viernes, 17 de junio de 2011

Review 'X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class)', de Matthew Vaughn

El renacimiento variable de los mutantes
Después de ‘Kick-ass’, Matthew Vaughn propone un cambio de aires a la saga de los mutantes de la Marvel con una precuela filmada con elegancia en una ágil concesión al ‘thriller’ que roza el cine de espionaje salpicado de sentido del humor.
El resurgimiento de una saga como ‘X-Men’, que acumulaba ya tres entregas y la disección individual de uno de sus personajes más conocidos, Lobezno, necesitaba una rehabilitación mitología debido a una anémica finalización y un agotamiento más que evidente dentro de los parámetros de las adaptaciones del cómic de la Marvel. Lo bueno de su condición de saga colectiva es que pervive en ella una amplia multiplicidad gracias a las transformaciones sufridas a lo largo de los años, que abren la puerta a las variaciones polisémicas dentro de un mundo poblado por seres mutantes con conflictos dramáticos más o menos comunes.
Pretender abarcar toda la historia de los ‘X-Men’ se antoja imposible, por lo que aquí se ha optado seguir el patrón de otros modelos superheroicos y replantear su estrategia comercial una vez agotado el prototipo para reformular la orientación de la franquicia. Sin caer de lleno en esa ‘Edad Oscura’ que alcanzó a iconos como ‘Spider-man’ o más claramente el ‘Batman’ de Nolan, Matthew Vaughn opta en ‘X-Men: Primera Generación’ por su vista de un modo autorreferencial a ‘Kick-Ass’, con nueva versión que se mueve entre la solemnidad de la problemática de esa eterna entre mutantes y humanos y algo más de frescura despojada de tanta circunspección.
Vaughn toma la batuta tras Brian Singer y Brett Ratner, abandonando la metódica frialdad del primero y el desmedido descalabro del segundo, para iniciar un parabólico y libérrimo tributo con una adaptación que se sitúa en la línea mágica y brillante de los guiones de Cleremont, Byrne, Davis o Morrison. Ha llegado un momento en que el cine de superhéroes se ha tiranizado a la reiteración, al abuso de ‘blockbusters’ que adecuan cómics manufacturados con una facilidad vehemente. ‘X-Men: Primera generación’ podría equipararse al efecto que ‘Casino Royale’ propició a otra franquicia agotada como la de James Bond. Por eso, Vaughn, junto a su elenco de guionistas formado por Ashley Miller, Zack Stentz y Jane Goldman, lo que pretenden es deconstruir lo ya narrado, desde su génesis, haciendo de esta nueva entrega una precuela y mosaico de referencias al cómic, sin traicionar sus estilemas, hasta liberarse a un producto deliciosamente subversivo. Por supuesto que no falta la reivindicación de la humanidad de los mutantes, pero ahora que se ha dejado a un lado a Tormenta o Lobezno. Aunque ojo, Hugh Jackman hace un cameo interpretando a Wolverine.
Este salto en el tiempo retribuye al fan con una cinta alimentada por la energía juvenil de los mutantes, de sus rudimentos y primeros pasos. El itinerario de esta precuela se ubica, por tanto, en los inicios de esa relación de odio y necesidad que van fraguando el Profesor Charles Xabier y el Doctor Erik Lehnsherr, más conocido como Magneto. Como viene siendo algo habitual en el último cine de acción, la pasada Guerra Fría y la crisis de los misiles cubanos de 1962 sirven de marco para desarrollar un antagonismo que les une en una misma búsqueda del malévolo doctor nazi Kalus Schimdt / Sebastian Shaw; uno con objeto de defender a su país y el otro, con ansias de venganza sobre el hombre que asesinó a su madre y lo utilizó en experimentos médicos en un campo de concentración. Por supuesto, sin olvidar densos temas como la discriminación, la enajenación, la libertad y la duplicidad confabulada en la ambigüedad que se dispone en el antagonismo de los mutantes.
Se nota el apego que siente Vaughn por el material que tiene entre manos y desarrolla su función en consecuencia, con la habitual elegancia y cognición del medio más populista del cine. El realizador de ‘Stardust’ es buen conocedor de los entresijos de lo comercial, filmando a lo grande, pero sin desprender el interés de un guión calculado con la pirotecnia de efectos digitalizados puestos al servicio de la historia. Por eso mismo, el tono existencialista queda diluido en un aspecto formal más lúdico, que juega a comedir los excesos al tratarse de una época pasada, más cauto en cuanto a demonizar la historia a los nuevos desafíos digitales.
Pese a su larga duración y sin ser la película definitiva de superhéroes y a que su franqueza prosaica se sujete a las progresiones emocionales de los personajes, la acción prolifera no sólo como parte individualizada de enfrentamientos o luchas, sino que extiende su interés a una ágil concesión al ‘thriller’ que roza el cine de espionaje salpicado de humor, con una dinámica que activa los dispositivos necesarios. Es cierto que al cineasta británico se le nota demasiado pendiente porque todo resulte sorprendente, pero lo hace con una sorprendente capacidad a la hora de combinar ingenio e instinto para obtener como resultado una cinta de gran consumo, con elevadas dosis de adrenalina y abriendo nuevas posibilidades a una saga que parecía acabada.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'Hanna (Hanna)', de Joe Wright.

Boston Bruins campeones de la Stanley Cup 2011

Los Boston Bruins machacaron hace dos madrugadas las expectativas de los Canucks de Vancouver en la final de la Stanley Cup de la NHL. La serie se había puesto todo lo emocionante que este tipo de choques se puede poner. El empate a tres partidos ganados ofrecía un encuentro a vida o muerte por parte de los dos equipos. El Canada Hockey Place se llenó con la esperanza de que Vancouver volviera a ver a su equipo levantar el máximo trofeo de la competición por primera vez en un siglo. La última vez que el conjunto canadiense vio algo similar fue el 1915, cuando ni siquiera existía el modelo de competición actual. Las expectativas eran máximas. Para los de Boston no había transcurrido tanto tiempo, ya que el último título data de 1972.
Boston salió sin especular, a jugar sus bazas en un partido vibrante, de tensión desbordada. Los dos protagonistas de este partido final fueron los dos guardametas. Roberto Luongo, de los Canucks, que no respondió a las expectativas y Tim Thomas, en el reverso de la moneda, que cuajó una actuación de MVP (recibió el trofeo Conn Smyth), convirtiéndose en el héroe de la noche al lograr 37/37 en paradas con un ‘shutout’ impresionante. Patrice Bergeron y Brad Marchand con dos goles cada uno cerraron el 0-4 que erigía al equipo dirigido por Claude Julien como el campeón de la Stanley Cup, la sexta para una franquicia que había visto cómo otros equipos, hasta en cinco ocasiones, le habían arrebatado esta oportunidad de volver escribir su nombre en lo más alto del hockey norteamericano.
Desde el inicio de esta final, los de Canadá habían copado el papel de favorito. Sin embargo, no ha sido suficiente. Fue un partido extrañamente cómodo para lo de Massachusetts, ya que en los últimos cinco partidos de la serie final, había comenzado perdiendo siempre con un 2-0 en contra. Desde 1965, ningún equipo había sido capaz de conservar una ventaja de tres goles transcurridos dos tiempos en un séptimo partido de la final. Boston lo logró. Y hoy sigue de enhorabuena. Los medios la han bautizado como 'Titletown (La ciudad de los títulos)', ya que en los últimos siete años la ciudad ha visto cómo los equipos de las disciplinas más importantes han obtenido el máximo trofeo de las competiciones más multitudinarias; NBA, NFL, MLB y NHL (Celtics, Patriots, Red Sox y Bruins). Por otra parte, en Vancouver, la derrota no sentó nada bien. Tanto es así, que se produjeron graves altercados en la capital canadiense, donde le violencia y el caos se tradujo en destrozos y detenciones. Boston entra de nuevo en la élite del hockey. Los nuevos reyes del hockey toman así el relevo de los Chicago Blackhawks.

jueves, 16 de junio de 2011

Fotos de antes dentro de fotos de ahora

Fotos dentro de fotos, diversos lugares y contextos que mantienen su persistencia a través del tiempo, donde otros retrataron en él una huella gráfica de su paso, siempre perecedero, de forma antitética y complementaria. Mezclar pasado y presente en un mismo instante, en una sola toma en la que se evidencia que, pese al cambio, la esencia sigue intacta aunque hayan pasado muchos años.
Más, en Dear Photograph.

martes, 14 de junio de 2011

25 años sin Borges

“Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”.
(Jorge Luis Borges ).
Un conflicto con el tiempo, impugnar ese trayecto para detener la progresión y el desgaste avocado al fin. Borges siempre concibió una lucha obstinada por situar su obra hacia un enfoque del tiempo circular, como avance imperecedero hacia el punto de partida, donde identidad y alteridad se vieran afectadas por ese inherente sustrato filosófico que vertebró su obra; desde su icónico platonismo hasta la forma en que vivió el lenguaje y el mundo. Su vida es indisociable a las palabras y a los juegos semánticos, a la perspicacia y a la cognición meditada. Capaz de encumbrar el sortilegio literario a un entorno contracorriente, supo abrirse paso con pulso a la complejidad de persuasión ancestral que cultiva el relato sobre el lector. Por eso, Borges fue un gran fabulador, paradigma de hombre de letras que ejerce de hechicero a través de las palabras, con multitud de inalcanzables escritos que han quedado como solemnes manuales del perfecto cuentista, aquél cuya imaginación enajena la certidumbre con la perplejidad de lo fantástico. El escritor argentino fue uno de los grandes referentes contemporáneos que perfeccionó el idioma y forjó su reconocible estilo con animadversiones y lealtades. Borges se fue tal día como hoy hace un cuarto de siglo. Y el mundo literario le sigue recordando.

lunes, 13 de junio de 2011

Dallas Mavericks campeón NBA 2011: La leyenda de Nowitzki

Dirk Nowitzki consolidó su leyenda la pasada madrugada al certificar, pese a que no cuajó un gran sexto partido, su maestría como líder de Los Dallas Mavericks en la consecución del anillo de campeón de la NBA, el primero de la historia de la franquicia. Y lo ha hecho ante los Heat de Miami, el todopoderoso equipo esculpido a base de talonario donde imponen su ley, aunque no tanto (por lo visto), el temido ‘Big Three’ de talentos fuera de serie que son LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. No ha sido suficiente. El marcador final, 95-105, dejaba claro que los Mavericks salieron a llevarse la serie, la final y los elogios. La venganza del alemán a lo largo de la final se ha traducido en unos números de líder absoluto, de jugador total, de adalid capaz de resultar decisivo jugando con 39 grados de fiebre en el cuarto partido y empezando las finales algo tocado por una fisura en el dedo de la mano izquierda. Sin embargo, la certificación de su constancia y su capacidad de reacción han sido decisivas en las cuatro victorias de Dallas, tres de ellas con espectaculares remontadas.
El gran germano ha sido nombrado MVP de las finales, con una aportación de 26 puntos, 9,7 rebotes, un 42% en tiros de campo y con unos ‘playoffs’ marcados por un 51% en tiros de tres y un 49% en tiros de campo. Sus lágrimas de emoción hacían justicia a la humanidad de un jugador que ha marcado con su talento algunas de las más brillantes páginas de esta colosal liga de fantasía y espectáculo. Su leyenda, por fin, está completa con este merecido anillo. Hace cinco años, Dallas se dejó su primer asalto al campeonato en una final contra Miami. Entonces, Wade y Shaquille pudieron con Dallas. Anoche el desagravio se sirvió, una vez más, en plato frío. La profecía de Jason Terry, que se había tatuado en el bícep el Trofeo Larry O’Brien, la Copa de campeones, vaticinó con esta fanfarronada que el equipo texano ganaría el anillo a final de la temporada. Y así ha sido.
Ante la fuerza mediática del equipo dirigido por Erik Spoelstra, Dallas ha conjugado la esencia representativa de un verdadero equipo campeón, sabiendo ofrecer un baloncesto revulsivo, basado en la colectividad y el juego en equipo. Cuando Nowitzki falla, ahí están Chandler, Terry, Marion, el veteranísimo Jason Kidd o el jovencísimo Barea (que ayer fue clave en la final) para enmendar los errores y tomar el mando. LeBron James, jugador de clase incuestionable, pero muy cuestionable a la hora de afianzarse como ese improbable heredero de Michael Jordan, comparación que, hasta el momento, le queda muy grande, por mucho que Scottie Pippen levantara un revuelo con sus declaraciones laudatorias al jugador de los Heat, se queda sin anillo en un sonado fracaso como jugador. En los instantes más decisivos del juego, en el ‘crunch time’ que se llama, James ha estado desastroso, siendo el principal responsable de los errores de su equipo cuando más falta hacía.
Por su parte, el equipo de Rick Carlisle, que ya fulminó a los Lakers de Phil Jackson, sostiene un espíritu de juego clásico, definido por el conjunto, la lógica de la defensa y la efectividad del ataque llevado con inteligencia. Dallas ha jugado una final perfecta, sometiendo a su rival al raciocinio del juego que no ha encontrado argumentos antes similares argumentos llenos de recursos. Dallas se lleva el anillo con todo merecimiento, haciendo justicia a su juego y erigiendo a su jugador franquicia al Olimpo de las leyendas. A Nowitzki lo único que le faltaba era un anillo de campeón de la NBA. Y ya lo tiene.

miércoles, 8 de junio de 2011

Muere Jorge Semprún

1923-2011
Se ha ido el testigo excepcional del Siglo XX. Un hombre que vivió parte de su vida en la clandestinidad de un exilio forzado. Ensayista, escritor, intelectual, guionista cinematográfico, traductor, ex Ministro de Cultura y profesor de literatura, Semprún se caracterizó por confeccionar, a través de sus libros memorialistas y reflexiones sobre nuestra la historia reciente, una obra de consorcio entre memoria y literatura siempre enfrentado y acallando a aquellos que, como Marguerite Duras y su marido Robert Antelme, creyeron que Semprún fue partícipe de una brutal delación contra los miembros de la célula de la rue Saint Benoit y que incomoda a los defensores ideológicos y seguidores hagiográficos del literato. Más allá de la controversia histórica que levantó su vida y su posible condición de kapo estalinista dentro del campo de concentración de Buchenwald en la Alemania de Hitler (como sugiere Stéphane Hessel, tan de moda por su ensayo 'Indignaos', base del texto para la revolución del 15-M, en su autobiografía), su paso por el infierno nazi se refleja en su trilogía sobre esta traumática experiencia en el (‘El largo viaje’, ‘Aquel domingo’ y ‘La escritura o la vida’), que influyó en todos los aspectos literarios posteriores, Semprún fue el autor de obras como ‘Adiós, luz de veranos’, ‘Netchaiev ha vuelto’, ‘El largo viaje’, ‘La segunda muerte de Ramón Mercader’, ‘Autobiografía de Federico Sánchez’ o la primera novela escrita originalmente en castellano y, posiblemente mejor libro del autor, ‘Veinte años y un día’, que suponen un ejemplo en primera persona de construcción de un legado literario sobre los fragmentos de una propia memoria inmersa en el tumulto histórico de acontecimientos relevantes del pasado siglo, donde Semprún describió su vida en el fuego cruzado que lucha para que el recuerdo no caiga en el olvido. Guionista de cineastas influyentes como Costa-Gavras, Joseph Losey y Alain Resnais en títulos imprescindibles como ‘Z’, ‘Las rutas del sur’ y ‘Stavisky’, respectivamente, este hombre de mundo, contestatario y siempre polémico por los claroscuros de su manifiestos ha logrado describir mediante su obra un foco personal para entender, siempre desde un punto de vista subjetivo, parte del pasado.

martes, 7 de junio de 2011

Review 'Sin identidad (Unknown)', de Jaume Collet-Serra

Amnesia en Berlín
El español Collet-Serra reincide en su filmografía con otra obra de espíritu comercial que, pese a lo previsible e inverosímil de su trama y desarrollo, logra dignificar con gran agilidad y oficio, aunque todo acabe siendo bastante decepcionante.
Tras cintas como ‘La casa de cera’, ‘¡Goool 2! Viviendo el sueño’ y ‘La huérfana’, el cineasta español Jaume Collet-Serra se ha consolidado como un cineasta capaz de resolver con crédito cintas comerciales que empiezan a caracterizar un cine más que convencional y previsible, pero no por ello falto de interés y capacidad creativa. La breve filmografía de Collet-Serra va asumiendo ciertos puntos en común que aúnan una nada incómoda sensación de ‘dejá vù’ de sus películas, armonizados en muchos de los prototipos del cine industrializado al combinar elementos y dispositivos más que reiterados dentro del cine actual. Las tramas y los planteamientos siempre vienen de encargo gracias al todopoderoso Jon Silver detrás de la producción. Es un cine directo, sin embelecos decepcionantes. Efectivo. La visión del director catalán tiene un objetivo muy claro: adaptarse a un cine ‘mainstream’, pero sin salirse de los edictos de unas cotas calidad autoimpuestas, que se traduzcan en una habilidosa táctica que se aferre al estilo Hollywood que no pierde de vista cierto tono europeísta y evita caer en sucios trucos de reiteración constante, con brillante agilidad narrativa. Para el realizador lo esencial prevalece sobre lo fútil.
‘Sin límites’ tampoco se anda por las ramas para plantear su periplo argumental que juega al engaño y las apariencias. El Doctor Thomas Harris es un doctor biotécnico que acude a Berlín acompañado de su mujer a dar una conferencia. Una serie de contratiempos provocados por el olvido de su maletín termina en un aparatoso accidente de tráfico que termina con un vehículo en el río Spree del que despierta sin recordar nada. Al llegar al hotel donde se alojaba, su mujer no le conoce y un hombre parece haber adquirido su personalidad. Con la ayuda de Gina, una taxista bosnia y un agente de la Stasi de Alemania Oriental iniciarán las pesquisas del porqué de todo el entramado.
Se trata de cine conspiratorio que toma como premisa la máxima ‘hitchcockiana’ por excelencia; la de un hombre aparentemente normal metido en una situación que no controla y que le supera donde tampoco falta el continuo ‘mcguffin’. Con ello, Collet-Serra no se molesta en encubrir los defectos de ese constante modelo de ‘thriller’ que acusa un progresivo desaliento, puesto que lo importante es que la celeridad, el divertimento y la acción preponderen por encima de lo demás. Inscrita dentro de un modesto seguimiento de las huellas de suspense del Maestro del Suspense, tampoco esconde su deuda con el guión de Roman Polanski y Gérard Brach de ‘Frenético’, de la que absorbe mucho de su base argumental, fundiéndola con el arquetipo, sustituyendo el viaje a los fondos parisinos del polaco por un vistazo al Berlín más turístico y estético.
La cuarta película de Collet-Serra, que fue número 1 en el ‘box-office’ es un ‘thriller’ que se alimenta retroactivamente de sus giros inverosímiles, de su simplicidad a la hora de esbozar las dudas de un personaje desmemoriado y dirimirlas con nuevos artificios que provoquen un nuevo movimiento hacia la obviedad de lo previsible. Aún así esta historia de un hombre que se busca a sí mismo o la verdad de una identidad que parece haber olvidado y por la que quieren eliminarle de una ecuación de la que ni siquiera es consciente podría ser visto incluso con percepción crítica a la hora de hablar de un fulano que termina en una sociedad de inmigrantes ilegales que metaforizan su propia situación en un país desconocido, la de un individuo desubicado y perseguido que sobreviven en una sociedad que les vigila.
Pero no es así. Desde sus primeros compases, cualquier atisbo de sutileza existencial se anula por las brillantes escenas de acción, eso sí, que atesoran una gran fuerza narrativa, con peleas agónicas y brutales como la que tiene lugar en el apartamento de Gina o las imprescindible persecuciones de coches, aflorando esa tensión desbordante cuando un sicario disfrazado de doctor intenta poner fin a la vida de Harris y éste logra zafarse de él mientras ve cómo arrastra a una enfermera alemana que ha intentado ayudarle. ‘Sin identidad’ pervive sin caer en el ostracismo por ser un cine referencial de influencias cinematográficas que insufla con sus códigos visuales y genéricos la reminiscencia del éter policíaco de los años setenta y ochenta que logra simplificar su gradación hacia terrenos más actuales de condición extraídos del personaje de Robert Ludlum Jason Bourne y su traslación a la gran pantalla. Se apunta con ello a un proceso de transformación interior de un amnésico que construye su personalidad desde el existencialismo de alguien sin memoria que pasa a un nivel de heroicidad, a un ‘actioner’ dispuesto a todo por descubrir la verdad y que desenmascara, obviamente, que no era quien él pensaba.
Es lo que articula una película, en el fondo, demasiado axiomática, que prevalece más allá de su indiferencia por la inmensa figura de Liam Neeson. Si hubiera sido otro actor el que diera vida al Dr. Harris se podría enfocar la percepción de ‘Sin identidad’ de otra forma bien diferente, porque el actor irlandés le da un empaque y personalidad elegante inigualable, ya no sólo a su personaje, sino a la credibilidad de esta montaña rusa sin ‘loops’ que va perdiendo adrenalina muy fácilmente.
‘Sin identidad’ cautiva más por su planteamiento que por su desarrollo o esclarecimiento con un doble final que cubre las exigencias de un ‘thriller’ de tensión prescrito con unas dosis determinadas que busca, sin encontrarla, la casualidad de toda la orquestación de fondo en la que falta algo de paráfrasis o acotaciones que definan y constaten todo el cúmulo de improcedencias que se suceden para desgranar una desenlace que, en otras manos, posiblemente habría destruido su espíritu de cine comercial de calidad. Lo bueno es que Collet-Serra es capaz de transformar una obra de segunda fila con una plausible identidad propia.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2011
PRÓXIMA REVIEW: 'X-Men:Primera generación (X-Men: First class)', de Matthew Vaughn.

lunes, 6 de junio de 2011

El Reino de Nadal no es de este mundo

En un ambiente contaminado por la fruición que suscita la grandeza ajena (sobre todo si es española) en Francia, Rafael Nadal volvió a escribir otra gesta histórica a su ya dilatada carrera tenística, una de las mejores de la historia del deporte de la raqueta. Su sexto Roland Garros ha sido el más intenso, el más duro, pero a la vez el más dulce. Las dudas generadas en su inicio contra el americano Isner sembraron la duda sobre sus posibilidades, sobre su juego, sobre su continuidad en el cetro de la tierra batida, en parte por la excelente campaña de Novak Djokovic que había ganado las cuatro últimas finales a Nadal. La grandeza del jugador mallorquín está más allá de todo esto. Ha ido de menos a más, desplegando lo mejor de su juego, enarbolando sus partidos con la confianza mental de un campeón de solidez irrefutable.
El primer set del partido de ayer selló de qué forma se iba a rubricar el décimo Grand Slam del de Manacor. Roger Federer, que había dejado a Djokovic en semifinales fuera de juego, salió a arrasar. Y parecía que así iba a ser. Como una apisonadora se colocó con un 5-2 y bola de ‘set’ al resto. Sin embargo, emergió el titán y bestia negra del helvético que no se cree cómo Nadal logra el 7-5 para ganar algo que parecía perdido y que apuntaló cerrando el partido con ese 7-5, 7-6, 5-7 y 6-1 final. Lo sucedido ayer en París define la mejor versión de un ganador inigualable que sigue escribiendo la hazaña que ya le equipara al mítico Björn Borg en su camino hacia el Olimpo de los elegidos con un palmarés abrumante: cuarenta y seis títulos individuales, diez Grand Slam y 515 victorias ATP.

miércoles, 1 de junio de 2011

Comprar por colores

Ese momento de transición entre la clarividencia, el absurdo y el devaneo de lo artístico. Cuando en el supermercado miras botes en conserva, botellas, productos de primera necesidad, bolsas de ‘snacks’, latas de cervezas, frutas que llaman la atención por su gama cromática. Entonces se produce una pregunta: ¿Cómo sería comprar siguiendo un patrón de colores? El ‘Shop by Color’, que por ejemplo permite comprar arte definido por el matiz del color, también recurre a algo bien distinto a lo que sucede en el mundo de la publicidad y el marketing, donde algunas tonalidades puntualizan una provocación de sensaciones en el comprador. Ejemplos de ello, es que el amarillo sinónimo de inteligencia y ahorro, el azul, de confianza y constancia, el naranja se identifica con el ocio o el que el rojo tiende a representar poder y energía. El ‘shoping’ es así, una conjunción de elementos subjetivos reunidos en torno al consumismo, ese monstruo instalado en nuestra sociedad, más allá de cualquier crisis que intente acuciarla.
El artista Marco Ugolini ha llevado esta idea más allá en la serie fotográfica 'Per color'. En colaboración con el fotógrafo Pedro Motta se propuso seguir una metodología de compra basada en el color para componer cestas en las que se agrupan productos determinados a una tonalidad única. Para Ugolini el espacio del supermercado es como un entorno de manipulación. Con este experimento pretende subvertir la estructura de poder a una función estética y libre. El resultado es una composición colorista y original que abre la puerta a una nueva idea la próxima vez que vayamos a un supermercado.