domingo, 17 de febrero de 2013

38 palos

Los años van cayendo inexorablemente. Uno podría decir que incluso con prisa. la cercanía ineludible de la senectud, los achaques propios del crecimiento maduro encaminado a la edad provecta; las arrugas, la caída del cabello, las canas, el descolgamiento testicular, la hipocondría, el taca-taca, el fascinante mundo de las sondas, la cuñita, el respirador artificial, las partidas de petanca… Todo ello no es más que una gambox artificial que nos colocamos en los duros días en los que uno va entrando en años en los que comienza a atisbar el principio del fin. Es así. Para todo el mundo. La juventud se desvanece como la arena entre los dedos. Se supone que con esa conocida crisis que emerge cuando se ronda los dígitos que comienzan por el número cuatro, uno abandona esa supuesta vida sosegada y estructurada para pasar a querer retomar las experiencias de los veinte.
Muy bien. En este apartado, yo lo tengo bastante chungo. El escenario de mi vida ha hecho que el ciclo que comencé cuando alcancé la mayoría de edad no se haya clausurado definitivamente. Precisamente, por eso no lo echo de menos. Sigo viviéndolo. Me he habituado a esa tónica del ‘carpe diem’ absurdo, negándome de forma involuntaria a profundizar en la verdadera importancia de la trascendencia vital. La llamada a la madurez. Y, paradójicamente, es lo que me arrastra a la zozobra existencial. Lo lógico al llegar a ciertas edades sería hacer un balance o postulado, procurando desestigmatizar todo lo negativo y virando hacia una actitud más adulta e incluso aprensiva. Cumplo 38 y no he consumado satisfactoriamente algunas metas que todos consideran nomotéticas y establecidas como tener trabajo, tener hijos, cierto poder adquisitivo o estabilidad a medio plazo ¡Qué panorama, oigan!
Para colmo, vivimos en un país de gobernantes ladrones que cercenan cualquier expectativa de mejora para los que sufrimos sus constantes putadas y atentados a los derechos ciudadanos. Tampoco creo que ayude mucho que mi incapacidad para madurar y la realidad se lleven mal entre sí. Por lo que voy a hacer una cosa; como le dije al amigo César Brito para su blog ‘Pasaporte Charro’ hace poco, uno no tiene más remedio que mirar al desapacible futuro y mantener lo poco que queda de ilusión lo más intacta posible, procurando sobrevivir como uno bien pueda y seguir en pie sin renunciar a ello. Lo importante es no rendirse nunca. Ahí, con dos cojones. Sólo así podremos soportar el constante desengaño del presente y aguardar nuestra oportunidad en caso de que aparezca. Así que vamos a vivir lo que hay con el mejor de los rostros, justificando que esta irrefutable circunstancia anual da vía libre para la juerga dipsomaníaca sin límite, la diversión y el guiño al circunstancial albedrío que me ofrece mi situación. Bebamos y miremos al futuro desafiándole. Y mañana, resaca.
Ya lo decía Sancho Gracia en ‘800 Balas’: “No divertirse cuando uno puede es el peor pecado que existe en este mundo”. Así que vamos a ello.

jueves, 14 de febrero de 2013

Veneno

Hace tan sólo unos días, el futbolista del Anzhi Majachkalá de la liga rusa Samuel Eto’o y uno de los iconos del fútbol camerunés, salió a la palestra de las noticias internacionales al calificar a los dirigentes del fútbol de su país como corruptos e incompetentes, lo que le ha llevado a elaborar una especie de paranoia conspiratoria que apunta a que esos mismos altos cargos quieren acabar con su vida y que por ello iba a pedir las camisetas de su selección a la marca que distribuye la equipación a su selección y evitaría comer con sus compañeros para evitar ser envenado durante las comidas de las concentraciones futbolísticas de Camerún. Tanto es así que, convencido de que su vida corre serio peligro, vive acompañado de un grupo de guardaespaldas que velan por su integridad. Ayer saltaba a la portada de los telediarios otra noticia relacionada con el veneno. Un hombre que trabajaba en la sidrería El Lavaderu de Gijón fue arrestado tras una investigación en la que se determinó que había envenenado a catorce compañeros de trabajo con un fármaco en la comida que, mezclado con alcohol, potenciaba su efecto nocivo sobre la salud, provocando serias alteraciones en el personal de este conocido bar gijonés. En 2011 falleció el jefe de cocina de dicho establecimiento por esta consecuencia.
El enjambre de casualidades nos refiere a Margot Woelk, una nonagenaria que ha descrito hace muy pocos días que su trabajo durante el nazismo consistió en ir probando la comida que servían a Adolf Hitler como prueba para detectar venenos y evitar así atentados contra su vida. La obsesión compulsiva del III Reich le llevó a que en su cuartel de Eastern Front en Polonia, la célebre Guarida del Lobo, tuviera una cohorte de mujeres que testeaban los alimentos antes de que llegaran a la boca de Hitler. Por cierto, que esta mujer contaba de qué forma el gran líder alemán vivía obsesionado con la alimentación vegetariana, llegando a proponer a Joseph Goebbels una férrea intención de convertir a todos los alemanes y países conquistados al vegetarianismo. Y es que la fascinación por los venenos enciende la crueldad humana con sus siniestras consecuencias fisiológicas a través de esa funesta mezcla química. Claudio, Sócrates, Séneca, Carlos VI, Rasputín, Mozart, Napoleón e incluso puede que Marilyn Monroe son célebres personajes que murieron de forma prematura ante los efectos de alguna sustancia letal destinada a acabar con sus vidas.
El veneno parece estar de moda. Si no, basta con encender cualquier noticiario y comprobar cómo en España persiste uno que la está matando: esos políticos y banqueros corruptos son peor que la cicuta, el polonio, el arsénico y el antimonio juntos. Vivir en este país, por ende, es similar a respirar constatemente ese hedor de "verde Scheele" que acabará con nosotros.
Trágico, todo ello. Sin embargo, siempre podemos preguntarnos ¿Veneno? ¡Es veneno! Pero huele a canela… ¡A canela! Pero es veneno ¡Es veneno!...
Ilustración: Andy "Tul" Thomas.

lunes, 11 de febrero de 2013

El fascinante arte retro-futurista de Laurent Durieux

El universo del ilustrador y artista gráfico belga Laurent Durieux encuentra su germen en los mundos de Georges Méliès, Julio Verne, H.G. Wells o el diseñador industrial Raymond Loewy, trufado de enormes robots, sinuosas formas de Snoopy, miradas personales a míticos iconos del bestiario colectivo como Bigfoot o King Kong o referencias retro-futuristas a la esencia de personajes mítico de la talla Buck Rodgers. Este profesor de diseño comenzó a despuntar cuando una de sus serigrafías de ‘Tiburón’ (la que ilustra este post) despertó el interés del mismísimo Steven Spielberg, que le encargó varias copias, y después sería  citado como uno de los mejores ilustradores del mundo dentro de la prestigiosa revista Lürzer’s Archive.
Cuando el Dark Hall Mansion le encargó una serie de trabajos en Los Ángeles inspirados en el personaje de Charles Schulz Snoopy y otra basada en la serie de manga ‘Tetsujin 28-go’ de Mitsuteru Yokoyama que en Estados Unidos se rebautizó de forma más occidentalizada como ‘Gigantor’, la fama de Durieux se afianzó con un nombre respetable dentro del diseño internacional. Su contribución a la exposición ‘The Universal Monsters’ en Austin, Texas, con ilustraciones de la Momia, Frankenstein, el Hombre Lobo o la Criatura del Pantano y un excelente trabajo sobre el Mago de Oz que entregó a la Bottleneck Gallery de Brooklyn son otras muestras de este prolífico talento que reconoce sus máximas influencias en Jean Giraud “Moebius” y sus obras cumbre ‘Arzach’ y su trabajo para ‘Metal Hurlant’. Asimismo es el director de un corto animado titulado ‘Hellville’, en el que retrata una sociedad que se mueve en vehículos que se desplazan únicamente con pedales.
Si queréis echarle un vistazo a su maravillosa obra, aquí tenéis su Flickr.

viernes, 8 de febrero de 2013

Review 'Amor (Amour)', de Michael Haneke

La derrota contra el tiempo
Aunque pueda parece algo más heterogénea que anteriores cintas, ‘Amor’ es un crudo y atroz relato acerca de la vulnerabilidad ante la que se enfrenta el ser humano cuando la vejez y la enfermedad golpean de forma cruel su existencia.
Michael Haneke es un erudito experto en enfrentar a la confortable vida burguesa occidental con temores como la violencia, la culpabilidad, la incomprensión, la soledad, el sadomasoquismo, la incomunicación e incluso escarbar en la Historia para ofrecer particulares metáforas sobre el peligro del poder único o de la religión ortodoxa. Su filmografía es una de las más rotundas y personales del cine europeo. Es capaz de transformar su prodigioso análisis de la sociedad en una experiencia radical que nunca puede dejar indiferente, bajo una mirada contigua al voyeurismo de la fría realidad ante la que es preciso sustentar arduamente la observación ante lo que se ve. Su intensidad provoca y determina una posición y reflexión concretas. Así es Haneke.
El arranque de ‘Amor’ define perfectamente el carácter del director austríaco. Su circunspección sin reservas expone el crudo prólogo con la irrupción de unos bomberos en un espacioso apartamento parisino que desprende un insoportable hedor. Tras el examen del mismo, descubren a una anciana fallecida tumbada en una cama, ataviada con un vestido y rodeada de pétalos de flores. Fundido a negro y el título de la película. Seguidamente, Haneke predispone al espectador con un plano de un patio de butacas de gente observando un concierto. Un plano que parece avanzar la sacudida emocional que viene a continuación. Al cineasta le encanta ‘objetivizar’ al público como un materia pasiva de la mirada, con la intención de involucrarle con lo que percibe y haciéndolo partícipe de los desapacibles viajes a los que instiga. En esta ocasión, a través de la rutina de dos ancianos jubilados que fueron profesores de música que ven alterado ese día a día y su vínculo afectivo por una inesperada enfermedad degenerativa que anuncia que todo va a cambiar a peor. La mutación de la normalidad conlleva a una entraña y compleja prueba de amor. Tras un primer seísmo que sobresalta e inquieta su existencia, la mujer hace prometer a su marido que no volverá a un hospital pase lo que pase.
Esta historia crepuscular alcanza el grado de verosimilitud habitual de su director, que en ocasiones se muestra seco y esquemático, yuxtapuesto a una realidad austera y directa en su empeño de representar y escudriñar lo que el paso de los años define, percibiendo que en cualquier gesto, movimiento, silencio, mirada o conversación (por muy intrascendente que parezca) se esconde una vida en común que se apaga lentamente sin perder el ápice de entrega. En este parsimonioso desarrollo, la sobriedad invisible y la audacia argumental de sus imágenes se traza la voluntad de poner al espectador ante un espejo en el que todos tendremos que mirarnos antes o después, sin ahorrar detalles en esa languidez trascendental que impone la decrepitud y la muerte. ‘Amor’ impone con ello un alto grado de exigencia e interpelación con respecto al que mira. A pesar de lo heterogéneo que pueda parecer su primer tramo, ‘Amor’ continúa diseccionando desde un objetivo endoscópico el género humano, con una escrupulosidad que llega a ser insostenible, lanzando al público a una diáfana realidad de circunstancias y contextos sin filtros que la suavicen. Se trata de mirar de cerca a eso a lo que nadie quiere enfrentarse o no quiere pensar.
La gélida poética que rodea el drama, sin apenas música y con la sopredente fotografía de Darius khondji, aborda con naturalismo intrusista situaciones que no atienden a dramatismos fáciles ni a la triste situación del matrimonio, sabiendo ser sutil en la enfermedad y en los diagnósticos o el terreno médico de una situación insostenible. El fuera de campo es una de las especialidades del cineasta y con un par de sublimes elipsis, devuelve la acción a la intimidad de un hogar que ve apagarse la vida. De este modo, el drama se circunscribe a un único espacio que confiere una atmósfera cerrada, sometida a la progresión fatal de la mujer, a los silencios y la soledad en la que empieza a caer un marido por la falta de diálogo, por la pérdida de su hábitat que se desvanece descompuesto por la enfermedad. Sin embargo, Haneke, mínimamente, abre pequeños instantes ese terreno de opresión; con las esporádicas visitas de Eva (la hija interpretada por Isabelle Huppert) y un antiguo alumno que triunfa en el mundo de la música (Alexandre Tharaud) o la súbita dedicación de un par de enfermeras que tratan a la anciana de forma desigual. Incluso se acerca a la sensibilidad, cuando Anne quiere echarle un vistazo a unos álbumes de fotos y suspira por las imágenes de la vida en forma de recuerdos. También permitiendo respirar unos segundos al espectador deteniéndose en primeros planos de obras pictóricas y disponiéndolo para lo que verá a continuación.
Con la devastación de ese amor humanista que pugna contra la catástrofe, que grita en silencio al dolor del vacío, se esconde una mirada sobre la crisis de la sociedad contemporánea, al miedo y a la discapacidad para erigir ese sentido que encuentra el anciano como resistencia resignada a tan degradante dolor. ‘Amor’ hurga el trance de ser anciano y los obstáculos a lo que ello conlleva, con la decadencia física y psicológica que se aguanta con la convivencia y necesidad acumulada durante décadas. Es la agotada demostración del amor incondicional de ese viejo desolado que lucha por no separarse de su esposa y que va dejando su propia salud en el esforzado acto de procurar atender a la mujer que va quedando postrada en cama y sin poder discernir o de sentirse insultado al ver cómo una asistenta peina sin ternura a su mujer, de asumir, en definitiva, que la decrepitud conlleva a la pérdida de la dignidad humana y al carcoma de la identidad de ese ser querido que desaparece lentamente y dilata aún más el sufrimiento conjunto.
El amor, en este filme, está definido a la perfección con la complejidad que el propio término simboliza. A lo largo de este triste periplo que vivimos junto a la marchita pareja se reivindica un sentimiento que resulta menos romántico y enternecedor como brutalmente perturbador y atroz, pero que convoca tal cantidad de emociones que es imposible no sentir la devastadora convulsión con esa derrota contra el tiempo, ese toque de atención de Haneke por la vulnerabilidad ante la que se enfrenta el ser humano cuando la vejez golpea de forma cruel a su naturaleza. A tal muestra de verismo, de sacrificio ante una cámara estremecen las interpretaciones de Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, con sendas actuaciones dolorosamente reales, que hacen sentir la angustia de debilitación condenada a la extinción con una dignidad y una valentía loables.
‘Amor’, estremece y remueve las entrañas. Estamos ante una obra maravillosa y profunda, estoicamente amarga que inspira el verdadero sentido del amor más allá de su concepto y explicación, incurriendo en terrenos como la compasión y la lealtad, símbolos de su naturaleza agotadora. Haneke sigue expresando con su cine que continúa ajeno al ámbito demostrativo, que prefiere atribuir e invitar su propósito a la reflexión del que siente este cine imposible de esquivar. Su lapidaria última obra es una lección de vida de antiséptico y cruel realismo que perdurará en la memoria hasta que ésta aguante.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

jueves, 7 de febrero de 2013

Fallece Stuart Freeborn, el mito del 'make up'

Stuart Freeborn fue un autodidacta. Debutó en un departamento de maquillaje cinematográfico en 1936, en ‘Wings of the Morning’, la primera película filmada en Technicolor. Sus primeros reconocimientos llegaron con ‘Green For Danger’ in 1946 y el ‘Oliver Twist’ de David Lean, cuya polémica caracterización de Fagin en el rostro de Alec Guinness le valieron algunas críticas. Aún así, Freeborn comenzó a destacar y a ser una primera figura de la caracterización en cintas de aventuras como ‘Los arqueros del rey’ o ‘Su majestad de los mares del Sur’. A punto de morir en un accidente de tráfico mientras trabajaba en ‘El puente sobre el río Kwai’, siguió con su carrera y tras una quincena de títulos, Stanley Kubrick le llamaría para darle forma con sus genuinas prótesis faciales a los rostros de tres personajes interpretados por Peter Sellers en ‘Teléfono rojo: volamos hacia Moscú’. Con Kubrick repetiría en ‘2001. Una Odisea del Espacio’, erigiéndose como uno de los más importantes innovadores de su trabajo.
Las conceptuales formas ya avanzadas por el maquillador en ‘The Dawn of Man’ que quería Arthur C. Clark no convencieron a Kubrick, cuya intención era mostrar esos huesos que simbolizan el comienzo de la creación humana hasta la llegada del monolito en un plano de recreación naturalista con todos los primates. Los trajes de simio creados por Freeborn supusieron un antes y un después en la personalización animal dentro del cine, la más perfeccionada y realista hasta la fecha. Además, la utilización de sutiles mecanismos sirvió de fuente e influencia para que Rick Baker rompiera los moldes del ‘make up’ con ‘Un hombre lobo americano en Londres’. Esta nueva tecnología aplicada al maquillaje fue utilizada también en los salvajes caninos de ‘La profecía’, a la que se unió la cabeza segmentada de Jennings, interpretado por David Warner, fabricada con un compuesto de acrílico dental.
Todos esas nociones revolucionarias hicieron que George Lucas contara con él para su saga de ‘Star Wars’, donde explotó su creatividad y talento instaurando modelos que serían imitados hasta la saciedad. En la memoria colectiva quedarán marcados Chewbacca y Yoda, en las que Freeborn ejerció de generador de ambos mitos, pero también una serie de criaturas que han pasado al imaginario colectivo de los mitómanos de la saga. También estuvo presente en otra célebre saga, la de ‘Superman’ y se animó a renovar los Teleñecos en ‘El gran golpe de los Teleñecos’, catalizador de gran parte del desarrollo técnico de estos muñecos.
La mítica piel de espuma, los combinados de reflectantes con pintura cromada, la ingeniería aplicada a los gestos de criaturas fantásticas, la intrusión de la fibra de vidrio, la construcción de prótesis de todo tipo y tamaño y la complejidad evolutiva con la que Freeborn fue gestando sus hazañas le convirtieron en un auténtico mito dentro del Séptimo Arte. Abandonó su trabajo con 76 años, en el año 1990, dejando algunos últimos filmes como ‘Top Secret’, ‘Rey David’ ‘Santa Claus’ o ‘Terrorífica luna de miel’. El próximo año hubiera llegado a los 100 años. Pero el mago del maquillaje se ha ido con los deberes bien hechos. En una era donde los efectos digitales y la creación CGI han ido depauperando la función artística de los creadores de ‘make up’ artesanos, Stuart Freeborn siempre tendrá un hueco en la Historia como uno de los más grandes.

martes, 5 de febrero de 2013

2013: Coincidencias numéricas de fechas pares

El año pasado se nos acabó esa entrañable parida numérica de llegar a una fecha de dudoso calado alquimista en la que las dos últimas cifras del año concordaban con las mismas que las del mes y el día. Desde que empezamos el siglo ha ido siendo así. Pero se acabó. 2012 dio al traste con la extraordinaria e ineludible coyuntura. Hasta el 1 de enero de 2101 no volverá este ciclo. Casi todos nosotros, incluidos muchos de los que aprovecharon este tipo de días para casarse o que simplemente buscaron un sortilegio inexistente en el calendario gregoriano la habremos diñado. Este tipo de conjunciones de números se ajustan a una simple estética del número, más allá de los simbolismos o significados que pueda tener. Sin embargo, los amantes de este absurdo, no os desesperáis.
Si los que siguen buscando este tipo de curiosidades numerales se han quedado con ganas de más en la dádiva curiosa que hemos ido acumulando en el último decenio, que sepan que en este 2013 cada mes par, cuando coincidan día y mes (a excepción de febrero -que ha caído en sábado-) será indefectiblemente jueves ¡Todos los meses!
¿Qué misterios ocultará tal casualidad? ¿Qué simbolizará? ¿Alguna denotación cósmica? ¿Simple coincidencia? ¿Tal vez demasiada?

lunes, 4 de febrero de 2013

XLVII Super Bowl: La noche "fratricida" del apagón y de los Ravens de Baltimore

Contra todo pronóstico los Ravens de Baltimore empezaron asumiendo el mando del partido muy pronto. No sólo por ese ‘touchdown’ de Anquan Boldin a pase 13 yardas de Joe Flacco en las postrimerías del encuentro, sino porque las sensaciones de dominio absoluto iban más allá de los tímidos puntos del ‘pateador’ David Ackers de los 49ers. La interesante batalla fraternal de los hermanos Harbaugh en los banquillos parecía oscilar hacia los de Baltimore, que veían cómo su ‘quaterback’ Flacco hacía excesivamente viable enviar pases para que Jacoby Jones logrará el segundo ‘touchdown’ de la noche y poner en el marcador, inmediatamente, 14-3. Una espectacular acción que volvió a repetirse instantes después cuando de nuevo Flacco completara un pase de 56 yardas y Jones anotara su segundo ‘touchdown’, tercero para los Ravens. Los de San Francisco estaban poco menos que sometidos y derrotados, pero lograron acicalar el resultado con un ‘field goal’ y llegar al descanso con un rotundo 21-6.
Fue el momento del ‘half-time show’, que es un evento en sí mismo dentro de este ostentoso escaparate que supone la Superbowl. Se había hablado (y mucho) de la decepción que había supuesto que una superestrella de la talla de Beyoncé no hubiera cantado en directo en su actuación de la investidura del presidente Obama recurriendo al ‘playback’. Ni Alicia Keys, que se marcó un portentoso ‘Star-Spangled Banner’ de apertura que hizo llorar a algún jugador, ni Jennifer Hudson, que parece tres veces menos desde su Oscar por ‘Chicago’ ni el más ñoño coro de la Escuela Primaria Sandy Hook, de Newtown, Connecticut, que interpretó el ‘America the Beautiful’ pudieron hacer sombra al vendaval que supuso sobre el escenario la gran diva de la música.
La silueta de la pantera en el Superdome de Nueva Orleans circunscrita a un surtidor de fuego dejó una de las actuaciones más memorables y entregadas que se recuerdan. Comenzó con ‘Love on top’ y ya en sus primeros compases se notaban las ganas de exhibición y poderío de la artista afroamericana. Todo un ciclón sobre el escenario rugiendo con éxitos de su repertorio ‘Crazy in Love’, ‘Baby Boy’, ‘Halo’ hasta llegar a los ‘Bootylicious’, ‘Question’ y ‘Single ladies’ que, para asombro de todos, tuvo la comparsa de Kelly Rowland y Michelle Williams, las antiguas Destiny’s Child al completo. Momento memorable. Un golpe de efecto que cerró una actuación que sirvió para acallar todas las bocas críticas y que la consagraba una vez más como una superestrella infalible.
La reanudación del partido parecía consolidar la invasión de los Ravens sobre el campo de los 49ers, máxime cuando de nuevo el ‘wide receiver’ Jacoby Jones se marcaba una estratosférica carrera hacia un ‘touchdown’ de 109 yardas, nuevo récord en una Superbowl. El marcador 29-6 era una losa que obligaba a los de San Francisco a la gesta. Fue cuando la luz de medio estadio se apagó, provocando un parón que duró casi 40 minutos, complicando la existencia de los anunciantes y subiendo los nervios de un apagón que sirvió de excusa para acudir al servicio, preparar algo en la barbacoa, rellenar el vaso con cerveza o comentar qué pasaría cuando volviera la luz.
Y esa larga pausa fue un alivio para los de Jim Harbaugh, ya que cuando se reanudó el encuentro, el quarterback Colin Kaepernick lanzó un pase al receptor Michael Crabtree para anotar el primer ‘touchdown’ de la noche para los 49ers, a lo que prosiguió otro más por parte de Frank Gore. La Superbowl se ponía 28-20 y el partido abría las puertas al equipo de San Francisco y le daba emoción a la noche. Tras una recuperación y un ‘field goal’, los 49ers se ponían 25-28 con un parcial de 17-0 sobre los de Baltimore. El último cuarto dejaba toda la adrenalina y la emoción que se puede esperar de un choque de estas características. Cuando Justin Tucker adelantó con tres puntos más para los Ravens emergió la figura de un desaparecido Kaepernick, anotando un nuevo ‘touchdown’ y poniendo un marcador de infarto en 31-29.
Tras un ‘field goal’ de Tucker para Ravens, en el marcador lucía el resultado 34-29 a menos de cinco minutos para la finalización. Los 49ers pudieron ganar ese sexto título y colocarse en el podio de equipo más laureado junto a los Pittsburgh Steelers, sumando cuatro ‘downs’ a tres yardas del Touchdown en el último minuto. Baltimore entregó un ‘safety’ y dos puntos. El encuentro finalizó con un pateo desde la yarda 20 que remató el partido con el 34-31 final cuando apenas faltaban dos segundos. El contraataque de San Francisco fue detenido por la mejor arma de los Ravens, su sólida defensa, la misma que les metió en la Super Bowl y que le convirtió en finalista a merced del favoritismo de la escuadra de San Francisco. Con ello, lograron su segundo Trofeo Vince Lombardi en lo que va de siglo. Ninguno de los dos equipos había perdido las finales que habían disputado. Flacco fue elegido MVP con una efectividad de 22 de 33 en pases para 287 yardas y tres ‘touchdowns’ y bruñó la retirada de un clásico como Ray Lewis tras diecisiete años en la NFL y cuestionado por verse envuelto en el feo asunto del doping. El hermano mayor, John le había ganado la partida “fratricida” a Jim. El duelo de los Harbaugh se saldó con esta Superbowl emocionante para los Ravens.
En el aspecto comercial televisivo, como siempre crucial en este sarao deportivo, donde treinta segundos de emisión acarrean costes millonarios, se utiliza el evento como método de difusión de grandes masas como un punto focal alrededor del cual se construye la leyendaria promoción por parte de las grandes firmas. En esta edición se pudieron ver como cada año algunos de los ‘spots’ más ocurrentes, curiosos o divertidos del año. También algunos de los más costosos. El de los abuelos rebeldes de Taco Bell, 'Perfect Match’, de Go Daddy con Bar Refaelli comiéndole los morros a un ‘nerd’ grodo y poco agraciado, los de Hyundai (sobre todo ‘Team’), los de Doritos (míticos ‘Goat 4 Sale’ y ‘Fashionista Daddy’), el desértico Coke Chase, el ‘Whisper Fight’ de Oreo, el de ‘Best buy’ con Amy Poehler, Budweisser con ‘Brotherhood’, por supuesto el de la diosa sexual Kate Upton ‘Washes a Car’ de Mercedes, el fabuloso de Tide con la aparición de una mancha con el rostro de Joe Montana o los más típicos de M&M’s, Toyota, Speedstick. KIA o Pizza Hut dejaron ese toque de espectáculo televisivo que también forma parte, y de qué manera, de esta multitudinaria retransmisión deportiva. De los esperados trailers de cine; ‘Iron Man 3′, ‘El Llanero solitario’, el primer avance de ‘Fast & Furious 6′, ‘Oz, un mundo de fantasía’ y ‘Star Trek: En la oscuridad’ fueron los anuncios cinematográficos de una noche que, año tras año, transfiere su contexto de disputa deportiva para transformarse en una cita mundial con la esencia del ‘show’ estratosférico y universal. La Superbowl es mucho más.
Como cada año, podéis ver todos los spots de la noche en el Canal de Youtube dedicado a esta parte de la Superbowl. así como el termómetro que indica lo más votado por los telespectadores a través de votaciones por Twitter en el ‘Brand Bowl’ anual de Boston.com y unas pequeñas reviews con anotaciones sobre cada comercial escrito por Amber Lee para Bleacher Report.
Archivo de artículos abismales de anteriores ediciones

miércoles, 30 de enero de 2013

Review 'Lincoln (Lincoln)', de Steven Spielberg

Democracia en tiempos de guerra
La última cinta de Spielberg deja a un lado la Guerra de Secesión para diseccionar la personalidad y función política del Presidente más icónico de la historia de Estados Unidos, evitando la hagiografía y afrontando la complejidad discursiva que impone una de las mejores películas históricas de los últimos tiempos.
A Steven Spielberg el cine histórico trascendente siempre le ha estimulado. Su obra está salpicada, de forma directa o indirecta, por tanteos de este calado. A finales de los noventa, después de haberse consagrado con la demoledora ‘La lista de Schindler’, probó fortuna con dos filmes muy distintos entre sí que corrieron contrariadas suertes. Mientras ‘Salvar al soldado Ryan’ logró pasar a ser un paradigma ejemplar de cine bélico y muestra sobrecogedora de la autenticidad épica y sangrienta de la Segunda Guerra Mundial con epicentro del horror del desembarco de Normandía, resuelto como virtuoso trabajo de un director que recobraba su mejor y más aplaudido pulso, un año antes, con la no tan notable ‘Amistad’, el realizador aspiraba a dibujar con trazo profundo un panegírico revocatorio contra la esclavitud cargado de valores culturales, pero que a pesar de la elegante puesta en escena y la habitual destreza de Spielberg la cinta rindió, en todos sus aspectos, muy por debajo de sus ambiciosas posibilidades.
‘Lincoln’ era la ocasión perfecta para redimirse de aquella revisión de un episodio clave en la Historia de Estados Unidos. La adaptación del libro ‘Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln’, un ‘best seller’ de Doris Kearns Goodwin, una profusa biografía sobre el decimosexto Presidente de los Estados Unidos y que recopila su historia y la de los hombres que sirvieron con él en su gabinete a través de su carrera política. Nos situamos así en 1865, durante el cruento ocaso de la Guerra de Secesión y el proceso gubernamental que daría como consecuencia la crucial votación en el congreso de la decimotercera enmienda destinada a abolir la esclavitud en la nación. El alma del país estaba en juego y, como dijo William Seward, secretario de estado de su gabinete e interpretado por David Strathairn, había que elegir entre “sacar adelante la enmienda o la paz confederada”. Sorprendentemente, Lincoln se atrevió a obstruir la paz de la guerra civil para hacer posible uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la democracia del país, planificando un proceso para que se diera antes del fin de la conflagración la extinción de la esclavitud, ya que después hubiera sido imposible este objetivo presidencial.
Para Spielberg el conflicto bélico es secundario, explicitándolo únicamente en un prólogo brutal y cinético, donde se observa la cruenta batalla cuerpo a cuerpo entre hombres llenos de odio y de furia. No obstante, la Guerra permanece latente en cada segundo del filme, con alusiones cartográficas e informaciones sobre estrategias y bajas de soldados como la de Fort Fisher o la toma de Wilmington, en ese ambiente enrarecido con la muertes de miles de jóvenes soldados mientras se dirimen legitimaciones, sobornos, promesas y ardides para obtener los votos necesarios para sacar adelante la enmienda. Lincoln visita a sus tropas, escuchando pacientemente como soldados recitan su propio discurso de Gettysburg y reflexiona ante unos daguerrotipos de afroamericanos con un precio en la parte inferior que miraba su hijo pequeño dormido ante la chimenea como presentación del mito y del hombre que marcó el devenir de Estados Unidos. Más que un ‘bio¬pic’ histórico, la cinta se ciñe al metódico análisis político de un momento muy concreto, apenas un mes donde se ponen de manifiesto las maniobras y dispositivos diplomáticos, incluso testimoniando que sobre la Proclamación de Emancipación se infringieron algunos escarceos difíciles de justificar legalmente. Se trata de una disección de la política donde la democracia coexiste como telón de fondo, como objetivo en tiempos de guerra y sufrimiento.
‘Lincoln’ rehúsa en todo momento a un beneplácito que caiga en el prisma hagiográfico. No existen monólogos entusiastas, ni superfluos encomios hacia la figura de un presidente idealista y pragmático, porque tanto Tony Kushner (guionista de esa otra obra maestra que es ‘Munich’), como el propio Spielberg, reconocen una legítima estimación por Lincoln humanizando su vertiente familiar, despojada de heroicidad al vislumbrar detrás de su carisma a un hombre cuya familia está rota por el dolor de la pérdida de un hijo pequeño por el tifus y por un irrespirable ambiente matrimonial que afecta a su relación con sus otros hijos y al contexto de una Casa Blanca entendida sutilmente como cautividad inevitable.
Pese a todo, Lincoln fue un hombre obsesivo y envejecido a causa de su devoción por el cargo que ostentaba y la vida política vivida con un rasero de coherencia, lo que le sitúo como un gobernante adelantado a su época que no tuvo un legado visible en las administraciones posterior de los Estados Unidos, ya que la clase política parece haber perdido esa integridad que dejó este símbolo americano. Y lo hacen sin subrayados comparativos, ni alusiones que puedan retrotraer discursos para estos nuevos tiempos, más que la de mostrar sin rubor la Cámara era por entonces un gran teatro. Aunque es inevitable pensar que, en tiempos de partidismos y de estulticia política, bien vale una revisión ejemplarizante de político con ideales firmes y conciliadores. Los gobiernos siempre ha sido una piara de juegos sucios y corruptos en la que, en contadas ocasiones, ha emergido alguna figura relevante en la que merece la pena detenerse. Es el caso de Lincoln, que no dudó en utilizar medios poco honorables para conseguir un propósito más importante para el pueblo.
La madurez del genio
No es ‘Lincoln’ una obra que evite el tono grave y dramático en la verbalización de sus argumentos, recurriendo al humor anecdótico, si es menester, ni se amedrenta al comenzar con una dosis de sobreinformación que puede llegar a resultar algo farragosa. Lo cierto es que complejidad de personalidades y enfrentamientos la convierten en una cinta discursiva y hermética, que demanda al espectador una atención muy exigente, trufada de alocuciones, de énfasis y diatribas políticas, de detallismo plagado de testimonios y posturas enfrentadas que van tejiendo una red de personajes necesarios e inexcusables en la composición del mosaico histórico de una de las más valientes e imprevistas cintas de Spielberg de los últimos años. Su tendencia al espectáculo familiar deja paso a la reflexión, al parsimonioso suceder de los hechos, acercándose a la epopeya cuando es necesario, perforando de forma enfática y clínica la vida interior de los despachos y las cámaras legislativas para traducir los plúmbeos diálogos en una suntuosa fórmula de ‘sub-acción’ narrativa.
Hay algo que ha cambiado en Spielberg, en su forma de atender a los personajes, de mover la cámara, de mostrarse transigente con la historia y conseguir, al fin y al cabo, un cine de solemnidad mayúscula. ‘Lincoln’ está infiltrada de la genialidad de un director que ha madurado tras una trayectoria de impecable valía y que apuntala con este magistral filme su visión más clásica y depurada del cine como arte de excelsitud que en contadas ocasiones se tiene la fortuna de contemplar. Además, se entrega al público como reverso de la moneda de la estupenda y maltratada ‘Caballo de batalla’, más grandilocuente e infantilizada, pero igual de válida en su trazo histórico para un público heterogéneo y con enfrentados propósitos. Ahí, Spielberg también es un genio.
Y ésa diferencia era algo inesperado que acentúa la versatilidad de talento y que le ha permitido consolidar un sueño perseguido desde hace décadas. Es capaz de reconstruir con las mismas armas que el propio Lincoln, la lírica templada y sublime de un gran discurso, una obra tan portentosa como esta película. Sin olvidar el póker de ases que suele acompañar al director de la saga de ‘Indiana Jones’, con el intrincado trazado lumínico de un inspirado Janusz Kaminski, la música tan imperceptible como lograda de John Williams, la cadencia del montaje de Michael Kahn o el minucioso e impresionante diseño de producción de Rick Carter, que contribuyen a hacer del filme un episodio épico de pujanza expresiva inalterable.
Un documento histórico conmovedor compuesto de tragedia y esperanza, en la que destaca un respeto nada mora¬li¬zante, que dramatiza perfectamente la recreación de un período trascendental en los anales de Estados Unidos con una doble función; por inaparte, de lección de historia y, por otra, como memorándum de las inconvenientes paralizantes de un país seccionado. A través de esas habilidades y negociaciones de votos para que la enmienda llegara a buen puerto, Lincoln supone el eje de la acción de toda la trama, pero desaparece en numerosas ocasiones, cediendo protagonismo a otros factores del juego que equilibran la balanza, como en el instante en que Mary Todd (Sally Field) recrimina a Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones) delante de la cohorte que saluda al presidente, el desarrollo de cómo W.N. Bilbo (James Spader), Latham Robert (John Hawkes) y Richard Schell (Tim Blake Nelson) convencieron a rivales políticos para votar por la enmienda abolicionista.
Las poderosas imágenes del filme nos dejan momentos para el recuerdo, como la decisión de indultar a un chaval de dieciséis años por una deserción, la secuencia en la que Lincoln deja que su hijo mayor (Joseph Gordon-Levitt) acuda a la guerra sabiendo que si no lo hace vivirá con ese estigma de cobardía y de miedo constatado al ver cómo se deshacen de los miembros amputados de varios soldados supervivientes al conflicto o la imagen de un presidente abatido por el cansancio a lomos de un caballo observar en primer persona el precio de su gesta en los campos de Petersburg atestado de cadáveres de cientos de soldados de ambos bandos.
Tal vez el doble final, tras conocer que Lincoln ha sufrido un atentado en el Teatro Ford de Washington, que inteligentemente se deja en elipsis, sucumba a cierta complacencia, al margen de la cual se le perdona el remarcado ‘sign-off’ final con discurso santificador de un mito sin el que el actor que le ha dado vida no tendría la significancia que tiene en el filme. El tonelaje interpretativo y de mimetismo de un Daniel Day-Lewis colosal redimensiona a su personaje con asombrosa percepción íntima en todas sus facetas; como presidente, esposo, padre y hombre, realizando otro de esos inalcanzables trabajos que suele regalar. Es él quien corporeiza la refulgencia humana de una persona admirable, con defectos y virtudes, más allá de ese monstruoso monumento de mármol que preside el National Mall de Washington o el rostro que comparte con George Washington, Thomas Jefferson, y Theodore Roosevelt en el Monte Rushmore, porque para Lincoln aquel lugar en la historia al que estaba destinado no era tan importante como la Historia en sí.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

miércoles, 23 de enero de 2013

Review 'Django desencadenado (Django unchained)', de Quentin Tarantino

Tarantino y la reinvención del ‘afrowestern’
En su pertinaz codificación de géneros, combinando inclinaciones y referencias, Tarantino ofrece un original ‘western’ deudor del ‘blaxploitation’ en una cinta sobre la esclavitud que radicaliza su discurso y supone una soterrada crítica a Estados Unidos y sus raíces.
El logo envejecido de los clásicos de Columbia Pictures, sus créditos refulgentes en rojo sobrecargado se respalda con la canción de Luis Bacalov que daba título a ‘Django’, película de Sergio Corbucci de 1966 y que inspira el nuevo estreno de Quentin Tarantino convoca un anacronismo sobreimpresionado con el encabezado de la historia: “1858. En algún lugar de Texas”. Comienza así un ‘southern western’ esclavista que toma prestado el formato episódico y la patrón visual de aquellos ‘spaghetti’ que tanto han influido en la perspectiva visual del director, que regresa aquí al cauce de ‘Malditos bastardos’ con una reinterpretación disoluta e sublevada de los acontecimientos reales, que enfoca su espíritu explícito sin artimañas a la hora de promover con desvergüenza su esencia ficcional, sin necesidad de responder a ningún condicionamiento cinematográfico, ni histórico, ni fílmico con la que Tarantino fracciona los géneros hacia una metamorfosis cultural propia y distintiva.
Sobre el papel, la narración presenta a Django (Jamie Foxx), un esclavo dentro de una cadena dos años antes de la Guerra Civil que, en su tortuoso camino, se ve liberado por el Dr. King Schultz (un impecable Cristoph Waltz), un cazador de recompensas que viaja en un esperpéntico carruaje de dentista itinerante que le busca para comprarle con el fin de ayudarle a identificar a tres hermanos blancos para quien una vez el esclavo sirvió como trabajador en una plantación. Bajo su prototipo de codificación, cuando se trata de combinar inclinaciones y referencias, de exponer con natural soltura sus ofrendas, ‘Django desencadenado’ propone un viaje de transformación moral y psicológica de un personaje donde la diversidad de contextos provocan una invocación a los ‘spaghetti’ de Corbucci, Sergio Leone, Sergio Sollima o Antonio Margheriti, con ecos de Monte Hellman y salpicadas por melodías de Ennio Morricone o el propio Bacalov, que utiliza de un modo cardinal el ‘blaxploitation’ (cine marginal ideado durante los 70 para la comunidad afroamericana) para definir su esencia de trascendencia sobre el género con finalidades específicas.
De ahí que, pese a esa mezcla heterogénea de ingredientes derivados, Tarantino encuentre un discurso propio, que no expone un homenaje manifiesto más allá de algunos lujos de perversión visual a modo de ofrenda como son esos ‘crash-zooms’ o pequeños retazos referenciales, sino que impone una renovación dentro de las fronteras de los módulos y paradigmas del ‘western’. De hecho, incluye el aliento de otro tipo de filmes ajenos al cine europeo como ‘Mandingo’, de Richard Fleischer, ‘Sillas de montar calientes’, de Mel Brooks, cintas contributivas del ‘blaxploitation’ de Fred Williamson, uno de los grandes pioneros dentro de este tipo de ‘afrowesterns’ como ‘Boss Niger’ o el ‘Thomasine and Bushrod’, de Gordon Parks Jr.. Y ello no parece afectar a su singularidad más allá de sus correlaciones.
Sin embargo, estamos ante otra demostración de filtrado dialógico y cinéfilo, de emoción pura, llevado casi hasta el sinsentido por parte de Tarantino a su universo cinematográfico, en el que cabe ese metalingüismo y estructuración genérica que permite circunscribir su epopeya a una leyenda germánica como la de Sigfrido y Brunilda, reconvirtiéndola en Brünnhilde/Broomhilda (Kerry Washington) y transmutar a su esclavo en un héroe de cuento que debe matar al dragón de la montaña rodeada de fuego y rescatar a la chica, mediante una fábula de historicismo sobre la esclavitud histórica a ritmo de ‘hip hop’ enfurecido. De hecho, cintas como el díptico de ‘Kill Bill’ e incluso ‘Death proof’ tienen más similitudes irrecusables del ‘spaggethi’ que este filme.
Las aventuras de Django y Schultz podrían llegar a malinterpretarse como una visión perniciosa sobre el racismo y los horrores de la esclavitud en el énfasis de Tarantino por recrear un momento concreto y real donde los negros viven una constante pesadilla amoral, violenta, carente de misericordia e injusticia, pero lo cierto es que el director de ‘Jackie Brown’ juega con todos sus preceptos para corregir a ese esclavo encadenado a la representación de la utopía del hombre negro de la época en un “supernegrata”, un superhéroe cercano al cómic con la esencia de aquellos modelos vigorosos y carismáticos como son Shaft, Superfly, Black Caesar, Sweet Sweetback o el mítico Dolemite. Los esclavos observan atónitos a Django, un negro que monta a caballo junto a un blanco, como la transformación de ese esclavo humillado que pasa a ser un majestuoso ídolo, un futurible hombre libre que se permite el lujo de intimidar al hombre blanco en pleno campo de Misisipi. Y es que en esa evolución innovadora en la que Django pasa de vestir un traje de ‘Little Lord Fauntleroy’ a un adecuado atuendo de vaquero icónico e imponente con gafas de sol.
Negocios de carne por dinero
Tarantino además incide en la trama de amistad entre Schultz y Django, mediante un adiestramiento en el que el esclavo encuentra su dignidad como hombre, dándole un sentido a su propia libertad y en último término, descubriendo su propia identidad, a la vez que canaliza su ira contra sus explotadores y el hombre blanco. El doctor sería ese buen alemán que modera y conduce la venganza de Django en su afán por recuperar a su mujer, a la vez que le instruye en el arte de ser un cazarrecompensas: “es un negocio de carne por dinero”, le dice. Al igual que el comercio de esclavos, sólo que con otro filo moral tan ambiguo como apasionante. Es cuando el filme impone un giro radical en su orientación en busca de Broomhilda, que permanece como chica “de consuelo” en Candyland, una enorme plantación de Misisipi con nombre idílico y que es un infierno para el hombre negro.
Es donde entran en juego los otros dos vértices del cuadrilátero, el malvado francófilo propietario de la plantación, Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), un negrero y aficionado a la lucha a muerte de mandingos y su viejo siervo de confianza, Stephen (Samuel L. Jackson), representación bastante bastarda y desdibujada del mito del Tío Tom. Candyland es un símbolo de perversión absolutista y abusiva, donde la identidad se difumina dentro de un círculo de corrupción humana detrás de esa hegemonía del hombre blanco y la esclavitud de los negros. Lo paradójico de todo es cómo Tarantino presenta a ese negro envejecido que le ríe las gracias a su amo y que mueve los hilos de la situación a su antojo, presentando a un villano lapidario capaz de manejar a su amo desde el servilismo.
Quienes hayan tachado al de Knoxville de jugar sin prejuicios con la Historia de los afroamericanos y se sirva de ella para ironizar sobre aquellos tiempos de sufrimiento, sometimiento y opresión (entre ellos Spike Lee y su yermo discurso en contra del filme), es conveniente recordar la devoción y conocimiento honesto profundo que ha profesado Tarantino hacia las particularidades idiosincrásicas del pueblo afroamericano y que no hace más que radicalizar su discurso, mostrando la indignación subyacente en el hecho de que en ciertas partes de un país como Estados Unidos aún hoy se siga mirando con recelo al hombre negro y exista una escisión racial, máxime cuando uno de ellos ha llegado a ser presidente del país. En esa línea reivindicativa, ‘Django desencadenado’ es también una insondable crítica a Estados Unidos y a sus raíces, a sus valores y a su autoindulgencia a la hora de retratar su Historia. Como dice Stephen antes de morir en esa explosión final “siempre va a existir un Candyland”. Y eso es algo que no se debe olvidar en el discurso tanto formal como discursivo del filme.
Sin embargo, lo que encauza los acontecimientos y destinos de sus personajes es el orgullo extremo de todos aquellos que van desfilando por la pantalla, desde el férreo convencimiento de la esclavitud, en el que Candie, sabiéndose engañado por los dos invitados, discurre acerca de los rasgos del carácter del hombre negro hacia la servidumbre con una calavera del antiguo sirviente de su padre, que desguaza para tratar de probar su teoría de que algunos hombres están genéticamente estructurados para ser esclavos, pasando por esa negación de un apretón de manos que provoca una carnicería sangrienta, hasta llegar a la moderación de un hombre con sed de venganza que aplaca sus deseos de apretar el gatillo por el propósito final del plan de rescate de su amada. Es en este tramo donde la verbalización dialogal de Tarantino, que ha tenido fundamental importancia a lo largo del filme, encuentra su eclosión, el clímax de poderosa teatralidad que adquiere un sentido profundo y dimensional, culminando con esa escena de venta del mandingo rebautizado como ‘Hércules Negro’ y el desenmascaramiento del maquinación y desglose de intenciones por parte de los personajes, donde la película deshuesa el debate que daría como consecuencia la abolición y que fue el preámbulo de la guerra civil.
‘Django desencadenado’ continúa ostentando la grandeza de un director dueño de una inquebrantable espontaneidad y absoluto control en cuanto a reinventar modelos arcaicos, sin la necesidad de adjudicar una pauta hermenéutica con el poder intercesor de la imagen y, sobre todo, de la palabra, que actúan en la construcción del sentido fílmico como un ente trascendental dentro de su discurso. Por eso, sus libertades históricas y salidas de tono cómicas, que viran hacia cierto tono de ‘burlesque’ violento y desenfrenado, ya no sorprenden cuando se trata de la dinámica ‘tarantiniana’ y que moldea la violencia con dos tornos bien diferenciados; el que exhibe los esperados ‘riffs’ de violencia escandalosa, de sangre salvajemente extravagante que están más cerca del ‘slapstick’ y que conllevan a esa lógica y subyacente lujuria de la venganza sádica, tema cardinal de su cine y otro tipo de modelo más cruento y poco dado a la ironía, como los latigazos en seco, los gritos de dolor, las marcas a fuego, los ataques perros salvajes, las peleas a muerte entre mandingos, las “cajas calientes” o las castraciones de esclavos. Toda ella referente al esclavismo y sus métodos degenerados.
La violencia, al fin y al cabo, no deja de ser una conducta, un concepto narrativo y un valor dentro de la narración, tanto si es expositiva como si alude a referencias de crítica histórica que muestren su desagrado provocado por reacciones antes que por evidencias visuales en la planificación de las degradantes muestras de racismo que se intuyen en la película. No obstante, es la primera vez que existe un movimiento central romántico en una cinta de Tarantino. Django opera única y exclusivamente por el deseo de liberar a su mujer y vivir en libertad con ella, adquiriendo un entorno de gravedad y solemnidad nunca vista antes en su cine, un tema que se equilibra con su rutinario cine subversivo, tanto estética como ideológicamente y que se aprovecha de la soberbia (y enésima) elección de temas musicales eclécticos y extemporáneos con los momentos de expresión lumínica y de reverencia por el paisaje del ‘far west’, como en los grandes clásicos del Oeste que fotografía par la ocasión Robert Richardson.
‘Django desencadenado’ es una cinta provocadora, que nada en aguas de ambigüedad moral muy turbia, con momentos de comedia negra salpicada de hilaridad desconcertante, como el improbable nacimiento del Ku Klux Klan a modo de ‘gag’ y que no es más que otra consecución cinematográfica por parte de Tarantino a la hora de justificar su condición de autor capaz de crear cine de entretenimiento sin dimitir en su empeño de alternar ese cúmulo de referencias culturales y debates morales que, como ya ocurría en ‘Malditos bastardos’, altera la Historia para paliar la depravación y la injusticia por medio de la venganza de un esclavo como metáfora de una justicia histórica merecida pero nunca llevada a cado, orientando su fábula hacia esa magistral conexión de estereotipos genéricos con la impronta de clasicismo que se ciñe a un lenguaje formal modélico, que es ya un distintivo de un cineasta que ha pasado a los fastos del cine como uno de los grandes revolucionarios de este arte.
- Dossier Tarantino (I).
- Dossier Tarantino (II).
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

lunes, 21 de enero de 2013

‘Mátalos suavemente (Killing them softly)’ o la putrefacción del sistema

El capitalismo neoliberal ha logrado destruir no sólo la estabilidad del mundo, sino que ha posicionado a la humanidad en una encrucijada de lodo sin salida: el capital o la vida. No es ajeno el mundo del hampa. El fantasma de la crisis, de las palabras rimbombantes de los políticos, vacías de contenido y valor, sobrevuelan el éter enrarecido de un filme que propone ese submundo también envenenado por la desconfianza y los malos tiempos.
No hay diferencias entre el primer mundo, el que ahora mismo se deshace por la ineptitud de unos ladrones monopolistas y esa cloaca infecta que representa el universo de mafiosos de baja estofa y pequeños ladrones necesitados de subsistencia. La equivalencia no podía ser más clara. El estado es una mierda con pólvora en su interior que ha volado por los aires y ha salpicado a todo el mundo, menos a aquellos que detentan el poder.
Andrew Dominik renueva el ‘noir’ con ‘Mátalos suavemente’, adaptación de ‘Cogan’s Trade’, de George V. Higgins, indagando en la herida de esa crisis a través de un cine de largos diálogos, de chanchullos y ajustes de cuentas, con un lento proceder en una cazería pausada, empleando una visualización poliédrica a la hora de seguir los preceptos literarios, entrelazando conversaciones que poco que ver con la trama con otras cardinales en el seguimiento de sus personajes y destinos.
Su estilo de ‘slow-motions’ en un espléndido e inolvidable tiroteo de belleza sangrienta, la sensación de viaje heroinómano minuciosamente rítmica en un instante crucial del filme y su violencia física y verbal se intercalan con esos ecos políticos en las voces de George W. Bush, Henry Paulson, John McCain y Barack Obama que atribuyen su resonancia ética sobre el putrefacto mundo actual en el que vivimos, no sólo el inframundo criminal que recorre el filme, si no todos nosotros. Los mandos de poder vendrían a ser un ente tan indeterminado y ambiguo como esos mercados colapsados. Y Jackie Cogan (Brad Pitt), un cazador nihilista un tecnócrata que mira por sus bienes.
Las promesas no se cristalizan en soluciones. La culpa desaparece cuando se trata de defender los intereses. Una soberbia comedia negra que no margina otros géneros con los que define su existencia, resuelve sus propósitos en uno de los mejores finales que se recuerdan. Cuando Cogan reclama lo suyo a ese misterioso intermediario de los grandes capos (Richard Jenkins) e intenta escamotearle dinero aludiendo a un cambio de plan por la muerte de otro de los implicados cuando en la televisión a Obama se le escucha decir “Reclamar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental para muchos: que somos uno”. A continuación el filme cierra de forma fría y sin miramientos con sublime diálogo que exhorta manifiestamente que América, y por extensión de consecuencias económicas todo el mundo, ha sido y es un país de ladrones y tramposos fiscales donde cada hombre sólo actúa para sí mismo.
Driver
¿Escuchas eso? Es para ti.
Cogan
No me hagas reír ¿Somos un pueblo? Es un mito creado por Jefferson.
Driver
Oh… ¿ahora me sales con Jefferson?
Cogan
Mi amigo Jefferson es un santo norteamericano porque escribió las palabras “todos los hombres han sido creados iguales”... palabras en las que claramente no creía, dado que permitía que sus propios hijos vivieran en esclavitud. Era un rico snob que estaba harto de pagar impuestos a los británicos. Así que, sí, escribió algunas palabras que suenan bien e incitó a las masas. Y el pueblo salió y murió por esas palabras. Mientras él se sentaba, bebía su vino y violaba a su esclava. Este tipo (refiriéndose a Obama) ¿quiere decirme que vivimos en una comunidad? No me hagas reír. Vivo en Estados Unidos y en Estados Unidos vas por tu cuenta. Estados Unidos no es un país. Es sólo un negocio. Y ahora, págame de una puta vez.