sábado, 4 de septiembre de 2010

Review 'Salt (Salt)', de Phillip Noyce

La ilógica como excusa para el divertimento
A pesar de resultar superficial, ‘Salt’ no termina por ser una necedad por el oficio de Phillip Noyce en un trabajo sumamente entretenido e inteligentemente diseñado que se mueve con tanta rapidez y habilidad que hace olvidar el absurdo desaguisado que supone el filme.
Angelina Jolie parece empeñada en convertirse en la abanderada y modelo femenino del cine de acción del Hollywood actual. Su aspiración por convertirse en un icono dentro del género, en una heroína de armas tomar, sigue su curso tras muestras de ahínco como ‘Tomb Raider’, ‘Sky Captain y el mundo de mañana’, ‘Mr. & Mrs. Smith’ o ‘Wanted’. En este caso lo hace con ‘Salt’, un ‘thriller’ de espionaje donde los síntomas del engaño van muy por delante de lo creíble, anticipándose el ardid sobre lo que se está contando, para jugar con el espectador en una doble articulación de mentiras y falsas apariencias encauzadas hacia la sorpresa final. La cinta del veterano Phillip Noyce asume su previsibilidad sin prejuicios, bamboleada por los movimientos tácticos de un personaje que traspasa la línea de lo inconcebible, pero que nunca resulta inoperante o aburrido. El núcleo de la historia es tan sencillo como superficial, sometiendo a la protagonista a una inclemente ventisca de acción donde los saltos, las carreras, los disparos y las peleas vienen a ser el único condicionante del escueto metraje de la película.
La Jolie da vida en esta ocasión a Evelyn Salt, una agente de la CIA que, tras permanecer en cautiverio y ser torturada por miembros de las fuerzas militares de Corea del Norte, regresa a casa junto a su marido para ser acusada instantáneamente por un desertor ruso de estar trabajando como agente doble que tiene como encargo asesinar al presidente de Rusia durante su próxima visita de Estado con motivo del funeral del vicepresidente de los EE.UU. en la Catedral de San Bartolomé de Nueva York. Por si eso fuera poco, cuando los acontecimientos den un giro en el juego de artificios que supone su trama, Salt deberá evitar que asesinen al Presidente de los Estados Unidos en un bunker y detener un ataque nuclear contra Arabia Saudita, que se saldaría con la muerte de nueve millones de musulmanes que volarían por los aires, cabreando así a todo árabe viviente y dando inicio a un cataclismo bélico sin precedentes.
Por supuesto, en esta tesitura enredada y dificultosa, la heroína reúne una serie de actitudes que caracterizan su condición de superagente, dibujada con la personalidad de un rol de cómic experimentada en la supervivencia con extraordinarias cualidades. De ahí que, cual sofisticado McGiver, pueda armar un ‘bazooka’ con accesorios de oficina, escapar de la sede central de la CIA sin mucho esfuerzo, trepar por las cornisas de un edificio con una mochila en la que no faltan disfraces, armas de todo tipo, una araña venenosa de su marido aracnólogo y un ‘perro patada’ y salir indemne. Obviamente, esta tipología de ‘action hero’ puede escapar con pasmosa destreza simplemente con una pistola de descargas eléctricas sobre un oficial en estado de shock cuando es arrestada por la policía y va en un coche escoltado por otros tantos.
Tal vez, el elemento más interesante (y a la vez anacrónico y podría decirse que improcedente) es la reconversión del villano global que vuelve a ser, después de muchas décadas, la amenaza rusa, rescatando aquellos fantasmas de espionaje entre KGB y CIA, en una cruenta lucha que revive la Guerra Fría, dejando a un lado la modernidad terrorista de los tiempos que corren y heredando una iconografía de malvados soviéticos que han sido programados desde su infancia para atentar contra mandatarios gubernamentales de todo el mundo, al más puro estilo del espíritu de Ira Levin con la fisonomía rusa de unos niños que parecen sacados del ‘The Midwich Cuckoos’, de John Wyndham. Evelyn Salt vendría a ser un oportuno simulacro, bendecido por su amor a la patria yanqui, de Anna Chapman, esa modelo pelirroja que fue detenida en Estados Unidos hace un par de meses acusada de espionaje enviada por el Kremlin para destapar secretos militares y de estado. Con eso, en la cinta de Noyce escrita por Kurt Wimmer, la historia se reescribe apuntando, por ejemplo, a que Lee Harvey Oswald fue instruido desde pequeño en la antigua URSS para regresar a América en 1962 y atentar contra J.F. Kennedy a favor de los intereses soviéticos. Con absurdos elementos como este, ‘Salt’ no sabe sacar partido de una posible crítica hacia los servicios de inteligencia americanos, ya que se recrea más en seguir la línea argumental de ‘El fugitivo’, de Andrew Davis (ese personaje acusado injustamente que huye mientras intenta demostrar su inocencia) que con las trémulas cabriolas visuales y drama interno de héroes modernos como Jason Bourne o el ‘revival’ de James Bond.
Aquí la instrospección humana del personaje viene dada por episódicos recuerdos a modo de ‘flashbacks’ melifluos e inconsecuentes, desprovistos de toda emoción y risibles, acerca del inicio de la relación entre la espía y su marido. ‘Salt’ es un constante desafío a la lógica, ya no sólo de las leyes físicas con sus imaginativas fantasmadas, sino en las decisiones tomadas a la ligera por su protagonista, no tanto por la importancia de las mismas dentro de la estructura lógica del guión, como de la extravagancia con las que se marcan, con caprichosa voluntad, indicando por dónde tiene que moverse el personaje y actuar según una ruta de absurda incoherencia.
Si por algo ‘Salt’ no termina por ser una necedad desacertada, aunque tenga mucho de ello, es por que el oficio de Phillip Noyce tras la cámara, que disimula en parte la catástrofe, apreciándose cierta cohesión en el ‘modus operandi’ con el que resuelven las escenas de acción, con una virtud y garantía de calidad, como extensión a aquellas adaptaciones de las novelas de Tom Clancy que perpetuó hace ya alguna década junto a Harrison Ford dando vida a Jack Ryan en sus juegos patrioteros. ‘Salt’ termina por resultar un trabajo sumamente entretenido e inteligentemente diseñado, que se mueve con tanta rapidez y habilidad que hace olvidar con destreza el desaguisado de la trama que se está contando, con acción superpuesta al nulo diálogo de relleno o digresiones sobre culpabilidades o inocencias.
También ayuda a la satisfacción, una vez más, la presencia estimulante de Jolie asumiendo su rol de máquina de matar a favor de la justicia y la salvaguardia. ‘Salt’ es una película que exige mucho de su físico y adopta su enigmático rostro para encandilar al público y sostener el protagonismo como principal efecto especial. Ella es el único vehículo de interés (muy bien flanqueada por Liev Schreiber y Chiwetel Ejiofor) y sabe distraer con convicción y profesionalidad digna de alabar en su enésima demostración de exhibición física.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Bright Star (Bright Star)', de Jane Campion.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

'Spot' Movistar e Imagenio Temporada 2010-2011: El hijo despreciable

Con el nuevo anuncio futbolero o futbolístico de Movistar e Imagenio que incluye el paquete básico con el canal GOL TV para esta nueva temporada, se recupera a su vez SMP (Siniestro Mundo Publictario), otra sección de este blog perdida en los abisales fondos del olvido. El anuncio transcurre de la siguiente manera; durante toda la vida un padre ha inculcado a su vástago el amor y la afición por los colores de un equipo que les ha unido a través de los años, más allá de la habitual relación paternofilial en esa bonita identificación hereditaria de la pasión por el fútbol y por una misma bandera. Nos muestra cómo el padre ha ido contagiándole su afecto hacia el equipo de su vida, convirtiéndolo también en el de su hijo. Viajes nostálgicos en microbus, amargas decepciones, inolvidables alegrías y celebraciones, fiestas de cumpleaños temáticas, esconder esa camiseta en el bar cuando los ultras rivales entran en el mismo establecimiento e incluso confabulándose para dejar a la madre plantada con la comida recién puesta en la mesa por ir a ver el fútbol. Viejos recuerdos ahora ya caducos grabados en una memoria compartida y añorada.
La idea es clara; el fútbol establece lazos de concordia y refuerza el vínculo generacional entre padres e hijos. Sin embargo, lo que parece un afectuoso ‘spot’ se les escapa de las manos en su actualización, en la traslación al presente, en el reflejo de este padre e hijo hoy en día. El primero, ya anciano, desea asistir con su hijo como cada año, como cada jornada, al estadio donde han vivido tantos instantes memorables. Éste, acomodado en la indecencia del ingrato le espeta sin ningún rubor: “Papá, vamos a hacer que el estadio venga a casa”. Y uno dilucida: Pero vamos a ver cabronazo… Tu padre, insisto, ¡¡TU PADRE!!, ese entrañable hombre que ha vivido tanta historia de afición por el club de vuestros amores junto a ti, que ha rehusado el hecho de ir con sus amigotes al fútbol por compartir su tiempo contigo, que se ha dejado el sudor de su trabajo en una cantidad de dinero considerable en los desplazamientos con la afición para que tú vivieras esos momentos de gloria, que te ha hecho socio del equipo desde pequeño, que ha puesto su empeño en estar juntos cada domingo en el estadio para seguir compartiendo el sentimiento por el club de vuestra vida y que, ya mayor, te está pidiendo volver al estadio… ¿Se lo estás negando? ¿Se puede tener mayor desafección y egoísmo en un claro gesto de desprecio por un padre?
Ahí el pobre hombre, emocionado e impaciente por volver al campo, por seguir la liturgia futbolística de cada domingo junto a ti, vas tú, acomodado de mierda y tienes la desfachatez de objetar a tu progenitor esa tradición que os une. Normal que el padre le mire con un rostro de incertidumbre y decepción cuando su hijo le pone una bufanda y deja a su pobre padre en el sillón viendo el partido en casa. Despojándole de la dignidad del aficionado real y transformando a su viejo padre en un aficionado televisivo al que ni siquiera le pone una miserable cerveza y una tapa para seguir, con la frialdad de la emisión televisiva, ese partido que este hombre podría recordar como el día en que perdió la relación con un hijo que no se merece. Así es Imagenio, Gol TV. y la representación de un primogénito insensible y desleal a los sentimientos de un padre. Esto es lo que profesa alguna publicidad disfrazada de sentimentalismo barato.

lunes, 30 de agosto de 2010

Review 'Centurión (Centurion)', de Neil Marshall

Un extraño ‘peplum’ de cetrería humana
El ejercicio revisionista de Marshall es un extraño ‘peplum’ que no cesa en la búsqueda de miscelánea de referencias al mostrar la hostilidad de la venganza y la supervivencia del grupo, pero tampoco aporta nada nuevo.
Con sólo cuatro películas a sus espaldas, el cine de Neil Marshall se caracteriza por un punto en común; todas están protagonizadas por un grupo de personas hostigadas que huyen de una amenaza, dejando un reguero de sangre hasta enfrentarse a un doble duelo; la bestia que les atosiga y ellos mismos. Ya pueden ser unos militares asediados por unos licántropos, como unas espeleólogas cercadas por una especie de ‘gollums’ nocturnos o una unidad militar especial que busca la salvación a un potente virus en un futuro dominado por hordas de ‘punkies’ caníbales y zumbados que viven en el estricto medievo, las cintas de Marshall imponen un substancial estilo de efectividad adherido a fórmulas de ciertos clichés del ‘thriller’ de supervivencia y un aire conocido en cuanto a ese honor y comportamiento de un grupo de hombres en un foco de situaciones hostiles y peligrosas que remiten a Howard Hawks y, en espíritu actualizado, a los John Carpenter o Walter Hill por el que Marshall siente tanta admiración. Su cine suele estar definido por conceptos como la intemporalidad, la perspectiva claustrofóbica de una amenazante atmósfera y la sangre y la violencia como elementos definitorios en su constante búsqueda de la narración interna a través del tempo gravitado en la acción sin límite.
Su nuevo ejercicio revisionista es ‘Centurión’, cruenta fábula de insubordinado historicismo a través de un capítulo especialmente sangriento de la campaña que los romanos llevaron a cabo en Britania bárbara en tiempos del emperador Adriano. El centurión romano Quintus sobrevive como prisionero a un salvaje ataque por parte de guerreros autóctonos pictos, de los cuales terminarán huyendo junto a un grupo de supervivientes de la legendaria Novena Legión del general Virilus, que es masacrada en una emboscada y de la que tendrán que escapar en un juego de cacería humana. Para Marshall la credibilidad de la historia está muy por debajo del sangriento divertimento de acción y aguante, dejando que sea el factor genérico de persecución brutal el núcleo de la película.
‘Centurión’ es extraño ‘peplum’ que deja a un lado la monotonía del trazo histórico fiel de sandalias y togas, falseando así su céfiro de película romanos, para meterse de lleno en las pesquisas de caza y acción de un tiempo remoto, de fidelidades y honor marcial dentro de un denso paraje aterrador y tribal que no se detiene en la recreación de ningún ideario estético, desplegando a golpe de espada y lanza su sobriedad y bravura, intercalando el estilo escueto y directo con la acción, sin espacios para el recoveco descriptivo o la pretensión de cualquier tipo de eminencia elocuente.
Por supuesto, que el director de ‘Doomsday’ no olvida el rudimento ‘hemoglobínico’ que determina parte de su cine. Sin embargo, en esta ocasión, la atrocidad y la violencia de la sangre salpicando es mucho menos cruenta de lo que se podía esperar. Su ‘gore’ como visualización de la fieraza de la imagen y de la historia sigue estando presente, como no podía ser de otro modo, encaminada en el fino hilo de la caricatura sangrienta al mostrar de una forma tan excesiva y chorreante de hemoglobina sus acometidas sangrientas, pero se agradece el moderación haciéndole un favor a una historia en la que las luchas multitudinarias apenas tienen lugar. Cuando es de recibo, las hachas asestan bestiales golpes, las cabezas ruedan cuando una espada las cercena o las lanzas atraviesan cuerpos mutilados, teñidos de sangre y muerte. No se escatima en el salpicón digital, en el efecto de encuadre ajustado y corte fulminante. Marshall es consciente de la formalidad de su guión y se muestra resolutivo e innovador a la hora de ir eliminando las piezas humanas de su guión de múltiples formas.
‘Centurión’ patentiza lo mejor y lo peor de su director, legitimando su condición de cineasta con múltiples recursos, astuto con la jerarquía constante que tiene la acción sobre la parrafada o el drama innecesario, pero cayendo en errores insalvables dentro de un guión que se ajusta a una plantilla revisitada, sin aportar nada que no sea esperado a lo largo del filme, máxime cuando tampoco hace progresar la iniciativa de reciclaje de la que ha hecho gala el director británico hasta la fecha. Aún así, es de recibo un reconocimiento de su maquinación entre tradición y modernidad a través de una versada miscelánea de referencias a la hora de conformar el desarrollo de una historia que evita maniqueísmos a la hora de describir secuencias dialogadas, donde la acción no se entorpece por una sobrepuesta evolución de los personajes.
Lo que importa, básicamente, es que el espectador se acerque sin concesiones ni tiempos muertos a la hostilidad de la venganza y la supervivencia del grupo. En ocasiones a Marshall se le va un poco la mano en la narrativa mecánica, que abusa de lo elemental, de lo esquemático, como esa reiteración en la huída de planos aéreos heredados de la Trilogía ‘El Señor de los Anillos’ de Peter Jackson, compensado por la excelente fotografía de Sam McCurdy y la obtención de ciertos instantes de clímax muy logrados. La aventuras de cierto aire fronterizo, de ‘western’ apagado y salvaje, se salda no tanto con un homenaje a la serie-B como en un fallido dictado de un cine comercial que traiciona, en el fondo, algo de la actitud rebelde de un director que realiza su película más convencional y autoindulgente, aunque Marshall sea consecuente con las posibilidades de su filme, sin extraer, no obstante, todo el provecho a la potencialidad de la historia. En sus aciertos y desvaríos, no hay que dejar pasar por alto el contraste de credibilidad de algunos personajes, como la veracidad de esa estrella en ciernes que es Michael Fassbender o, sobre todo, el rotundo Dominic West dando vida y fuerza al general Virilus (que es el mejor personaje del filme), con la excesiva dulzura delicada y tersa belleza del rostro de la ucraniana Olga Kurylenko, que merma la capacidad aterradora de un personaje como la guerrera Etain o, en el mismo caso, la bruja picta Arianne en el imposible rostro de Imogen Poots.
Eso sí, ‘Centurión’ no adultera su condición de cine de género diametralmente opuesto al ‘exploit’, haciendo que el divertimento de peleas, matanzas, acosos y cetrería humana abandere su condición de salvaje espectáculo que evita las doctrinas del ‘peplum’ para dotar a su narración de la energía suficiente y desertar, por poco, de los lugares comunes que pueblan un subgénero que, sin motivaciones de innovación, se suele transformar en inocuos ejercicios de abrumante puesta en escena y escenarios digitalizados. ‘Centurión’ no sigue esos parámetros, fundamentalmente porque el entretenimiento se sitúa por encima de la pretensión.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Salt (Salt)', de Phillip Noyce.

domingo, 29 de agosto de 2010

Comienza la Liga 2010-2011: el triste axioma del fútbol moderno

Santiago Segurola escribía hace poco, con cierto criterio, unas palabras en ese titánico vademécum futbolístico predestinado a ser acompañante en momentos de evacuación del excusado que es el voluptuoso Guía Marca. Se refiere a este arranque de la nueva temporada como una “realidad que está presidida por la distancia que se ha abierto entre el Barcelona y el Real Madrid con el resto de sus rivales. Es una fractura cada vez mayor que obliga a pensar en un nuevo pulso entre las dos grandes potencias del fútbol nacional… Antes, la Liga era cuestión de dos favoritos y varios candidatos. Ahora se ha abierto un hueco sideral entre Barcelona, Real Madrid y el resto. Esa es la realidad.
Umberto Eco, a su vez, afirmó hace mucho más tiempo en su ensayo ‘La cháchara deportiva’ que el deporte rey, ése por el que millones de aficionados discuten y dilucidan como si se tratara de filósofos enardecidos con la razón absoluta individualizada a los colores de su equipo, se nutre básicamente de hipertrofia discursiva. En este texto se profundiza en el fútbol como tema consumado en sí mismo, con una perorata vacía caracterizada porque, salvo raras excepciones en que espectáculo se conjuga con la fascinación del deporte y la gesta (algo como lo que ha demostrado “La Roja” en el pasado Mundial de Sudáfrica), no hay nada de qué hablar, más que lo que proviene desde un punto de vista limitado e intransigente. Todo lo que acontece en ese anfiteatro rectangular se reitera una y otra vez, invariable al cambio de los tiempos.
Desde hace años, los monopolios de atención y económicos han convertido lo que antaño fuera una pugna competitiva entre muchos equipos por un mismo objetivo en una restricción de lucro y gloria para dos únicos clubes, por lo que tanto la disposición histórica del significado de rivalidad como la esencia misma de todos sus designios quedan desechados en función de la totalitaria afinidad de un pueblo dividido, básicamente, en dos bandos. Cada uno debe responder a las expectativas, al comercio, a la estadística, a la exención populachera que les inmuniza sobre cualquier otro grupo. Los demás continúan contemplando la imposibilidad de hacer frente a los gigantes que han destruido cualquier tipo de optimismo de victoria global en una disputa de servilismo a las victorias de estos conjuntos de raigambre enfrentada y compartida.
Hoy en día, el fútbol tiene dos flancos que absorben la consideración y el sesgo de los medios, que formulan un despótico planteamiento en torno a la liga de fútbol ante la resignada mirada de aquellos que un día soñaron con que su equipo ganara algún que otro título. La evolución del feudalismo y el señorío de los que han ido engrandeciendo su gleba popular hasta convertirse en intocables egregios con aroma a excesivo peculio han terminado por transformar el torneo en una ridícula emulación de competencia adulterada y desigual. Es un sinapismo de intereses aglomerado dentro de un mercado de beneficios con la curiosidad de una audiencia sometida al siempre importuno automatismo. El fútbol ha dejado de ser lo que fue. Y como el mismo Eco exponía, ya sólo queda un deporte “circunstancial, banal y constantemente porfiado”.

viernes, 27 de agosto de 2010

Nike Air 2015 Kicks: el futuro ya está aquí

Hay instantes del recuerdo que apuntan directamente a aquellos deseos complacidos por una película en concreto. De esos que marcan para siempre. Con parte de la ingenuidad aún sin dañar, con la ilusión de unos adolescentes pueriles y soñadores, vimos muchos sueños hechos realidad. Eso sí, en la gran pantalla. La segunda parte de ese milagro fílmico y generacional que es ‘Regreso al futuro’ tiene un momento alucinante y recordado por todos como el planteamiento ilusorio de lo que sería este decepcionante futuro que estamos viviendo en estos momentos. Marty McFly baja del iconográfico DeLorean en un callejón alejado de la civilización futurista planteada por Robert Zemeckis y Bob Gale. El Doctor Emmet Brown, “Doc” para todos nosotros, anticipa a Marty que debe estar preparado con algo de ropa más adecuada al año 2015 y lo primero que le entrega son unas botas Nike aparentemente sin ninguna novedad respecto a las clásicas de cualquier época de la marca deportiva. Lo alucinante llegaba en el momento de calzarse estas inolvidables zapatillas, cuando al fijar el pie en ellas, un sistema electrónico las ajustaba y ataba los cordones automáticamente. En aquella época esto parecía (y era) ciencia ficción. Las Nike Air 2015 Kicks pasaron a ser un capricho colectivo como lo fue el ‘Skateboard hoverboard’ aéreo que simbolizó una magia ‘teenager’ irrepetible.
El futuro es el día de hoy. Y las Nike Air 2015 Kicks serán una realidad en breve. O al menos, así lo han anunciado en varias páginas del mundo al hacerse eco de un enlace publicado en el ‘World Intellectual Property Organization’s’, que sería el registro de patentes más grande del mundo. En ella, los integrantes del departamento de Nike Innovative han desarrollado el modelo real de lo que será este nuevo lanzamiento con un coherente sistema de calzado que vendría a operar del mismo modo que lo hacía en la antológica película de paradojas temporales. Las Nike Air 2015 Kicks tienen una batería y varios chips para el funcionamiento de un sistema de calzado revolucionario, el cual anudaría de forma automática los cordones, pudiendo abrirse y cerrarse de un modo mecánico y una cinta configurada para ajustar la parte superior de la zapatilla al tobillo. El diseño rememorará el calzado de McFly acomodado a los nuevos tiempos. Más información sobre estas zapatillas de próximo lanzamiento aquí.
Lo próximo… ¿un lugar donde no necesiten… carreteras?

miércoles, 25 de agosto de 2010

‘El quimérico inquilino (The Tenant)’: El conspiratorio descenso a la locura

Un hombre permanece sentado en una corroída silla del Jardín del Palacio de Luxemburgo, bajo el frío de invierno de París. Observa a unos niños que juegan con unos barcos junto al estanque. Uno de ellos comienza a llorar desconsoladamente porque, a simple vista, su barco se ha alejado mucho de la orilla. Una joven que parece su madre llega para consolarle, hablándole y tratando de que el infante se calme. El hombre se estremece, vigilando atento la situación. La chica desaparece de plano, mientras el hombre se levanta directo al pequeño. Éste le mira absorto. Inesperadamente, el hombre le increpa: “Filthy litlle brat! (¡Pequeño y sucio mocoso!)”. Y sin más, le propina una terrible bofetada y se marcha por donde ha venido, dejando al niño llorando ante lo bizarro de la situación. Es el punto de no retorno de la locura de un hombre en pleno proceso de paranoia y conflicto de personalidad. Roto y confuso por los acontecimientos que se le han venido encima en los últimos días.
¿Quién es este hombre? Se trata de Trelkovsky, el protagonista interpretado por Roman Polanski en ‘El quimérico inquilino (The Tenant)’, la que es, hasta el momento, su mayor obra maestra como director. Trelkovsky es un joven empleado de banca que busca un apartamento de alquiler en la céntrica Rue des Pyrénées. En el momento de echarle un vistazo al piso, la portera le cuenta que la antigua inquilina, Simone Choule, es una mujer que permanece en coma al haber intentado suicidarse saltando al vacío por la ventana. Interesado en la salud de la misteriosa mujer, cuando entra a vivir en el apartamento los sucesos se precipitan hacia un aparente complot del propietario y los vecinos para que él también siga los pasos que lo llevarán a un demencial suicidio siguiendo los pasos de Choule.
‘El quimérico inquilino’ comienza con un planteamiento social, en el que Polanski presenta un problema que se repite a lo largo de los años, del de la difícil búsqueda de una vivienda de alquiler céntrica y en condiciones, para transformarla rápidamente en una progresiva pesadilla claustrofóbica y malsana. Su estilo grotesco, directo y sucio provoca el imaginario desasosiego de una angustia atmosférica opresiva y turbia gracias al ojo fotográfico de Sven Nykvist, que es perfecta para exhibir un sádico e incómodo humor negro, donde lo surreal y macabro es introducido en un marco realista que termina por incitar a la confusión y al terror.
El mejor filme de Polanski se perpetúa a lo largo de su metraje con una trastornada excentricidad, que tiene su inicio en el modo en que la portera del inmueble, interpretada por la gran Shelly Winters, se descojona al mostrarle a Trelkovski las consecuencias en el mobiliario vecinal que ha dejado la caída de Choule en su intento de suicidio y sacudiendo la retina del espectador la primera vez que vemos la momificada figura de Choule lanzando un desgarrador grito de pavor ante la visión de Trelkovski y la que será la personificación de la sexualidad carnal y sugerente en el rostro de la hermosa Stella (Isabelle Adjani), mujer con la que Trelkovski no puede terminar de consumar el acto sexual, por mucho que ambos lleven la situación al extremo. Todo resulta turbador dentro del marco progresivo de sus encuentros, desde ese primer contacto, con la incursión de un fragmento de ‘Operación dragón’, protagonizada por Bruce Lee, que incluye esa secuencia tan febril como erótica en la que Stella calienta a Trelkovski ante la mirada lasciva de un voyeur accidental hasta el clímax que pone punto y final a su relación, con el pequeño polaco perdiendo la razón y destrozando el apartamento de la joven absorbido por la locura de su oscura y terrible metamorfosis.
Polanski es capaz de transmitir la enfermedad con desequilibrada maldad, zarandeando el filme con un humor negro insostenible, lleno de desequilibrada psicología que evoluciona hacia la perturbación más abyecta. El mórbido ambiente va arrastrando al espectador a través de imágenes imborrables, como ese diente escondido en un agujero de la pared tras un armario, en continuo aumento hacia la demencial psicopatía que va empapando su esencia con un sugerente éter venenoso, la visión amenazante de los vecinos, intimidantes y “normales” a la vez, que llevan al aprensivo Trelkovski a meterse en una obsesiva espiral de identificación con la antigua inquilina del piso. Un personaje incorpóreo que se alza como la gran protagonista de la función.
Una presencia constante, espectral y enigmática llamada Simone Choule, haciendo que su espíritu se apodere de él en un proceso de pérdida de identidad que termina por asumir su personalidad ficticia para travestirse física y psicológicamente con esta desconocida mujer, llegando hasta unas consecuencias totalmente insanas y fatales. Trelkovski comienza a caer en sus redes con la fascinación de un fetiche como es una bata de raso, a la que sigue el fisgoneo de sus enseres personales, comenzando la locura identificativa en la extraña visión de aquellos hombres y mujeres que utilizan el baño común, detenidos en el tiempo, mirando congelados hacia ningún sitio.
En el bar de la esquina, a Trelkovski parecen imponerle las mismas costumbres que seguía Choule, sustituyendo sus habituales cigarrillos Gauloises por los Marlboro que fumaba la difunta inquilina en un cambio de hábitos sutil y terrorífico. Polanski sabe invertir muy pronto la normalidad de Trelkovski en un descenso a los infiernos, que nace en una Iglesia, la del funeral de su futuro ‘alter ego’, cuando se escucha subjetivamente un sermón acusatorio del cura que despierta el sentimiento de culpa de Trelkovski. Va creando insólitas visiones que se dan en el edificio, como la basura que va cayendo por las escaleras para luego, en su regreso, descubrir que ha desaparecido, el ruego que le hace una vecina con su hija discapacitada para evitar que la desahucien, esa portera le entrega la correspondencia de Choule y sobre todo la temible Sra. Dioz que, llegado un momento de paroxismo mórbido, le intenta estrangular en el rellano del portal cuando es él mismo quien se agarra el cuello.
Pero si algo llama la atención del entramado críptico de ‘El quimérico inquilino’ es ese inquietante trasfondo de civilización egipcia, en el trance onírico de Trelkovski hacia el aterrador baño común, en el que descubre inscripciones y jeroglíficos de esta ancestral cultura y desde dónde se puede ver a él mismo observándose desde su habitación. Pero también en la figura de ese ex novio llorica que le confiesa que no pudo decirle a Choule que la amaba o el otro conocido que le prestó el libro ‘El Romance de la Momia’ y que aparece en casa de unos amigos de Stella durante una fiesta. Es el engranaje perfecto para el devenir en paranoia de Trelkovski, en el alcance contemplativo de la locura del nuevo y quimérico inquilino con imágenes que perturban por lo lóbrego y atractivo, como esa cabeza que bota como un balón apareciendo y desapareciendo en la ventana o las manos que intentan sujetarle entre el armario y la ventana. Un entramado perfecto, un guión paradigmático sobre la conspiración imaginaria y que ayudan a entender un pilar básico en la obra de Polanski: la pérdida de la identidad, que va dejando una sucesión de hechos que termina por desembocar en la obsesión que distorsiona un entorno corregido por el espejismo de una mente enferma. Cuando la claustrofobia mental abre al subconsciente la posibilidad confundir realidad y la locura. Una cinta memorable en la que la transformación psíquica del personaje evoluciona hacia una transformación morbosa y peligrosamente atractiva.
‘El quimérico inquilino’ es una magnífica composición de miedos y temores, realmente intemporal que traduce mediante la alineación de un individuo el comportamiento humano normal en una pesadilla apócrifa, mediante la sutilidad con la que se exagera y se transforma la realidad en insana fantasía de locura y complot, asedio y la locura. En el fondo, una crítica mordaz de una sociedad parisina profundamente conservadora e hipócrita, donde la apariencia esconde monstruos dispuestos a acabar con aquel que no cumpla las normas. Una visión siniestra del ser humano que tiene su mejor aliado en la música angustiosa de Philippe Sarde. Una película que se cierra con la incógnita de la reencarnación estimulada por la perspectiva conspiratoria, de cómo Simone Choules pudo tomar el cuerpo de Trelkovski para volver a suicidarse, de cómo una posible metempsicosis ha transmigrado el alma de la suicida para sumirle en un laberinto pesadillesco del que el protagonista no podrá salir jamás.

lunes, 23 de agosto de 2010

Humanos "multitarea"

Una inteligencia elevada pudo haber comportado un mayor estatus social y, en consecuencia, mejores opciones en la elección de compañero. Ser más listo debió de haber incrementado también las posibilidades de supervivencia, en especial con el desarrollo de la tecnología: los más listos debieron ser asimismo mejores cazadores y recolectores más astutos, y con toda probabilidad debieron cuidar mejor de sus hijos y planificar mejor las cosas. Antes del desarrollo del trabajo especializado, que acompañó a la revolución agrícola del Neolítico, para ser un humano de éxito posiblemente había que ser algo así como un “multitarea”. Es sólo hablar por hablar, pero bien podría haber sido que la fuerza muscular por sí sola no fuera más útil en la antigua Edad de Piedra de lo que lo es hoy.
Michael Hanlon, ‘Diez preguntas’ (Editorial Paidós.2008).

sábado, 21 de agosto de 2010

Review 'Los mercenarios (The expendables)', de Sylvester Stallone

‘Macarrismo’ y nostalgia de un cine de acción pretérito
Stallone ofrece al fan del cine de acción de los 80 un filme de violencia sin contemplaciones, con trazo grueso y autoparodia. ‘Los mercenarios’ está destinado a revivir las ínfulas de una añorada genealogía pasada de moda.
Hace tres décadas el cine de acción comercial se regía por otras normas, por otras tendencias taquilleras que formulaban su éxito con algunos elementos que hoy en día siguen estando vigentes. Pocos, eso sí. Otros, por desagracia (o por suerte, pensarán algunos), han quedado obsoletos. Una generación que recuerda aquellos puñetazos a mansalva sin mediar palabra, ritmo frenético, disparos a ráfagas sangrientas con armas automáticas, explosiones de tomo y lomo, palabras malsonantes inmersas en frases axiomáticas con estilo y gracia, persecuciones imposibles y un sadismo implícito que hoy es considerado como políticamente incorrecto y nocivo para la juventud. De fondo, una ideología política paródica y desquiciada más críptica en su discurso, más allá de la metáfora acerca de la implacable posición mundial hegemónica del país en aquellas décadas.
‘Los mercenarios’ nace de uno de ellos, Sylvester Stallone, el icono más representativo de esa era fundacional e icono inmortal del género constituida por aquella terna de hipermusculados héroes de acción, tan hieráticos y poco expresivos como funcionales a la hora de repartir estopa. “Sly” continua muy motivado por el reciente éxito y la dignidad que han supuesto para él el regreso al cuadrilátero del inmortal ‘Rocky Balboa’ y la sangrienta última batalla de ‘John Rambo’, reconvirtiendo sus más poderosos personajes en viejas glorias abnegadas y consumidas en sus propios recuerdos, sin terminar de cicatrizar sus heridas internas. Ahora vuelve por sus fueros, pero en ‘Los mercenarios’ no hay lugar para la reflexión bucólica.
La historia se reduce a lo siguiente: Un grupo de ex soldados de élite que trabajan como mercenarios sin miedo a morir son contratados por un misterioso hombre llamado Sr. Iglesia para que se infiltren en un país sudamericano y derroquen a un dictador en una pequeña isla de América del Sur. En realidad, el objetivo es un ex agente de la CIA, Monroe, que mueve los hilos de marionetas del tirano llamado Garza. Para ello, Stallone se ha rodeado de rostros representativos del género, una especie de ‘Hall of Fame’ del cine de explosiones y puñetazos, empezando por él mismo y compartiendo escena con gente como Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Terry Crews, Mickey Rourke o Eric Roberts. Es una pena que Steven Seagal o Van Damme no hayan vinculado sus nombres a esta fiesta para nostálgicos. Desde su preludio, ‘Los mercenarios’ deja muy claras sus intenciones: El rescate de unos prisioneros a manos de unos piratas somalíes establece el anticipo de lo que va a ofrecer el filme. Se trata de una escena de divertida matanza expuesta con vehemencia lúdica, que juega con el ruido y la violencia en la presentación de estos ex marines con un par de trazos acerca de sus respectivas personalidades.
Según las cuentas de Richard Corliss en ‘Time’ los protagonistas de la película dirigida por Stallone acumulan 439 años de edad, de los cuales 238 han sido invertidos en hacer películas de acción. Es obvio que aquellos que siempre han despreciado este tipo de películas no van a saber reconocer las virtudes de una obra de este calibre y encontrarán argumentos fáciles para desacreditarla. Quien no llegue a la sala empapado con toneladas de este cine genérico elevado a los altares del culto no podrá regocijarse con los guiños, con los ‘gags’, con el salpicón sangriento, con frases a costa del estatus del Gobernador de California, del peluquero del matón de turno o de la altura de Jet Li. ‘Los mercenarios’ es, ante todo, una película entregada al fan de este tipo de saraos. Vendría a ser lo mismo que un ‘Space Cowboys’ del ‘meathead’ inflados a esteroides y armados hasta los dientes en un universo que no entiende de sentimentalismos ni moralidades.
Hablar del guión, de aspiraciones de calidad o de búsqueda de reconocimiento por parte de la crítica más sesuda no tiene lugar aquí. Estamos ante un cine de aspersión, de exhibición de fuerza a punto de estallar. Stallone ofrece una de acción sin contemplaciones, con trazo grueso y abrupto, establecida sobre el esquematismo y el arquetipo. Se convida a una aventura previsible y ferozmente violenta, tremendamente entretenida, cuya absoluta simplicidad la hacen adictiva y sin dobleces. Este ejercicio revisionista quiere jugar a ser un inadecuado homenaje al Peckinpah más trasnochado y rebelde. Pero lo asume sin rubor y se lanza a la acción sin más miramiento que la sangre provocada por un salvaje ciclón de disparos, de explosiones, de concursos de lanzamiento de cuchillos y de peleas cuerpo a cuerpo que deja un hedor familiar a sudor, pólvora y esplendor. Cierto es que da la sensación de que el mundo violento que se describe y las acciones bélicas se estén inventando sobre la marcha. Sin embargo, y lo mejor de todo, es que nunca se avergüenza de su condición.
En ‘Los mercenarios’ abundan grandes dosis de autoparodia, donde Stallone, consciente de sus limitaciones como director y guionista, sabe equiparar intenciones y recursos cinematográficos, resolviendo con gran aptitud secuencias como la de ese hidroavión que da media vuelta para ventilarse de una forma brillante y resolutiva a medio ejército del dictador Garza en una bahía. Stallone da muestras sobradas de valía, aunque en ocasiones se deje llevar por el recurso fácil y viciado por los cánones del tembleque y montaje acelerado del actual cine de género. Por la pantalla desfilan todo tipo de arsenales armamentísticos de ensueño, capaces de destruir el cuerpo de un ser humano de un solo disparo, salpicando de vísceras con asombrosa comicidad de impacto visual. ‘Los mercenarios’ no se corta un pelo a la hora de jugar con la violencia y reconoce agradecidamente la identificación carismática de los actores con sus personajes, aunque alguna estrella como Jet Li, Dolph Lundgren o Terry Crews tengan poco tiempo para lucirse en pantalla. También es el caso de aquellos que provienen de la lucha libre; Stone Cold, Steve Austin y Randy Couture o el campeón de ‘kick–boxing’ Gary Daniels. Rostros ilustrativos de los propósitos de un filme destinado a revivir las ínfulas de una genealogía pasada de moda.
Hay una secuencia que define a la perfección la idea de ‘Los mercenarios’. Se trata de ese ‘cross-over’ que reúne, en una misma secuencia y en un mismo plano a Sylvester Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger. Es el paradigma que ejemplifica el espíritu del filme, el alma que hace esta película tan valiosa en su concepto, más allá de su ejecución. La reunión de estos tres sacros iconos y ex socios de que aquella franquicia llamada ‘Planet Hollywood’ e inmortales héroes del cine de los 80 se salda con todo tipo de ‘gags’ dándole cera al bueno de Arnie, puesto como objeto de burlas en relación a su peso y a sus ambiciones políticas. El sustrato de añoranza, de representación de aquellas juergas cinematográficas bañadas en explosiva acción, es absolutamente portentoso, muy a pesar de su brevedad o de la destreza con la que Stallone saca el suficiente jugo a tan efímero instante. Cuando Arnie rechaza “el trabajo”, reflexiona sobre los tiempos caducos en relación al presente “Estoy ocupado ahora. Déle el trabajo a mi amigo. Le encanta jugar en la selva”, dice el mítico ‘Terminator’ a Stallone y Willis, que acaban con un diálogo brillante: “¿Qué le pasa?” pregunta Stallone. “Que quiere ser presidente”, responde Willis.
En ningún momento, el filme oculta su condición de divertimento que roza lo absurdo, sostenido en la inmediatez de un cómic sanguinolento, en el que es imposible escarbar dentro de la profundidad de sus personajes o de sus condicionamientos vitales. Eso sí, el guionista Dave Callaham y el propio Stallone no dejan de divertirse a costa de ellos, introduciendo facetas a modo de drama personal en todos y cada uno, como extravagante regocijo de la imposible intrahistoria individual de estos antihéroes; de este modo, uno se muestra paternal y coherente, cansado de la vida, otro se ve afectado románticamente por una infidelidad a causa del tiempo que pasa cumpliendo sus misiones de riesgo, uno tiene complejo con una “oreja de coliflor”, traumatismo producido por las continuas lesiones en las partes blandas y exteriores de los cartílagos, otro que quiere más dinero porque es el más bajito y trabaja más o el rebelde, de poca fiabilidad, con una bestia dentro de él que le hace perder la confianza del grupo.
También hay espacio para reírse de los tiempos muertos entre sus guerrilleras ‘set pieces’ y escarnecer el existencialismo del ‘dramatis personae’, con ese mítico Mickey Rourke, interpretando a un tatuador que fuma pipa de tallo largo y ofrece un soliloquio sobre la naturaleza del alma, el amor y el sentimiento de culpa. En esta función tampoco hay lugar para sugerencias románticas. Y si las hay, se presentan con castidad y sin mariconadas. Unas gotas rebajadas de machismo debían estar presentes en una película que ofrenda a los tiempos remotos, al hálito masculino de aquellos gloriosos tiempos de testosterona inacabable. Como en el caso del rol de Statham, poniendo las cosas claras si alguien le pone una mano encima a la damisela de turno. Porque, al fin y al cabo, de lo que se trata es de glorificar la justicia violenta sobre el desafuero de los corruptos y dictadores que someten al pueblo al que defienden. Eso sí, lo hacen por dinero. Que nadie piense lo contrario. Estos veteranos soldados son héroes y villanos al mismo tiempo, evitando dar detalles políticos mientras abrazan la fuerza bruta siempre que haya una retribución justa. Estos mercenarios, redefinidos en su idioma original como ‘expendables’ (prescindibles), responden a una categoría concreta dentro del círculo cinematográfico, héroes de acción que exprimieron su efímera etapa comercial y que con el tiempo han pasado a ser juguetes rotos del olvido y que, hoy en día, no dejan de tener cierto fondo de caricatura.
Se echa de menos algo más de humor en el cómputo final para poder disfrutar el filme como un homenaje pleno, de verdadera representación vivificadora de aquel cine, que en manos de Stallone se queda algo caduco y reiterativo. A “Sly” le tira más la nostalgia con olor a naftalina que la renovación adecuada a un contexto actual de aquella impronta. Aunque, estudiándolo bien, toda la trama, su desarrollo y conclusión, no deja de ser una total dedicatoria a las obras de entonces. ‘Los mercenarios’ recupera el espíritu marcial de aquellos machotes paramilitares, la explotación de la mitomanía más macarra que devuelve al cine de acción la esencia perdida. Que nadie acuda a la sala a ver cine de gran empaque. Aquí sobran las palabras y falta artillería. Como la entidad perdida (y añorada) de aquel cine de videoclub a la que se somete. Su gran logro es recoger parte de ese deseado ‘alterkocker’ del género de acción y exhibirlo con honestidad, la que confiere Stallone al caracterizar el crepúsculo final de sus mitos y, en consecuencia, otorgando al fan una última ración de bravata crepuscular.
‘Los mercenarios es un filme de acción muy modesto, que roza la serie B, en forma y fondo. Y en último término, es lo que le hace tan atractivo y entrañable. Adrenalina, testosterona, humor cínico y mucha acción sin freno componen la esencia de las aventuras de este grupo de veteranos que vienen dispuestos a demostrar, armados hasta los dientes y curtidos en mil batallas, que las películas de acción no han pasado de moda. Como ese plano que abre y cierra la película y que sintetiza la intención de Stallone: seis tíos con moto que van a buscarse la vida al compás del ‘The boys are back in town’, de Thin Lizzy.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Centurión (Centurion)', de Neil Marshall.

viernes, 20 de agosto de 2010

2k11: La ilusión de la memoria

A veces, existen recuerdos y retazos de una sensación perdida, escondida en la memoria. Como un ‘flash’ que aviva la juventud, que despierta la fantasía, la ilógica de una ilusión que viene de un futuro que, de repente, con la edad, se materializa con un lujo de detalles inaudito. Lástima que no podamos volver al pasado para que el hipnotismo sea pleno. Sólo nos queda esa nostalgia reemplazada en una quimera al alcance de nuestras manos. A veces, esos recuerdos llegan en forma de píxel, como adelanto de lo que serán nuestras vidas, en una época donde la tecnología sustituirá la memoria por alucinantes incorporaciones a modo de cosas como esta maravilla creada por 2KGames.

jueves, 19 de agosto de 2010

Absurda suma de parecidos (IX)

El jugador alemán Mesut Özil fue la noticia de ayer en el apático universo del fútbol. Su fichaje por el Real Madrid acaparó las portadas del medio deportivo. El equipo de ese arrogante entrenador llamado José Mourinho ha fichado (como siempre) a golpe de talonario a una de las sorpresas y revelaciones del pasado Mundial de Sudáfrica por una cifra bastante irrisoria que no se corresponde a la relación calidad-precio en comparación con los fichajes del año pasado CR9 (o CR7 –otro extra de camisetas a vender-) y Kakà.
Özil recupera, con su rostro de susto que le confiere un porte de hombre tranquilo y algo alelado, una sección que se olvida en el fondo insondable del Abismo para resurgir de vez en cuando. ASP devuelve la mezcla de parecidos absurdos entre este futbolista con el corte de cara y los rasgos del actor mexicano Diego Luna, que comparte unos ojos algo saltones y de sapo del gran humorista Enrique San Francisco y ese aire andrógino y chungo de Nicky, el que fuera primer concursante transexual del ‘reality’ ‘Gran Hermano’. “Estoy muy feliz de estar aquí y jugar con ellos”, manifestó ayer refiriéndose a su nuevo club. En su cabeza podía leerse “Estoy muy feliz de poder ganar esa interesada e interesante millonada por la que he venido a la capital de España”.