lunes, 20 de octubre de 2008

Review 'Reflejos (Mirrors)'

La trivialización del género y la estirpe del tópico
El trabajo más comercial de Alexandre Aja es una errónea reiteración de lugares comunes que se limitan a seguir un camino marcado sin riesgos, expuesto a las enseñas de un género enmohecido por el tedio.
Es inagotable la reiteración que viene a afirmar la escasez con la que aborda Hollywood sus proyectos; el de la era del ‘remake’, donde las nuevas versiones se aglutinan con profusión en todos y cada uno de los géneros. La fagocitación del cine norteamericano ha encontrado en ciertos modelos foráneos una fuente de inspiración (por llamarlo de alguna manera) y absorbe su néctar substancial hasta conseguir la cuidada réplica que tanto gusta exhibir con la lengua de Shakespeare. Lo cierto es que, desde hace ya algunos años, uno de esos géneros importados a los que el cine americano ha inoculado el veneno de la revisión ha sido el cine de terror oriental. El género de terror formulista al que estábamos acostumbrados hace una década mutó a un núcleo de revolución estética y argumental, de cambio, en múltiples aspectos. Ya sea por un concepto del cine para subyugar su lenguaje a una tensión evolutiva o bien por un arte que indaga en el arcaísmo para mitigar cualquier efecto de las nuevas tendencias audiovisuales.
El terror asiático abrió así un nuevo camino aprovechado para exportar esa interesante miscelánea de modernidad visual con la tradición japonesa, sin perder nunca los estilemas clásicos, combinando mitología fantástica (como ejemplo, el ‘kwaidan’, la narrativa fabulesca de fantasmas) y el clasicismo fílmico. Hay una gran variedad de títulos que han seguido esta corriente; la primera fue de ‘The Ring’, a la que siguieron, entre muchas otras, ‘Dark Water’, ‘Pülse’, ‘The Eye’, ‘Llamada Perdida’… A todas hay que unirle otra muchas más. Es el caso de la nueva y esperada cinta de Alexandre Aja ‘Mirrors’, a la que los distribuidores españoles no han tenido ningún reparo en titular con el homónimo filme español de Miguel Ángel Vivas filmada hace seis años ‘Reflejos’. Habituado a los dominios del ‘remake’ tras su fabulosa ‘Las colinas tienen ojos’, el realizador galo acomete en su consolidación dentro del cine USA la modernización de la cinta coreana ‘Geoul sokeuro (El otro lado del espejo)’, dirigida por Kim Seong-ho en 2003. La historia, más o menos, sigue siendo la misma. En este caso, la de Ben Carson, un ex policía neoyorquino que perdió su empleo después de un fatal accidente que costó la vida a un compañero. En un esfuerzo por recuperar la normalidad, con la intención de volver a formar parta de su familia y superar su adicción al alcohol, acepta un trabajo como vigilante nocturno en un centro comercial abandonado. Sin embargo, tarda poco en darse cuenta que algo raro habita en el edificio. Las espeluznantes visiones que ve a través de los espejos será el principio de una pesadilla que afectará a todos los que le rodean.
Por supuesto que ‘Mirrors’ es el trabajo de Aja más comercial, sin menos pretensiones artísticas y con aquellos condimentos tipificados en la sucesión de ‘remakes’ asiáticos, ya que contiene todos aquellos elementos que vienen caracterizando este tipo de película de terror; un contexto cotidiano que despierta o utiliza las fuerzas del mal (bien sea una cinta de vídeo, un teléfono, una fotografía, un ordenador… aquí, cualquier reflejo proyectado…) que obliga a los afectados a llegar al final del misterio. Alexandre Aja opera cerca de los códigos culturales del terror asiático, pero llevados con cierta inteligencia al ‘mainstream’ yanqui, sin revocar el sutil estilo visual de un director que maneja con cognición dentro de los cánones del género. Lo más destacado dentro de esta apagada muestra de aptitud es la indeterminación en la moderación con la que se expone la explicitud sangrienta, que beneficia los objetivos cercanos al ‘gore’ tan característicos del realizador francés en su corta pero interesante filmografía. Sin embargo, ‘Mirrors’ no representa en absoluto ese sorprendente talento que desbocó en ‘Alta tensión’ y la mencionada ‘Las colinas tienen ojos’, ya que aquí la pauta verista de sus dos anteriores propuestas se ha eliminado, restando credibilidad a su peculiar y oscura perturbación dentro del filme.
No es que ‘Mirrors’ adolezca de fuerza visual o que la narrativa sea errónea y la atmósfera no consiga, por momentos, un halo de inquietud que responda a ciertas expectativas. Los problemas son evidentes para considerar ‘Mirrors’ como una película, cuanto menos, mediocre. Su dilema fundamental es que tropieza de forma reiterada en la piedra del tópico y del efectivismo visual. Aja tiene que recurrir una y otra vez al golpe sonoro para sobresaltar a un espectador al que traslada, por enésima vez, a un catálogo de lugares comunes dentro de lo peor de los angustiosos parajes terroríficos del cine actual. Tampoco ayuda la poca empatía que despierta un Kiefer Suthernald absorbido por el espíritu de Jack Bauer, movido por las mismas motivaciones que su personaje televisivo, capaz de arrastrar a una monja de clausura a punta de pistola si con ello puede salvar a su familia en plena crisis destructiva.
En este apartado, que apunta a la inhabilidad como escritor del propio director junto a su fiel coguionista Gregory Lavasseur, no funcionan los mimbres dramáticos de la historia. Y sin ése factor determinante, cuando el terror que se propone carece de novedades, la película incurre en la torpeza de la redundancia. Que es lo que le sucede a ‘Mirrors’. De ahí, que la locura que remite a los cimientos del terror clásico americano no sean más que otra absurda muestra de un hombre traumatizado, inmerso en el drama familiar y sometido a las conexiones entre lo sobrenatural y la crisis por la que atraviesa y que afecta a sus seres queridos. Tampoco funciona el ‘thriller’ de búsqueda sobre la verdad del Mal que anida en los espejos, en una investigación que avanza a trompicones, con personajes que aparecen y desaparecen cuando son necesarios para que la trama avance (como el amigo policía o el viejo jefe que le contrata). ‘Mirrors’ sigue la línea argumental de su predecesora, sí, pero lo hace sin la capacidad de sorprender ni de hilvanar una historia ya de por sí trivializada por su estirpe de tópico.
‘Mirrors’ pretende jugar con el contraste que deviene en la percepción y realidad desordenadas de los espejos, en la perspectiva de lo que se ve y la torturada visión que se percibe, revocando a un sórdido pasado de tintes demoniacos. Las atormentadas almas de una visión que refleja lo peor y más recóndito del ser humano. Incluso en la utilización de la fotografía a cargo de Maxime Alexandre, se percibe ésa dualidad de gélidos contrastes, aprovechándose del goticismo geográfico cuando está dentro del antiguo centro comercial en divergencia con la idealización de la familia, con una fotografía cálida y sosegada. Se juntan lo repulsivo, lo convencional, lo violento y lo tópico. Sin embargo, a pesar de algún que otro momento de tensión, Aja sólo crea algo de inquietud gracias a la sensacional partitura de Javier Navarrete. Un acierto que no camufla los dictámenes que va acumulando un guión con pasajes absurdos e irracionales, que se limitan a seguir un camino marcado sin riesgos, donde todo parece expuesto a las enseñas de un género enmohecido por el aburrimiento.
Alexandre Aja había acostumbrado al aficionado al género a unas exigencias que aquí brillan por su ausencia. A cambio, la joven promesa ofrece una síntesis del bochorno fílmico, tan manido y tan visto, descaradamente laxo y reciclado, que encuentra en el categórico desacierto y la completa decepción sus mejores calificativos. Por ello, no hay rastro de dinámica atmosférica. La cuidada estética y la comercialidad han sustituido al hediondo microcosmos de fealdad y salvajismo de sus películas anteriores. A cambio, queda una película olvidable, de mecanismo elemental, de depreciado argumento con enigmático y efectista final a lo ‘Silent Hill’. Si por algo se recordará este ‘Mirrors’ es por la facilidad con la que esa belleza de ébano llamada Paula Patton (vista en ‘Deja Vu’, de Tony Scott) combina rictus esforzados con unos escotes de escándalo, que deja el interés de muchas secuencias de acción en la contemplación de sus espléndidas glándulas mamarias recién operadas. Así de triste resulta este lamentable traspié de Alexandre Aja.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 16 de octubre de 2008

III Muestra de Cortos de la Audiencia

Hace quince días, la cita con el cortometraje tuvo lugar en La Audiencia, uno de los puntos ineludibles con el género dentro del panorama nacional en cuanto a muestras se refiere. Salamanca volvió a ser el centro de atención durante tres días en los que, bajo la tutela de un siempre dispuesto y diligente Rubin Stein, se pudieron visionar algunos de los trabajos más representativos de los últimos años dentro del ‘mondo corto’ nacional.
La recepción pública del primer día fue un poco más fría comparada a la de otros años, con menos expectación que la levantada en las anteriores ediciones, pero no por ello la calidad o el trato mermaron el resultado final de la fiesta. Puede achacarse este insustancial lastre a un admisible problema de logística, de falta de previsión, de precipitación, si se quiere, pero la explicación se encuentra en que el curso universitario apenas había arrancado. Lo que ha hecho que esta III Muestra no haya sido lo cálida y popular que hubiera gustado. No obstante, es un hecho puntual, porque no resta ni un ápice al mérito de sus responsables y organizadores y el éxito en cuanto a trabajo y a corolario cinematográfico logrado.
Los cortos exhibidos a lo largo de otras tres memorables jornadas respetaron la idea con la que se originó este necesario encuentro de jóvenes cineastas: el de congregar a nuevos cortometrajistas junto a los ya consagrados y también al público amante del género, que ve la oportunidad de acercarse a través de sus responsables a los trabajos llenos de ilusión que componen la muestra. Es una ideal fusión de talento que representa de lo más distinguido del cine en pequeño formato dentro de nuestro país. La Audiencia es, por tanto, un evento más que necesario que debe seguir su lógica evolución.
En esta nueva aventura no faltó absolutamente nada de las ediciones de 2006 y 2007; principalmente, la presencia de todas y cada una de las figuras que componían su atractivo cartel, ni los apasionantes ‘cineforums’ posteriores a la proyección de los cortometrajes, ni el buen ambiente que siempre se respira en el local del hospitalario Joserra. Ni tampoco la presentación del mítico Bruto Pomeroy. Ni siquiera las ulteriores noches locas, en las que público, organizadores, directores y amigos se unen en una devoción por las juergas que identifican la noche salmantina.
La III Muestra de La Audiencia nada tiene que envidiar a sus precedentes. Ni, por supuesto, a ninguna de las demás muestras que se puedan encontrar a lo largo y ancho del panorama nacional. Algo que hay que tener muy en cuenta para la larga vida de este entrañable proyecto.
Miércoles 1 Octubre
La cosa no pudo comenzar de mejor manera. El gran protagonista de la noche, el joven realizador gallego Jairo Iglesias, inició su exposición con ‘Llámame’, con la diversión y el desparpajo de esta simpática pieza en vídeo en el que un hombre y una mujer desconocidos juguetean lascivos en un bar para terminar haciendo partícipe al espectador con un final de ‘reality’ imbuido en la ironía de los nuevos tiempos televisivos. Prosiguió ‘Claustrofobia’ es un provocativo trabajo en el que dos personajes, uno de ellos en la piel del ganador del Goya Tamar Novas, incitan con sus comentarios a aquellos vecinos que van entrando en un aséptico ascensor. Tras este avance, se llegó a los que son sus más reconocidos trabajos hasta la fecha. A excepción de ‘Cicatrices’, los dos cortos proyectados desplegaron el talento visual de este realizador de inmenso futuro. Dos piezas que tienen como objetivo una mirada personal y equidistante a la Guerra Civil, dentro del entorno gallego del que proviene este inquieto creador.
‘Cores’ utiliza el conflicto bélico como fondo para narrar el choque entre dos soldados atrapados en la guerra, donde uno de ellos, a pesar de luchar por un bando concreto, no entiende ni de ideologías ni de colores. Su inocencia y su daltonismo le hacen un blanco perfecto para cualquier rival, si no fuera porque su antagonista reconoce el miedo y la incongruencia de la batalla. Iglesias conforma una mirada realista y lírica a la contienda, muy cercana al realismo mágico y arraigado a su tierra. Destaca su visualidad, su poder narrativo y la profundidad con la que logra captar el sentir de los personajes. Sin pretensión y desprovisto de superficialidad. Así se puede definir el cine de Jairo.
Virtudes que repite en ‘1936. Ribadeo’, una propuesta similar, de corte bélico, también con dos personajes enfrentados, esta vez del mismo bando, sumidos en un conflicto mucho más importante que el que les rodea; el enfrentamiento personal con hechos del pasado que poco tiene que ver con la Guerra Civil. En ambos y muy premiados trabajos, Jairo Iglesias define un incipiente estilo de calado íntimo, depuradamente visual y con un encomiable porvenir.
David Valero, por su parte, presentó uno de los dos cortos que presentaba en la muestra este año ‘Me está mirando’. Sin embargo, su trabajo más acabado y reconocido, ‘Niños que nunca existieron’, se exhibiría el día después, por lo que le tocó el turno al trabajo que fue presentado a la última edición de Notodofilmfest.com y que está protagonizado por José Solaz y Manuel Rodríguez. Se trata de una breve comedia sobre el encuentro de dos antiguos amigos que comienzan a discutir sobre una mirada fugaz sin objetivo aparente, que acaba con el enfrentamiento de todo aquel que pasa por allí.
Pero la sorpresa fue ese corto titulado ‘Gritos al atardecer’, representante de la caspa sin prejuicios de la juventud, la desenvoltura y las ganas de cachondeo en un corto a medio camino entre el ‘gore’ y el cachondeo determinado en la imborrable imagen de un bocadillo de chorizo asesino cantando “Chiquilla” y lanzándose a matar a uno de los jóvenes protagonistas que son víctimas de una maldición provocada por una invocación demoníaca.
La noche terminó con el también muy ‘freakie’ ‘El ataque del increíble hombre de las manos pringosas’, homenaje a la serie B policíaca y de Ciencia ficción de los años 50 por parte del sin par Sami Natsheh. Es una certera visión al género, donde no falta materia y lugares comunes a sus estereotipos, a las acciones y personajes de dos géneros que se entremezclan con gran capacidad de entretenimiento pese a la duración del corto (20 min.). Natsheh da un recital de desparpajo y manejo de la cámara, de la reinvención de situaciones estrambóticas y de un humor que reside en una enfocada acepción de carácter nostálgico y revisionista. Como no menos ‘freak’ fue uno de sus primeros trabajos realizado en una tarde, con una cámara de mano y con amigos. pusieron punto y final a un primer día que siguió, como no podía ser de otra manera, con la consecuente fiesta nocturna que llevó a los directores y a parte del ‘staff’ a buscarse el esparcimiento dipsomaníaco en bares con barra libre de cerveza a 4 euros, sitios medio vacíos y discotecas atestadas de renovada juventud universitaria.
Jueves 2 de octubre
Rescatando un par de trabajos que iban a proyectarse la primera día, David Valero y Sami Natsheh, presentaron sus más destacados proyectos. Valero habló de las interioridades de su corto más aplaudido: ‘Niños que nunca existieron’, apasionada y cuidada obra que traslada al espectador a la realidad de unos infantes que sobreviven perdiendo su niñez en un mundo amenazante y cruel, donde la guerra y los disparos son el día a día de unos mártires sin futuro. Cortometraje que se asocia al cine de autor, a la calidad narrativa, sin que se renuncie a un discurso y reflexión a la altura. Valero golpea con sus imágenes a la emoción del espectador, hasta rebasarlo con unos títulos de crédito que tienen el colofón final con la suerte de uno de los protagonistas. Destaca la naturalidad de unas interpretaciones fascinantes, teniendo en cuenta, como contó el propio realizador, que se trataba de niños sin experiencia previa en el mundo actoral. De Natsheh, quedaba también su cortometraje más reconocido.
Si en la jornada anterior, la ficción fue la muestra de este inquieto joven creador, ‘Spaghetti Western’ simboliza la cima (hasta el momento) de su conocida faceta como creador de animación. Se trata de un sincero homenaje al género tan profuso a mediados de los 70 que revolucionó la forma de ver el ‘western’ y que tanto se ha revisitado posteriormente. Y lo hace literalmente, puesto que los animados protagonistas del corto son spaghetti, macarrones, fideos… que disparan Ketchup en vez de balas. Con unos fondos de la Almería real y la voz del conocido actor Paco León, esta maravilla de la animación nacional, levantó aplausos ante una simpática historia llena de vida en la que, según contó el propio creador sus personajes principales, Spaghetti Kid y Fideo Jack, están inspirados directamente en dos de los actores fetiche de Leone, Clint Eastwood y Lee Van Cleef.
El programa siguió su orden lógico y llegó el turno del guionista y director Guillermo Zapata, conocido en el mundo del corto por conseguir un hecho insólito: gracias a la difusión gratuita en Internet, utilizando dos armas como son la Creative Commons y el portal Youtube, ha convertido en sendos éxitos de público sus trabajos en dos de las piezas cinematográficas de corta duración. Tanto es así, que está a punto de llegar a los 90 millones de visitas. Zapata proyectó ‘Lo que tú quieras oír’ y ‘Todo va bien’. El primero es expuesto como drama costumbrista, sobre una ruptura telefónica, sobre ese terrible “ya no te quiero” más bronco y egoísta que existe, el del refugio de la distancia, sin dar la cara, escapando al término de una pareja. Zapata se sumerge en el desconcierto emocional que supone la renuncia de un segmento de la relación y la consecuente destrucción de una vida en común para dar paso a la soledad imprevisible. La agonía de la incomunicación y la tristeza del abandonado dan paso a la manipulación de una realidad injusta para convertirla en una hermosa mentira que permita el poder sentir el recuerdo extinguido que nunca volverá y poder contestar a aquello que no se ha podido adecuadamente, con dignidad.
Por su parte, ‘Todo va bien’ encuentra puntos en común en el desengaño y la falta de comunicación. Aquí, Internet, el medio que tanto le ha reportado a este valor cinematográfico de sólidos pilares dentro del mundo del guión (trabaja desde hace tiempo en la televisiva ‘Hospital Central’), es el elemento fundamental para narrar, con un reconocible estilo cercano, la historia de dos personas, un hombre y una mujer, anclados en una rutina que ha transformado sus respectivas vidas en una absurda redundancia de insufrible monotonía. Seres desorientados en busca de una salida, que necesitan una novedad en su vida para acabar con ese hastío que les coarta.
Eva Gallego llegó con un solo cortometraje. Pero tampoco hizo falta mucho más. Su ‘Normas de la casa’ es una bella historia llena de dolor e incomunicación, al igual que Zapata, pero con otro estilo algo más preciosista y vinculado a la emocionalidad de las imágenes. Su corto aborda la incomunicación, la soledad y los caprichos del imprevisible destino. La historia gira en torno a un hombre triste, de oscuro pasado, que ha cometido el terrible y atroz delito de matar a la mujer que amaba. Desesperado y a punto de cometer otro acto peor, encuentra en la voz de una teleoperadora que trabaja para una empresa que ayuda a la gente a suicidarse, el escollo al que sujetarse, una luz al fondo del túnel. Bajo un sobrio B/N, Gallego se escuda en las loables interpretaciones de Félix Corcuera y Andrea Lebeña para conmover con esta historia de encuentros, de necesidades y de comprensión.
Miguel Á. Escudero, por su parte, dosificó la contundencia de ‘Mala sombra’ con el curioso documental ‘Binomio’. El primero comienza, literalmente, con dos chavales partiéndose la cara encima de un ring bajo unas melódicas notas. El boxeo juvenil es el centro de este trabajo que reflexiona sobre las decisiones de la vida, la nobleza y la filosofía al que conlleva el sufrimiento ante los obstáculos de la vida. Con una precisión visual matemática, Escudero expone sus mejores armas en una atmósfera y un montaje que se delimitan a las grandes interpretaciones de Adrián Gordillo y del veterano Txema Blasco. ‘Binomio’, por su parte, se muestra como un documental sobre los únicos siameses adultos de España, Cosme y Damián. A lo largo de imágenes, documentos, apariciones televisivas y entrevistas, el espectador entra de lleno en el día a día en la vida familiar y profesional de estas dos personas unidas para siempre en un canto a la independencia y a la libertad, aún en condiciones imposibles para darse.
La noche del jueves acabó con la proyección de dos de las obras de Alfonso S. Suárez. ‘El corazón delator’ se inspira en la obra homónima de Edgar Allan Poe para adentrarse en la oscuridad de la visita de un hombre a su hermano. Ambos empiezan a recordar su pasado común, pero una misteriosa llamada de teléfono en plena madrugada rompe la placidez del encuentro. Es cuando descubrimos que la visita tiene un objetivo; saldar una deuda con la locura y con el pasado. Bien podría definirse este impecable trabajo como un homenaje no ya a la literatura del autor de ‘El Cuervo’, sino como un nostálgico episodio de ‘Historias para no dormir’. En apenas diez minutos, Suárez convoca el clasicismo tenebroso del género, la oscuridad del gótico de luces y sombras para narrar, por medio del protagonismo absoluto del mítico Paul Naschy (hay que reconocer que su partenaire Eladio Sánchez poco tiene que hacer ante la gran interpretación del mito del terror patrio), que es el punto clave para que este trabajo se sitúe en un nivel superior. Incluso el doblaje, por parte de Javier Franquelo y Francisco Hernández, le da una sensación de claustrofobia y regusto arcaico del que se aprovecha el cortometraje.
Siguió, para acabar la noche, ‘…Y del Hijo’ es una ofrenda al mundo teatral, pero también a los sentimientos, a la relación paternofilial abandonada, a la relación que tiene la ficción y la realidad. Es la historia de un actor está interpretando una obra de teatro en la que un hombre se obsesiona con la idea de no haber podido hablar con su padre por última vez. Cuando regresa al camerino, aparece su auténtico padre, al que nunca había visto. A través de ella, viajamos a un emocional estado de sorpresa, la del padre y el hijo reencontrados en una extraña situación de paralelismo ficcional. De nuevo, Suárez, sabe sacar partido al montaje y a la interpretación, en esta caso de Avelino Arias y, de nuevo, Eladio Sánchez.
Viernes 3 de octubre
El último día aguardaba la sesión más larga de toda la Muestra. Y esta sensación de durabilidad vino a ceder el aplomo del primer realizador de la noche. Lino Escalera mostró dos trabajos de ambiciosa factura, pero que como comienzo, dado su excesivo metraje, no concilió todo lo que se espera de un buen arranque de fiesta final. ‘Espacio 2’, el primer trabajo exhibido, bien podría haberse titulado ‘Despacio 2’. El tempo que el director otorga a la narración, aplacado en la pausa, en el detalle, en los tiempos muertos, en las miradas y en la disposición temporal no contribuyen al interés de un trabajo que, con la mitad de tiempo, podría haberse convertido en la controvertida, apasionada y provocadora cinta a la que aspira ser. Una historia de desengaño vista desde los ojos de un ser que sufre la monotonía, la soledad de una parte de la pareja y que encuentra su momento en una fiesta donde, de nuevo, se vuelve a sentir relegado.
Correctamente dirigido, mejor interpretado, lo mejor de este cineasta que declaró ‘in situ’ “que no quiere volver a dirigir cortometrajes porque en realidad lo único que le importa es el largometraje como género”, llegó con ‘Elena quiere’, otro corto de excesivo metraje, pero que encuentra muchos factores a su favor como para pasar desapercibido. Primero, que la realización de Escalera es intachable, con un montaje milimétrico. Segundo, que posee una de las mejores direcciones de fotografía vistas en un trabajo nacional de corta duración en muchos años, gracias a la soberbia labor del siempre magistral Unax Mendía. Y tercero, las encomiables interpretaciones de Víctor Clavijo y Marta Belenguer en otra historia de soledad e incomprensión, donde una triste mujer se arrastra en busca del perdón en una fría noche en la ciudad. La descripción de los lugares, las miradas, los silencios y el rechazo aturden en un bello poema a las segundas oportunidades. Un corto fantástico, sin duda alguna.
El valenciano David Moreno brindó ‘Happier?’ y ‘Unday’ (parte 1 y parte 2), dos cortometrajes que responden a una misma historia, pero que el realizador diferenció enfatizando que “son dos cortometrajes distintos”. Ambos narran las complejas relaciones paternofiliales a través del enfrentamiento dialéctico entre un padre y un hijo, con la barrera de la alejamiento que les separa, con el trauma de enfrentarse a los defectos de uno por parte del otro. Es la descripción de un trauma marcado por la distancia, desde dos puntos de vista; ‘Happier?’ en la metáfora de un atasco automovilístico que representa el lapso que atraviesan un padre y un hijo que reacciona ante una explosión de ira de su progenitor, sacando a la luz todo lo que siente respecto a él, haciéndole ver lo que piensa sobre la agresiva actitud de un padre que esconde en ese enfado problemas mucho mayores.
En su versión cinematográfica, rodada en 35 mm., Moreno merma la edad del hijo, en la piel de un estupendo descubrimiento, el del niño actor Edgar Blanco, en una progresiva pugna ante un padre interpretado con soltura y devoción por un entregado Javier Batanero, en un reto interpretativo donde la dirección de Moreno va cadenciando el ritmo dramático de la historia, alcanzando un clímax en el que el choque entre el pequeño y su padre va perdiendo la posibilidad de acercar a su hijo a ese futuro que es tan desigual para ambos. La ternura con la que Moreno acomete ambos proyectos se nota en sus resultados. Son dos piezas ejemplares, en cuanto a su aspecto técnico, como el interpretativo. Ambos disertan sobre un día en que ya nada volvió a ser lo mismo entre estos cuatro personajes que, según indicó el joven cineasta, responde a una experiencia biográfica.
Pocas cosas buenas se pueden decir del trabajo como director de Iván Sáinz-Pardo. La convicción y pureza visual que desprenden sus obras hacen evidente que estamos ante uno de los grandes autores cinematográficos del panorama español. Sus cortometrajes son obras de arte, imbuidas en la inalcanzable disposición de un cineasta total. Sáinz-Pardo, que ya estuvo presente en la primera edición de La Audiencia, presentó dos piezas menores, trabajos que amplifican la diversidad de este director madrileño. ‘La Marea’ desprende un sugerente enigmatismo argumental, capaz de desbordar los sentidos, en una extraña fusión de suspense y sensibilidad del lado más oscuro del hombre, que explora un complejo tratamiento de las relaciones humanas, siempre adentrándose en el espacio del subconsciente y los sueños, del misterio de la vida y la pérdida de la amistad. “Cuántas veces tenemos que morir… para llegar a ser quiénes somos” era la inquietante leyenda que aparecía en su trailer y evidencia el complejo entramado de una obra hipnótica. Junto al gran Jim-Box y el alemán Dirk Soldner, convida al misterio de una pieza de poderoso sortilegio. Un corto realizado sin ningún tipo de presupuesto (otra de sus muchas virtudes), un trabajo poco convencional y a contracorriente, que funciona como poética rapsodia de la vertiente menos conocida del ‘cine de guerrilla’ de Jim-Box (que ofrece aquí algo antagónico a lo que el espectador está acostumbrado) y la artística omnisciencia del duplo Sáinz Pardo & Soldner.
También se pudo ver los primeros 11 minutos de la serie inédita ‘Die Schöne und der Mörder (La bella y el asesino)’ para la productora alemana Hoffman & Voges y el canal de televisión PRO7, un proyecto televisivo que, pese a lo conocido de su argumento (vendría a ser una revisión teutona de ‘El Silencio de los corderos’), exhibe el talento visual con el que Pardo acomete todos sus proyectos, en una mixtura de elegancia, talento e intuición visual que sólo él sabe dotar a sus trabajos.
Si por algo se ha caracterizado David Planell a lo largo de su granada y premiadísima trayectoria como cortometrajista es por la maestría con la que dirige a los intérpretes de sus trabajos. Tres fueron los cortometrajes que pudieron verse dentro de esta III Muestra de La Audiencia: ‘Banal’, ‘Ponys’ y ‘Subir y bajar’. En todos ellos, la magnitud que se desprende como director de actores y actrices, de la ternura con la que cuida los diálogos y la afectividad con la que los intérpretes dotan a sus personajes, entrega al espectador una satisfacción compartida, valedora de un reconocimiento traducido en trabajos de una enjundia más que sobresaliente. ‘Banal’ se recrea en el diálogo por parte de una hija y un padre que empiezan a unirse tras una conversación que, en boca de Barbara Muñoz y Joaquín Clement, se cristaliza en contigüidad respecto a los personajes, acercándonos a sus aprensiones y anhelos. Planell sabe absorber con delicadeza la sensibilidad que anida en unos caracteres arrolladores y en la naturalidad con la que se desenvuelven delante de la cámara.
Ejemplo de ello es ‘Ponys’, donde la exhibición de talento por parte de sus tres actrices, Marta Aledo, Natalia Mateo y Esther Ortega, atribuyen a un corto sencillo y basado en los diálogos, en un espacio que no disimula la intención del realizador por concretar el interés en su hondura psicológica y su tonelaje satírico. Tres amigas inician una conversación intrascendente sobre recuerdos vergonzosos de su pasado. Lo que parece un divertido juego se acaba por convertir en ataques envenenados que deviene en incómodo descubrimiento de sus respectivas miserias.
Planell no utiliza alardes visuales, su cine es un cine cercano, que se sustenta en la efectividad de sus mejores armas dramáticas ya citadas. ‘Subir y bajar’ es una contundente pieza rodada con una cámara no profesional, sin atender a cuidados fotográficos. Sin embargo, no importa en absoluto. Lo que realmente importa aquí es narrar una conversación entra una mujer acosada por su marido a través del telefonillo del portal. La gran interpretación de Irene Anula transmite el miedo y la angustia de una mujer que no logra evitar un momento de debilidad. Magnífica selección de trabajos de un director con sorprendente potencial y habilidad cinematográfica que manifestará en el debut de su largometraje ‘La vergüenza’.
La noche se cerró de forma inmejorable con ‘Test’, primer trabajo tras las cámaras de las actrices Natalia Mateo y Marta Aledo. Un ejemplar trabajo en el que la sencillez de una idea y su cristalización imponen la lógica de la grandeza que tienen aquellos trabajos destinados a ejercer una mágica afinidad sobre el público. A través de las reacciones de cuatro mujeres que acaban de hacerse el test de embarazo, asistimos a pequeños fragmentos de sus vidas, en un instante trascendental, cuando la alegría, el desinterés, la sorpresa y la casualidad unen a todas ellas con una noticia que les cambiará la vida para siempre. Un cortometraje lleno de ilusión, que ha sido además de rodado por estas dos fantásticas actrices, interpretado por mujeres y elaborado hasta su estreno por un equipo técnico exclusivamente femenino. Hay que destacar un elenco formado por Ana Wagener, Pilar Castro, Sandra Farrús y Nadia de Santiago que ayudan a que el corto sea una pequeña pieza de brillantez adorable.
Un año más, la Audiencia ha respondido a las expectativas siguiendo un objetivo que este año se ha vuelto a ver superado; la evolución de una muestra destinada a albergar a las más destacadas figuras del mundo del cortometraje. En esta III edición, la congregación de talento y el consabido ambiente de cordialidad entre realizadores y público volvió a repetirse. La Audiencia sigue creciendo en su idea de hermoso proyecto donde la competitividad se queda a un lado, ensombrecida por el buen contexto que se da en una muestra que seguirá dando lo mejor, como hasta ahora, de un orbe cortometrajístico que encuentra en esta iniciativa un marco incomparable para la unión colectiva de todos aquellos que pasan por esta entrañable cafetería a disfrutar de los cortometrajes. Independientemente de la condición de director o público. Es lo grande de la muestra. Y así seguirá siendo.
Hasta el año que viene.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Resurrección de mitos

Hace unas pocas semanas, el antológico grupo Metallica volvía por su fueros con ‘Death Magnetic’, un magnífico trabajo que recuperaba la quintaesencia y el poder perdido durante una larga transición de trabajos fallidos que hicieron perder la esperanza a sus más fieles seguidores. Este mismo año también le toca el turno a otra de esas bandas que marcaron un antes y un después con su aparición en el panorama del ‘hard rock’. Se trata de la mítica banda de Los Ángeles Guns N’ Roses.
El que fuera grupo emblema de finales de los 80 y principios de los 90 regresará a finales de noviembre (el día 23, concretamente) con la versión definitiva de ‘Chinese Democracy’, un disco que debería haberse editado hace más de dos años y que supone el regreso del polémico Axl Rose y su itinerante banda que hay ido cambiando miembros con una increíble facilidad. Atrás quedan los tiempos en los que Rose corría de aquí para allá entre los más recordados integrantes de los ‘Guns’; los míticos “Slash” e Izzy Stradlin, el bajista Duff McKagan y el batería Steven Adler.

viernes, 10 de octubre de 2008

Review 'Tropic Thunder (Tropic Thunder)'

Portentoso metalenguaje paródico
Siguiendo la genialidad de ‘Zoolander’, Ben Stiller ha conseguido dinamitar la comedia moderna con una inteligente y radical parodia bélica que cuestiona Hollywood y los condicionamientos del ‘star system’
Ya en los primeros compases de ‘Tropic Thunder’, se asiste a lo que será la posterior función desmadrada. Al más puro estilo ‘Grindhouse’, la cinta comienza con una serie de ‘fake trailers’ ficticios que presentan a los personajes protagonistas; Tugg Speedman (Ben Stiller) es un actor de la saga de películas de acción postapocalípticas ‘Scorcher’, que ha alcanzado ya su sexta parte y que no encuentra la forma de hacerse valer en el mundo del espectáculo, ni siquiera habiendo hecho de retrasado mental en la entrañable ‘Simple Jack’. Algo que sí ha logrado Kirk Lazarus (Robert Downey Jr.), actor australiano galardonado con cinco Oscars que decide someterse a un cambio de color de piel para su próximo papel como soldado afroamericano. Jeff Portnoy (Jack Black) se ha granjeado cierta fama como cómico de brocha gorda con su saga de pedos ‘The Fatties: Fart 2’. Completan el reparto de la película bélica Alpa Chino (Brandon T. Jackson), un actor negro con fama de mujeriego que anuncia bebidas isotónicas y oculta un secreto y el joven Kevin Sandusky (Jay Baruchel), el joven debutante al lado de tanta estrella. Todos ellos a las órdenes de un director novel (Steve Coogan) incapaz de dominar los egos del elenco que le ha tocado en suerte. Con estos elementos, Ben Stiller maneja un demoledor manifiesto de autocrítica, de sátira llena de veneno hacia la maquinaria hollywoodiense, a su esencia comercial y sus baremos de calidad en una comedia muy superior a lo que uno podría esperarse dentro de un género que subsiste con algún que otro retazo de brillantez como esta explosiva mezcla de géneros.
‘Tropic Thunder’ no pierde la oportunidad de evidenciar las miserias de la gran industria cinematográfica, radiografiando entre risas y cachondeo la estupidez y los intereses que mueven muchas veces el séptimo arte, la esencia del ‘blockbuster’ llevado al absurdo y los entresijos hiperbolizados de los grandes estudios. Para ello no escatima detalles en mostrar a agentes, directores sin talento y actores narcisistas en un mundo simbolizado con ironía, desde una perspectiva inteligente por parte de un inspirado Stiller en su película más ambiciosa y costosa. El filme pone en todo momento en tela de juicio los condicionamientos del ‘star system’ con una amplia gama de ‘gags’ y situaciones que obligan a descifrar su vitriólica condición de provocación a través de un guión funcional, que comprime sus debilidades y multiplica sus virtudes para ofrecer un espectáculo manifiestamente descomunal, exagerado y desquiciado.
La comedia de Stiller utiliza de esta forma el metalenguaje (en otra vuelta de tuerca de “cine dentro del cine”) como aparejo para avivar el gamberrismo y la parodia, con actores interpretando actores que interpretan a otros actores dentro de una superproducción que deviene en experiencia surreal e incoherente, pero formulada con momentos de épica. La razón de ser de ‘Tropic Thunder’ es el exceso. Y respondiendo a tal expectativa, es constante en el tono general de la película. El actor y director de la menos antológica ‘Zoolander’ no renuncia a la burla de la profesión, a la autoparodia, a la incorrección política y a la apelación ‘farrellyana’ de un discurso totalmente grosero, pero fuertemente auténtico. Como ejemplo, la relación que siempre ha existido entre el Oscar y la interpretación (moderada o no) de deficientes mentales por parte de grandes actores.
Tampoco se priva de brindar una suculenta cuota de ‘gore’ en ciertas secuencias que esgrimen el recurso de la sangre como otro elemento más de comedia descabellada, destacando aquellos fragmentos dentro del inicio, en el que Speedman alza sus brazos cercenados y sin manos o Sandusky mira sus intestinos y vísceras simulando no saber qué sucede. Es la antítesis de la realidad, en la que, inmersos en la jungla y tras un lamentable accidente que acaba con la vida de su director, el personaje de Stiller levanta la cabeza cercenada, prueba la sangre y mete su mano por el desgarrado cuello para vaciar su contenido con resultados chocantemente grotescos.
La acción y la comedia van de la mano en todo momento, evaluando con acierto e irrisión los conceptos cinematográficos de los filmes bélicos, a través de los cuales, se mezclan de tal manera el belicismo se fusiona con la remedo caricaturesco, en un alarde de magnífica y enloquecida amalgama, de multiparodia, de surtidos estereotipos donde el ‘gag’ directo se hace mucho más trascendente que el propio argumento. De hecho, esos tópicos del cine de género, con un antihéroe que se busca así mismo, dos marines afroamericanos que discuten, un soldado adicto a las drogas incapaz de superar el ‘mono’ y un novato que será la clave para sus superviviencia son personajes reconocidos y revistados en innumerables cintas de guerra. Es la excusa perfecta que constituye el alma de la fiesta, que no es otro que mostrar la película ‘Tropic Thunder’ que se rueda dentro del filme como una aventura que no debería estar condicionada por los grandes estudios, por esos tiburones sin entrañas que ven en el arte una industria con la lucrarse. Un prototipo que bien representa ese despreciable hijo de puta que encarna con magistral puntería un Tom Cruise desmadrado y juguetón, en clara alusión a Sumner Redstone, el máximo responsable de su salida de Paramount Pictures.
‘Tropic Thunder’ exhibe todo lo ocurrido en un ingenioso desarrollo circular, haciendo un guiño a la confusión entre realidad y ficción, entre la película que han ido a rodar y la cinta que hemos visto. Ambas no difieren en absoluto de los resultados prometidos. Con ello, Stiller también hace una valoración de su propia profesión actoral, dando prioridad a la honestidad por encima del artificio al que conlleva la interpretación. Una ácida crítica a la que aportan el punto necesario de juerga colectiva sus protagonistas. Y lo hacen con desmedido carácter y talento; desde el inmenso Robert Downey Jr., pasando por el habitual histrionismo de Ben Stiller y del inmoderado Jack Black para llegar a un Tom Cruise magistral. Es una pena que Nick Nolte no esté a la altura de sus compañeros, ya que su personaje, Petra, simboliza la gran verdad de esta comedia: el cine, como la heroicidad de un hombre que describe una batalla en primera persona que no ha vivido, es una gran mentira de la que poder descojonarse sin coartadas de ningún tipo.
La gran aportación de Ben Stiller se fundamenta, sin embargo, en la corrección y pulcritud visual con la que ha dirigido una película que no se queda en la definición de comedia sin prejuicios. Lo es, por supuesto. Pero también ha que destacar la magnífica puesta en escena, la dirección en sus secuencias de acción, así como la gran labor de John Toll haciendo que el conjunto esté muy encima del nivel de cualquier otra muestra de este género tan depauperado. Stiller sabe lograr que la parodia surja de un contenido conocido por todos, alejándose de los modelos que están triunfando de la mano de Judd Apatow y acólitos, empeñados de discernir sobre la misma idea romántica de comedia de enredo. Por el contrario, a Stiller realiza una pirueta radical, por lo que hay que agradecerle que dé una lección de voladura de los límites del género, desde el conocimiento y de la efectividad con la que un ‘blockbuster’ puede generar una película diferente, gamberra, inclasificable… que camufla un pertinaz y complejo ejercicio de comedia en una película de poderosa fuerza. ‘Tropic Thunder’ es, sin lugar a dudas, la mejor comedia del año. Y puede que una de las más notables muestras de genialidad de los últimos tiempos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 6 de octubre de 2008

Review 'El Tren de las 3:10 (3:10 to Yuma)'

Readaptación y clasicismo actualizado del ‘western’
Un sorprendente James Mangold consigue aportar con su nueva versión una admirable lealtad hacia el clásico de Daves en un apreciable filme de elegancia y factura intachable.
El western, como género, es uno de los modelos de narrativa épica más elaborado y reconocido del Arte Cinematográfico. Bajo su espíritu se ha recorrido un esencial destilación de las raíces de Norteamérica, de sus figurantes humanos y de sus paisajes. Un género mayor cuyos relatos describen la perfección de la mitología y el folclore de una nación. Actualizar un género en una época de coléricos ‘remakes’ y de ‘revivals’ puede considerarse un desacierto si no se logra readaptar a los tiempos que corren. Como una inalterable forma de entender el mundo, el ‘western’ acepta una continua renovación, siempre y cuando se respeten sus reglas y el código de valores logre revelar la esencia geográfica legítimamente americana para convertirla en un concepto ecuménico.
En ese terreno de duelos, bien sea de personalidades como verbales, de ‘cowboys’, de villanos admirables sumidos en una constante pugna de pliegues psicológicos y morales, en los que la violencia juega un papel fundamental se sitúa ‘El tren de las 3:10’, del irregular cineasta James Mangold, que reformula la historia con entornos de ‘western’ que Delmer Daves sugiriera en 1957 con la adaptación de un relato corto de Elmore Leonard con Glenn Ford y Van Heflin como protagonistas.
La versión actualizada no es un ‘remake’ como tal, sino una reinterpretación del mismo argumento que recoge esa mística de valoración dicotómica que utiliza los estereotipos del ‘western’, a sabiendas del tópico, pero otorgándoles una sobriedad más que apreciable. Se podría decir que a ambas versiones les unen los mismos puntos, con el eje coaxial de un argumento trenzado a través de dos personajes antagónicos que reúnen paralelismos en sus diferentes formas de actuar. La de Dan Evans, un pobre ranchero veterano de guerra al que sus hijos no respetan que sufre el acoso por parte de los patronos sin entrañas que aspiran a conseguir sus tierras para poder construir el ferrocarril. Por otro lado, Ben Wade, un peligroso forajido con ciertos valores, que es trasladado hacia el pueblo donde esperarán a que el tren que da título al filme le lleve a saldar sus cuentas con la justicia. Evans se une a las autoridades encargadas de trasladar al proscrito con la intención de cobrar una recompensa que alivie su miseria. La historia de fondo sigue siendo la misma que en la versión del 57, la lucha por la supervivencia de dos roles que comparten trayecto; uno, transformado por la leyenda en un célebre asesino uno y otro, hombre de buena fe, un padre de familia frustrado, lleno de dudas y sin futuro.
Mangold, bajo el guión de Halsted Welles, Michael Brandt y Derek Haas, consigue aportar con su nueva versión una admirable lealtad hacia el clásico de Daves, llegando a determinar una personalidad propia que se apoya en el tono artesanal que despliega, con sobrado talento, un halo de clasicismo actualizado. ‘El tren de las 3:10’ supone así una inesperada sorpresa que describe todo aquello que debe divulgar un buen ‘western’; una fábula donde mito e historia se agrupan en una cohesión donde la moralidad y la epopeya conviven en conflicto bajo los relieves de un paisaje en la que la aventura y la acción proponen diatribas tan salvajes como trascendentes.
Un reconocible viaje hacia un punto en concreto, que es la excusa para profundizar en otra travesía mucho más importante, la del trayecto vital en el que Evans reconoce errores vitales para poder vencer un lastre que arrastra en forma de minusvalía junto a un Wade que aprende a ver la heroicidad que mueve a un hombre que actúa por demostrar su valía ante su hijo mayor. Es, en definitiva, un relato poético erigido a partir de la idea del itinerario que vincula la idea de desplazamiento físico del héroe individual o colectivo como de su representación de cruzada ética.
Tampoco se olvida del salvaje oeste inmerso en una época de cambio, el principio del fin de aquel mundo insociable de conquista y colonización, con la introducción de ésa contemplación histórica que se establece en torno al papel simbólico que juega la homérica construcción del ferrocarril, definido en un par de secuencias donde un pueblo atestado de inmigrantes trabajan duramente para los colonos estadounidenses o en la desidealización de la propia esencia del ‘western’, con indios atacando con armas de fuego y los desagravios familiares que se llevan a cabo con avanzadas técnicas de tortura. A Mangold no le hace falta hacer hincapié en estos temas, puesto que forman parte de la descripción de un ‘far west’ a punto de cambiar, como una subsiguiente refracción de la magnífica serie de la HBO ‘Deadwood’.
En ése sentido ‘El tren de las 3:10’ se sitúa en un nivel más cercano a la infravalorada ‘Open Range’, de Kevin Costner, que a las magníficas manifestaciones genéricas de películas como ‘The Proposition’, de John Hillcoat o ‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’, de Andrew Dominik, ya que la obra de Mangold está desprovista de la lacónica crepuscular de estos citados y excelentes ‘westerns’, aunque sí verdad que aquí se eche de menos la proliferación de panorámicas paisajistas. Preocupa más, por tanto, la descripción de los personajes por encima del horizonte, planteando incertidumbres y reflexiones que tienen su mejor soporte en unos brillantes diálogos acerca de la dialéctica sobre la ética, la vida y la muerte. Todo ello, sin olvidar el cuidado por la acción y la coreografía de la violencia en la que no faltan asaltos a diligencias, tiroteos y la tensión hacia su inesperado final, donde la dicotomía del bien y el mal se ve extrañamente sacudida por el curso de los acontecimientos.
La diferencia, entre el filme de Daves y la nueva actualización de Mangold, se encuentra en el abandono del claustrofóbico reducto de una habitación donde el lucha psicológica entre ambos roles tenía lugar en su película originaria se expande aquí a un vasto territorio. La importancia del reloj y el paso del tiempo no lo es tanto como el de una reliquia en forma de condecoración que le hace recordar a Evans quién es en realidad. Para Wade, auténtica alma de la historia, su gesto de heroicidad está por encima de la justicia. Y eso, hace despertar su fascinante catadura ética, viendo en la coyuntura la oportunidad de ayudar a un pobre hombre a recuperar el respeto de su hijo y de él mismo, que contrasta e inmuta al convicto, ambiguo en su moral y en sus actos.
El heroísmo se muestra como una forma de catarsis destructiva, de exoneración con la culpa y con el pasado. Evans actúa con la resignación a convertirse en el héroe que nunca fue por necesidades mucho mayores que el dinero. Wade, por su parte, lo hace como una reivindicación personal porque sabe que el primogénito de Evans le respetará no por una vida de sacrificios y trabajo, sino por una acción que va más allá de cruzar la frontera, donde no existe ni ley, ni moral ni justicia, sólo la idea de la valentía.
Hay que destacar muy especialmente el gran trabajo de dos actores en constante reto interpretativo. Si bien un inmenso Russell Crowe (posiblemente su mejor papel hasta el momento) aprovecha la grandeza de un personaje perfilado con sutiles aristas, también lo es el partido que saca Christian Bale a su humilde granjero, muy por debajo en el atractivo de su personaje respecto a su antagonista, así como la aportación de secundarios de lujo como Ben Foster, el veterano Peter Fonda o el jovencísimo Logan Lerman. ‘El tren de las 3:10’ es una oda al género y a sus reglamentos artísticos, perfectamente conseguidos bajo las directrices de un Mangold que encuentra, en varios momentos y con la lógica de un talento reposado en la veteranía, ápices de genialidad, de resolución impecable y de planificación elegante con cierto estilo clásico.
Una película muy masculina que realza su brillantez con la proverbial partitura de un rotundo Marco Beltrami, siguiendo las directrices de maestros del género como Morricone, Bernstein o Broughton. Es incomprensible, por ello, que este ‘western’ de altos vuelos haya estado a punto de sucumbir a las ineptas decisiones de las grandes distribuidoras que estuvieron a punto de no estrenar esta fantástica película en nuestro país.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

El nuevo corto de Paco Cavero, para perder la cabeza

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El genial ilustrador catalán Paco Cavero, tras su primera y reconocida experiencia cinematográfica, ‘Yo y sus geranios’, vuelve a realizar otra inefable pieza cortometrajística utilizando algunos de los elementos que ya tocaba en aquél; la cotidianidad, situaciones y diálogos cercanos, personajes ordinarios que, por azar del destino, se ven inmersos en situaciones grotescas en las que la violencia (en este caso accidental) y la sangre no son más que un percance adventicio.
La realidad de un encuentro en un ascensor por parte de dos vecinos que hablan de esos frecuentes temas de los que todos hablan en esta situación vecinal se convierte en una pequeña pesadilla donde no falta el humor negro y la aportación actoral de un intérprete con talento y mucho futuro como es Álvaro Manso. En este caso acompañado en la réplica por la actriz cómica Idoia Merodio.
El título del corto ‘No lo vas a entender’.

martes, 30 de septiembre de 2008

Review 'Wanted (Se busca) (Wanted)'

Entre la pretensión y el apático delirio visual
Sustentada en la sofisticación y sus numeritos de acción a golpe de ralentí y aceleración inmediata, Timur Bekmambetov desperdicia la obra de Mark Millar para ofrecer un vacuo espectáculo sin ningún tipo de atractivo.
Para el cómic ‘Wanted’, uno de los mejores y más aclamados guionistas del universo de la viñeta, el británico Mark Millar, aportó una controvertida novela grafica que tenía como esencia la destrucción de los cánones habidos y por haber con el protagonismo único de un mundo en el que los superhéroes no existen y sólo hay cabida para los antagonistas del Mal, los supervillanos, en una contestataria y transgresora historia donde la moralina, el comedimiento y el mensaje escapaban a cualquier discurso panfletario o coyuntura discursiva. El cómic de Millar (en conjunción con J.G. Jones y Paul Maounts) se sustenta así en la anarquía como motivo de conducta, en una trama llena de acción y ultraviolencia.
El filme del ruidoso director ruso-kazajo Timur Bekmambetov plantea un inicio casi calcado a las escandalosas viñetas, describiendo (a imagen y estructura de las páginas tebeísticas) el día a día de Wesley Gibson, un joven gris y anodino que ve cómo su vida se consume en la frustración y la cotidianidad de un trabajo como contable en el que es puteado por una oronda y autocrática jefa. Mientras, su mejor amigo se folla a su novia y su cuenta corriente está vacía. Cuando la resignación parece ser la elección más fácil, una Organización secreta de Asesinos profesionales le revela que es el primogénito de un famoso villano del que hereda una enorme suma de dinero y la capacidad de poder matar con técnicas prácticamente sobrehumanas. Hasta ése momento, más o menos, todo parece ir por su cauce en términos de fidelidad, pero muy pronto el ‘Wanted’ cinematográfico se disocia eliminando de su trama lo más atractivo del cómic de Millar; un mundo donde los superhéroes han sido aniquilados y los supervillanos actúan con impunidad en una sociedad totalmente corrupta que permanece ajena a las barrabasadas de estos villanos.
Para Michael Brandt, Derek Haas y Chris Morgan (es inconcebible que un guión de, digámoslo ya, una adaptación tan pobre, se haya utilizado a tres guionistas) el elemento referencial es el de ir desgranando el caudal de ira rutinaria al que es sometido el personaje principal como catalizador de una explosión de violencia y adiestramiento de un pringado convertido en una máquina de matar. El prólogo anuncia una narración sin freno, dinámica, que predice una obra llena de furia y acción, de divertimento sin límites con una narrativa expedita, netamente de montaje, con efectos especiales puestos al servicio del arrebato visual. Nada más lejos de la realidad. De pronto, el filme deja a un lado el cómic y plantea su propia historia. Lo que debería haber sido una película de inspiración nihilista llevada al límite del espíritu de obras literarias de autores contracorrientes como Chuck Palahniuk, Easton Ellis o Frédéric Beigbeder se transforma en el enésimo facsímil y simulacro de los rudimentos ‘The Matrix’ y toda la pseudoescuela estilística creada a raíz de la obra cumbre de los hermanos Wachowski con intencionales referencias a ‘El Club de la Lucha’.
Wesley Gibson ya no es el heredero de unos superpoderes que se pone al servicio de una organización dominada por supervillanos en un mundo donde los superhéroes existen solo en los comics y que albergaba una esencia perturbadora y lasciva donde destacan nombres de malvados como Cabeza de Mierda, Subnor o Johnny Dos Pollas, ni hay un antagonista a la altura como Mr. Rictus, sustituido por un inoperante Sloan al que da vida Morgan Freeman. Asimismo, la fraternidad de asesinos que se odian entre ellos y les une la animadversión por la raza humana se sustituye en su homólogo cinematográfico por un grupo de asesinos sin poderes que operan por designios del destino, determinados en sus objetivos por una máquina de tejer. Ahí es donde ‘Wanted (Se Busca)’ desperdicia el material precedente y se dedica a exponer torpezas y desaguisados varios.
Si en el cómic Millar juega con el concepto de antihéroe llevado hasta las últimas consecuencias, la película de Bekmambetov abandona cualquier signo humorístico y se deja caer en una apatía argumental que no encuentra ningún tipo de confidencialidad con el espectador, sometido al mero artificio. Lo importante aquí es que prevalezca el gusto por el exceso y por la pirueta visual de digitalizada impavidez, haciendo de este aspecto la única coartada con la que intentar ir abrumando al público, reiterando una y otra vez la esencia computerizada del medio, el bastimento de adrenalina sin gracia por medio de visuales secuencias en las que se desafía a la aerodinámica, dejando que la realidad de la física se tome como un juego (supuestamente) divertido. Y lo hace sin poder esconder su aplastante vacuidad y su ostracismo congénito, pese a su elevada sofisticación y sus numeritos de acción a golpe de ralentí y aceleración inmediata.
Si hubiera seguido por esos cauces, igual hubiera quedado como otra película con ínfulas de revolución dentro del género, pero lo peor de todo es cuando ‘Wanted (Se Busca)’ pretende volver a la esencia del cómic, a ese alejamiento de cualquier parámetro maniqueísta, pretendiendo proponer cuitas filosóficas y morales de altos vuelos, como esa analogía bíblica que expone a Gibson como un apóstol en el que su tarea no es interpretar el mensaje descifrado de un trozo de tela, sino cumplirlo. El material inicial ha pasado a ser una sucesión de paridas ridículas, en el reciclaje de idearios metafísicos que resultan no ya confusos, sino explícitamente banales, con frases estrambóticas que devienen en grotescas decisiones como la de destruir una fortaleza con mil ratas atadas a un explosivo cada una o giros argumentales que revelan la importancia paternofilial como signo de doble venganza. Es una película que se propone llegar muy lejos en un entorno donde términos como destino, identidad o justicia suenan tan superficiales que determinan el absurdo en el que se mueven constantemente unos personajes que reiteran su capacidad de hacer que una bala trace una curva imposible para impactar en su objetivo. Eso, sin duda, debe ser lo que más mola de todo.
Artificiosa y, por momentos, surreal, podríamos calificar este desaguisado como un soporífero mojón que parece no acabar nunca. Este amago de ‘blockbuster’ revolucionario en lo técnico y adulterado en lo visual no suscita un interés que no vaya más allá de verle el culo a Angelina Jolie un par de segundos y comparar las ganas que le pone James McAvoy por alejarse de sus dramas de época. Sin olvidar la desgana interpretativa de Freeman, Terence Stamp e incluso la propia Jolie. Tampoco ayuda mucho la indolencia con la que está filmada su aparatosa violencia explícita, ni su previsible desenlace. Incluso se permite destrozar la macarrada final del cómic por una apestosa moralina echa por tierra cualquier lógica, imponiendo, eso sí, la moraleja de asesinar como acto de realización personal, ego, autoestima, prestigio y distinción.
Se conoce que a Bekmambetov y a sus guionistas esta parte les encantaba y había que meterla como fuera, aunque no tuviera nada que ver con la perpetración respecto a la obra de Millar. Un hecho que no hace si no exponer los defectos de una inmerecida adaptación de uno de los mejores y más gamberros cómics de los últimos años. Sea como fuera, como película ajena al cómic y dejando a un lado comparaciones (por eso de que los dos medios artísticos suelen ser incompatible), si esto es una muestra de lo que el cine comercial de acción creado por la maquinaria ‘hollywoodiense’ puede llegar a ofrecer, apaga y vámonos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

Post pre-crítica de 'Tropic Thunder'

Escribiendo la crítica de 'Tropic Thunder', me encontrado con esto. Un divertido y alocado dardo contra la publicidad viral y los nuevos modelos de difusión y publicidad, jugando con la misma ironía que maneja el filme de Ben Stiller. Vale la pena.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Paul Newman: El adiós del mejor actor de todos los tiempos

1925-2008
El mundo del cine ha perdido a una de sus figuras más emblemáticas. Hollywood se ha visto huérfano del gran estandarte de su época dorada, al representante del glamour, el talento y la contundencia interpretativa. La despedida final de Paul Newman a los 83 años, víctima de un doloroso cáncer de pulmón, marca el final de una era que deja imágenes inmortales dentro de una filmografía y legado como actor, director y productor repleta de clásicos indiscutibles e interpretaciones memorables. Newman nació en Shaker Haights, Ohio, en 1925 procedente de una familia de inmigrantes; su padre, Arthur, era un alemán israelí y su madre, Theresa, húngara de férreas creencias católicas. Quiso ser piloto, pero debido a su daltonismo le fue imposible y tras un fugaz paso por la Marina yanqui, acabó cursando estudios de Economía. Pero el destino de Newman tenía un signo evidente y muy distinto a los números. Había nacido para ser una estrella. Casado con Jackie Witte, con la que tuvo dos hijas, el joven aspirante a actor se traslada a Nueva York con la intención de ingresar en el Yale Drama School y en 1952 recala en la prestigiosa Actor’s Studio, donde coincide con actores generacionales como Marlon Brando y James Dean que, como él, pasarían a formar parte de los anales a través de las enseñanzas de Lee Strasberg.
Debutó en televisión con algunos personajes episódicos en series como ‘You are there’, de John Frankenheimer, pero sus primeros éxitos llegan sobre los escenarios de Broadway en 1953, con la obra ‘Picnic’, de William Motter Inge, prosiguiendo su andadura teatral con la obra de Joseph Hayes ‘Horas desesperadas’, que serviría como pasaporte para firmar un contrato con la Warner. Newman iba a debutar en el cine. Pero no lo hizo con buen pie. Victor Saville hace que su portentoso talento no luzca como era de esperar en el filme ‘Caliz de Plata’, película de la que el actor nunca se sintió satisfecho. Tras seguir interpretando pequeños papeles en series de televisión, la trágica muerte de James Dean en un accidente automovilístico le brinda la gran oportunidad de su vida. ‘Marcado por el odio’, de Robert Wise, supone no ya el despegue definitivo y absoluto de Newman como estrella, sino la demostración categórica del potencial interpretativo de un actor de fuerza y energía indiscutible. El biopic sobre la figura del boxeador Rocky Graziano se sustenta sobre la grandeza de Newman, en su fuerza dramática y emocional.
Cauto en sus decisiones, con películas donde desplegar su carisma y sin mucha prisa por convertirse en la estrella que ya era, vuelve a dar un golpe de efecto a su incipiente filmografía con su papel como Ben Quick en ‘El largo y cálido verano’, la adaptación de Martin Ritt sobre el texto de William Faulkner. En ella, coincidió con Joanne Woodward, la mujer con la que se casaría en segundas nupcias y que siempre ha estado a su lado en uno de los matrimonios más ejemplares del mundo de la farándula a lo largo de 50 años. La conoció durante su etapa en el Actor’s Studio, con la preparación de ‘Picnic’ y durante todos los años venideros se mantuvieron juntos, haciendo frente a la gloria y las adversidades. De esta ejemplar relación siempre quedará esa máxima marital de honestidad y compromiso intachable del actor: “¿Para qué salir a buscar una hamburguesa si tengo en casa un bistec?”.
Paul Newman estaba ya considerado como uno de los valores en alza y un ‘sex symbol’ de mirada asombrosa. Su brutal composición del atormentado ex futbolista alcohólico Brick Pollitt, junto a la estrella femenina de la época Elizabeth Taylor en la adaptación de la obra de Tenesse Williams llevada a cabo por Richard Brooks en ‘La gata sobre el tejado de Zinc’ sigue siendo una las actuaciones más recordadas de aquélla espléndida época hollywoodiense. Su actuación es una exhibición de su talento, de personalidad, de poder de atracción y aptitud para la ambigüedad. Newman fue uno de los mejores representantes del Método Stanislawski, que supo interiorizar con las emociones de los personajes, aprendiendo absolutamente todo aquello que hacía falta para aprender para a dominar la película. Un hecho vital que aprovecharía para su posterior lanzamiento como director. Su trabajo al lado de una estupenda Taylor le atribuiría la primera de sus nueve nominaciones al Oscar a lo largo de su carrera. Su interpretación de Billy “El Niño” en ‘El Zurdo’, de Arthur Penn, es otro hito dentro del ‘western’ y un importante escollo dentro del debacle de la mejor tradición del género en su arista clásica.
Más cercano para el público que un complejo y oscuro Marlon Brando, Newman se caracterizó por la amplia gama de registros que podía interpretar; su naturalidad y compromiso con el rol acabarían por forjar una de las filmografías más interesantes y completas de cuantos actores hayan pasado por la meca del cine. De cinismo sano y de mueca honesta, quiso apartarse de la explotación de su hipnótico físico contrarrestándolo con una serie de papeles antológicos. Para Newman su profesión siempre fue un duro oficio, no una categoría o un ‘status’. Muy pronto, se convierte en el actor protegido de Martin Ritt (con él rodaría seis títulos – ‘Hud’, ‘Un largo y cálido verano’, ‘Un hombre’, ‘El más salvaje entre mil’, ‘Un día volveré y ‘Cuatro confesiones’-), que sabe ver la fuerza dramática de Newman, ideal para desglosar el intimismo sociológico del director. Además, a ambos les une las mismas tendencias políticas con el partido demócrata, al que el actor fue propuesto como delegado por Conneticut. Esto, le haría aparecer en el puesto número 19 de la lista de enemigos de la Administración de Richard Nixon.
‘Un marido en apuros’, de Leo Mcarey, ‘La ciudad frente a mí’, de Vincent Sherman, ‘El buscavidas’, de Robert Rossen, ‘Dulce Pájaro de juventud’, de Richard Brooks, ‘El Premio’, de Mark Robson o ‘La leyenda del Indomable’, de Stuart Rosenberg componen los mejores años de Newman como actor, moldeando los caracteres de aquellos personajes a los que da vida en una inteligente estrategia que evita el encasillamiento, logrando apartarse del estereotipo. Newman interpretó como nadie a los débiles, a los perdedores, víctimas traumatizadas en lucha contra la injusticia y de los contratiempos, trasmitiendo el espíritu de la autenticidad con cada trabajo.
Incluso los fracasos comerciales como los de ‘Éxodo’, de Otto Preminger, ‘Cortina rasgada’, del mítico Alfred Hitchcock o posteriormente ‘El hombre de Mackintosh’, de John Huston no hicieron mella en su viable regreso al éxito. Es conocida su facultad de resarcimiento, de asumir los errores y seguir aprendiendo de una profesión en la que llegó a ser el mejor. En 1968, funda la Newman-Foreman; posteriormente, en 1971, se asocia con Barbra Streisand, Dustin Hoffman y Sidney Poitier para crear la First Artist Production Ltd.
Paul Newman regresa por la puerta grande con el éxito comercial ‘Dos hombres y un destino’, de George Roy Hill con otro de esos rostros destinados a marcar época en Hollywood: Robert Redford, en un atípico ‘western’, alegre y desenfadado sobre la huida de Butch Cassidy y Sundance Kid. Una explosiva asociación que repetiría cuatro años después en ‘El Golpe’, también dirigido por Roy Hill, en una cinta no menos clásica. Durante los 70, Newman diversifica su rostro en películas de desigual suerte, asumiendo los retos de sus elecciones, en filmes de trascendencia personal, como la aceptación de lo peor y lo condenable de su majestuosa construcción del personaje del juez Roy Bean en ‘El juez de la horca’, de John Huston, en sus constantes coqueteos con el ‘western’ (‘Los indeseables’, con Rosenberg y ‘Buffalo Bill y los indios’, de Robert Altman) como en su incursión en éxitos de claro corte ‘mainstream’ como ‘El coloso en llamas’, de Irwin Allen y John Guillermin o la divertida ‘El castañazo’, de nuevo con Roy Hill.
Paul Newman había rodado en 1959 un cortometraje inspirado en ‘Los perjuicios del tabaco’, de Chéjov con su mujer al frente. Sería nueve años más tarde cuando decide dar el salto detrás de las cámaras. Y lo hace, como siempre a partir de entonces que dirigiera un filme (a excepción de su segundo título como realizador ‘Casta invencible’), con su mujer Joanne Woodward, a la que proporcionó algunas de sus mejores y más recordadas interpretaciones dramáticas. ‘Rachel, Rachel’ ofrece a la actriz la posibilidad de cambiar los papeles de lucimiento por una interpretación de carácter. Su carrera como director también fluctúa entre la desigualdad y el interés, la irregularidad y la calidad de filmes como ‘El efecto de los rayos Gamma’, basado en la obra ganadora del Pulitzer de Paul Zindel y el telefilme de ‘The Shadow Box’ o la más adecuada y último trabajo de Newman como director ‘El zoo de cristal’, de nuevo con recital de Woodward.
Pero si una película será recordada de forma íntima en la vida de Newman, ésa es la conmovedora ‘Harry e hijo’, que supone la catarsis de Newman de la peor etapa personal que llegó en 1978, cuando el hijo de su primer matrimonio, Scott, falleció a causa de una sobredosis. Una película dura y pesimista que supo abordar el espíritu de la América de los perdedores y de los excluidos. Con ella licuó su culpabilidad y los fantasmas del pasado, creando a su vez un centro de ayuda y protección para drogodependientes con el nombre de su hijo y la cadena de salsas Newman's Own, empresa que dona íntegramente sus ganancias a organizaciones benéficas. La muerte de su hijo fue superada, en parte, gracias a su conocida afición por el automovilismo y la velocidad que conoció en 1969 a través del filme ‘Winning’. La adrenalina y las ganas de seguir adelante llegaron por medio del volante y de la afición inexpugnable por correr al filo del límite. Newman se hizo propietario de la escudería de Cart y llegó a lograr un segundo puesto en las 24 horas de Le Mans de 1979 con su Porsche 935.
Los años 80 comienzan con papeles de enjundia, donde llega a desplegar su devoción por la mitología de las soledades, con ese ex abogado alcohólico retirado que mantiene la dignidad ante un caso de negligencia médica o el reencuentro de su personaje de ‘El buscavidas’, Eddie Felson, en ‘El color del dinero’, de Martin Scorsese, papel que le vale el Oscar en 1987. Una década donde su pétreo rostro, perfectamente envejecido y sin perder el ápice de atractivo y talento se deja ver en películas olvidables como ‘El escándalo Blaze’, ‘Creadores de sombra’ o ‘Esperando a Mr. Bridge’, última colaboración en pantalla con su musa. La última etapa interpretativa de Paul Newman está acorde con su personalidad arrebatadora y la dimensión como actor. Ahí quedan un puñado de papeles gloriosos, como el déspota Sidney J. Mussburger de ‘El gran salto’, de los hermanos Coen o ese entrañable cascarrabias de ‘Ni un pelo de tonto’, así como el crepuscular detective a la vieja usanza de ‘Al caer el Sol’, ambas a las órdenes de Robert Benton. Dos películas fascinantes, donde Newman se revela como el veterano mito con ganas de aportar lo mejor, de seguir dejando su estela de grandeza, con una hondura y un mimo por sus personajes llenas de personalidad y seducción inagotable.
Películas de transición y sin mucho destello en ninguna de sus categorías a excepción de la presencia de Newman como ‘Mensaje en una botella’ o ‘Donde esté el dinero’ dejan paso a la que ha sido la última y gran interpretación del mito en la gran pantalla. Sam Mendes contó con él para la irregular ‘Camino a la perdición’ y Newman ofreció, por enésima vez, una lección de interpretación a la vieja usanza como jefe de la mafia irlandesa en Rock Island junto a Tom Hanks. En sus últimos años tuvo tiempo de ganar un Tony por su interpretación en la obra teatral ‘Our Town’ en 2003 y de regresar a la televisión llevándose un Emmy en 2005 por la lujosa ‘Empire Falls’, de Fred Schepisi. La carrera de Paul Newman tiene punto y final en su colaboración vocal de la cinta animada de Pixar ‘Cars’, prestando su voz al modelo 51 Doc Hudson y como narrador del documental ‘The price of sugar’, que sigue la figura del Padre Christopher Hartley que intenta llevar algo de justicia y derechos humanos a la República Dominicana, donde perviven haitianos esclavos que cultivan los campos de caña de azúcar de la que cual se consume en gran parte en Estados Unidos. El cáncer no ha dejado tiempo para más.
Dentro de los fastos del cine, nunca ha existido (ni existirá) nadie como él, con ése hechizo y cercanía que despertaba esa mil veces definida como “la mirada más azul de Hollywood”. Newman era apuesto, guapo, reflexivo, inteligente, filántropo y talentoso. Su rostro tenía un toque de difícil perfección, armonioso y cautivador, de divinidad y atractivo que sedujo tanto a mujeres como despertó la empatía masculina. La admiración que despertaba era comparable al respeto que imponía, a su interminable lucidez delante de la cámara. El hombre respetable del que todo el mundo debería tomar ejemplo. El hombre vulnerable y sentimental que tenía como afición la cerveza y que fue honesto y discreto hasta el final de sus días.
Paul Newman, eterno y ajeno a las modas, siempre fiel a sí mismo, ha sido durante décadas EL HOMBRE. Y lo seguirá siendo por siempre jamás, porque su leyenda será imposible de olvidar. Él es parte del Cine, una pieza fundamental sin la que el Séptimo Arte no sería lo que es. Newman seguirá en la memoria colectiva como una de los más grandes personalidades de su historia. Y de forma subjetiva, creo que el mejor actor de todos los tiempos.
Adiós, Paul.
Echaremos de menos tu mirada azul, tu gran personalidad y al legendario actor insustituible.
Descansa en paz.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Se estrena la espacial y enloquecida comedia televisiva de Álex de la Iglesia

Por fin, la televisión ofrece una serie española que se sale de los cánones de lo establecido, de la facilidad con la que se plagian fórmulas y situaciones de éxito fuera de nuestras fronteras. Es la hora de romper moldes, de liberar el ocio catódico de la sumisión al ‘share’, de destruir los conceptos reiterados de los que el espectador está harto. Ha llegado la hora de divertirse.
Esta noche, en la 2 de TVE, a partir de las 23:00 horas, se estrena ‘Plutón BRB Nero’ la primera ‘sitcom’ de ciencia ficción española de la mano de Álex de la Iglesia escrita junto a su inseparable Jorge Guerricaechevarría. Se trata de una comedia enloquecida y gamberra, que se desmarca de cualquier género aparecido en los fastos de la pequeña pantalla nacional. Serán 26 episodios de una duración de 35 minutos en la que un grupo de marines españoles viajan a través de la galaxia a bordo de esta nave llamada Plutón BRB Nero (el BRB proviene de Biotechnological Research Badajoz, su empresa creadora) con un solo designio: encontrar un planeta acondicionado para la vida, puesto que el Mundo, tal y como lo conocemos hoy en día, se ha convertido en una amalgama de edificios y tan superpopblada que ya no cabe nadie. Desarrollada en el siglo XXVI, en el año 2530, el presidente del planeta, Macaulay Kulkin III, va a tomar dos controvertidas resoluciones; cambiar de sexo una vez más y enviar una nave al espacio para salvar al mundo.
A bordo de la BRB Nero encontraremos a personajes que definirán el rumbo de una serie destinada a cambiar la cuadriculada visión que se tiene en este país respecto a la ficción televisiva; el capitán Valladares, el piloto Querejeta, la curvilínea androide científica Lorna, el alienígena Roswell, Hoffman, técnico de mantenimiento y el androide Wollensky. Es una demostración de libertad por parte de sus creadores, de riesgo e ímpetu a la hora de poner en marcha una demencial serie con una propuesta radical que ha levantado una gran expectación. Álex de la Iglesia emprende así su viaje estelar con el espíritu de serie como ‘Enano Rojo’, ‘Doctor Who’ o la insolencia socarrona de las creaciones catódicas de Ben Elton.
Una nueva aventura que promete un disparatado y brillante acontecimiento televisivo donde no faltarán ‘cyborgs’, mutantes del espacio, aliens deformes, armas de rayos láser y ganas de divertirse con un evento que no hay que perderse. El reparto de la serie está encabezado por Antonio Gil, Carlos Areces, Carolina Bang, Enrique Martínez, Gracia Olayo, Manuel Tallafé, Mariano Venancio y Enrique Villén.