzistas’, sería el fundador del The Birth of Cool, uno de los conjuntos más clásicos de este universo artístic. Se caracterizó, a lo largo de su vida, por ser uno de los mayores experimentadores musicales, adaptando gran variedad de movimientos con espectaculares variaciones de la métrica sonora, impulsando el jazz más allá de sus ‘tempos’ clásicos. Los solos de Roach destacaron por su facilidad para hacer del acompañamiento con sus tambores y sus platillos una auténtica inspiración de ritmo inclasificable.

El remedio definitivo contra el hipo

Uno de los efectos más importunos que genera nuestro organismo es el conocido hipo, ese espasmo diafragmático que se da en forma repetida a modo de contracciones espasmódicas, súbitas e involuntarias, de la musculatura inspiratoria, que suelen venir seguida de un cierre brusco de la glotis, lo que origina ése sonido tan peculiar y característico que puede convertirse en un momento terrible dentro de nuestras vidas cotidianas.
Muchos son las teóricos antídotos puestos en práctica que, debido a su inutilidad, suelen desesperar aún más al afectado por este insidioso mal trago; que si un susto bien dado, que si beber por el extremo opuesto al vaso un poco de agua, que si beber tragos cortos, tragar una cucharada de miel, comer pan duro, mantener la respiración, acordarse de algo que está perdido en la memoria, respirar dentro de una bolsa de papel… Casi todas ellas, pura pantomima.
Uno de los enigmas curativos infalibles que conozco desde hace tiempo para acabar en el acto con el incomodo efecto idiopático es cortar una rajita de limón y untarla en azúcar para, seguidamente, comer la parte del cítrico dejando la cáscara. Casi antes de que hayáis dejado ésta en el plato, el hipo habrá desaparecido. Solución de acreditada metodología. Palabra de abuela.
Respecto a la foto superior, no sabía exactamente muy bien qué plantar para acudir a este pequeño desarreglo que sufrí ayer mismo y que me ha llevado a escribir este post sin sentido, así que mejor qué Jelena Jensen para representar, mejor que nadie, ese tipo de mujer que también sería una solución ideal para quitar el hipo.