domingo, 6 de junio de 2010

Nueva y épica victoria en Roland Garros de Rafa Nadal

…cuando la épica no abandona a los emblemas incansables.
…cuando la necesidad de ser el mejor no es un requisito, si no una dadiva sobrehumana expuesta desde la humildad.
…cuando el talento y la fuerza se unen con un objetivo común.
…cuando todo un país volvió a ver al mejor regresar a su cetro, sin perder la confianza en él.
…cuando un tenista asombroso dejó claro quién es el soberano absoluto de un deporte en el que sigue siendo el mejor.

viernes, 4 de junio de 2010

'Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The Sands of Time), de Mike Newell

El reciclaje de los nuevos modelos comerciales
Sin artificios ni engañifas, esta adaptación llevada a la pantalla por Mike Newell busca lo que todas las películas de Bruckheimer: la rentabilidad a toda costa y el entretenimiento como arma ¿Lo consigue? Sólo a ratos. Pero es suficiente.
Parece ser que los últimos ‘blockbusters’ veraniegos llegados de Hollywood deben reunir algunos requisitos comunes. De entrada, un presupuesto descomunal es casi un factor exigido para una exhibición de grandilocuencia visual. También debe tener alguna estrella reconocida, aunque tampoco necesariamente una superestrella del ‘star system’. Por supuesto, y de forma cardinal, unos efectos especiales que superen con creces el interés de lo que se narra. Es lo que hará que el público acuda a la sala. Y por último, un director versado en este tipo de saraos que conozca bien el medio y el alcance del cine de género para abdicar ante el mayor de sus mandamientos: el entretenimiento sobre todas las cosas. Como no podía ser de otro modo, ‘Prince of Persia: Las arenas del tiempo’ sigue este patrón. Hollywood no podía dejar escapar la oportunidad de llevar a la pantalla esta traslación cinematográfica de la célebre saga de videojuegos del género de plataformas iniciada en 1989 por Jordan Mechner. Desde entonces, el dinamismo ha ido ‘in crecendo’ a medida que la tecnología ha avanzado. Su adaptación al cine llega de la mano de la todopoderosa Disney, que ha rebajado sensiblemente el contenido violento para ofrecer una adaptación más ajustada a todos los públicos. Y detrás, Jerry Bruckheimer, empeñado en ser un “Cecil B. De Mille de la era digital”, como lo define el crítico David Debny en The New Yorker. Con todo esto, ya sabemos qué nos espera antes de embarcarnos en esta aventura. Es decir, un filme ostentoso en lo digital y rimbombante y desmedido en su ambición por la taquilla familiar. Lo mejor de la película es que no engaña, no hay artificios de dudosa transparencia. Con el nombre de Bruckheimer se pone de manifiesto que el producto busca, como una marca de fábrica, un sólo objetivo común: la rentabilidad a toda costa y el entretenimiento como arma.
‘Prince of Persia: Las arenas del tiempo’ gira en torno a un hipermusculado Jake Gyllenhaal, que pone rostro al príncipe Dastan, un intrépido joven que se une a una hermosa y enigmática princesa llamada Tamina (la sensual Gemma Arterton) para evitar que el insolente y vengativo villano Nizam (al que da vida un histriónico Ben Kingsley) consiga las Arenas del Tiempo, un regalo de los dioses que permite a su poseedor manipular el tiempo y adueñarse del mundo. Desde su comienzo, sigue los edictos del videojuego, con unos títulos que avanzan la leyenda sobre un mapa de la antigua Persia para dar forma al argumento y al destino de sus personajes. A partir de ahí, comienza el costoso espectáculo, que se va erigiendo con un empeño que aspira a ser una adaptación discordante (y a la vez frívola) de ‘Las mil y una noches’, tomando como referencia la adaptación de la temática argumental de los juegos de Ubisoft, donde la fantasía de la narrativa arcaica de la épica va forjándose en medidas cuotas de acción, persecuciones y desmedidas piruetas. Se decanta así por un rollo clásico, a la antigua, aunque luego lo que veamos no se encauce exactamente por esa vertiente.
Aquí el ‘macguffin’ es una daga que da rienda suelta a esas arenas que pueden invertir tiempo y que en las manos equivocadas podría provocar la destrucción de la Tierra y todo lo que rodea a la aventura de Sadan está contagiado por una previsibilidad de desarrollo argumental que no molesta en exceso, salpicando con accidentales alusiones al entorno político del pasado reciente, como el tema de Irak y las armas de destrucción masiva, pero veladas por su inocencia e incapacidad de acentuar su trascendencia, puesto que ni los guionistas Boaz Yakin, Doug Miro y Carlo Bernard, ni Bruckheimer o su director Mike Newell tampoco se quieren complicar mucho la vida mientras haya ese halo de cabriola digital que distraiga a ese espectador que atiende a la pantalla mientras come palomitas sin pensar mucho en qué es lo que está pasando.
Incluso viene bien la irrupción de Sheik Amar, rol al que da vida Alfred Molina, confabulado empresario que dirige carreras de avestruces y que suponen el alivio cómico a la cinta. También existe algún diálogo poco exprimido en la que se parlotea sobre la opresión de las “pequeñas empresas” por parte de los gobernantes. En este terreno, poco más que destacar de una película sin más pretensión que la de acentuar su montaje excesivo, no pararse demasiado en ningún tramo del filme y resultar formularia en sus empeños cinematográficos.
Llega un momento en el que lo único disfrutable de ‘Prince of Persia: Las arenas del tiempo’ son precisamente esas improbables piruetas en plan “Parkour Jump” del personaje del juego corriendo y haciendo virguerías acrobáticas sobre mercados, alféizares y ruinas. Algo que, para el ‘gamer’ de antaño, despertará cierta nostalgia, aunque sea inacabada. Lo que sucede con tanta digitalización, por esa afección tecnológica CGI es que la falsificación de los códigos de la épica y de la aventura lleva a un inoportuno reduccionismo del estrato imaginativo de los viejos clásicos de un género que, siendo coherentes, cada vez ofrece más superfluidad y poco material defendible. Mike Newell, consciente de las limitaciones del material y de las suyas propias (¿dónde quedó aquel artesano de ‘Donnie Brasco’?), sabe lo que le gusta al público adolescente y juvenil menos exigente, consciente de su experiencia en películas de atractivo infantil, puesto que es el responsable de ‘Harry Potter: El Cáliz de Fuego’.
Lo peor es que se limita a ejercer de asalariado, incapaz de aportar algo de genuina personalidad a cualquier plano. A la postre, este nuevo armatoste digital no hace más que reciclar los nuevos modelos de cine comercial y los vuelve a vender como novedad. Lo que deviene en impostada jugada de mercadotecnia que está fraguando una costumbre, la de conceder espectáculos mastodónticos perfectamente envueltos con superficie de lujo y, sin que sea un producto desdeñable, adulterar una y otra vez lo que ya se ha visto.
No obstante, la aventura de Dastan posee ciertas fortunas, como la de un sentido del ritmo bastante destacable (los 116 minutos que duran se suceden vertiginosamente) o la idea de plasmar con vivacidad e imaginación el hecho de derivar la estructura del juego basado de plataformas a la gran pantalla, siguiendo los pasos de un metrónomo que va indicando cuándo debe haber una pelea, una escena de acción o momentos más sosegados, hasta llegar a la explosión final en el que se da el enfrentamiento con el maligno Nizam. ‘Prince of Persia: Las arenas del tiempo’ vendría a ser como una hermana bastarda de ‘Piratas del Caribe’, con sus mismas voluntades, que no duda en lanzar infusas declamaciones heroicas, cuidadosamente escritas para dotar de cierta profundidad unos diálogos que, en ocasiones, rozan lo ridículo.
La nueva superproducción del verano destinada a acumular gran fortuna y público se define por su condición de montaña rusa que se entiende únicamente como entretenimiento irrigado de algo de fantasía oriental y exotismo actualizado con intención de complacer con funcionalidad. Algo que, por otra parte y en los tiempos de cine comercial que nos asolan, no quiere decir nada. Por lo menos, eso sí, se han ahorrado el 3D. Otro tanto a su favor.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'The Crazies (The Crazies)', de Breck Eisner

miércoles, 2 de junio de 2010

Freak Show

A lo largo de los años los circos han deambulado por todos y cada uno de los rincones del mundo con sus números de artistas, trapecistas, payasos, domadores de animales y sobre todo una de las atracciones más tremebundas de la orbe circense: los ‘freaks’, personas con todo tipo de malformaciones y peculiaridades, que instigaban al rictus a medio camino de asombro y repugnancia, en el fondo intriga, de los asistentes a este tipo de evento tan popularizados hace décadas.
He aquí una colección de afiches de este tipo de circos de variedades que transitaron por Europa allá por los años 20 y 30.

domingo, 30 de mayo de 2010

Se ha ido Dennis Hopper, el rebelde más sedicioso de Hollywood

1936-2010
Cuenta Peter Biskind en su archiconocido e imprescindible libro ‘Moteros tranquilos, toros salvajes’ que el impacto de ‘Easy Rider’ provocó un movimiento sísmico dentro del sistema hollywoodiense nunca antes visto. Dennis Hopper fue catapultado al éxito pasando a ser un icono de la contracultura como lo eran John Lennon, Abbie Hoffman y Timothy Leary. Por aquel entonces el signo de Hopper era el de una divinidad que empezaba a caer en la grandilocuencia, la megalomanía y la grandeza autoasumida en una espiral de sexo, drogas y fiestas salvajes. Life le llamó “el director más potente de Hollywood”, un realizador capaz de revolucionar el cine con la desvergüenza de los genios. En el apartado más disoluto, incluso se atribuía el mérito de haber puesto de de moda la cocaína entre los hippies. “No había cocaína en la calle antes de mi película”. Para Hopper fue una revelación: “mientras filmábamos podíamos sentir que el país entero estaba en llamas. Los negros, los ‘hippies’, los estudiantes… Yo quise introducir ésa sensación en los símbolos de la, película, como la gran moto del Capitán América –esa hermosa máquina cubierta de de barras y estrellas y con todo el dinero en el tanque de gasolina, es América-. La sensación de que en cualquier momento podíamos volar en pedazos ¡Bum! Una explosión. Como al final de la película”.
Con Hopper además de un gran actor se va una figura imprescindible para asumir que un día el cine dejó sus estilemas arcaicos y abrió la veda de una generación que daría algunas de las mejores obras maestras de finales de los 70 y definiría el futuro inmediato de aquellos años. Con él se va una leyenda de la rebeldía y del desprecio hacia las normas. Un genio que llenó páginas con sus historias personales y profesionales dentro de una vida marcada por el exceso.
D.E.P.

viernes, 28 de mayo de 2010

Review 'Two Lovers (Two Lovers)', de James Gray

Rígida melancolía y poética sensorial
La dotada personalidad cinematográfica de James Gray es capaz de trazar una fascinante construcción introspectiva a unos personajes inmersos en una tragedia anímica con oscilaciones afectivas hacia las soluciones erróneas.
Con sólo cuatro películas en su filmografía James Gray se ha confirmado como uno de los directores más interesantes del cine norteamericano de la última década. Su condición contracorriente, su pulida estética y metodismo fílmico abogan por la verdadera libertad creativa para plasmar historias alejadas de cualquier convencionalismo, sin dedicarse a descomponer el género en el que aplica su depurado estilo formal, pero partiendo de sus bases a la hora de reflejar en pantalla sus planteamientos narrativos. Tachado por parte de la crítica como ‘posmodernista’, aunque lo hagan en un extremo mucho más moderado que a cualquier “auteur” que se separe de las líneas prescritas por Hollywood, Gray ha sabido distanciarse de las etiquetas, determinando sus rasgos a una agradecida heterogeneidad enfocada hacia un tono minimalista, en el que exponente de contención e independencia se basa en la discreción y el ‘antiefectismo’, convirtiéndose en un ejemplo de cineasta arriesgado e inclasificable.
Para ‘Two lovers’, cinta que llega con dos años de retraso a las pantallas españolas, James Gray toma la novela corta de Fiodor Dostoievski ‘Noches blancas’ como vínculo dramático para contar el conflicto de Leonard Kraditor, un personaje oscuro y bipolar, incapaz de virar el rumbo de su rutinaria vida que intenta torpemente suicidarse al comienzo de la cinta. Su actitud cobarde y sus fantasmas interiores no le dejan saber muy bien qué es lo que quiere en esta vida, permaneciendo atormentado con una traumática relación perdida con su ex prometida. Leonard vive con sus padres en Brighton Beach víctima de sus propias obsesiones entendidas como mala suerte. En un esfuerzo por lanzar algo de luz a su vida, sus padres, Reuben y Ruth, le presentan a Sandra, la hija de unos amigos que se dedican a la limpieza en seco con la que parece conectar en seguida. Sin embargo, Leonard conocerá simultáneamente a Michelle, que vive en el mismo edificio de apartamentos. A partir de ese momento, los acontecimientos se bifurcan en dos opciones bien distintas.
‘Two lovers’ urde desde el comienzo un drama cuya materia gravita constantemente en la importancia de las decisiones, pero a la vez en la dualidad, en la disyuntiva de una condición ética y existencial propuesta a un joven perdido en su frustración. Por un lado está la morena Sandra, como mujer ideal cuyos principios sentimentales se ciernen a la coherencia y al amor recíproco. Ella posee un perfil clásico de mujer amante y sumisa, comprensiva y tierna. El escenario familiar y rutinario que tanto apesadumbra al protagonista. Por el otro, Michelle es la imagen idealizada y turbadora de un sueño inalcanzable y, a su vez, una vía de escape, la libertad que promete una vida alejada de la herencia familiar de un negocio aburrido. Dos ideales confrontados, el amor pragmático desagraviado contra el platonismo de otro no correspondido, puesto que Michelle está enamorada de un hombre casado que no cumple su promesa de dejar a su familia por ella. Es la falta de decisión de Leonard y la de Michelle lo que les une, lo que un momento concreto del drama atisbe una felicidad ilusoria y una liberación hacia la autonomía vital.
Con todo ello, Gray va trazando una fascinante construcción introspectiva al alma de sus personajes, siempre en los límites contextuales y temáticos de los melodramas sentimentales, sin exceder en emociones, vinculando el sustrato dramático a la tranquilidad y a la madurez con la que fluyen los comportamientos de esos seres heridos, que subsisten entre su fragilidad y sus anhelos, que necesitan, en definitiva, aferrarse a una relación. Por poco futuro que ésta pueda tener.
En ‘Two lovers’ destaca el uso de los fundamentos del realismo naturalista para avivar un extraño halo de clasicismo que empapa cada uno de los fotogramas de este fantástico filme. El resultado es la consumación de una rígida melancolía, de una poética sensorial que responde a un cine que ya no se hace. A veces, Gray imprime cierto grado de frialdad, convenientemente adecuada a las necesidades narrativas, con un cromatismo de apariencia caduca y neutra, donde el escueto intimismo estético se pone de manifiesto con el gran trabajo de Joaquín Baca-Asay en continuo contraste de interiores de luz templada y acogedora con los exteriores de tonos azulados y urbanos.
Otro de los grandes temas sobre los que gira la fimografía de Gray es la familia. Y en ‘Two lovers’ vuelve a ser imperante la importancia argumental con la que se resuelve el drama. La familia de Leonard serviría para granjear esa falsa seguridad en la que parece vivir el problemático joven, desdoblado con la promesa de un futuro mejor en el momento en que comienza a salir con Sandra, puesto que el padre de ésta promete una fusión de empresas y de familias. Aquí, todo el mundo en la película quiere lo mejor para sus hijos, ya que el padre de Sandra vislumbra un futuro prometedor a la pareja, pero nunca poniendo a su hija como parte de un trato con su futuro yerno. Y la madre, sobreprotectora y cautelosa, que quiere ver cómo su único hijo aproveche la oportunidad de construir una familia sólida a partir de sus raíces. Lo que no quita para que, en un instante crucial del filme, asuma las decisiones erráticas de su vástago si con ellas será feliz. Es una secuencia magnífica, donde la matriarca, que ha sido descrita como algo celosa y preventiva se revela como una persona capaz de volcarse por medio del amor, la comprensión y la lástima hacia su hijo.
Gray sabe disponer de todas las aristas y pautas del melodrama sin ninguna superficialidad, desnudando las sombras de quienes están inmersos en tan infortunado trance. Tiene tintes de tragedia anímica con oscilaciones afectivas hacia las soluciones erróneas. Y no se olvida de puntuar geográficamente la personalidad de su narración, haciendo de ese contexto neoyorquino de Brighton Beach, en Brooklyn, al que el realizador es tan afín, un espacio de reclusión del que escapar. La labor guionística de Richard Menello y del propio James Gray rezuma verdad, auspiciado por la sobriedad con la que se entregan los personajes a una trama diáfana, sin recovecos a las sorpresas o los puntos de giro inesperados.
No sería un filme tan sobresaliente sin la riqueza de unas interpretaciones que exteriorizan una ostentación de mimo por parte del realizador. Joaquin Phoenix prevalece como un actor magnífico, capaz de provocar todo tipo de sensaciones muy bien compensadas por la armonía de Vinessa Shaw y la magnética inestabilidad que deja ver una inspirada Gwyneth Paltrow, así como los secundarios, Moni Moshonov, Isabella Rossellini, Bob Ari o Elias Koteas, artífices de algunos de los momentos más importantes de la cinta.
A simple vista, ‘Two lovers’ podría verse como un itinerario parsimonioso por los problemas emocionales que invocan irremediablemente a la melancolía y a la angustia. Lo es. Pero también es una disección sobre los cimientos del deseo, su naturaleza y sus riesgos, que no olvida el destino marcado por la coherencia. Mientras medita con el lirismo, también engrandece su estela al desfilar por la humildad y sencillez con la que está narrada esta sugestiva obra. La misma que se concentra en la cruel realidad de una azotea, donde dos almas a la deriva están destinadas a un final infeliz.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The Sands of Time), de Mike Newell.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El usador de palabras

En Laugharne, cerca de una casa levantada a orillas de un estuario en el corazón de Gales, el poeta pasó horas viendo las crecidas invernales del río Towy. Vio muchas veces cómo se anegó el jardín, jugando a encadenar patronímicos o tal vez sólo nombres que versificaran cada una de las colinas que se veían al este, en la ribera opuesta del río.
Un mal día, por aquellos parajes, no hubo presencia humana, nadie que observara el paraíso. La habitación donde el hombre de rizos rojos desplegó su talento, se llenó de polvo y silencio. Una botella de whisky medio vacía sepultaba su triste pesar sumida en el afonía de una boca que jamás volvería a beber de ella.
Lejos de allí, Stravinski se quedó sin las palabras del borracho irredento y Swansea lloró su muerte. Años después, un cantante tomó su apellido para pasar a ser hu heredero con una guitarra a cuestas.
Dijo en una ocasión Dylan Thomas que no era un poeta, que era un simple usador de palabras.

Mi incuria y 'Lost'

Sé que mucha gente acudió al Abismo el pasado domingo con la intención de encontrar algún texto, reflexión o simplemente un pequeño vestigio relacionado con el final de una serie tan generacional como ‘Lost’. La verdad es que así debería haber sido. Se trata de un problema de actitud, de incuria voluntaria debido a la adicción que despierta, a la necesidad poderosa de querer un nuevo “chute”, de ese compartido desasosiego que provoca la obsesión por ver más y más. Mi periplo en ‘Lost’ acabó, de forma provisional, en la tercera temporada. Mi desafío, en aquel momento, era esperar a que la serie terminara por completo para poder disfrutarla de un tirón, inoculando visualmente todo el suspense, el drama, las aventuras, las paradojas y la tensión progresiva que no he podido dosificar como el resto de la gente. Ahora llega el momento de meterme de lleno en el laberinto y dejar llevarme. No he sido un 'lostie' comprometido con la causa. Ha sido un error. Lo reconozco. Y pido disculpas por ello. Sin embargo, subsanaré algún día semejante anacronismo para con este fenómeno dentro de este espacio abismal.
Únicamente sólo puedo recomendaros que leáis el titánico esfuerzo del gran Noelio en su ejemplar y mítico blog 'El Emperador de los Helados' sobre el final de la serie.

sábado, 22 de mayo de 2010

Review 'Un ciudadano ejemplar (Law Abiding Citizen)', de F. Gary Gray

Una venganza agigantada
La película de F. Gary Gray comienza con un hálito antisistema hacia cauces de denuncia a un sistema judicial ineficiente y acaba como una risible muestra de montaña rusa de feria de trampas insostenibles.
Las historias de venganza paterna, reescritas una y mil veces, tienen un patrón reconocible: un protagonista que, en apariencia, lleva una vida normal y apacible, modélica y envidiable, de repente, ve sacudida su felicidad por la irrupción en su vida de un siniestro acontecimiento que supone la injusta pérdida a manos de un villano o grupo de ellos a los que perseguirá para desagraviar tan aciago infortunio. Desde aquel resentido y mítico icono de los 70, Paul Kersey, que personificó Charles Bronson en ‘Death Wish (El justiciero de la ciudad)’, de Michael Winner, pasando por el inolvidable Max Rockatanski de ‘Mad Max’, de George Miller, la infausta ‘Gladiator’, de Ridley Scott… y tantas y tantas otras hasta un puñado de títulos recientes en la que el protagonista también veía asesinado(a) a su primogénito(a) como en ‘Sentencia de muerte’, de James Wan, ‘Venganza (Taken)’, de Pierre Morel y la muy reciente ‘Al filo de la oscuridad’, de Martin Campbell, con Mel Gibson.
‘Un ciudadano ejemplar’ entra en la primera categoría. Su intención, a priori, es la de poner en tela de juicio un sistema judicial ineficiente y alejado de la coherencia legal, de cómo la Justicia pisotea al ciudadano de a pie y se pone de parte de corruptelas, quinquis, gente de mal vivir y criminales, dejando a quien comete el delito sin sufrir el castigo que debería, con total impunidad en otro de los muchos ejemplos (que de hipotéticos no tienen nada) de procesos judiciales irregulares. No hay que ir muy lejos ni en el tiempo ni en la geografía para poner ejemplos claros de estas tácticas judiciales, por ejemplo, aquí en España, con conocidas sentencias que ni los propios padres de una víctima asesinada ni la opinión pública alcanzan a entender, mientras el criminal se mofa de todos con arrogancia y prepotencia.
¿Qué hacer ante tal iniquidad? ¿Tomarse la justicia por la propia mano? La cinta de F. Gary Gray sigue ese hálito antisistema, que tiene un componente fatalista y dramático con la historia de Clyde Shelton, un hombre que en los primeros compases del filme observa impotente cómo su mujer y su hija son asesinadas por dos ladrones que emplean una incalificable violencia al violarlas y dejarle moribundo. Por supuesto, Clyde (interpretado por Gerard Buttler) se afianzará la empatía con el espectador desde un primer momento. Lógico, si uno piensa que en su misma situación le gustaría ir ejerciendo la justicia ciega con la misma rotundidad y ejemplaridad (aunque sea sangrienta e inhumana) con la que va aleccionando a todo aquel que estuvo salpicado en el caso del asesinato de su familia. Por otra parte, está la figura del Fiscal del Distrito de Filadelfia, interpretado por Jamie Foxx, un arrogante abogado que antepone el trabajo a la familia y que años atrás pactó con el abogado de los asesinos con la condición de que uno de ellos acabara cumpliendo la pena capital, mientras otro, con el testimonio de acusación, ha quedado en libertad antes de lo previsto.
Lo importante es mostrar a un tipo muy cabreado sometiendo disciplina de mano dura contra una justicia que maniobra saltándose las oquedades legales. Y que mejor manera que hacerlo… desde la cárcel (sic). La primordial jugada en la que se basa ‘Un ciudadano ejemplar’ es la de revelar a este justiciero como el reverso “positivo” de la moneda en la que elaboran sus hazañas los ‘psycho-killers’, asesinos en serie dispuestos a cobrarse víctimas con un placer por la sangre, sólo que aquí se sustituye la enfermiza delectación con el mal por otra enfermedad llevada al extremo, la de la rabia de cobrarse la vida de aquellos que no cumplieron con la labor de salvaguardia de los derechos de aquellos que perdieron la vida ante un asesinato. El ojo por ojo de toda la vida, sí, pero mostrando al héroe como un asesino que va a más en su macabro plan de castigo.
F. Gary Gray comienza con un pulso firme, capaz de generar un apreciable suspense y una sensación de desasosiego, de cuidado interés hacia la historia. En los primeros compases, la tensión se hace palpable y todo parece funcionar como una pieza de relojería. Pero poco le dura la habilidad elegante de su atmósfera, del oficio de un director de género. Cuando Clyde empieza su venganza, el guión se convierta en una montaña rusa de feria con trampas insostenibles, al antojo del libreto de Kurt Wimmer, que convierte al padre coraje en una máquina de matar con actos que van desde lo realista a lo risible y estrambótico. Es una pena que la película se deje llevar por la ‘semi-fantasía’ de la ficción que rodea a ese hombre con sed de venganza, con las incoherencias que se van fraguando según avanza el relato.
Se trata, en realidad, de un “arma secreta” gubernamental, un ingeniero tecnológico superagente que ha trabajado para la CIA como espía en misiones en la que ha ejercido de fantasma asesino. Es decir, un “cerebro” capacitado para eliminar cualquier pista y matar a gente a distancia, que ejerce de terrorista, pero de los “buenos”. Es una especie de John Kramer, más conocido como Jigsaw, proponiendo juegos de astucia y pactos para evitar más muertes de prestidigitador. Incluso en los careos entre Buttler y Foxx la cosa se pone del todo absurdo, como un sucedáneo casi grotesco de ‘El silencio de los corderos’ o ‘Seven’. Por eso, cuando Clyde es recluido en una celda de máxima seguridad, se permiten el lujo de no vigilarle las 24 horas del día, por mucho que se esté cargando a medio sistema judicial de Filadelfia.
¿Qué significa esto? Que llegado un punto de la acción, la artificiosidad con la que están buscados los giros no se los cree ni el Tato. Así es ‘Un ciudadano ejemplar’. Tampoco ayuda el sensacionalismo moral con el que se manejan las posturas encontradas de sus protagonistas y esa torpe resolución al más puro estilo ‘thriller’ imposible de acción bifurcada en buenos y malos. De hecho, parte de la gracia de la función está en ese juego que puede resultar en su conclusión una verdadera tomadura de pelo.
Hay algo indeterminado a la hora de recapacitar en torno al filme. Se trata de su mensaje, que vendría a ser, cuanto menos, controvertido y muy ambiguo en sus dogmas y conclusiones, arbitraria y desquilibrada en su funcionalidad de ‘thriller’ que se vuelca en cierto segmento de la película en espectáculo de explosiones y acción sin mucha enjundia. Tanto el guionista como el director juegan a la mezcla de géneros, a que su filme parezca un remedo desdibujado de algunos de los títulos mencionados en el inicio de este texto, donde el resentimiento y la represalia del personaje principal parecen disiparse por el ímpetu explayado e insaciable hacia la matanza sangrienta.
Lo más curioso de todo es de qué manera en un país donde se empieza a cuestionar la legalidad de la Justicia y donde la violencia sigue siendo el principal valedor de ésta, el mensaje deja una confusa y muy peligrosa prédica sobre esa venganza como método ante la negligencia. Y eso, que aquí la vida vacía de este vengador hace que la otra, la del fiscal del distrito, cambie de rumbo hacia la honestidad. Un ‘happy end’ formulario, muy conservador y bastante indigno con todo el entramado desplegado en su inicio. Aunque, tal y como se las gastan en Hollywood, es de lo más lógico y normal. Y he ahí lo comprometido del asunto.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW:'Two Lovers (Two Lovers)', de James Gray.

viernes, 21 de mayo de 2010

Fran Yeste se va del Athletic

Si hace tan sólo una semana, Joseba Etxeberría dejaba el Athletic Club de Bilbao por la puerta grande tras quince años en las filas del club bilbaíno, hoy es Fran Yeste, otro estandarte de los colores de San Mamés quien deja el equipo en el que ha desarrollado su toda su carrera futbolística. La diferencia; mientras “Etxebe” ha abandonado el club de su vida con aplausos y lágrimas, con la concordia de la parroquia ‘athleticzale’ en pie y el reconocimiento público, Yeste lo hace por la puerta de atrás, con una controvertida situación de negociaciones que han derivado en la marcha final del jugador basauritarra.
Era un secreto a voces. El ‘10’ rojiblanco deja el Athletic después de 19 años vinculado al club donde pasó de ser una jovencísima promesa a erigirse como una de las joyas más brillantes que ha dado Lezama. Su fútbol ha cautivado por su elegancia, por su magia, por ese toque de balón limítrofe a lo quimérico e imposible. Sin embargo, el polémico carácter de Yeste y su discutible actitud no han dejado alumbrar del todo a ese jugador distinto, tan diestro y técnicamente inconmensurable. Sus pretensiones financieras y la actitud displicente de los directivos han podido finalmente con el tira y afloja de los últimos meses. Cuando marcó su último y maravilloso gol con la camiseta del Athletic en el Santiago Bernabeu ni siquiera lo celebró. La marcha de Yeste supone la pérdida de un talento nato que deja de ser “león” prematuramente. Su furia y rebeldía dieron nuevo aires a un equipo clásico, dinamizando con su juego el centro del campo, con un insólito desparpajo y una seducción hacia la grada que dejó con aquellos cortes de pelo o crestas insolentes, celebraciones estrambóticas o aquélla vez a la hora de celebrar su golazo contra el Trabzonspor cuando, ante la mirada atónita de la platea, se bajó los pantalones para mostrar unos calzoncillos con los colores y el escudo del equipo.
Yeste se proclamó Campeón del Mundo con la sub’20 en Nigeria y fue la apuesta de Txetxu Rojo que le hizo ir asumiendo el mando del equipo y consagrarse como una referencia del marco rojiblanco. Pero su evolución se frenó después de una maravillosa temporada 2003/04, metiendo al equipo en la UEFA y destinado a ser uno de los grandes jugadores de este país. Sus constantes problemas de pubis, sus recaídas, sus cacareadas escapadas en la noche de Bilbao y su devaluada condición de ganador en horas bajas empezaron a ensombrecer ese progreso que nunca llegó. A pesar de ello, su clase y capacidad de entender el fútbol quedarán en el recuerdo de un equipo que sigue admirando las maneras de este joven guerrero que hoy ha dejado de ser uno de los referentes para convertirse en otro ídolo que se marcha. Con el carpetazo final a las negociaciones de renovación, el Athletic da por zanjado el que podría haber sido el culebrón veraniego. Ahora Yeste continuará con su carrera, pero será en otro equipo.

martes, 18 de mayo de 2010

Muere Ronnie James Dio

1942-2010
La desgarrada poesía de una voz contundente del metal se ha apagado para siempre. El mundo oscuro de los cuentos de hadas y brujería se ha quedado sin uno de sus narradores más patibularios y emblemáticos. El gran Ronnie James Dio, el hombre que logró hacer olvidar al totémico Ozzy Osbourne en los Black Sabbath, nos ha dejado tras intentar superar sin éxito un cáncer de estómgado. Y lo ha hecho dejando un legado musical que recorre cuatro décadas a través de grupos inolvidables como Elf, Rainbow, los mencionados y míticos Black Sabbath, Dio y Heaven and Hell. Canciones como ‘Long live rock n’ roll’, ‘Holy Driver’, ‘Rainbow In The Dark’, ‘Mistreated’… se escuchan hoy como ofrendas a un grande de la música.
D.E.P.