miércoles, 23 de diciembre de 2015

Review 'Star Wars: el despertar de la Fuerza (Star Wars: the Force awakens)', de J.J. Abrams

Continuismo reverencial
J.J. Abrams resucita el universo galáctico de Lucas en una majestuosa cinta que sirve de puente vinculante, muy próximo al ‘remake’, a una nueva generación de personajes que resetean el producto para encaminarlo hacia un nuevo y esperado horizonte argumental.
Sin el logo y la fanfarria de 20th Century Fox, pero sí con el de LucasFilms Ltd. y esas inmortales letras azules sobre fondo negro con el lema “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana….” (Nunca entenderé el porqué de los cuatro puntos suspensivos), es muy fácil incitar al espectador a rescatar de su memoria sensaciones cinematográficas que hoy en día son difíciles de conseguir. La compra de la factoría de George Lucas por parte de Walt Disney Company hacía presagiar dos cosas; primero, que se darían prisa por revivir la saga galáctica con nuevos títulos. Segundo, que el emporio quedaba en buenas manos, las de Kathleen Kennedy, como presidente y productora ejecutiva de esta nueva andadura de ‘Star Wars’. El hecho de que el director elegido, J.J. Abrams, heredero directo del espíritu comercial y cinematográfico de Lucas y, sobre todo, de Steven Spielberg, tuviera la última palabra en el montaje final, también ofrecía esperanzas ante un producto con cierta dignidad y calidad en la resurrección de uno de los fenómenos más taquilleros de la historia del Cine.
Tras innumerables conjeturas e interpretaciones, ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’ se ubica tres décadas después de ‘El Retorno del Jedi’, estableciendo un cosmos continuista al contexto y situación de aquélla primera trilogía. Luke Skywalker (Mark Hamill) ha desaparecido en algún lugar de la Galaxia. El Imperio ha desaparecido, pero en su lugar ha tomado importancia la Primera Orden, que amenaza los edictos de equidad y justicia de la República resurgente que ahora opera bajo el nombre de Resistencia. La búsqueda del Jedi es el detonante del filme, cuyo paradero es escondido en un pequeño androide biesférico a través de un mapa estelar que será la clave en la aventura especial.
Más allá de aquellas reediciones, nuevos montajes o incluso la precuela antojadiza de Lucas, el carácter serial de los mimbres que fundamentaron el éxito de la saga se mantienen dentro de esta nueva aventura galáctica, sin caer en la desmitificación que impone los avances tecnológicos del cine actual y recurriendo a un sentido clásico donde los efectos especiales están al servicio de la historia y no viceversa. A partir de ésa idea, Abrams confecciona un filme que posterga los matices transformadores de los episodios I, II y III para ceñirse a los preceptos de esa especie de credo secular que impusieron los tres primeros filmes a finales de los 70 y principios de los 80. Tanto es así, que lo primero que se percibe dentro de esta ambiciosa aventura es un acentuado sentido extensivo, más próximo al ‘remake’, velado en su estructura argumental del primigenio filme de 1977 que dio inicio al negocio, que a una ruptura y renovación del mito ‘Star Wars’.
Se repite e invierte la ambigüedad moral, las relaciones paternofiliales, la pugna entre el bien y el mal y el sentido de justicia contra las fuerzas opresoras de carácter autocrático. Los elementos arcaicos y conocidos por todos se reemplazan por otros más modernos pero igual de reconocibles; el sobrino de un granjero de humedad aquí pasa a ser Rey (Daisy Ridley), una recolectora de chatarra que, como el joven Skywalker, está destinada a descubrir La Fuerza. El planeta Jakku es un duplicado de Tatooine, el mercenario cínico que era Han Solo, pasa a ser el Stormtrooper disidente FN-2187 o Finn (John Boyega). No falta BB-8, un droide que reformula a R2-D2, destinado a satisfacer las ventas del ‘merchandaising’ y dentro de la trama un rol capital al poseer información vital en su interior. El oscuro Darth Vader encuentra su facsímil en un heredero ‘sith’ llamado Kylo Ren (Adam Driver), al que le vincula algo más que la simple sucesión y que se somete a la doctrina del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), lo que venía siendo una versión moderna del siniestro Emperador. Tampoco falta un nuevo Yoda, aquí metamorfoseado en Maz Kanata (Lupita Nyong'o), una vieja pirata espacial a la que los protagonistas encuentran en una réplica exacta del tugurio que era Mos Eisely y que se encuentra en Takodana, una copia del planeta Yavin.
Son tantos vasos vinculantes entre ambas películas que podría decirse que la película de Abrams es un ‘reboot’ que sirve de puente entre la trilogía de los 80 y ésta, que apenas hace referencia a la franquicia creada por Lucas a principios del milenio, sin referenciarla más allá de algún concepto visual o ese plano de uno de los siete planetas de la República observando su inminente final. Como si Abrams fuera consciente de los errores de una prolongación que incluía desperfectos como Jar-Jar Binks o la teoría maldita de los midiclorianos, entre muchas otras trabas. Aquí, todo gira en torno a los cimientos y fundamentos de la saga, con guiños al ‘Episodio III’, sin duda alguna, la mejor película de las precuelas. Pero hasta ahí llega esa compensación a la osadía de su creador por resurgir su negocio que muchos seguidores aún no le han perdonado a Lucas y que se merece más respeto del mostrado pasado el tiempo.
Entre lo clásico, lo legendario y la nostalgia
Si algo se ha acatado escrupulosamente en ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’ es la búsqueda de una línea que no traicionara en ningún instante los orígenes del universo cinematográfico de antaño para recurrir a un juego de concordancias entre lo clásico y esta nueva apertura a una nueva (o al menos, eso parece) infraestructura que replantease un sentido de fidelidad.
El propósito es articular una estrategia basada en reedificar prudentemente la demanda de los fans más prosélitos, pero alejada de cualquier coacción en base a narrar una fábula que apela a lo legendario, a la nostalgia y al niño que todos llevamos dentro, sabiéndolo sacarlo y ponerlo al frente de una conexión con la nueva era cinematográfica. En el momento en que entra en escena el Halcón Milenario y aparecen Han Solo y Chewbacca, se amplifica hasta extremos indecibles esa mediación tan evidente hacia la melancolía generacional, que revive de un modo casi extático la mitología compartida por tantas generaciones.
De ello, se aprovecha Abrams para confeccionar su nueva aventura espacial, añadiendo irónicamente un hecho que supone el mayor hallazgo del filme: los protagonistas, de una forma muy sutil, son presentados como auténticos ‘fans’ del paganismo instituido por Lucas, sugiriendo en voz baja acontecimientos pretéritos que todos conocemos y aludiendo con admiración a Han Solo, los Jedis o Luke Skywalker como leyendas fabulescas que entroncan los preceptos remotos para llegar a este reseteo que sustrae innumerables imágenes recurrentes como el antiguo casco de los pilotos rebeldes, el sable láser de Luke (y su posterior recuperación con la Fuerza en una secuencia con nieve), el ajedrez holográfico de Chewbacca en el Halcón Milenario, los cameos del almirante Ackbar o Nien Nunb y la fugaz aparición semienterrados en el desierto de sendos Destructores Estelares Imperiales o del icónico AT-AT, que se une al protagonismo que toman los ya míticos X-Wing o los Tie Fighters.
El guión de Lawrence Kasdan (fundamental en el éxito de esta película), Michael Arndt y el propio Abrams presentan legado que impone algunas distinciones que abordan evidentes significaciones reivindicativas y actualizadas más propias de los tiempos que corren, como que el protagonista sea de raza negra y supere cualquier inconveniente y empatizar como un héroe de forma instantánea o que el Jedi destinado a cambiar el signo de la historia sea una mujer valiente, fuerte y llena de recursos, abanderando con su interesante personaje la lucha en contra de un género que tradicionalmente ha sido demasiado caritativo e tendencioso con los personajes femeninos.
Normalizada esta teórica y subyacente sofisticación temática cabe destacar a Kylo Ren y su personalidad fanática que circunscribe la herencia reflectora de Darth Vader, vinculado a los mismos estigmas y aprensiones testamentarias, como el hecho de proceder de la estirpe de los Jedis catequizados al Lado Oscuro. Su presentación no puede ser más definitoria. Cuando se enfrenta a Lor San Tekka (Max Von Sydow, de nuevo un duplo antecedente, en este caso de Obi Wan Kenobi), un antiguo aliado de la Nueva República y de la Resistencia, concreta el origen del oscuro villano de esta trilogía: “La Primera Orden vino del Lado Oscuro. Tú No”, le dice, abriendo la intriga sobre el devenir del sucesor fanático de Vader.
En ese estrato, ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’ preserva y radicaliza los cánones imperiales predecesores y conforma una nueva cofradía tirana que vuelve a utilizar la demagogia política y los planes tecnológicamente sofisticados para, en este caso, promover una perceptible imagen de fascismo de primer orden adoptando un sorprendente enfoque encaminado a la limpieza étnica interplanetaria. La República democrática que, mediante el miedo y la amenaza de la guerra, delegaba en un imperio tiránico y quedó inscrito de forma simbólica y nostálgica en aquellos sables de luz considerados “un arma noble para tiempos más civilizados”, dejan paso a un discurso jalonado de una democracia orientada a una dictadura. Actualizando sus estigmas, Abrams y sus acólitos dejan entrever los riesgos de ciertos extremismos tan actuales.
La Estrella de la Muerte, símbolo de aquella idea imperialista de la intimidación como método de gobierno, ha corregido su índole a un nuevo emblema de terror como es la impresionante ‘Starkiller’, un malévolo sistema que ha aprovechado el vacío de poder dejado por el Imperio para erigir su espectro de terror directamente construido sobre un planeta, cuyo líder es supremo dictador con imagen de holograma del tamaño del monumento a Lincoln con la estirpe digital de Lord Voldemort que manipula al enmascarado Kylo Ren para completar la obra de Darth Vader. La presentación de esta Primera Orden, abiertamente fascista, se transfiere al círculo reconocible del nazismo, presentando al General Hux (Domhnall Gleeson) en un discurso devastador ante miles de tropas formadas escuchando un discurso que recuerda a los documentales sobre el Tercer Reich de Leni Riefenstahl y que van más allá de los antecesores Darth Maul o el Conde Dooku.
J.J. Abrams compone mediante una elegante coreografía un vademécum de nostalgia sintética llevada a contravenir a George Lucas y su revolución digital al optar por rodar en 35 mm para recrear una textura similar a la de la trilogía original, que encuentra en la fotografía de Dan Mindel una aliada para dotar de singular añoranza la visualidad perdida de aquel cine clásico de aventuras que busca encontrar y devolver el ingrediente crucial de las tres películas originales de la franquicia y que no es otro que la diversión. La ventaja es que el creador de ‘Lost’ sabe sortear las limitaciones de la propia naturaleza del folclore espacial y lo desarraiga de la fecundidad moderna y abusiva de efectos visuales generados por GCI, dando un toque retro y postmoderno que logra prevalecer la precisión por una apuesta dramática donde sus personajes arquetípicos desprenden una sentimental confrontación melodramática alimentada por las emociones que parecía extinguida en este tipo de cine.
Pese a que en la renovación del clásico de ciencia ficción puede parecer excesivo el recurso a lugares comunes y cierta tendencia a un voluble terreno nostálgico, es justo reconocer la armonía y el dinamismo de Abrams, que ofrece instantes que superan a cualquier momento precedente, como ese primer encuentro entre Han Solo y la general Leia Organa, que desprende una magistral sacudida emocional capaz de transmitir, mediante esa imagen de Harrison Ford y Carrie Fisher avejentados, una congoja generacional imposible de asumir en cualquier otra película. Otros ejemplos son ese duelo nocturno de espadas láser en la nieve que evoca las influencias del cine samuráis o frases calcadas y conocidas de anteriores cintas (“tengo un mal presentimiento, “que la fuerza te acompañe”…), que derivan en un honesto y hermoso divertimento que no olvida tampoco sus toques de humor e ironía como en el momento en que esos dos stormtroopers caminan por un pasillo y al escuchar la explosión de ira de Kylo Ren, dan media vuelta, disimulando para evitar problemas.
‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’ contiene en su naturaleza un reciclado escapista que empuja a reflexionar sobre si en las sucesivas entregas se optará por esta reincidencia en la reordenación de los componentes básicos o se erigirá un comienzo hacia un progresivo catálogo de lugares inexplorados. Pese a sus defectos, que los tiene (y muchos), la apuesta de Abrams no decepciona en las expectativas y auspicia un magnífico sentido del espectáculo en esta suntuosa resurrección y reciclaje del espíritu inicial de George Lucas.
Un artefacto con patrón clásico que articula su eficacia en un regodeo sobre el mito galáctico tan emocionante como visual. Un acercamiento a lo conocido, a la entidad del bien y el mal, la lucha por la justicia, el determinismo del viaje del héroe instituido como profecía y la verdadera índole de la Fuerza. Sea como fuere, esta nueva trilogía promete una estupenda prolongación de este nostálgico ‘space-opera’ que reúne en su primera puesta de largo los elementos necesarios para acaparar la concordia del espectador recién llegado y del fan de toda la vida con el legado de ‘Star Wars’, en el que no podía faltar la batuta musical de un genio histórico como es John Williams. Todo un logro que deja con ganas de más.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

'Star Wars': ha llegado el momento

Durante el último año, ha prevalecido la importancia de un acontecimiento fílmico muy por encima de los demás. ‘Star Wars: el despertar de la fuerza’ emergió después de la compra en 2012 de Lucasfilms por parte de Disney por 3.125 millones de euros. Desde ese momento, era cuestión de tiempo una resurrección del mito galáctico y el universo creado por George Lucas. Tras designar como director al nuevo prodigio del espectáculo comercial J.J. ABrams, la maquinaria no hecho más que incentivar las expectativas del colectivo afín a la saga, en el que la mitomanía alcanza una dimensión pletórica y universal dentro de los contornos del cine fantástico. Desempolvar y reverdecer los estigmas de una de las sagas más taquilleras de la historia era un deber por parte de una factoría acostumbrada a exprimir sus gallinas de los huevos de oro hasta agotarlas.
De este modo, ha llegado el momento de volver a asistir al mayor acontecimiento cinematográfico de los últimos tiempos, a ese híbrido de géneros salpicado por el sci-fi, la aventura, la acción, el drama y el romance. Las generaciones que vivieron la revolución del cine de Ciencia-Ficción hace ahora treinta y ocho años dese la primera trilogía y una década desde su continuación están a punto de ver recompensado el deseo de otra ración estelar de apoteosis. Ha llegado la hora de dejar la doctrina, la estética llana, el dramatismo y una visión existencialista del cine defendido por resignados conceptos academicistas por otros más trascendentales como son la creación de sueños y la diversión basada en el grandioso espectáculo sólo al alcance de aquellos que siempre han visto en esta Saga una forma de cambio radical en las estructuras cinematográficas con la irrupción del ‘Episodio IV: La Guerra de las Galaxias’. Una generación que creció bajo el influjo de un mundo engendrado por Lucas, que ofrendaría al Séptimo Arte con un sentido drásticamente diferente, confiriendo a la noción de diversión que todos tenían hasta la fecha un aire distinto, combinando la fábula sociopolítica futurista con unos efectos especiales que se configurarían como el inicio de una conmoción digital que desde entonces (y gracias a la todopoderosa ILM) no ha parado de evolucionar.
Desde que Lucas estrenará en 1977 la primera (en realidad cuarta) entrega de esta legendaria odisea, no sólo le otorgó una nueva dimensión estética y conceptual al género, sino que irrumpió de tal manera en la iconografía cinematográfica colectiva que se convirtió en una auténtica y genuina seña de identidad generacional pasando a formar parte de la cultura popular internacional, adquiriendo adeptos allá por donde se estrenara la utopía galáctica. El fenómeno ‘Star Wars’ ha extendido durante décadas esa ensoñación contagiosa a multitud de generaciones posteriores que siempre han tenido como referente del cine de aventuras este universo espacial desde su infancia, extendiendo esa pasión de padres a hijos.
Bajo la oscuridad de un sueño planetario, tan sólo acompañado por el reflejo luminoso del proyector, millones de personas alucinaron con las aventuras del ingenuo Luke Skywalker, el mercenario Han Solo, su peludo amigo Chewbacca, la sensual Princesa Leia y los simpáticos droides Rd2-D2 y C3-Po. Los ‘fans’ y espectadores recuerdan aquella frase con letras azules sobreimpresionadas sobre fondo negro que servía como prólogo de la trilogía “Hace mucho tiempo. En una galaxia lejana, muy lejana...” como una de las máximas más representativas de su cultura visual, de una visión colectiva que marcó las vidas de sus espectadores para siempre. Una iconografía particular bajo la vasta sombra de su odisea en forma de trilogías que hoy puede analizarse como una auténtica gesta histórica dentro de la Historia del Cine.
Además de acrecentar su mitología sin cesar desde su apertura sin ver erosionada por el tiempo su trascendencia proverbial, la Saga ‘Star Wars’ ha creado auténticas efigies dentro del Séptimo Arte. Por eso no es de extrañar que el siniestro casco negro de Darth Vader (alegoría perfecta del Lado Oscuro de la Fuerza y que en esta séptima entrega cede su continuismo a nuevos villanos) posea un poder tan brutal equiparable al símbolo de Coca-Cola, los aros de los Juegos Olímpicos o la Estatua de la Libertad. Se trata de una experiencia al borde de la contemplación que siempre se ha vivido a través del cine y de un potente foco de marketing basado en todo tipo de muñecos, naves, gorras, camisetas, tazas... con motivos ‘starwarsianos’. Y es que, si por algo se caracterizó la millonaria Lucasfilms fue por incluir en el contrato con la Fox la disposición de los beneficios de explotación del ‘merchandaising’, término que cambió su sentido con la saga galáctica gracias a sus millonarios beneficios. Un mundo de rentabilidad que ha alimentado la nostalgia de los millones de seguidores de la Fuerza y del Reverso Tenebroso, confiriendo a la temática legendaria de Lucas una dimensión equiparable a toda una religión seguida por los más acérrimos defensores de la Saga más seguida del cine contemporáneo.
Desde el mismo instante en que todos los seguidores de la Trilogía Galáctica supieron que a través de Disney, la saga recobraba su espíritu contando con los personajes de las primeras entregas, se desató el fervor por estas fábulas iconográficas e inmortales. Ajena a la tipología de los ‘blockbusters’ actuales, Abrams pretende reflotar esa forma perdida de ver (y sentir) el cine, como si de contar un cuento se tratara. ‘Star Wars: el despertar de la fuerza’ aspira a lograr el mismo impacto visual de sus antecesoras que recuerde al punto de inflexión convertido en referente inevitable dentro del cine que supusieron, sobre todo, las tres primeras entregas. El folletín galáctico prolonga su vestigio con los héroes carismáticos envejecidos por el paso del tiempo, dejando el testigo a otros intérpretes que verán marcada su carrera con su participación en esta nueva etapa de ‘Star Wars’ en un film cuyo hermetismo ha conferido una enigmática esfera de comentarios y suposiciones sobre el devenir de un argumento mantenido en secreto hasta el día de hoy.
Ya ha llegado por tanto el espectáculo con mayúsculas, la diversión, la espectacularidad visual, la infancia perdida, la lucha entre el Imperio del Mal y los Jedis... Con esta tercera parte de la trilogía se acaba el renacimiento de una mitología que durante casi treinta años ha seguido constante en nuestra retina colectiva creciendo constantemente. Es la hora de desempolvar los viejos sueños infantiles, de dejarse llevar por la magia del cine, de asistir a una proyección con el designio de descubrir algo que todavía no se ha visto hasta el momento. Ubicada treinta años después de que se produjera la batalla de Endor, la galaxia se ha transformado en algo muy diferente. La Alianza Rebelde ahora se denomina ‘Resistencia’ que sigue en su lucha por la libertad y la justicia contra los soldados del Imperio Galáctico, ahora bajo las consignas de un lado oscuro llamado ‘Primera Orden’. Sin el Emperador y Darth Vader, el absolutismo de los sith en la galaxia sigue su siniestro curso en la historia. Por si fuera poco, los jedis están prácticamente extinguidos bajo la orden la ‘orden 66’, lo que ha convertido a esta raigambre en un mito y leyenda perdido.
En este contexto, Abrams destapa el tarro de las esencias, sugiriendo de nuevo un retorno irónico a los mitos clásicos que devuelven esa transmisión generacional de la esencia jedi, del recuperado fenómeno con continuidad a medio plazo. Ha llegado el momento del inicio de una nueva perspectiva sobre la legendaria pasión galáctica. Todo el mundo está invitado a este nuevo viaje hacia lo desconocido. Ha llegado el momento, por tanto, de desempolvar la nostalgia y disfrutar de este nuevo acontecimiento bajo las imperecederas notas de John Williams.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Review 'A Very Murray Christmas', de Sofia Coppola

Nochebuena de karaoke y nostalgia
Sofia Coppola dirige un telefilme impregnado por su espíritu cinematográfico cuyo máximo valor es la glorificación del mito de Bill Murray.
España no es ajena a la tradición navideña de un programa especial protagonizado por Raphael, que durante los últimos años encuentra un lugar de privilegio en la programación destacada en Nochebuena. Durante el show, el cantante jiennense, acompañado de algunas famosas voces destacadas, recorre el repertorio de villancicos y canciones relacionadas con estas fechas. Pues bien, algo parecido, con otro tipo de empaque y relumbrón, parece encauzar este pequeño filme llamado ‘A Very Murray Christmas’.
Parece ilógico recurrir al símil, sin embargo, Sofia Coppola opta en este producto navideño para Netflix por una línea similar a algo que viene siendo ancestral en los shows de Navidad que en Estados Unidos tuvo a Bob Hope y Bing Crosby sus efigies navideñas por excelencias. La idea era sencilla: rodear a la celebridad de la canción de turno de amigos y estrellas imposibles junto a un piano y cantar villancicos como si de un karaoke se tratara. Y ése es el precepto que sigue un telefilme que no va más allá del ensalzamiento estelar de Bill Murray a través de una identificación del personaje/mito que representa, con su icónico rostro de cómico hastiado que recuerda, en esta faceta musical, a Nick “The Lounge Singer”, aquel rol desquiciado que interpretó en sus inicios dentro del ‘Saturday Night Live’.
Es imposible no acordarse de Bob Harris, el personaje al que dio vida Murray en ‘Lost in Translation’ a las órdenes de la hija de Francis, sublimando esa apatía cómica de un hombre solitario atrapado en un hotel bajo un existencialismo que aquí encuentra respuestas vitales a través de canciones navideñas. La historia se resume en la desesperación de Murray, atrapado en el Carlyle Hotel en el que iba a celebrar un ‘show navideño’ de vacaciones al cual no pueden asistir sus invitados por una fuerte tormenta de nieve que ha azotado Nueva York. Con ello, Murray despliega esa faceta de cómico melancólico, aquí con obligación de manifestarse en pantalla con ese aire de ‘Scrooged’ que responde a unos códigos de exigencia por parte del mitómano y del espectador y en el que el actor parece sentirse tan cómodo.
Más que una película, se trata de una reunión de amigos de Coppola y de Murray que se sacan un musical de la manga en un ambiente apagado representativo del Bemelmans Bar, en el que Amy Poehler y Julie White interpretan a dos persuasivas productoras, donde emerge y desaparece fugazmente Chris Rock, Jenny Lewis y Maya Rudolph exponen sus indudables dotes musicales y Rashida Jones y Jason Schwartzman tienen los únicos personajes perfilados y con trama de una pareja recién casada que se reconcilian al son de ‘I Saw the Light’, de Todd Rundgre para acabar cantando todos juntos ‘Fairytale of New York’, de The Pogues, que supone lo mejor de esta pequeña pieza para la televisión de moda.
El resultado es un artefacto de idolatría mucho más autocomplaciente que genuino, más impostado que improvisado, donde es innegable el buen rollo que pretende transmitir un puñado de canciones y villancicos con Paul Shaffer al piano y que mantiene cierta brillantez de carácter ‘snob’ (como todo el espíritu creativo que empapa la filmografía de la cineasta) hasta desplegar su encanto a ese final en el que George Clooney y Miley Cyrus explotan su vena cómica y musical. ‘A Very Murray Christmas’ es un encantador telefilme que se beneficia de su duración que no alcanza la hora y cuya eficacia se diluye en un patrón desigual e intencionalmente benévolo que mantiene su empuje íntegramente en la figura de un Bill Murray que identifica la Navidad como ningún otro actor en el mundo.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Salamanca tierra mía, sí. Pero... ¿de arte y sabiduría?

En general, Salamanca cultiva esa especie de tópico en forma de vanagloria sobre los componentes emblemáticos que representan la ciudad en su faceta de promoción al exterior; el valioso vestigio arquitectónico que inunda un casco antiguo fascinante, una ciudad volcada con la cultura y por supuesto, cómo olvidarlo, su emblemática universidad. A ello se añade su rica gastronomía ibérica o las fábulas y leyendas que se atribuyen a una urbe única en el mundo. A la población local se les llena la boca al hablar de las bondades que oferta la ciudad del Tormes.
Pero lejos de las creencias, Salamanca ha hecho muy poco o casi nada por evolucionar en cualquier aspecto lejos de este sello de promoción turístico. La realidad es que esta institución tan significativa dentro de la tradición cultura hispana ha perdido gran parte de su valor a pesar de que los tradicionalistas sigan haciendo hincapié en su importancia subrayándola como más antigua de España y la quinta más vetusta de Europa.
Salamanca abrigó durante años esa raigambre de fuente de conocimientos, arte, letras, ciencias, moral, derecho y códigos comunes a la que acompañaba esa otra faceta recreativa, sicalíptica y dipsómana ajena a los claustros. Lo tenía todo como escaparate al estudiante, proponiendo una faceta educativa sin parangón con un inigualable complemento de ocio a la ilustración que rodeaba esa celebridad solemne que ha alimentado durante siglos las costumbres formativas.
Estudiar en la Ciudad Dorada hoy en día es un mero reclamo comercial que pretende rescatar un falso vestigio de un nombre que parece una marca para atraer turistas y despistados. Su esplendor parece haberse perdido en una modernidad que ha fagocitado aquellos usos pedagógicos transformándolos en algo bien distinto. Hemos llegado una era donde aquel prisma de aprendizaje ha pasado a otro bien distinto, el de un estrato de decrecimiento general como distintivo de una vida social en el que la cultura es un aspecto cada vez menos importante.
La transcendencia que se le da en esta ciudad al contexto cultural deja ver un desolador páramo yermo más allá de la ciencia de la diversión y estrategias de captación alcohólica a precios populares por parte de la hostelería local, que es el foco en el que se sustenta ese demacrado impulso que atrae a unos cuantos estudiantes que siguen percibiendo cierta nostalgia romántica en el hecho de estudiar su carrera en las aulas charras o bien otros que se dejan llevar por esta motivación del descarrío.
El declive que ha provocado que el arte elevado se haya vulgarizado en otro más efímero y atropellado es el evidente síntoma del deterioro de formas y usos que se vienen ejerciendo desde los ideólogos instaurados en una idea infectada de tópicos de postal y referencias simbólicas de un tiempo pasado. Puede que sea algo generalizado en ciudades de esplendoroso sedimento histórico como el que aquí cohabita con sus gentes, o de la incapacidad y dejadez de una ciudad que desperdicia su potencial en el conservadurismo y la resignación, incapaz de reinventarse así misma o de ofrecer alguna alternativa de supervivencia para oriundos y emigrantes.
A ello hay que unir el lógico desarrollo de los nuevos tiempos instaurados dentro del consumismo y la autosatisfacción que deja imágenes como las que sirven de presentación de este texto, donde las librerías más antiguas de la ciudad desaparecen bajo el yugo dictatorial de las grandes compañías telefónicas o los negocios de toda la vida son absorbidos y devastados por el gigante globalizador y el franquiciado. Esto sucede en todas las ciudades, no sólo aquí. Es el signo imparable de nuestro tiempo. No obstante, sirve de metáfora perfecta para evidenciar la insuficiencia academicista y cultural que se percibe en sus calles. Aquel ambiente que caracterizó una ciudad incomparable ha perdido progresivamente su carácter distintivo. Eso o bien no han querido o no han sabido promulgarlo hacia un territorio actualizado sin perder su esencia. Más bien, se ha abogado por un contexto anclado en el pasado y sin posibilidad de transformarse en prácticamente ninguno de sus aspectos.
De este modo, Salamanca ha envejecido su población y ha generado una constante disminución de su miríada estudiantil al mismo tiempo que ha perdido industria y ha descapitalizado recursos y necesidades por falta de inversiones. Incluso en la única vía de subsistencia como es el turismo, que lleva años mostrándose como una ciudad decrépita y sin futuro que ha sumido sus nutrientes económicos en un confuso estado de alerta. Esta ciudad que enhechiza, Roma la Chica, la Atenas de Occidente, permanece en estos momentos muerta en vida.
No voy a negar que adoro como el que más esta ciudad y, en particular, vivir en mi barrio de toda la vida. He terminado por acostumbrarme a ese céfiro de desengaño y decepción que inspiran sus calles cuando paseo por ellas. Tampoco que mantiene un inextinguible poso mágico que atrae y cohesiona al salmantino y embelesa y cautiva al visitante. Salamanca no deja de ser una hermosa ciudad acogedora que formula una experiencia histórica como pocas existen en el mundo. Sin embargo, es además una ciudad monumental con un toque de ruralismo en torno a una universidad disminuida de prestigio y que no ofrece ningún aliciente laboral, ninguna oportunidad para el desarrollo y el crecimiento. Iba a ser verdad aquello de lo que lo que natura no da, Salamanca no lo otorga, ni siquiera para ella misma.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Chi Chi Love: el peluche de la apariencia

Dándole la merienda mi hijo de seis meses, descubro estupefacto en un canal infantil (concretamente Disney Jr.), bajo la estela del bombardeo comercial que antecede a la Navidad, un anuncio que me ha llamado poderosamente la atención. Nada más y nada menos que una gama de perros de juguetes llamados CHI CHI LOVE, la mascota ‘showstar’. Sí, amigos, un gran nombre como pseudónimo de una meretriz de prostíbulo de carretera o de cantante transexual de los 80, pero inadecuado para un perrete que haga las veces de mascota de peluche de los niños. Por un lado, está el concepto mismo del juguete como tal: un can que constituye esa imagen de altos patrimonios que invierten su fortuna en el cuidado y el derroche por el bienestar del animal de compañía; alimentarle con galletitas de carne de Kobe, van a la peluquería una vez por semana, reciben masajes, visten joyas y prendas de alta costura o viajan constantemente en bolsos de diseño de precio exorbitado. Ese tipo de perros que viven mejor que la mayoría de cualquier ser humano. Todos sabemos de qué va la cantinela.
Lo segundo, su precio. Es cierto que los modelos más asequibles están al alcance de cualquier bolsillo, sin embargo y como era de esperar, los Chi Chi Love estándar no tienen nada ver con los modelos a los que está destinado al objetivo de venta de la empresa (Simba Iberia), cuya finalidad es la captación de la mirada infantil más pudiente para la venta de todo tipo de complementos y accesorios para este peluche que bien podría ser un simulacro textil del perro de Paris Hilton. En tiempos de crisis, donde los ricos son cada más acaudalados y los pobres más numerosos y con menos recursos, no es mala idea transmitir esa paradigma de la burguesía del despilfarro, del consumo sin freno por encima del usufructo necesario.
Ése que la clase alta utiliza para mirar por encima al resto del mundo. El ideal del Chi Chi Love está claro: convertir desde la más tierna infancia a los niños y niñas en esclavos del consumismo, del alto ‘standing’ y el lujo, de la desigualdad económica y social a cualquier precio. Un perro de peluche que es el símbolo de cómo a un cierto sector de la sociedad le da por culo la promoción del desarrollo común en beneficio de los más desfavorecidos, el acceso a la educación, a la salud y a las oportunidades de participación o la seguridad colectiva y los derechos humanos.

lunes, 26 de octubre de 2015

Adiós a Maureen O'Hara, la eterna pelirroja irlandesa

Este pasado fin de semana iba para siempre una de las grandes actrices del Hollywood Dorado, una de las pocas (por no decir la última) que sobrevivían al desafío del tiempo. Maureen FitzSimons, conocida por el mundo como Maureen O'Hara, actriz de origen irlandés, fallecía el pasado sábado a los 95 años. Con una ilusión primigenia por ser soprano debido a una privilegiada voz, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, representó como ninguna la belleza de pelo rojizo que escondía un fuerte carácter que traspasaba la pantalla. Apodada “la reina del Technicolor” por el lustro que su figura y sus poderosos ojos verdes dieron a la nueva técnica cinematográfica, O’Hara fue labrándose su carrera en blanco y negro con cintas de éxito como ‘El jorobado de Notre Dame’, junto a Charles Laughton, ‘Qué verde era mi valle’, ‘El cisne negro’, ‘Esta tierra es mía’, ‘Milagro en la calle 34’, ‘Buffalo Bill’, ‘'Un secreto de mujer’, ‘Río Grande’, ‘Trípoli’ y cine escapista como ‘Los piratas del mar Caribe’, ‘Bagdad’ y ‘Simbad, el marino’.
Para la historia nos queda su obstinado y apasionado personaje Mary Kate Danaher, esa temperamental mujer que pone a prueba al boxeador interpretado por John Wayne que regresa a su casa en busca del sosiego lejos de su aventura americana. Con Wayne rodó cinco filmes, tres de ellos dirigido por el mítico John Ford, uno de sus grandes valedores. Un director que, según la actriz, mejor extrajo de ella su potencial interpretativo. “Sabía lo que quería de los actores. Era el más grande y el más humilde de todos los cineastas para los que trabajé. Sin duda, el mejor”.
En un documental sobre de 2010 sobre el cásico de Ford se refería a él como “Pappy”, un director duro y a veces excesivo en su nivel de exigencia, manifestando que en una época muy concreta de estrellato “prefería trabajar con el viejo hijo de puta que con cualquier otro”. Logró que cerraran la revista sensacionalista Confidencial por difamación en una época proclive al amarillismo en Hollywood. Se dejó ver en poco menos de una veintena de películas en la década de los cincuenta entre las que destaca su inquebrantable fuerza física en ‘Los hijos de los mosqueteros’ (donde aprendió a luchar con espadas y se negó a que utilizar dobles) y enhibió una asombrosa versatilidad que hizo que estuviera presente en una colección de títulos de diverso calado; ‘La isla de los corsarios’, ‘La pelirroja de Wyoming’, ‘Fuego sobre África’, ‘Lady Godiva’, ‘Escrito bajo el sol’ y ya en los sesenta además de la televisiva ‘Mrs. Miniver’ rodó a las órdenes de Sam Peckinpah ‘Compañeros mortales’ y se enfrentó a Walt Disney por el recorte de su personaje en montaje dentro de ‘Tú a Boston y yo a California’, así como títulos que seguían ensalzando su carácter obstinado e invulnerable, ‘Una dama entre vaqueros’, ‘Fiebre en la sangre’, ‘El gran Jack’ y alguna aparición televisiva en series y programas como ‘Who's Afraid of Mother Goose?’ o ‘Off to See the Wizard’.
Retirada del cine desde 1973, aceptó regresar a la gran pantalla en 1991 con la comedia ‘Tú, yo y mamá’, debido a la insistencia de Chris Columbus y porque John Candy le recordaba a Laughton. Su despedida de la interpretación se produjo con bajo las órdenes de Kevin Dowling en la catódica ‘El último baile’. En 2004 O'Hara recibió el premio de honor de la Academia Irlandesa de cine y televisión (IFTA) por su trayectoria artística, el mismo año en la que publicó su autobiografía ‘Ella misma (This himself)’.
El pasado noviembre recibió de manos de Clint Eastwood y Liam Nesson el Oscar honorífico a toda una carrera. En la memoria nos quedará esa arrebatadora pelirroja irlandesa que generó una de las frases más memorables de la historia de Hollywood en boca de John Wayne que dijo de la actriz: “He tenido muchos amigos y prefiero la compañía masculina, excepto con Maureen. Ella es un gran tipo”.

miércoles, 21 de octubre de 2015

'Regreso al Futuro': El viaje de Marty McFly al 21 Octubre de 2015

Hoy es el día. Dentro de la Trilogía de ‘Regreso al Futuro’ hoy día 21 de octubre, Marty McFly viajaba al futuro desde 1985 hasta esta fecha. Aquel tiempo mostrado por Robert Zemeckis y Bob Gale recogió el afán especulativo de muchos escritores y fabuladores sobre un futuro alucinante plagado de inferencias apócrifas en las que la ciencia-ficción, sirviendo como punto de partida para soñar nos trajo la enésima narración extraordinarias concebida por los grandes soñadores avanzados a su tiempo, pero que ha quedado en una falsa promesa convertida desde mañana mismo en pasado.
El futuro representado en el filme, a pesar de su convencida ilusión, está más cerca del aquel 1985 cruel y siniestro provocado por Biff Tannen en su codicioso cambio de planes con el almanaque deportivo que a ese modernista paraje con esencia ‘chic’ de coches voladores suministrados con combustible creado a base de fusión nuclear, aeropatines o ‘Hoverboards’ o suntuosos edificios públicos convertidos en enormes centros comerciales. Aquel futuro pasará a ser parte de un imaginario ficticio que para una generación cinematográfica generara una expectativa hoy desechada por un presente (antes futuro) que, pese a su avance tecnológico indiscutible, tiene cierto poso de desencanto respecto a lo planteado en una película que el próximo diez de diciembre cumplirá nada menos que el trigésimo aniversario de su estreno en las pantallas españolas.
No obstante, alimentados por la fantasía que incentivó la ilusión de toda una generación inmersa en el génesis de un cine que entonces se vivía como una toda experiencia y una aventura. El cine de los 80, apadrinado por Steven Spielberg y George Lucas, abrió una transformación de aplastante ruptura con todos los aspectos vistos antes, no sólo en un entorno cultural y estético, sino como aportación de un mito de carácter universal de las propuestas fílmicas que llegaban a la cartelera. Por supuesto, ‘Regreso al Futuro’ sería una de las grandes obras que suponen una mitificación que para muchos de nosotros se sigue viviendo de manera tan personal que forma parte de nosotros, de nuestros recuerdos más privativos.
Treinta años después, cualquier onomástica relacionada con la saga se convierte en algo melancólico y evocador, que resucita una pasión común, una nostalgia que prevalece latente cuando oímos de forma fortuita el título de esta trilogía, cuando recordamos la maravillosa experiencia que era el cine hace tantas décadas. Aquél viaje de equívocos temporales y sus consecuencias, de identificación afectiva hacia un estado de ánimo más que hacia un simple filme, condensan un recuerdo imperecedero en la memoria colectiva que sigue perpetuando la idea que supone una trascendencia que va más allá del Séptimo Arte.
Hoy es 21 de octubre de 2015 y como en aquel viaje a los desconocido de Marty en la segunda parte de ‘Regreso al Futuro’ retrotrae un sentimiento común e intocable en el que refugiarse, como en los grandes clásicos, haciendo de ella un punto de no retorno hacia la infancia, a la magia de unos días hoy olvidados que avivan aquella llama de fascinación casi extinguida, transmutada en la actualidad en mitomanía.
Es hora de recordar, bajo el espectro del DeLorean DMC-12, la historiografía de una saga memorable que, visto lo visto, tiene signos de perdurar por mucho tiempo en la historia como uno de esos clásicos imperecederos. Antes, ahora y… cómo no, en el futuro.
Una Trilogía convertida en sentimiento colectivo
“Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo”.
H.G. Welles (‘La máquina del tiempo’).
Amblin Entertainment, la productora de Steven Spielberg, auxiliado entonces por Frank Marshall y Kathleen Kennedy, era la fábrica de sueños infantiles que se erigió con el secreto y la receta de un prototipo de cine capacitado para vincular afinidades e inquietudes a través de la infalibilidad de sus aventuras, fantasía y diversión. Los 80 daban sus primeros coletazos y el cine apadrinado por el “Rey Midas” era sinónimo de calidad, de cine familiar con efectos especiales donde se exigía una tarifa de comedia e imaginación que no traicionaba las expectativas. Por aquel entonces, se vivía bajo el signo conservador de la Era Regan y en este tipo de historias se reflejaba, con carácter transversal, un modo de vida que exhibía un bucólico catálogo de perfiles sumergidos en la clase media norteamericana de aquellos nostálgicos años; por eso, el fondo social de cintas como ‘E.T.’ El extra-terrestre’, ‘Gremlins’, ‘Los Goonies’, ‘Poltergeist’…tenía tantas semejanzas entre sí, concebidas desde una atmósfera familiar idílica de las afueras suburbiales, dotada de poética entrañable que definía genéricamente la interrelación del elemento fantástico con lo cotidiano. Por tanto, la parcela en la que se movían los personajes era reconocible y cercana, asumiendo la realidad ante una explosión de delirio y magia, de terror, ficción o drama.
Durante unos años surgieron cineastas apadrinados por Spielberg capaces de trasladar todas esas sensaciones a la gran pantalla. El sello pasó a ser un productivo artilugio hollywoodiense perfecto para la narración de cuentos y fábulas. De paso, cómo no, la que abultó sus arcas con un tipo de cine infalible para la taquilla. Algunos directores como Tobe Hooper, Joe Dante, John Landis, George Miller, Kevin Reynolds, Barry Levinson, Richard Benjamin, William Dear o Matthew Robbins se unieron a Spielberg en algunas de sus productivas aventuras. Sin embargo, el pupilo más aventajado, el que se formó a la sombra del genio y el que mejor supo captar la magia de aquellas producciones fue, sin duda, Robert Zemeckis. Éste había coincido en la universidad de South California con gente como George Lucas y John Milius, pero sería con el guionista Bob Gale con el que comenzara a preparar su camino con cortos como ‘The Lift’ o ‘A field of honor’. Sería precisamente el director de ‘Indiana Jones’ el que produciría sus primeros dos largometrajes: ‘Locos por ellos’, reflejo nostálgico en clave de comedia sobre la primera visita a los Estados Unidos de los Beatles y ‘Frenos rotos, coches locos’, una comedia satírica que giraba en torno a dos hermanos enfrentados en el mercado de compraventa de coches de segunda mano, ambas con guión de Gale, que había escrito para Spielberg ‘1941’. Las tres fueron un fracaso en taquilla con éxito relativo de crítica. El tercer vértice de la aventura espacio-temporal fue el productor Neil Canton que también trabajó como ayudante de dirección de Peter Bogdanovich en tres ocasiones (‘¿Qué me pasa Doctor?’, ‘Luna de papel’ y ‘Nickelodeon’). Canton apuntaba a un clasicismo que supo reconocer Orson Welles, al que puso a su lado para intentar sacar adelante la inédita ‘Al otro lado del viento’ o colaborar con Walter Hill en ‘The warriors’. Antes de ponerse con ‘Regreso al futuro’, Canton produjo el clásico de culto ‘Las aventuras de Bukaroo Banzai’. La terna que daría como consecuencia ‘Regreso al futuro’ ya tenía asociación. Sólo faltaba un adalid que financiara la experiencia más apasionante de sus vidas y, a la postre, la de todo espectador que sigue hechizado con la emoción que aún hoy destila el producto.
El germen nace en la imaginación de Bob Gale. Según cuenta, una vez que fue a visitar a sus padres a St. Louis, Missouri y rebuscando en un sótano encontró el anuario escolar de su padre. Se vio imaginando qué sucedería en un hipotético viaje en el tiempo hasta aquella época y hubiera conocido a sus progenitores, preguntándose si habrían compartido aficiones comunes o amistad. Ése es el arranque de todo. El guión lo escribió junto a Zemeckis, conscientes de que tenían entre manos una de las películas más apasionantes que hubieran soñado. Gale afirma cómo el guión fue rechazado en algunas de las grandes ‘majors’ del momento. Los estudios veían demasiado familiar el argumento y en aquel entonces lo que buscaban era algo más parecido a ‘Porky’s’ ¿Por qué no llevarlo a Disney? Se preguntaron. Y así lo hicieron. Pero el recatado estudio del tío Walt no veía con muy buenos ojos que, en un determinado momento, una madre acosara sexualmente a su propio hijo en un coche. El último recurso era Steven Spielberg. El obstáculo: las dos películas anteriores producidas para Zemeckis fueron un descalabro. Así que, antes de llevar a cabo un movimiento en falso con ‘Regreso al futuro’, Zemeckis se puso a prueba en otra gran producción de encargo con ‘Tras el corazón verde’, con Michael Douglas y Kathleen Turner. Entonces sí acertaron en taquilla con un éxito tan apreciable que las puertas de un moderno coche convertido en máquina del tiempo estaban abiertas para abordar su siguiente aventura.
‘Regreso al futuro’ planteaba, sobre el papel, mucho más que un simple trayecto temporal. Zemeckis y Gale desplegaban la posibilidad de abrir nuevos cuestionamientos a todas esas preguntas que se lleva haciendo el ser humano durante su existencia; de dónde venimos, adónde vamos, qué sucederá y las posibilidades y peligros que entrañan estos interrogantes con los riesgos que se darían sobre el destino unos desafortunados cambios. En ‘Regreso al futuro’ se dan rastros complementarios entre los contenidos presentados bajo unos enunciados, múltiples en lecturas, que adoptan posturas buscadas y encontradas. Con el impulso de autores literarios como Robert Silverberg o Robert Heinlein el desafío radicaba en sublevarse ante los arquetipos del género, acercando la diversidad de dimensiones o hipótesis imposibles con un pretexto sencillo, difuminándolas en una explicación accesible para el espectador bajo un espíritu algo gamberro y surreal en la aventura de un joven adolescente que, a su vez, se digiriera como una subrepticia crítica a la sociedad estadounidense. Por supuesto sin perder de vista la inocencia de aquellos años, pero con un atrevido mensaje interior, donde otros planos aportaran, tras su mascarada de anodina existencia, un papel tan importante como la trama principal.
‘Regreso al futuro’ era una joya en bruto, que destilaba una riqueza poco frecuente dentro del fantástico, con las posibilidades y la versatilidad comercial del cine adecuado a varios ‘targets’, combinando con fortuna comedia, aventura, romance y ciencia-ficción. Una historia definitivamente muy cinematográfica que no se limitaba a exponer una concepción de imaginería donde los efectos especiales técnicos estuvieran sometidos a la trama. La película de Zemeckis no traicionó los genuinos mecanismos propios de la época para configurar el universo de fantasía formulado en una perdurable leyenda sobre las relaciones paternofiliales y de amistad más allá del espacio y del tiempo. Fantasía pura que se alimenta de los sueños, un milagro hecho realidad en una película memorable que recaudó más de 380 millones de dólares en todo el mundo y pasó a ser, de forma fulminante, una de las películas más taquilleras del cine hasta aquel momento. ‘Regreso al futuro’ escribiría con épicas letras dorada su título al permanecer a lo largo de once semanas en el primer lugar del Box Office norteamericano. Costó 19 millones de dólares, un presupuesto ajustado para un proyecto ambicioso y revolucionario. A partir de entonces, ya nada sería lo mismo.
‘Regreso al futuro’ (1985)
En un principio, la película se iba a rodar en Nevada, en los confines de un área de ensayos nucleares, puesto que se sugería que el Dr. Emmett Brown fuera uno de los integrantes del Proyecto Manhattan. Relatan Zemeckis y Gale que se sentían atraídos por todas las pruebas nucleares que tuvieron repercusión por aquellos años. El detonante del viaje temporal era una explosión nuclear, que sería la que enviaría a Marty al pasado y también le permitiría regresar al presente. No había rastro de ningún coche entonces. McFly viajaría… en una nevera. Al final, llegaron a un acuerdo. La movilidad de la máquina era importante, ya que permitiría un mejor entendimiento para el público y funcionaría mejor en pantalla. Décadas después, Spielberg utilizaría la idea del frigorífico y el desierto nuclear en ‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’.
Así, nacería el que es el símbolo más representativo, la efigie distintiva de ‘Regreso al futuro’: un DeLorean DMC-12. Utilizaron este modelo porque con ello podría significar que en 1955 la impresión de este vehículo metalizado pudiera ser la de una aeronave del futuro y también fuera lo suficientemente sofisticado para la época de los 80. La idea era que el DeLorean fue alimentado por plutonio. Ahí no había dudas. Hay dos anécdotas que circulan en las habladurías y entresijos del mito; en su origen, Marty era un ‘hacker’ viodegráfico, un chaval que conocía todos los entresijos del momento para piratear todo tipo de soportes electromagnéticos. Por su parte, “Doc” tenía un mono en vez de un perro, que fue desestimado al considerar una maldición para la taquilla la incursión de un primate en una película.
Cuando llegó la hora de rodar se esbozaron los nombres de los actores protagonistas. John Lithgow era el elegido por Zemeckis para ser el enloquecido científico, ya que había estado en películas como ‘En los límites de la realidad’, ‘Impacto’ o ‘El mundo según Garp’. También había coincidido con Neil Canton en ‘Las aventuras de Buckaroo Banzai’, sin embargo, en esta película también participaba Christopher Lloyd, que se haría definitivamente con el papel Emmet Brown. Canton lo tenía muy claro, Lloyd era perfecto para dar vida a ese doctor entrañable y delirante, el actor idóneo para conducir al personaje a un punto de locura que le equiparara con ese amigo extraño que a los adolescentes les encantaría tener. Siempre se le ha definido como un cruce lógico entre Albert Einstein y el director de orquesta Leopold Stokowski. Para Marty McFly la cosa no fue tan fácil. Se contrató a Eric Stolz, que entonces estaba de moda por haber cosechado fantásticas críticas con su interpretación de “Rocky” Dennis en ‘Máscara’, de Bogdanovich.
Para el papel de George McFly, entró en seguida Crispin Glover como candidato ideal, un sólido actor que apenas rozaba la veintena y tenía una discreta filmografía a sus espaldas y que no se imaginaba que iba a trazar la que podría ser considera su mejor interpretación cinematográfica. Para el papel de Lorraine Baines se optó por Lea Thompson, que había trabajado con John Milius en ‘Amanecer Rojo’ y había compartido protagonismo con Tom Cruise en ‘La clave del éxito’. Su delicado rostro aportó la doble faceta, dúctil y ofensiva del rol materno de la saga. Por último, el antagonista debía ser un actor con los recursos necesarios para contribuir con la fuerza ineluctable y la credibilidad amenazante a ese villano llamado Biff Tannen. Thomas F. Wilson era un completo desconocido que dejó su listón muy alto después de su participación en la película. La filmación se mantuvo con este elenco a la cabeza durante cuatro semanas. Entonces fue cuando Zemeckis soltó la bomba del rodaje: no le convencía Stolz como McFly. Spielberg apoyó la moción dando la cara por él ante Sid Sheinberg, entonces jefazo de la Universal. Después de una dura decisión que le costó a los estudios unos 3 millones de dólares, entró el carismático Michael J. Fox, que leyó el guión cuando rodaba la tercera temporada de ‘Family ties’. Aceptó de inmediato. El que se convertiría en el rostro juvenil del cine de la década trabajaba hasta dieciocho horas al día. Por la mañana, en el ‘set’ de la serie, dando vida a Alex P. Keaton. Cuando anochecía se metía en la piel de McFly asumiendo el peso de ambas. ‘Regreso al futuro’ había comenzado su singladura.
Significó un reto presentar una historia con un viaje temporal que despertara la aceptación del gran público. Pero el guión lo tiene todo para ser un éxito. McFly era un personaje despierto, con ganas de triunfar en el mundo del rock que desea cambiar la tradición de fracaso que le persigue debido, en gran parte, a la representación anulada de una figura paterna frágil, cobarde y pusilánime. Vive en un presente nada alentador, con dos hermanos sin mucho futuro y una estricta madre ahogada en raciones de vodka y lamentos. La película se circunscribe por completo a un tema absoluto: el tiempo. Ya en su secuencia inicial de créditos se sintetizan poderosamente los términos, en una presentación del Dr. Emmet Brown tan pormenorizada como sutil y silenciosa, con una infinidad de relojes e información dosificada a través de un aparato de televisión que va informando al espectador sobre aspectos importantes dentro del relato. Marty tampoco necesita muchos detalles para describirse; unas zapatillas Nike, unos vaqueros, un monopatín con una mochila y su afán por subir los búmetros a tope para tocar una pequeña guitarra que hace saltar un gigantesco altavoz por los aires. El centro comercial de Twin Pines y la 1:15 de la madrugada del 26 de octubre de 1985, la hora y el punto de reunión de ambos personajes.
El prodigioso guión de Gale y Zemeckis deja algunos detalles importantes en el devenir de la situación. Es sorprendente lo bien que se unifican los tiempos en sus tramos iniciales y posteriores y cómo funciona la repetición de elementos entre sí, siendo anticipados en el comienzo, donde la sobreinformación es tan etérea y bien fragmentada que es reconocible una vez que vuelve a surgir a lo largo del relato; la manera en que se muestra por primera vez el plutonio y su búsqueda por parte de unos terroristas libios, la campaña popular del Alcalde Goldie Wilson (Donald Fullilove), la historia del baile de ‘El encantamiento bajo el mar’, la octavilla que informa sobre el rayo que dañó para siempre el reloj de la torre, la prueba musical de los Pinheads, el grupo de Marty, las frases premilinares de Strickland (James Tolkan), el tío presidiario Joey, los pinos plantados por el viejo Sherman Peabody… Pero sobre todo, se hace especial hincapié en la noche en la que “Doc” cayó al suelo cuando intentaba colgar un reloj y dio con la clave de los viajes temporales: el condensador de fluzo. La imagen de un sueño, de una esperanza convertida en realidad, el mecanismo que posibilita el desplazamiento en el tiempo. A partir de ahí, la historia es fácil de sintetizar: el joven McFly se verá forzado a viajar en el tiempo hasta 1955, donde se ve en la obligación de conseguir que sus padres se enamoren al tropezar fortuitamente con ellos y haber cambiado el signo de los acontecimientos para, de paso, hacer peligrar su propia existencia, viéndose obligado remediar su error si no quiere desvanecerse en el tiempo. Conceptos imposibles como esos 140 kilómetros por hora y 1.21 gigawatios que necesitan del plutonio para que Marty regrese a su tiempo y que pasaron a la aceptación popular de inmediato.
Uno de los puntos fuertes de ‘Regreso al futuro’ es la voluntad de perfección al recrear los años 50, poniendo de relieve el detallismo con el se conceptúa 1955, sin necesidad de ostentaciones en su diseño de producción. A Zemeckis le interesa más un epicentro en el que ubicar la revolución juvenil, el origen del ‘teenager’, del espíritu joven que se apoderó de una nación como Estados Unidos. Este año, a la vista del público, es como una extensión pretérita del 1985 mostrado en el prólogo. Con ello, se establece un vistazo nostálgico a la ‘retrocultura’ de los 50 y a la vez establecen una mirada sumarial de los años 80, con sus tópicos, su era Reagan en pleno apogeo, sus virtudes y defectos, desgranando todos sus prejuicios con función satírica sobre las diferencias entre ambas épocas.
La jugada de mercadotecnia es impecable: no sólo estaban ante una película para gente que crecía en el tiempo en que se estrenaba, sino que también funcionaba como incentivo retro para el espectador que creció y vivió a mitad de siglo. El mercado adolescente y el de adultos en un mismo pack lleno de cine entusiasta y reverencial. De hecho hay hallazgos mínimos que proponen, a modo de guiño, invenciones dentro del filme por parte del protagonista, como inventar el ‘Rock N’ Roll’ (Marvin Berry llama a su primo Chuck para orientarle en un nuevo y revolucionario ritmo) o el invento del ‘skate’ moderno tal y como lo conocemos
Hay muchos exponentes que hacen de ‘Regreso al futuro’ el clásico que es. Pero sin duda alguna hay que subrayar la importancia de un guión de relojería, que opera con alucinante y exquisita articulación, en un engranaje perfecto de giros que funcionan con la exactitud medida, con personajes profundizados y dibujados desde un entendimiento narrativo mayúsculo. El filme responde a las cualidades de ciertos tipos de obras cinematográficas conectadas por una estructura que obedece a la disposición minuciosa y ensayada de sus elementos. En este caso donde el tiempo, el desarrollo y los puntos de fuga rompen argumentalmente con todo lo establecido, teniendo como explosión del suspense un clímax de acción desbordada y plena de tensión en la secuencia de cuenta atrás en la que “Doc” hace lo posible porque el rayo impacte de lleno en el mecanismo que llevará a Marty de regreso a 1985. Por eso, no es extraño que el guión se haya estudiado como ejemplo en las más prestigiosas escuelas cinematográficas del mundo.
‘Regreso al futuro’ está compuesta por pequeños detalles que pueden parecer inapreciables, pero son fundamentales para la trama principal. Se construye una triple consecución; a la vez que avanza la historia en determinados trazados, se construyen y determinan las personalidades y los conflictos y se impone un ritmo donde la acción nunca sucumbe a los giros. En ‘Regreso al futuro’ todo movimiento responde a una motivación argumental. Incluso las pequeñas referencias insignificantes como el nombre del centro comercial, ‘Twin Pines’, queda deformado en el nuevo 1985 con el nuevo epígrafe ‘Lone Pine’, a causa de que McFly atropella uno de ellos cuando llega a 1955 escapando de la familia Peabody. O simples elementos como el ‘walkman’ y el traje antirradiación, que son utilizados para someter a su padre a la amenaza espacial aludiendo a Darth Vader y al planeta Vulcano. La cinta avanza con tanta energía, siguiendo las paradojas y dilemas de un adolescente obligado a desempeñar el rol paternal con sus propios padres adolescentes, que es capaz de evitar incluso aquellas preguntas que imposibilitan la acción real: si Marty evita el enamoramiento de sus padres, nunca nacerá... y si nunca nace… ¿cómo puede viajar al pasado y evitar que sus padres se enamoren?
Obviamente, una película familiar del calado de ‘Regreso al futuro’ impone cierta moralina que alcanza su culmen en esa frase sugerida de unos a otros: “Si te lo propones, puedes conseguirlo todo”. No es óbice ni contraposición a uno de los asuntos más arriesgados a los que hicieron frente Gale y Zameckis, el mismo que hizo que Disney desestimara la opción de financiar el proyecto, ese mito de Edipo en el que la madre de Marty se enamora de él y no de su padre, suplantando la lástima que sintió hacia el progenitor por la fogosidad hacia un hijo convertido en héroe a los ojos de una comunidad juvenil tranquila y trazada con los cánones de entonces. Una idea convulsiva y enérgica que se une a la habilidad de sacar a colación algunos otros temas sociales, como el racismo y su vencimiento en la figura de Goldie Wilson o el abuso desequilibrante entre los más fuertes y débiles.
Incluso con aparente destreza, se dota al pequeño pueblo residencial de Hill Valley de un protagonismo simbólico, terrenal, haciendo de él un personaje más dentro de la trama. Toda esta parte fue rodada en Courthouse Square, localización de los estudios Universal en las que también se rodó ‘Gremlins’, de Joe Dante. La habilidad de Robert Zemeckis para engarzar todos los dispositivos en un bloque cinematográfico sin aristas le designan ya entonces como un heredero directo del mentor Spielbeg a la hora de planificar y rodar escrupulosamente una obra que carece de altibajos, sabiendo desarrollar un hálito de maestría apenas intangible, pero de un imperativo vigor en la forma de afrontar la acción y la aventura, que se refuerza por la que puede ser la mejor partitura de un inspirado Alan Silvestri hasta la fecha. La concepción visual y narrativa es impresionante.
‘Regreso al futuro’ recibió cuatro nominaciones al Oscar; mejor canción (‘The power of love’, de Huey Lewis), mejor guión original, mejor sonido y mejores efectos especiales y de sonido, estatuilla ésta última que lograron Charles L. Campbell y Robert R. Rutledge. Hasta la fecha, un cuarto de siglo después de su estreno en España, sigue siendo una película eterna que puede seguir fascinando a futuras generaciones. El filme de Zemeckis continúa jugando de forma omnisciente y constante a sorprender al público, rechazando cualquier tipo de convencionalismo y etiquetas genéricas. Eso fue lo que hizo grande la estela de esta gran producción de Spielberg, posiblemente su mejor contribución a la generación Amblin. Una obra maestra asignada como tal por exaltación popular. Un hecho que hace de su alcance mucho más importante que la dictada por los medios especializados o rimbombantes críticos y eruditos de la materia.
La obra de Zemeckis se perpetúa a lo largo de los años por su radiante humanismo lleno de optimismo, que nunca reniega de su condición de película populista, de aventura que se mueve por una cadencia creciente, sin límites en sus aspiraciones de entretenimiento. Un propuesta que, en el fondo, es modesta y contenida y que además ha sido seleccionada para su conservación por la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. gracias a su enorme trascendencia cultural. A los que aman el cine de aquellos años, que soñaron con ilusiones paralelas a esta aventura temporal, supuso un hallazgo colosal, un golpe de efecto en las vidas de un millones de chavales que han crecido adorando esta ingeniosa pieza de orfebrería y que la consideran como esa película perfecta que a todos nos gustaría haber escrito y dirigido, narrándola sin alterar un solo movimiento de la original. Ni siquiera ese futuro al que hay que viajar y donde no se necesitan carreteras…
‘Regreso al futuro II’ (1989)
El éxito de la primera parte hizo que millones de fans reclamaran una continuación. La apuesta era segura. El final de aquélla dejaba una puerta abierta. Aunque según Zemeckis no era más que “una broma, un chiste que no hacía presagiar la posibilidad de una segunda parte”. Pero la idea era tan atractiva que nadie pudo negarse al reto. Por aquel entonces, Zemeckis estaba inmerso en el rodaje de ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ y BobGale se hizo cargo del guión en solitario, barajando varias de sus ideas en común con el realizador. Eso sí, los estudios se aseguraron no otra entrega más, sino dos que se rodarían simultáneamente, por lo que exigía la implicación total de sus integrantes. La única condición que exigieron entraba dentro de lo racional; mientras estuvieran Michael J. Fox y Christopher Lloyd, así como el equipo principal, ‘Regreso al futuro II’ y ‘Regreso al futuro III’ sería una realidad. Lea Thompson no tuvo ningún problema en meterse de lleno en la piel de Lorraine y de los personajes sucedáneos de la estirpe Banes/McFly.
Hubo un inconveniente bastante conflictivo con Crispin Glover, que exigía unos honorarios poco adecuados para una figura de su limitado bagaje. Tras semanas de negociaciones, quedó fuera de la ecuación. Este imprevisto echó al traste la idea de Gale de ubicar la trama de esta segunda parte en los 60 y tuvo que prescindir de su personaje creando un mundo alternativo de 1985 donde George McFly había muerto. Los planos en los que figuraba el personaje de Glover fueron delegados en el imperceptible actor Jeffrey Weissman. Otro de los obstáculos fue la renuncia voluntaria de Claudia Wells a retomar su papel como Jennifer Parker. La joven actriz eligió estar al lado de su madre, aquejada de un grave cáncer que volver bajo la tutela de Zemeckis. Y es una verdadera lástima que esto fuera así, porque aunque Elisabeth Shue fue una opción idónea como alternativa obligatoria, las siguientes dos partes no cuaja en esta parte del vértice del argumento. El rostro de Wells ejerce un poder tan hipnótico en la primera parte que fue imposible que el espectador no se sintiera incómodo con el cambio.
Aún así, las cartas estaban encima de la mesa. ‘Regreso al futuro II’ se comenzó a rodar a principios de 1989. El punto de partida era un viaje al futuro para resolver el tremendo lío que organiza Marty McFly Jr. Sin embargo, un Almanaque Deportivo con los resultados desde 1950 a 2000. Con su robo a manos de Biff se crea un nudo en otra dimensión que hace que “Doc” y Marty tengan que viajar al pasado con el propósito de destruirlo. En su primer libreto lo hacían a 1967. Allí se encontraban con Lorraine y George, que era profesor de universidad. La idea era desarrollar una película que transcurriera en esta época. Pero la renuncia de Glover hizo mover la trama hacia 1955, volviendo al mismo punto de partida de ‘Regreso al futuro’ para verla desde un punto de vista completamente diferente. Con el continuo espacio-tiempo desarreglado, el Hill Valley de un nuevo 1985 se sumía en un infierno con el poder de Tannen desmembrando la sociedad en una distopía sucia y mugrienta, en el que George McFly ha sido asesinado por Biff para quedarse con Lorraine. Era la argucia perfecta para componer una nueva y compleja confabulación de elementos narrativos y paradojas temporales inaplicables que, a pesar de sus idas y venidas cíclicas, resultaba otra estructura de guión con una fastuosa visión narrativa del cine espectáculo.
Como sucedía en ‘Star Wars V: El Imperio Contraataca’, de Irving Keshner e ‘Indiana Jones y el Templo Maldito’, de Spielberg, aquí los planteamientos se disponen en un armazón más oscuro y complejo, con más presupuesto, delineando una distribución espacio-temporal marcada por el ajetreo de trayectos en tres fechas concretas ubicadas en 2015, el nuevo 1985 y otra vez en 1955, con la creación de universos paralelos. De este modo, las personalidades se desdoblan, avanzan y retroceden en los tiempos, siguiendo las directrices de un fin lógico que no debe alterar la acción que ya conocemos para hacer avanzar la nueva en los mismos escenarios de la primera parte, permitiendo que transcurran los acontecimientos que veíamos entonces.
Gale y Zemeckis cuidaron mucho los soportes narrativos, aunque sin poder evitar algún que otro anacronismo imposible de sortear, como esos choques frontales de los personajes con su “yo” en el mismo espacio y en el mismo tiempo que no afectan del mismo modo a los personajes. Como ya sucedía en la primera parte, las fotos y los periódicos modifican su información cuando existe cualquier modificación en la historia, sirviendo de indicadores ante la nueva situación de permuta. Por eso, el hecho de que Biff robe el DeLorean en 2015 para entregarle a su “yo” del pasado el almanaque deportivo condiciona los acontecimientos futuros haciendo del presente Hill Valley de 1985 una pesadillesca ciudad donde el caos y la indecencia han sustituido la placidez de los 80 que vivió Marty, que han sido sustituidos por la codicia infectada que simboliza ese terrible edificio llamado Casino Paradise Pleasure, erigido a la figura de un Biff Tanen que dispone de la polaridad negativa del héroe, enfrentándose premeditadamente, cara a cara, a sí mismo, ocasionando con su desafío un efecto absolutamente catastrófico.
En este sentido, el fatalismo vislumbrado por Marty en caso de no arreglar la situación se equipararía a un espíritu que cohabita en las tres películas; esa ofrenda anímica y susceptible de ser equiparada con el ‘¡Qué bello es vivir!’, de Frank Capra y sus intenciones que aluden a la oscuridad fantástica de Dickens, al transcribir las verdaderas finalidades bajo el más puro cuento de fantasía y ciencia ficción. No es más que un pretexto para hablar entre líneas de una filosofía individualista confrontada con el destino inalterable. Con ello Gale y Zemeckis crean un universo intertextual, de lugares correlativos en los que la autorreferencia es constante. En ‘Regreso al futuro II’ convergen elementos comunes, reconocibles para el gran público, que evocan claramente a la influencia de su raíz identificativa con ciertos ‘gags’ o secuencias que ya han sido vistos anteriormente, como la primea entrada en el Café de los 80, con la aparición del viejo Biff con Marty o la actitud arrogante y déspota de Griff y su manipulación hacia un servilista Marty Jr., idéntica a la que tuvo lugar con Biff y George en 1955. Tanto la doble persecución de los ‘skateboards’ así como la concomitancia de choques del vehículo de Biff contra un camión de estiércol son herencia de su primera entrega, así como imposibilidad de mantenerse al margen cuando a Marty le llaman “gallina”. Reincidencias que esgrimen no sólo una concordancia de situaciones y códigos, sino también el reconocimiento factible del ajuste de tiempos y espacios.
El futuro que se presenta es tan irónico como fugaz. En ‘Regreso al futuro II’ la exposición de 2015 es casi un subterfugio para llevar la historia de fondo. Eso sí, se aprovecha la coyuntura para satirizar algunas profecías sobre lo que podría pasar en aquellos (por entonces) remotos tiempos venideros. Así se caricaturiza lo que, al fin y al cabo, ha ido evolucionando con cierta veracidad hasta nuestros días; el abusivo y contemplativo vicio por las nuevas tecnologías, la globalización de los productos de las grandes compañías, la sociedad capitalista de consumo y la nostalgia que rodea la década de los 80 hoy en día. Todo ello se queda algo arcaico en la divinización de Michael Jackson, la aparición digital de Reagan y Ayatollah Khomeini o la demostración de habilidad de Marty con los videojuegos de disparos en el Big Buck Hunter, que anticipa también elementos narrativos de la tercera entrega. Zemeckis también es reticente a apostar en exceso por los efectos especiales, aunque tienen mucho más protagonismo que en su predecesora. Se limitan a unos cuantos planos donde varios personajes interpretados por el mismo actor comparten pantalla.
Para ello se utilizó el ‘Vista Glide’, un sistema creado por la ILM para manipular con ayuda de un ordenador la imagen, utilizando una cámara Vistavisión modificada con el fin de reproducir los movimientos de los personajes con una exactitud perfecta y poder así hacer que el mismo actor interpretase a varios personajes ajustados a una interactuación realista. Las pequeñas referencias futuristas pasaron a ser objeto de culto, como las Nike Air 2015 Kicks, unas botas con ‘robocordones’ que incorporaba un sistema electrónico que las ajustaba automáticamente o ese Hoverboard, un aeropatín cuya ilusión fue creada por un sutil cableado y arneses que sujetaban a los actores, pero también con la utilización de imanes de tierra para repeler una gran cantidad de peso haciendo que el ‘skate’ creara un efecto de suspensión en el aire. También destacó la capacidad artesanal para crear el espejismo de coches que vuelan (hoy en día con la digitalización y el CGI sería más sencillo, pero también mucho menos romántico). En muchos aspectos, ‘Regreso al futuro II’ se equivocó en sus vaticinios. Obviamente, en 2015 no habrá vehículos que vuelen, ni ‘aeropatines’, ni la gente vestirá de una forma tan escandalosamente ridícula como se muestra en el filme.
Sin embargo, el equipo de Zemeckis anticipó algunas de las profecías cumplidas que se han adelantado unos cuantos años a las previsiones de la película. El momento en que Marty es atacado por una representación virtual del escualo de ‘Tiburón 19’ viene a ser un simbolismo que se ha patentizado con la obsesiva proliferación de secuelas y, sobre todo, en la querencia hacia los avances dentro del 3D. También hay una predicción del iPad, cuando un envejecido miembro de la Preservación de la Sociedad de Hill Valley para salvar la torre del reloj de la torre le da a firmar vía electrónica una especie de ordenador que recuerda mucho a la creación de Steve Jobs. La cinta de Zemeckis anticipó la aparición de un equipo de béisbol en Florida, que hasta entonces no tenían representación en la MLB; primero fueron los Florida Marlins, que debutaron en las grandes ligas en 1993. En 1998, los Tampa Bay Devil Rays se convirtieron en la segunda escuadra del estado. Hay referencias que no son ajenas a los años ’00, como las pantallas planas de enormes proporciones, el multicanal, familias que durante la cena son ajenas a las relaciones familiares, víctimas autómatas de los nuevos avances tecnológicos o esa polémica estrategia del “Mr. Fusion” (que fue creado a partir de un viejo molinillo de café Krupps) que evita el uso de gasolina, ya que existe el uso de compost como combustible y que comúnmente se conoce como “biogás”.
Igualmente cabe destacar la aportación de un Zemeckis desprovisto de cualquier vacilación a la hora de exhibir su cognición y disociación de es estilo que le unía a Spielberg, con una voluntad de rúbrica propia, que expone la siempre inmutable búsqueda de la entidad primaria de un cine comercial inalcanzable, incluso para él mismo, definiendo su inagotable capacidad para deleitar al público y manifestar su iniciática y brillante inventiva visual. La secuela de ‘Regreso al futuro’ amplia y complementa la grandeza de su predecesora y convierte su esencia en locura fantástica que vulnera los condicionamientos de los géneros que plantea, con el fin de abordar, con un asumido placer estético y predominante, la narración exaltada que evoca la ensoñación de una utopía profética sobre las paradojas temporales que tiene su apoteosis en ese cierre memorable de Marty en una carretera, habiendo perdido en el tiempo a “Doc” a causa de un rayo para, inmediatamente, recibir una carta del mismo científico en la que informa de su paradero temporal: 1885. Con la misma conclusión que en la primera parte, en la que Marty es enviado de vuelta a 1985, éste aparece instantes después para pedirle al “Doc” de 1955 que le ayude a traer de vuelta a su otro yo del pasado.
‘Regreso al futuro. Parte III’, (1990)
La tercera entrega llegaría el siguiente verano. ‘Regreso al futuro II’ fue el éxito de las Navidades de 1989 (en Estados Unidos se estrenó el 20 de noviembre y a España un 22 de diciembre) y dado que había sido rodada a la vez, sólo hubo que esperar a una fecha idónea para su lanzamiento. Se produciría en el verano de 1990. El 25 de mayo aterrizó la conclusión en su país de origen. Aquí tuvimos que esperar hasta finales de noviembre para ver el desenlace de las aventuras de Marty McFly y “Doc” Emmet Brown. Para ‘Regreso al futuro III’ el listón estaba muy alto, por lo que se optó por no perder la trama de choque estructural cuyas motivaciones vuelven a ser las mismas, aunque sin tantas vueltas de tuerca como en sus antecedentes. Marty está estancado en 1955. Antes de regresar a 1985, deberá ir en busca de “Doc” a 1885, pues se revela que en 7 de septiembre de ese mismo año, una semana después de escribir la carta que Marty recibe al final de la segunda parte, será disparado por Buford “Perro Rabioso” Tannen por una deuda de treinta dólares. El “Doc” de 1985 alternativo y el DeLorean, que lleva esperando setenta años a ser reparado, son los componentes necesarios para poder rescatar a “Doc” e impedir su muerte.
La intención de Robert Zemeckis era la de repasar, de algún modo, los orígenes y raíces de Estados Unidos, en un personal énfasis por hacer una relectura de la Historia de su país y que tendría este protocolo intencional años después con ‘Forrest Gump’. Con tanto viaje de ida y vuelta, en ‘Regreso al futuro III’ todo debía ser algo más despreocupado, adjudicando la inventiva creadora a un desbarajuste más apaciguado, en el que parece que cualquier agitación dentro del relato “de vaqueros” valiera para que Gale y Zemeckis disfrutaran de esta nueva aventura. Marty ya no es el objeto sobre el recae el peso de la película. Ya en el final de la segunda parte se avanza que “Doc” va a ser el protagonista de esta, el elemento que mueva las fichas narrativas de la aventura en el Salvaje Oeste. Da más libertad al rol interpretado por J. Fox, que campa a sus anchas. El resultado es una pequeña escisión en parte del encanto con nuevas vías de intriga y abre una puerta al romance de “Doc” con la profesora del pueblo, Clara Clayton (Mary Steenburgen), que tampoco aporta la emoción necesaria para sostener los pilares de una historia algo desacertada y demasiado intrascendente como propuesta de final de fiesta.
‘Regreso al futuro III’ fue la cinta de la saga con peores críticas. También la que menor recaudación amasó. Enflaquece su potencial por la perseverancia de anular cualquier proposición de seriedad, que se extingue con la incapacidad de aportar nada nuevo. Y lo que es peor, se diluye el tono sugerente de sus dos primeras entregas. Por suerte, Zemeckis hace que subsista el ritmo y el entretenimiento, sobre todo en esa incertidumbre de la secuencia final con el vagón del tren y el DeLorean a punto de despeñarse por un desfiladero, con una planificación admirable gracias a su poderoso montaje. Igualmente, las interpretaciones de Michael J. Fox y Christopher Lloyd se vuelven fundamentales para que la función no disminuya su empuje. Las reiteraciones argumentales, la autoparodia y la invariable referencia a su propia idiosincrasia son, nuevamente, el objetivo del guión. Se persigue así la filiación cómplice con la duplicación de algunos pasajes que se dan anteriormente; desde el fortuito encuentro tras un golpe de Marty con su madre (esta vez su tatarabuela), una maqueta que representa el funcionamiento de lo que será el viaje temporal, el vestigio de los 80 con Marty interpretando ante los disparos de Tannen el paso de baile ‘moonwalk’ de Michael Jackson o la persecución a caballo que acaba con Tannen en el estiércol.
A cambio, ‘Regreso al futuro III’ es la película de la trilogía que más profundiza en la unión y sentido verdadero de la amistad entre Brown y McFly, para reflexionar sobre el paso inexorable del tiempo y sobre lo efímero de una vida en la que no hay que dejar escapar la oportunidad de querer a la persona amada cuando llega ese mágico instante. En términos mucho más subterráneos a la cartografía de las tres películas, aquí es donde los dilemas absolutos tienen una afectación más clara. Gale y Zemeckis enmascaran, en el fondo y bajo esa sátira de humor y homenajes, una triste despedida ya no sólo entre ellos, que tomarán un rumbo diferente en sus vidas, sino como una adiós al espectador. También se recobran ciertas fisonomías de oscuridad, puesto que la muerte, ese factor sostenido que entra de lleno en la segunda entrega, es aquí también un componente importante, esta vez concentrado en la figura de Emmet Brown, sin cernirse en exceso con un alcance tan polisémico como sucedía en todo el esqueleto argumental bajo la muerte de George McFly en el nuevo 1985 creado por Biff Tannen. Tampoco hay que olvidar la grandeza de una amable mitigación ética que hace crecer, definitivamente, a Marty McFly. Su antepasado irlandés, Seamus McFly le cuenta la historia de su hermano, que remite al complejo de inferioridad y apocamiento del joven, que fue apuñalado en la ciudad de Virginia mientras que intentaba demostrar que no era un “gallina”. Con ello, Marty crece y deja atrás esa inseguridad para abrazar una nueva sensación de confianza y superación. Es la clave para averiguar que la vida de la generación McFly está marcada por un destino incontinente, que viene muy bien para acentuar esa historia emocional del dilema moral que pone a “Doc” Brown en la tesitura de abandonar su vida en 1985 para quedarse en 1885.
‘Regreso al futuro III’ deja una sensación agridulce. En su época decepcionó enormemente, pero bien es cierto que despierta cierto cariño entre los más allegados a la aventura temporal de la saga. Se trata de un ‘western’ rebelde y simpático, que desobedece todos los códigos del género, curiosamente subvirtiéndolos con cierta nostalgia (hay persecuciones a caballo, el asalto a un tren, conflictos comunitarios, un sheriff y, por supuesto, un duelo a muerte), haciendo de su trama otra nueva muestra de caos. Zemeckis lo hace conscientemente, no sólo rodando varias secuencias en Monument Valley, donde John Ford rodó sus mejores y más recordados westerns y en Sonora, desierto que han visto clásicos del Oeste como ‘Duelo al sol’, de King Vidor o ‘Sólo ante el peligro’, de Fred Zinnemann, sino también aportando cierta dosis de clasicismo en su forma de dirigir, en su voluntaria sumisión a mitos del género como la inercia de Marty McFly a llamarse Clint Eastwood, así como a ese sincero y emotivo guiño a Sergio Leone copiando la táctica del duelo del Hombre sin Nombre interpretado por Eastwood de ‘Por un puñado de dólares’ o la reunión de viejas glorias en el Saloon con nombres clásicos del género como Pat Buttram, Harry Carey Jr. y Dub Taylor.
Es, en definitiva, una cinta infrecuente donde convive el ‘western’, la ciencia-ficción y la comedia, tan entretenida y coherente como fallida al carecer de muchas dimensiones que tiene su apogeo en sus precedentes. ‘Regreso al futuro Parte III’ es la que menos beneficia en comparaciones. Es irrebatible, pero eso no resta sus méritos, sus ganas de diversión y apetencia por no perder ese festón vital y optimista, con el DeLorean destruido y suplantado por tren Sierra Railroad que metaforiza las aspiraciones utópicas de Julio Verne con la familia de “Doc” Brown sumergidos en nuevas e inimaginables aventuras.
Esa conclusión se encamina hacia genuflexión de la platea, despidiendo una parte de nuestra adolescencia, asistiendo a la que sería una sensación que jamás se volvería a sentir, el adiós a dos iconos que siempre acompañarían nuestros recuerdos, unidos eternamente a la imaginería que Zemeckis logró establecer como un símbolo eterno con una trilogía que conserva su atractivo, amparada en la emoción y la pleitesía que sigue despertando en las venideras generaciones tan difíciles de sorprender. Al fin y al cabo, esa matrícula con la palabra OUTATIME volteando sobre sí misma bajo las marcas de fuego de la maquina del tiempo ya ha quedado en nuestra memoria y será imposible que dejamos de lado tantos buenos instantes.
La Trilogía, como cómputo unitario, mantiene el secreto de aquello que ambicionan los ‘blockbuster’ actuales, sin lustre, anémicos de esa exhalación de entusiasmo y brillantez que despliega la referencial primera parte de la saga y, en menos y paulatina medida, sus dos secuelas. ‘Regreso al futuro’ ha revalorizado su tasación a lo largo de los años. Y sigue siendo algo irónico que, para una película sobre los viajes en el tiempo, aún hoy en día siga siendo atemporal y logre rebatir la frase de “Doc”: “eso ya pertenece al pasado”.