sábado, 27 de diciembre de 2008

'Back to the future': Preguntas pasadas acerca del futuro y del presente

A lo largo de mi vida cinéfila siempre ha habido algo que me ha inquietado. Se refiere a una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Un filme taquillero de los 80 y que, por obra y gracia del tiempo, se ha convertido en un clásico irreprochable. Se trata de ‘Regreso al futuro’, de Robert Zemeckis. Probablemente, en alguno de los extras perdidos de las múltiples ediciones que han ido apareciendo a lo largo de los años hayan ofrecido la respuesta a la incógnita que he planteado en muchos coloquios y charlas con amantes de esta saga. Durante años una pregunta venía a mi mente cuando visionaba convulsamente esta obra de culto ¿Por qué son amigos Marty McFly (Michael J. Fox) y Emmet Brown (Christopher Lloyd)? ¿Qué aficiones comunes les unen? ¿Qué relación tienen exactamente? ¿Dónde se conocieron?
Veamos; Marty es un joven algo vago para los estudios que siempre llega tarde, que va al Instituto en ‘skate’, tiene un grupo algo estridente llamado The Pinheads con el que sueña con ser una estrella del ‘rock’. También le pierde que le llamen ‘gallina’ y fantasea con perder la virginidad con su novia Jennifer Parker (Claudia Welles) en un apasionado viaje al lago en un Statler Toyota 4x4. Por su parte, “Doc” Emmet Brown es un científico enloquecido, que colecciona relojes y experimenta con el tiempo, que tiene un equipo de altavoces conectado a un amplificador gigante y que roba plutonio a un grupo terrorista libio con el fin de llevar a cabo el proyecto más apasionante de su vida: una máquina del tiempo construida en un DeLorean. Otro dato a tener en cuenta según el Hill Valley Telegrapher; la mansión Brown fue totalmente destruida años antes.
Desde el comienzo, Marty y “Doc” son amigos, pero en ningún momento se establece un vínculo aclaratorio de esta amistad. Una vez presentados los personajes, el guión va engranando sus elementos narrativos de una forma inexpugnable. No es absurdo sentenciar que ‘Regreso al futuro’ tiene una estructura de guión casi perfecta. Dentro de su complejidad, los mecanismos argumentales funcionan como un lapidario dispositivo de relojería. Pero hay algo que no se desvela, que queda como incógnita: el punto de unión de Marty y “Doc”.
Las preguntas se hacen evidentes una vez vista la película ¿Se conocen en el presente de 1985 o por el contrario se conocen por primera vez en 1955 cuando Marty viaja desde el año 1985? Podría ser algo nomotético que “Doc” busque a Marty antes de 1985 con el fin ya no de llegar al cúlmen de su gran invento, sino para salvar su vida. Otras teorías apuntan a que posiblemente se hayan conocido en Hill Valley High School, con Emmet como profesor durante una época anterior a 1985, en la que “Doc” podría haber impartido clase en el centro donde estudia Marty, ya que el profesor Strickland (James Tolkan) le conoce de primera mano. Cuando nuestro protagonista asegura que llega tarde porque “Doc” ha retrasado todos sus relojes 25 minutos, Strickland, decepcionado, le recrimina “Déjame que te dé un consejo gratis jovencito… el llamado Doctor Emmet Brown es peligroso, es un loco, si sigues con él acabarás teniendo graves problemas…” ¿Por qué no? Lo que está claro es que cuando Marty viaja al pasado está sobrado de sobreinformación que utiliza para poder manipular a los personajes y hacer que un hecho imprevisible, que su madre se enamore de él por la intromisión de Marty en el desarrollo lógico de los acontecimientos, pueda desembocar no sólo en un cambio de los hechos para encauzar la historia tal y como se produjo, sino para mejorarla de cara al futuro, al presente de 1985.
En la segunda parte de esta magnífica saga, Marty viaja a través del pasado, presente y futuro con más soltura gracias al hallazgo de ése entorno espacio-temporal conocido por ambos, lo que podría sugerir una especie de ‘bucle’ de viajes en el tiempo donde las alternativas y respuestas se ampliarían hasta lo inagotable en ese periplo sin fin por diversos multiuniversos. ‘Regreso al futuro’, sobre todo en sus dos primeras partes, desenvuelve un apasionante ejemplo de ‘Historias dentro de historias’, como explica Linda Seger en ese libro de marras que anida y coge polvo en todas las estanterías de guionistas y aspirantes a ello. No hay espacio para aludir a esa paradoja en la que si Marty evita el enamoramiento de sus padres, nunca nacerá... y si nunca nace ¿cómo ha podido viajar al pasado y evitar que sus padres se enamoren? Cierto es que toda la trama está planteada desde que Marty es despertado por la alarma y una llamada de “Doc” para acabar de forma circular con una secuencia parecida en el 1985 alternativo. Pero eso… es otra historia.
Además de filme modélico, de cinta generacional de culto y de una de las más emocionantes y sugerentes muestras de ciencia-ficción de los años 80, ‘Regreso al futuro’ consumó la eficacia de la comercialidad de aquellos años con una propuesta divergente, simbolizando una época de cine de entretenimiento que impuso una senda en el cine taquillero desprovisto de condicionantes, pero asumiendo un modelo y un ‘target’ ajustado a unos tiempos que se han diluido por otro tipo de cine más asentado en el ‘mainstream’ y la necedad. La aventura propuesta por Robert Zemeckis evoca una nostalgia, un tiempo pasado que recupera lo mejor del cine comercial hace dos décadas. ‘Regreso al futuro’ es una pequeña obra maestra que sigue proponiendo una historia imperecedera dentro de los anales del cine contemporáneo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Especial 'Top ten' personajes navideños

10.- Chencho (Alfredo Garrido).
‘La gran familia’, de Fernando Palacios (1962).
Una de las estampas ibéricas más navideñas se representa en ese niño pequeño y cabezón vestido a lo Cristobalito Gazmoño que se pierde en la Plaza Mayor de Madrid, entre los puestos del rastrillo lleno de figuras de vírgenes, sanjosés y belenes. La culpa es del pobre abuelo interpretado por Pepe Isbert, descolocado patriarca de una familia de quince hijos que despiertan las sospechas de que ese arquitecto paciente padre (Alberto Closas) era un selecto componente de un supuesto pre-Opus Dei.
‘La Gran Familia’ es una gollería argumental tan edulcorada o más que los pasteles que les lleva a los niños el Padrino “Bufálo” (José Luis López Vázquez), que atribuye con su afectación ñoña un halo de benevolencia de pretenciosas subordinación política que subvierten un mensaje que acomoda al modelo de familia numerosa y feliz que trataba de atribuir el régimen franquista. Lo mejor, los petardos y la insubordinación de Críspulo (Pedro Mari Sánchez).
9.- Billy Chapman (Robert Brian Wilson).
‘Noche de Paz, Noche de muerte’, de Charles E. Sellier Jr. (1984).
Para Billy Chapman las Navidades simbolizan un trauma infantil difícil de superar, ya que cuando era un tierno infante que adoraba a Santa Claus, sus padres fueron asesinados delante de sus narices por un tipo disfrazado del entrañable gordo vestido de rojo y blanco. Más de una década después, trabajando en una juguetería, recibe un terrible precepto que despertará sus pretéritos y oscuros fantasmas: su jefe le ha pedido que se disfrace de Papa Noel para aumentar las ventas.
La herida del pasado se abre y, reconvertido en aquel psicópata que le arrancó su infancia, Billy sustituye el saco por un hacha y los regalos por el castigo en forma de sádicos asesinatos que “merecen” los que han sido malos. Nunca unas Navidades evocaron de forma tan siniestra el espíritu de Batman en su reconversión de epifanía y maldad.
8.- Kevin McCallister (Macauley Culkin).
‘Solo en Casa’, de Chris Colombus (1990).
Kevin McCallister, a pesar de su irritable tono repipi, supone un nostálgico icono de un cine ‘ochentero’ que daba sus últimos coletazos a comienzos de la década de los 90. Una familia numerosa que se va a Francia dejando al más insurrecto de sus miembros olvidado en Chicago. Una lección de supervivencia en la que el pequeño aprenderá a subsistir e incluso salvaguardar su casa de los ladrones Harry y Marv, que padecen el ilógico salvajismo de un no tan dulce niño de ocho años.
Aventura infantil por antonomasia de los 90 que bebe del ‘slapstick’, ‘Solo en Casa’ proporcionó una de las películas familiares más antológicas de los últimos tiempos. Una cinta llena de humor, de mala hostia y de una estructura narrativa inspirada directamente en el cine de John Hughes (productor de esta película). A destacar, el desparpajo de un Macauley Culkin (antes de andar con Michael Jackson), el orondo John Candy como líder de una banda de Polka y la magistral partitura de John Williams en una de mis predilectas óperas navideñas menos valoradas.
7.- Stripe.
‘Gremlins’, de Joe Dante (1984).
Al líder más protervo de los Gremlins, el conato de punkie llamado Stripe, le gusta la Navidad, le gusta robar los regalos, le gusta la nieve, le gustan los villancicos y sobre todo, le gustan los excesos de diversión sin fin que traen estas fiestas y que conllevan al vandalismo llevado al extremo, cosa de la que Stripe y sus acólitos saben mucho. Sobre todo si nuestro antagónico bicho se da un chapuzón en una piscina olímpica.
‘Gremlins’ tal vez sea la película más mordaz hecha nunca contra la Navidad. Y eso que es una cinta infantil y juvenil. Circula en su trasfondo un mensaje ‘antinavideño’ de brutalidad exacerbada, de un cinismo y maldad tal vez excesivos. Esa malévola Ruby Deagle espetando a una madre delante de sus hijos que si no tiene dinero se lo pida a Santa Claus, el enrarecido ambiente totalmente navideño lleno de luz, pero, sobre todo, la atroz confesión de niñez de Kate Beringer (inolvidable Phoebe Cates) sobre el terrible descubrimiento de la muerte de su padre obstruido meses antes en la chimenea cuando pretendía sorprender a su mujer y su hija vestido de Santa Claus. ‘Gremlins’ es una obra de culto, imprescindible, desalmadamente deliciosa y una referencia generacional en toda regla para aquellos que amamos regresar cada año a Kingston Falls.
6.- Willie T. Stokes (Billy Bob Thornton).
‘Bad Santa’, de Terry Zwigoff (2004).
Uno de los últimos y más mitológicos personajes añadidos a la galería de la Navidad cinematográfica es Willie T. Stokes, un infame ladrón, borracho, pendenciero y malhablado que no duda en acostarse con jóvenes camareras con sexuales filias fetichistas por los disfraces de Papa Noel, preparar junto a su compinche enano Marcus (Tony Cox) robos en los grandes almacenes en los que trabaja que termina encontrando el espíritu de las Pascuas en un niño gordo y medio imbécil cuya máxima esperanza navideña es que Santa Claus le traiga un elefante violeta como regalo.
Terry Zwigoff recreó una comedia despiadada y misantrópica, ejemplarizadora, políticamente incorrecta que sustenta su eficacia en un malsano humor negro sobre aquellos perdedores a los que el patetismo existencial aúna en la frustración y el fracaso en contra del conservadurismo propicio de las Navidades.
5.- El Sr. Mojón (Trey Parker).
‘South Park’, de Trey Parker y Matt Stone (1997).
Es la más brutal de las efigies alegóricas de la Navidad actual. El Señor Mojón es una mierda, en el concepto físico de la palabra. Un trozo de caca que simboliza esa noción de fiesta navideña aceptada por los habitantes de ‘South Park’ (y, por extensión, al resto de aquellos que han dejado de creer en estas fechas). Sin embargo, a pesar de su naturaleza, el Señor Mojón conlleva una actitud fraternal y tradicional de las entrañables fiestas. Encomia la amistad, los buenos sentimientos y la sana devoción por la fibra y la regulación intestinal.
Trey Parker y Matt Stone crearon el escatológico personaje sin saber que se convertiría en un icono navideño imperecedero. El ‘spot’ publicitario de su lanzamiento que contenía unas redes para coger los mojones del water y un ‘kit’ de accesorios para crear tu propio Mojón es uno de los momentos más delirantes de la serie: “Qué pena que papá no esté vivo”. El Sr. Mojón es uno de los roles catódicos más asombrosos y originales que ha dado la televisión en los últimos años.
4.- Francis Xavier Cross (Bill Murray).
‘Los fantasmas atacan al Jefe’, de Richard Donner (1988).
Charles Dickens creó a Scrooge como representación de la ‘Anti-Navidad’ en un sibilino y amargado viejo cuyo odio le granjea el respeto de un pueblo al que tiene atemorizado por su excesiva maldad. Esos tres fantasmas del pasado, presente y futuro que abren el oxidado corazón del resentido anciano han sido llevados en varias ocasiones al cine y la televisión. Pero no con tanta fortuna como Mitch Glazer y Michael O'Donoghue para la cinta de Richard Donner ‘Los fantasmas atacan al Jefe’, siniestra comedia encabezada por el mítico Bill Murray que disfruta cada gesto de cinismo de Francis Xavier Cross, un Scrooge actualizado, directivo de televisión que abarca los defectos más tradicionales del poder; la tacañería, el menosprecio a toda la sociedad, la ingratitud, la implacabilidad y un cruel sentido del humor.
Cierto es que muchos son los que acometen contra la cinta de Donner, ultrajándola por su fácil comercialidad, pero lo cierto es que ‘Los fantasmas atacan al Jefe’ sigue teniendo un difícil hechizo con inabordables virtudes cómicas y narrativas. Los tres fantasmas son impagables y esos cameos de todos y cada uno de los hermanos de Murray resultan de lo más anecdótico. Una película para almas caritativas impregnadas de un cínico humor negro que aún creen en la Navidad.
3.- El Grinch (Jim Carrey).
‘The Grinch’, de Ron Howard (2000).
Personaje surgido de la imaginación del gran Theodore S. Geisel (más conocido por todos como Dr. Seuss) y llevado a los fastos de los dibujos animados más memorables con aquella narración impoluta de Boris Karloff, el Grinch es un simpático personaje de malévola sonrisa que pretende robar todos los adornos navideños a los habitantes de Whoville.
A pesar de ser un antipático y peludo monstruo verde que vive en lo alto de la montaña en compañía de su perro, el Grinch cae bien, porque personifica perfectamente la Navidad moderna asumida como una farsa comercial sin espíritu, llena de derroche y estética. En la cinta de Ron Howard, protagonizada por Jim Carrey, ‘The Grinch’ se centra en Cindy Lou Who, esa dulce niña que intentará averiguar por qué el Grinch detesta tanto las Navidades. La pena es que la obra del Dr. Seuss sea tan desconocida en España.
2.- Jack Skellington (Danny Elfman).
‘Pesadilla antes de Navidad’, de Henry Sellick (1993).
Jack Skellington es el siniestro guía tótem del oscuro pueblo de Halloween, cuya subsistencia es la celebración de esta tradicional fiesta pagana. Por accidente, Jack descubre la puerta al estético y luminoso mundo de la Navidad, que despierta su lógica fascinación. Hipnotizado por este nuevo mundo, Jack elabora así un funesto plan: secuestrar a Santa Claus y sustituirle para mezclar lo mejor de la pascua y lo más divertido del tétrico Halloween.
Skellington es un clásico moderno, un ejemplo de la imaginería sin límites de Tim Burton en manos de un Henry Sellick en estado de gracia, con personajes inmersos en un universo de lúgubre lucidez, rodeados de tristes muñecas de trapo que ejercen de brujas, esperpénticos personajes de sombría raigambre, científicos simbolizados en ‘mad doctors’, el avieso Oogie Boggie y un poso de refulgente cinismo que convierten a ‘Pesadilla antes de Navidad’ en una obra imprescindible en la Historia del Cine Moderno.
1.- George Bailey (James Stewart).
‘¡Qué Bello es Vivir!’, de Frank Capra.
George Bailey es un sufridor nato, un tipo con buen corazón que ha estado siempre sometido a los deseos de los demás sin esperar nada a cambio. Le salva la vida a su hermano Harry, es capaz de soportar estoicamente una paliza del Sr. Gower porque éste ha perdido un hijo y, por último, se hace cargo del negocio de su familia cuando muere su padre, malogrando su inquietud aventurera. Sólo un ángel bastante desgarbado y lerdo llamado Clarence (Henry Travers) que quiere conseguir sus alas es capaz de hacerle ver al pobre Bailey cómo hubiera sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido en el momento en que está a punto de suicidarse.
Clásico irrefutable que supone la gran obra maestra de Capra, ‘¡Qué bello es vivir!’ es una hermosa fábula de buenos sentimientos, filantropía existencial y un trasfondo social de calado esperanzador y reflexivo. Inolvidable la frase de “Ninguna persona es prescindible, si tiene amigos”, imposible no enamorarse de Donna Reed o admirar la mala hostia del Sr. Potter (interpretado por Lionel Barrymore). Siempre es toda una experiencia volver a la pacifica Beldford Falls.
Y aquella canción… “Búfalo no puede dormir, no puede dormir…”.

lunes, 22 de diciembre de 2008

FELIZ (y Abismal) NAVIDAD 2008

Con el tradicional Gordo del Sorteo Extraordinario de esta mañana ha dado comienzo la Navidad 2008. Aunque si nos atenemos a la campaña previa comercial, estas fiestas llevan casi mes y medio instaladas en las estampas de los grandes centros comerciales. Ya están aquí la época idealizada y luminosa que sirve como excusa para el desfase total; es la hora de salir de fiesta, de emborracharse, de tirarle los trastos a la compañera de trabajo, de proponerse sin éxito ser mejor persona, de cenar en familia, de aburrirse, de sonreír sin ganas, de comer y beber de todo sin control. Durante varios días de fiesta, se alternan toda clase de opulentas cenas y comidas con compañeros del curro, con amigos y familiares, Nochebuena con Navidad, Nochevieja con Año Nuevo, cena de antiguos compañeros, habituales cogorzas semanales con los amigos. Fiestas arraigadas a las guirnaldas, al muérdago, a las luces de colores, a los belenes, a un pequeño pino talado violentamente para goce efímero de la vista, a la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia. Eso es la Navidad.
Acudiendo a la Historia, en las épocas romanas, la Navidad era un festival que honraba a Saturno o Mitras. Es más, según muchos historiadores y estudiosos de esta materia, Jesucristo no nació ni en diciembre ni en enero, sino con toda probabilidad en septiembre. Pero la historia nos la sopla si el pretexto es la diversión sin freno. La Navidad es algo más. Es un cúmulo de alegría estética de guirnaldas e iluminación hipnótica. El concepto de Navidad está más allá de la parafernalia consumista, porque a cuando llega la hora de celebrarla, abrir regalos y apreciar ese ambiente frío y resplandoroso de las calles iluminada cuando uno sale de fiesta hasta altas horas, todos se apuntan al carro navideño. La idea es pasárselo bien, como todo lo importante en esta vida. No importa si este año las cestas son ridículas y se han rellenado con embutido barato y vino de mesa. Estamos en crisis y hay que aguantarse. Es hora de disfrutar y adornar nuestros hogares, de comer sin freno y de procurar reírnos de todo. Es la tradición inquebrantable que todos tenemos que pasar, queramos o no. Por eso, es aconsejable hacerlo con alegría.
Desde el Abismo, os deseo una Feliz Navidad y un próspero año nuevo que se porte mejor que este 2008 que vamos a finiquitar de una vez. Nos merecemos una oportunidad para cumplir nuestros sueños y este nuevo año puede ser la gran oportunidad. Sólo hay que poner un poco de empeño y no perder la esperanza.
Un abrazo a todos y un beso a todas.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Lista de nominados de XXIII edición de los Goya

Uno de los eventos prenavideños siempre viene dado por la lista de candidatos que optarán a los Goya. Este año, como en otros, la cosa se prevé bastante insulsa, en unos premios que cada día son más acomodaticios en cuanto al riesgo de sus resultados. Y eso, teniendo en cuenta que la última película premiada con el máximo cabezón fue ‘La Soledad’, de Javier Rosales.
Este año dos películas son las que más candidaturas acaparan; ‘Los girasoles ciegos’, de José Luis Cuerda y ‘Sólo quiero caminar’, de Tano Díaz-Yanes, con quince y once respectivamente. Más interesantes son las otras dos candidatas a mejor película y que les siguen en cuanto a número de nominaciones a las dos citadas cintas; ‘Los Crímenes de Oxford’, de Álex de la Iglesia, con seis, y ‘Camino’, de Javier Fesser, con siete. Poco más hay que destacar. Si acaso, que Nacho Vigalondo ha sido recompensado con una mención por su ‘ópera prima’ ‘Los Cronocrímenes’ como mejor cineasta debutante, pero en la lista no se en encuentra por ningún sitio a Javier Gutiérrez por su estupenda ‘3 días’ ni a Gonzalo López-Gallego por la película revelación del año ‘El rey de la montaña’.
Esperamos así otra bochornosa noche de ridículos, inconsecuencias, gala soporífera y los galardonados previstos. Y entre estos, destacará uno en particular, el del tío Jess, Jesús Franco, que recibirá un más que merecido Goya de Honor por una vida plenamente dedicada al séptimo arte.
Antentos a la nominación de mejor película europea a ‘The Dark Knight’. Spain is different.
La lista de candidatos, en El País.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Review 'Crepúsculo (Twilight)'

La insulsez del vampiro adolescente
Los fenómenos literarios adolescentes suelen ser, por norma, una moda que produce unas ventas multitudinarias llevadas a cabo por enormes maquinarias de promoción que contribuyen a difundir y multiplicar estos milagros efímeros. Como la saga de ‘Harry Potter’, que bebió de las fuentes de los ‘best sellers’ modernos, llega el nuevo grito juvenil que acapara la atención de la muchachada internacional con aficiones literarias monopolizadas por la globalización dictatorial: ‘Crespúsculo’. Es la primera entrega cinematográfica de la saga de literatura adolescente creada por Stephenie Meyer.
Todo un fenómeno fan que, dadas sus millonarias ventas, está llamado a suceder al todopoderoso y acaudalado producto de J.K.Rowling. Sabedores del potencial cinematográfico de esta novedad, la película dirigida por Catherine Hardwicke se aprovecha del oportunismo desde el reciclaje y el estereotipo, de la genealogía del vampirismo comercial de los 80 hasta la estirpe más clásica del mito adolescente y el amor doliente e imposible que bebe de la cultura popular.
La historia de ‘Crepúsculo’ se nutre del romanticismo inconsecuente entre un vampiro y una humana muy inteligente que deviene en empalagoso fárrago de ideas y conceptos vistos una y mil veces, sin ocultar su inocencia y poca pretensión a la hora de entregarse a la cursilería ‘teen’, a la idiotez de amor de instituto, a la necedad rosácea impúber que embelesa a los seguidores del tipo de entes multitudinarios del tipo Hannah Montana. Es decir, que se trata de una película manufacturada para chavales aficionados a la efímera novedad instrumentalizada por los medios de comunicación para convertirse en productos ‘mainstream’ con cierta repercusión en el ámbito social.
Su estilo oscuro y nostálgico, su espíritu trágico y ‘shakesperiano’ no son más que una excusa para el decoro de las imágenes idílicas, de los juegos de miradas, de los ralentís cargados de aparente profundidad, pero empapados de una vacuidad absorbente sin riesgo ni transgresión. Y lo que es peor, sin interés. En este sentido, por mucho que pueda gustar ‘Crepúsculo’ a los jóvenes, ésta no deja de ser otra película de éxito perecedero destinada a perderse en el olvido del cine. Por mucha referencia generacional que se le pretenda colgar.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Rumbo a Dublin

Gracias a los vuelos ‘low cost’, a la providencia de fechas tan cercanas a la Navidad y, sobre todo, la imperiosa necesidad de escapar unos días de la cotidianidad, nos vamos a Dublin. Es necesario. Los acontecimientos que tuvieron lugar dentro de las truncadas vacaciones norteñas han hecho que este nuevo viaje sea la única y exclusiva oportunidad para escapar de la realidad e intentar regresar todo a su cauce de este desastroso 2008. Es hora de olvidar la locura y el drama. Las cosas se han desordenado demasiado como para no querer disfrutar de estos cuatro días entre Guinness, el Trinity College, el Temple Bar y varios instantes de fuga que se prevén como un páramo mental y físico.
Llega la evasión. Voy a emborracharme hasta caer al suelo a base de cerveza negra. A ingerir tanta ‘stout’ que reviviré el espíritu de Molly Malone allá donde vaya. Tampoco hay miedo a las dioxinas en la carne. A estas alturas, las neuronas ya no sirven para nada. Hay que disfrutar hasta el final.

Review 'Quantum of Solace'

Un paso atrás en la desmitificación
La última aventura de Bond mantiene con estragos la funcionalidad de ‘Casino Royale’, donde la acción lo es todo, dentro de un guión demasiado irregular que no supera las exigencias.
‘Quantum of Solace’ pretende seguir la estela dejada por la sorpresiva ‘Casino Royale’ en su intención de marcar distanciamiento propio merced a ofrecer una visión específica y diferente del agente 007. Si en aquélla se reforzaba el carácter humano y emocional haciendo hincapié en la inseguridad, las dudas y fondo realista del mito creado por Ian Fleming, aquí las cosas no cambian. Como secuela de iniciación a un nuevo rumbo respecto al personaje, el Bond personificado por Daniel Craig sigue presentándose como un tipo acerbo y obstinado, visceral y despiadado con las misiones que acomete, rayano en la brutalidad inhumana de algunas de sus acciones para con sus enemigos. El nuevo 007 es un tío duro y enardecido, que no tiene tiempo para el ‘glamour’, la sofisticación y que acentúa su carisma a base de hostias inmersas en un ritmo sin freno, que no deja respiro a un espectador alucinado con la fuerza bruta del agente al servicio de su majestad y sus decisiones ante las contrariedades de su cometido.
La historia arranca instantes después del epílogo de la anterior cinta dirigida por Martin Campbell, cuando Bond, cegado por la venganza en compensación por la muerte de Vesper, el amor de la primera entrega, inicia una nueva misión para desgranar una sombría organización secreta llamada Quantum, poseedora de contactos y cómplices de alto grado gubernamental y social que se dedica a sobornar a la política internacional dado su poder sobre materias primas de primera necesidad. James Bond utilizará los viajes y averiguaciones para esclarecer el caso como excusa para encontrar al hombre que vendió a Vesper y poder llevar a cabo su violento desagravio. ‘Quantum of Solace’ transcurre así con vaivenes entre Europa y Sudamérica, dejando al paso de este peligroso y controvertido espía un reguero de sangre y cadáveres, en busca de no se sabe muy bien qué, puesto que los guionistas, Paul Haggis, Neal Purvis y Robert Wade, proponen una misión algo inexacta.
Lo único que el espectador sacará como conclusión es que Bond es un culo inquieto que lucha contra varios frentes; la organización que lidera Dominic Greene, el filántropo ambientalista que esconde un villano con poco carácter, la C.I.A., que considera a Bond un traidor y un asesino, el propio MI6 y toda la policía mundial. El problema de esta secuela es que, en su énfasis por aportar un argumento que pretende ser complejo, no es mas que un falso artificio. Haggis y compañía aspiran a que, por medio de la acción descontrolada, haya espacio para una coherente construcción de personajes y contextos, pero no funciona. Al contrario que ‘Casino Royale’, la acción y la incertidumbre sobre un fondo argumental no esconde ninguna profundización en los dilemas morales y la ambigüedad de sus personajes principales. Directamente, la acción aquí lo es todo. No importa mucho ese tormento del personaje, la tragedia interior que le mueve a apretar el gatillo antes de preguntar, sino que es substancial que prevalezca el movimiento adrenalítico por encima de la gravedad dramática. Un elemento superficial utilizado como pretexto, que precipita las escenas de acción sin inquirir en el motivo por el que se mueve la historia.
‘Quantum of Solace’ se define por lo bien que da caña a su archiconocida “licencia para matar” el agente 007, haciendo de las peleas, las persecuciones, las huidas y las muertes algo más visceral que racional, siempre bajo la pétrea mirada de un personaje curtido y cicatrizado que procura levantar esa doble vertiente de innovación en el icono literario; un individuo que, pese a su heroicidad y carisma, despliegue un fondo de compasión. El nuevo James Bond ha mutado en sus aventuras, el clasicismo queda a un lado. Su indestructible periplo por el mundo del hampa no es óbice para arrastrar al público (o al menor eso parece) a sus tragedias introspectivas subsanables con dosis de venganza. Por eso, este nuevo Bond es más taciturno, melancólico y avieso que el que se mostró en ‘Casino Royale’. Por eso, también, a este nuevo Bond de esta segunda parte, le falta el humor cínico, la elegancia chulesca y el estilo reinventado de su primera función.
Sin embargo, han cuidado muy bien su actitud temeraria y vengativa frente a los villanos, puesto que Bond sigue manteniendo una esfera de justicia intachable y leal a la Corona, a su país y al mundo, por mucho que actúe promovido por el egoísmo. En ése sentido, ‘Quantum of Solace’ sigue los designios de readaptación genérica, prolongando la innovación narrativa de referencias argumentales y visuales, olvidando los desgastados arquetipos del pasado y haciendo, de forma inteligente, que se considere más importante la forma respecto al fondo. Las intachables secuencias de acción se nutren de una cuidada utilización del sonido y del montaje, donde la acción es el epicentro de cualquier convulsión argumental, fusionando a golpe de ‘set pieces’ el desarrollo de una historia endeble pero autoconsciente de sus limitaciones. Y es donde esta vigésimo tercera adaptación de Bond al cine encuentra su mejor aliado.
Se podía prever a un Marc Forster desubicado dentro de una saga que no se identifica mucho con su arte, un cine más intimista y poco dado a la hemostática fanfarria de acción sin freno. Pero lo cierto es que, despojado de su nervioso y enfático arranque, el director de ‘Finding Neverland’ dispone con oficio un talento al servicio de esa extraña mezcla entre arbitraria complejidad y su exposición incongruentemente superficial y frívola. Y sí, es cierto. Se ha escrito una y otra vez hasta el agotamiento, pero este nuevo Bond le debe su existencia, personalidad y movimientos a la saga de Bourne. Es lo que concede esa remodelación desde sus bases, de esa buscado realismo y credibilidad de la acción, sin levantar el pie del acelerador, con la consabida cámara en mano e iluminación y montaje de ritmo vehemente. Es lo que la distancia de las visiones de James Bond, pero, a la larga, es lo que le hace perder enteros, lo que enflaquece la coherencia con la delimitación entre el clasicismo de la saga y esta renovación a los tiempos modernos.
Sin duda alguna si algo tiene estas nuevas aventuras de 007 es la masculinidad ruda y sin complejos, muy física e hierática que impone Daniel Craig al personaje. Él sólo es capaz de acaparar todas las miradas dentro del filme. Entre otras cosas porque, salvo el personaje de M. que ya no es concebible sin el rostro de la gran Judi Dench, los demás roles secundarios carecen de empaque y poseen poco peso específico en el total de la película. De ahí que el villano de turno interpretado con solvencia por Mathieu Amalric no sea excesivamente amenazante, ni que Jesper Christensen, Jeffrey Wright, Giancarlo Giannini o Joaquín Cosio tengan mucho que decir. Tampoco que esa chica Bond interpretada por Gemma Arterton Strawberry Fields sea más que un mero escarceo innecesario para ver que Bond sigue siendo irresistible (y de paso sea excusa para un homenaje a ‘Goldfinger’). Ni siquiera se puede destacar la sugerente y agradecida belleza de la modelo Olga Kurylenko, cuya presencia deslumbra en pantalla, pero que no es más que un hermoso rostro de decoro, más que un personaje con identidad propia y trascendente.
‘Quantum of Solace’ se une al nuevo cine de género que ha cambiado a un perverso malvado sin entrañas por algo más tangible y cercano al mundo actual. El villano ya no es un hombre sin escrúpulos. El malo de la función personifica al miserable representante del mal moderno y el orbe mundial que defiende sus intereses a cualquier precio en nombre de las multinacionales explotadoras en un universo de corrupción en el que convivien políticos y especuladores, dirigentes y villanos que tejen movidas económicas sin pensar en los abusos económicos por encima del valor humano.
Esta última aventura de Bond mantiene con ciertos estragos su funcionalidad respecto a ‘Casino Royale’ y parece salir indemne en su evolución de la desmitificación de la imagen del superagente secreto sin defraudar a mitómanos y espectadores ajenos al clásico. No faltan enredadas maquinaciones políticas, complots de intereses con recursos naturales de por medio, políticos manchados de sangre, dobles agentes y los elementos que se esperaban de esta nueva película de Bond. Su final hace albergar esperanzas en la saga. Bond deja a un lado su vena más libertaria y contestataria, más personal. En su conclusión, el viaje a los inicios del agente ha concluido. Bond ha crecido en sus impulsos vengativos, pero los logra aplacar y lo personal parece quedar a un lado. Está preparado para asumir misiones con directrices propias, manipuladas por M. Puede que, a partir de ahora, con los errores cometidos aprendidos, la siguiente secuela o adaptación se ponga al nivel de ‘Casino Royale’. Para un buen Bond es necesaria una buena historia. Y el guión de ‘Quantum of Solace’ no lo es. Así de simple.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

'La carretera'

La densa y gris capa de ceniza va cayendo sin remisión en forma de enferma lluvia. El mundo, tal y como lo concebimos, no existe. Los vastos parajes que antes albergaban árboles y vegetación han dejado la desoladora lobreguez de un paisaje sin vida. En un futuro post-apocalíptico, escenario de radical pesimismo, Cormac McCarthy omite cualquier acotación o referencia explícita para esclarecer el envolvente contexto que empapa cada acción, cada palabra y cada hoja de esta novela irrepetible titulada ‘La carretera’. Un entorno donde la violencia amenaza silenciosa a ese padre y a su pequeño hijo encaminados hacia un rumbo desconocido, que avanzan muertos de hambre y de frío por una carretera acompañados de un carrito de supermercado con bártulos y poca comida, hacia el sur, buscando el mar, sumidos en el miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Es una eficaz narración de supervivencia, de iniciación, de búsqueda y, por último, una hermosa historia de amor paternofilial que reflexiona sobre nuestro mundo, sobre la proximidad de una sociedad descompuesta sumergida en el caos.
McCarthy propone así una parábola contundente y sobria, que encuentra en la desnudez de sus elementos sus mejores valores literarios, logrando además anular la recreación épica, haciendo que incluso la frialdad y el detallismo resulten inquietantes e incómodos para el sobrecogido lector. Se trata de un viaje a un mundo sin futuro, parabólico, que esgrime un lenguaje incisivo y minimalista en las descripciones, alejado del boato decorativo, pero que se sostiene con un perfecto grado de un lirismo sombrío que define ese infecundo paisaje cubierto de ceniza por el que el padre y el hijo encaminan sus pasos en un indefinido éxodo hacia la nada.
El frío, la oscuridad y el miedo componen la esencia de una fábula en el que realismo que desprende cada palabra de McCarthy ahonda en el sentido vital de la necesidad de creer en una esperanza que se desvanece con el razonable desánimo a la hora de encontrar una salvación, pero que se contrapone a la actitud del niño, único personaje capaz de creer en la bondad, en la compasión y en la libertad.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El regreso de 'Ghostbusters'... es una realidad

Tantos años esperando el regreso de ‘Ghostbusters’ y por fin se ha hecho realidad.
Es una noticia muy esperada, por supuesto. Sin embargo, no será en una pantalla de cine. La cinematografía está perdiendo su interés por un coloso del ocio que le come el pan a pasos agigantados. ‘Cazafantasmas’ tendrá su regreso en un videojuego que Atari ha anunciado en colaboración con Sony Pictures y el aclamado estudio de desarrollo Terminal Reality. El esperado evento en forma de juego saldrá a la venta coincidiendo con la celebración del 25º Aniversario de la película dirigida por Ivan Reitman y contará no sólo con los guionistas originales de la película, Harold Ramis y Dan Aykroyd, sino que además ha reunido a los miembros del reparto original, por primera vez, 20 años después.
Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson han prestado sus voces y su imagen para sus respectivos avatares virtuales en una historia original que se sitúa dos años después de ‘Cazafantasmas II’, con una Manhattan repleta de nuevo de fantasmas y fuerzas sobrenaturales. El juego también contará con las actuaciones de William Atherton (Walter Peck), Annie Potts (Janine Melnitz) y Brian Doyle-Murray (en el papel del Mayor Jock Mulligan), también aclamados por los fans de esta franquicia inmortal.
2009 traerá este ‘revival’ nostálgico con un producto que se presentará como una superproducción para las plataformas Playstation®3, Xbox 360®, Windows® PC, Wii y Nintendo DS™.
Aquí tenéis algunas capturas de lo que será uno de los acontecimientos dentro del entretenimiento audivisual del próximo año. (Pinchad las imágenes para verlas en grande).

lunes, 1 de diciembre de 2008

Review 'Red de mentiras' (Body of lies)'

La epidérmica esencia del ‘thriller’ de espionaje
Ridley Scott sigue sin encontrar sus agotados fueros en un filme de cierto atractivo e innegable acabado que se sustenta en una historia que da vueltas sobre sí misma.
Es un hecho que, tras el paso de las décadas, el cine de Ridley Scott ha pasado por muchas etapas. Desde el encumbramiento inicial con sus mejores películas, muchas de ellas consideradas como obras maestras (‘Los duelistas’, ‘Alien’, ‘Blade Runner’), pasando por su estabilización en una gran industria en la que comenzó a adecuarse a los calculados riesgos de ésta y a su ‘establishment’ comercial (‘Legend’, ‘Black Rain’, ‘La sombra del testigo’, ‘Thelma y Louise’), su precipitada decadencia y entrada en barrena con títulos infumables (toda su etapa desde ‘1492’ hasta ‘Hannibal’ y su recuperación parcial con algo de talento visual insuflado a películas cuyo cariz global podría definirse como mediocre (‘El reino de los cielos’ y ‘El buen año’), donde, sin embargo, destacan particularmente ‘Matchstick Men’ y la reciente ‘American Gangster’, muy por encima de lo que se espera de un autor tan irregular como grandilocuente. Ridley Scott pasó de ser considerado como un heredero de Kubrick a perpetrar un modelo de cine acomodaticio, comercial, que asimila los factores de grandeza de su innegable talento para someterlo a filmes hiperbólicos, visuales y que encajen en la denominación de filme taquillero. Es la condición bipolar de un director cuya sombra del pasado nunca ha llegado a superar.
Al igual que en su anterior y nada desdeñable filme, ‘American Gangster’, Scott recurre a su pericia, voluntad y empeño, para elaborar un producto con los condimentos del típico ‘thriller’ político, recurriendo a un guión de William Monahan, un autor que, sobre el papel, ofrece las suficientes garantías para abarcar con interés una trama que asuma para sus mimbres una cínica visión post 11-S que gire en torno la diversificación la política de Estados Unidos dentro de Oriente Medio y al funcionamiento de los servicios secretos en sus inestables cauces. Máxime si adapta un material tan jugoso como el ofrecido por David Ignatius en su best seller. Y para ello, ‘Red de mentiras’ sitúa al espectador en un mensaje de contundencia tan real como reflexiva; mientras el gigante americano asume su guerra total contra el terrorismo apoyándose en la tecnología, la hiperrealidad que proponen los intermediarios tecnológicos utilizados, el oponente enemigo es capaz de tejer una infranqueable red de contactos a través de estrategias mucho menos tecnificadas y analógicas.
Para el mundo moderno, ése simulacro de globalidad, no es más que una farsa dentro de los límites del integrismo islamista. Scott y Monahan concretan sus latitudes dentro de un filme de espionaje que describe los escenarios y las estrategias de una nueva guerra, moderna y silenciosa, llevada a cabo en dos bandos manchados de sangre, ya sea por los terroristas árabes, como por los agentes de los servicios secretos que conspiran en la sombra.
‘Red de mentiras’ pretende ir un paso más allá dentro de una subtrama inacabable de conspiraciones, dobles juegos, mentiras y utilización de personas para llegar a un objetivo común. Los planteamientos iniciales muy pronto se dictaminan hacia un solo frente; la contraposición de dos antagonistas del mismo bando, de las dos caras de la misma moneda que representan la suciedad mezclada de intereses y moral dentro de la Agencia Central de Inteligencia americana. Por un lado tenemos a Roger Ferris, la actitud casi suicida y entregada de un agente infiltrado en las ciudades más inestables de Irak, Siria y Jordania que actúa con débito empírico a las órdenes del segundo factor de la ecuación; Ed Hoffman, un hombre de familia que ejerce de impaciente ejecutor en la sombra, capaz de ordenar un asesinato mientras lleva a la cama a su hijo. Mientras que Ferris cree fervientemente en su trabajo dispuesto a manipular y mentir para llegar a la verdad, Ed es como el Dilbert de Scott Adams, un ser asocial que ve todo con la perspectiva de aquel que maniobra y ordena desde la distancia. Lo que importa, en este choques de personalidades diferenciadas en el empirismo de uno y el dogmatismo utilitarista de otro, es la visión que cada uno tiene de los acontecimientos, ya que su percepción e interpretación de los hechos es radicalmente distinto.
Por supuesto hay un tercer punto en el vértice, representado en Hani Saalam, jefe del Departamento de Inteligencia Jordano que se rebelará como auténtico conocedor de los campos en los que se mueven los agentes de la CIA que duda en confiar en el joven agente sospechando que es un peón más dentro de una trampa que gira en torno a la disposición, exhibida de forma bastante torpe, de un ficticio atentado que sitúe un nuevo brazo violento dentro de las filas de Al Qaeda para poder capturar a Al-Saleem, un sosías de Osama bin Laden.
El problema de ‘Red de mentiras’, como ya lo fue de ‘American Gangster’, es el de reflejar a toda costa la tensión adrenalítica del género, de un acción dinámica que, más que resultar épica, da vueltas sobre sí misma. La criba, además de una adaptación condescendiente con el libro de Ignatius, es que, pasado un comienzo muy poco prometedor, el desencanto se cristaliza en una trama desprovista cualquier tipo de emoción, con personajes planos, situaciones contagiadas de desinterés e indiferencia. La acción está inyectada con cierta compostura dentro del caos argumental, de tramoyas del subgénero de espionaje, pero no es más que el habitual efectismo del director, que cree fervientemente que la sofisticación y el buen hacer detrás de las cámaras es suficiente para moldear con consecuencia todo el afectado entramado.
¿Para qué dotar de profundidad intrínseca a sus personajes o dejar que el espectador vaya extirpando la psicología de estos si podemos ofrecer secuencias de explosiones, persecuciones y lucir una irrefutable elegancia y saber hacer? En este apartado, hay que reconocer que se perfilan unos personajes más que interesantes sobre el papel, pero que carecen de lógica en sus actuaciones, cayendo en el ridículo en más de una de sus adversidades y que, finalmente, no logran desasirse del tópico o del arquetipo.
Para colmo de males, Monahan incluye un innecesario escarceo romántico que da al traste con cualquier cavilación positiva para tomar en serio otro desacierto más del mayor de los Scott, que mira de reojo ése ‘Spy Game’ de su hermano Tony, en la similitud de esa perspectiva pesimista de la profesión de espía con la propagada relación muy cinematográfica entre veterano agente y su inquieto pupilo a los que les separa su enfoque de los problemas. Ridley no escatima en efectos pirotécnicos. Pero su opulencia fotográfica reposa esta vez en una planificación más clasicista, en el ímpetu de una vieja gloria que ha acabado abarcando la plétora ruidista de cuidada sofisticación de su hermano Tony y que aquí palía con una corrección formal adecuada a la historia.
Ridley Scott conoce perfectamente los entresijos de las superproducciones. Y tal sea ésa ambición perspectivista, la que ahogue cualquier voluntad de transgresión por parte de un director abatido por sus propias ínfulas. No se puede acusar a ‘Red de mentiras’ de no ser dinámica, de no abogar por gramática visual al amparo de una excelente labor de Pietro Scalia en la edición o un correcto acompañamiento musical por parte del habitual del director Marc Streitenfeld. Lo que sí se le puede imputar a ese engolado ‘thriller’ político ‘hi-tech’, a su concepto de la intriga, al juego de acatamientos y traiciones es que, en definitiva, resulta sumamente aburrida, epidérmica e insustancial.
A ‘Red de mentiras’ hay que agradecerle dos cosas; primero, la representación, despojada de maniqueísmos, de una crítica a la maquinaria patriótica yanqui, más cerca de la diatriba contra los métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses que facturan en éxitos sus errores gracias a un servicio secreto jordano o del desprecio a una guerra respaldada por la burocracia que al panegírico antiimperialista enfrentado a la idea de un gobierno que ha propugnado la extensión del dominio de un país bien sea por medio de la fuerza militar, económica o política. Y segundo, a las esforzadas interpretaciones de Leonardo Di Caprio, Russell Crowe (aunque se siga sin entender a qué vienen los 12 kilos de más para un papel que no los requería) y el descubrimiento de Mark Strong.
Por lo demás, queda la sensación de un vacío total, que se consolida con un clímax convencional e irrisorio de un producto comercial y efectista que no ha tenido los huevos suficientes para consumar una propuesta mucho más arriesgada por la que pasa de puntillas esta cinta y que se justifica de forma conservadora en el manido adagio de “el fin justifica los medios” y lo que importa es la protección y seguridad, por mucho que se violen los derechos humanos y las leyes. En la mentira, en la eliminación de la conciencia humana, se encuentra la diferencia entre aquellos que organizan los conflictos bélicos y los que los ejecutan. Hubiera estado bien. Pero no es así.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008